Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

40. Cumpleaños, verdades y sorpresas

Brenda:
Una molesta alarma comienza a sonar al lado de mis oídos, mientras alguien está sobre mí.

Juliana.

—Apagá eso, Juliana. —Giro sobre mi cuerpo con intención de tirarla al piso, pero ella comienza a saltar sobre la cama con intensidad para que me levante.

—No te hubieras acostado tan tarde.

Me tapo hasta la cabeza con la frazada, pero alguien me destapa. Cuando miro a mi alrededor están todas las chicas del equipo y la entrenadora.

—¡Qué los cumpla feliz! ¡Qué los cumpla feliz! ¡Qué los cumpla, Bren!, ¡qué lo cumpla feliz!

—¡Los tres deseos! —grita Fer, dejando atrás al grupo y acercándose a mí con una bandeja blanca de plástico para llevar.

—Eso al agua. Al fuego son tres cosas que querés dejar ir —corrige la entrenadora.

Cuando Fernanda llega al lado de la cama, finalmente veo que hay en el interior de la bandeja; una torta individual y personalizada. Hay una cuchara de madera pegada por una cinta en el interior de la tapa.

Sonrío emocionada por la sorpresa mientras agradezco una y otra vez mientras las chicas susurran sobre mi reacción.

Con una sonrisa veo el fuego que desprende de la fina y corta vela blanca que combina con el «Felices 19» y los pequeños corazones decorativos que están esparcidos sobre el glaseado de un tono azul pastel.

Sonrío en forma de agradecimiento y comienzan a cantar el feliz cumpleaños nuevamente mientras enumero algo que quiero soltar, y una vez que las dije internamente soplo la pequeña vela.

—¡Muy bien, chicas! —Aplaude la entrenadora llamando la atención de todas—. En cuarenta minutos las quiero a todas abajo con sus cosas. Y Brenda, si no llegas a comerla, lo harás en el micro.

Todas asentimos en son de respuesta.

—Feliz cumpleaños, Acosta. —Me regala una sonrisa como muy pocas veces lo ha hecho cuando se trata de felicitarme por fuera de la práctica.

—Gracias.

Llego a decir antes de que salga de la habitación.

—Ella se encargó de averiguar pastelerías para pedir una torta para vos. Pero no le digas que lo sabés —me dice Gala sentándose en su cama, frente a la mía.

—¿Sí? —pregunto sin poder creerlo. Varias del grupo afirman con un movimiento de cabeza— ¿El color también? ¿El azul?

Esta vez la respuesta tarda en llegar; entre todas intercambian miradas. Cuando llegan a la conclusión de que ninguna eligió los colores junto a la entrenadora o le dijo mi color favorito me lo hacen saber y siento una mezcla de orgullo y sorpresa.

La entrenadora no es la persona más afectuosa del mundo, pero cuando tiene una muestra de cariño hacia alguna de nosotras sorprende a más de una, más aún cuando de cumpleaños se trata.

Algunas de las chicas del equipo se quedan un rato más en la habitación para hablar y otras se despiden y vuelven a sus respectivas habitaciones para terminar de guardar ropa o regalos que compraron de recuerdos.

*

Vanesa:
Aún con sueño llego al edificio de María para ayudarla a terminar los preparativos para el cumpleaños de sus hijos.

Cuando la puerta se abre me encuentro a una elegante y sonriente mujer como de costumbre.

—¡Pasá! —Me saluda con un beso y se hace a un lado para dejarme pasar—. Kira está en la cocina, y Meg me escribió que viene un poco más tarde porque tenía que comprar unas cosas. —Cierra la puerta.

Asiento.

Caminamos juntas hasta la cocina. Saludo a Kira y me siento a su lado.

—Vane, ¿café?, ¿capuchino?, ¿o preferís mate? —me pregunta María.

—Si ustedes toman, mate.

Antes de dar media vuelta para cargar la pava de agua me incentiva a comer las galletitas que están en un recipiente sobre la mesa.

—¿Y Meg? ¿Dónde está? —le pregunto a Kira, susurrando.

—No sé. Últimamente está un poco rara. Debe ser por los finales.

—¿Te parece?

—Siendo franca, no.

María se acerca a nosotras y el tema muere tan rápido como empezó.

Kira se lleva un vaso de agua, seguramente le ofreció María cuando llegó.

—Luca está en lo de Tiago. Anoche él y Felipe lo vinieron a buscar.

María hace hincapié en la palabra «Buscar» dando a entender que ella fue a quién se le ocurrió esa idea y le escribió a sus amigos para que ejecuten su plan para poder organizar todo hoy con nosotras.

