VIII.
Quizás sea extraño para cualquiera pensar que un hombre de 21 años corriera a casa de la mano de su hermana menor impulsado únicamente por el terror. Sin embargo, Rei había visto a Aiko y la amenaza que cargaba a hombros, por lo que comprendió a la perfección la necesidad de su hermano de correr lejos tan rápido como sus piernas se lo permitieran.
En cuanto llegaron a casa, Rei tuvo suerte de que Michelle le dejara tomar su celular, porque en cuanto llegaron a la sala, su pánico termino de desmoronarlo y catatónico, abrazó a su hermana y no la volvió a soltar.
Lo único que Rei pudo hacer fue llamar a sus padres y decirle que algo ocurría con Michelle. Y pedirles la única cosa que sí sabía que él necesitaba.
—Mamá, papá, mi hermano quiere ir a casa.
Los padres de ambos condujeron toda la noche sin hacer una sola parada, así mismo, Robert llamó a Yuriko. Ninguno supo explicar lo que sucedía, pero de alguna forma, todos llegaron a Tokio al amanecer.
Como Michelle permanecía aprisionando a su hermana entre sus brazos, tuvieron la suerte de que Yuriko tenía la llave de repuesto del departamento.
En cuanto entraron, fueron directo hacia la sala y allí, encontraron a Michelle atrapado en un bucle hecho por su propio miedo. Ni Kaori ni Robert pudieron hacerlo entrar en razón con sus suaves tácticas de preocupación. Frente a esto Yuriko, que se había mantenido al margen analizando a su hijo, tomó una decisión ruda, pero necesaria.
—Robert, Kaori-san —habló Yuriko—. Necesito que vayan y esperen en la cocina.
—¿Qué es lo que harás? —Preguntó Robert, preocupado.
—Hasta donde sabemos, fue el aura de muerte que proyectaba esta mujer la que dejó a Hibiki en este estado —respondió Yuriko mientras tenía la mirada fija en Rei—, la presencia de ambos es demasiado débil frente a esto, Rei-kun es fuerte y confiable para Hibiki, por eso se ha fiado de ella, aun así, no es lo suficiente para traerlo devuelta.
—¿Piensas proyectar tu cuerpo espiritual sobre ellos? ¡Rei no lo tolerarás! —gritó Robert como si presenciara una locura.
—¡Por supuesto que lo hará! —increpó Yuriko con el mismo tono—. Ella es fuerte, no menosprecies a un Bakeneko solo por ser una especie inferior. ¿No es cierto, Kaori-san?
La naturaleza maternal de Kaori la hacía ver dulce y amable la mayor parte del tiempo, y eso hacía que en momentos importantes como este, Robert olvidara la raza real de su esposa e hija. Pues los Bakeneko no serán los más fuertes de los Yōkai, pero eso no significa que sean fáciles de aplastar, y de eso tanto Yuriko como Kaori tenían conciencia plena. Por lo que tomando firmemente el brazo de su esposo, Kaori asintió con firmeza.
—Pero...
—No hay alternativa, Robert, Hibiki ha estado así desde ayer, si tardamos más no sabemos los estragos que esto puede causar en su mente. Rei. —Volteando a verla, acaricio su rostro con cariño—. Voy a necesitar que resistas tanto como puedas, si no abrumo a Hibiki, él podría...
—Entiendo —dijo Rei con una firmeza similar a la de su madre.
—Bien.
Decididas, Kaori arrastro a Robert hasta la cocina, Rei se preparó para aguantar cuanto pudiera y más, y Yuriko, aun cuando no lo mostrara, rogaba a sus ancestros porque lo que pretendía hacer funcionara y le devolviera a su hijo sin lastimar a Rei.
—Comenzaré.
Abrumar, es un término común utilizado por los Yōkai. Su definición es simple. Abrumar, en palabras sencillas, significa intimidar. En la antigüedad, cuando los Yōkai vivían como los animales, sin las sofisticadas normas sociales humanas actuales, estos tenían este método de defensa preventivo. Funciona igual que un enfrentamiento de egos, ambos contrincantes proyectan sus formas espirituales buscando doblegar el ego de su adversario. Aunque ya no es muy utilizado, esta capacidad para abrumar aún existe en los Yōkai modernos como Yuriko, quien, al vivir su vida en la libertad que su propia naturaleza ordena, desarrollan un ego implacable. A diferencia de Robert y Kaori, lo cuales al relegar su vida a la paternidad en un ambiente sin amenazas, han presidido de este. Claro está, el ego de Kaori, una mujer que fue bastante activa y salvaje en su juventud, es muy superior al de Robert, quien siempre vivió pasivamente siguiendo las normas. Así mismo, existen los egos innatos, como el de Rei, quien despertó el rasgo en la preadolescencia por el deseo inconsciente de proteger a su hermano.
Obviamente, la genética también afecta la capacidad para abrumar, las razas puras tienden a tener una mejor capacidad para esto.
Y, bueno, luego tenemos a los casos como Michelle. Mestizo, obligado a vivir una vida normada y pasiva, protegido por un buen ambiente familiar y con su cuerpo espiritual, manifestándose a nivel físico como mecanismo de autodefensa. Michelle era el equivalente a una mascota casera expuesta al maltrato. En constante alerta y receptivo en extremo. El que Aiko lo allá abrumado luego de confiarle la vida causó un impacto tal, que su ego se paralizó y solo supo hacer una cosa, encapsularse en un desesperado intento por sobrevivir.
Así estaba Michelle cuando Yuriko le hizo frente a ese muro, era seguro que ella lo aplastaría, lo complicado era hacerlo sin dañar a Rei que era utilizada como escudo, y no invadir el ego de Michelle más de lo que ya lo estaba, debía ver a Yuriko como su madre, no como una amenaza. Lo que es difícil cuando vez a tu madre derribar la puerta cargando un hacha, metafóricamente, claro.
Yuriko tomó el rostro de Michelle y lo forzó a verla a los ojos, en ellos, solo se le veía ausente, lo que obligo a Yuriko a contener su ira y apretar la mandíbula. Estaba enojada, no, furiosa con quién había dejado a su hijo en ese estado, pero no era eso lo que debía proyectar. Lo que necesitaba para mostrarle a Michelle el camino de vuelta a casa era seguridad y protección.
Cara a cara, Yuriko exhaló e inicio su propósito. Dejando salir lentamente una noble, pero pesada aura que proyectaba su forma espiritual, una bestia aterradora que sobrecogió a Rei, un enorme dragón marino de escamas azul oscuro, brillantes como una noche estrellada. Con sedoso pelaje blanquecino, de ojos celeste pálido y enormes fauces por las cuales se asomaban unos terribles y afilados colmillos. Quien lo viera se desmayaría, no había duda de que Yuriko no era alguien a quien debías tomar a la ligera, Rei solo podía pensar en que si llegaba a toparse con Aiko, la destrozaría por dañar tan cruelmente a Michelle. Comparado con ella, su mamá, Kaori, debía verse como un gatito casero.
Michelle, por su lado, estaba atrapado en un recuerdo de su infancia. Uno en el que lloraba aterrado encerrado en un armario del salón del jardín de niños, Michelle tenía poco más de 4 años cuando un perro callejero que se había colado al patio de juegos del jardín lo mordió en la pierna, asustado, se encerró junto con su gato de peluche. Permaneció allí por horas, sus profesoras lo llamaron y llamaron, pero él nunca contestó y nadie lo encontró. Llamaron a su padre, pero Robert tampoco lo encontró, sin embargo, Yuriko, que por ese tiempo trabajaba en la ciudad para poder visitar a Michelle los fines de semana, fue la única que mantuvo la calma y como siguiendo un hilo invisible, lo encontró.
¡Toc! ¡Toc!
(Tocó Yuriko la puerta del armario).
—Hibiki, cariño. Soy yo.
Escuchó Michelle en la oscuridad.
—Ya es seguro, puedes salir, mamá no permitirá que nada te haga daño.
Como si sus palabras fueran mágicas, Michelle levantó la cabeza y sintió a su madre esperando tras esa puerta. Aún temeroso y al borde del llanto, Michelle abrió la puerta y se arrojó a los brazos de su mamá.
—¿Kaasan? —dijo Michelle al volver de su sueño, confundido.
—Hibiki, aquí estoy, cariño —con gran amor en su expresión, Yuriko abrió sus brazos.
—¡Kaasan! —exclamó Michelle soltando a Rei y abrazando a su madre—. Kaasan, el perro me mordió...
—Lo sé —Yuriko también lo recordaba, ese incidente—. Lo sé.
Tras reaccionar, Michelle cayó en un profundo sueño, y aunque tanto Kaori como Robert se preocuparon, Yuriko los tranquilizo explicándoles que solo descansaba. Lo había traído devuelta, y era un alivio, pero esto no acababa allí, alguien había abrumado a Michelle hasta aplastar su ego por completo.
Solo un arrogante bastardo presionaría hasta ese punto a un Yōkai con un ego tan frágil como el de Michelle, y Yuriko, estaba ardiendo en ira.
—Rei —dijo Yuriko—, sé que estás cansada, pero necesito saber. ¿Quién le hizo esto a Hibiki?
La mirada de Yuriko-san, era aterradora.
Galería de imágenes del capítulo VIII.
1. Yuriko-san con Michelle 4 años.
2. Yuriko-san con Michelle ahora.
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