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Capítulo 105

Existía una vigilia en casa de Víctor en espera de su recuperación. Ya estaba anocheciendo y seguían llegando miembros del club de Inversionistas a presentar sus respetos a la familia, quienes eran atendidos por los sirvientes, Perla o Dorotea, para así no interrumpir a sus padres y esposa. Los médicos se turnaban para evaluar el estado del paciente. Debieron cortar sus ropas, ya que la inflamación era tan grande, que solo estaba cubierto por una sabana en aquella mesa, para cubrir su desnudez. Amelia sostenía la mano derecha de su esposo, tenía los ojos rojos, pero ya no salían lágrimas de ellos. Celenia y Agustín estaban al lado opuesto, sosteniendo su mano izquierda, entregándole por medio del contacto todas sus oraciones y deseos de que despierte y logre superar tan difícil momento.

Jamal no volvió a entrar en la sala donde se encontraba Víctor, pera no perturbar a Agustín, así que se había encerrado en su habitación. Perla se había quedado con los niños y acompañaba a Dorotea para recibir las condolencias de quienes estaban llegando.

Víctor, podía ver todo y a todos, se había vuelto omnipresente y se veía a sí mismo en aquella mesa, pero no tenía miedo, era como estar en un sueño.

— Te dije que no montaras a caballo solo, nunca me haces caso — le regañaba Mercedes.

— Pero madre, solo fue un accidente — responde Víctor sin perturbarse.

— Mira lo que le has hecho a tu cuerpo

— Pero mejorará

— ¿Eso crees?

— Debe mejorar... aún no es mi hora

— Claro que si muchacho... ven con nosotros — dice Federico Fortunato, quien también se hacía presente para buscar a su nieto.

Víctor estaba con Jamal en las penumbras de su habitación, quería consolarle y decirle que no era su culpa, puesto que jamás lo había visto así. Estaba en el suelo, apoyado con su frente en el piso como una extraña reverencia, y sus manos estaban elevadas hacia el cielo, haciendo una oración en su lengua natal. Cada tanto tosía por el llanto, nunca lo había visto llorar y lo hacía por él.

— Pero aquí me necesitan, no quiero que sufran...

— Sufrirán más si te quedas. Ahora lloran, pero cada cual conseguirá consuelo — respondía Mercedes.

Víctor miraba como en otra sala Sergio y Sebastián jugaban sin ánimos y cada tanto preguntaban si podían ver a sus padres, a lo que sus amigas les respondían que estaban ocupados y que ya pronto se verían.

— Sergio es pequeño, necesita de mí

— Es pequeño y poco recordará de ti, más de lo que le cuente su madre sobre como eras — volvía a responder Mercedes.

— Pero quiero estar en su vida

— ¿Y cuál imagen le dejarás? La de un hombre enfermo, postrado y huraño — aseguraba Federico.

— Aquí tienes más hijos que necesitan de un padre. Los niños que has perdido con Amelia ¿Quieres conocerlos?

— Si — responde ilusionado Víctor.

— Ven con nosotros, tus hijos son tan hermosos

— No, aún no debo ir

Víctor se dirige nuevamente a la sala en la que se encontraba y ve a sus padres, ambos estaban pálidos y tenían los ojos rojos y sostenían su mano. Podía escuchar sus oraciones pidiéndole a Dios que le dé una oportunidad, que aún era muy joven para abandonarlos.

— Es dolorosa la muerte de un hijo, si me voy, jamás serán iguales...

— Pero es un nuevo comienzo para todos — responde los fantasmas.

Mercedes, que estaba al lado de su hijo, le habla con voz cariñosa.

— Al dejarlos, tu padre por fin pudo realizar la vida que le correspondía. Se casó con Celenia y ahora es feliz. Cuando tú les dejes, también será un nuevo comienzo para todos.

— La muerte no es el fin, solo somos seres celestiales viviendo experiencias terrenales — aseguraba Federico — El cuerpo que estás dejando y que te une a este mundo, no podrá contener tu alma

Víctor mira de frente a Amelia, tenía los ojos tristes, de un profundo sentimiento que podía incluso sentir.

— Pero Amelia me necesita, si yo no estoy con ella, nunca será la misma

— Víctor... no sigas sufriendo, si debes irte... hazlo — dice Amelia a su esposo. Era como si ella sintiera a Víctor a su lado hablándole. Sus suegros la miran antes lo que estaba diciendo, pero ambos asienten y vuelven a expresar una mueca de tristeza que les hacía derramar lágrimas — Te prometo que tú eres el único hombre de mi vida, no me volveré a casar, te lo prometo...

Víctor miraba cómo Amelia le hablaba a su cuerpo. No creía que aquel cuerpo hinchado y casi deforme era él, pero no podía dejar a Amelia así. Aún era tan joven y superaron tantas adversidades, estaba seguro de que podría superar la caída de un caballo.

— Madre, Abuelo... gracias por venir a buscarme, pero no es mi hora.

— Amelia lo superará, tendrá una nueva vida... volverá a enamorarse y nunca estará sola, pero tú siempre serás su amado esposo — le consolaba Mercedes, tratando de convencerle de no regresar a ese mundo que sería mus hostil.

— No, no le abandonaré... le amo, y ese amor me dará fuerzas para seguir...

Víctor toma su propio cuerpo y como si fuera succionado por él, vuelve a respirar. Abre levemente los ojos, y siente un gran golpe a sus sentidos, percibe el cuerpo que ahora le pertenecía. El dolor era indescriptible, tanto que ya no sabía si hubiera sido preferible morir y sin soportarlo más, lanza un grito de dolor.

Sus padres, esposa y el médico que se encontraba en el lugar levantan la vista al ver como Víctor gritaba y sus extremidades temblaban. Inmediatamente el médico cubre un pañuelo con éter y le cubre la nariz y boca con él para que respire el anestésico y volverlo a hacer dormir.

Aquel grito de dolor hizo sonreír a sus familiares, quienes ahora soltaban lágrimas de felicidad, ya que sin que nadie les digiera, sabían que ese grito significaba que sobreviviría, que había vencido a la muerte y que ahora solo debían esperar su recuperación.

***

Habían pasado ya 3 meses desde el accidente y el doctor Patrick le quitaba los últimos vendajes para liberar las extremidades de Víctor. Para que sus huesos se soldaran bien, habían quedado parte de su cuerpo inmovilizado en todo ese tiempo. Cuando logró sentarse nuevamente, usaba una silla de ruedas para dar cortos paseos y que pudiera ver algo más que la misma habitación todos los días. Pero aún debía mantener reposo, puesto que los dolores eran fuertes y debía de usar opio para calmarlo.

El doctor Patrick pinchaba los pies de Víctor con un instrumento de metal, que tenía una punta para producir dolor.

— ¿Siente esto?

— No

Patrick vuelve a clavar en otro lado.

— ¿Y esto?

— No

Este examen era habitual y a medida que el tiempo pasaba, Víctor se estaba desesperando, ya que no sentía nada desde el ombligo hacia abajo.

— Ahora que quitamos las tablillas necesito que se mueva, con eso mejorará la circulación de la sangre y sus nervios no dolerá tanto — informa Patrick.

— ¿Y cómo doctor? No puedo sentir nada — respondía Víctor con tono seco y sombrío.

— Tiene que tener paciencia, recién se está recuperando de un accidente muy grave. En un comienzo no podía mover las manos y ahora sí. Lo mismo ocurrirá con sus piernas.

— A este hombre lo aplastó un caballo de 500 kilogramos y espera ya a salir a correr — bromeaba Jamal para animar a su amigo que, día con día, estaba perdiendo las esperanzas. Se acerca a Víctor para vestirle, levantarlo y sentarlo en una silla de ruedas.