Mientras desayunamos entre las tres hablamos mucho y de distintos temas. Lo primero que nos pregunta María es sobre las carreras que estamos estudiando, nuestras metas a corto y largo plazo, y cada tanto pregunta sobre algún chisme o nuestra vida amorosa. Con Kira nos miramos y nos reímos.

A la media hora Megara llega pidiendo disculpas por el retraso, no da explicaciones pero tampoco preguntamos al respecto, aunque me llama mucho la atención que haya venido con las manos vacías cuando iba a comprar algo. Miro a Kira buscando algo de complicidad sobre mis pensamientos, pero ella solo niega sin entender y tratando de unir cabos sueltos.

Nuevamente las preguntas del último tiempo dale de la boca de María pero esta vez para incluir a nuestra amiga.

Con la llegada de Meg, Sele se despierta y se acerca a nosotras frotándose los ojos con las manos en forma de puños.

—Hola, hija. ¿Cómo dormiste? —la saluda con un ruidoso beso en una de sus mejillas.

Su hija le devuelve el saludo de la misma forma y luego se acerca a cada una de nosotras a saludarnos.

—Ahora te preparo la chocolatada —le avisa su mamá mientras saca las decoraciones que hay en una caja.

—No te preocupes, nosotras nos encargamos —se ofrece Kira al escucharla.

—¿Están seguras? —Las tres asentimos—. No me tardo —responde y se va hacia la cocina con su hija tomada de la mano.

En menos de dos minutos junto a Kira y Meg empiezo a inflar los globos metalizados redondos y en formas de estrellas que hacen juego con los grandes números en gris.

Cuando Sele termina de desayunar se acerca a nosotras junto con María, ambas toman la cortina de tiritas y la cuelgan a la pared frente a la mesa donde se cantará el feliz cumpleaños.

En menos de dos horas ya tenemos casi todo listo. Terminamos antes de lo que creíamos porque viajó hasta acá Miguel, el hermano de María. Un señor de apenas cuarenta años, alto, esbelto, moreno y de pelo negro que levemente comienza a perder su color para cambiar a un grisáceo.

A primera vista parece una persona muy seria, pero a medida que pasa el tiempo me doy cuenta de que no es así, sino todo lo contrario; alguien que se la pasa haciendo chistes, que molesta a su sobrina pequeña hasta lograr que carcajee, jodón, simpático, que le encanta contar historias de su juventud o de anécdotas que tiene con sus sobrinos y que aprovecha cualquier ocasión para festejar.

*

Brenda:
Cuando bajo del micro mi familia y amigas están en esperándome con una gran sonrisa.

La primera en saludarme es mamá, Sele está a su lado esperando su turno para abrazarme.

—Hija, ¡qué grande estás! —dice al borde de las lágrimas.

—Má, fue menos de una seman…

—Te extrañé mucho, mucho, mucho —me interrumpe y me abraza más fuerte que antes.

—Yo también. Yo también te extrañé mucho —respondo y le acaricio la espalda porque la noto algo angustiada.

—Estás hermosa. Feliz cumpleaños, mi amor —dice dejando sonoros besos en toda mi cara.

En cuanto, mamá me suelta, me agacho para quedar a la altura de mi hermana y me abraza con todas sus fuerzas.

—Feliz cumpleaños. —Me suelta para verme—. ¿Lo estás pasando bien?

—Sí —respondo entre risas por su tierna pregunta.

Vuelve a abrazarme.

—¿Cómo te fue? ¿Es lindo? Con mamá vimos imágenes en internet, ¿es así? ¿Qué comiste? ¿Tenés el partido grabado para verlo por la tele?

—Si me seguís haciendo preguntas no voy a poder responderlas —río, apartándome del abrazo.

Pero a pesar de mis intentos ella no me suelta, así que me siento en el piso de la terminal para estar más cómoda. Selena también se sienta, pero arriba de mis piernas.

Nos quedamos un rato así y en silencio. Cuando se levanta noto como sus ojos están ligeramente rojos y aguados.

Algo dentro de mí se quiebra un poco.

Es la primera vez que viajo a competir y Sele es completamente consciente de eso. Antes no entendía nada de nada porque era bebé o era algo de uno o dos días.

Luca se acerca a mí. Me abraza por menos de cinco segundos y me suelta.

Nos miramos.

—Feli…

Empieza la guerra como en todos los cumpleaños.

—Feliz cumpleaños, Lu —lo interrumpo.

—¡Tramposa!

Ríe. Y yo lo sigo por detrás.

—Feliz cumple, Brenda. —Me abraza—. Me vas a tener que contar todo.

—Como siempre —respondo sin entender a lo que se refiere.

—Me refiero a lo que pasó con Diego —dice.

Con solo nombrarlos las alarmas en mi interior se activan.

Rompe el abrazo y me guiña un ojo.

Sonrío en un intento de calmar los nervios.

—A mamá mona con bananas verdes no —dice en un susurro mientras pasa un brazo sobre mis hombros, quedando a mi lado.

—Es que… —Me interrumpe.

—A las monitas con bananas verdes, tal vez —dice señalando al frente de nosotros.

Giro hacia donde señala y veo a mis amigas esperando a que corra hacia ellas, así que eso hago; corro la corta distancia que hay entre mi familia y ellas para saludarlas. Ellas me atrapan en un abrazo grupal y llenan de besos.

Lo siguiente que escucho son aquellas tres voces sonando al mismo tiempo, peleando por cuál de ellas será escuchada. Las preguntas se mezclan entre ellas, las demandas de los recuerdos que compré para ellas, las exigencias de que hable del partido o de Diego, los halagos… Todo de todo, menos Feliz cumpleaños.

A lo mejor es algo egoísta estar esperando una felicitación por mi cumpleaños cuando hacen días que no nos vemos y tanto ellas como yo tenemos cosas para decirnos, pero es lo que más espero en este momento.

Cuando el abrazo se deshace ellas quedan frente a mí. Las tres cabezas giran a verse mutuamente y comienzan a cantar a gritos el feliz cumpleaños, sin importar que los pasajeros que están bajando de colectivos, o esperando a subir al suyo para viajar las vean como si fueran la reencarnación de los tres chiflados.

—Pensé que se habían olvidado —digo cuando terminan.

—Te hizo mal el aire de La Rioja, ¡eh! —Se ofende Vanesa.

—Muy mal —acusa Meg por detrás.

—¿Vamos? —pregunta mamá tocando mi hombro— En casa hay una sorpresa.

︱ღ︱

Cuando llegamos a casa, el tío junto con su esposa estaban en el sillón mirando una película en el televisor de la sala, al lado el carrito de bebé con mi primo durmiendo sin importarle las voces de doblaje.

Después de pegar un grito de felicidad al verlos camino hacia ellos a abrazarlos, me reciben con besos, felicitaciones no solo por mi cumpleaños sino que también por el partido que siguieron por stream y un sin fin de elogios.

—¡Ey, ey! Permiso —grita Luca, a la par que se interpone entre los tíos y yo—. También vinieron por mí. Recordá que compartimos cumpleaños. —Guiña un ojo y los abraza.

Todos reímos, menos Luca.

Una hora después de que bajé del micro Diego me escribió avisándome que acababa de llegar a la ciudad, no sin antes desearme un feliz cumpleaños, otra vez, pero no la última. Cuando apareció frente a la puerta, peinado, con una larga sonrisa y perfumado fue la tercera vez que me felicitó, esta vez con un beso ligero en la mejilla.

Mamá se encargó de invitar a mis amigas, a los tíos y a los amigos de Luca. Me dijo que con la decoración tuvo ayuda de las chicas y del tío; si bien no es algo escandaloso, siento que es perfecta.

Al lado de la puerta, en la mesa recibidora hay dos pizarras de corcho, en uno dice «Recuerdos de Luca» y el otro «Recuerdos de Brenda», ambos escritos con fibra y la letra inconfundible de mamá. Sobre la mesa hay muchas hojas rectangulares y lapiceras para que los invitados puedan escribir recuerdos de nosotros. Además, también hay chinches de metal, plateadas, para fijar el papel sobre la pizarra.

—¡Vos me debes una historia! —acuso a Diego que está muy concentrado escribiendo en uno de los papeles.

Voltea a verme.

—Lo del hadita amarilla —explico.

—No me vas a decir tranquilo si no te cuento, ¿no? —termina de decir volviendo al papel.

—No.

—Bien. —Toma el papel y una chinche, pero en vez de fijarlo en mi pizarra, como creía, lo hace en el de Luca—. Después de la fiesta vamos a la casa de mis papás y te muestro lo que te dije que necesitaba para contarte.

—¿A lo de tus papás? —pregunto, aturdida, por sus palabras.

—Sí —responde, despreocupado—. Van a salir a comer. Está la abuela, pero con suerte estará dormida.

—Estás seguro de que no les va a molestar.

—Seguro.

Sonrío no muy segura.

No quiero que piense que no quiero ir, porque no sería cierto, sino que me da un poco de nervios que justo vuelvan y nos encuentren. Hace años que no sé nada de ellos, principalmente del papá, lo he visto muy pocas veces, y en su mayoría entre la multitud de más familiares de otros compañeros en los actos escolares, en cambio, a su mamá, en más oportunidades y por más tiempo.

Las chicas se acercan a mí y me alejan de Diego muy felices hablándome a la par. Volteo a ver a Diego, él sonríe y guiña un ojo, despreocupado, dejándome tranquila. Antes de girar nuevamente, veo que él camina hacia la mesa recibidora y toma otro papel y empieza a escribir algo.

El corazón me bombea a mil por hora de solo pensar que puede estar escribiendo un recuerdo para mí.

El abuelo pasa a nuestro lado, con disimulo me toca el hombro para que vea su próximo movimiento; se acerca despacio detrás de Diego y presta atención a cada palabra escrita por él.

Se asegura de que estoy viendo y guiña uno de sus ojos, dejando claro que sus párpados ya están arrugados por la edad.

Sonrío, malévola. Sé que lo hace porque luego me dirá.

Al cabo de dos horas, la parte más esperada llega. Soplar las velitas junto a Luca.

Parados frente a una cortina de largas tiras metálicas y globos en ambos costados mirando a la torta circular mamá y la abuela nos sacan fotos para que queden de recuerdos. En más de una ocasión notó como Luca roba el relleno de la torta y se lo lleva a la boca, decido hacer lo mismo porque nadie se percata de su robo.

—¡Brenda! —grita mamá bajando el celular— Espera un poco; cantamos y comemos.

Escucho como Luca ríe por lo bajo, giro la cabeza para verlo de mala forma.

—La vida es así, hermanita —dice, aun riendo, y en eso se escucha el click del teléfono de la abuela—. Sonreí un poco —vuelve a hablar, pasando un brazo sobre mis hombros para posar juntos.

Todos los invitados empiezan a cantarnos el «Feliz cumpleaños» mientras mamá y la abuela siguen grabando y sacando fotos.

Una vez cortada la torta vamos a la sala cada uno con su porción. Vane está parada al lado del ventanal hablando con Felipe que salió a fumar, Kira escucha a los abuelos contar la historia de como se conocieron. Mamá habla con su hermano y la tía mientras le hace morisquetas al bebé para que se ría, Selena duerme a su lado ocupando todo el sillón. A lo lejos lo veo a Luca hablando con Megara, y en la otra esquina estoy yo con Tiago y Diego.

Él no sabe nada todavía. Diego no le ha dicho como quedamos, pero tampoco sospecha, o al menos no da una mínima señal.

—Bren —me llama la abuela y me hace el gesto con la mano para que me acerque—. ¿Me traes un vaso con agua?

Asiento y camino para la cocina.

—¿La estás pasando bien? —pregunta Diego en mi oído, abrazándome por detrás mientras lleno el vaso de agua.

Borro cualquier indicio de nervios

—Sí.

—Me alegro.

Deja un suave y húmedo beso en mi mejilla provocando picazón en el lugar. Sonrío por lo bajo.

Diego apoya su cabeza sobre mi hombro.

—Die…

—¿Qué? —pregunta suave.

Doy media vuelta a verlo. Él opta por tomar una posición recta, sin soltar mi cintura.

—Mi familia —susurro. En el fondo no quiero que se aparte.

—Están en la sala. Lejos de acá.

Corta la distancia entre nosotros, esperando a que la tensión crezca y sea yo quien la rompa. Lejos de eso, paso mis manos por su cuello hasta unirlas detrás.

Nos quedamos quietos.

Observando al otro.

Creando una burbuja que nos aparta de la realidad.

Pero ninguno corta los pocos centímetros.

—¿Me vas a hacer esperar? ¿En mi cumpleaños? —pregunto, sonriendo seductora.

—Podrías besarme vos.

—Podría —acepto—, pero no me diste ningún regalo.

Carcajea.

—Lo tengo en el auto, materialista —dice acercándose más.

—No soy materialista. Podría ser una carta contándome cuándo, dónde y cómo te empecé a gustar.

—¿Cuándo? 2006… A lo mejor 2005. Y probablemente en marzo, con el inicio de clases. —Deja un beso en mi cuello, me estremezco ante su tacto—. ¿Dónde? En el jardín. —Otro beso, acaramelado—. ¿Cómo? No sé cómo explicarlo, pero cuando te veía sentía algo que nunca antes había sentido, quería estar siempre al lado tuyo. Empecé a notar cosas que hacías; como cuando la maestra avisaba que teníamos que volver al salón vos salías corriendo al tobogán para tirarte por última vez, que siempre jugabas con un rompecabezas de princesas, que tus pecas con el sol sobresalían más sobre tu piel morena, que te encantaba cuando finalmente abrían el arenero o cuando a la salida había un charco de agua y lo pisabas sin importarte que se moje tu ropa… Quería acercarme, quería jugar con vos, quería ser tu amigo. Y todo esto antes del amarillo, mientras descubría día a día tu personalidad —explica, poniéndose serio, mirándome a los ojos, para luego, nuevamente, dejar un tercer beso en mi cuello.

Me quedo en completo silencio, sin bajar mis manos de su cuello.

Nunca me imaginé que diría todo esto, solo bromeaba. Y menos que menos algo tan tierno como fueron sus palabras.

Sin duda alguna es uno de los mejores regalos que me dieron en mi cumpleaños.

Ya no me importa saber qué hay en el auto; definitivamente me quedo con estas palabras y el camino de besos suaves que va dejando sobre mi piel.

—¡Bren! La abuela qui… —Luca está parado frente a nosotros—. Oh… Yo… yo.

Volteo a ver a Diego que se acaba de soltar y ponerse a mi lado, dándole la espalda a Luca, y noto como la sangre le empieza a subir hasta su cara y esta se tiñe de rojo con cada segundo que pasa.

Sin moverse busca mi mirada y deletrea sin voz cada letra de la palabra «Perdón.». De inmediato niego sonriente, para que no se preocupe; si bien acordamos esperar a decirlo, no me molesta en lo absoluto que lo sepan a partir de hoy.

—¿Saben qué? Yo no vi nada. —Finalmente habla Luca.

—Le voy a llevar el vaso a la abuela —digo tan rápido como puedo, tomando el vaso sobre la mesada y haciendo a un lado a Diego para pasar.

—¡Carajo! —Lo escucho decir a Luca cuando paso a su lado.

Le doy el vaso a la abuela y me quedo hablando con los tíos, al rato veo a Luca que está haciéndome señas para hablar conmigo.

—Bren, perdona… Yo no sabía que estaban… así. Ahora distraigo a Tiago para… eso.

Está nervioso.

—No te preocupés.

—Los interrumpí. Interrumpí tu momento —dice, apenado.

Y con esas palabras me doy cuenta de que sigue pensando que sigue todo igual que siempre; que no me declaré. Que Diego no se me declaró.

Basta esas palabras para que la verdad sea expuesta.

Para que la verdad sea arrancada de mi boca. Verdades robadas de mi boca.

—Lu, no interrumpiste.

—No mientas para que no me sienta mal.

—Bueno, sí interrumpiste. Pero nada grave. —Me quedo callada por unos segundos—. Lu, en el viaje le conté todo lo que siento, y él a mí… Somos novios. —Sonrío.

—¿De…? —Se interrumpe, me mira perplejo y vuelve a hablar—. ¿De verdad? ¿Cómo? ¿Cuándo?

—Sí, de verdad. No sé, solo pasó. El martes.

—El martes —susurra—... Hace dos días.

Asiento.

Nos quedamos un rato en silencio. Él me mira serio y busca a Diego entre los invitados.

—¿Mamá sabe?

—Les iba a decir al mismo tiempo, pero te me adelantaste.

—Desearía no haberlo hecho —bromea fingiendo escalofríos—. Lo único que te pido es que no le rompas el corazón, porque ahí sí te mato.

—¡Ey! Yo soy tu hermana, no él. —Lo empujo suave.

—Y él, mi amigo —retruca.

—¿Estás poniendo su amistad delante de nuestra hermandad? —me ofendo.

—Siempre —susurra, carcajeando en mi oído.

—¿Qué pasó con el odio que le tenías? —pregunto sin creer lo que dice.

—Se transformó —Hunde los hombros—. Como el tuyo.

Mentiras no son.

Amaga a dar un paso hacia delante, pero voltea a verme otra vez.

—Ah, por cierto, que la abuela no te vea el chupón porque la vas a hacer ir con los Santos. —Toma una papita de un recipiente que hay en la mesa que mamá y Kira movieron de la cocina para dejar snacks al alcance de todos. Y se la lleva a la mesa ocultando una sonrisa.

Por inercia me toco el cuello con mis manos en un intento de cubrirlo. Tomo el celular que tengo en el pantalón y abro la cámara desesperada para usarla de espejo.

No veo nada.

Levanto la vista y veo a Luca carcajeando con resto de papitas en la boca.

—¡Idiota! —hablo bajo, pero remarcando cada sílaba para que si no me escucha al menos que me lea los labios.

Y se va a hablar con Diego y Tiago que están aprovechando que el sillón está libre porque mamá llevó a Selena a la cama. Disimuladamente, veo como Luca palmea la espalda de mi novio y se acerca a decirle algo para que Tiago no escuche.

︱ღ︱

A eso de la una de la mañana los abuelos se empiezan a ir porque ya estaban cansados. Y aunque mamá y el tío están entretenidos con la conversación que están teniendo se sube al auto de los abuelos junto a su esposa e hijo porque pasarán la noche en la casa de ellos, ya que en casa hay mucho lugar para que puedan quedarse cómodos.

De una en una, mis amigas se van despidiendo a medida que deciden que es hora de irse para sus casas. A diferencia de ellas, Tiago y Felipe deciden salir para terminar de festejar el cumpleaños de su amigo. Insisten varias veces para que Diego los acompañe, pero él niega cada invitación y súplica.

—Gobernado —susurra Luca entre risas cuando lo saluda.

Involuntariamente, Diego ríe.

Solo quedamos Diego, mamá y yo —Sele duerme en su habitación—. Diego nos ayuda a levantar las cosas que se usaron, aunque mamá le dice que no es necesario. Después de levantar los últimos recipientes que quedan, esta vez Diego se queda pasándole un trapo a las mesas y yo camino hacia la cocina detrás de mamá.

—Má, voy a salir con Diego.

—Con tu novio. Andá. No vuelvan muy tarde que se van a enfermar.

—¿Qué? —pregunto aturdida.

Si bien el poder de mamá de oler las situaciones a kilómetros siempre estuvo intacto, no me espero en lo más mínimo que lo sepa.

Pensaba hablar con ella del tema mañana a la mañana, tranquilas, sin la interrupción de Luca o Selena, porque sé que van a estar durmiendo cuando nosotras nos levantemos.

Mamá voltea verme sin soltar el vaso y la esponja, y empieza a reír a carcajadas. No hace falta que diga que es por la cara que tengo, me la llego a imaginar por mis expresiones con solo sentir la sangre corriendo por mi cuerpo y los latidos del corazón acelerados.

—Me contó tu hermano. —Deja el vaso a un costado y me mira—. ¡Y antes de que le digas algo, yo le pregunté! Ya me había dado cuenta de que algo pasaba cuando llegó y me saludó tímido, y por cómo se miraban, ahí había más que amistad. ¿Son novios? —pregunta, de pronto, y sospecho que lo hace para escucharlo de mi boca.

—Sí, el martes. Te conté que tuvo fiebre y que me quedé con él, a la mañana siguiente nos dijimos las verdades que necesitábamos contar.

—Estoy muy feliz por ustedes.

Se seca las manos con un reparador y me abraza fuerte. Yo respondo de la misma forma.

—Te está esperando, andá. Me escribís cualquier cosa.

—Gracias —digo, encaminando hacia la sala.

—Bren —me nombra—, al final tuve razón, como siempre. Terminaron siendo novios. —Guiña un ojo y mueve una de sus manos para que me vaya finalmente.

Camino hasta Diego que espera sentado en el sillón.

—¿Vamos?

—¿Le preguntaste? —pregunta, levantándose del sillón.

—La dejé.

Responde mamá mirando la situación.

—¡Ojito! —pega el grito, seguido de la seña cuando abro la puerta.

La cara de Diego toma color de un rojo intenso como el color de los labiales que tengo guardados a la espera de marcarlo. Mamá ríe a lo lejos porque logró su cometido, y yo tengo la esencia de aguantar el cosquilleo que quiere salir por mi garganta para no se siga apenando, aunque sea hasta cerrar la puerta.

—Ya sabe —le comento a Diego en un susurro.

Y cierro la puerta.

︱ღ︱

—Eras muy lindo de chiquito. —Sonrío dando vuelta la hoja del álbum de fotos.

—¿Era? —pregunta, ofendido.

Giro a verlo y contemplo su cara, extremo a extremo, de arriba a abajo y viceversa.

—Definitivamente, eras. ¿Qué te pasó? —lo molesto.

Y de un momento a otro Diego me quita el álbum dejándolo sobre la mesita de cristal que tenemos a nuestro lado; posa una mano sobre mi vientre y otra en detrás de mi cabeza y me tira hasta atrás.

—Arrepentite —habla riendo y deja besos por toda mi cara.

—Sssh… Diego, tu abuela duerme. ¡No! —río.

—¡Es tu última oportunidad de retractarte! —Toma distancia entre nosotros.

La luz de la lámpara que es de la habitación de su niñez es la única luz que tenemos. Decidimos no prender las luces de la casa para no despertar a su abuela que duerme como un niño pequeño.

La pequeña lámpara con stickers de superhéroes ilumina a la perfección a Diego, está justo detrás de él, haciendo que sea él quién resalta entre la sala oscura, encima de mí, con todo el contorno alrededor de Diego iluminado. Sus ojos cafés se ven más oscuros de lo que en realidad son, aunque estemos a oscuras no se me dificulta ver sus facciones por la cercanía en la que estamos.

—¿Seguís pensando que era lindo de chiquito? —pregunta. Su boca se ensancha, hasta formar una sonrisa coqueta.

Eras y sos lindo.

Me estiró hasta juntar nuestros labios. Cuando me separo le sonrío y Diego me ayuda a sentarme otra vez.

Volvemos a ver el álbum de fotos, es Diego el que va pasando las hojas esta vez, hasta que llega a un dibujo, a simple vista parece una nena pintada de amarillo con el pelo de colores y dos raquetas de tenis en la espalda.

—Sos vos —dice. Saca el dibujo entre el folio en donde se encuentra la hoja—. «La lluvia de colores no hizo que la hada deje de ser amarilla.» —lee.

Y empieza a contarme cuando lo dibujó, el mismo día que me tiró pintura en el pelo.

Sentada como indicio y con un codo sobre una de mis rodillas y el puño sosteniendo mi cabeza, lo escucho con atención.

—... Y es por este dibujo que empezaron a averiguar. Todo cambió a partir de este día —termina de contar—. Y es por esto que sos un hadita amarilla.

Ambos reímos.

Apoyada en uno de sus hombros y Diego sosteniéndome la cintura, nos quedamos un rato más viendo fotos, buscándome en el fondo de las fotos del jardín o de los cumpleaños.

No sé hace cuánto tiempo pasó desde que Diego me contó la parte de la historia que me había prometido, pero lo suficiente para saber que es tarde cuando escuchamos la puerta que lleva a la calle siendo abierta con una llave.

—Hola —saluda Diego a sus papás sin soltarme y mirándolos detrás de mi cabeza.

—¿Cómo andan? —pregunta su papá con una sonrisa al prender la luz— Se van a quedar ciegos.

—Hola, Bren, ¿Cómo estás? —La mamá de Diego se acerca a saludarme, por lo cual me levanto del suelo y la saludo.

—¿Ya son novios? —pregunta el papá, riendo.

Con Diego nos quedamos callados, ni ellos ni nosotros decimos algo luego de esas palabras. Miro de reojo a Diego, y por su expresión llego a la conclusión que está nervioso, casi tanto como yo. No sé en qué momento alejó su mano de mi cintura, pero tengo la leve sospecha de que lo hizo luego de la broma.

Los padres se miran mutuamente, pequeñas sonrisas cómplices se dibujan en sus labios. También hacen movimientos con sus cabezas para señalarnos intentando ser disimulados.

Diego toma una de mis manos y me ayuda a parar.

—Legaron… Algo temprano.

—No —dice su padre mirando el reloj que rodea su muñeca.

—¿Y la película que iban a ver?

—¡Ah, eso! Llegamos y no había más boletos, le prometí a tu madre ir mañana o pasado para verla, se quedó con las ganas —explica—. ¿Por qué? ¿Interrumpimos algo? —Nos señala en simultáneo. Su voz sale más seria que las demás veces.

—No, para nada. —Diego se apresura a negar—. Le quería mostrar el dibujo a Bren—. ¿La recuerdan? —Me obliga a caminar dos pasos hacia delante moviendo la mano con la que me tiene agarrada.

—¡¿Cómo no lo vamos a hacer?! —chilla, emocionada la mamá.

Sonrío, y ella me devuelve el gesto del mismo modo.

—Ya era hora de que la traigas. —Guiña un ojo el papá.

Diego pasa una de sus manos por los mechones de pelo que le caen sobre la nuca.

—¿Estaban con los álbumes de fotos? —pregunta, desentendida, la señora de cabello ondulado. Asiento— ¿Y si nos sentamos y vemos juntos las fotos? Hace mucho que no los veo —sugiere.

A juzgar por cómo su marido oculta una risa y niega, tengo el presentimiento de que vio las fotos hace dos semanas, pero miente para aligerar el ambiente.

Nos quedamos un rato hablando con ellos mientras tomamos café. Aprovechan los álbumes de fotos para contarme la historia que hay detrás de la foto o anécdotas de su hijo de chico. Yo los escucho muy atenta y guardo las anécdotas para molestarlo más tarde.

Las tazas vacías quedan sobre la mesa que hay delante de nosotros, tanto padre como hijo las llevan a la cocina, dejándome sola con la señora Balai.

Nos quedamos solas, ambas sentadas en el sillón. Ella sigue con su celular, pero cada tanto me mira. Yo no sé si usar el mío, mirar mis uñas, tomar uno de los álbumes de recuerdos o si romper el silencio, por suerte es ella quien rompe el silencio.

—Bren —susurra.

Le devuelvo la mirada nerviosa. Hacía años que no la veía, y ahora reencontrarnos siendo suegra y nuera me aterra. Me da terror caerle mal.

Hasta recién hablamos muy bien, incluso bromeamos juntas, pero estábamos acompañadas por su esposo e hijo, ahora estamos completamente solas.

—Me gusta que seas parte de la familia. Ya me contó Mari… Sobre lo de ustedes. Lo de mi hijo y vos. —Sonríe. Y siento que lo hace para tranquilizarme.

Mamá y su boca que no puede mantener callada.

Antes de poder pensar una respuesta, ella deja a un lado su teléfono y retoma la conversación.

—Diego vive hablando de vos, desde chiquito —ríe.

Me obligo a mostrar una sonrisa, no porque sus palabras no me hayan hecho sentir algo, sino porque estoy tensa —muy tensa— y me cuesta que las expresiones salgan por sí solas.

Debe estar analizando mi comportamiento como profesional…

No sería algo ético de su parte, y la mayoría de los profesionales no hacen eso… O al menos dicen no hacerlo.

Mientras más vueltas y vueltas le doy al tema más nerviosa me pongo. Intento calmarme jugando con mis manos y girando un anillo alrededor del dedo.

—Tranquila. ¿Sí? —Toma mis manos— No voy a comerte viva —bromea.

Río. Descargo todos los nervios que me estaban comiendo viva en ese simple gesto.

—Quiero que sepas que siempre sos bienvenida en esta casa, mi esposo piensa igual, así que sentite a gusto, como si fuera tu segunda casa. —habla, suave—. Espero que podamos tener una linda amistad, aconsejarnos, compartir secretos; Me contó Dieguito que cocinás muy rico, podemos hacer alguna receta juntas algún día. Y por supuesto, cuando estemos cansadas de ellos —Señala la cocina con la cabeza—; Criticarlos —bromea. Río, esta vez genuinamente.

—Muchas gracias.

Sonríe y mueve la mano derecha quitándole importancia a su gentil gesto.

—La que tiene que agradecer a la otra soy yo. Estoy feliz de que haya encontrado a una chica como vos. De que esté con vos.

Sonrío. Sonrío tanto que empiezo a sentir algunas cosquillas en los bordes de los labios.

Si quedaban dudas sueltas, nervios o vergüenza, ya lo esfumó con sus palabras. Con sus hermosas palabras. Y en lo único que puedo pensar es en lo contenta y bienvenida que me siento con los papás de Diego, principalmente con ella.

La voz del señor Balai se empieza a escuchar cada vez más clara y cerca de nosotras.

—Siempre quise tener una hija —Guiña un ojo, se acomoda su cabellera ondulada y vuelve a tomar el teléfono que dejó al costado suyo.

Y solo con ese gesto y palabras hacemos un pacto que esté momento solo quedará entre nosotras.

Nos quedamos media hora más hablando los cuatro juntos. Y cuando caemos en cuenta de la hora, Diego se ofrece a acompañarme hasta casa, decidimos ir caminando, porque a pesar de que está un poco fresco, es una linda noche para pasear.

—¡Diego, prestale un buzo a Bren! —exige la mamá.

—Hubiera traído algo si tenía frío —responde para molestarla.

—¡Diego…!

—Cariño, Diego tiene razón —apoya a su hijo, seguida de carcajadas entrecortadas.

Río, tímida, junto con él, detrás de nuestras risas se escucha la de Diego. La señora Balai solo mira mal a su marido, dejando en claro que no le gustó su broma.

—Voy —dice Diego cuando termina de reír. Antes de buscar en la habitación donde dormía deja un beso en una de mis sienes.

Diego vuelve bastante rápido con un buzo oversize negro y letras rojas al frente. Me lo pongo y salimos de la casa de sus padres, no sin antes despedirnos y dejar saludos para la abuela.

Diego me toma de la mano, ignorando las precauciones de su mamá.

—Feliz cumpleaños, Brenda —saluda mi suegro. Le guiña el ojo a Diego y levanta el pulgar fingiendo abrazar a su esposa.

Diego le dijo en la cocina.

—Feliz cumpleaños —repite su esposa cuando nota que sonrío agradeciendo al señor Balai.

Cuando salimos de la casa a lo lejos escuchamos las risas de sus padres.

_______________ღ_______________

Narró mi última nena, Vane. Qué les pareció?

Anteúltimo cap, no estoy preparada para dejar ir a Bren y Diego 🥺💔

Les dejo mis redes sociales. A veces dejo algún adelanto del próximo capítulo en Instagram y Twitter [X], también hago dinámicas con ustedes.

Instagram/Tiktok/Twitter [X]: @enuntulipan.

Un beso con cariño
-Ruʃ!tos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro