Capítulo 106
Habían llegado Agustín y Celenia a visitar a su hijo como cada fin de semana. Antes venían más seguido, pero Víctor últimamente se había vuelto agresivo con ellos y preferían verlo con menos frecuencia para no perturbarlo, puesto que descargaba sus frustraciones en ellos.
— Te ves mejor ahora que ya no tienes las tablillas — comenta Agustín. Estaban en la habitación de su hijo, quien los miraba desde su silla de ruedas con una expresión melancólica.
— ¿Realmente crees que me veo mejor?
— Claro que si, además que ahora puedes movilizarte en la silla — agrega Celenia.
Víctor usa un tono sarcástico para hablar.
— Claro, ahora puedo ir donde yo quiera
— No te angusties, el médico dice que volverás a caminar — le consolaba Celenia.
— ¿Dime como Celenia? Odio cuando hablan desde su lado como si todo fuera tan fácil
— Sabemos que no es fácil hijo, pero debes dejar esa actitud pesimista y esforzarte por dar lo mejor de ti — le animaba Agustín.
— Sí, debes subir tu ánimo... hazlo por Amelia y Sergio, ellos te quieren ver bien... se preocupan por ti
— ¿Para qué vienen? Las veces que llegan es para decirme estas estupideces — Víctor les imita con un tono de desagrado— Sonríe, sé feliz, esfuérzate, todos te queremos, pronto caminarás. Pero yo les voy a decir algo. ¿Acaso puedes ser feliz si te están saliendo llagas en la piel? O ¿puedes sonreír cuando tienes que llamar a alguien porque ni siquiera te puedes limpiar el trasero?
— Mi amor, no importa lo que pasé, te seguiremos amando — insistía angustiada Celenia.
— Sabemos que todo se ve negro, pero tienes una familia que te ama — intervenía Agustín, ya afligido por ver a su hijo de aquella manera.
Tocan a la puerta y entra Amelia, con Sergio y Sebastián, quienes traían juguetes y sus caritas estaban sonriente.
— Papá Víctor, vamos a jugar — se acerca Sebastián a la silla de ruedas.
— Mira, toma — Sergio le entrega a su padre una máscara de león — Tú nos atrapas y nosotros corremos.
Víctor mira molesto a los niños y luego a su esposa.
— Amelia, te he dicho que no quiero que traigas a los niños aquí
— Solo querían verte. El día está muy lindo y te extrañan
— ¿Qué quieres Amelia?. ¿Que salga a correr con los niños a perseguirlos como el León?
Celenia se acerca a los niños y quita la máscara de las piernas de Víctor
— Papá Víctor no puede correr, tiene las piernas enfermas, pero después jugará.
Jamal entra por la puerta de la habitación, sonriendo y riendo como su costumbre.
— Claro que no, papá Víctor va a jugar con los muchachos.
Los niños saltaban de dicha al escuchar esto y Jamal guía la silla para salir de la habitación con Víctor.
Agustín no podía ocultar el desagrado de ver al árabe, ya que nadie le quitaba de la cabeza que él fue el responsable del accidente, aunque trataba de contenerse por el bien de su hijo, ya que necesitaban darle todo el apoyo y evitar las discusiones. Pero Víctor vuelve a notar la expresión desdeñosa de su padre hacia su amigo y a diferencia de antes, ahora ya no ocultaba sus pensamientos y decía todo sin filtros.
— Papá, vas a dejar de ver mal a Jamal. Si no te gustan que él esté aquí, entonces lárgate de mi casa.
Agustín estaba sorprendido de que su hijo le digiera algo como eso.
— Yo no estoy viendo mal a tu amigo
— Don Agustín, Víctor no quería ser descortés, disculpe... — intervenía Amelia, pero Víctor continúa si hacerle caso.
— Claro que lo ves mal, tu nariz se arruga cada vez que lo miras, como si fuera excremento. Pero en mi casa lo respetas, ¿lo has entendido?
Jamal trata de terminar la discusión, dándole unas palmadas en los hombros a su amigo.
— Ya, ya, nadie me ve raro. Ahora vamos que los pequeños quieren jugar contigo
— Víctor, solo me he preocupado por ti, desde antes que todo pasará lo único que he querido es buscar tu propio bien. Que yo tenga mis aprensiones es solo un tema mío — volvía a decir Agustín.
— Claro que sí, yo entiendo. Ves en Jamal tu propio pecado. Tal vez porque tú mataste a mi madre con Celenia... como en esa época yo no estaba para darme cuenta de ello, se quedaron a solas para armar todo su plan y deshacerse de ella...
— ¡VÍCTOR YA BASTA! — le grita Amelia.
— ... Logrando enfermarla, qué conveniente viudez ¿Verdad?
Celenia ocultaba sus labios con sus manos y cerraba los ojos derramando lágrimas de ellos. Agustín estaba molesto, pero a la vez apesadumbrado, nuevamente Víctor les hablaba de manera agresiva.
Jamal sigue arrastrando la silla para salir por la puerta y correr tras los niños, con Víctor en ella que no cambiaba su expresión de enfado.
Amelia se queda con sus suegros en la habitación.
— Discúlpenlo, el médico dice que está pasando por un duelo al perder la salud. Sus dolores son muy fuertes y el opio lo está dejando adicto y se vuelve agresivo...
Agustín le detiene para que deje de pedir perdón en nombre de su esposo.
— Nosotros entendemos Amelia, sabemos que no es fácil para ti y te agradecemos.
— No te preocupes, él siempre se ha frustrado cuando las cosas no salen bien, sé que todo lo que ha dicho no es Víctor, sino su enfermedad — le consuela Celenia, secando sus lágrimas.
— Pronto dejará de usar opio, es eso que lo deja irritable — Amelia hace un gesto con las manos para invitar a sus suegros a tomar el té — Vamos al comedor, mi madre ha preparado unos pastelillos de manzana.
Los tres se dirigen al comedor, pero en la mente de todos existía la interrogante de hasta cuándo podrían aguantar el mal humor de Víctor, ya que él los estaba arrastrando a su propia tristeza.
Los esposos se encontraban en su habitación en el primer piso, Amelia esa noche le estaba dando un masaje a Víctor con aceites aromáticos que le ayudaban a calmar sus molestias y de esta manera, poder relajarlo para que tenga una buena noche de descanso y no depender tanto del opio.
Amelia, mientras pasaba sus manos por las piernas de su esposo, notaba que cada vez estaban más delgadas. Seguía subiendo sus manos por sus muslos, caderas y arrojaba más aceite para seguir por su pecho y brazos.
Víctor estaba recostado en la cama, mirando en otra dirección mientras Amelia le daba aquel masaje. Ya no pensaba en nada y solo dejaba que hagan lo que quieran con él, si esto no le producía dolor. Sentía que se había vuelto en un muñeco de trapo, donde lo llevaban, donde quiera el que arrastraba su silla y movían sus piernas, el que deseaba darle un masaje, puesto que no tenía voluntad ni siquiera en negarse. Mientras recibía aquel masaje, Amelia le guiaba una de sus manos para que tocara uno de sus pechos, esto lo sorprende, gira la cabeza y mira que ella se había desnudado.
— ¿Qué haces?
— ¿Quieres ponerme aceite también? — pregunta Amelia, toma la mano de Víctor y le coloca aceite para que pueda frotarlo en su cuerpo.
Distraído, Víctor nuevamente acaricia el cuerpo de Amelia. Desde hace mucho que no la había vuelto a tocar, después del accidente no la había visto desnuda ni en aquella actitud provocadora y como ya sabía qué hacer por un reflejo aprendido, sus manos la recorren, pasando por sus senos, caderas y tocándola nuevamente entre las piernas.
