Capítulo 30
La primera semana de funcionamiento de Malva Boutique, se contrataron tres vendedoras, más otras cuatro costureras y con ellas, nuevas máquinas de coser, mesas de corte y variados metros de distintas telas. Se firmaron acuerdos comerciales con una textil local y otra con una importadora que traías telas desde Turquía, China e India, las que le abastecían de materiales y accesorios de confecciones.
Esa semana, se obtuvieron varias ventas y clientas que solicitaban entrevistas con la Condesa, para realizar pedidos especiales en confecciones personalizadas, entre ellas, la creación de un vestido de novia, lo que le sentaba bien a Luciana, para demostrar su potencial como diseñadora. Ahora, ella podía dedicarse exclusivamente a diseñar y llevar la administración de su tienda.
El Conde de Valcáliz, había comprado entradas en un palco privado para el ballet francés, con el propósito de que su esposa pueda volver a hacer gala de uno de sus vestidos, como una estrategia comercial, pero que, en el fondo, era para tener una cita con ella, puesto que disfrutaba de su cariñosa compañía.
El gran teatro, en la noche de la presentación del ballet francés, estaba repleto de asistentes que charlaban en el hall de entrada. Los Condes de Valcáliz charlaban con otros asistentes, mientras bebían cócteles preparados en la barra del bar. Para su sorpresa, también asistieron los señores Fortunato, lo que había alegrado a Luciana y le pedía a sus padres que compartan con ellos el palco, a lo que estos se negaron, puesto que deseaban dejar a su hija a solas con su esposo, para que así mejoren su relación.
Como era de esperar, el vestido que usaba Luciana, captaba la atención de los presentes. Pero su mayor publicidad, fue gracias a las damas que habían comprado en su boutique algunas de sus creaciones, modelando de manera orgullosa sus nuevas adquisiciones, mencionando que su diseñadora era la Condesa de Valcáliz, a lo que inmediatamente se le acercaban para pedirles citas en su tienda.
Antes de partir el espectáculo, los Condes tomaron asiento en su palco privado, y Luciana le comentaba a su esposo, lo nerviosa que estaba de presentar el día martes, los modelos que había preparado exclusivamente para su majestad y la princesa Carla, a lo que él le calmaba y le regalaba su habitual sonrisa.
Ella estaba feliz de siempre recibir el apoyo de su esposo y sus sabios consejos, sentía que le debía tanto y los regalos que ella le estaba dando en ese último tiempo, eran insuficientes para demostrarle cuan agradecía se sentía. Al pensar en ello y de manera inconsciente, ella había tomado de la mano de él, acariciándole el dorso con el pulgar, mientras miraba el ballet, a lo que Maximiliano de forma sutil entrecruzaba los dedos con los de ella.
El ballet "Coppelia", les hizo reír, ya que su historia era muy graciosa, pero a la vez sentimental, lo que hacía que Luciana se aferrara al brazo de su esposo y apoyara su mejilla en su hombro, de esta manera, poder sentir aquel agradable aroma a madera y bosque fresco que le gustaba tanto.
En ese periodo, Luciana se había vuelto mucho más afectuosa y lo demostraba con aquella cercanía, pero Maximiliano evitaba creer que lo hacía por un sentimiento romántico, ya que ella no le quería de esa manera y lo hacía por gratitud, pero eso no quitaba que su corazón palpitara con fuerza cada vez que ella actuaba de manera cariñosa, haciendo que se enamore cada vez más, reprimiendo aquel sentimiento y evitando demostrárselo, para no perder ese afecto y no volver a escuchar nuevamente su rechazo, como los días antes de su boda, en donde le había dejado en claro que eso le desagradaba.
Al terminar la obra, los Condes se alistan para marcharse, pero los padres de Luciana los encuentran en el hall, invitándolos a cenar en su Palacio, a lo que Luciana declina aquella invitación, ya que deseaba regresar a casa para poder seguir diseñando algunos pedidos que tenía pendientes.
Durante el viaje en carruaje hasta la mansión Valcáliz, los esposos comentaban animadamente sobre el ballet, riendo al recordar algunos momentos y haciendo broma al comparar algunos nobles, con los personajes de la obra.
La risa de los Condes se detiene, cuando súbitamente el carruaje se balancea de manera violenta hacia el costado derecho, arrastrando a ambos en esa dirección.
Maximiliano se golpea contra la puerta y ocupa su cuerpo para amortiguar la caída de Luciana, evitando que ella se lastime.
Al pasar la impresión y sentir que el carruaje se detuvo, ambos se miraron preocupados.
- Señorita Luciana ¿Se encuentra usted bien?
- Si, solo estoy algo mareada, y ¿Usted, mi señor?
- Me encuentro bien.
- Pero se ha golpeado contra el carro. Escuche como su cuerpo azotó la puerta - decía Luciana preocupada, mirándolo con ojos angustiados, acariciándole inconscientemente el pecho en donde tenía sus manos apoyadas.
Ella se encontraba encima de su esposo, debido a la posición ladeada del carruaje. Aquella preocupación de Luciana y proximidad, hicieron que Maximiliano no pudiera resistirse, abrazándola por la cintura para acercarla aún más y tener su rostro a centímetros.
