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Capítulo 37

Eleonora había pedido hablar con el Líder de la aldea, pero como le dijo Ishku, al no ser parte de la sociedad Chahiwa, se le negó.

Al regresar a la casa, Piara y Mishki trataban de calmarla, ya que estaba hecha una furia, y a pesar de que Ishku también trataba de arreglar el asunto, su presencia solo empeoraba la situación, así que decide encerrarse en su habitación, para que así ella pueda apaciguar su ira, con las esperanzas de que mañana esté más calmada.

Al estar acostada en la cama con Mishki, Eleonora espera que avanzara más la noche, para escapar sin ser descubierta.

Sigilosamente sale de la cama, sin despertar a su amiga, buscando en la oscuridad su vestido celeste con el que había llegado y que ahora estaba tan desgastado, porque al regresar a Puerto Blanco, era peligroso que le vieran como una Chahiwa, o podrían atacarla.

—Eleonora ¿Qué haces? —pregunta somnolienta Mishki, ya que se había despertado.

—Sigue durmiendo. Solo quiero ir al baño.

—¿Por qué te has puesto ese vestido? —le mira con sospecha —¿Quieres escapar?

—No digas nada —Eleonora se acerca, haciendo un gesto para que guarde silencio.

—No lo hagas, salir en la oscuridad te hará perder el camino. Podrías ser atacada por pumas o caer por un acantilado.

—No me pasará nada.

—Mañana le pediremos a Ishku que te regrese a casa.

—Él lo impedirá. Por favor, no digas nada.

—Eleonora...

La joven pelirroja sale apresuradamente sin escuchar lo que Mishki le advierte, puesto que debía correr lo más rápido que podía, ya que su amiga no guardaría aquel secreto.

Mishki, se levanta rápidamente e ingresa a la habitación en donde dormía su hermano.

—Ishku... rápido. Eleonora se ha ido.

—¿Qué? —se despierta y levanta de un salto al escuchar eso. —¿Hace cuánto que se fue?

—Recién. Rápido, podría perderse en la selva.

Ishku sale de la casa, corriendo a toda velocidad.

Desde la distancia, Eleonora escucha cómo alguien corría por el camino al igual que ella, sabía que hacer ruido y seguir en ese camino le descubriría, así que se oculta entre los arbustos, evitando hacer ruido, viendo cómo Ishku corre por el camino, siguiendo de largo.

Cuando Eleonora deja de escuchar aquellas pisadas, sale de su escondite, adentrándose entre los árboles.

Había caminado bastante tiempo, hasta que escucha el ruido del río, así que se dirige a la fuente de ese sonido, ya que caminaría por su ribera hasta su desembocadura que quedaba cercano a Puerto Blanco.

A pesar de caminar, no lograba llegar. Sabía que se había perdido, pero dejar de andar, sería lo peor.

—¡ELEONORA!

Aquel grito de Ishku tan cercano a donde se encontraba, le atemoriza. No deseaba que le encontrara, ya no quería verlo, puesto que prefería conservar los tiernos recuerdos que tenía de él cuando eran adolescente, que la pésima imagen que se había forjado en su adultez.

—¡ELEONORA! REGRESA...

Sin mirar por donde corría, ya que la hierba era alta, pierde el suelo en su escape, cayendo por un barranco, afirmándose de la raíz de un árbol, lo que le hizo dar un grito.

No pasó mucho, cuando Ishku aparece en el borde, mirándola hacia abajo, estirándose para alcanzarla.

—Eleonora, toma mi mano.

Ella estaba asustada, puesto que mira hacia abajo para presupuestar cuánto daño recibiría si caía desde aquella altura. La oscuridad le impedía ver el fondo del risco, pero sabía que su destino sería trágico.

Con gran esfuerzo, ella trata de tomar de la mano de Ishku, pero le era difícil y comienza a gimotear y a temblar.

—Tranquila, debes ser fuerte.

—No puedo, tengo miedo.

La raíz de la que se había afirmado, estaba con barro y se estaba resbalando.

Ishku, trata de afirmar sus piernas en las raíces del árbol, ya que ella no podría escalar sola, pero al hacerlo, las raíces comienzan a moverse, haciendo que la joven ya no tuviera fuerzas para seguir colgada, resbalando y cayendo al vacío con un grito de pavor, lo que congela a Ishku, que se mantenía con los brazos estirados, sin poder creer lo que había ocurrido.

