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Capítulo 27

Amelia limpió la habitación luego de regresar del trabajo. Tiró las tablas podridas y trataba de colocar las nuevas tablas en la cama, pero no sabía cómo martillarlas y prefería que su esposo lo hiciera. Después del almuerzo que preparo Víctor el día de ayer, lo mejor era que cada uno se dedique a lo suyo, porque ella no quería hacer un desastre realizando una labor que no sabía hacer.

— Cariño, traje cena del restaurante — Víctor, entra a la casa muy alegre, tenía hambre y quería cenar. Saca un bollo de la fuente que trajo y le da un mordisco.

— Nada de eso, no cenarás hasta que repares esa cama — Amelia le quita el bollo de las manos. Estaba muy molesta con Víctor por lo de ayer.

— Pero Amelia... estoy hambriento...

— Que no. Ayer me engañaste con que estabas cansado, ahora no volverá a pasar

Víctor de mala gana va al dormitorio y comienza a reparar las tablas.

— Te estás volviendo muy mandona — dice Víctor desde el dormitorio.

— Y tú te estás volviendo el mismo niño malcriado de antes.

— Ahora entiendo a mis compañeros de trabajo, cuando dicen que tener esposa es un dolor de cabeza.

— ¡Víctor!... que cosas más feas dices — responde ofendida Amelia, con las risas de su marido.

Víctor colocaba amarras de cuero para que estas impidan que se aflojen las tablas.

— No te enfades cariño, es solo que es la primera vez que me envías a hacer algo molesta.

Al terminar, Víctor fue a cenar. Amelia seguía enojada y se le notaba cuando llegó a la habitación para dormir.

Víctor abraza a su esposa por la espalda y le da sensuales besos en el cuello mientras ella se desvestía. Amelia se suelta y comienza a colocarse su camisón de dormir.

— No estoy de humor esta noche

— Pero cariño, ya reparé la cama y estoy deseoso de ti — suplicaba Víctor, mientras se desnudaba para ingresar a la cama junto con Amelia, pero ella le estaba dando la espalda. Él la buscaba y la acariciaba levantando su camisón.

— Te dije que no...

— No seas mala, no me dejes así, te extrañé todo el día. Te amo.

Amelia no le responde y se queda quieta, arropándose más con las mantas.

— Está bien... pero cuando me muera, llorarás por no haber compartido más momentos conmigo, por estar enfadada.

— No seas dramático, eso no me causará lástima

— Sí... soy un dramático y sentimental, pero cuando tú me busques te haré lo mismo — Víctor se voltea molesto y se cubre con las mantas, dándole la espalda a su esposa.

Siempre las pequeñas peleas que tenían el matrimonio, eran niñerías que al día siguiente se olvidaban.

Ya por la noche del día siguiente, Amelia preparó algunos panes que los dejó en el horno para que Víctor coma algo recién horneado a su llegada, ya que su enfado se había olvidado y quería mantener su hogar en armonía.

Amelia ve que se estaba abriendo la puerta de la casa y va a la cocina para retirar los panes del horno y llevarlo a la mesa. Cuando regresa a la sala, ve a Víctor muy sucio y con el labio partido con un ligero rastro de sangre.

— Pero ¿Qué te pasó? — Pregunta Amelia preocupada.

Víctor deja su chaqueta cerca de la chimenea y comienza a quitarse sus prendas enlodadas.

— Me asaltaron. Me robaron las propinas de esta noche y la cena.

Amelia estaba muy asustada y va donde Víctor, le revisa el labio y busca alguna otra lesión.

— ¿Qué te hicieron? Estás lastimado, ¿Te duele? Ya no deberías trabajar hasta tan tarde. Deja el trabajo del restaurante — contesta afligida Amelia

— Fue descuido mío, quise tomar un atajo y entré por un callejón de vagabundos. Me dieron un golpe en la cara, pero no me resistí, solo me empujaron y corrieron con lo que tenía, pero caí en el lodo, por eso esta ropa está muy sucia.

