Capítulo 34
El señor Fortunato discutía con su hijo sobre la manera en que debían de pagar aquella suma obscena de dinero, por el nuevo rescate.
Carlos insistía en contratar hombres para darles cacería y encontrar la aldea Chahiwa, pero Sebastián le preocupaba que al hacer aquello, Eleonora fuera herida.
Padre e hijo, finalmente no llegaron a acuerdo. Carlos, solo deseaba atacar a aquellos secuestradores y matar a quien intervenga en su camino. En cambio, Sebastián escribe una carta explicando esta situación a su familia en España, pidiendo dinero para pagar una gran parte de aquella recompensa.
Al estar a solas los esposos Fortunato, Loreta calma a su esposo.
—Amor mío, no te preocupes por el dinero, y no es necesario que les busquen, Eleonora regresará sola.
—Pero ¿qué cosas dices? ¿Cómo no he de preocuparme?
—El indio que habló contigo, era su antiguo novio. Les vi hablar antes. Cuando ese hombre se la llevó, ella no opuso resistencia, estoy segura de que solamente quieren estar juntos, y por eso ha pedido una suma de dinero imposible, porque no quiere el dinero, solo la quiere a ella.
—Eso es horrible, ¿crees que está bien el haberla secuestrado?, para quizás qué cosas hará con ella.
—Y una buena forma para ti, es venir a presentar sus respetos a la casa, para cortejarla formalmente, visitándola cada sábado con un ramo de flores. —dice Loreta riendo —Ahora que lo digo yo, suena ridículo ¿Verdad?
Sebastián se había quedado en silencio, ya que toda esta situación era una locura. A pesar de todo, deseaba que su hija regresará, así que no toma en cuenta lo que le dice su esposa, puesto que, para él, aquello era ridículo.
***
Luego de que se pagaron los rescates, los Chahiwas y piratas se separaron, cada quien con el botín obtenido y agradeciendo la colaboración, jactándose sobre la gran idea de atacar a la ciudad durante las festividades, puesto que la guardia era baja, y el ejército nacional tardaría en llegar.
Eleonora viajaba con los Chahiwas a su aldea secreta, arriba de una carreta cargada con sacos de semillas. Ella creía que Ishku le había hecho regresar para volver a estar juntos, pero no habían vuelto a hablar, ya que él montaba a su caballo café manchado más adelante y ni siquiera le había liberado las amarras que presionaban sus muñecas y que ya se le incrustadas en la piel.
Luego de un viaje de medio día, llegan a la aldea, donde los guerreros fueron recibidos por sus habitantes con gran regocijo.
Cuando logra Eleonora bajar de la carreta, varios le miran y susurran entre ellos, ya que no esperaban que trajeran a una rehén.
—¿Eleonora? —dice una joven que corre en su dirección, abrasándola.
—¿Magdalena?
La joven levanta la vista, pues había comenzado a llorar.
—Te extrañe, te extrañe tanto...
Eleonora por poco no la reconoce, ya que la última vez que la había visto, era solo una niña de 12 años, pero ahora, era una mujer de 17, y estaba feliz de volver a verla.
La atención de la pelirroja es captada por una acalorada discusión que aumentaba de intensidad, ya que los pobladores reclamaban algo en idioma Chahiwa, donde solo logra entender «Ishku» que se repetía varias veces.
La madre de Ishku aparece, quien le grita de manera rabiosa y le golpeaba con el dedo índice sobre su pecho, pero él, solo se limitaba a responder calmadamente.
—Querida niña, lamento tanto lo que ha ocurrido. Por favor, acompáñanos —invita María.
Las mujeres salen del centro de la aldea en donde se seguía discutiendo con Ishku y se repartían el botín que se había conseguido del ataque a Puerto Blanco.
Eleonora ingresa a un caserío blanco, hecho de palma y adobe.
María le retira con delicadeza las amarras que tenía presionando sus muñecas, que al ser liberadas, estaban rojas y sangrantes, por perder la primera capa de piel.
Magdalena untaba un medicamento a base de hierbas sobre la piel de Eleonora, sintiendo cómo esta ardía, para luego pasar a alivio.
Ishku entra por la puerta, viendo a las mujeres que estaban sentadas a la mesa.
—¿Cómo te atreves a haber pedido recompensa por las Fortunato? Además de haber traído a esta niña aquí. Quiero que la regreses ahora mismo. —dice María.
Ishku responde en idioma Chahiwa, pero su madre le detiene.
—Mientras ella esté aquí, hablaras en español, y no vuelvas a decir que es nuestra esclava. —reprende de manera furiosa María.
Ishku hace caso omiso, respondiendo nuevamente en idioma Chahiwa, recibiendo un bofetón en la boca por parte de su madre, lo que le enfurece, saliendo de la casa y dejando nuevamente sola a las mujeres.
—Perdón por todo. Sé que deben de guardarme rencor por no venir cuando les atacaron. Pero deben creerme, que yo no sabía nada de esto, hasta el día del secuestro. —comenta Eleonora.
—No tienes por qué pedir perdón, nosotros te lo pedimos a ti. Debes de estar tranquila, todo se va a solucionar —comenta María.
—Me alegra tanto que ya estés con nosotros. Desearía que no te marchases, es una alegría verte después de todo lo que ha pasado —dice Magdalena.
—Y tú estás tan bonita. —sonríe Eleonora a su amiga —Supe que ya no ocupan sus nombres cristianos. Me gustaría llamarlas por sus verdaderos nombres, para no ofenderles.
—Yo soy Mishki, y mi madre es Piara.
—Trataré de recordarlos, para nombrarles así de ahora en adelante. Isaac ¿En dónde está? No lo he visto ¿Está bien?
Apena lo menciona, el rostro de las mujeres que estaban con ella cambia, realizando una mueca de amargura, haciendo que Mishki comenzara a llorar, lo que alarma a Eleonora, ya que pronosticaba lo que le dirían.
—No por favor... dime que está bien —pide Eleonora que había comenzado a llorar también.
—Cuando fue el ataque, esos malditos atacaron a quien fuera, le dispararon a mujer y niños, a pequeños que apenas sabían caminar. Que sus almas ardan en el infierno —dice Mishki apretando los dientes.
—No digas eso. No desees el mal. —dice con ternura Piara, tomando de la mano de su hija que gimoteaba.
—Pero ¿Qué pasó con él? —pide saber la pelirroja, que no controlaba la amargura que se acumulaba en su pecho y que le hacía gimotear.
—Esos... la turba, le dispararon por la espalda cuando corría junto con el resto. Su padre lo cargó y le llevó en su espalda al buscar refugio, hasta que la mansión Fortunato nos ocultó, pero cuando su padre lo dejó en el suelo, él ya estaba muerto.
Al escuchar eso último, Eleonora llora a gritos, puesto que él no merecía ese destino. Era bueno y cariñoso, debió ser un esposo y padre, con una vida feliz y satisfactoria, no aquel final tan miserable. Ahora Eleonora comprendía el dolor que sentían los Chahiwas y que el pago por el rescate de las mujeres, era una poca retribución por todo lo que perdieron ese día.
—Tus padres fueron muy gentiles, llamaron a médicos y enfermeras para cuidar de los heridos, les debemos la vida. —dice Mishki, consolando a su amiga.
—Enterraron a nuestros muertos en el patio de su mansión, para que así, no fueran profanadas sus tumbas.
Eleonora recordaba, que después de que había regresado de España, en el patio de su casa, había un pequeño altar con una gran virgen. Ella pensaba que era decorativo, pero ahora estaba segura de que era la tumba de los Chahiwas. Su amigo Isaac fue quien estuvo más cerca de ella durante todo ese tiempo.
Ishku, que estaba afuera de la casa, había vuelto a escuchar aquella historia y como lloraba amargamente Eleonora, lo que volvía a formarle un nudo en la garganta y sintiendo un dolor en el pecho, al contener las lágrimas que trataban de escapar. Pero él no lloraría, jamás lo haría, no sería débil nunca más.
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