34. Próximo destino: La Rioja
Brenda:
Está diluviando desde hace rato, me encuentro sentada en el sillón mirando una película con Selena que a ella le encanta, mamá y Luca fueron al supermercado. En un rato vienen las chicas a comer como despedida hasta que nos reencontremos después del viaje, en mi cumpleaños.
Hace cinco horas que no sé nada de Diego. Sé que en total tiene trece horas de viaje y que no puede estar pendiente al celular, pero quiero saber de él.
Me gustaría que venga hoy a la cena.
El celular suena sobre la mesita frente al sillón y me abalanzo sobre él esperando que sea Diego.
Vans: Llevamos vinito tintoo
Es el grupo con las chicas. El mensaje de Vanesa es acompañado con una foto de ella, Kira y Megara sonrientes mientras que las otras dos sostienen una botella frente a ellas.
Vans: Saca las copas
Yo: recuerden que tiene que ser una noche tranqui
Yo: tengo que viajar muy temprano
Vans: Al vino nunca hay que decirle que no, nunca te lo enseñaron en tu casa?
Bloqueo el celu negando divertida y lo vuelvo a dejar sobre la mesita.
—¿Era mami? ¿Ya viene? —pregunta Sele a mi lado olvidándose de la película.
—No era mamá, pero debe estar por llegar con Luca.
—¿Entonces era Diego?
—No. Era Vane, viene a comer con las chicas.
—Ah… ¿Y Diego?
—Hablamos al mediodía.
—¿Y ahora?
Me quedo callada.
—Escribile.
—¿Ahora? No, está manejando.
—Te responde cuando termine —sonrie, inocente.
Miro a mi hermanita mientras pienso en la idea que me acaba de dar.
Ella vuelve a ver la tele.
Tomo el celular nuevamente, me paro del asiento y voy a la cocina.
—Ratoncito, hola… Quería saber cómo estás, cómo va el viaje, si hacés paradas para comer… En un rato vienen las chicas a hacerme una despedida y a desearme suerte. —Me pongo a jugar con una lapicera que mamá dejó en la mesada cuando hizo la lista de lo que tenía que comprar—. Bueno… era eso, supongo que no falta mucho tiempo para que llegues a La Rioja, gracias por eso; Sé que no te gusta que te agradezca, pero quiero hacerlo una y otra vez, no cualquiera lo haría. Avisa cuando llegues, te a… —Hago que me atraganto y pienso rápido—. Mañana te aviso cuando estemos por salir con el equipo. Te quiero.
Enviar.
«No cualquiera lo haría».
Muy pocas veces me encontré con este tipo de amigos en la vida, que por suerte hasta el día de hoy conservo, pero sé que un paso en falso puede hacer que todo se caiga desde la terraza de un edificio de nueve pisos, y no tendré la suerte de que haya una pileta para salvarnos.
Amigo. Amigo. Amigo.
Yo lo haría por él… No sé si con el mismo sentimiento, pero lo haría.
Con esto comprendo que es imposible engañarme a mi misma y decir que solo quiero ser su amiga.
Me obligo a pensar en que también lo haría por mis amigas. Algo que no sería mentira, pero no es un pensamiento que sale espontáneo, lo que me hace sentir mal conmigo misma. El sentimiento agridulce aparece como una bola de ovillo en la garganta y en el estómago. Una bola de ovillo con nudos, que se divide en dos con cada extremo y el medio un tirante hilo solitario que conecta ambas puntas.
Miro el chat por última vez, y bloqueo el celular al ver que ni siquiera le llegó el audio. Por unos segundos la idea de borrarlo se clava en mí, pero a pesar de eso no lo hago. Serían más las explicaciones que tendría que dar por el «Se eliminó este mensaje.», que por el audio en sí.
—¡Bren!
—¡Voy! —grito, sobresaltada— Ya voy Sele.
Suspiro, sonrío y camino hasta la sala para seguir viendo la película con ella.
A los minutos aparece mamá con Luca sosteniendo las bolsas con todo lo que compraron, me acerco a ayudarlos a acomodar todo. Cuando terminamos me voy a la sala con Luca, nos sentamos en el sillón, Sele se queda en la cocina con mamá ayudándola a cocinar.
Estoy nerviosa. Muy nerviosa.
Desde que bloqueé el celular después de mandar el audio no recibí ninguna notificación. No sé si Diego lo habrá escuchado o si sigue con solo el primer tilde.
Trato de tranquilizarme prestando atención al documental que puso Luca en la tele.
Minutos después el celular vibra y la pantalla se ilumina en la mesita frente al sillón.
Grito.
Pego un grito de nervios y en parte de susto. Con él libero la tensión que tengo en el cuerpo.
—¿Estás bien? —Voltea a verme.
—Sí.
No. No lo estoy. Y seguramente Luca lo sabe, aunque no niegue mis palabras.
—¿No vas a ver quién te escribe? —Arquea una ceja, dudando.
—Sí —Hay duda en mi respuesta.
Aunque lo diga, no lo hago. Solo miro el celular —el cual está con la pantalla bloqueada nuevamente— sobre la mesita.
No estoy preparada para ver de quién es el mensaje; si es de Diego me daría miedo leerlo, saber su respuesta del audio, pero si no es de él, creo que en parte me desilusionaría, porque a pesar del miedo y de los nervios quiero que me escriba. Quiero hablar con él.
La idea de que Diego haya escuchado mi audio y me haya respondido me alegra y me atormenta en partes iguales. Principalmente porque existe la posibilidad de que se haya dado cuenta de la palabra que casi le digo por instinto.
Te amo.
Los amigos se pueden amar, como me aman las chicas a mí, y yo a ellas, pero la cosa cambia cuando no es un amor de amigos. Cuando amas más que eso, cuando lo amas más que un mejor amigo. Cuando amas como yo amo a Diego.
El celular de mi hermano vibra al lado del mío, a diferencia de mí, Luca sí lo toma y enseguida.
—Es Megara. Dice que están abajo, ¿bajás?
—¿Qué? —pregunto aturdida. Caigo en cuenta que la notificación de hace rato era del grupo con ellas, o que alguna me escribió al privado para avisarme de que habían llegado, y no de Diego —Sí, sí. Yo bajo —respondo a su pregunta levantándome del sillón.
︱ღ︱
Me despierto sobresaltada por miedo a la hora que es.
Al no ver ni una pizca de luz proveniente de la calle me quedo más tranquila. Me estiro hasta el celular con cuidado de no despertar a Vanesa que duerme a mi lado. La pantalla ilumina mi rostro cuando toco el botón para desbloquear el celular. Es más temprano de lo que imaginé. Son las cinco y treinta siete de la mañana. Y es en este momento donde me percato de mi estado.
Me duele la cabeza.
Dudo que el cuerpo llegue a responderme a tiempo cuando salga de la cama en menos de media hora.
Anoche con las chicas nos quedamos despiertas hablando, bromeando entre nosotras, contándonos las últimas novedades y haciéndome prometer que les traeré un recuerdo del viaje a cada una… todo eso mientras terminábamos la botella que ellas habían traído; después de esa cuando Luca salió de su habitación abrimos una más que él compró con mamá.
Cuando nos acordamos de que yo viajaba temprano ya era bastante tarde para que se fueran —además de que llovía— y no íbamos a despertar a mamá para que maneje para dejar a cada una en su casa, entonces la opción más fácil era que duerman en casa. Tiramos un colchón al piso, al lado de mi cama, busqué sábanas para cubrir el colchón y para que se puedan tapar, a Luca le pedí una frazada de más. Nos acomodamos en dos grupos de pareja: Kira y Meg en el colchón, Vane y yo en la cama.
Afuera llovizna, se escuchan las gotas de lluvia chocar suave y una tras otra contra el borde de mi ventana. Supongo que serán las últimas gotitas del día, teniendo en cuenta que a la madrugada la lluvia fue torrencial acompañada con tormenta eléctrica. Cierro los ojos para descansar un poco más hasta que la alarma suene porque sé que por la euforia del momento no podré dormir durante el viaje.
Muy pocas veces duermo durante los viajes. Por la adrenalina —y en parte por los nervios— que tengo en el cuerpo me mantengo activa, a la mayoría del grupo le pasa, son muy pocas las que llegan a dormir —con griterío y todo—; ya cuando llegamos al lugar en el que nos hospedamos la historia cambia. Algo que la entrenadora detesta y nos lo hace saber muy bien, incluso antes de que los bolsos se guarden en el micro y nosotras le demos nuestra documentación y las fichas de salud.
Casi media hora después, la alarma no para de sonar. Mejor dicho, las alarmas no paran de sonar, porque detrás del ringtone de mi teléfono le siguen los de mis amigas.
De a una y entre quejidos con los ojos cerrados comienzan a desactivarlas.
Yo soy la primera en levantarme y lo hago con mucho cuidado para no pisar a ninguna de mis amigas que siguen acostadas en el colchón del suelo. De reojo veo como Vane se estira y gira en el lugar ocupando más espacio del que necesita de la cama.
Tomo la mochila que aparté con cosas que usaré durante las horas de viaje y me la cuelgo a los hombros mientras llevo la valija a la rastra detrás de mí.
—¿Necesitás ayuda? —pregunta Luca después de chocar los nudillos contra la puerta arrimada.
Sonrío como respuesta y me corro a un lado dejando la valija sola demostrando que acepto su ayuda. Cuando pasa la puerta mira al suelo pidiendo permiso para entrar; sé que lo hace por mis amigas que están con pijamas que les presté.
—Mamá está en la cocina, vayan así desayunan algo —dice llevando la valija consigo.
Cuando estamos yendo a desayunar el celular suena en el bolsillo de mi pantalón. Mamá nos espera con el desayuno ya servido y cuando dice que va a despertar a Sele para que se despida de mí, reviso la barra de notificaciones.
Diego.
Un audio de Diego.
Busco desesperada los auriculares en la mochila que llevaré al viaje y cuando están conectados al celular entró al chat y lo escucho:
—Kuquie, hola. —Se escucha su risa baja, apenas se nota en el audio con menos de la mitad del volumen. Yo también río porque en cierta parte me hace burla jugando con el apodo por el audio anterior—. ¿Cómo estás? Yo estoy bien, ya me instalé, no fue tan difícil encontrar el hotel… En realidad, sí lo fue, y mucho. Más de lo que creía, pero me guardo esa historia para cuando vengas. Anoche cuando me mandaste el audio seguía en la ruta y no tenía señal. Recién cuando llegué al edificio vi que me habías mandado un audio, pero estaba muy cansado para escucharlo. —Noto su risa tímida y su silencio de segundos—; si no hubiera sido por el delivery no comía del sueño que tenía… Aprovecho para desearte un lindo viaje. Saludos a tu mamá, a las chicas… y a tus hermanos también. Yo también te quiero mucho, decime cuando salgan. Te quiero.
No sé en qué momento empecé a sonreír, pero me doy cuenta de eso cuando me empiezan a doler los cachetes.
«Yo también te quiero mucho.».
«Te quiero.».
Dos «Te quiero» dijo…
Sé que no debería de darle tanta importancia, pero se me hace imposible.
Las chicas se codean entre ellas mientras miran la cara de felicidad que tengo por el audio de Diego, aunque ellas no saben que estoy escuchando, creo que tienen una leve sospecha. Las ignoro y le respondo a mi amigo.
Yo: holaa
Yo: muero por escuchar tu historia estando perdido en LR
Yo: sigo en casa, cuando suba al micro te aviso
Diego alias ratoncito 💻🧪: Antes de que despegue el avión también.
Yo: ya pareces mi mamá jajaja
Diego alias ratoncito 💻🧪: Creo que tengo complejo de mamá.
Diego alias ratoncito 💻🧪: Pero solo con los que me importan.
Sonriente bloqueo el celular y lo dejo a un lado para terminar de desayunar. De fondo se escucha mamá y Selena cantando una canción que les encanta mientras se preparan para llevarme hasta la terminal. Luca aparece segundos después en busca de una manzana, mientras le da un mordisco a la fruta, se sienta a mi lado, y aunque no está frente a Megara, noto que no le puede sacar los ojos de encima.
︱ღ︱
Una hora después nos encontramos todos en la terminal acompañándome.
Los bolsos ya están guardados en el baúl del micro que nos llevará hasta el aeropuerto de Buenos Aires, el Ezeiza, y una vez ahí tomaremos un avión hasta La Rioja.
—¡Una foto! —grita una mamá.
Inmediatamente tiramos las mochilas que llevaremos con nosotras —y no en el baúl— cerca de nuestros familiares y posamos delante del vehículo en filas de tres. Las de abajo se encargan de posar con un cartel de tela.
Empezamos a subir al micro a medida que la entrenadora nos nombra y nos vamos acomodando en los asientos. La mayoría preferimos estar al lado de las ventanas para ver por última vez a quienes nos acompañaron y en lo posible no muy adelante para evitar los refunfuños de la entrenadora por el descontrol.
La puerta se cierra detrás de la entrenadora que sube revisando el folio con las fichas de salud de cada una, dejando en claro que son los últimos minutos de la hora de la despedida.
Están todos los acompañantes frente a la ventana correspondiente del asiento a su jugadora.
Me alegra ver a mi familia de sangre y a la que elijo día a día desde los seis años frente a mi asiento.
Mamá está abrazando a mi hermano sobre los hombros mientras un par de lágrimas traviesas caen en sus mejillas y siguen el camino hasta su pera, me dice las mismas recomendaciones que me enumeró durante la semana. Selena que está a upa de Luca me saluda con las manos mientras me llama por mi nombre y me dice cuánto me va a extrañar. Luca es el menos demostrativo de los tres, pero no necesito que diga o haga algo para saber que me extrañará; agarrarme de la mano en el auto durante el camino a pesar de que yo iba sentada en el asiento del acompañante y él atrás fue más que suficiente, no necesito nada más, con esa acción dijo más de lo que podría haber dicho con palabras y era todo lo que necesitaba escuchar.
Y aunque Kira, Meg y Vane están un poco más alejadas de ellos para darles un espacio más íntimo conmigo —principalmente a mamá— siguen haciéndome el aguante, aunque quieren quitarse en este mismo instante la ropa de anoche. Cada tanto hacen alguna broma o piden que les traiga souvenirs de recuerdos.
El chófer prende el motor y todos los que se quedan en la terminal empiezan a emocionarse y a gritar palabras de aliento para el próximo partido.
Nosotras también gritamos, pero a diferencia de ellos cantamos a coro una canción del club. Dos compañeras que están en los últimos asientos sacan por la última ventana del micro el gran cartel de tela que nos acompaña cada viaje: «AGUANTEN LAS VIKINGAS».
La entrenadora sin éxito de calmarnos tocando el silbato se resigna y se sienta en el primer asiento para hablar con el conductor durante el viaje.
El micro comienza a avanzar con lentitud. Basta ese movimiento de ruedas para que las manos se estiren en el aire, los nenes chiquitos a upa o en los hombros de los familiares para que puedan ver el interior del micro, las mamás gritando las últimas recomendaciones y pidiendo fotos cuando tengamos un ratito libre, los papás competitivos gritando que hagamos llorar a las riojanas, lágrimas borradas con pañuelitos y más manos estiradas en el aire.
El chófer le tira bocinazos por primera y última vez a quienes nos acompañaron antes de tomar velocidad por dos cuadras seguidas para después doblar.
Nosotras, a pesar de que la entrenadora pide silencio, vamos cantando a los gritos a la par de que saludamos por las ventanillas a todos los que pasan; incluso algunos nos devuelven el saludo del mismo modo o con bocinazos acompañados de gritos de ánimo.
Cuando dejo de ver a la multitud de personas en la calle porque estamos por tomar un desvío que nos llevará a las afueras de la ciudad, agarro el celular de la mochila y una vez desbloqueado abro el chat con Diego.
Yo: yendo a bs.as
Yo: acabamos de salir de la terminal
Yo: tenemos como 5 hs
Yo: te escribo antes de despegar
Diego alias ratoncito 💻 🧪: Suerte.
Diego alias ratoncito 💻🧪: Nos vemos.
Sonrío por su mensaje.
—¡Bren! No te quedés sentada. Vení
—¡Voy! —le grito sorprendida a mi amiga y compañera de equipo.
Yo: disfrutá de estas 8 hs de soledad
Diego alias ratoncito 💻 🧪: Ya comienzo a extrañar tu locura.
Yo: y yo tu paz
Bloqueo la pantalla sin esperar respuesta y guardo el teléfono en un bolsillo de la mochila.
Próximo destino La Rioja, y con escala a Buenos Aires.
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Empieza la aventaaaa!!!
Tienen expectativas? Leo sus teorías.
Les dejo mis redes sociales. A veces dejo algún adelanto del próximo capítulo en Instagram y Twitter [X], también hago dinámicas con ustedes.
Instagram/Tiktok/Twitter [X]: @enuntulipan.
Un beso con cariño
-Ruʃ!tos.
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