Capítulo 33
Víctor regresó a su casa después de ir a cortar madera para la semana, ya pronto terminaría el mes y recibiría su salario completo, eso les ayudaría a pagar sus gastos y dejar de vivir de la caridad de sus amigos. Ya su enfermedad quedó atrás como un mal recuerdo, al igual que los días fríos de ese invierno que por poco lo mata.
Mientras estaba dirigiéndose a casa, ve en el camino a un grupo de cuatro mujeres con velos que cubrían sus rostros, quizás ser feligreses que regresaban de la iglesia.
— Buen día — saluda Víctor al pasar cerca de ellas
— Hola, Luis — responde una de las mujeres.
— Hola, vinimos para traerles algunas cosas para que preparen el almuerzo y queríamos ver cómo estaban — Perla se descubre el rostro para que la pueda ver su amigo.
— Claro... vengan, vamos a casa. Nos agradará tener un almuerzo dominical con nuestras amigas — Víctor estaba muy alegre por la preocupación de ellas.
— No nos quedaremos, solo les traemos las cosas — responde una loba rubia.
— No es bueno que entremos a su casa — dice la loba que le había prestado el vestido de novia a Amelia.
— ¿Por qué dicen eso? — pregunta Víctor sorprendido.
— Porque somos mujeres impuras, si sus vecinos ven que entramos a su hogar y nos reconoceremos, serán mal vistos — responde Perla.
— Eso no nos importa. Les debemos mucho, además, lo que digan de nosotros, no nos importan — Ríe Víctor — Si nos preocupamos por esas cosas, nunca habríamos escapado de casa.
Las lobas aceptaron y fueron con Víctor a su casa. Al llegar, los recibe Amelia, ella estaba feliz por ver a sus amigas en su casa. Pronto la visita se transforma en una celebración, preparando el pavo en el horno que las Lobas llevaron.
Mientras charlaban alegremente, tocan a la puerta de la casa y las lobas se sobresaltan.
— Es uno de sus vecinos... han venido a regañarlos — dice asustada una loba, levantándose de la silla
— Les dijimos que eso pasaría
— Saldremos por la puerta trasera para no incomodarlos — Perla también se levanta de la silla y les hace un gesto a sus compañeras para salir sigilosamente.
— Calma, si algún vecino viene, significa que las conoce porque es un cliente. El que debería estar avergonzado sería el que venga a molestar — aseguraba Amelia.
Víctor se levanta y va en dirección a la puerta, abriéndola, mientras las mujeres adentro estaban expectantes.
— ¡Vaya!... qué sorpresa más grande de tenerla por aquí — Saluda Víctor de manera jovial.
— No quería molestar, les he traído harina y algunas cosas para que puedan cenar — Saluda la anciana, mostrando un saquito con cosas.
Amelia, al escuchar a Dorotea, se aproxima a la puerta.
— Querida amiga, qué alegría verla. Por favor, pase, almuerce con nosotros.
Dorotea ingresa a la casa y ve a las mujeres que acompañaban al matrimonio. Son presentadas como sus amigas, sin saber la anciana que estas mujeres eran lobas.
Ese día fue muy agradable para todos, almorzaron un sabroso pavo horneado. Por la tarde, Perla y Dorotea limpiaron la mesa y la casa del matrimonio mientras charlaban. En cuanto a la pareja, salieron a la playa con las lobas a recolectar mejillones, que luego pusieron a ahumar en la sala que tenían en el patio. Con ayuda de sus amigas, lograron recolectar una gran cantidad, lo que les ayudaría para realizar varios intercambios por otros productos.
— Muchas gracias a todas por lo que han hecho por nosotros. Estamos en deuda con ustedes. Siempre nos han estado apoyándonos en los peores momentos — Amelia se lo decía a sus amigas cuando se despedían al atardecer.
— No hay de qué muchacha. Cuando una pareja comienza, siempre es difícil — sonreía Dorotea.
— Además, que ustedes son nuestros amigos — agregaba Perla con una sonrisa.
— Créanme que esto no lo olvidaremos. Algún día podré compensarles por toda su amabilidad — decía Víctor con real gratitud.
***
Al avanzar los días, llega el esperado final de mes y con eso el pago de sus salarios completos, dejando atrás los tormentosos días en el que necesitaban ayuda, pero que le enseñó al joven matrimonio, sobre la bondad de las personas, que a pesar de no tener mucho, eso poco que tenían lo compartían con ellos.
— Estoy feliz, ahora espero que tengamos un tiempo prolongado de paz — Amelia se lo decía a su esposo, mientras estaba acostada abrazándolo con el rostro apoyado en su pecho.
Era de noche y estaban descansando después del día de trabajo.
— Lo tendremos. Luego de vencer a la muerte, siento que nada puede ir mal... ahora solo nos falta una única cosa para estar completos — suspiraba Víctor.
— Y ¿qué puede ser eso?
— Un hijo... postergamos en este tiempo el buscarlo... deberíamos retomar
Víctor comienza a sacarse el camisón y le toma las manos a Amelia para que ella lo acaricie.
— Tienes razón, solo nos falta un hijo para ser una familia completa, pero... aunque lo tenga, tú no puedes faltar en mi vida, prométeme que nunca me dejarás.
— Lo prometo
Él recibía las tiernas caricias de Amelia sobre su cuerpo y como ella le daba tiernos besos, mientras la ayudaba a desnudarse. Había pasado tiempo en que no hacían el amor y esto marcaba un final de un periodo angustioso en sus vidas.