Víctor se seguía retirando la ropa sucia y Amelia rápidamente va al dormitorio a buscar el camisón para dormir, luego va a buscar agua tibia para que su esposo pueda asearse. Él comienza a limpiarse con el agua caliente, lo que le reconforta, luego se coloca el camisón y escucha a Amelia que lloraba en la cocina mientras estaba preparando algo para la cena. Se acerca donde ella y le frota los brazos.

— ¿Qué pasa?... ¿Te asusté?

Amelia se voltea y lo abraza con fuerza.

— Es que te han lastimado, pudieron haberte dañado de manera más grave, si tenían un cuchillo, podrían haberte matado

Amelia volvía a llorar y Víctor lo tomó como una oportunidad para recibir cariño excesivo de su esposa.

— A sí... pero estoy bien, no te dejaría viuda tan pronto

Cenaron huevos con un poco de patatas al sartén, pero Amelia no comía con apetito, estaba asustada, aún seguía pensando en lo que le ocurrió a Víctor, viendo la situación más grave de lo que en realidad fue para él.

— Pobrecito, debiste de estar muy asustado — comenta Amelia. Se había puesto el camisón y entro en la cama para consolar a su marido que debía de estar angustiado.

— Sí... tenía mucho miedo, de no volver a verte — Víctor se lo decía con voz lastimera y causando más tristeza en su esposa para que ella lo consienta.

Amelia lo abraza cuando Víctor ingresa a la cama, le acaricia la mejilla y el cabello.

— Pensaba en lo que dijiste anoche, en que me arrepentiría si no compartíamos más momentos juntos — Amelia seguía llorando

— Entonces ya no te enfades conmigo por cosas tan banales, ya sabe que me podría ocurrir algo y ya no estar contigo — Víctor seguía con una actitud lastimera, mientras le acariciaba los muslos y le subía el camisón.

— Tienes razón. Perdón, ya no me molestaré por tonterías

Víctor le daba besos apasionados, mientras Amelia hablaba y gimoteaba, pero él se posicionaba encima para hacerle el amor.

— Espera, no deberíamos hacerlo si estás asustado

— Pero así busco mi consuelo — Víctor no aguantaba más la risa de ver cómo Amelia se creía que él estaba muy conmocionado por la situación.

— ¿Te estás burlando de mí? — pregunta sorprendida Amelia.

— Claro que no, realmente viví una experiencia desagradable — Víctor ríe a carcajadas.

— Te estás aprovechando de mi lástima, no estás asustado

— Es que eres tan adorable. Solo consiénteme, me gusta que me ames y te preocupes por mí

— Sigues siendo un niño.

Amelia lo abraza y comienza a reír con él, estaba agradecida de que el asalto sufrido fuera algo leve y que ahora pueda estar con su marido.

***

Los compañeros de trabajo de Víctor, le estaban invitando esa tarde para ir donde las lobas. Ese día recibieron sus sueldos y era la forma de celebrar con dinero en los bolsillos, pero él, como todos los meses, rechazaba estas salidas, primero porque las lobas eran sus amigas y segundo, ya que no tenía esas necesidades, pues su esposa le daba todo lo que necesitaba en casa, eso lo mantenía alegre y de pensarlo, ya quería llegar a casa con Amelia, se sentía tan afortunado de tener una linda esposa, adorable, comprensiva y una dama ante todos, pero una loba en la cama. La vida le sonreía y pensaba que nada le podía cambiar su buen humor.

Esa tarde, Víctor se encontraba escribiendo la correspondencia de un hombre de edad media que se la dedicaba a su hermana, estaba concentrado hasta que escucha un saludo desagradable.

— Buenas tardes, don Víctor.

Él sigue escribiendo la carta sin darle importancia al hombre que se había posicionado al lado del remitente de esa correspondencia. Si levantaba la vista o se daba por aludido, sabría ese hombre que se trataba de él, ya que en aquel lugar, nadie conocía su verdadero nombre.

— Don Víctor, disculpe que le interrumpa, pero me gustaría hablar con usted — insiste el hombre.

