Capítulo 23
Danilo se había vuelto cada vez más cariñoso con Eleonora, le daba pequeños regalos, esperando ver alguna reacción favorable a sus sentimientos, pero al pasar los meses, ella seguía actuando de la misma manera, de forma alegre y tierna, lo que no le daba una respuesta para poder avanzar un poco más, pero algo era seguro, su compañía no le incomodaba.
El tiempo pasaba, pero no había llegado correspondencia de sus amigo o Aarón, lo que preocupaba a Eleonora, pensando que todos estaban molestos con ella por no haber regresado en la fecha que les prometió.
Después de enviar cartas constantemente, creyendo que se habían perdido en el viaje, recibe respuestas luego de cuatro meses de espera.
Las ansiadas cartas habían llegado, y en todas ellas le explicaban lo mismo. Existían hostilidades entre los criollos y el pueblo de los Chahiwas, que deseaban desalojarlos de sus tierras, ofreciendo comprar los terrenos con propuestas miserables. Debido a que no existen acuerdos, algunos los han violentado, cerrándoles las puertas al comercio, e incluso, trataron de quemar una de las viviendas.
Eleonora estaba preocupada con aquella situación, a pesar de que sus amigos y novios le aseguraban de que todos se encontraban bien y pronto la situación se resolvería, pero que debido a los acontecimientos, le era difícil recibir su correspondencia, así que se retrasarían en responder.
Las clases continuaban en la escuela Fortunato. Danilo y Alberto, estaban cursando su último año, para luego aprender de la administración de sus compañías familiares, estudiando en academias de más alto nivel.
La temporada navideña se aproximaba, pero en el Palacio Fortunato se celebraba el cumpleaños de Eleonora y Luciana, en donde solo fueron invitados los amigos más cercanos.
—¿Vieron el golpe que tiene nuestro buen amigo el Conde en el rostro? —susurra Danilo.
Los cuatro jóvenes estaban jugando a las cartas y charlando de manera discreta en el gran salón de invitados, mientras reían y veían cómo los señores Fortunato charlaban con los Condes, bebiendo una taza de té.
—No creo que le golpee su mujer. —comenta Luciana. —Ella es una anciana, es imposible que tenga la fuerza para hacerlo.
—Quizás lo golpea con algún objeto —afirmaba Alberto.
—Ella no lo golpea —asegura Eleonora —ya les dije que el corazón de una anciana, no resistiría tanta actividad.
—Pero ha resistido. Mira cuantos años han estado casados — ríe Luciana.
—Ellos son la clara muestra de un matrimonio por conveniencia —Alberto arruga la nariz al hablar —Es muy desagradable ver la ambición por solo tener un título de nobleza.
—Yo creo que la Condesa es fabulosa. Es una mujer fuerte y decidida, además de tener lo que quiere. —responde Eleonora, ya que no le agrado aquel comentario ácido de Alberto.
—Siempre has admirado a la Condesa. ¿Será por sus regalos? —Pregunta sonriente Danilo.
—Claro que no bobo. Es porque tiene un joven esposo que le da noches apasionadas. —dice confiada Luciana.
—Exacto, y seguirán estando juntos, hasta que el corazón de la anciana resista el ímpetu de su esposo.
Los jóvenes estallan en carcajadas, puesto que siempre hablar de los Condes, era motivo para hacer bromas, pero aquellas bromas, pronto llegarían a su fin.
La Condesa de Valcáliz, falleció en los primeros días cálidos de la primavera, producto de un ataque cardíaco.
Cuando se informó esta noticia y la causa de muerte de aquella mujer, tanto Luciana como Eleonora presionaron sus labios para no reír, clavando la mirada al piso y empuñando sus manos en los vestidos, algo que no pudo controlar Danilo, quien explotó en carcajadas, a lo que sus padres le reprenden severamente, por burlarse de una noticia tan delicada como esa.
Don Sergio Fortunato, al ser el amigo más cercano del Conde de Valcáliz, lo acompaña junto a toda su familia, para estar presentes en un momento tan doloroso como aquel.
El viudo Conde, recibía con gran humildad las condolencias y agradecía la compañía recibida en aquel momento tan doloroso para él.
Eleonora se sentía culpable por haberse burlado por tanto tiempo de aquella pareja, y no era la única, ya que sus primos, también tenían un semblante culpable durante los servicios funerarios, puesto que el Conde, tenía los ojos hinchados por haber llorado a su esposa y un semblante melancólico, que demostraba cuán grande era su sensación de pérdida.
Debido al estado del Conde, los señores Fortunato no deseaban que estuviera solo, así que le invitan a pasar su duelo en el Palacio, para así recuperar el ánimo en un ambiente familiar.
El tiempo avanzaba, y Eleonora, solo recibía correspondencia de sus padres y hermano, pero no había rastro de cartas de los Chahiwas, pero ella trataba de no preocuparse demasiado, ya que sus amigos le habían avisado de que en aquellos tiempos turbulentos, su correspondencia se tardaría en llegar.
Durante una noche, Eleonora dormía apaciblemente en su habitación, hasta que súbitamente, comienza a tener una pesadilla, que agitaba su respiración, moviendo sus extremidades, lo que le hizo sudar.
La pelirroja se encontraba en Puerto Blanco, pero todos corrían, escapaban de algo, hasta que escucha una explosión. Los buques piratas estaban atacando la ciudad, las viviendas de los pobladores ardían, y el cielo se cubrió de llamas y humo.
Existía un gran caos, puesto que los piratas disparaban a quien fueran. La sangre se derramaba, otros gritaban desde el interior de las viviendas en llamas, ya que no podían escapar, los niños pequeños lloraban al estar perdidos, y eran empujados y pisoteados por el terror de quienes escapaban. Mientras Eleonora corría junto con la multitud, mira a Magdalena e Isaac que yacían muertos en el suelo, con disparos de escopetas en el cuerpo.
No logra divisar a Aarón, por el caos del momento en donde se abalanzaban sobre ella rostros atemorizados, lo que le hizo correr asustada en dirección a su casa, la cual se incendiaba al igual que el resto, viendo como por los ventanales, sus padres gritaban por ayuda, pero que el fuego ya los tenía rodeados, lamiendo sus pieles, volviéndose masas deformes.
Con gran desesperación Eleonora lanza un grito y salta de la cama para correr por el pasillo de la mansión de sus tíos, deteniéndose, al comprender que todo lo que vio fue un sueño, uno demasiado horrible, que aún sentía como real.
La joven comienza a llorar, pero guarda silencio, ya que todos dormían en sus habitaciones.
Eleonora sentía que algo estaba mal, que algo muy malo había ocurrido y aquel sueño le avisaba.
A pesar de regresar a su dormitorio, aún tenía mucha adrenalina en el cuerpo como para volver a recostarse en la cama, así que da una caminata por el pasillo.
Ella estaba vagando por aquel palacio vacío, hasta que divisa una luz que provenía desde el salón de lectura. Toca a la puerta y una voz masculina le invita a ingresar.
El Conde de Valcáliz estaba sentado, leyendo un libro y le mira expectante.
—¿Se encuentra usted bien? —pregunta el hombre de forma amable.
—Disculpe que le interrumpa, me sorprendió ver luz a estas horas. —dice Eleonora acercándose.
—No puedo dormir, así que trato de leer. Pero usted, se ve triste, ¿ha tenido una pesadilla?
Eleonora asiente con la cabeza.
—Si uno muy horrible... que —comienza a llorar.
El Conde se levanta de su silla y le aproxima un vaso con agua.
—Pude contarme. Se dice que cuando un sueño se cuenta a otro, jamás ocurren.
Eleonora recibe agradecida el vaso con agua y lo bebe de un sorbo.
—En mi sueño, mi ciudad era atacada y mi familia y amigos los vi morir. Creo que algo muy malo les ha pasado.
—Debe calmarse. Las pesadillas, solo muestran nuestros miedos más íntimos. Puede escribir una carta a su familia, preguntando si todos se encuentran bien, se dará cuenta de que no había nada porque preocuparse.
—Gracias. Me quedaré un momento aquí. Si no le incomoda.
—Me vendría bien tener compañía.
Eleonora escribió cartas esa noche a su familia y amigos, esperando que todos se encontrarán a salvo y que aquella pesadilla, solo fuera producto de su imaginación.
Ya era tarde y la joven comenzó a sentir sueño. Mira al Conde que seguía inmerso en la lectura.
Ella se despide para regresar a su alcoba, pero al caminar por el pasillo, vuelve a recordar aquel horrible sueño y pensaba que no quería pasar esa noche sola, así que acude a la alcoba de su prima Luciana.
Al entrar en aquella bonita habitación, se aproxima a la cama de ella y toca su hombro de manera delicada.
—Ely ¿Qué pasa? —pregunta la rubia somnolienta.
—Tengo miedo, he soñado cosas feas.
Luciana se acomoda, para dejarle espacio a su prima que se recuesta en la cama y se cubre con las sábanas. Ambas se abrazan bajos las mantas, y al sentir esa calidez y compañía, calma las preocupaciones de Eleonora, que rápidamente logra conciliar el sueño.
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