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VI.

—¡Tranquilo, ya casi llegamos! —Michelle apenas lograba escuchar la voz de Aiko por el aguacero—. Hibiki, ¿me escuchas? Ya casi estamos, solo sigue corriendo.

La mano de Aiko estaba caliente, la suya en cambio, estaba fría, sus palmas estaban blancas y sus dedos cambiaban a un tono amoratado. Su reloj no dejaba de sonar, pero no tenía tiempo para revisarlo, lo único certero era que la temperatura de Michelle caía como nunca antes, a pesar de estar corriendo.

La lluvia había comenzado apenas bajaron del bus, en solo minutos, lo que eran ligeras gotas se habían vuelto un aguacero que los empapó de pies a cabeza.

Aiko, preocupada por Michelle, lo había tomado de la mano y obligado a correr hasta los dormitorios. Ella no sabía lo que la lluvia le haría a Michelle, pero si su enfermedad era tan mala como para desmayarse luego de estar unos minutos en el suelo agarrando el frío, no sería bueno. Necesitaban resguardo y rápido.

—¡Dejé la puerta de la cocina abierta, vamos, rápido!

Michelle no respondía, pero sus piernas no se detenían, Aiko tenía la impresión de que si paraban de moverse un solo instante, él colapsaría sin más.

Una vez a dentro, lo llevó derecho hasta su habitación y solo allí, cuando Aiko soltó su mano para ir por toallas al armario, Michelle cayó al suelo sin fuerzas y apenas consciente.

—¡Hibiki! —gritó Aiko al verlo en el suelo, inmóvil—. ¡Hibiki, ¿me escuchas?! Vamos, ¡reacciona!

¡Tin, tin! ¡Tin, Tin!

(Advirtió el reloj de Michelle).

Aiko, al verlo, no pudo creerlo, pero su mente se despejo lo suficiente para saber que hacer.

—28.5°C.

Lo había escuchado de su hermana Yūka una vez, quien se había interesado en el tema luego de salvar a un chico de casi morir por hipotermia.

«Aiko, ¿sabías qué sí la temperatura del cuerpo humano baja de los 28°C este puede sufrir de un colapso cardiopulmonar? Aquí dice que primero debes asegurarte de que su corazón este latiendo, el RCP no es bueno con hipotermia grabe a menos que este sufriendo un paro cardiorrespiratorio, dice que si se sube la temperatura, los latidos se recuperan rápidamente. Así es que si llegas a encontrar a alguien en ese estado, asegúrate de que su corazón late, luego calienta su cuerpo desde el centro hacia las extremidades. Aiko ¿me escuchaste? No seas como tu hermana que entró en pánico y solo pudo gritar por ayuda».

—Sus latido, Yūka dijo que primero debes revisar los latidos.

Concentrada en recordar las palabras de su hermana, Aiko abrió la chaqueta de Michelle y levantó su sweater. Con solo la camiseta puesta, apoyo su cabeza contra su pecho. Estaba frío, y apenas sentía su respiración, pero en el fondo lo escuchaba, sus latidos aún se oían, eran lentos y quedos, pero su corazón aun latía.

—Late, pero es débil, si subes su temperatura sus latidos volverán a ser normales, bien, necesito hacerlo antes de que baje de los 28°C.

Rápidamente y como pudo arrastró a Michelle hacia la cama, había visto en un programa que en casos de emergencia, la mejor forma de subir la temperatura del cuerpo humano era retirar la ropa mojada y mantener contacto físico de piel con piel. Por lo que, antes de subirlo a la cama, lo desvistió en el suelo. Le sacó la chaqueta, el sweater y la camiseta, estaba frío y pálido, el miedo en Aiko solo aumentaba, pero se obligó a mantener la calma y lo cubrió con una toalla en lo que le quitaba los pantalones.

—Espero que me disculpes por esto luego, pero es una emergencia.

Le quitó los zapatos, los calcetines y los pantalones, para su suerte su ropa interior estaba seca. Lo cubrió con otra toalla en lo que levantaba las colchas de la cama de Michelle. Por pura suerte vio los parches de calor bajo su almohada y pegándolos entre las cobijas, se dispuso a hacer una última cosa.

—Agradece que estas desmayado, de otra forma, te mataría —dijo a regañadientes mientras se desvestía.

Quedando únicamente en una camiseta de tiras y pantaletas, tomó a Michelle e intentó subirlo a la cama, pero era demasiado pesado.

—Vamos, Hibiki, necesito tu ayuda también. ¡Hibiki!

.....................

Michelle conocía esa sensación, era misma que tuvo ese día. Su cuerpo estaba paralizado, sus latidos apenas se oían y su conciencia solo podía pensar que moría.

—Tengo frío... tengo mucho frío, pero... ¿qué es eso?

«¡Hibiki!» Escuchó a la lejanía, había algo cálido tocándolo, conocía ese tacto, no era desagradable ni revolvía su estómago, era un toque cálido y agradable.

—Ah... ya veo, estoy soñando de nuevo.

—¿Me escuchas? —decía la voz—. ¡Hibiki! ¡Oye, reacciona!

—Si es así, entonces, lo quiero, ese calor —pensó—. Es mío —murmuró.

.....................

—¡Hibiki! Maldición, ¡reacciona!

De pronto, Michelle reaccionó, más por instinto que por razón y con la mirada perdida, tomó a Aiko y cayó en la cama.

No estaba despierto, pero tampoco dormía, para ser más certeros, lo único que Michelle veían en ese momento era calor. E igual que lo haría una serpiente, se enrolló bajo las cobijas y se envolvió con Aiko. Entrelazo sus piernas con las de ella, pegó su pecho a su torso, rodeo con sus brazos su cintura y su espalda, finalmente apoyó su cabeza en su hombro, rozando con la nariz su cuello y no volvió a moverse.

—Es mío —susurró.

.....................

Atrapada bajo las cobijas, Aiko no pudo moverse un solo centímetro, era extraño, una ola de emociones la golpeo en esa posición, seguía temerosa por la hipotermia de su compañero, a la vez que su corazón latía como loco por la forma en que Michelle la sostenía. Un chico que se paralizaba cada vez que una mujer lo tocaba, la estaba abrazando como un niño perdido.

No, no como un niño, esto se siente más como una bestia salvaje. Había sido capturada, y la estrechaba con tal fuerza, que incluso sentía su débil respiración chocar contra su cuello. Aun si quisiera quitárselo de encima, Hibiki era inesperadamente persistente, no se zafaría hasta que despertara por su cuenta.

Sin más que hacer, Aiko permaneció tranquila cuando notó que la temperatura de Michelle subía lentamente, fingiendo demencia frente al hecho de que innegablemente estaba acostada semidesnuda en una cama individual junto con un hombre hipotérmico que le tenía fobia al contacto femenino. Apabullando su propia vergüenza bajo la excusa de que era una emergencia médica.

—Maldición —cubriendo su rostro con el brazo que le quedaba libre—, me las pagaras cuando despiertes Hibiki... ¿por qué tenía que ser en mi cuello?

Pasarían toda la noche abrazados uno contra el otro, Aiko se las había arreglado para engañar a Igarashi, que por la lluvia habían llegado antes de la caminata, diciéndole que Michelle se había sentido mal después de salir y que estaba descansando mientras ella lo cuidaba.

Fue solo suerte que Igarashi no se preocupara más y abriera la puerta, vaya escena que se hubiera topado encontrándolos a ambos metidos en la misma cama y la ropa mojada en el suelo.

Para cuando dieron las 5:00 de la mañana, Michelle finalmente habría recuperado la conciencia. Y aun a medio sueño, se acurrucó cómodamente sin saber lo que abrazaba.

Hace calor, pero esto se siente bien, es suave y temperado, a perfectos e invariables 38.5°C. ¿Tenía una almohada como esta en casa? Dormitaba Michelle hasta que sintió a su "almohada" dar un pequeño quejido.

—Momento, yo, estaba en un viaje y entonces la lluvia... —solo entonces se dio por aludido, y abriendo los ojos, se topó con el largo y pálido cuello de Aiko frente a su nariz—. ¡¿Pero qué?!

Y su reacción fue aún peor cuando intento moverse y se percató que lo que abrazaba en definitiva no era una almohada y que se sentía tan cálido y suave porque no llevaba nada más que ropa interior puesta, al igual que Aiko.

Fue entonces cuando la mente de Michelle colapso en un intento por rebobinar su memoria para encontrar una explicación convincente para esa situación.

Recordaba el mercado, la comida, los juego, el parque, la merienda y luego, la lluvia. A partir de allí todo se borraba, recordaba la voz de una mujer llamándolo y el frío, después, el calor, y nada.

—¡Ejem! —Interrumpió Aiko su frenético viaje de recuerdos—. Si ya despertaste, ¿podrías soltarme? Siento que voy a morir de asfixia.

—¿A-aiko-san? —tartamudeo nervioso Michelle cuando se topó con que ella lo miraba directamente a los ojos a la espera de una respuesta.

—¿Quién más podría ser?

Si la situación no hubiera sido incómoda para ambos, Aiko hubiera estallado de la risa al ver la contorsionada expresión de Michelle que iba desde una vergüenza nerviosa a una incredulidad amnésica pintada de rojo.

Y que tras exactos 30 segundos, le hizo caer de espaldas por el borde de la cama arrastrando a Aiko consigo, pues las cobijas habían hecho un capullo de calor por culpa del mismo Michelle que inconsciente se enrolló en ellas.

—Maldición, ten cuidado —dijo Aiko en un intento por desenvolverse—. ¿Qué eres? ¿Una oruga? ¡No te muevas, con un demonio!

La cabeza de Michelle era un desastre, todo estaba revuelto y mezclado, perdido, se rindió a Aiko y congelado, se mantuvo inmóvil mientras ella los desenvolvía, ignorando cuanto pudo el hecho de que la tenía encima y sentía su cadera presionar contra su abdomen.

—¡Listo! —dijo finalmente Aiko, apartando la última cobija—. Hibiki, ¿estas bien?

—Aiko-san —contestó Michelle cubriendo su rostro con ambas manos—. ¿Podrías moverte? Por favor.

Aiko, que recién lo notaba, se levantó rápidamente y se sentó devuelta en la cama disimulando su sonrojo.

Nervioso, Michelle se levantó y buscó su ropa, fue aún peor para su salud mental ver toda la ropa del día anterior tirada en el suelo, como si hubiese sido desvestido a medio camino y con toda prisa, que era la verdad.

Más solo cuando fue por ropa seca al armario, y se colocó los primeros pantalones que encontró, cayó en cuenta de que al decir que estaba desnudo, era literal. Y que su espalda estaba expuesta a la mirada de Aiko. Su espalda y sus escamas...

—Lo sabía —escucho Michelle—. Eres tú, ¿no es cierto? El dragón azul del amanecer.

Como una punzada, la escama faltante de su espalda le llamó con esas palabras. Michelle no pudo hacer nada más que voltear a toda velocidad frente a esta aura amenazante que surgía desde la mirada de la mujer frente a él. Ocultarlo ya no era una opción, y esa sensación de estar acorralado por un animal furibundo lo conmocionó.

—Tú —Michelle la miró con miedo sin saber la razón y preguntó—. ¿Tú tienes mi escama?


Galería de imágenes capítulo VI:

Sketch original.

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