Capítulo 36
El matrimonio ya llevaba un día de viaje. Se habían detenido en una ciudad a comprar una camisa y chaqueta para Víctor y un nuevo vestido para Amelia, ya que el cazarrecompensas quería que Víctor se viera presentable al llegar a la mansión Fortunato.
El viaje era muy aburrido y Amelia charlaba con el cazarrecompensas para hacer más ameno el viaje de regreso. Por su lado, Víctor no le dirigía la palabra al hombre en frente de él, lo odiaba, pero aún no diferenciaba si lo hacía por su insistencia o porque se logró salir con la suya.
— No... también vengo de la Capital, fue una apuesta arriesgada llegar a esa ciudad — charlaba el cazarrecompensas con Amelia mientras viajaban.
— ¿Y cómo sabía que estaba ahí? ¿Solo por las cartas?
— Deje anuncios en el periódico, al igual que otros, para tener información de Víctor. Uno de sus colegas de correos tenía las sospechas y me contactó. Envió una carta de las que redactaba y solicité en la mansión Fortunato algo escrito por don Víctor Fortunato.
— ¿Los Fortunato le ayudaron? — pregunta sorprendida la joven rubia.
— Ayudaban a todos los que solicitaban información. Realmente se encuentran desesperados... algo muy malo tenía que hacer, para que lo busquen así — Ríe el cazarrecompensas mirando a Víctor, pero este solo le lanza una mirada malhumorada, volviendo a fijar su vista por la ventana.
— ¿Un compañero de trabajo lo delató? Quiere decir que ¿él le entregó la carta cuando se envió a la casa Fortunato?
— Claro que no... le pagué por la información de la carta y viaje a la ciudad, pero no sabe que yo era con quien se contactó, para evitar que pida parte de la recompensa.
— Entonces, ¿cómo consiguió la carta?
— Otro de sus colegas... solicité que cualquier carta enviada por don Víctor se me sea entregada — el cazarrecompensas vuelve a hablarle al joven de ojos azules que estaba de malhumor — Usted no tenía tantos amigos como creía, la mayoría de sus colegas lo estaban vigilando.
Víctor escuchaba lo que decía aquel hombre y trataba de no mostrar expresión... se sentía decepcionado, pensaba que sus colegas de correos eran amables y lo ayudaban. Ahora entendía que, el interior de una persona no se podía conocer y era fácilmente corrompido por el dinero.
— Algo que no entiendo... si usted viene de la capital, ¿dejó a su familia por todo este tiempo para buscar a alguien que no sabía si era realmente? — pregunta Víctor con intención de crear conflicto con el cazarrecompensas.
— Esa es la vida de un cazafortunas, estuve por un año aquí hasta que cometiera un error que lo delatara.
— Así que prefirió abandonar a su familia solo por dinero. Acaso ¿el dinero le devolverá todo ese tiempo perdido que pudo estar con los suyos? Sus prioridades en esta vida están erradas
— Al contrario... el tener que trabajar a diario era dejar a mi familia, pero en esta oportunidad, sacrifiqué un año para tener una vida junto a los míos sin preocuparme por el dinero, tanto para mí como para mis socios. Creo que he ganado más de lo que he perdido... ¿No le parece?
***
Agustín Fortunato trabajaba en finanzas en la habitación de Mercedes, para que esta no se sintiera sola al estar en cama todo el día, así que traslado un escritorio al lugar y conversaban frecuentemente, más de lo que alguna vez lo hicieron en su matrimonio. Esto le traía paz a la señora Fortunato y solo lamentaba que su hijo no estuviera ahí también, para ser nuevamente una familia.
Celenia toca a la puerta y entra, traía una bandeja con agua tibia y unas toallas, en su bolsillo tenía una pastilla de jabón aromatizado. Al ver a Celenia, Agustín deja los papeles y se levanta para salir de la habitación, ya que estaba ahí para darle el baño en cama a Mercedes.
— Espere don Agustín. Un hombre está abajo, quiere hablar con usted, dice que ha traído a Víctor Fortunato y a su esposa — informa el ama de llaves.
— ¿Ya lo viste?... ¿Era Víctor? — pregunta Agustín sin darle importancia, mientras recogía los documentos del escritorio.
Celenia ayudaba a Mercedes a quitarse el chal de los hombros con delicadeza para no acentuar sus molestias.
— No lo he visto, quiere hablar personalmente con usted... dice que no lo hará bajar del carruaje, hasta que le aseguren que la recompensa es real
— Pero que descaro, les diré a los sirvientes que lo despidan, estoy cansado de este circo.
— Agustín, por favor. Ve abajo y verifica que realmente sea Víctor, quizás esta vez es real — suplica Mercedes, mientras trataba de acomodarse en la cama. Sabía que su esposo ya estaba cansado de buscar a Víctor, por la decepción de que no sea el real, pero ella no perdía la esperanza y la ilusión de volver a verlo.
— Pero Mercedes, ¿recuerdas al tipo que dijo lo mismo? Le tenía puesta una capucha a un muchacho diciendo que era Víctor, que le entreguemos la maleta con el dinero al mismo tiempo que nos entregaban a Víctor. Al final era una treta para robar la recompensa y el chico de la capucha era un pelirrojo, al menos se hubieran esforzado en buscar a un muchacho de cabello negro y de la edad de Víctor.
