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IX.

Aiko llevaba un lunes de mierda. Tenía unas feroces ojeras plantadas en el rostro, unas que no tenía desde hace años. Dormir casi nunca había sido un problema para ella a menos que fuera verano y no tuviera aire acondicionado, pero ahora ese no era el caso.

Sin importar que tanto batallara con la idea, el recuerdo del rostro enfermo y aterrado de Hibiki del día en que habían llegado de Hokkaidō no desaparecía. Además, ¿qué significaba la actitud de todos ese día?

En el camino del aeropuerto a su casa se había topado con un montón de idiotas que salían corriendo en cuanto la veían, a la mañana siguiente cuando sacó la basura su vecino, a quien le había encargado que recibiera un paquete mientras no estaba, le cerró la puerta en la cara antes de devolverle sus cosas.

Y hoy, que tomó el metro para llegar a tiempo a su primera clase, un estudiante imbécil de unos 16 años la amenazo diciendo: «¿Qué miras? ¿Acaso quieres pelear conmigo?» Se hizo el muy machito solo para después bajar temblando en la estación siguiente, tirando palabrerías al aire.

Y ahora, en la entrada de la universidad, mientras pasaba el registro de identidad en la caseta de los guardias, uno de ellos se enfermó de la nada y vomitó frente a ella.

Muchos parecían evitarla el doble que antes, algunos se ponían pálidos con solo verla. No tenía sentido, porque otros, como la cajera de la cafetería que ni se inmutó, actuaban con normalidad.

En el baño, Aiko se veía al espejo buscando algo mal en ella y estuvo en eso un rato hasta que en el reflejo del espejo vio un rostro conocido. Era la hermana de Hibiki que, con una expresión de preocupación, mantenía su distancia.

—¿La hermana de Hibiki? —preguntó Aiko mientras volteaba.

—Rei, mi nombre es Rei, Yamamoto-san —afirmó—. Y veo que sigue enojada con mi hermano.

¿Qué? Lo que decía no tenía sentido, sí estaba algo molesta por el día que llevaba, pero ya no sentía nada contra Hibiki que no fuera confusión por como terminaron las cosas en el aeropuerto.

—¿De qué hablas? Aun que no sé porque Hibiki se enojó conmigo el otro día, nosotros ya estábamos a mano antes de eso. Ahora solo me preocupa un poco que me haya malentendido.

—¿Qué malentendido? —Contestó Rei con un dejo de agresividad—. Si te vez como si quisieras matar a mi hermano.

Esa reacción de nuevo. Aiko reconoció el desprecio en su mirada, era la misma que le había dado ese gigante estúpido amigo de Hibiki.

—¡Yo no quiero eso! Sé que Hibiki es el... —Tuvo que callar, planeaba avanzar hacia Rei, pero ella la detuvo en seco.

—¡No te acerques! Me enferma el siquiera estar a esta distancia. Pensar que aun existen Yōkai que se aprovechan así de los que son más débiles.

¿Yōkai? Aiko había escuchado bien. Rei había dicho Yōkai. ¿La comparaba con un monstruo? ¿Acaso era una niña? Esas cosas solo aparecían en películas y videojuegos. Aun cuando había logrado comprobar que Hibiki era lo que la adivina llamó «el dragón azul del amanecer», aun no entendía muy bien lo que significaba.

Pero momento, Rei era la hermana de Hibiki, entonces quizás ella también era uno, un dragón.

—¿Tú también eres uno? —frente a la incredulidad de Rei, Aiko insistió—. ¿Eres un «dragón azul» como Hibiki?

Un silencio crudo quedo entre ambas. De pronto, la expresión impávida de Rei se deformo en una ira ciega. Aiko presintió una extraña sensación que le erizo la piel, y su corazón latió con fuerza.

Eso se sentía como el miedo, un miedo aterrador. Por un momento Aiko deseo no haber dicho esas palabras.

—¿Cómo lo sabes? —Dijo finalmente Rei—. ¡¿Cómo sabes que Nii-san es un dragón?!

