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Capítulo 21

Durante la tarde en el Palacio Fortunato, el Conde de Valcáliz visita a su prometida, en donde siempre era recibido por los hermanos pequeños de ella, puesto que esperaban las golosinas o regalos que el Conde siempre traía para ellos.

Al ver la cara sonriente de sus pequeños hermanos y las risas que daba Maximiliano al entregarle aquellos presentes, Luciana dudaba en hablar con él sobre su verdad, puesto que se avergonzaba de su actuar y no pensar en el daño que podría provocar.

El Conde y Luciana caminaron por los jardines, hasta llegar a una pérgola adornada con enredaderas de flores aromáticas, tomando asiento en una de sus bancas, mientras platicaban.

— Se encuentra muy callada el día de hoy. ¿Ha pasado algo? — pregunta Maximiliano.

Luciana lo mira con ojos tristes y da un suspiro.

— No sé cómo hablar de esto con usted, pero debo ser honesta, puesto que merece saberlo.

Aquello que anunciaba Luciana con urgencia, preocupa al Conde, pero baja su mirada, dando una sonrisa tímida para tratar de calmar su ansiedad.

— Puede decirme lo que quiera, yo siempre agradeceré su honestidad.

Que el Conde sea amable, dificultaba aún más lo que debía decirle, así que Luciana da un suspiro para calmar su pesar.

— Ya sabe todo lo ocurrido con el señor Burgos el día de la fiesta del Club de Inversionistas.

— Así es.

— Muchos murmuraron cosa sobre nosotros, pero la realidad de todo eso, es que parte de verdad existe en ello.

Luciana le cuenta sobre su relación pasada y sobre su decepción amorosa, explicándole que desea contraer nupcias para escapar de todos aquellos rumores, pero sin esperar nada de este matrimonio.

— Comprendo que se encuentre herida y que esté desilusionada del amor, pero las heridas sanan y podremos tener una buena vida juntos — dice Maximiliano con un tono esperanzador.

— Es verdad, pero no busco romance, ni declaraciones amorosas que para mí son tan desagradables. Soy cruel al decirlo, pero siento un gran aprecio por usted, porque desde siempre ha sido gentil conmigo, pero no lo amo y nunca lo amaré, solo le veo como una figura paterna en la cual me refugio. Es por eso que no me puedo imaginar estar con usted de alguna manera romántica, debido a que la diferencia de edad entre los dos me es significativa, lo lamento... por ser grosera al decirlo.

Maximiliano se levanta de la banca y se apoya en un pilar de la pérgola, dándole la espalda a Luciana y de esta manera poder hablar.

— Entonces, ¿está rompiendo nuestro compromiso?

— No, si usted me acepta, continuaremos con la boda y nos casaremos.

— Si no me quiere y para usted es desagradable verme como una pareja ¿Por qué quieres contraer nupcias conmigo?

— Porque es el único pretendiente que tengo. No se equivoque, yo cumpliré mi deber de esposa, pero es justo decirle que, de mi parte, no existe y no existirá amor de pareja por usted. Debía contarle esto desde antes, para que sepa mi sentir y así no engañarle con la expectativa de que seré una esposa amorosa.

Maximiliano guarda un momento silencio, lo que se hacía eterno, puesto que Luciana no sabía si él quería romper el compromiso y como lo haría, así que decide volver a hablar.

— Disculpe Conde, yo seré su esposa si así lo desea y seré respetable para que se sienta orgulloso. Pero, si quiere romper este compromiso, lo comprenderé.

— Si rompo el compromiso, será catastrófico para usted y su familia.

— No se preocupe por mí, es mi responsabilidad asumir lo que usted escoja.

— Pero ninguna de las opciones que elija serán agradables para usted, ya que se casará con un hombre que no le atrae, o ser el objetivo nuevamente de rumores putrefacto que destruirán su imagen.

— Yo he tomado una decisión egoísta, sin considerar lo que usted piensa, ahora le corresponde decidir.

Maximiliano se gira para ver a la joven que le hablaba con una voz triste. Ella miraba con la cabeza gacha el suelo de aquella pérgola, tenía las mejillas ruborizadas y un semblante melancólico, que demostraba la desesperanza por la que estaba pasando.

