Capítulo 4
La vida continuaba con normalidad en la escuela de las hermanas Carmelitas de la Caridad, o al menos, eso era lo que trataban de demostrar Eleonora y Aarón, que se entregaban notas románticas durante las clases, ya que no podían verse tan seguido como quisieran, y mucho menos tener un momento en privacidad.
Si bien, ambos jóvenes trataban de aparentar normalidad, para Aarón era muy difícil mantener las apariencias, puesto que su mirada y sonrisa instantánea al ver a Eleonora lo delataba.
-Señorita Eleonora, me permití traerle estas galletas de fruta confitada -Dice Eduardo, un joven de un curso superior, hijo de un productor de aceite local, y que estaba notoriamente interesado en Eleonora de hace algún tiempo.
-Gracias por su consideración -responde Eleonora, tomando la caja de galletas y regalándole una sonrisa amable.
-Mi padre quiere invitar a su familia a una cena en nuestra casa, para hablar de negocios. Me encantaría que pueda asistir, así podré tocar el violín para usted, se me da muy bien.
Se encontraban charlando en un fresco corredor de la escuela, alejados del calor del mediodía, seguidos muy de cerca por los amigos de Eleonora, esperando que corte a aquel muchacho, que les estaba quitando valiosos minutos en aquel descanso.
Aarón le miraba malhumorado por los celos, puesto que odiaba como otros trataban de tener acciones gentiles con su secreta novia.
-No deberías de recibir sus obsequios, creerá que estás interesada en él -dice Aarón de manera sombría cuando Eleonora se acerca nuevamente, luego de despedirse de aquel muchacho.
-¿Para qué perder un regalo? Además, lo puede compartir con nosotros ¿Verdad? -dice Magdalena, esperando a que su amiga le ofrezca alguna galleta.
Eleonora sonríe y abre la caja de galletas, ofreciéndoles a sus amigos, que se abalanzan rápido para tomar una. Mientras Isaac y Magdalena disfrutaban del contenido de la caja, Eleonora gira la vista para ver a Aarón que seguía molesto, ya sabían que los celos serían un problema, pero él se estaba dejando en evidencia, así que se aproxima para susurrarle.
-No te enfades, sabes que será así.
-No me gusta, no quiero que otros sean amables contigo. Además, que me gustaría poder verte más seguido, pero ni siquiera podemos de hablar de nosotros, porque siempre... -Aarón se detiene cuando Magdalena se acerca con la boca llena de migajas.
-Isaac se las va a comer todas, debes guardarlas.
-Es mentira, dejaría una para que la pruebe -ríe Isaac.
-Pueden comérselas, no me gustan las frutas confitadas -respondía Eleonora, esperando que se alejen para retornar la charla con su novio, pero el sonido de la campana, hace que todos deban regresar a las aulas.
Eleonora al llegar a su pupitre, escribe una nota rápida y se la arroja a Aarón, quien la atrapa en el aire, leyendo su contenido.
"Te prometo que buscaré alguna forma de vernos más seguido"
Él sonríe y asiente con la cabeza, mirando cómo la joven pelirroja le guiñaba un ojo, para voltearse nuevamente cuando ingresa la religiosa que les impartirá clases ese día.
Aarón se sentía muy bien al saber que era querido por la chica que le quitaba el pensamiento, deseaba poder tomar de su mano y caminar a su lado, aunque sabía que aquello eran solo ilusiones, porque entendía que sus padres, jamás dejarían que una muchachita de clase alta, pueda estar con un indígena como él.
Al terminar las clases, Eleonora se despide de sus compañeros de clases y de sus amigos, para salir de la escuela y ser acompañada por las criadas que le esperaban en la puerta con una sombrilla para el sol, pero ese día, no había ninguna criada esperando por ella, lo que la hace girarse y correr rápidamente al interior de la escuela para buscar a sus amigos.
-No están las sirvientas. Rápido, ¡Vamos! -dice apresuradamente Eleonora al ver a los jóvenes que caminaban a la salida con sus cuadernos.
Todos echan a correr lo más rápido que pueden, ya que cuando las sirvientas se retrasaban en ir por Eleonora, aprovechaban los jóvenes de tomar un camino alternativo para no topársela, y así compartir de algún momento charlando, antes de regresar a la mansión.
Ya alejados de la calle principal, siguen el camino del cementerio, que se encontraba detrás del convento, jadeando por haber corrido aprisa y riendo por la travesura realizada.
-Qué suerte que no estaban las sirvientas -dice Aarón, caminando de manera tranquila junto a los otros.
-¿Vamos al río? -Pregunta Eleonora.
-Pero te regañarán -dice sorprendido Isaac.
-Mi padre no llegará hasta tarde, y las sirvientas no dirán nada, para que no les reprendan.
-Yo digo que es una buena idea -responde apresuradamente Aarón, ya que era una grandiosa oportunidad de estar un momento a solas.
-Sí, vamos... vamos... vamos -ríe de manera alegre Magdalena, dando saltitos al lado de Eleonora y haciendo un baile ridículo.
La alegría de los jóvenes no dura mucho, cuando sorpresivamente alguien empuja con violencia a Magdalena, lo que la hace caer estrepitosamente hacia el suelo, dándose un arañazo que comenzó a sangrar en el codo derecho. Todos al girarse, ven a Carlos, el hermano de Eleonora que les miraba de forma amenazante.
A diferencia del resto de los Fortunato, Carlos no era amable, ni simpático, por el contrario, tenía una actitud arrogante y orgullosa, a pesar de tener tan solo 17 años, con un hermoso rostro de apariencia angelical al igual que Eleonora, pero que provocaba temor en los jóvenes que le observaban.
-Hermano ¿Por qué estás aquí? -pregunta de manera tímida Eleonora.
Aarón se había agachado para ayudar a su hermana a colocarse de pie, pero cae al suelo también, cuando Carlos le empuja con el pie.
-¿Quién de estos mugrosos te dijo que escaparan de la escuela? -pregunta de manera despectiva Carlos.
-Fui yo. Ellos son mis amigos, yo les dije que corriéramos, cuando no vi a las sirvientas. -Se justificaba Eleonora.
-Fui a buscarte, por eso las criadas no estaban. Ni siquiera me viste, solo corriste junto a estos monos -Carlos seguía mirando de manera enojada a su hermana. -Qué vergüenza, por eso deben de colocarte escolta, porque actúas como una tonta, y ya papá no confía en ti.
-Perdón, pero no quería hacer nada malo -responde Eleonora triste, ya que odiaba decepcionar a sus padres o hermano.
Carlos da un suspiro, pero se gira malhumorado al sentir de cerca a uno de esos muchachos.
-¿Qué me miras? Pedazo de mugre.
Isaac se cubre el rostro pensando que aquel pelirrojo le golpearía, retrocediendo para escapar, pero Carlos toma por el brazo a su hermana, para llevársela de aquel lugar.
Los jóvenes Chahiwas ya estaban acostumbrados a las ofensas por parte de los habitantes de la ciudad, que cada vez eran más agresivos con ellos, debido a que se volvían más presentes en una sociedad que no quería abrirles las puertas.
-Hermano, fue mi culpa lo que pasó, no era necesario que dañaras a Magdalena -dice Eleonora caminando deprisa al ser llevada por su hermano, que clavaba sus dedos en su brazo de manera firme, lastimándola.
-Sabes muy bien que a nuestro padre le preocupa que te acerques tanto a esos indios. Si yo no llego ahora, quizás esos bastardos, que te habrían hecho.
-Ellos tienen honor y son de buen corazón, por eso son mis amigos, jamás permitirían que algo malo me pase.
Carlos suelta el brazo de su hermana y sigue caminando con ella por las calles de piedra.
-¿Sabías que papá quiere enviarte a estudiar con los tíos a España?
-¿Qué? ¿Cómo sabes eso? -pregunta sorprendida Eleonora.
-Escucho lo que en ocasiones habla con mamá. A él no le gusta que tengas tanta cercanía con los varones y mucho menos con los indios. Si papá se entera de que estás pidiéndoles escapar o te ves a solas con muchachos, te aseguro que estará furioso.
-Por favor, no se lo digas -Eleonora suplica asustada.
-Yo no le diré nada. Pero ya lo sabes, al primer error, te enviarán a España.
Realmente Eleonora estaba asustada, ya que ese rumor, cada vez se estaba escuchando más fuerte y era mejor no darle motivos a su padre para cumplir ese deseo.
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