
Capítulo 43
En Villa de los Toros, los Condes de Valcáliz aprovecharon de realizar compras navideñas, además de adquirir varios tipos de jamón y aves de caza, para que sean preparados en la cena de noche buena.
Como siempre, Maximiliano estaba preocupado de llevar confites a los hermanos de su esposa y dulces de licor para los abuelos.
Muchas caras sonrientes recibieron a los Condes a su llegada en el Palacio Fortunato, que le esperaban para almorzar.
Los señores Fortunato estaban ansioso por conocer el motivo del viaje de los esposos, ya que tenían esperanzas de que el matrimonio de Luciana y Maximiliano, fuera armonioso, esperanzas que crecieron al verlos tan unidos, entregándose tiernas miradas de amor y complicidad, además de hablarse de forma cariñosa e informal.
No fue necesario esperar mucho para satisfacer la curiosidad de Emelina. La oportunidad se dá, cuando las mujeres bajan a la cocina para ayudar a mamá Amelia a preparar la cena de noche Buena, ya que todos los años, era ella la que la realizaba, como una tradición familiar.
Emelina sabía que debía ser cuidadosa al hablar con su hija sobre aquel tema, puesto que aún Luciana podía seguir desilusionada del amor.
- Fue un viaje muy repentino a las montañas ¿Existía algún motivo especial para ir? - pregunta, acercándose a su hija que estaba pelando unas manzanas, mientras ella toma un cuchillo para hacer lo mismo.
- No, ningún motivo especial. Solo queríamos hacer un viaje.
- ¿Fue un buen viaje? Pregunto por si lo has disfrutado.
- Sí, fue placentero.
- Me alegro. ¿Cómo nació la idea de salir? Fue muy repentino o ¿Lo planificaron con anterioridad?
Luciana mira a su madre con una sonrisa traviesa y comienza a reír.
- Ya madre, pregúntame lo que quieres saber abiertamente.
- Ay Luciana, dime si ahora realmente son esposos y dejaron esa distancia.
- Si madre, lo somos. El viaje que realizamos, fue nuestra luna de miel.
Emelina junta las manos en forma de plegaria y mira al techo de la cocina.
- Oh gracias, Dios mío, por escuchar mis oraciones - Emelina abraza a su hija de tanta alegría que sentía - ¿Eres feliz?
- Si madre soy tan feliz... Ay mamá, tenían razón, él es un hombre maravilloso, solo quiero estar a su lado a cada momento.
Mamá Amelia, que escuchaba sin decir nada, se acerca también para abrazarla.
- Pero que lindo mi niña, me alegro por ti, porque la vida te dio la posibilidad de amar.
- Además, que has vuelto a ser la joven alegre y cariñosa que eras antes... estábamos hablando de eso con tu padre. Siento como si regresaras a nosotros, después de tanto tiempo.
- Perdóname mamá por preocuparles, pero ya estoy bien.
- Existe la posibilidad de que tengan familia - pregunta Amelia sin contener la curiosidad.
- Una alta posibilidad abuelita.
Las mujeres nuevamente abrazan a la joven que irradiaba felicidad.
Después de la celebración de la eucaristía, la familia Fortunato regresó al palacio para compartir la cena de noche buena y luego realizaron juegos en el gran salón, charlaron, bebiendo algún licor y disfrutaron del ambiente familiar, hasta que ya era casi la media noche y regresaron todos a sus habitaciones.
Los Condes se quedarían esa noche en el Palacio, ocupando la antigua habitación de Luciana, que fue acomodada para su estadía.
- Estoy mareado, Sergio me ha dado de beber mucho licor - dice Maximiliano, retirándose torpemente los pantalones para ir a la cama.
Luciana ríe y se acerca para ayudarle a desabotonar su camisa.
- Pero no vi que te negaras a seguir bebiendo.
- Es que abrió ese vino de grosellas, sabe que me gusta.
- Ah sí... por eso no pudiste dejar de beber hasta que terminaste la botella. Yo solo vi a mi padre beber nada más que un vaso.
- Lo que encuentro extraño, es que no bebieras del licor que prepara tu abuela para estas fechas. Sé que te gusta bastante, pero en cambio, solo tomaste jugos de vegetales.
- Mi madre y abuela recomendaron que no beba licor, en cambio, solo tome jugos de frutas o de vegetales, para que mi cuerpo se prepare.
- Prepararse, ¿para qué?
- Para cuando quede en cinta.
Ambos se miraron en silencio después de eso y rápidamente la embriaguez del Conde desaparece.
- ¿Crees estarlo? - pregunta Maximiliano.
- No lo sé, pero podría ser. Aún es muy pronto para saberlo - ella lo mira expectante - Nunca he sabido, si quieres un hijo.
- No había pensado en eso, puesto que nunca creí que te entregarías a mí. Pero ahora, eso me hace muchas ilusiones.
- Si, a mí también. Aunque nunca me detuve a reflexionar en ser madre, pero sé que contigo, será una experiencia maravillosa.
- Lo será - responde él con una sonrisa, pero su semblante demostraba preocupación.
- ¿Algo te incomoda de eso? No te veo tan convencido.
- Siempre te he dicho que no importa lo que piensen los demás por nuestra diferencia de edad. Pero... ¿qué pasara con nuestro hijo? ¿Podrá verme como un padre? O ¿Me verá como a su abuelo?
- Ay Maximiliano, eso no pasará.
- Ya lo sé, son solo preocupaciones absurdas.
