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XIII.


Dos días más tarde, Michelle se revolcaba al interior de la tina como buscando refugio de su propio dolor. Su condición no hacía más que empeorar con el pasar de las horas y su mente se retorcía como una serpiente moribunda y su cuerpo comenzaba a moverse por cuenta propia.

Quería más agua, pero clamaba por calor. Ya no toleraba el tacto de ninguna otra persona, ni siquiera el de sus padres. Y por mucho que deseara dormir, no lograba conciliar el sueño.

Estaba perdido. Y la voz de Aiko resonaba en sus oídos. Estaba asustada, lloraba y desamparada, lo llamaba, esto, no podía ser más que una tortura para Michelle.

Quería ir hacia ella, realmente quería hacerlo, lo único que se lo impedía era el hilo de racionalidad del que pendía su conciencia. Ryūjin era fuerte. Buscaba someterlo así fuera por dolor o placer.

—Mierda... ¡Mierda!

Aislado. Lejos de toda luz o sonido. Michelle se contenía de cometer un error cuyas consecuencias no estaba dispuesto a aceptar.

—No soy un monstruo, no soy un monstruo —era lo único que lo mantenía firme—. No soy Ryūjin. Esta no es mi piel, ¡este no soy yo!

O al menos lo fue hasta que ese hilo se cortó, obra de una súplica inocente y una bestia feroz que estrujo su corazón.

Su escama, lo convocaba.

Su naturaleza, lo rompía.

De esta forma, cuando sus padres inquietos fueron a revisar su condición, Michelle ya había huido. El momento había llegado, tal como predestino la sacerdotisa a Yuriko y Ryūjin a Michelle, el pacto sería cobrado, fuera su voluntad o no.

—¡Robert, Hibiki ha desaparecido! —dijo mientras corría hacia la sala de espera.

Allí, Kaori-san y Rei, a quienes no se le había permitido verlo, se levantaron exaltadas.

—¡¿Qué?! —exclamaron asustadas.

—Ya he llamado a los guardias, revisan las cámaras de seguridad en este momento. La policía ya fue notificada, pero es arriesgado que cualquiera intente detenerlo si lo encuentran, yo misma saldré a buscarlo.

Yuriko se apresuraba a salir con un abrigo a medio colocar cuando Robert la detuvo sosteniéndola por la muñeca. Este no había dicho una sola palabra desde su última conversación hace dos días, pero ahora, se le veía aún peor que antes.

—¿Qué es lo que haces? ¡Suéltame! ¡Debo encontrar a Hibiki! —gritó entre forcejeos, pero Robert no la soltó.

—¡Desiste de una vez, Yuriko! No intentes evitarlo, esto es algo que tiene que suceder.

Miedo, puede que Yuriko nunca antes hubiera sentido este tipo de temor. Robert, ya resignado a lo que acontecería, solo podía intentar prepararse para lo que viniera.

—El momento ha llegado, Michelle no está perdido, la está buscando. Por muy débil que sea, es Ryūjin como tú, no morirá, el niño que críe es tan testarudo como su madre para rendirse así.

—¡Por eso!

—Por eso mismo te lo digo, déjalo. Sé que lo amas y que estás tan aterrada como yo, pero Michelle se mueve más por instinto que por la razón en este momento. Él finalmente ha despertado como un Yōkai pleno... Intentar interponerse en su camino solo será peligroso. Lo único que podemos hacer es estar preparados para cuando vuelva. —Viendo al resto de su familia con una expresión lamentable—. Aun si eso significa que vuelva con las manos manchadas con sangre.

.......................

Robert tenía razón. Una retorcida e innegable razón.

Aun si Michelle no era consciente, había huido hábilmente del hospital. Habiéndose escabullido como un profesional, había robado ropa y salido por la puerta principal sin que nadie lo notara.

Vistiendo una sudadera con capucha, unos pantalones de enfermero y una mascarilla para ocultar su rostro, vagaba por las calles de la ciudad como un perro buscando el camino a casa.

Impulsado por nada más que su instinto, Michelle se movía hacia su escama, la buscaba como un animal sediento busca un oasis en un desierto. La sangre de Ryūjin que corría por sus venas lo guiaba, sin poder ofrecer demasiada resistencia, Michelle había sido consumido por la bestia.

