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Capítulo 20

Faltaba ya solo dos semanas para la celebración de la boda de Luciana y el Conde de Valcáliz. Las invitaciones habían sido enviadas, el ajuar de bodas estaba completo, los preparativos estaban casi listos, solo faltaban afinar los últimos detalles del que sería un gran evento.

Maximiliano visitaba con frecuencia el Palacio Fortunato para ver preparativos de la boda que se realizarían en ese lugar. A su vez, invitaba a Luciana y a sus futuros suegros a la mansión Valcáliz, para asegurarse de que el nuevo hogar de su esposa, sea de su completo agrado, dándole libertad de hacer cambios en el lugar, puesto que deseaba consentirla en todo.

La señora Fortunato, en compañía de su ahijada Eleonora, caminaban por las calles del centro de la ciudad, ya que comprarían algunos aceites perfumados para obsequiárselos a Luciana, con el propósito de que pueda usarlos en su noche de bodas. Al dirigirse a la tienda, alguien poco grato para ellas se acerca a saludarles.

— Buen día, señora y señorita Fortunato — saluda Alberto.

— Buen día, señor — Responde la madre de Luciana de manera seca y cortante.

— Eleonora, desearía compartir algunas palabras con usted.

— Estamos ocupadas, señor...

— No le quitaré mucho tiempo.

— Usted señor, ¿no sabe lo desagradable que es para nosotros verle? — intervenía la señora Fortunato.

— Por favor, ya sé que mi presencia le molesta, pero no lo haría, si no fuera porque realmente mi pesar es muy grande — responde Alberto, que estaba notoriamente afligido.

Ambas mujeres meditan por un momento, hasta que Eleonora habla.

— Tía, hablaré con el señor Burgos por un momento y la veré en la tienda, no me demoraré.

Emelina asiente con la cabeza y lanza una mirada de reproche al joven que se mantenía con la cabeza gacha.

— Podemos ir a un salón de té que se encuentra cerca. — invita Alberto.

— No gracias.

— Demos un paseo por ese parque de ahí — Apunta en dirección a una plazoleta que estaba cruzando la calle.

— Lo que tengas que decirme, dígamelo aquí. Te daré solo cinco minutos y estás perdiendo tu tiempo.

Alberto da un suspiro para calmar su ansiedad.

— ¿Realmente Luciana se casará con ese hombre?

— Así es. ¿Es lo único que deseaba saber?

— Por favor Eleonora, sé que hablar contigo, es una forma en la que puedo llegar a Luciana. No me puedo acercar a ella y no le puedo escribir notas... no puedes imaginar el sufrimiento por el que estoy pasando.

— Tienes razón, no me lo puedo imaginar — responde Eleonora con sarcasmo, arrugado la nariz ante el desagrado que le producía ver esa actitud de víctima en cara de aquel hombre.

— Comprendo que estés molesta conmigo, pero mis sentimientos son verdaderos y mis planes se salieron de control. Por favor, dile que no comenta una locura, que no pierda las esperanzas y que crea en nuestro amor.

— ¿Quieres en verdad a Luciana?

— la amo con todo mi ser.

— ¿Por qué le hiciste todo esto? ¿Para qué te casaste con otra mujer? Dice que la amas, pero le rompiste el corazón y lo pisoteabas cada vez que te acercabas para hablarle de amor, mientras tenías una mujer esperándote en casa.

— Ella sabe que no tenía salida.

— ¿Por los aserraderos? Pero ahora estás fuera del Club de Inversionistas, la imagen de tus padres y la tuya se manchó delante de los Astorga. Estoy segura de que todos tus arrebatos te costaron mucho más caros que haber abandonado el acuerdo matrimonial con esa familia.

— Es verdad, lo arruiné todo y ya no me queda nada, pero la desesperación y los celos me carcomen y no los puedo controlar, no puedo perder ahora a Luciana. Por favor, intercede por mí, para que desista de contraer matrimonio, no podré vivir pensando en que su cariño sea para otro.

— Eso mismo le pasó a Luciana cuando elegiste a Ana María como esposa, porque la realidad es que tú la escogiste y le trataste de hacer creer que fue por una obligación con tu familia. A mí no me engañaras con esa mentira Alberto, tú deseabas casarte con Ana María y esperabas que mi prima fuera tan tonta como para seguirte, de esa manera tener una amante con mucho dinero...

— No Eleonora, eso no es verdad, no me juzgues tan mal...

Eleonora le hace un gesto con las manos para que guarde silencio.

— Ya te escuché y ahora me voy. Te daré un consejo en el nombre de la amistad que perdimos, y es que trates de reconciliarte con tu esposa y salvar tu matrimonio. En cuanto a Luciana, por aquel amor que le dices tener, aléjate de ella, que tu presencia solo le incomoda y no desea tener problemas con su esposo. Buen día, señor Burgos.

Eleonora se gira para marcharse, dejando atrás a Alberto. Ella no le mencionaría ese encuentro a su prima, para no molestarla con aquellas pequeñeces. Pero, quien no pudo pasar por alto el encuentro con Alberto, fue la señora Fortunato.

Durante la tarde, Emelina estaba en compañía de sus hijas y ahijada en el salón del bordado, mientras comentaban sobre una de las travesuras que hicieron sus hijos pequeños en la mañana y que provocaron el enojo del señor Fortunato. Todas reían, menos Luciana que, se encontraba distraída mirando a cualquier lado sin prestar atención, lo que le demostró lo evidente de lo que pasaba con ella. Luciana no tenía ilusiones en su matrimonio que estaba próximo a concretarse y era un error el pensar que el tiempo le hiciera cambiar de opinión.

— Luciana, puedes acompañarme un momento — pide Emelina a su hija.

Ambas se levantan de sus sillas y salen del salón, caminan por el pasillo, hasta llegar a la sala de entomología, en donde guardaban los señores Fortunato su colección de insectos. Emelina cierra la puerta, para estar en privacidad y poder conversar calmadamente, tomando asiento en uno de los sillones.

— ¿Qué pasa mamá?

— Mi querida, estoy preocupada por ti, porque sé que sufres y por eso temo que cometas un error.

— ¿A qué te refieres con eso?

— Dime la verdad pequeña, ¿te cansarás con el Conde de Valcáliz con esperanzas en crear un futuro juntos?, o ¿solo lo haces para escapar de los rumores y de malos recuerdos?

Luciana apretaba sus manos de manera nerviosa y miraba la alfombra de salón, debido a que no podía mirar a su madre a la cara.

— No lo sé, lo hago porque tiene que hacerse.

— Luci, con tu padre estamos felices de que escojas al Conde de Valcáliz como tu esposo, ya que confiamos de que con él, siempre estarás bien y serás protegida.

— Sí, lo sé, eso está bien para mí.

— Pero no es correcto contraer nupcias solo para escapar, puesto que ahora, no solo eres tú al tomar esta decisión, sino que también arrastras a un hombre que tiene ilusiones de tener una vida feliz contigo. No es bueno que lo ocupes por un sentimiento egoísta, puesto que es un buen hombre y merece respeto y tu consideración.

— ¿Estás preocupada por el Conde y crees que soy una egoísta? — dice Luciana de manera ofendida.

— Sé lo que te hicieron mi niña y cuánto daño te causo el joven Burgos, sé también que estás despechada y que deseas casarte, como una forma de huir de todo aquello. Pero Maximiliano te quiere y se casa contigo para ser feliz, pensando en que tú también le quieres y que lo has escogido para crear una familia juntos. Solamente te pido que hables con él sobre lo que sientes, no le provoques a él, el mismo daño que te hicieron a ti, puesto que no tiene la culpa de todo esto.

— Mamá, si yo le dijera la verdad de mi situación, él me rechazaría y deberé marcharme de aquí, puesto que mi imagen se marcharía al romper mi compromiso de matrimonio.

— Es verdad, pero tienes a tu familia. Nosotros te cuidaremos y apoyaremos, independiente de lo que pase, pero al menos no cargarás con la culpa de lastimar a una persona en tu conciencia.

Su madre tenía razón, hasta ese momento, Luciana había pensado egoístamente en ella, y estaba ocupando al Conde de Valcáliz a su antojo, sin siquiera considerar sus sentimientos, así como lo hizo Alberto con ella. Esto la hizo sentir miserable, puesto que estaba actuando igual que el hombre que destruyó sus esperanzas en el amor y ahora le estaba haciendo lo mismo a otra persona inocente.

— Mamá, cuando el Conde rompa nuestro compromiso, me marcharé con Eleonora a Colombia, viviré con mis tíos, así no tendrán el peso de mi deshonra con ustedes.

— No pienses en eso, tu padre y yo te amamos, todo saldrá bien, estoy segura de eso. Además que el Conde, tomará esta situación con delicadeza, por eso tu padre le tiene en tan alta estima y deseaba que te casaras con él, porque es de corazón noble.

Luciana y su madre se quedaron unos minutos más charlando, y de esta manera, la joven trató de liberar el peso emocional que estaba cargando, puesto que todo en su futuro, se veía sin esperanzas.

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