Agustín se encontraba malhumorado, él ya quería levantar los anuncios de la búsqueda, pero por Mercedes los dejaba. Cuando ella falleciera, cortaría todo eso, cada vez que llegaba alguien diciendo que traía a Víctor y al no ser él, sentía que su depresión se acentuaba más.
— Por favor Agustín, quizás esta vez sea realmente
Celenia mira a Agustín y también le hace un gesto de que vaya a ver al hombre que se encontraba en la entrada.
— Está bien, si eso te deja tranquila, iré — Agustín toma la mano de su esposa y se la besa.
— Gracias...
El cazarrecompensas estaba esperando al lado del carruaje, al pie de las escalinatas que daban a la entrada de la mansión Fortunato, mirando a la puerta de entrada, esperando con ansías ver al Señor de aquella gran mansión.
Agustín sale por la puerta principal y ve a este hombre de pie al lado del carruaje.
— Me han mandado a llamar, por qué su propósito no puede suplirlo mis sirvientes. Diga su cometido pronto, ya que no tengo tiempo que perder — dice Agustín con un tono altanero
— Señor Fortunato, he traído a su hijo, está dentro del carruaje.
— Entonces que baje si es así. No entiendo por qué tantos secretos.
— Soy hombre precavido y quiero corroborar que la recompensa por él es real y no he malgastado mi tiempo.
— Acaso ¿desconfía de mi honor? Me insulta en mi propia casa, que falta de respeto más grande — Agustín se lo dice furioso, ya que estaba harto de estos cazarrecompensas que desfilaban por su puerta y exigían ver el dinero.
La reacción agresiva de aquel hombre era idéntica a la de Víctor, se notaba claramente que eran padre e hijo, puesto que se parecían tanto físicamente, como en su forma de actuar.
— No es mi intención ofenderlo, es solo que ha pasado mucho tiempo que le hemos seguido el rastro a don Víctor y es una forma de asegurarnos que se nos pague al entregarlo.
Don Agustín gira la cabeza en dirección al mayordomo y le hace una seña, cruza los brazos hasta que el mayordomo regresa después de un minuto, traía dos maletines, el primero lo abre y muestra el contenido. Era una hermosa vista de varios fajos de billetes de $10, luego lo cierra y hace lo mismo con el segundo maletín.
— ¿Eso calma su curiosidad?
El cazarrecompensas estaba emocionado y sus ojos brillaban ante aquella recompensa, miraba a sus socios y estos sonreían alegremente. Por fin llegaron a la ansiada meta y ese era su día de pago.
— Claro que sí señor
El cazarrecompensas se dirige al carruaje, abre la puerta y le ofrece la mano a alguien en el interior para ayudarle a bajar.
Cuando aparece Amelia, don Agustín ahoga una exclamación de sorpresa al verla. Amelia baja la cabeza al ver al señor Fortunato, puesto que se sentía avergonzada al volver a estar frente a él. Por último, baja Víctor, estaba de muy mal humor, este acomoda su chaqueta y lanza una mirada de disgusto a su padre.
Agustín no podía creer que estaba viendo nuevamente a Víctor, pero ya dejó de ser aquel muchacho de 16 años que él conocía, ahora era un hombre, mucho más corpulento y bronceado por el sol, tenía que haber trabajado al aire libre en aquel tiempo.
La sonrisa del cazarrecompensas no podía ser más amplia cuando el mayordomo le entrega los maletines y él se los pasa a sus socios.
— Fue un gusto señorita charlar con usted en este viaje tan largo — Sonríe alegremente el cazarrecompensas, estrechando la mano a la joven de ojos celestes.
Amelia le entrega la mano y asiente, pero no responde, la expresión de Víctor era fiera y se notaba que explotaría en cualquier momento, eso la mantenía nerviosa.
El cazarrecompensas se dirige a Víctor con una amplia sonrisa y estira la mano para despedirse.
— Bueno don Víctor, siempre supe que usted era, aunque tenía mis dudas y créame que aún estaba preocupado al venir hasta aquí, de llegar y me digieran que no era usted. En fin, nunca se puede escapar del todo, uno es lo que es ¿verdad?
Víctor ya estaba cansado de este tipo. Por todo un año lo estuvo agobiando y ahora hasta se burlaba, ya no lo soportaba más y aprieta el puño. Le da un golpe con toda su rabia entre la nariz y la boca para quitarle esa sonrisa, el golpe fue tan fuerte, que siente un chasquido y aquel hombre inmediatamente cae con la nariz escurriendo sangre. A Víctor le dolían los nudillos, probablemente le fracturó la nariz así que estaba satisfecho, puesto que le quito la sonrisa y ahora el hombre solo se tocaba la cara.
— ¡VÍCTOR! — Amelia lanza una exclamación al ver lo que acaba de hacer, aunque no le sorprende, pero más le preocupaba el encuentro con el señor Fortunato.
Víctor hace caso omiso a Amelia, aún tenía mucha rabia acumulada y sobre todo contra su padre. Toma la mano de su esposa y comienza a subir por las escaleras mirándolo fijamente, hasta que llega y queda frente a él, sin decir nada.
Agustín, al tener a su hijo tan cerca de él, no sabía si abrazarlo o tenerle miedo, puesto que la mirada que le daba, no reflejaba una actitud de reconciliación, solo de un enfado muy profundo.
El ambiente estaba tenso y Amelia sentía cómo su esposo le apretaba cada vez más la mano, sabía que la batalla estaba por comenzar, pero le pedía a Dios que no fuera tan grande.
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