Rápidamente, el tiempo pasaba y otro año avanzaba, ya Víctor tenía 19 años y Amelia 18, ellos eran conocidos y un matrimonio respetado en la ciudad. Sus más cercanos le tenían puesto el apodo de la familia Fortunato por su parecido con la descripción de las recompensas entregadas en el periódico y por la insistencia del cazarrecompensas que todos veían ya con humor, sin saber que en realidad ellos eran los perdidos Fortunato.
En la mansión Fortunato, don Agustín y la señora Mercedes estaban agotados emocionalmente de que cada tanto les asegurarán que encontraron a Víctor por la recompensa y que este no fuera su hijo. Sentía que se estaba jugando con sus sentimientos y ya se estaba tomando la decisión de sacar los anuncios en los periódicos y cortar su búsqueda, puesto que estaban aceptando el hecho de que su hijo no quería regresar a casa, además que existía otro asunto que les preocupaba.
— Es cuando puedo informar... lo lamento — informa el Doctor Patrick, que era el médico de la familia.
— Pero ¿está seguro? Quizás ha confundido el diagnóstico — pregunta Agustín con un tono de desesperación en la voz.
— Ya eh vistos varios casos así, además que su cuadro clínico no tiene dudas
— Pero otro colega suyo puede decirnos otra cosa — insistía Agustín, la noticia que le estaban dando era desbastadora.
— Pueden preguntar y que se revise, pero me temo que no cambiará el diagnóstico — aseguraba el Doctor de mediana edad.
— Está bien Agustín. Ya sabía que esto no era algo bueno, además el tumor ya se está haciendo notar — Mercedes le da una sonrisa apesadumbrada a su esposo
Mercedes desde hace años aguantaba los dolores que tenía en su vientre y con el tiempo se hacían notar más. No quería angustiar a su familia con esas cosas, puesto que Víctor estaba sufriendo por su matrimonio arreglado y posteriormente, con su fuga, sus preocupaciones cambiaron dejando de lado todo este malestar, pero pronto comenzó a atormentarla nuevamente. Cuando por fin fue con el médico, su diagnóstico era poco esperanzador. El tumor que se alojaba en su útero crecía rápidamente y los dolores cada vez eran más fuertes, lo que poco a poco la hicieron quedarse en cama. Estaba débil y los alimentos no la nutrían, ya no quería comer por el fuerte dolor y su rostro estaba teniendo una apariencia cadavérica, dejando atrás aquel hermoso rostro de mirada dulce.
— Tendrá medicamentos para el dolor, son bastante fuertes, pero la ayudarán a dormir la mayor parte del día — dice Patrick a la mujer que estaba en cama.
— Gracias doctor — daba un suspiro Mercedes cerrando los ojos y acomodándose en la almohada.
Doctor Patrick mira a don Agustín.
— Que se alimente a libre demanda, no es necesario una dieta, pero no la obliguen a comer.
— Si doctor — responde Agustín
— Vendré a verla a diario para ver cómo se encuentra, dejaré los medicamentos. Que solo una sirvienta se encargue de administrárselos. Me retiro — se despide el médico, tomando su bolso para salir.
— Le acompaño doctor — Agustín invita a salir al médico de la habitación de su esposa, aún quería preguntarle más cosas sin que Mercedes esté presente y lo hace mientras caminaban por el pasillo — Doctor, ¿existe algún tratamiento para ella?
— No don Agustín. Es una enfermedad terminal, solo podemos calmarle su dolor
— ¿Cuánto tiempo le queda? — Agustín se detiene en el pasillo, tenía los ojos brillantes por lágrimas que querían brotar, pero que impedía que salieran.
— No le puedo decir eso
— Yo sé qué está en conocimiento, usted ha visto estos casos, no le pido fechas, solo un estimado
— Días... posiblemente meses, pero no llegará hasta el siguiente año
Agustín no podía imaginar que fuera tan poco, esto hace que algo en su interior se derrumbara, lo que hacía que su voz se quebrara.
— ¿Cómo es posible?... ella es aún joven... solo tiene 34 años.
— Realmente lo lamento don Agustín...
— Si su hijo regresa a casa, eso ¿la ayudaría a mejorar?... quizás se enfermó más por la tristeza. Si él regresa, puede que le quede más tiempo.
— Sería bueno para ella que su hijo regrese, eso le mantendrá el ánimo arriba, pero no mejorará su diagnóstico. No quiero que albergue esperanzas en algo como eso.
Luego de que el Doctor se retira de la mansión, Agustín regresa a la habitación de su esposa y respira profundo, no quería que Mercedes lo viera apenado, quería que sus últimos días fueran tranquilos.
— Solo quiero que regrese Víctor, quiero tomar su mano por última vez, antes de morir — suspira Mercedes de manera triste.
— Vamos Mercedes, tú no morirás...
— Siempre has sido un pésimo mentiroso... yo sé que no me queda mucho — Mercedes le sonríe a su esposo
— No pienses en eso — Agustín le acariciaba el cabello a su esposa.
— Y si, ¿le dejamos un mensaje a Víctor en el periódico? Uno en el que le digamos que no estamos molesto con él por irse y que solo queremos verlo.
— No podemos hacer eso, de hacerlo, todos sabrían que él escapó y que nosotros mentimos. Además, que está casado por su voluntad con una sirvienta.
— Todo es por los inversionistas, las malditas apariencias y el dinero que ganamos con ello — responde con fastidio Mercedes — En este tiempo he pensado, ¿de qué sirve tener tanto dinero? No nos ha traído felicidad, gracias a eso perdimos a nuestro hijo y el dinero no me traerá la salud.
Agustín mira a Mercedes sorprendido, luego mira por la ventana de la habitación. Ella tenía razón, ser un Fortunato solo le presentó una vida miserable, tanto a él como a todos los que le rodeaban.
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