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Capítulo 12

Luciana estaba aliviada de alejarse de Alberto y sonríe al Conde quien bailaba con ella.

— Muchas gracias por tomarse la molestia de bailar conmigo.

— Se le notaba incómoda en compañía del señor Burgos. Su padre consideró una buena idea intervenir.

— Él es un amigo, es solo que ahora está casado y nuestra relación ya no puede ser llevada de la misma manera, ya que las personas pueden murmurar.

— Lo que dice es verdad, las murmuraciones en muchas ocasiones son mal intencionadas y destruyen la imagen de personas honorables. Es buena elección de su parte alejarse de posibles chismes.

— Es tan amable por comprender y por ayudarme a salir de tan incómodo momento.

— No es necesario agradecer, siéntase en plena confianza de recurrir a mí si necesita una excusa para escapar de alguna incómoda situación.

Diciendo lo último, la música se detiene y el Conde toma la mano de Luciana para depositar un beso sobre sus nudillos, regalándome una cálida sonrisa que era tan característica de él.

La siguiente pareja de baile de Luciana se acerca y comienzan a bailar y charlar.

La velada estaba siendo muy aburrida y estaba cansada de escuchar a niños mimados que no se les notaban luces de madurar. Definitivamente, el buscar un pretendiente digno o al menos uno que fuera menos malo, era agotador y ya había perdido las esperanzas de conseguirlo en aquella fiesta, así que se volvió cortante y comenzó a negarse a entregar citas para los bailes. Se aproximó en donde se encontraban sus padres para estar alejada de aquellos que deseaban hablarle, pero esta fue su peor elección, ya que ahora los jóvenes se acercaban en compañía de sus padres para ser presentados, a lo que la señora Fortunato le ofrecía los bailes de su hija.

— Pero mamá... no quiero — susurraba Luciana entre dientes molesta.

— Basta de esa actitud desdeñosa, de seguir así, nadie te cortejará.

— Espero que no lo hagan, son todos unos estúpidos

— Y seguirás sin encontrar un buen candidato si no le das la oportunidad de conocerlos, así que ve y muestra una sonrisa — dice Emelina empujando a su hija para que siga al joven que le invitaba a la pista de baile.

Luciana ya no podía estar cerca de sus padres y tampoco podía estar sola, ya que se le acercaban los caballeros para hablarle, su prima se había perdido de vista y lo peor de todo, es que ahora se aproximaban Alberto y su esposa con intención de charlar con ella, así que actúa como si no los viera y comienza a caminar en cualquier dirección para alejarse, pero le era difícil, puesto que alguien le detenía para preguntarle si le concedía un baile, a lo que se disculpaba por no acceder, puesto que deseaba conservar la mayor distancia con aquel matrimonio que se le aproximaba, hasta que logra refugiarse en un lugar seguro en donde se encontraba el Conde de Valcáliz charlando con unas señoras de edad. Él, al verla aproximarse, le ofrece el brazo y la presenta a aquellas mujeres.

— La señorita Luciana es la hija de mi querido amigo Sergio Fortunato.

— Es un gusto conocerlas — hace una leve inclinación Luciana, mirando cómo se seguían aproximando los Burgos, haciendo que inconscientemente presione el brazo del Conde.

— Mis distinguidas damas, le prometí a la señorita Fortunato acompañarla. Espero nos disculpen — comenta el Conde de Valcáliz y sin esperar respuesta de las mujeres, lleva a la joven que se notaba preocupada a algún sitio alejado.

— Perdone, le he interrumpido de su plática con aquellas damas — se disculpa Luciana.

— Por el contrario, en esta oportunidad es usted quien me ha salvado de tan tediosa conversación — Se acerca a una mesa y pide a un sirviente dos vasos de ponche de frutas — ¿Se ha divertido en esta velada?

— En realidad no, ha sido agotadora y ya no deseo bailar con nadie, pero mi madre insiste en que debo de conocer a más personas.

— Entonces, lo mejor es no ser visible.

