Capítulo 35
La noche del desfile de modas, se organizó en el teatro de la ciudad. Este fue un gran evento, donde acudieron muchas personas para ver la nueva colección de invierno de la Boutique de Malva.
La muestra de los nuevos trajes, tuvo una gran aceptación, concretándose varias ventas inmediatamente, pero lo mejor de aquel desfile, fue que dos tiendas que se encontraban en ciudades cercanas, solicitaron un gran número de vestidos para llevar a sus ciudades.
Cuando ya todo había concluido, el público se había marchado y los encargados limpiaban el lugar. Luciana sale de los camerinos, siendo recibida con aplausos por su equipo de trabajo, su madre, hermanos y esposo, este último sonreía muy alegre y le entrega un gran ramo de flores de invernadero.
Ella saludaba y agradecía a todos por su apoyo. Se consideraba afortunada por tener a todas aquellas personas que le apreciaban, además de sentirse más confiada en su trabajo como diseñadora.
— ¿Dónde este papá? — pregunta Luciana a su madre.
— Tenía un asunto urgente que tratar en el club de Inversionistas, por eso se ha retirado antes. Pero deja sus felicitaciones, ya que vio completo el desfile.
— Ya debemos retirarnos — comenta Maximiliano al acercarse a su esposa.
Ella asiente y se despide de todos los que estaban presentes.
Ya en el carruaje, y este al ponerse en marcha, Luciana invita a su esposo a celebrar.
— Estoy algo cansado, preferiría llegar pronto a la mansión — responde Maximiliano, tratando de ocultar una sonrisa en su rostro que ella no pudo ver.
Luciana estaba decepcionada, puesto que ansiaba festejar aquel logro, pero respeta la decisión de su esposo y vuelve a apoyar su espalda en el respaldo de su silla, mirando por la ventanilla, pero sonriendo cuando siente que él le tomaba de la mano, entrecruzado con ella los dedos.
Al ingresar a hall de la mansión, los Condes son resididos con vítores y el sonido de una botella de champagne al abrirse. Su padre estaba ahí, junto a otros caballeros que pertenecían al Club de Inversionistas, además de sus abuelos y algunos amigos de la familia.
— Pero ¿Qué hacen todos aquí? — pregunta sorprendida y emocionada Luciana, mirando con sospecha a su esposo quién reía. — Usted señor, me ha engañado.
— Discúlpeme, pero habría arruinado la sorpresa de decírselo.
— Y que gran sorpresa.
Luciana saludaba de manera cariñosa a todos los presentes, hasta que llega a su padre que la dirige de manera solemne hasta una mesa, en donde se encontraba un gran libro abierto y un hombre que humedecía una pluma en tinta y se la entregaba.
— Es un honor para el club de Inversionistas, que usted, Señora Luciana y Condesa de Valcáliz, se una a nosotros como un nuevo miembro.
Esto definitivamente Luciana no lo esperaba, aquello la hace saltar de emoción y abrazar a su padre, riendo muy alegre, lo que los presentes volvían a aplaudir.
— Mi pequeña, este es tu logro y te lo has ganado. — dice de manera cariñosa Sergio.
— No es solo mío. Si no fuera por mi esposo, quien creyó en mí y me dio el empuje que necesitaba, ahora "Malva" no existiría. Se lo debo a él.
Maximiliano que estaba ahí, sonríe como era su costumbre, puesto que no esperaba a que ella le dedicará su logro.
Luciana de manera orgullosa firma con su nombre en el gran libro de miembros del Club. Ahora podría participaría activamente de sus reuniones y fiestas, ya sin ser la acompañante de su esposo.
La celebración comenzó, y los hermanos y madre de Luciana llegan justo a tiempo, cuando los aperitivos comienzan a servirse.
— Hace algún tiempo le dije, que las mujeres podían hacer grandes logros, puesto que ellas también eran las dueñas de sus propios imperios comerciales, y ahora, usted es una de ellas. — dice Maximiliano de manera orgullosa, cuando pudieron volver a hablar a solas.
— Todo se lo debo a usted.
— No me lo agradezca. Ya le dije que solo realice una inversión, esperando tener una ganancia, puesto que soy hombre de negocios y creo que no me equivoque en esta apuesta.
Luciana no podía resistirse ante aquella amabilidad del Conde, lo que nuevamente creaba emociones en ella que se alojaban como deliciosas cosquillas sobre su piel, para finalmente acumularse en su vientre.
Al finalizar la celebración y todos marcharse a sus hogares, Luciana se había propuesto concluir aquella velada de una manera especial con su esposo.
Antes de ir a la cama, ella se había colocado un camisón de delicada tela, que había diseñado de manera especial en el taller, justamente para un momento como este, la que era provocador, pero a su vez recatado, dando espacio a la imaginación de quien lo veía, ya que se amoldaba a la figura de quien lo usaba.
El Conde ya estaba recostado en la cama, jugando a un crucigrama que había salido en el periódico. Luciana ingresa a la habitación, utilizando aquel camisón, esperando provocar una impresión en él, así que se aproxima a la chimenea y trata de hablar sobre cualquier cosa.
— Fue una hermosa celebración.
— Maravillosa — responde Maximiliano sin apartar la vista del crucigrama — En pocos días celebraremos su cumpleaños también, ¿Ha pensado que le gustaría para esa fecha?
— Solo una cena en privado con usted.
— ¿Invitar a sus padres y abuelos también?
Él no la estaba mirando, pero le avergonzaba pedirle que lo haga, así que busca una excusa para que lo hiciera, puesto que la conversación se había desviado.
— Prefiero una celebración recatada, ya que cumpliré 20 años y creo que ya estoy teniendo algunas arrugas en el rostro ¿No le parece?
— Eso es ridículo. — Ríe el Conde.
— Si tengo, mire... justo aquí. — Luciana apunta a cualquier punto en su rostro.
Maximiliano eleva la vista, y contiene el aliento al verla con aquel traje que dibujaba de manera perfecta el contorno de sus pechos. De la impresión, deja caer su lápiz de carboncillo, tomándolo apresuradamente antes de que caiga de la cama.
Verlo de aquella manera, era el efecto que deseaba provocar en él, así que trata de seguir con aquel juego de seducción, para que logre romper todas sus inhibiciones y ya no pueda resistirse.
— No considero que tenga arrugas.
— Es que no me ha logrado ver bien — ella se aproxima y se sienta en el borde de la cama, en el lado en que estaba su esposo — ¿Puede verlo ahora?
— No. Señorita Luciana, ¿No siente frío?
— No. ¿Por qué lo pregunta?
— Por el camisón que está usando, se ve que es de una tela muy delgada. Sería lo mejor que se coloque una bata, en mi silla tengo una, siéntase libre de ocuparla.
— Al contrario, este camisón es muy cómodo. ¿Le ha gustado?
— Es muy bonito — responde Maximiliano con voz ronca.
— Yo lo diseñé. Quiero también crear lencería, como una sección especial en la tienda, pero deseaba conocer su opinión. Toque la tela y me dice que le parece.
Él da un carraspeo de garganta y se acomoda en la cama, tratando de conservar la calma. De manera tímida toca la tela, pasándola por sus dedos.
— Realmente es muy suave.
Ella se levanta de un salto y toma una cinta que se encontraba en una silla. La coloca sobre su cintura y la amarra de forma delicada para amoldar su silueta. Ahora se podía distinguir completamente las curvas de su cuerpo, mostrando un trasero respingado y redondo, a lo que ella lo exageraba con sus movimientos.
— Mi señor, cree que, agregándole un cinturón, ¿quedaría mejor?
Luciana se gira para verlo, pero él ya no tenía una mirada tímida y asustada como hace un momento, sino que sus ojos eran fieros y no ocultaban su deseo, como un cazador observando a su presa. Pronto comprende que estaba entrando en terrenos peligrosos, pero quería correr ese riesgo, deseaba ser la mujer del Conde esa noche.
— Señor, ¿Qué pasa? ¿Se siente mal? — Pregunta con una voz sensual.
Él vuelve a la realidad y trata de decir algo coherente, pero sus palabras se cruzaban en su mente, haciendo que solo pudiera articular balbuceos.
Al verlo así, Luciana se acerca para seguir jugando con él.
— Mi señor, ¿Tiene fiebre? Su cara está roja.
Ella toca su frente, pero Maximiliano le aparta la mano, tomándola por la muñeca.
— Estoy bien, nada más quisiera dormir...
— Pero está enfermo — ella toma las sábanas para apartarlas, pero rápidamente su esposo la detiene.
— No se preocupe, no estoy enfermo.
— Pero si está comenzando con fiebre, debemos bajar su temperatura. Descúbrase, traeré paños fríos.
Aquel forcejeo que ella tenía al tratar de quitarle las frazadas, hacían que sus pechos se balancearan, lo que no había pasado inadvertido ante los ojos de Maximiliano.
— Por favor Señorita Luciana, no me quite las mantas... tengo mucho frío.
Ella suelta su agarre, a lo que el Conde se gira inmediatamente, cubriéndose hasta la cabeza, tomando una posición fetal.
— ¿Llamo a un médico? — pregunta la joven.
— No gracias, solo deseo dormir. Buenas noches.
— Buenas noches.
Luciana regresa al lado de su cama, soltando la cinta que había colocado en su cintura, mirando cada tanto al bulto cubierto de mantas que era su esposo.
En esta ocasión, ella había actuado de manera más atrevida que otras veces, pero él seguía resistiéndose, estaba segura de que le deseaba tanto como ella, pero Maximiliano no se atrevería a dar aquel paso, puesto que fue ella la que cometió el error de crear una distancia entre ellos, asegurando que esas cosas le producían desagrado, a lo que él había aceptado su decisión y cumpliría su palabra.
Tal vez, lo mejor sería pedírselo directamente, pero no sería esta noche, ya lo había perturbado bastante como para lograr algo con él ese día.
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