Capítulo 36
El invierno se había vuelto crudo, la escarcha en el día era gruesa y el sol de las mañanas, no daba calor.
La economía en Malva se mantenía estables y lo que más se vendían en esos días, eran gruesos abrigos que fueran cómodos de usar, pero a su vez atractivos.
El Banco Claramonte, también tenía bastante trabajo, ya que, por las heladas de esos días, muchos solicitaban préstamos para reparar maquinarias o edificaciones.
A pesar del frío del invierno, el ambiente era festivo, puesto que pronto serían las fiestas navideñas. Pero ese día en el Palacio Fortunato, se realizaba otra celebración.
- Felicidades, mi hermosa niña - saluda Celenia a su bisnieta - Que cumplas muchos años más y que sean llenos de bendiciones.
- Gracias mamá Celenia - sonreía Luciana al abrazar a la anciana.
- Queremos las sorpresas - dice Claudia, que era la menor de los Fortunato.
- Primero, vamos a comer pastel - comenta Emelina al reír por la felicidad de todos.
- Yo también quisiera la sorpresa - actuaba como un niño el abuelo Víctor, lo que provocaba muchas risas.
- Está bien, les daré las sorpresas.
Luciana saca de una bolsa, pequeños paquetes que contenían caramelos y algún obsequio en su interior, que era tradicional en las fiestas de cumpleaños y son entregados a los invitados.
Después de abrir los regalos que le hicieron sus abuelos, padres y esposo, Luciana decide que ya era un buen momento para regresar a su mansión, puesto que se pronosticaban fuertes vientos y no quería estar en la calle esa noche, con aquel vendaval.
Arriba del carruaje, Luciana se acurrucaba al lado de su esposo y cubría su rostro en el brazo de él, castañeteando los dientes por el frío, a lo que él le abraza para cubrirla.
- Envíe un mensaje a la mansión, para que preparen la tina con agua caliente, no es bueno ir a dormir con los pies fríos - comenta Maximiliano con la voz entrecortada, ya que también estaba sufriendo por el frío.
- Solo quiero llegar pronto, me duele la cabeza por el aire helado.
- Ya pronto llegaremos.
Los Condes, al cruzar el umbral de la entrada, se dirigen rápidamente a su habitación, ya que exclusivamente se calefaccionaban los salones que tuvieran chimenea, así que los pasillos de la gran mansión, eran tan fríos como el exterior.
- Tome un baño Señorita Luciana, se sentirá mejor - le ofrece Maximiliano al llegar a la habitación.
- Gracias, seré breve para que pueda pasar también.
- No se preocupe por mí. Tómese el tiempo que necesite, puesto que esta habitación está muy cálida.
El Conde se acerca a la chimenea que tenía un fuego crepitante y estiraba sus manos sobre él, para recuperar el calor.
Los pies de Luciana estaban tan fríos, que le dolían cuando siente aquel golpe de calor al ingresar en la tina. El agua caliente era reconfortante y estaba perfumada, pero no podía quedarse tanto tiempo ahí, aunque así lo hubiera querido, ya que Maximiliano también debía calentar su cuerpo con el agua de esa tina, así que lava su piel rápidamente y sale, colocándose su camisón de dormir y cubriéndose con una bata.
- Pensé que estaría más tiempo en el agua - comenta el Conde al verla de regreso.
- El agua se enfriará si permanezco más tiempo.
Sin esperar más, Maximiliano ingresa en el cuarto de baño y cierra la puerta.
Ya Luciana se sentía cómoda y no tenía frío, por el contrario, había un buen fuego en la chimenea, lo que dejaba el ambiente cálido.
Cuando sale el Conde del cuarto de baño, también se veía mejor y más reconfortado. Mira a su esposa que estaba recostada en la cama, leyendo un libro.
- Creo que esta noche no pasaremos frío.
- No, hace calor en esta habitación. Que alegría tener ese fuego en la chimenea. - sonreía Luciana al ver como su esposo se acercaba para colocar más leños que alimenten ese fuego.
- ¿Cómo le ha parecido su celebración de cumpleaños?. Si me lo hubiera permitido, habría organizado una gran fiesta para este día.
- Siempre me han gustado que estas fiestas sean solo familiares. Además, con este frío, dudo que alguien asistiera - Reía Luciana.
- Me siento mal, el regalo que le dieron sus abuelos fue excepcional, en cuanto al mío, era pequeño e insignificante.
- Adoré aquel perfume que me ha obsequiado - Sonreía, dejando el libro en la mesita de noche.
- Aun así, me siento muy apenado. Usted, organizó una gran celebración para mi cumpleaños y me obsequio aquel caballo pura sangre.
- No debe de estarlo, su preocupación es mi mayor regalo.
- Por favor, pídame lo que desee, yo se lo compraré.
- No me diga aquello señor, podría aprovecharme de su bondad - ríe nuevamente Luciana.
- Por favor, hágalo. Me aliviaría que al menos pueda obsequiarle algo que sea de su agrado.
- ¿Lo que sea?
- Lo que sea. Dígame y yo se lo traeré mañana.
Maximiliano se acerca nuevamente a la cama para poder ingresar en ella.
El ofrecimiento del Conde, era lo que Luciana estaba esperando. Podía pedirle lo que sea, ya que sería considerado como un obsequio.
- Lo que quiero, no es algo material y no sé si puede ayudarme con eso.
- Puede decirme, trataré de hacer lo que esté en mi poder.
Luciana estaba deseosa por pedirle abiertamente lo que quería, pero antes de hacerlo, lo piensa un poco mejor, ya que solicitar aquello, era desvergonzado y podría manchar su imagen ante su esposo. Quizás, su relación jamás volverá a ser la misma e incluso, él podría contarle a otra persona sobre esto, tal vez, hablar de eso con su padre.
La seguridad de Luciana desaparece, puesto que, en un segundo, pensó en cientos de supuestas situaciones y cada una, con miles de posibles consecuencias. No podía poner en peligro tantas cosas por solo pensamientos apasionados, así que prefiere desistir.
- No, nada... no quiero nada - responde avergonzada.
Maximiliano se sienta en el borde de la cama y toma de la mano de ella.
- Por favor, no sienta pena en pedirme algo. No me negaré a nada.
- No puedo, si lo hago, usted opinará muy mal de mí.
- Jamás podría hacerlo.
- Pero lo hará.
Esa preocupación en ella, asustaba a Maximiliano, así que pregunta en voz baja.
- Acaso, ¿Es un acto criminal?
- ¿Qué? - Luciana comienza a reír de manera forzada y nerviosa - No, por supuesto que no, no es nada de eso... es solo... otra cosa.
- Entonces no tenga miedo.
Ella guarda silencio por un momento, creando expectación en su esposo, que ahora era curioso en saber que era aquello tan secreto que deseaba pedir.
- Si se lo digo, independiente de que lo cumpla o no, quiero que me prometa, que no se volverá a hablar de aquello en otra oportunidad y luego lo olvidará.
- Si, lo prometo.
- Aun así, tengo miedo. Si termina odiandome, eso no lo podría soportar. Por favor, prométame, que después de hoy, todo quedará en el olvido.
- No romperé esa promesa. Por favor, ya dígame que es, puesto que la curiosidad me está matando.
Luciana quita las sábanas que la cubrían y se aproxima a donde él se encontraba, gateando en la cama, mordiendo sus labios y dudando por un momento, hasta sentarse nuevamente sobre las sábanas, muy cerca de él.
- Quiero... que me bese en los labios, solo deseo un beso suyo.
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