El Conde le invita a acompañarlo afuera del gran salón de fiestas, para quedarse en un pasillo donde existían varias butacas y toman asiento en ellas. Ambos charlaron animadamente y Luciana al fin pudo descansar y calmar sus nervios en aquella horrible fiesta, puesto que el Conde le contaba graciosas historias de cuando era un muchacho para animarla, a lo que ella le narraba las travesuras que hacía con su prima y hermanos.

Luciana se sentía calmada con aquel hombre, era una sensación similar a la protección que le daba su padre, eso hizo que sintiera un cariño sincero por él.

— Debo disculparme con usted — dice Luciana con un suspiro.

— ¿Por qué lo dice?

— Porque aquel día en que nos enseñó sobre finanzas con mi prima, fui muy grosera...

El Conde le detiene antes de que pueda seguir disculpándose.

— No lo haga, no estoy ofendido, al contrario, le agradezco que expusiera sin miedo lo que estaba pensando.

— Pero fui grosera y eso ¿No le molesta? — dice Luciana sin comprender.

— Estamos en un mundo de apariencias y sonrisas falsas, la sinceridad es una virtud que pocos poseen, aunque sea algo que puede ofender, me alegra escucharlo, debido a que es la verdad. No tenga miedo de ser franca, aquella virtud sabrá ser apreciada.

El Conde hablaba con sabiduría y le había dado una pequeña lección a Luciana. Ahora había comprendido que era ella quien actuó mal con los jóvenes que le charlaban en el baile, puesto que el mundo en donde vivían era de apariencias y ellos trataban de demostrar eso a lo que sus familias les tenían acostumbrado, la sinceridad nacía a medida que se iban conociendo y ella no se los permitía, puesto que seguía actuando de manera huraña y amargada, manteniendo odio en su corazón por lo ocurrido con aquel antiguo amor.

— Si ya no desea seguir bailando y esta fiesta le es aburrida, ¿desea que le acompañe hasta su hogar? — ofrecía el Conde.

— Pero mis padres no me dejarán ir hasta que la celebración termine.

— No se preocupe por eso, hablaré con su padre.

— Se lo agradezco, pero no quiero molestarle, obligándolo a marcharse.

— Por el contrario, soy yo quien la está usando de excusa para salir de aquí — comienza a reír.

Luciana sonríe de manera muy feliz y toma las manos de Conde.

— Se lo agradezco, realmente se lo agradezco, usted ha sido mi benefactor esta noche.

Aquella joven, sonriendo de manera radiante al no ocultar su felicidad, se veía realmente hermosa y llena de vida, lo que hace ruborizar al Conde, que sin decir nada más, se dirige al interior del salón de fiestas para avisarles a los Fortunato que se retiraba y acompañaría a Luciana a casa.

Ambos se marcharon en el carruaje del Conde. Durante el viaje, Luciana le charlaba de manera alegre sobre distintos temas, sin dejar de sonreír debido a la alegría que sentía de abandonar aquella celebración. Maximiliano escuchaba cómo ella le hablaba, sin poder dejar de verla y sonreír, le alegraba de una manera muy especial el verla tan feliz, lo que hacía que se le hinchara el pecho debido a una tierna emoción que florecía en él.

Al llegar al palacio Fortunato, el Conde le acompaña a la entrada y se marcha cuando ella ingresa en el Palacio, despidiéndose Luciana de manera afectuosa de aquel que la había salvado.

Mientras caminaba por los pasillos hasta su habitación, volvía a pensar en lo que le dijo el Conde en aquella fiesta, "su mundo era de apariencias y se debe de valorar la sinceridad". Él tenía toda la razón, por eso es que Alberto nunca pudo decirle la verdad hasta que ya era demasiado tarde, por eso la engañó y no importaba lo mucho que vivieron juntos, aun así, él jamás pudo serle honesto, y ahora le era infiel a su esposa. Todo aquello le daba más herramientas para convencerse de que jamás podrán tener un futuro juntos. Ahora debía dedicarse a seguir con su vida, buscar a alguien que sea realmente sincero con ella, quien le entregue estabilidad y tratar de superar lo que le hizo Alberto, pero seguía siendo tan difícil, puesto que su corazón se aferraba tontamente a aquel amor tan equivocado que sentía por él.

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