La sorpresa de Rei era auténtica, Michelle se había dedicado a crear la imagen de una Hebi promedio para los Yōkai que lo rodeaban. Ser débil era una cosa, pero ser un dragón débil no solo era humillante, era un tabú dentro de las especies superiores.

Que una mujer que apenas conocía lo halla evidenciado cuando ni siquiera Daichi, que era su mejor amigo, lo sabía era imposible.

Esa mujer era un peligro para su hermano.

—¡Suficiente! —Escuchó Rei venir de la puerta del baño, era la voz de Yuriko-san—. Es suficiente Rei.

—Pero, Yuriko-san, ella.

—Yo me encargaré del resto, Rei. —Seria y tajante, Yuriko detuvo a Rei—. Deberías volver a casa por hoy. Hibiki aun no ha despertado, querrás estar a su lado cuando lo haga.

Aiko no entendía nada, pero la sensación en su pecho se calmó un poco cuando Rei salio con la cabeza a gachas. Sin embargo, ahora estaba frente a una mujer que no conocía, y aun que tenía una apariencia elegante y un comportamiento educado, su mirada era afilada.

—Me disculpo por Rei —dijo la mujer—, su sobreprotección está justificada, aun así eso fue grosero. Me presento, soy Yuriko Asashōryū, la madre de Hibiki.

Asashōryū, pensó Aiko. En definitiva, ese era el segundo apellido de Hibiki, además, lo llamaba por su nombre japonés, no su nombre occidental. Hibiki le había dicho que solo ella lo llamaba así.

—Aiko Yamamoto, amiga... —¿Eran realmente amigos? Aiko no lo sabía—. Compañera de clase de Hibiki.

—¿Hibiki? —pronunció inesperadamente Yuriko-san, era inusual, nadie llamaba así a su hijo—. Entiendo, bueno, Yamamoto-san, me gustaría que me acompañara un momento. Por su conversación con Rei puedo notar que esta un poco confundida, yo aclarare sus dudas, por favor, sígame.

Aiko sospechó un poco, esta mujer parecía extrañamente calmada, teniendo en cuenta el comportamiento de Rei, algo malo sucedía y estaba involucrada en ello, pero más que eso, parecía rodearla un aura de austeridad.

Sin sopesarlo mucho más, Aiko tomó su bolso de lona y siguió a Yuriko-san hasta una cafetería cercana. Habiendo ordenado un ristretto y un milk shake de fresas. Yuriko-san inicio la conversación.

—Yamamoto-san, ¿por qué dices que mi hijo es un «dragón»?

Directa al grano, a Aiko no le desagrado su franqueza.

—El día en que Hibiki y yo peleamos, él dijo que su apellido materno es Asashōryū. «Asashōryū» significa «el dragón azul del amanecer», ¿no es cierto?

—Es una de sus interpretaciones, eso es correcto.

Aiko esperaba alguna reacción adicional, pero Yuriko-san se mantuvo imperturbable, por lo que prosiguió.

—Hace 4 años, cuando estaba en un festival de otoño, fui con unas amigas a leernos la fortuna con una adivina. Era una tontería, pero ellas querían hacerlo. Sus fortunas era tonterías obvias, pero cuando la anciana tomo mi mano, algo escalofriante salió de su boca.

«Has sido bendecida con la protección del dragón azul del amanecer, querida niña, tu desgraciada vida acabó, una nueva vida llena de fortuna te espera, pero todo lo que obtengas tendrás que retribuir. El juramento del dragón lo obligará a cumplir su promesa hasta que lo prendado sea devuelto y tus dones le sean compensados». Aiko repitió estas palabras tal cual las había escuchado, con esto, Yuriko-san cambio su postura por primera vez, tensando los hombros.

—Esa misma noche, unas extrañas marcas aparecieron en mi espalda. Apenas eran visibles, pero se veía como una escama de serpiente, parecía un bello tatuaje color turquesa en el centro de mi espalda. No se lo que significa ni porque tengo esto, hasta hace 2 semanas seguía sin entenderlo, luego me pelee con su hijo y me gritó su apellido, esa ha sido mi única pista en los últimos 4 años.

—Eso no explica el porque estas convencida de que Hibiki es un dragón. —Yuriko-san no pretendía dejar ni un solo detalle sin discutir.

