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Capítulo 30

El tiempo pasaba, Víctor y Amelia ya no podían salir a la calle tranquilamente como antes, la gente se les quedan mirando y murmuraban, algunos les gritaban en forma de burla que ahí estaba los Fortunato y en correos, a Víctor le llamaban por su verdadero nombre como un apodo. Amelia salía ahora con un velo a la calle, para cubrir su cabello y cada cierto tiempo se les aparecía el cazarrecompensas quien los seguía.

Los cálidos días cambiaron por fríos días de invierno, pero el hogar de los esposos era cálido, con una buena calefacción de chimenea que los protegía del crudo invierno de este año.

Esa noche llovía estrepitosamente, con fuertes vientos que golpeaba las ventanas y los maderos rechinaban. Amelia estaba preocupada por Víctor, ya que debía de estar de regreso, pero el viento y la lluvia lo tenían que retrasar. Ella le tenía preparado varias ollas con agua caliente para que se dé un baño de cuerpo completo y tenía calentando en la chimenea su camisón, más unas medias, para que no cogiera un resfrío.

Víctor entra en la casa rápidamente, le dolía el rostro y las manos no las sentía, rápidamente se acerca a la chimenea, tenía tanto frío que el calor de la chimenea no le aliviaba. Amelia le ayudaba a quitarse las prendas mojadas, que caían con gran peso en el suelo por el acúmulo de agua. Sus manos y sus pies estaban azulados, temblaba y castañeteaba los dientes por el frío, cuando estaba desnudo, su esposa lo lleva a tomar un baño y le arroja cubetazos de agua tibia, lo que en un comienzo sentía como si agujas le atravesarán el cuerpo, luego ya tenía más sensibilidad y el calor le hacía sentir muy bien.

Mientras Víctor terminaba de darse el baño y secaba su cuerpo, Amelia busca toallas calientes con las que cubre a su esposo.

Ya en la mesa del comedor, al lado de la chimenea, tomaban un caldo de gallina. Víctor, además de su camisón de dormir, tenía puesto un chaleco.

— Necesitaremos comprar un caballo, para no retrasar mi regreso a casa y sobre todo cuando el clima esté así — comentaba Víctor.

— Pensaba en lo mismo. Estaba asustada, temía que no supieras cómo llegar por la lluvia.

El matrimonio seguía escuchando el fuerte temporal afuera de la casa, con un viento que golpeaba las ventanas con fuerza.

— Este invierno será muy malo, lo bueno, es que corté mucha madera en verano, no tendremos problemas para calefaccionarnos.

— Estoy preocupada de que cojas un resfrío ¿Dejo el brasero en la habitación?

— No te preocupes, con el calor de la chimenea es más que suficiente, hace bastante calor aquí adentro.

Terminan de cenar y Amelia retira los platos para que fueran a dormir. Ya en la habitación se acomodan en la cama, pero Víctor estaba deseoso de estar con su esposa de manera íntima y comienza a subirle un poco el camisón, solo para dejarle descubierta la zona baja.

— No, llegaste recién con tanto frío. No creo que sea bueno que hagamos eso — advertía Amelia

— ¿No quieres?... eso me ayudaría a recuperar el calor — Decía Víctor, posicionándose enésima de su esposa, listo para penetrarla.

— Si quiero, pero temo que enfermes.

Víctor comienza a reír con picardía.

— Ni eso me quitaría lo perverso... te amo, eres tan linda y adorable. Sabes que esto es mi recompensa por el día de trabajo — Víctor la besa de manera cariñosa y le acaricia suavemente el cabello, para luego abrazarla y posar su rostro en el hombro de Amelia, dando suaves suspiros y gemidos.

A la mañana siguiente, Amelia se despierta y escucha respirar entrecortadamente a Víctor. Se gira para mirar a su esposo y este tenía las mejillas rojas, respiraba por la boca y sudaba. Coloca su mano en su frente, solo para descubrir que tenía fiebre.

— Amor, ¿te sientes mal? — pregunta Amelia.

Víctor se despierta y la mira.

— Tengo frío y me duele la cabeza — contesta él con una voz rasposa

— Debes de haber cogido un resfrío, nos quedaremos aquí hoy, ¿quieres algo especial para almorzar?

— ¿Me cuidarás como a un bebé? Eso me gustaría, pero quisiera que durmieras un poco más conmigo

— Traeré compresas frías, tienes fiebre.

— Solo dame del caldo de anoche y me sentiré mejor de aquí a la tarde

— Mi dulce esposo... descansa — Amelia le acaricia el cabello y le regala una sonrisa.

Víctor tenía razón, para la tarde se sentía mejor y la fiebre había remitido, pero a pesar de esto, Amelia no quería que se levantara, lo cuidaba con extrema dedicación, le preocupaba que su resfriado pasara a algo más complicado. Ella le calentaba las medias en la chimenea, para luego colocárselas en los pies, dándole una agradable sensación de calor al cuerpo de Víctor, lo que hacía que pudiera dormir más cómodo y cada vez que despertaba, Amelia le daba de comer algo sabroso que estaba preparando. Víctor se sentía dichoso, sabía que Amelia sería una buena madre y cuidaría los más pequeños detalles en su familia, eso lo llenaba de orgullo.