Para cuando se detuvo frente a una puerta que marcaba el apartamento 205, ya estaba demasiado profundo como para volver. La sentía, su escama lo llamaba tras esa endeble tabla de madera. Latía, resonando con su cuerpo, acoplándose a la perfección con la voz de la mujer que sollozaba envuelta en un calor asfixiante en el interior.

Aiko estaba en su cama en ese momento, con una fiebre que sobrepasaba los 39 °C, débil y asustada, no podía moverse más allá de sus cobijas y el sudor empapaba su cuerpo.

Inconsciente, sus sueños la atormentaban, en ellos, la bestia de la cual Michelle la había protegido, venía devuelta por ella.

La escama la protegía, de cuclillas y con las manos cubriendo sus orejas, contenía sus lágrimas mientras, aterrada, rogaba por ayuda tras una barrera invisible que la bestia luchaba por romper. Azote tras azote, la bestia embestía la barrera con su colosal cuerpo.

Tras cada golpe no paraba de rugir y clamar: «¡No me conoces! ¡No sabes quién soy!». No importó cuanto quiso disuadirla, la bestia nunca cambiaba sus palabras. Era lo único que repetía incesante, vez tras vez.

Aiko no sabía qué hacer, tanto despierta como dormida, la bestia la acechaba entre las sombras. Cuando escuchó que la barrera se agrietaba, llamar a Michelle desesperadamente, fue lo único que creyó que la salvaría. Pues con cada azote, la barrera temblaba y la grieta crecía.

.......................

Afuera, Michelle pretendía echar abajo la puerta en un intento por abrirla, pero en el segundo que quiso forzarla, escuchó la voz de Aiko cerca de una ventana. Encamándose a la pared, bordeo el departamento hasta encontrar la habitación de Aiko.

Las cortinas estaban abiertas, y con un ligero vistazo la encontró, las pesadillas de Aiko se hacían reales, una bestia iba por ella. Sin cuidado forzó el seguro de la ventada y la abrió, se coló en la habitación como un ladrón y frente a su cama, se quedó observándola, dudando de lo que haría.

A pesar de su estado, Michelle era un hombre con una conciencia fuerte, y aún hundido en la profundidad del mar de su conciencia, seguía negándose a hacerle daño a Aiko. Nadando con toda sus fuerzas, buscando la superficie siguiendo el camino de las burbujas. Lo que era inútil.

Estirando su mano para alcanzarla, en los ojos de Michelle solo percibía los colores de su temperatura. Era elevada, esa perfecta y cálida temperatura, la deseaba. Fue entonces que la bestia de la montaña reaccionó apartando la mirada de Aiko.

Despertando en el cuerpo de Aiko, la bestia intentó alejarlo, pero Ryūjin es más fuerte. Sostuvo sus brazos antes de que lo golpeara y se arrojó sobre ella.

En el interior, Aiko olio la esencia del mar y, levantando la mirada, vio como un dragón de pelaje blanco y escamas turquesas, más grande y feroz que el anterior, se lanzaba contra la bestia en el preciso momento en que la barrera se rompía. Reteniéndola, no aplastándola. La envolvió con su cuerpo como lo haría una serpiente con su presa.

La bestia luchaba inútilmente, el dragón contrajo su cuerpo hasta inmovilizarla, una vez quieta, clavó sus colmillos en ella, Aiko despertó cuando el dragón sostenía el cuello de la bestia entre sus fauces, como si planeara devorarla.

.......................

Cuando Aiko logró abrir los ojos, todo parecía borroso, la habitación estaba oscura y su fiebre aún no bajaba, no se percató de Michelle hasta que sintió una intensa punzada de dolor en su cuello. Unos afilados colmillos se clavaban en su piel y una extraña silueta se presionaba contra ella.

Exaltada, se resistió. Se retorció hasta que la sombra sobre ella dejó de morderla y golpeándole la barbilla con un cabezazo, tanto la capucha como la mascarilla de su atacante cayeron. Aiko no pudo creer lo que vio. Ese era Michelle, pero no era solo eso. Sus ojos brillaban al igual que sus escamas que relucían a la luz de la luna que se colaba por entre las cortinas.

Sostenía sus brazos con fuerza, pero sus garras no la dañaban. No se movía ni una pulgada, pero no la aplastaba en lo absoluto. Su apariencia se había vuelto mucho más salvaje, su piel cubierta por completo de duras escamas, su cabello se había vuelto blanco como la espuma del mar, y esos colmillos que sin piedad le había clavado.

Incluso Aiko se lo preguntó, el porqué, en vez de temerle, lo encontró impresionante y más allá de este mundo. La forma que Michelle tanto odiaba era sencillamente hermosa para Aiko. Que algo así pudiera existir, la dejó cautivada.

—Hibiki —susurró Aiko aún febril.

Al escuchar su nombre, Michelle, que se resistía a la marea en contra, finalmente sucumbió en su totalidad y reclamando su escama, Aiko sintió como si una daga le atravesara el corazón.

Envolviéndola como en el día de lluvia, Michelle buscó devorar el calor sofocante del cuerpo de Aiko. Él estaba frío, frío como el hielo, el contacto con su cuerpo la estremeció. Michelle la tocaba por debajo de su ropa, abrazaba su cintura con fuerza y pegaba su torso al de ella. Frotaba su rostro contra sus hombros y su cuello como lo haría un gato, y dando rienda suelta a su deseo de calor la estrechaba cada vez más y más.

Aiko quiso pelear, pero no tenía la fuerza y el tacto de Michelle era tan fría, tan fresco, que no pudo alejarse de él. De hecho, lo quería mucho más cerca.

Y Michelle quería mucho, mucho más calor, no era suficiente. Estaban tan cerca que escuchaba los latidos de Aiko sin saber si eran los suyos o los de ella. Y ella lo miró fijamente entre jadeos, no sabía el porqué, pero en sus ojos no veía miedo ni repulsión, Aiko-san lo quería también. De alguna forma, lo sabía, y él... la deseaba.

Atrapado por la visión de sus labios, al verla relamerse ligeramente su instinto lo empujo sobre ella. Y se vio a sí mismo besándola. Antes de notarlo sus labios se unían, y yendo cada vez más profundo, sus lenguas se rozaron. Compartiendo un mismo suspiro, Aiko lo acepto. Y rodeando su cuerpo, Michelle sintió como la terrible carga de su escama se aligeraba, así mismo, el opresivo peso en el pecho de Aiko cedía.

—Aiko —fue lo último que Aiko escuchó antes de desmayarse.

.......................

Michelle no soltaría a Aiko hasta el amanecer del día siguiente, en el que despertó en el suelo de la habitación de Aiko, a un lado de la cama y abrazándola con fuerza contra su pecho. Marcas de mordidas cubrían el cuello, hombros y parte de la espalda y brazos de Aiko, junto con un par de marcas enrojecidas justo por encima de su busto.

En su boca persistía un inconfundible sabor a sangre y al llevarse una mano a los dientes para comprobar, vio sus dedos entintados en un oscuro granate sin diluir, esto, sumado a los recuerdos entrecortados que venían a su mente de la noche anterior, lo congelaron. Aterrado, se irguió de golpe y meciendo a Aiko por los hombros intentó despertarla.

—¡Aiko-san!

No tenía del todo claro lo que había hecho, pero las mordidas eran profundas y Aiko se notaba ligeramente más pálida de lo normal. ¿Acaso la había desangrado? Respiraba, eso era una certeza, pero para Michelle eso no sería más que un consuelo si le había arrebatado algo más aparte de sangre.

Si su pacto consistía en drenar la vida como pago, enloquecería.

—¡Aiko-san!

—Maldición, ¡¿por qué carajos me gritas?! —dijo de golpe Aiko— ¿Qué clase de imbécil despierta a alguien enfermo así?

—Tú, estás viva... —dijo con un nudo en la garganta— estás bien.

Aiko, molesta como lo estaba todas las mañanas cuando alguien la despertaba antes de tiempo, lo miraba como si fuera una obviedad.

—Por supuesto que estoy viva, yo...

De pronto, Michelle la abrazo nuevamente. Temblaba por miedo de estar soñando. ¿Acaso no había cobrado el pacto? Él mismo desconocía los detalles, pero la posibilidad de que el pago fuera la vida de Aiko era una de las más altas que él y su familia sopesaba.

—Estás bien —dijo en voz baja sin soltar a Aiko—. Realmente, realmente estás bien.

Aiko, impresionada, se dejó abrazar hasta que Michelle se calmó. Temía que fuera a llorar por su actitud. Ella no estaba muy segura de nada de lo que había ocurrido en los últimos días, pero estar cerca de Michelle, puede que fuera lo único que la tranquilizara.

Cuando vio que la respiración del hombre que la abrazaba se estabilizaba, se sintió con la libertad de jugar un poco con él.

—Bueno, no tan bien como quisiera. —Michelle se estremeció al oírla—. Las mordidas duelen bastante, ¿sabes?

Sintiéndose culpable otra vez, olvidando el alivio que acababa de obtener, se separó violentamente de Aiko bajo la idea de revisar sus heridas. Si eran peores de lo que creía, correría al hospital con ella, sin embargo, antes de llegar a eso, cayó en cuenta de que tanto Aiko-san como él estaban medio desnudos y que la ligera camiseta de tirantes que llevaba puesta Aiko mostraba prácticamente todo desde su perspectiva.

Automáticamente, y de manera robótica, Michelle soltó a Aiko y desviando la mirada, cubrió sus ojos mientras sentía su rostro arder.

—Bu-bueno, Aiko-san, cre-creo que por ahora debería llevarte al hospital —dijo Michelle bajando el volumen con cada palabra al ver que su voz se agudizaba y, forzando una sonrisa nerviosa, intento por normalizar la situación—. Voy-voy a darme me-media vuelta mientras te arreglas —Apuntando a su escote para que Aiko se cubriera—. N-no quiero ser grosero, así que me iré a la cocina.

Esto fue un déjà vu para Aiko. Era la segunda vez que lo veía actuar así, y al notar qué avergonzado apuntaba a su pecho, se vio a sí misma y en acto de reflejo se cubrió con los brazos.

—Este tipo es un desvergonzado —pensó Aiko—. ¿Actuar como un niño después de lo que paso, de lo que hizo?

Enojarse era la forma habitual en la que el cerebro de Aiko reaccionaba a situaciones que no sabía como racionalizar. Y aunque no fue correcto culpar a Michelle, lo hizo.

Levantándose, tomó un poco de ropa y fue directo al baño. Después de todo, ella tampoco podía estarse tranquila, ya que a diferencia de Michelle, ella sí recordaba a la perfección todo lo que había ocurrido la noche anterior.

Era cierto que no habían cruzado la línea, pero eso no lo hacía menos vergonzoso ni más llevadero. Al fin y al cabo, las marcas en su cuerpo no habían sido hechas por decoración. Verlas en el espejo solo hacía todo más real.

—Mierda...

.......................

Michelle se mantuvo de rodillas e inmóvil hasta que Aiko se encerró en el baño dando un portazo. Solo al ver que estaba solo en la habitación se quitó la mano del rostro y respiro.

La imagen de Aiko semidesnuda aún permanencia en su cabeza, era la segunda vez que sucedía. Pensar en ello solo le recordó la primera. Y su bochorno fue peor.

En un intento por despejar su mente se concentró en la briza. La ventana está abierta y corría un viento frío, pero refrescante. ¿Cuándo había sido la última vez que había disfrutado del frío? Ahora que lo pensaba, no se estaba congelando.

Buscó su reloj en vano, no lo tenía, de hecho, esta ni siquiera era su ropa. Vestía unos pantalones de enfermero, tenía puesto un suéter negro con capucha por solo una manga y calzaba unas pantuflas de hospital. Y si hablamos de ropa interior, no llevaba ninguna.

Y revisando su muñeca fue que vio sus manos, y en ellas, no encontró una sola escama.

—¿Qué? No puede ser.

Como Aiko ocupaba el baño, corrió a la cocina y rebuscando entre las gavetas encontró una charola metálica que uso de espejo.

La imagen era borrosa y distorsionada, pero sirvió lo suficiente para ver lo que importaba. Las escamas de Michelle habían retrocedido.

Se había preocupado tanto por Aiko que no había pensado en su propio cuerpo. Sus escamas se desvanecían, nunca antes había pasado.

Y aunque sus dientes y uñas seguían siendo afiladas y sus ojos permanecían como los de un gato; sus manos, cuello y parte de su rostro volvían a la normalidad.

Luego de cinco malditos y largos años, finalmente veía la oportunidad de recuperar su cuerpo. Puede que no supiera cómo lo había logrado, pero Michelle sonrió rebosante de felicidad por primera vez en mucho tiempo. 

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