***

Los señores Fortunato se encontraban esa tarde de sábado, charlando en la sala principal, mientras bebían copas de jugos frutales, siendo interrumpidos por una sirvienta para informarles que un monje jesuita deseaba hablar con ellos.

Sin comprender el motivo de aquella visita, los señores Fortunato acuden a recibir a aquel religioso que estaba en el hall principal, llevando consigo una caja de sombreros desgastada.

—Disculpen el haberlos interrumpido durante su descanso, pero he venido a traerles información de su hija —dice el clérigo.

—¿Eleonora? Por favor, díganos que sabe —solicita Loreta.

—Un indio Chahiwa me pidió que les entregara esto —el monje estira los brazos para entregar la caja.

Don Sebastián la toma apresuradamente, abriéndola y descubriendo que en su interior, había una carta y el vestido de su hija que había utilizado la última vez que le vio, estando rasgado, sucio y con manchas de sangre.

Loreta ahoga un grito y se cubre los labios al ver aquel vestido hecho harapos, mientras que las manos de Sebastián temblaban al sacarlo de aquella caja.

—Lamento traerles esta trágica noticia, pero su hija, ha fallecido.

Sebastián presiona el vestido de Eleonora sobre su pecho girándose para buscar algo en donde tomar asiento, porque ya no sentía que lo vivido era real, haciendo que sus piernas le traicionen, cayendo de rodillas.

El monje se retira después de haber dejado aquella encomienda, para dar privacidad a la familia.

Loreta no podía creer eso, no quería entrar en desesperación, así que toma la carta que su esposo había dejado caer al suelo, para leerla en voz alta.

Señores Fortunato.

Me es doloroso informar que su hija Eleonora, ha fallecido al caer desde un acantilado de gran altura, por adentrarse en la selva sin conocer el camino.

Rescatamos su cuerpo y le dimos santa sepultura.

Enviamos el vestido que llevaba, como prueba de esta tragedia.

Supongo que esta demás informarles que se terminan nuestras negociaciones.

Lamentamos las hostilidades y el daño que les hemos causado, puesto que ustedes, siempre fueron generosos con nuestro pueblo, y por eso, pido su perdón.

Aarón.

Luego de leer esa carta, Sebastián comienza a llorar a gritos, presionando el vestido, mientras los criados se aproximaban alertados al escuchar a su señor.

Fue informado de la noticia Carlos, que se unió al lamento familiar, pero a diferencia de sus padres, él gastaría lo que fuera necesario para dar búsqueda a la aldea Chahiwa y matar a esos bastardos, por haberle arrebatado a su preciosa hermana.

—Mi amor ¿Qué haces? —pregunta Loreta al estar a solas con su esposo en el despacho de él.

—Escribo carta a Sergio. Él debe haber enviado los ahorros familiares... seguramente llegarán en unos días —responde gimoteando, ya que le dolía el pecho por tanto llorar.

—Luego se lo devolveremos, no es necesario escribir ahora —comenta Loreta con calma.

—Es para avisarles... lo que le ha pasado a mi niña...

Loreta rápidamente toma la carta que estaba escribiendo, volteando tinta en ella y arrugándola.

—No les escribirás eso. Ella no está muerta.

—Pero ¿Qué dices mujer? —pregunta sorprendido Sebastián.

—Ya te he dicho que ese joven no quería dinero, solo le quiere a ella, realmente ¿crees que algo así pudo pasarle?

—Pero... el vestido...

—Eso puede ser cualquier cosa, incluso sangre de pollo. —Loreta se aproxima y acaricia la mano de su esposo —Ella está bien, créeme.

—Mi amada, considero que no estás bien y me preocupa tu cordura —responde Sebastián, ya que su esposa se mantenía en negación.

—Estoy bien, y mi instinto me dice que ella también lo está. Pero si tú escribes una carta, solo preocuparás a tu familia de manera innecesaria.

A Sebastián le gustaría creer lo que su esposa le decía, pero presentía que no estaba bien de la cabeza y que el dolor le enloqueció, puesto que abría mucho los ojos para hablar y jalaba un mechón de su cabello constantemente, arrancándose varios pelos.

—Está bien amor mío, no les escribiré y esperaremos, hasta que ella regrese.

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