Capítulo 20
Amelia se despierta por la mañana con el brillo del sol matutino que ingresaba por la ventana. Sentía el tibio calor en su espalda, acompañado de una respiración tranquila en su cabello que eran de su esposo durmiendo tras de ella, manteniéndola abrazada.
De manera cuidadosa, Amelia se sienta en la cama y mira cómo él seguía durmiendo tan tranquilamente. Verlo así, le provocaba felicidad y nuevamente burbujas en su vientre al pensar en todo lo que compartieron durante la noche. Se levanta y arropa a su marido para que pueda seguir en sus sueños, buscando su camisón de dormir en el armario, para cubrir su desnudez. Tenía hambre, quería ir por el desayuno, así que abre la puerta que deba a la cocina. Cuando camina, sentía un leve dolor en las piernas, caderas y vientre, como si hubiera montado en caballo por mucho tiempo y acompañado de las molestias como su tuviera el periodo.
Aún era temprano por la mañana, pero Perla ya estaba en la cocina preparando el desayuno, sonriendo al ver a Amelia.
— Buen día Jazmín, ya tengo su desayuno para que coman en la habitación.
— Muchas gracias, Perla
— ¿Y cómo te fue anoche? — pregunta Perla con voz susurrante — ¿El cielo o el infierno?
Amelia sonríe sin poder ocultar su felicidad.
— Fue tan hermoso y romántico, soy muy feliz. ¿Pero estará bien que quisiera seguir por más veces?
— Claro que sí. Por eso, los que están enamorados le dicen a este periodo Luna de Miel, así que disfrútalo. Cuando tengas tiempo me cuentas los detalles y yo te puedo seguir dando consejos.
— Pensé que solo era eso — responde Amelia sorprendida.
— Claro que no, el arte del amor es muy grande, siempre se puede descubrir algo nuevo y tú nunca perderás la emoción de ese acto con tu marido, que es la forma más íntima que pueden demostrar su cariño.
— Es verdad, se sentía tan lindo y tierno estar así, pero tengo miedo que él piense mal de mí, por hacer cosas de lobas.
— ¿Tú sabes por qué tenemos tanto trabajo aquí?
Amelia niega con la cabeza.
— Por qué la mayoría de las mujeres siente que eso es una obligación para tener hijos, no lo disfrutan creyendo que es pecado, y sus maridos buscan aquí, lo que no tienen en casa. Tu esposo agradecerá que te preocupes también por complacerlo, pero para hacerlo, tienes que complacerte a ti primero.
— Gracias Perla. Ahora lo despertaré para que desayune conmigo — dice Amelia llevando la charola a la habitación.
— Déjalo dormir, si fue tan intenso como me lo has dado a entender, tiene que estar agotado. El almuerzo lo dejaré en tu puerta por si aún no quieren salir.
Amelia le da una sonrisa a su amiga e ingresa con la charola a la habitación y cierra la puerta. Víctor aún dormía tranquilamente en la misma posición, realmente se notaba agotado, así que se acomoda en la pequeña mesa de aquel dormitorio y comienza a desayunar.
Víctor se despierta al sentir frío, abre los ojos y Amelia no estaba con él en la cama, se frota los ojos y mira en la habitación, hasta que la ve sentada en la mesa, bebiendo un vaso de leche.
— ¿Por qué estás ahí?
— Buenos días ¿Quieres desayunar?
— No... quiero que regreses a la cama, no me dejes solo... te necesito a mi lado — responde Víctor como si fuera un niño pequeño.
Amelia le encantaba sentir que la necesitaba, así que termina el vaso de leche y regresa a la cama.
— Quítate el camisón — pide Víctor, mirando cómo se desnuda a la luz del día. Ahora podía ver su cuerpo de manera más detallada y se sentía afortunado al tener a una mujer tan sensual con él. La abraza cuando ella ingresa nuevamente a la cama y le arropa, atrayéndola hacia él, para sentir su olor y calor.
El cuerpo tibio de Víctor era agradable, así que Amelia le daba tiernos besos en la cabeza, ya que él tenía la cara clavada en sus pechos, mientras la seguía abrazando como si la hubiera perdido y ahora la hubiera recuperado.
— No quería despertarte, te veías muy lindo durmiendo — dice de manera cariñosa Amelia
— Hmm... prefiero que me despiertes, no quiero que me dejes. Anoche siento que entregué mi corazón contigo, si te alejas me siento vacío.
Aquella sensación de necesidad era real y no como un simple juego, puesto que a Amelia también le pasó lo mismo, ya no quería estar separada de él. Comienza a reír cuando su marido se estaba acomodando encima de ella para volver a hacerle el amor.
— Espera, estoy muy sensible ahí abajo — advertía Amelia.
— Seré cuidadoso, si te molesta, me detengo. Pero no puedo contenerme al saber que ahora eres mi mujer — Víctor volvía a besarla de manera tierna y calmada, acariciando su cuerpo.
Amelia acariciaba la virilidad, gruesa y dura de su esposo, sintiendo tanto placer al frotarlo, a lo que él la tocaba de igual manera, jugando con sus dedos en su entrada húmeda. Al cabo de unos minutos ella movía sus caderas, ya estaba lista para volver a recibirlo, haciendo el amor suavemente durante esa mañana.
Ya por la tarde los esposos salen a caminar por la ciudad, respirando el aire fresco y salado de la costa. Amelia estaba tomada del abrazo de Víctor, se sentía tan dichosa y necesitaba estar muy cerca él.
Este era el momento más bonito en la vida de ambos, demostrándolo al mantener una sonrisa pegada en el rostro. Todas las dudas sobre escapar, desaparecieron y haber escuchado a su corazón fue la mejor decisión que pudieron tomar.
— ¿Qué dice? — pregunta Amelia al mirar cómo Víctor leía el periódico
Estaban sentados en el pasto de una bonita plaza pública, cobijados por la sombra de un gran árbol en aquella fresca tarde.
— Que comprar bueyes es un negocio muy rentable — respondía Víctor con un tono gracioso en la voz.
— Bobo... no me refería a eso — reía Amelia.
— Aún está la recompensa por la captura de Víctor Fortunato, pagarán la mitad si solo le traen la cabeza — decía de manera seria Víctor.
— ¿De verdad?
Amelia sin poder creerlo, le quita el periódico para leer esa noticia y se lo regresa fastidiada por caer en sus bromas.
— Pero créeme que cuando el padre de ese Víctor lo llegue a encontrar, le cortará la cabeza — carcajeaba Víctor.
— Ya no importa eso... ahora ese hombre debería tener más miedo a su esposa que a su padre
— Espero que no. Mi esposa es la mujer más maravillosa de este mundo, ella nunca perderá esa ternura que la hace ser tan bella — Víctor le habla acariciándole la mejilla con la mano en la que tenía su anillo de bodas.
***
Pasaron tres días desde el matrimonio. Durante esa mañana, los esposos salieron temprano a recorrer las casas de terratenientes, aristócratas o millonarios para conseguir trabajo.
Para Amelia, conseguir empleo sería muy fácil, ya que una dama que supiera leer era un gran beneficio, además de saber sobre cocina, costuras y servicios domésticos.
Por el contrario, para Víctor, le era muy difícil conseguir algún trabajo. Al saber leer, además de conocer sobre la aristocracia y manejar la contabilidad de una gran compañía, eran buenos requisitos para ser mayordomo o asistente personal de los patrones, pero sin saber servir en una casa, todo lo demás no tenía utilidad.
Ya era la tarde de ese día y Víctor estaba desesperado, puesto que, en casi todas las casas, deseaban contratar a Amelia, pero a él no.
— Creo que será mejor que aceptes cualquier trabajo, se nos están agotando las opciones y yo solo te retraso — dice cabizbajo Víctor.
— No digas eso, yo no trabajaré en ningún lugar que no sea contigo, además, es solo el primer día, sería un milagro encontrar trabajo tan pronto — le daba ánimos Amelia al caminar por las calles de la Ciudad del Puerto.
— Tomaré el trabajo que me den, no puedo pretender que sé servir en una casa. Si no logro trabajo en los próximos días, iré al puerto para ser pescador o ayudante.
— Tiene que haber un trabajo para ti, no puedo creer que no exista un empleo para alguien que tiene tantos estudios.
— Quizás esos estudios solo sirven cuando tienes dinero, de otra forma es algo inútil.
Continuaron buscando en otras casas, pero omitieron el grado educacional de Víctor, diciendo que era nada más un muchacho campesino. Es así que, en la casa de una mujer soltera de edad avanzada, lograron conseguir trabajos. Amelia como cocinera y sirvienta y Víctor en tareas campestres en el gran campo de cultivos.
Cuando entraron en la cocina de esa gran casa, paso un corto tiempo hasta que un hombre con barba abultada, llama a Víctor para mostrarles los terrenos y cuál sería su trabajo. Aquel hombre le hablaba de manera alegre, ya que pronto sería la época para preparar las tierras a los nuevos cultivos y necesitaban manos para trabajar en el campo.
Amelia por su lado, se mantenía esperando en la cocina, que era mucho más pequeña que la cocina de los Fortunato
— Niña, tienes que ser la nueva muchacha que estará en la cocina, me lo ha dicho el mayordomo... Soy Dorotea — dice una mujer anciana, de baja estatura, con el cabello platinado por las canas y de rostro adorable, que usaba un traje de sirvienta.
— Mucho gusto señora, soy Jazmín — Amelia hace un pequeño saludo con su vestido, mostrando cortesía.
— Me alegra tener ayuda de una jovencita, ya estás viejas manos no son tan ágiles para preparar los alimentos.
— Será un gran placer trabajar con usted.
Víctor entra nuevamente por la puerta de la cocina, para informarle a Amelia que ya podrían marcharse.
— Ya me han mostrado los campos, mañana comenzamos — anuncia Víctor y mira a la anciana que estaba con su esposa — Mucho gusto, soy Luis, trabajaré en los campos.
— El gusto es mío joven, soy Dorotea y estoy encargada de las cocinas.
— Él es mi esposo señora Dorotea, por eso hemos llegado juntos — les presenta Amelia.
— Qué bueno, niña, casi todos los que estamos en esta casa ya somos muy viejos, ustedes son los más jóvenes que trabajarán aquí.
Hablaron un poco más con la mujer y ya se retiraron para regresar a la que era su refugio.
Esa noche cenaron en su habitación como de costumbre, puesto que el burdel estaba en funcionamiento. Charlaron sobre ese día y brindaron con unas copas de vino por haber encontrado trabajo tan pronto y no tener que seguir recorriendo por más días.
— ¿No te parece extraño que Dorotea sea tan anciana y siga trabajando? — pregunta Amelia.
— Puede ser que ha trabajado toda su vida ahí y ya es como una rutina — respondía Víctor, mientras se desvestía para ir a la cama.
— Sí, pero siento lástima por la mujer. A su edad debería ya descansar — Amelia también comienza a quitarse sus prendas, sorprendiéndose cuando ve a su marido que comienza a colocarse su camisón para dormir.
— Creo que te llevarás muy bien con tu compañera, se ve una mujer agradable
Víctor ingresa a la cama y miraba a Amelia que se había desnudado, regresándole una mirada interrogante. Él sabía que ella deseaba hacer el amor, pero aún seguía siendo tímida para pedírselo abiertamente, así que esperaba a que ella se atreva a decir algo respecto.
Amelia busca su camisón en el armario. Desde el día de su boda no lo había usado, ya que dormía desnuda con su esposo, así que, se lo coloca y apaga las velas para ir a la cama, recostados bajo las mantas al lado de su esposo. Ella creía que sería un hábito en ellos tener intimidad todas las noches, pero su marido ya estaba listo para dormir.
— Buenas noches, amor — Víctor le da un beso en la frente y la arropa para abrazarla.
— Buenas noches — Amelia lo abraza con fuerza y une mucho su cuerpo al de él, esperando que, con eso, su esposo reaccioné para estar con ella, ya que lo deseaba tanto, puesto que su experiencia con la sexualidad, fue más que satisfactoria.
— ¿Estás incómoda? Te mueves mucho — Víctor se lo decía, al sentir cómo ella estaba frotando sus caderas contra él. Le agradaba ver cómo su esposa lo buscaba, por desearlo.
— No. Es solo que... pensé que haríamos lo de las noches...
— ¿Qué cosa? No entiendo.
— Tener intimidad
— ¡Ah! Pensaba que te estaba molestando. Como soy siempre el que inicia, creía que eso te podría incomodar, ya sabes que prometí respetarte y no sabía si tú querías, ya que nunca me has dicho si tener intimidad te gusta o lo haces para cumplir como esposa, por eso te estoy dejando descansar, para que no te sientas obligada — Víctor actuaba como si fuera muy considerado, con un toque de inocencia.
— Quiero que me respetes, pero lo puedes preguntar.
— Y ¿por qué no me lo preguntas tú? Ya no deberías ser tímida con algo como eso
— Es que creo que, eso no lo debería proponer una dama — respondía avergonzada Amelia
— Pero eres mi esposa y también mi amiga, ya no deberías tener pudor ni secretos conmigo. Quiero saber, si te gusta cuando lo hacemos y sentir que tú me deseas. ¿Me deseas ahora?
— Si te deseo, porque me gusta lo que hacemos
— Entonces ven — Víctor la abraza con fuerza y la arrastra para posicionarla encima de él — Tú deberías iniciar y tener el control, me encantaría que me busques y quiero sentir tu deseo por mí
— Entonces lo haré, aunque puedas creer que te falto el respeto — responde Amelia feliz, quitándose rápidamente el camisón, lo que hizo reír a Víctor.
— En eso, te aseguro que espero me faltes el respeto. Mi hermosa esposa.
Esa noche fue increíble para ambos, ya que Amelia descubrió una nueva forma de hacer el amor, además de tener el control de la situación, lo que la hacía sentirse una mujer sensual y poderosa, al ver cómo su esposo lo disfruta. Solo le preocupaba que hacer y sentir esto, se volviera en una adicción, porque al tener ese amor tan intenso, se volvía cada vez en una potente droga que les daba felicidad.
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