Amelia se despierta al amanecer, ya que Víctor murmuraba cosas a su lado, se voltea para verlo y este tenía los ojos semi abiertos en blanco, sudaba profusamente empapando su camisón y su rostro estaba completamente rojo. Coloca una mano en su frente, estaba ardiendo en fiebre. Rápidamente, salta de la cama y busca compresas de agua fría, le quita las prendas y logra ver que su pecho se contraía mostrando sus costillas, una respiración dificultosa, con gemidos y crepitos, como si el respirar fuera doloroso.

Amelia tenía miedo, nunca vio a Víctor tan enfermo, tenía que bajarle la fiebre e ir por un médico. Sabía que los honorarios de un médico eran costosos, pero no podía dejar a su esposo en esa condición.

Después de que Amelia lograra disminuir en algo la fiebre que tenía Víctor, se preparó para salir de la casa. A fuera, encontró a un vecino que se dirigía a la ciudad en su carreta y la lleva rápidamente después de saber lo sucedido.

Amelia toca a la puerta de la casa del médico, cuando abren, ella expone su situación. El médico es llamado y juntos en una carroza, van a la casa del matrimonio.

Al llegar, el médico revisa a Víctor y luego de un rato, llega a la conclusión, presenta una Neumonía que se estaba complicando. Deja una receta para darle medicamentos que le ayuden, pero se le recomienda que sea llevado al hospital.

Amelia al despedir al médico, este le dice que vendría a visitarlo nuevamente para ver cómo sigue, debido a que Amelia rechaza en que sea llevado a un hospital, puesto que ahí no sería cuidado ni alimentado como debía ser y ese era el motivo de la alta mortalidad en esos lugares.

Amelia sale nuevamente para comprar los medicamentos en la botica de la ciudad. Ya en su regreso, le da estas preparaciones a su esposo, pero este respiraba cada vez de peor manera, con gemidos en cada inspiración que daba, su ropa estaba empapada por el sudor de la fiebre y cada vez su rostro estaba más pálido.

Amelia se sentía desesperada, no sabía qué hacer, más que esperar que los medicamentos surtieran efecto, pero la respiración forzosa de Víctor la estaba desesperando y pronto comenzó a pensar en lo peor.

Dorotea toca a la puerta del matrimonio esa tarde, estaba preocupada por Amelia que, no había ido a trabajar en dos días.

— Hola, niña... ¿Qué te ha pasado? — pregunta la anciana cuando Amelia abre.

Ella la invita a pasar, pero al cerrar la puerta, se echa a llorar.

— Ay Dorotea, Luis está muy enfermo, ya lo vio el médico, pero se encuentra muy mal.

— Vamos niña... no desesperes, ¿Puedo verlo?

Amelia la hace pasar a la habitación en donde se encontraba su esposo, quien mantenía los quejidos para respirar y aún no despertaba.

— El médico dice que tiene una neumonía y se está complicando — comenta llorando Amelia

— Hay que ayudarlo a respirar. Trae unas hojas de eucalipto, yo iré por agua caliente, vamos a hacer que respire vapor de agua... se sentirá mejor — aseguraba la anciana.

Luego de tener una fuente con agua hirviendo con hojas de eucalipto, sentaron a Víctor en una silla al lado de una mesa, le colocaron una toalla cubriendo su cabeza junto con la fuente de agua, para que de este modo, solo pudiera respirar el vapor que este emanaba. Luego de unos minutos, Víctor comienza a toser y escupir flemas, lo que le ayudó a respirar mejor.

— Cada vez que respire así de fuerte, tienes que hacer esto — aconseja Dorotea — ayudará a que elimine lo malo de los pulmones y pueda respirar mejor.

— Gracias... sin tu ayuda no sabría qué hacer

Con ayuda de Dorotea, Amelia recuesta a Víctor y le dejan varias almohadas para que pueda dormir semisentado.

— Iré a preparar la cena, quédate con él y descansa — dice de manera cariñosa la anciana.

— No te molestes Dorotea, ya has hecho más que suficiente

— No es molestia... estoy segura de que no has comido nada. Tú también tienes que estar fuerte para cuidarlo.

— Dorotea... ¿Puede avisar que no iré a trabajar hasta que mi esposo se recupere?

— Claro que sí, tú no te preocupes por eso — Dorotea sale de la habitación y se dirige a la cocina, para preparar una cena para los jóvenes.

Amelia estaba agradecida de que Dorotea fuera a ayudarla, Víctor respiraba mejor y pudo darle de comer una papilla de carne y papas. Estaba agotada, solo esperaba y rezaba que mañana Víctor despertara mejor.


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