El cliente que estaba sentado, dictando su correspondencia, le informa a este hombre que hablaba, que él no se llamaba de esa manera. Víctor decide levanta la vista, puesto que si actuaba como si nada ocurriera, eso también sería sospechoso.

— Señor, debe esperar su turno si desea que escriba algo para usted — contesta Víctor con tono natural.

Aquel hombre que le hablaba, era alto y delgado, de cabello castaño claro, de aproximadamente 30 años y con un rostro agradable, como si fuera un buen tipo, pero en su mirada se notaba fiereza.

— Don Víctor, no tiene por qué temer, ya sé quién es usted y sería mejor para los dos que me dé unos minutos para hablar. Le invito un trago — volvía a insistir de manera amable aquel hombre.

— ¿Me habla a mí? Creo que se ha confundido, mi nombre es Luis — responde Víctor.

— No se preocupe, lo esperaré a su salida para que podamos charlar — se despide y sale del lugar.

Víctor estaba preocupado, no entendía cómo ese hombre lo pudo reconocer, lo más probable, es que era uno de los cazarrecompensas en busca de Víctor Fortunato. Tenía que saber cómo actuar y que su historia fuera creíble.

Víctor, al salir de su trabajo, decide ir acompañado de sus colegas para ingresar al restaurante, ya les había comentado que un desconocido insistía en que él era Víctor Fortunato, algo que les causó mucha gracia a todos, puesto que desde hace tiempo lo fastidiaba que él era ese hijo del imperio Fortunato, puesto que su apariencia coincidía con su descripción.

Víctor ya tenía que doblar a una calle para llegar a su destino y sus compañeros se despiden de él. No había rastro de aquel hombre y se sentía aliviado.

— Don Víctor, le quitaré solo un minuto de su tiempo — le aborda el cazarrecompensas antes de que pueda ingresar al restaurante. Lo estaba siguiendo, pero no le quería hablar, mientras estuvieran otros cerca de él.

— Señor, por favor, entienda que no soy ese tal Víctor, ya me han fastidiado bastante con creer que soy el heredero Fortunato por mi apariencia — responde Víctor de mal humor.

— Comprendo que esté angustiado, pero tengo pruebas.

El hombre saca dos cartas desde su bolsillo y se las enseña, en ellas se podía comparar las letras.

— Esta carta la escribió usted en correos y está otra la escribió Víctor Fortunato, ambas tienen la misma forma de escritura — dice de manera alegre el cazarrecompensas.

Víctor estaba en problemas, no pensó que lo podrían descubrir con algo tan básico como la forma de escritura. Sus cartas han viajado por toda la nación al trabajar en correos, se estaba delatando de esa manera.

— Sí, se parecen, pero muchos de mis compañeros escribimos igual — aseguraba Víctor.

— Pero tan parecido no señor

— Las formas de las letras redondas son más limpias de ese tal Fortunato, pero las mías son más pequeñas y torpes. Si yo fuera ese tal Fortunato, me encantaría tener un padre rico que pague mis deudas, así no tendría que trabajar en dos oficios a la vez — Víctor avanza para ingresar al restaurante y abre la puerta — Con su permiso, me está retrasando.

— Lo estaré vigilando, ya que me doy cuenta de que tiene una argolla de matrimonio en su dedo. No me sorprendería que su esposa sea una muchacha rubia de ojos celestes, como el de la descripción que dan los periódicos. Que tenga una buena tarde, señor — se despide el hombre, dándole una sonrisa maliciosa.

Víctor estaba nervioso, pero ese hombre no tenía por qué saber que era el verdadero Víctor Fortunato, solo con la prueba de su forma de escritura, además que esta ha cambiado, producto de los callos que tenía en las manos de cuando trabajaba como jornalero. Prefería no decirle nada a Amelia, ya que ella se asustaría y le propondría que abandonaran la ciudad. Ya no quería escapar, esa era su ciudad y ha trabajado mucho para conseguir lo que tiene.

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