- No se preocupe por mí, yo estoy bien, mientras usted lo esté - susurraba Maximiliano entrecerrados los ojos.
- Pero me preocupa, porque usted me importa - susurra Luciana y también entrecerraba los ojos, al sentir su respiración en sus labios.
Ambos estaban hipnotizados por estar tan cerca, que cierran los ojos al mismo tiempo, rozando suavemente sus labios y abriéndolos de manera delicada, para aceptar el beso que deseaban desesperadamente darse y que hacía golpear sus corazones con tal fuera, que podían sentirlo en el pecho del otro.
- ¡Mis señores! ¿Se encuentran bien?
El cochero de manera apresurada abre la puerta del carruaje, haciendo que sus ocupantes resbalen por ella hacia el exterior, pero evitando caer en el suelo de aquella carretera, gracias a que Maximiliano había reaccionado deprisa, abriendo los brazos para afirmarse por el umbral, estando a centímetros de chocar su cabeza contra la tierra.
Rápidamente, el cochero sostiene la espalda del Conde para que recupere el equilibrio y ayudándolos a bajar.
Ahora desde afuera, podían ver lo que había ocurrido con el carruaje.
- Fue una piedra Señor Conde. No la vi, por favor, discúlpeme. - dice el Cochero apenado.
- No ha sido tu culpa, solo fue un accidente - responde de manera amable Maximiliano.
La roca con la que chocaron, rompió la rueda derecha del carruaje, la que ahora solo quedaba la mitad de ella y que ladeo al carruaje hacia un costado.
- Buscaré un nuevo carruaje para ustedes, mis señores.
- Calma Pedro, nosotros caminaremos de regreso a la zona céntrica para buscar un carruaje.
- No mi señor, no puedo permitir que caminen por la noche. Además, que ahí viene un carruaje, les pediré ayuda - El cochero eleva los brazos para hacer detener al carruaje que venía por el camino en su dirección.
- No Pedro, no molestes a esas personas. Nosotros caminaremos - insistía Maximiliano, ya que deseaba estar aquel momento a solas con su esposa, para lograr retomar lo que habían dejado inconcluso en el interior del carruaje.
- Pero señor, ya se detienen... - Pedro se acerca para hablar con el cochero del carruaje que se había detenido - Por favor, hemos tenido un infortunado accidente, les ruego que transporten a mis señores.
El cochero del carruaje que se había detenido, mira sonriente a los Condes de Valcáliz, bajando de su silla y tocando la puerta de sus señores.
- Disculpe, pero creo que tienen invitados - ríe el hombre, que ya rápidamente Luciana reconoce.
Se abre la puerta del carruaje y mira desde su interior asombrado Don Sergio Fortunato.
- Pero miren a estos niños que decidieron salir a jugar durante la noche.
- Papá, que alegría que fueran ustedes - dice Luciana acercándose.
- Pero ¿Qué les ha pasado? - pregunta Emelina desde el interior.
- La rueda de nuestro carruaje se ha roto - informa Maximiliano.
- Gracias a Dios no se han volcado. Entren, no se queden afuera - Les invitaba a subir Sergio.
El Conde le ofrece la mano a Luciana para que ingrese, pero ella lo rechaza, ayudándolo a él a subir primero, puesto que seguía preocupada por el golpe que se había dado contra la puerta.
- Supongo que ahora aceptarán la invitación a cenar - reía Emelina.
- Les estamos muy agradecidos, pero estoy a disposición de lo que diga mi esposa - responde Maximiliano de forma amable.
- Si. Nos quedaremos a pasar la noche con ustedes. Pero por favor, manden a llamar a un médico cuando lleguemos. El Conde se ha golpeado contra el carruaje al romperse la rueda, temo que se haya lesionado - dice Luciana angustiada, acariciando el brazo derecho de su esposo.
- No se preocupe por mí, me encuentro bien gracias a sus atenciones - contesta Maximiliano con una voz dulce.
- Yo sé que lo dice para no preocuparme, pero debe ser evaluado por un profesional, para asegurarnos que se encuentre en perfecto estado.
Luciana volvía a tomar de la mano de su esposo y entrecruzaba sus dedos con los de él, mientras que se seguía acariciando su brazo con la otra mano.
Maximiliano le daba una mirada dulce y trataba de controlar el torbellino de emociones que sentía por la joven que mostraba su preocupación.
- Maximiliano, lo mejor es hacerle caso a su esposa, ella sabe lo que es lo mejor para usted - comenta Sergio, dándole una sonrisa satisfecha a su amigo.
Los señores Fortunato se daban miradas cómplices al ver tal muestra de amorosa cercanía, ya que por fin los Condes, actuaban como un matrimonio armonioso.
Un médico acudió para revisar a Maximiliano en privado, descartando cualquier lesión, puesto que solo tenía la marca del golpe en el brazo y espalda, pero que sanaría en un par de días.
Esa noche cenaron y bebieron sangría, mientras charlaban y reían, acompañados de los hermanos de Luciana.
Ya a la hora de dormir, Luciana se seguía mostrando cariñosa y preocupada por la condición de su esposo, a lo que Maximiliano trataba de luchar contra aquel fuerte impulso de abrazarla, besar y hacerla su mujer, ya que, al estar en aquella cama tan juntos, él tuvo que esforzarse en mantener todo su autocontrol.
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