- No lo son, si es algo que te aflige, no es absurdo - Ella toma de sus manos y besa sus nudillos - Maximiliano, quiero una familia junto a ti, quiero hacerte feliz y disfrutar de mágicos momentos que nos dé la vida.
- También lo deseo - Maximiliano da un suspiro y sonríe con ojos que brillaban de felicidad - Aún no me creo que todo esto esté pasando. Nunca imaginé la posibilidad de ser padre, y ahora podré serlo con la mujer que amo.
Esa noche charlaron, preguntándose en cómo sería el tener un hijo, como le llamarían y todo lo que deberían hacer para su crianza. Por primera vez planificaron su futuro juntos y expusieron todas sus ilusiones, hasta que se quedaron dormidos con una sonrisa en los labios, puesto que esta era la felicidad perfecta.
Los Condes al regresar a la mansión Valcáliz, seguían descansando, disfrutando de sus días libres, para regresar al trabajo la próxima semana. Sus vidas eran relajadas, dormían hasta avanzada la mañana, desayunaba en la habitación, daban algún paseo por las tardes y salían a espectáculos o fiestas durante las noches.
Los criados no interrumpían a sus señores cuando ellos se encontraban en su habitación a puertas cerradas, pero esa tarde, el mayordomo de la mansión debía de informar que alguien insistía en ver al Conde.
- Mi señor - toca a la gran puerta del dormitorio de los Condes - Don Ismael ha venido a verlo. Insiste en hablar con usted.
El mayordomo espera un momento, pero al no recibir respuesta, vuelve a llamar, golpeadola con más fuerza.
- Mi señor, Don Ismael ha venido para...
- ¡LARGO DE AQUÍ! - Grita enfurecido Maximiliano desde el interior de la habitación.
- Perdóneme señor. - responde el mayordomo que se retira rápidamente.
Adentro de la habitación, Luciana lanzaba una pequeña risita.
- No te enfades, solo hace su trabajo.
- Ya les he dicho que no quiero interrupciones cuando estoy contigo.
- Pero, siempre estás conmigo...
- Exacto - Maximiliano besa a su esposa y vuelve a dejar caer su cuerpo sobre el de ella, para seguir haciéndole el amor.
Pasaron un momento más, disfrutando de aquella placentera intimidad, regalándose caricias y miradas que expresaban el sentir de sus corazones, hasta culminar.
Desde que confesaron su amor, su vida marital se había vuelto bastante vigorosa, apreciando esos momentos para amarse, acompañados de la esperanza de tener un hijo y crear una familia.
Maximiliano se apoya en su brazo izquierdo para no aplastar el cuerpo de su esposa, abrazándola y arrastrándola hacia él para besarla de forma calmada.
- Deberías ir a ver a tu amigo - dice Luciana, jugando con sus dedos sobre el pecho de su esposo.
- Ya le dije al mayordomo que se marche, debe haberle pedido que se retire.
- Pero quizás aún está esperándote. Por favor, ve. No quiero que formes enemistad con tu amigo, además que él siempre me mira con recelo, no quiero seguir dándole motivos para que me siga odiando.
- Él no te odia, es solo un viejo huraño - Maximiliano se levanta de la cama y comienza a vestir sus pantalones.
Luciana se cubre con las sábanas, mientras miraba como su esposo se colocaba una camisa que la abotona hasta la mitad, sonriendo y mordiendo unos de sus dedos.
- ¿Por qué me miras así?
- Porque me gusta lo que veo. Eres muy atractivo y soy afortunada de que seas mío.
Maximiliano sonríe y muerde su labio inferior, colocando las manos en sus caderas para mirar a su esposa, ya que no deseaba abandonar la habitación.
- No te levantes de la cama, regresaré pronto.
Apresuradamente sale del dormitorio, cerrando la puerta y corriendo por el pasillo para llegar al salón de invitados, esperando que Ismael no se encuentre ahí, pero sus esperanzas desaparecen, cuando lo ve sentado, bebiendo de un fuerte licor de almendras.
- Al fin te dignas a aparecer ¿Sabes que esta es la tercera vez que he venido a verte? - comenta Ismael con un tono burla malhumorada.
- Te envié una nota para avisar que estaría de vacaciones por dos semanas.
- A sí... una nota - Ismael le mira con reproche - Es tu esposa, ¿verdad? Claro que sí, es ella. Ya sabía que te tendría como un bobo.
- Ismael, te tengo respeto, así que te informo, que me retiraré.
- No seas estúpido ¿Por qué lo harías?
- No quiero preocupar a Luciana. Además, mi tiempo ya pasó.
- Tonterías, aún te queda mucho tiempo. - Ismael se levanta y camina por la sala de manera pensativa - Esto es una disciplina, una forma de vida y así lo has querido, desde que eras un muchacho... solo que ahora no piensas bien, te has encaprichado con tu joven esposa y eso te tiene en las nubes.
- Ismael, seguiré visitándote durante las semanas, ya que me divierte y es mi forma de liberar tensiones. Pero, abandonaré las apuestas y no regresaré al coliseo.
Ismael asiente con la cabeza y lo mira de manera altiva, dudando de lo que decía.
- Está bien Conde, le comprendo... está disfrutando de un buen momento ahora. Pero cuando regrese a su monótona vida, entonces volverás.
Sin despedirse, Ismael se marcha del salón para abandonar la mansión. Maximiliano sabía que estaba decepcionado, pero era una decisión que había tomado hace mucho tiempo, ya que no deseaba que Luciana conociera aquella afición, la que en su tiempo, le trajo tantos problemas con su anterior esposa.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro