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I.

Desde hace mucho, mucho tiempo han existido los Yōkai.

Yo... ¿voy a morir?

Puede que desde que los humanos se volvieron humanos que los Yōkai existen.

Tengo frío... oka-san tenía razón. Ahora no podré escuchar su: "Te lo dije".

Como puede que los Yōkai existan desde antes de los humanos y que ellos solo les dieran ese nombre.

¿De verdad es así como moriré? Maldición. Si solo pudiera moverme un poco.

Sin importar si es uno o lo otro, es un hecho irrefutable que estos existen. Y que, aun que los humanos no lo sepan, están en todos lados.

Si solo pudiera gritar.

Nadie los puede ver, pero allí están. Viven vidas tranquilas, van a la escuela, trabajan, vacacionan, compran un auto y comparten fotos por Anstagram.

No quiero morir.

Y aunque muchos no se distinguen de los humanos más que por un par de cosillas, hay otros que cada tanto nacen mostrando todas las características recesivas de sus genes. Como él.

Oka-san, mamá Kaori, papá, Missy, lo siento.

No te diré qué es él, pero si te diré que para alguien nacido de un Morgawr (bestia marina) y un Ryūjin (dragón de mar), una temperatura corporal inferior a 30 °C no solo es peligroso, sino que, si llega a bajar de los 28 °C, es mortal.

¡Tin! ¡Tin!

(Sonó el registro de temperatura de su reloj de muñeca).

Son 29°C, si baja uno más, moriré. No es justo, no quiero morir así. No tirado en el suelo de los vestidores de la piscina. ¡Alguien, por favor, quien sea!

De seguro, de no haber sido tan apático y detestable con sus compañeros, tal vez alguien se habría preocupado y hubiera ido a verlo, pero ese no era el caso.

De seguro, de no haber peleado con su hermana esa mañana, ella lo habría acompañado a la práctica y se hubiera asegurado de medir su temperatura al salir del agua, pero ese no era el caso.

De seguro, de no haber nacido como una criatura de sangre fría, habría podido nadar cuanto quisiera sin preocuparse por cosas tan triviales como la temperatura del agua, pero ese tampoco era el caso.

¡Tin, tin! ¡Tin, tin!

(Volvió a advertir el reloj).

Son 28 °C... yo, estoy muerto.

Lo que sí es seguro es que en el momento en que Michelle Hibiki Loughty Asashōryū, que era una sutil mezcla entre un padre inglés hasta la medula y una madre japonesa nativa de Osaka, estaba a punto de caer en un coma hipotérmico, este escuchó la voz de una chica quejándose entre los casilleros.

¿Dónde las deje? ¿Estarán en los vestidores? ¿Por qué la luz de los vestidores de los chicos está encendida? Esos tontos. El tío del aseo dijo que cerrara todo al salir porque no había nadie más.

Y dio el caso de que la chica, en vez de solo apagar la luz e irse, entró a revisar si no había nadie más. Justo para encontrar a Michelle tirado en el suelo, pálido y frío como un cadáver, que poco faltaba para que lo fuera.

Fuera por la luz de esperanza que esta desconocida le dio o porque por un momento creyó que era una Licaón, apenas sintió su temperatura, tan cálida como una manta eléctrica a 38.5 °C, se aferró a ella y no la soltó. Abrazándola por la cintura tan fuerte, que aun inconsciente, sintió una calidez como nunca antes.

No me importa lo que sea, pero este calor... pensó. Es mío murmuró.

..................


Este era el sueño usual de Michelle, aun luego de 5 años desde lo sucedido, seguía soñándolo cada noche y recordando cada detalle de ello cada mañana, todo excepto el rostro de la mujer que lo salvo.

Como lo odio.

Michelle odiaba las mañanas por esta misma razón. Casi como si su cerebro le recordara el trauma de casi morir cada noche, solo que en vez de sentirse aterrado o mínimo estresado, despertaba cada día con una frustración propia de él que alentaba su apatía acostumbrada.

Y quién no lo estaría, pues luego de ser encontrado por aquella mujer, despertó en el hospital sin conocer más de ella que su voz y su temperatura.

Sus padres que esperaban por su despertar tras 2 días inconsciente se limitaron a mostrar toda una ola de emociones que iban desde la preocupación al regaño. Así mismo, su hermana menor, Rei, le dio golpes entre gimoteos hasta que se calmó.

¿Quién me encontró? preguntó Michelle en cuanto pudo dejar de disculparse.

No sabemos, el conserje fue quien llamó la ambulancia, pero llegaste al hospital con una chica, los paramédicos y enfermeras dijeron que no la soltaste hasta que entraste a urgencias.

La chica había dejado un número de celular, pero debieron de escribirlo mal, porque cuando Michelle intentó marcar decía que el número no existía. Intentó encontrarla hasta donde pudo, pero como si nunca hubiera existido, la chica se desvaneció como el aire.

Eso le molesto por un tiempo. Pero cada que pretendía olvidar su roce con la muerte, su recuerdo volvía en un sueño.

De esta forma, con 21 años, Michelle solo podía tolerar las mañanas luego de darle dos caladas a su cigarrillo mentolado y beber de un tiro su café expreso para terminar de despertar.

Realmente, es muy odioso.

Preocupó a sus padres el que comenzara a fumar, pero como ya no podía nadar, y correr no se le daba bien, lo aceptaron como la única forma en que su hijo podía superar su diario vivir.

Afortunadamente para Michelle, apenas Rei salió de la escuela e inicio la universidad, pudo salir de casa con la promesa de que compartiría departamento con su hermana, para que así ella le echara el ojo en caso de.

Esa condición le hirió un tanto el orgullo, pero no quedaba de otra, después de todo su hermana era un Bakeneko (gato) mestizo, una bestia perceptiva y de temperatura corporal alta.

Rei, voy saliendo, hoy tengo clases hasta las 6:00 (de la tarde).

¡Ok! No olvides tu reloj nii-chan grito desde el baño mientras se arreglaba frente al espejo. ¡Ah! Y recuerda las compresas de calor, está bastante frio para apenas ser septiembre.

¡Ya las llevo! contestó antes de salir y cerrar con llave. ¿Quién te crees? Ni mamá Kaori me dice esas cosas pensó mientras caminaba hacia el ascensor.

Apenas terminaba agosto, en Japón el otoño comenzaba recién en septiembre, pero ya helaba en las mañanas y las noches. Si el clima seguía así, sería un pésimo invierno para Michelle, estaba acostumbrado a vestir ropa gruesa, pero hasta para él era incomodo llevar una chaqueta tan gruesa que pareciera formar parte de una expedición al Ártico.

Tomar notas se le hacía imposible, sobre todo en los salones que no tenían calefacción, pues no podía quitarse ni los guantes.

Como odio el clima dijo justo en el momento en que un vendaval lo golpeo de frente al cruzar la mampara.

¡Tin! ¡Tin!

(Sonó su reloj para advertir una temperatura corporal de 35 °C).

Maldición, si apenas acabo de salir.

De por sí es difícil para los mestizos como Rei y Michelle vivir camuflados de los humanos y de otros Yōkai (monstruos) especistas, pero aparte de tener una apariencia inusual por ser parte británico y parte japonés, él era básicamente un reptil de sangre fría sin regulación térmica, lo que era un infierno.

A Michelle le sobraban las razones para ser un apático consumado.

Al menos el metro es cálido a esta hora.

Aun así, fuera de ser completamente un asocial, Michelle disfrutaba momentos que para el resto de las personas comunes serían irritantes, este es un ejemplo.

Nadie en su sano juicio disfrutaría subir al metro en hora punta a las 7:30 de la mañana, bueno, nadie que no fuera Michelle. Era algo apretado, pero el calor corporal de ese montón de personas que a sus ojos eran algo así como una pila de guateros amontonados, era perfecto para él.

Un viaje de 15 minutos a 40°C o 42°C de temperatura ambiental en un vagón estrecho, esos pequeños detalles eran los que hacían tolerable el día de Michelle.

Maldición, la siguiente parada es la mía. Adiós, cálidas bolsas de agua caliente. Ese era un pensamiento recurrente en su mente.

Ya en la universidad, las clases de la mañana no fueron un problema, como estaba helando, la calefacción se mantuvo en 37°C. El problema inicio en la clase de Farmacoquímica II, justo después del almuerzo.

Una clase que de por sí era odiosa para Michelle, pues como era un repitente, conocía al profesor y este lo usaba para todos los ejemplos y ejercicios. Si no fuera porque había enfermado el semestre anterior, no hubiera perdido tantas clases y habría pasado sin problemas, pero viendo que el profesor era uno de los más estrictos de su carrera, este lo obligo a repetir con un 54 en el último examen, el muy desgraciado, de haber sido un 55 no estaría allí de nuevo.

En fin, como era costumbre, Michelle llegó 10 minutos antes de la clase para tomar el mejor asiento, ese que estaba justo debajo del aire acondicionado en la segunda fila de asientos, y para adueñarse del control remoto del aire.

39°C, no había mejor temperatura. Esos 10 minutos que permanecía encendida la calefacción era el tiempo justo que le tomaba al salón llegar a la temperatura preferida de Michelle. Y el tiempo exacto para transformar un salón vacío en un horno sofocante para el resto de la clase.

Maldición, amigo. Esta sala siempre es un horno. ¿Cómo le haces para estar con cuello de tortuga y no sudar una gota?

Ese es Daichi, puede que el único amigo que Michelle hizo a lo largo de los últimos 3 años. Y es correcto aceptar que esa amistad fue posible únicamente gracias a la insistencia unilateral de Daichi, él tambien era un Yōkai, más específicamente un Inugami (perro) puro.

Daichi desciende de una vieja familia que atiende un templo en la prefectura de Tochigi. A pesar de su pureza de sangre, no era especista, a decir verdad, era la viva imagen de un cachorro juguetón.

Bueno en deportes, alegre y social. Básicamente, un imán de chicas gracias a su musculatura marcada y su altura de 1,80 metros, y aparte un gran mejor amigo, por su risueña actitud. Todo lo contrario a Michelle. Que solo destacaba por su apariencia, similar a la de su padre. Con un cabello castaño claro, casi rubio visto al sol, con unos ojos redondos y azulados, sumándole una piel blanca increíblemente pálida, una contextura estilizada gracias a sus años como nadador y una altura de 1,82 metros.

De no ser por el pequeño lunar que asomaba bajo su ojo izquierdo y los grandes anteojos rectangulares de marco negro que siempre llevaba, sería el ideal de príncipe encantador, claro está, al menos en apariencia.

Nunca he sudado una gota en mi vida respondió a Daichi con un toque de sarcasmo.

¿Qué eres, una iguana? Siguiéndole el juego.

Si fuera una iguana mi vida sería mucho más fácil.

Daichi río a carcajadas pensándose que era una broma extraña, Michelle solo se reservó a esbozar una ligera mueca mientras abría su mochila en busca de su cuaderno.

Quizás algún día llegaría el momento en que pudiera decirle la verdad a Daichi sobre su mezcla de sangre, pero hasta que ese día llegara, se aseguraría de no parecer más que una Hebi (serpiente común).

A 3 minutos de comenzar la clase y con el salón lleno, Michelle se había asegurado de esconder bien el control remoto del aire acondicionado en su asiento, pues no faltaría el imbécil de sangre caliente que en vez de solo sacarse la chaqueta, querría bajarle a su amada y toda poderosa calefacción.

En esta clase el aire siempre esta como a 40°C. ¿Qué hacen los imbéciles de la clase anterior para siempre perder el control? Se escuchaban las quejas en la parte de atrás.

Si al menos esas ventanas pudieran abrirse para que corriera un poco de aire, pero no, tenían que ser selladas.

Siempre es lo mismo, nunca puedo concentrarme por este maldito calor.

Los oídos de Michelle zumbaban. Era una lástima, pero para él era cuestión de vida o muerte, para el resto, solo eran 90 minutos de incomodidad.

Incluso para Daichi, que parecía tener inmunidad al frío llevando siempre una camisa delgada y una polera sin mangas, era molesto, pero no lo suficiente para llorar como las nenas que siempre se sentaban al fondo.

Que les toque a ellos aunque sea una vez, yo tengo que vivir con ello todos los días pensó Michelle.

Rebuscando entre las páginas de su cuaderno del semestre anterior, releía la materia que correspondía a la clase de hoy cuando una molesta voz femenina le agrio el ánimo.

¡Eh, tú! El paliducho del frente alzo la voz mientras caminaba entre los asientos, ¿me escuchas? Escuálido desgraciado, ya me tienes hasta la coronilla. Cada clase llegas y te plantas con la maldita calefacción, sudo como un cerdo por 90 minutos todos los miércoles por tu culpa.

Ya en la primera fila, fue directo hacia Michelle y golpeando la mesa con la palma de la mano, le plantó cara.

Ya me tienes harta, hay 40 °C aquí, ¡apaga ya la maldita calefacción!

Siempre había una de esas, Michelle se las topaba desde la escuela, personas agresivas que le reclamaban por la temperatura, como si él ya no se la tuviera lo suficientemente difícil.

¿Qué dices? Se levanto Michelle un tanto cabreado. No sé de dónde sacas tantas estupideces, pero ¿podrías escupir en otra dirección? Me joden los estúpidos quejumbrosos.

Solo luego de despotricar un poco, le dedicó una mirada atenta a la mujer frente a él. No la había visto nunca. Cabello lacio negro, ojos grandes y amarillos, cejas gruesas, labios pequeños y contextura delgada.

Así como Daichi, su ropa era ligera, solo llevaba una camiseta de tirantes y una chaleca tejida.

¡Eh! Vamos, tranquilos, tampoco es para tanto, solo es un poco de calor intervino Daichi como la voz de la razón.

Tú no te metas saltarina, lo he visto bien, este tipo siempre llega temprano y esconde el control. Lo entendería si fuera invierno, pero no estamos ni a comienzos de otoño y el sol pega sus 30°C afuera increpó la desconocida a Daichi.

Bueno, eso es cierto, pero... retrocedió Daichi un tanto intimidado.

¡Pero nada! zanjo la mujer. No sé qué temperatura llevaran allá en Europa, pero aquí es Japón y a 30°C no pueden tener el aire a 40°C.

Una vena saltaba en el cuello de Michelle, de seguro que se llevaba una buena vida siendo un estúpido de sangre caliente.

Estar a 30°C y estarse muriendo por una ráfaga de aire frío debe ser así de cómodo, pero para él, que llevaba una alarma en la muñeca que cada 30 minutos sonaba reportándole su temperatura, que no podía bajar de los 36°C. Sus comentarios le escocían como sal en la herida.

Y aun cuando Michelle estaba a punto de responderle con todo ánimo de ofender, la notificación que sonó de pronto en todos los teléfonos le salvo de estallar.

Nos podemos ir, el profesor canceló la clase, asi es que corten aquí y salgamos para calmarnos un poco calmó Daichi tocando el hombro de Michelle.

Este, aun molesto, pero con la boca cerrada, tomó su mochila, tiro sus cosas dentro y salió a toda máquina para evitar soltar la lengua por la rabia.

¡Oye! ¿A dónde crees que vas? Esto no se ha acabado. —Le siguió la mujer.

No tengo nada que hablar contigo, me largo. Apresurando el paso.

No te la dejaré tan fácil, egoísta bastardo vocifero estirándose hacia adelante para agarrarle del brazo. ¡Ven aquí!

Al sentir el agarre de la mujer, Michelle freno de tranca y volteo para zafarse. Aunque no le molestara el contacto físico en lugares como el metro o la cafetería, Michelle detestaba que lo tocaran a la ligera, en especial mujeres.

Desde el accidente hace 5 años, era intolerante al tacto y calor corporal de cualquier mujer que no fueran Rei, mamá Kaori o Yuriko oka-san (su madre biológica).

¡No me toques! gritó mientras tiraba bruscamente de su brazo.

¡Maldito! Si haces eso... reclamó la mujer mientras, por lo repentino de su actuar, caía sobre Michelle.

Tirados en el pasillo, Michelle intentaba incorporarse rápidamente, la baldosa estaba helada y sentía el frío subiendo por su espalda, pero tenía a esa mujer encima, que parecía tomarse todo el tiempo del mundo para levantarse.

¡Maldición! Quítate de encima se quejó mientras intentaba levantarla a la fuerza moviéndola por los hombros.

Fue allí cuando lo notó.

Mentira.

Lo sintió tan claro como en su sueño recurrente de cada noche. El calor corporal que emanaba el cuerpo sobre él lo sentía en las palmas de las manos. Ese tacto con la piel desnuda de sus hombros, lo conocía. Esos perfectos e inmutables 38.5°C.

No puede ser cierto -murmuró en voz baja.

Eso dolió. ¿Quién se gira así de la nada? Ante el silencio de Michelle, se preocupó un poco y un poco menos enojada preguntó. Oye, ¿tú estás bien?

Lamentablemente, Michelle, que aun intentaba procesar lo que sucedía, solo cayo en cuenta de una cosa. Y lo que salió por su boca, solo fue... bueno, escúchenlo por su cuenta.

¡Oye!

¡¿Quién carajos querría algo con una tabla flaca y de boca sucia como tú?!

Sería bueno decir que nadie lo escucho, pero las salas que tenían clases y eran contiguas al pasillo tenían las ventanas abiertas y Michelle se quejó tan fuerte, que no faltaron los que se asomaron a ver la escena.

¡PAF!

Resonó en todo el pasillo, fue tan fuerte que incluso a las personas que lo vieron, les dolió. La cachetada le volteo la cara a Michelle, que apenas reflexionaba lo que había gritado.

Con esto hecho, la mujer, roja hasta los hombros, sin saber si por la rabia o la vergüenza, recogió rápidamente todas sus cosas y cubriendo su pecho, se fue al trote, casi corriendo.

Daichi, que había estado oculto en la esquina tras un pilar, salió al ver a la chica irse corriendo, dejando a su amigo tirado en el suelo y con una silueta roja de su mano estampada en la cara.

¡Eh! Mika, ¿estas bien? Al no escuchar respuesta, desvió la mirada y llevándose la mano a la nuca replicó. ¿No crees que te pasaste un poco con eso último? Ni los estudiantes de escuela son así de crueles hoy en día.

¡Tin! ¡Tin!

(Sonó el reporte de temperatura).

34°C, tengo frío pensó Michelle.

Amigo, ¿me escuchas? acercándose para darle una mano.

¡Ah...! suspiró Michelle dejándose caer en el suelo nuevamente. Daichi, llama a mi hermana, dile que estoy muriendo.

Fue lo último que dijo antes de dejarse desplomar inconsciente.

Debe ser mentira, sería bueno si solo fuera un sueño estúpido.

Galería de imágenes del capitulo 1:

1. Michelle en el metro.

2. Daichi en clases.

***Todas las imágenes son de mi propia autoría.

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