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32. Cada hadita tiene a su ratoncito

Brenda:
Ya es lunes. Estoy en la biblioteca del campus esperando a que Diego salga de su clase. Anoche acordamos en quedarnos a acompañarnos mutuamente mientras cada uno estudia la materia más cercana que tiene para rendir.

La mitad del finde la pasé con Diego en su departamento y la otra mitad en casa con mamá, Sele y Luca.

Diego fue una parte esencial para que pudiera afrontar al día siguiente la verdad del resultado en casa y para que pudiera mentalizarme de que solo era un partido, no el torneo completo y que eso no depende solo de mí. También supo en qué momento distraerme; por otra parte, estuvieron mamá y Luca con sus palabras de aliento, y Sele con su dibujito consolador, de mí logrando un tanto.

El domingo me junté con las chicas, logramos ponernos al tanto de la vida de las otras de las últimas semanas; Con los estudios no tenemos tanto tiempo para vernos, y menos con mis prácticas y las fechas de los partidos.

Si bien no hice mucho hincapié en el tema de Diego, cuando les conté que dormí en su casa —decidí omitir el detalle de que dormimos juntos—, se sorprendieron y alegraron por mí. Ya les había contado que empecé a sentir algo más que amistad por él antes de distanciarme de él.

El único que no sabe de mis sentimientos, además de él, es mi familia; aunque creo que el sexto sentido de mamá está activado.

Sé que para que esa bomba explote es cuestión de tiempo, el cual está contado. Todo tiene un límite, y el de este secreto ya tiene fecha. Preferiría que pase después del viaje, mejor si es después de todo el torneo, pero yo no elijo eso, sino que es hasta que las cosas rebalsen.

El problema no es contarle a mi mamá o a Luca, como en su momento lo hice con los chicos que me gustaron, sino que Diego lo sepa, que se entere porque a alguno se le escapa alguna palabra de más o por mi obviedad.

Las chicas, principalmente Kira, creen que él siente algo por mí, que soy correspondida, y cada vez que lo repiten con tanta seguridad algo dentro de mí se mueve, se desarma y arma en simultáneo; me hace emocionarme… Me emociono hasta que caigo en la realidad. Solo somos amigos.

Amigos.

Amigos.

Amigos. Y. Nada. Más.

«Yo no recordaba que jugabas con rompecabezas.».

«Yo menos, y menos que menos tengo el recuerdo de que era de princesas.».

«Si él lo recuerda es por algo, ¿no creen?».

Las tres cabezas asintiendo se proyectan en mi mente.

—¿Está ocupado?

Desconcertada, miro a la persona que me habla. Sostiene la correa de su mochila que cuelga de sus hombros con una de sus manos.

Está sonriendo mientras espera una respuesta.

Apoya su mano derecha sobre la parte superior de la silla que está frente a mí de acolchado naranja en el respaldar y asiento.

Me quedo mirando fijamente su último movimiento. Su mano. Sus venas se marcan por la presión que impone al sostener la silla.

Wow…

Trago saliva con dificultad.

El calor comienza a aparecer, y yo solo quiero sentir el calor de su cuerpo.

Vuelvo a ver a los ojos al chico que está frente a mí.

Al chico que esperaba.

A mi amigo.

Al chico que no sale de mi mente desde hace meses.

—No. No espero a nadie. —Una sonrisa juguetona se me escapa—. Si querés me podés acompañar —bromeo del mismo modo que él lo hizo al preguntarme si podía sentarse.

—Sería un gusto.

Sigue el juego que él mismo creó mientras hace la silla hacia atrás para sentarse.

Saca sus pertenencias de la mochila y deja esta en el piso a un costado de él.

—¿Hace mucho que estabas esperándome?

—No, acompañé a Juliana hasta la fotocopiadora y a la parada.

—Ah, bien. El profesor tomó asistencia a último momento y no nos podíamos ir hasta que nombrara al último de la lista.

—¿Malhumorado?

—Ni que lo digas —niega.

Y de todas las cosas que podían pasar, sucede la que no quería que pase por nada del mundo, incluso la que memoricé y subrayé en rojo: mirarnos fijamente y que nos quedemos en completo silencio.

Me siento sofocada, peor que si hubiera terminado de jugar un partido de varias horas seguidas en verano. Opto por quitarme el buzo gris deportivo con garabatos a la altura del pecho.

En ningún momento dejo de verlo.

Siento que estamos en una especie de juego de verdad y mentira, y que si rompo el intercambio de miradas mis sentimientos hacia él caerán, se desmoronará como un castillo de arena frente a Diego. Todo lo que somos cambiaría, nos distanciaremos, yo por no ser correspondida, él por sentirse incómodo.

Durante el viernes y parte del sábado mi corazón fue dejando partes de sí por toda la casa de Diego: en su ducha, en su cama, en su sillón y en la silla donde empecé a armar el rompecabezas… y él no lo sabe.

Siendo sincera, no sé si quiero que lo sepa. Por un lado, me sacaría un gran peso de encima, pero por el otro está la inmensa posibilidad de que no me quiera de esa forma.

Sé que no me quiere así.

Siento que el tiempo se detiene y solo existimos nosotros dos; el silencio de la biblioteca no ayuda a quitarme esa absurda idea de encima.

Miedo.

Locura.

Amor.

Amistad en la cuerda floja.

Son las palabras en las que pienso mientras sigo el movimiento de sus ojos.

Es la primera vez que veo a Diego después de haber dormido con él, y estoy volviendo todo incómodo.

—¿Qué vas a hacer? —Señalo su cuadernillo cerrado sobre la mesa.

Rompo el contacto visual.

Diego: 1. Brenda: 0.

—Lógica. ¿Vos? ¿Con qué estás? —Señala las fotocopias subrayadas.

—Desarrollo del motor —respondo—. Estoy con lo mismo desde hace días porque está confuso.

—Prestame. —Estira su mano por toda la mesa para tomar las hojas abrochadas.

Y cuando toma las hojas yo tomo la lapicera que está arriba de ellas.

Nuestras manos se tocan.

A Diego parece no importarle, no tiene ni una mínima reacción ante el roce, lo que me hace sentirme peor y los nervios crecen más de lo normal porque bien en el fondo sé que lo hice a propósito.

No fue para que la lapicera no rodara por toda la biblioteca; sino que fue para sentir su piel.

—¿Qué no entendés de esto? —pregunta sin dejar de ver la fotocopia.

Bien, lo que faltaba, cree que soy idiota.

—No import…

—Bren —me interrumpe y me mira—, ¿qué es lo que no entendés?

—No es tu carrera, no tenés que explicarme nada de esto. —Amago con agarrarle las fotocopias de sus manos—. En todo caso, yo tendría que explicarles a los demás.

—Por eso mismo. No es mi carrera, entonces tengo una visión diferente a la tuya y te puedo ayudar sin darme cuenta. Quiero ayudarte si puedo.

—¿Estás seguro? —dudo.

Cae toda la defensiva y espacio que había construido en cuestión de segundos entre nosotros.

—No me molestaría.

Sus palabras me matan de amor sin previo aviso. Y siento como sus ojos se intensifican sobre mí.

Sonrío y empiezo a contarle que es lo que no entiendo de la fotocopia. Diego me escucha y mira el papel un poco extrañado.

Son páginas fotocopiadas de un libro escrito por un experto en el área, supongo que el material es de antes de que naciéramos, me atrevería a decir que ronda los treinta años desde su publicación.

Los profesores publican los archivos en el campus virtual para que nosotros tengamos acceso a ellos, de ahí cada alumno se encarga de leer y estudiar el material para los parciales. A mí se me hace muchísimo más fácil imprimir cada archivo para tener el material a mano sin la necesidad de usar la computadora, además que se me facilita muchísimo más ir resaltando con marcadores las partes o palabras más importantes del texto.

Después de analizar tranquilos la fotocopia, llegamos a la conclusión de que el texto está dividido en dos partes: la primera es una explicación del que escribió el libro y la segunda son citas de otros historiadores que contradicen la explicación inicial; Lo que me hace pensar que el autor las citó para darle más validez a sus argumentos y de paso comparar las ideas de otros pensadores.

Le comento a Diego mi teoría, analiza unos segundos el texto y luego me mira asintiendo.

—¡Ves que podía ayudarte! El texto está algo confuso en esa parte. —Mueve su mano en el aire por encima del papel—. Tal vez los profesores lo recortaron para que no sea tan tedioso, pero no se entiende muy bien… Al hablarlo conmigo pudiste entenderlo más claro.

Sonrío en forma de agradecimiento.

Luego de ayudarme Diego se sumerge en su cuadernillo y en las cuentas matemáticas, lo veo desde mi lugar, sorprendida con la rapidez con la que va planteando y resolviendo el ejercicio, aunque usa la calculadora científica que tiene a un costado es admirable cómo resuelve cada paso sin agarrar la goma para borrar un paso mal hecho.

Y así como empezó uno, sigue con otro más.

Cuando está por volver a usar la calculadora levanta la cabeza hacia mí.

—¿Pasó algo? ¿O querés tomarte un descanso? —pregunta, serio— Podemos comprar algo en el kiosco o en el comedor, no estoy seguro de cuál es el menú de hoy, pero…

—No, nada de eso —niego—. Solo miraba lo rápido que resolvés los ejercicios.

—Ah, eso. —Hace una pausa mientras pasa una de sus manos por su nuca—. No son complicados, al contrario, son fáciles y tengo muchas ganas de resolverlos.

—Si resolvés de esta manera las situaciones que aparecen de la nada, sin duda alguna sos un hombre que resuelve.

Vuelve a pasar su mano derecha por su nuca, incluso noto como se peina los mechones de cabello que caen sobre ella.

Se queda en silencio unos segundos. Está pensativo.

—¿Un hombre que resuelve? —pregunta confundido.

—Sí, hombre que resuelve… toman iniciativa, apoyan a los demás, no se quedan paralizados cuando surge un problema, sino que buscan la solución hasta encontrarla… Como vos; El fin de semana estuve mal por el partido e hiciste todo lo que estaba a tu alcance para hacerme sentir mejor. ¡Me compraste un rompecabezas para que me distraiga! El sábado propusiste ver algo en la televisión porque estábamos cerca del horario de cierre de la biblioteca… Y cuando tenía el esguince hiciste un plan en el momento para que yo no camine tanto. —Bajo la voz al recordar ese día.

Realmente es un hombre que resuelve.

Diego queda paralizado y el calor empieza a dejarme sin aire porque me doy cuenta de que hablé por demás, la idea era explicar el concepto, no enumerar las razones por las que creo que él es así.

—Creo entender. Pero de verdad, son fáciles.

—No sé, la palabra lógica no parece ser muy amigable.

Ríe.

—Al menos este tema lo es.

Da vuelta el cuadernillo enseñándome los ejercicios. Con el lápiz que sostiene entre sus dedos va guiando los renglones del ejercicio que terminó hace unos minutos mientras me va explicando la consigna y la resolución. Diego me explica con mucha paciencia y de la forma menos técnica para que pueda entender su materia, pero aunque él explique bien y yo trate de comprender, no puedo.

—Es supercomplicado. Sos como un ratón de laboratorio. —Río, y él lo hace detrás de mí.

—Vamos. No es tan complicado.

—Mejor que cada uno se quede en su facultad; vos en exactas y yo en motricidad humana y deportes.

—Mejor —acepta—, porque si tengo que leer todos esos textos me vuelvo loco.

—Y yo si tengo que resolver eso me vuelvo loca.

Diego extiende una de sus manos para seguir con el chiste y terminar de cerrar el trato. Termino de juntar nuestras manos. Ambos hacemos un leve movimiento de arriba a abajo, como si acabáramos de firmar un contrato que nos beneficia a los dos.

Es la primera vez que nos tocamos desde el sábado en su casa. En su sillón.

No sabía cómo iban a estar las cosas entre nosotros, pero parece ser que siguen igual que siempre, o sea que para él no significó nada… Y para mí significó todo.

—Así que… Ratón de laboratorio, ¿querés ir a comer algo y después seguimos?

Ríe ante el apodo.

—Vamos, pero que sea la última vez que me decís así.

—Está bien, ratón de laboratorio —remarco cada sílaba del apodo.

—Bren…

—¿Qué? No iba a decirte así nunca más hasta que me dijiste que no. —Por un montón dejo de ver los útiles desparramados sobre la mesa para verlo.

Está sonriendo mientras intenta cubrirse agachando la cabeza por demás mientras junta sus cosas.

Está sonriendo.

Hasta él sabe que su intento de no sonreír no estaría funcionando, por lo que aprieta sus dientes sobre su labio inferior.

Intenta ocultar su sonrisa…

Creo que le agrada, pero es tan duro que no lo va a admitir.

Termino de juntar rápido las cosas cuando noto que Diego está guardado las suyas en la mochila.

—¿Qué animal soy yo? —le pregunto cuando sostiene la puerta de vidrio y me da paso para salir de la biblioteca.

—Qué sé yo.

—Dale, pensá. Vos serías un ratoncito porque sos inteligente —bromeo.

—Te estás metiendo en una zona peligrosa —advierte.

—Al menos te puedo decir ratoncito, de forma cariñosa. Como apodo, yo no te puse ninguno.

—Está bien. —Rodea los ojos, rendido. Pero descubro que sonríe mirando a lo lejos a una planta.

—¿Yo qué sería? —vuelvo a preguntar.

Y aunque queda sorprendido por mi insistencia, responde rápido.

—Un hada.

Sonrío genuinamente.

—¿Por qué?

Se encoge de hombros.

—Creo que… Sos mística —responde viéndome a los ojos.

Me sorprende su respuesta.

El chiste que tenía pensado se queda en mi mente, y no soy capaz de decirlo después de esa respuesta.

«¿Es porque soy irreal?».

—Pero para mí seguirás siendo una galletita —aclara en un tono burlón.

Estallo en carcajadas.

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Holii, cómo están?

Qué les pareció? Es cortito porque en los próximos empezamos con el viaje a La Rioja para la competencia de Bren

Les dejo mis redes sociales. A veces dejo algún adelanto del próximo capítulo en Instagram y Twitter [X], también hago dinámicas con ustedes.

Instagram/Tiktok/Twitter [X]: @enuntulipan.

Un beso con cariño
-Ruʃ!tos.

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