— Necesito reflexionar sobre esto. Discúlpeme.

Maximiliano se marcha rápidamente sin esperar una respuesta de ella, dejándola en el lugar, para que no viera la decepción que fue escuchar aquellas duras palabras.

Esa noche, Luciana no pudo dormir, ya que temía por la elección que tomará el Conde de Valcáliz con respecto a la boda, pero tenía el derecho de escoger lo que fuera mejor para él, y no le culpaba si deseaba romper el compromiso, puesto que ella había destruido su autoestima. Sentía que cada acción que tomaba, solo eran fórmulas erradas ante el caos que se volvió su vida. Deseaba que su existencia fuera más fácil, únicamente quería estar en paz.

A la mañana siguiente, antes de que fuera servido el almuerzo, regresa Maximiliano al Palacio Fortunato, solicitando hablar con ella en privado.

Luciana llega corriendo al salón de invitados, puesto que esperaba su respuesta. Antes de ingresar a la sala, da un suspiro y trata de aparentar calma. Al abrir la puerta, el Conde de Valcáliz se veía calmado y con su habitual sonrisa amable.

— Señorita Luciana. Buenos días — saluda Maximiliano, tomando la mano de la joven y dejando un beso en ella.

— Buen día, señor.

Ella toma asiento en un sofá e invita que él haga lo mismo, ya que no deseaba perder tiempo en saber su respuesta, pero el Conde acomodaba su chaqueta y miraba la bandeja de aperitivo que los sirvientes habían dejado en una mesita, eligiendo cuál de ellos probar. Esa espera hacía perder la calma de Luciana y sin aguantar más, pregunta.

— Mi señor, ¿qué ha decidido?

Él le mira sorprendido, y deja una tartaleta de crema de moras en la charola, dando un pequeño carraspeo de garganta.

— Deseo continuar con la boda. He meditado en lo que me ha dicho, y creo que tiene razón. Ambos buscamos algo en esta relación, usted desea paz y yo una compañera que sea honesta, puesto que no negaré que ha sido un duro golpe el saber lo que piensa de mí, pero siempre he apreciado la verdad, por muy dura que está sea.

Luciana sonríe agradecida y toma las manos del hombre que le hablaba.

— Muchas gracias por su bondad. Le aseguro que trataré de ser una esposa a su altura.

— Señorita Luciana, si tratamos de tener un matrimonio tranquilo, entonces, ¿me permitiría la posibilidad de tener gestos románticos con usted? Me gustaría que me conociera y poder de esa manera romper las cadenas que oprimen su corazón de amargura...

Luciana se vuelve a apartar de Maximiliano, soltando rápidamente sus manos, tomando distancia en el sofá.

— No, por favor, no lo haga. Ya le he comentado que no le puedo ver de aquella manera, eso me incomodaría y terminaría sintiendo rechazo por usted, así que le ruego que no lo intente.

— Lo comprendo — él da una pequeña sonrisa triste — el amor es un precioso tesoro, pero no es para todos, nosotros no somos la excepción.

— Lamento haberle decepcionado. A pesar de no poder quererle como lo espera, cumpliré mi deber de esposa y haré lo que se espera de mí.

— Si viviremos juntos como un matrimonio, deseo que podamos ser cercanos, cultivando una sincera amistad, basada en el respeto y honestidad, sin jamás hablar de romance.

— Claro que sí, su amistad sería un precioso regalo para mí.

El Conde se levanta del sofá para retirarse, a lo que rápidamente Luciana también se levanta para invitarle a quedarse.

— Por favor, quédese a almorzar con nosotros, a mí y a mi familia nos gustaría que nos acompañase.

— Gracias, pero deberé ser descortés y rechazar tan agradable invitación, puesto que tengo que regresar a mi trabajo en el banco, solo he pasado para hablar con usted sobre mi decisión.

— Le acompañó hasta la puerta.

— Gracias, pero debo marcharme rápido. Que tenga un buen día.

— Buen día.

Maximiliano se marcha rápidamente, escuchando Luciana como aquellas pisadas se alejaban por el pasillo. Era más que evidente que el Conde estaba dolido por su rechazo, pero al menos pudo aclarar la verdad de su situación y ya no tenía nada más que ocultar al que sería su esposo.

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