Ambos se encontraban a gusto haciendo esto, tocarse de manera cariñosa fue un alivio para Amelia, puesto que Víctor no había perdido el fuego del amor por ella que creía había desaparecido. Pronto nota como su esposo, por aquella estimulación y juego con su cuerpo, estaba listo para continuar realizando el acto de amor, ya que su miembro estaba firme, así que lo acaricia delicadamente haciendo que escapara de la garganta de Víctor unos pequeños gemidos.
Amelia, sin decir nada, se sube encima de él para poder tener un momento intimó y sentir que su esposo aún le quería.
— No hagas eso... bájate — decía Víctor sorprendido.
— ¿Por qué mi amado?... ¿No te gusta esto?
— No es eso... tú no quieres estar con un lisiado
— Yo quiero estar con mi esposo, porque lo amo — Amelia se acerca para besarle y moverse suavemente, recordando lo apasionados que eran antes de todo este caos.
Para Amelia no había nada más placentero que ver las inocentes expresiones que hacía Víctor, una combinación entre el deseo e inseguridad. Amelia ya conocía el cuerpo de su esposo y sabía que pronto alcanzaría el éxtasis, así que aumenta la intensidad del movimiento para finalizar, lo que hace que ambos cierren los ojos.
Víctor no estaba feliz por haber vuelto a tener intimidad con su esposa, al contrario, volvía a sumirse en su miseria y solo podía pensar que ya no era un hombre, que hasta en eso debía ser ayudado. Se sentía humillado, no podía ver a Amelia a los ojos, así que gira la cabeza a un costado, mientras corría una lágrima por su mejilla.
— Por favor, bájate
Amelia cumple la petición de Víctor, pero se queda a su lado y le acaricia el cabello, dándole pequeños besos en el hombro, manteniéndolo abrazado y sintiendo cómo él contenía su pena. Miraba sus piernas nuevamente y como si recién lo entendiera, se sienta en la cama y concluye
— ¿Te das cuenta lo que ha pasado?... ¿Entiendes lo que pasa?
— No, ¿qué?
— No se supone que no sientes nada bajo el ombligo y si es así ¿Qué fue lo que acaba de ocurrir?
Víctor se gira sorprendido y olvida su pesar para pasar nuevamente a la esperanza.
— Yo, no me di cuenta de eso...
— ¿Acaso no lo sentiste?
— Claro que sentí
— Estás recuperando tu sensibilidad... Oh Víctor, volverás a caminar — Amelia estaba tan feliz que contagia a Víctor.
Después de mucho tiempo, nuevamente se dibujó una sonrisa en el rostro de Víctor, lo que traía nuevos ánimos de vivir.
A la mañana siguiente fue llamado el Doctor Patrick para que sea evaluado nuevamente.
Se volvía a realizar un examen de rutina pinchando distintos puntos en los pies y como fuera algo majestuoso, el primer ortejo del pie izquierdo se flecta levemente, casi de manera imperceptible, pero el ojo ávido de Amelia logra captarlo. Al pinchar nuevamente bajo el orejo, este nuevamente se flecta sutilmente, pero era ese pequeño reflejo lo que tanto necesitaban encontrar.
— Ya puede respirar aliviado señor Fortunato, sus nervios están funcionando bien. No volverá a correr como antes, pero se levantará, eso es de seguro.
— ¿Y cuándo será eso? — Víctor lo decía esperanzado.
— Cuando quieras y cuanto se esfuerce. Debe volver a aprender a caminar como un niño pequeño. No será fácil, pero sea constante, además que necesitará ayuda para hacer esos ejercicios — Informa Patrick.
— Claro que sí, todos te ayudaremos — dice Amelia de forma cariñosa.
El círculo de apoyo de Víctor estaba ahí para ver aquel esperanzador examen y es que por fin, después de mucho, la alegría había regresado a esa casa.
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