— Así es, que esté en el mundo de los vivos es un milagro, así que sea fuerte. Me retiro, que tengan un bien día — se despide Patrick tomando su sombrero que estaba en una mesita.

— Doctor... quiero que aumente mi dosis de analgésico — exige Víctor.

— Ya sabe que no podemos, se encuentra con lo máximo que le podemos entregar.

— Le acompaño doctor — le ofrece Amelia y sale con el doctor, ya que él siempre le daba indicaciones. Ya afuera de la habitación se atreve a preguntar — ¿De verdad cree que puede volver a caminar?

— No lo sé, por lo que estoy viendo la sensibilidad de sus piernas, no ha regresado en todo este tiempo, me aventuro a decir que lo dudo. Pero hay que darle esperanzas, su espíritu está decayendo y temo que la pena le embargue, debemos seguir dándole esperanzas de que su vida volverá a la normalidad.

Amelia da una pequeña sonrisa de lástima, ya que después del accidente, nunca volvió a ver sonreír a Víctor ni una sola vez.

— Doctor, con respecto al analgésico, cada vez me pide más y más

— No le entregue más, recuerde que el opio es muy adictivo.

— Lo sé, pero en ocasiones lo veo sufrir por sus dolores y comienza a gritar, no sé qué hacer, me embarga la desesperación.

— Sé que para usted esto es muy complicado... pero mejorará, a medida que pasen los días, cada vez será mejor y ahora que hemos sacado la última tablilla ya solo estamos en camino a la recuperación — Patrick posa una mano en el hombro de Amelia y le regala una sonrisa — Tenga fe, dese ánimos... ya todo va a pasar.

— Gracias doctor

La vida en la mansión Fortunato había cambiado drásticamente.

Jamal se había mudado nuevamente ahí, para ayudar a su amigo en hacer sus actividades de la vida diaria y no dejar sola a Amelia, que en ese momento necesitaba más apoyo para superar esta crisis.

Se había trasladado la habitación del matrimonio a la planta baja, para que así Víctor no tuviera problemas de transitar con su silla de ruedas. También se habían creado accesos y rampas para que pueda salir de la mansión a los patios, cuando ya esté mejor. Los padres de Amelia se habían mudado para ayudar a su hija con el cuidado de su esposo y para hacerle compañía en estos momentos de angustia.

En cuanto a Celenia y Agustín venían cada tanto a visitar a su hijo, pero les era doloroso verle en tal estado. Agustín mantenía la dirección de la empresa de carbón, hasta que Víctor estuviera mejor y pueda retomar sus funciones, esto hizo que debiera viajar constantemente como antes a las minas.

Dorotea seguía a cargo del cuidado de los pequeños que, para ellos, la vida seguía siendo normal, con la excepción de no entender por qué ahora papá Víctor estaba en cama, y aunque se les explicaba, ellos seguían creyendo que era porque estaba muy cansado para levantarse.

Perla, por su lado, era el gran apoyo de Amelia, ella le daba ánimos y la ayudaba también en hacerle ejercicios a Víctor para que sus articulaciones no se volvieran rígidas por el estado de postración.

Víctor sentía que la vida había terminado. A diario pensaba que habría sido mejor morir. Los dolores eran demasiado fuertes y en ocasiones insoportables, sentía como si todos los huesos del cuerpo ardieran y una electricidad desagradable corría por sus nervios, haciendo sentir sus brazos adormilados, en ocasiones hasta se le dificultaba el respirar, pero nada era peor que la pérdida de su autonomía, sentir que era una carga para todos y que, debido a él, ahora el mundo giraba en torno a su postración. Estaba avergonzado a diario que las cosas más íntimas ahora no las podía hacer solo y necesitaba de alguien que le apoye, como ir al baño. Su ánimo pronto decayó y estaba cursando en una profunda depresión, ya la vida no tenía sentido, no le provocaba placer o alegría nada, solo esperaba que el tiempo pasara para ver si su situación mejoraba, pero con el paso de cada día, perdía más las esperanzas.   

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