Era claro que Aiko era quien poseía la escama de su hijo, lo que significaba que era ella quien había salvado a Hibiki el día en que estuvo al borde de la muerte. A pesar de esto, ella no reconoció a su hijo, de haberlo hecho, Hibiki habría llamado a su madre de inmediato para decirle que encontró a la mujer. Lo que no fue así.

¿Su única pista fue su nombre? Era una chica osada o muy loca. Ya que podría ser una coincidencia, pero en este momento, ella estaba segura, sabía que Hibiki no era un humano. ¿Cómo? Su hijo era un precavido patológico.

—Lo vi, su espalda. —Algo se retorció en el estómago de Yuriko-san al oírlo—. El ultimo día de campamento llovió de la nada, nosotros estábamos afuera, corrimos, pero no llegamos a tiempo y Hibiki se desmayó por el frío. Le di primeros auxilios y logré subir su temperatura, pero...

Una ligera vergüenza se presento en Aiko al recordar que la mujer con quien hablaba era la madre de Michelle.

—Su ropa estaba mojada y como no había nadie más, tuve que desvestirlo. Le tomó toda la noche recuperar la conciencia. A la mañana siguiente le pregunté si era el dragón azul que buscaba, pero antes de responder salió corriendo de la nada y no lo he visto desde que volvimos.

Ah... de no ser porque el camarero llegó con su orden, Yuriko-san habría perdido la compostura allí mismo. Que su hijo haya sido expuesto de esa forma era inconcebible.

Por lo que, mientras Aiko recibía su milk shake, Yuriko se bebió su café de un sorbo y pidió una taza de té verde con pastel de crema, lo necesitaría.

—Entiendo lo que dice, Yamamoto-san. Y entiendo que esté enojada con Hibiki por ignorarla —eso fue un tanto sarcástica—, pero debería saber controlar su ira, porque la está esparciendo en todas direcciones.

¿Otra vez? Pensó Aiko. ¿Por qué todos creían que estaba enojada con Hibiki? Sin importar que tanto lo explicara, todos parecían ignorarla, ella no estaba enojada con nadie.

Y era verdad, pero lo que Aiko no sabía era que a los ojos de todo Yōkai que la viera, no solo esparcía un aura amenazante cualquiera, sino que su deseo de asesinar era tan real como si apuntara con un arma a todo con el que se cruzara.

—Quiero ser clara, Asashōryū-san, no sé porque todos me ven así, pero lo diré solo una vez y espero que lo entienda, yo no estoy enojada con su hijo.

Los ojos de Aiko brillaron con una luz inusual al decirlo, para Yuriko-san se vio como una propuesta a un duelo. Lo que contrastaba con sus palabras. Todo en ella parecía tener una doble dirección, porque lo que decía y lo que proyectaban eran opuestos.

—Solo quiero respuestas. Llevo 4 años con esto en mi espalda, no sé lo que es, no digo que crea en fantasmas o maldiciones, pero es claro que tanto usted como su familia saben lo que es. Es todo lo que pido.

—Yamamoto-san —dijo Yuriko que comenzaba a comprender lo que pasaba—, tú no sabes lo que es un Yōkai, ¿cierto?

¿Yōkai? ¿Era el día de los inocentes o algo? Aiko ya estaba cabreada de que todo el mundo le saliera con sinsentidos.

—¿Qué tienen que ver cosas como monstruos con esto?

Esto tenía más sentido, la chica frente a Yuriko no tenía ni la más mínima idea de lo que era o lo que estaba provocando a su alrededor. Más que una bestia asesina que había «abrumado» a su hijo, de pronto Yuriko vio a Aiko como lo que era, un cachorro abandonado y ciego.

—Eso tiene más sentido —murmuró.

—¿De que habla? —molesta, ahora sí.

—Yamamoto-san, responderé todas sus preguntas, pero primero, necesito que me vea a los ojos, será solo un segundo.

Parecía convencida de algo, y si eso era todo lo que tenía que hacer para al fin tener respuestas, Aiko no tuvo más remedio que aceptar.

Tras un suspiro, Aiko se concentró en los ojos de la mujer frente a ella y aunque no esperaba sacar nada de ello, algo mil veces más aterrador que la sensación de miedo que tuvo con Rei la congeló en un parpadeo.

Aiko vio una silueta envolviendo a Yuriko-san, y en ella, un mar tormentoso con olas gigantescas chocando unas con otras, y entre ellas, una bestia, no, una pesadilla escamada con colmillos, cuernos y garras afiladas que la devoraban con la mirada.

Antes no notarla, Aiko estaba en el suelo, se había caído de la silla, un sudor frío la recorría y las piernas no le respondían. No podía respirar, creía estar ahogándose en el fondo del mar, y una nauseabunda sensación le subía por la garganta. Se contuvo por orgullo, pero había palidecido y estaba a punto de romper en un llanto histérico. Un segundo más de eso y se habría desmayado.

—Lo aguantaste bien, Yamamoto-san —dijo Yuriko mientras caminaba hacia ella para ayudarla a levantarse—. Creo que ahora si podemos hablar cómodamente —Ofreciéndole una sutil sonrisa de satisfacción.

No lo entendía, nada tenía sentido, nada. ¡¿Qué había sido eso?!

........................

Apenas llego a su casa Aiko se enrolló en su cobertor. No recordaba la última vez que había sentido tanto frío, pero se estaba congelado.

Era una locura, todo era una locura, Aiko no podía dejar de temblar, no podía ser real, debía ser un sueño, los monstruos no podían ser reales, los monstruos ¡no existían!

Esa era una reacción esperada, Yuriko-san habló a conciencia, después de todo, los humanos siempre eran así. Ciegos a la realidad.

—Fuiste criada como humana, es natural que el choque mental dure unas semanas, tranquila. Pero antes de que inicies la etapa de crisis tienes que escuchar esto. Los Yōkai existen, son reales, yo soy uno, Hibiki, Rei y todos los que llevan huyendo de ti todos estos días también lo son.

Aiko, pasmada, solo se limitó a escuchar, no podía procesar nada.

—Tú también eres uno, Yamamoto-san, y lo que acabas de sentir se llama «abrumar». Lo hice a propósito, no me disculpare por eso, ya que es lo mismo que le hiciste a Hibiki, tómalo como una venganza personal —Bebiendo su té y dándole una probada a su pastel, Yuriko-san prosiguió—. Por tú proyección, eres una raza superior, es todo lo que pude identificas. Como no eras consciente de ella significa que aun no te reconoces a ti misma como un Yōkai, pero pronto lo harás, porque ya nos ves.

Los ojos de Yuriko-san daban miedo, Aiko, ya lograba palpar sus piernas, y quería huir.

—Eres dura, debo reconocerlo. Un Yōkai promedio no toleraría mi presencia tan bien como tú lo haces ahora, pero no creo que aguantes mucho más. —Dándole dos mordidas más al pastel—. Por ser la persona que salvo a mi hijo te tendré consideración, ten. —Dejando una tarjeta de presentación en la mesa—. Llámame cuando quieras escuchar las respuestas a tus preguntas.

Terminando su té de un trago, Yuriko se levantó y dejando el dinero para pagar la cuenta en la mesa, se fue.

A Aiko le habrá tomado unos 15 minutos recuperar la confianza para levantar la mirada y notar que Yuriko-san se ya no estaba.

Aun temblaba, pero había recuperado el ritmo de su respiración. A duras penas pudo tomar la tarjeta de presentación de Yuriko-san cuando el camarero le preguntó si pediría algo más.

Para su mala suerte, el camarero era un Yōkai, y en cuanto lo vio, percibió nuevamente un aura ajena, no era agresiva ni nada parecido, pero era uno de ellos. Aiko lo supo y, asustada, negó con la cabeza y salió corriendo.

Todo el camino a casa se topó con extrañas sombras rodeando personas al azar. Sus ojos tenían que estar mal, porque de otra forma, no se explicaba nada de eso.

Encerrada en su habitación, se repetía a sí misma.

—No es real, no es real. Es mentira —en negación—. Estoy alucinando porque no dormí nada anoche, eso es, esto, ¡no es real!

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