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Capítulo 6

La señora Fortunato charlaba animadamente en la mesa del jardín, junto con Esther y María, sin percatarse de que su hijo Carlos había llegado a casa y la miraba desde el interior de la mansión.

Mientras Carlos ve cómo su madre hablaba con las mujeres Chahiwas, desvía su atención al escuchar pisadas y risas provenientes desde el segundo piso, así que se dirige hasta ahí.

Isaac caminaba por el pasillo e ingresa a una habitación que tenía una cama con un cobertor de hilos de seda, pasando sus manos por tan fina tela que se sentía fresca a su tacto, agachándose para mirar debajo de la cama, por si alguno de sus amigos se encontraba ahí, pero al no ver a nadie, se levanta nuevamente para buscar en otro lugar, deteniéndose al ver que un hombre alto y pelirrojo le miraba de manera sombría desde el umbral de la puerta.

—¿Por qué una rata asquerosa como tú está en mi casa? —pregunta Carlos, ingresando a la habitación y cerrando la puerta tras de sí.

El joven Chahiwa le mira atemorizado y baja la vista.

—Nos invitó la señora.

—¿Eso te da derecho a estar en las habitaciones? Seguramente has venido a robar.

—No, estábamos jugando a las escondidas.

—No te creo nada, estás robando.

—Digo la verdad, no soy un ladrón.

—Entonces desnúdate.

—¿Qué? —dice alarmado Isaac.

—Ya escuchaste, revisaré que no te hayas robado nada, así que quítate la ropa.

—No quiero.

Isaac trata de correr a la puerta, pero Carlos lo toma por la parte de atrás de su camisa y lo jala con fuerza, rompiendo la tela al lanzarlo hacia atrás.

—Si no lo haces, entonces llamaré a la guardia para que te arresten por robo.

—Pero no he robado nada.

—¿Y quién va a creerte? Es tu palabra contra la mía —Contesta Carlos con mirada altiva —Tú eliges.

El joven Chahiwa baja la mirada y comienza a desabotonar su camisa rota, dejándola encima de la cama, sintiendo cómo Carlos lo observaba, lo que le producía pudor. Cuando comienza a desabrochar su pantalón, se detiene, ya que no llevaba ropa interior. Levanta la vista, pero el joven que estaba ahí, le hacía un gesto para que se apresure, a lo que Isaac se baja los pantalones y cubre con sus manos sus genitales.

—Recuéstate en la cama —ordena Carlos.

—¿Para qué? Ya ves que no tengo nada. Me quiero ir.

Carlos lo empuja en dirección a la cama que estaba detrás de él.

—Te irás cuando yo lo diga, debo inspeccionarte, así que aparta las manos y quédate quieto.

Carlos pasaba sus manos de manera delicada sobre el pecho del joven que le miraba asustado, recorriendo su cuerpo, tocando su zona íntima en más de una oportunidad , haciendo comprender a Isaac que aquel pelirrojo, solo quería acariciarlo por sus gustos retorcidos.

—Déjame, quiero ir a mi casa —suplicaba Isaac tembloroso, ya que Carlos no dejaba de acariciar su cuerpo desnudo.

—Ya te dije que te irás cuando yo lo diga.

Afuera de la habitación se escuchaban cómo voces llamaban a Isaac y corrían de un lado hacia otro.

—¡ESTOY AQUÍ!

—Cállate estúpido.

Carlos cubre la boca de Isaac con su mano, pero él comienza a agitarse, liberándose y vistiéndose rápidamente con sus ropas.

La manilla de la puerta trataba de abrirse, pero esta estaba cerrada con llave, así que comienzan a tocar la puerta repetidamente.

—Isaac ¿Estás ahí? —pregunta Eleonora desde afuera.

Carlos toma rápidamente por el brazo al joven que trataba de escapar asustado, cuando llega a la puerta.

—No debes de hablar con nadie de lo que pasó, o le diré a todos que viniste a robar. —amenaza Carlos.

—Ya déjame, no me toques... eres un sucio depravado.

Sin importar en la condición en que estaba, Isaac le quita el seguro a la puerta y escapa de la habitación, con la mirada sorprendida de los jóvenes que estaban afuera, alarmándose al verlo correr por el pasillo con sus ropas maltrechas y como Carlos salía del lugar de manera despreocupada.

—¿Qué le hiciste a Isaac? —Pregunta de manera rabiosa Eleonora.

—NO ME FASTIDIES —Carlo empuja con fuerza a su hermana para abrirse paso, dirigiéndose a su alcoba.

Al llegar a la planta baja, Isaac llega al jardín en donde estaban las mujeres charlando, quienes, alarmadas al verlo agitado, con su camisa rota y sus pantalones semiabiertos, se levantan de un salto y se dirigen donde él.

—¡Dios santísimo! ¿Estás bien muchacho? —pregunta Loreta preocupada.

El joven negaba con la cabeza, teniendo la mirada fija en el suelo, hasta que comienza a llorar.

Rápidamente, llegan Eleonora, Aarón y Magdalena al jardín, viendo cómo Isaac lloraba y era consolado por Esther.

—¿Qué pasó? —pregunta María a sus hijos.

—No lo sabemos.

—Carlos lo tenía encerrado adentro de una habitación. —dice Eleonora, acariciando el cabello de su amigo que tenía el rostro clavado en el hombro de Esther.

Luego de tranquilizarse y tomar un jugo de frutas con un trozo de pastel, Isaac decide hablar en privado con Esther y la señora Fortunato, ya que no deseaba que sus amigos se enteraran de lo sucedido, puesto que se sentía muy tonto y asqueado.

El relato de Isaac escandalizó a las mujeres, quienes trataron de mantener compostura ante lo que había ocurrido en las habitaciones.

Antes de que sus invitados se marchen, la señora Fortunato le obsequió a Isaac pasteles de fruta, un pollo y una pierna de jamón para que llevara a casa, además de enviarle un mensaje a su madre, en el que ofrecía dos trajes nuevos que consistían en camisas y pantalones, además de un par de zapatos nuevos, a modo de disculpa y compensación, a lo que Isaac estaba feliz, olvidando rápidamente lo que había vivido, pero que, por el contrario, tenía completamente mortificada a la señora Fortunato, preguntándose cómo decirlo a su esposo.

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