31. Entre sus brazos
Diego:
A la mañana siguiente me despierto en la misma cama que siempre, con la diferencia que esta vez siento un peso fuera de lo común en uno de mis brazos y pecho. Un peso que me recuerda a cuando dormía hace meses atrás con el gato del matrimonio de los Martínez.
Al abrir los ojos me encuentro a Bren arrollada a mi lado.
Sus brazos rodean el mío y parte de su cabeza está sobre mi tríceps izquierdo y el pectoral.
Piel con piel.
Quema, arde, duele.
Quema, arde, me agrada, y de por demás.
Sus brazos y mi brazo juntos…
El sol de la mañana se infiltra en la habitación por la ventana. Las cortinas blancas quedan teñidas de un dorado por los rayos de sol, a pesar de que estos sean débiles por la estación en la que estamos, y desde mi posición veo una mancha circular en el piso de la claridad del exterior.
Volteo la cabeza con cuidado para no despertar a Brenda; tiene la boca entreabierta, cada tanto cuando exhala su aire choca contra mi piel y el cuello de la remera que llevo puesta.
Sonrío negando.
Cuando bajo la vista me percato que estoy abrazando a Bren. Mi mano libre abraza su cuerpo. Su cintura.
Supongo que durante la madrugada nos movimos dormidos e inconscientemente terminamos durmiendo abrazados el uno al otro. Principalmente, yo, porque ya no me encuentro en el borde de la cama, casi a punto de caerme, sino que más a la mitad de la misma.
La calle está tranquila. Se escucha un par de autos al pasar a baja velocidad —deduzco que no hay tránsito—, algún que otro grupo de chicos de nuestra edad o un poco más grandes que están volviendo a sus casas después de una buena noche y el cantar de los pájaros apenas se está oyendo por primera vez durante el día; lo que me hace pensar que no son más de las ocho de la mañana. Todo está calmado.
Todavía no quito mi mano del cuerpo de Brenda. No me siento capaz de hacerlo, y aunque lo sea, no quiero. No quiero alejarme de ella ni de su perfume; no sé bien en qué momento se puso un poco, pero lo más seguro es que tenga el frasco en el bolso que siempre lleva con ella a los entrenamientos y competencias y se haya puesto después de salir de la ducha para oler bien.
Paz. Siento paz como muy pocas veces sentí en mi vida.
Vuelvo a ver a Brenda; ella sigue profundamente dormida, tapada hasta debajo de los hombros, me fijo en su piel morena, en sus pecas, y no solamente las de la cara, sino también en las pocas que tiene sobre el hombro descubierto… Me pregunto si tendrá su espalda adornada de miles de ellas, como si de un cielo estrellado visto desde un pueblo se tratara.
Me da ganas de acariciar cada una de ellas, de sus pecas del hombro, las cuales son menos notorias que las de la cara, pero están ahí; difuminadas, esperando a ser vistas como las de la cara.
Sonrío ante el pensamiento de que es la primera vez en la que me fijo en sus pequeñitas pecas del hombro, o al menos no recuerdo haberlo hecho antes.
A lo mejor, lo hice de más chico, pero no existe recuerdo en mí… Pero lo dudo mucho porque de haberlas percibido las recordaría; como todo lo relacionado con ella.
Vuelvo a verle la cara y siento como el corazón quiere volar y correr al mismo tiempo, sin éxito alguno de alguna de las dos.
Bum bum. Bum Bren. Bren Bren…
Bum bum.
Bum bum.
Bum bum.
Bum bum. Bum Bren. Bren Bren…
A pesar de mis nervios no aparto la vista de ella, es el único momento que puedo verla sin que se dé cuenta y sin que me sienta intimidado ni comido por la vergüenza.
Noto que mueve su nariz de una forma un poco graciosa. Me tomo el tiempo de contar el tiempo, no una. No dos; Sino tres veces; primero porque me encanta saber cosas de Bren, aunque estas sean mínimas cositas que no cualquiera sabría de ella, y segundo porque me tengo que entretener con algo hasta que despierte para poder empezar mi día como de costumbre.
Después de contar los segundos que hay entre que frunce la nariz una y otra vez, llego a la conclusión que lo hace cada un minuto y veintinueve segundos y que siete segundos después libera aire con su boca contra mí. Sonrío.
Subo hasta sus ojos circulares y sus largas pestañas; por lo visto durante la noche una de ellas se desprendió quedando sobre su mejilla, con cuidado muevo mi brazo que sigue sobre su cuerpo y lo levanto hasta la altura de su cara. Quiero quitar esa pestaña suelta de su cara y justo cuando estoy por tomarla se escucha un sonido aturdidor, el sonido de la alarma más irritante que alguna vez escuché.
Como si Flash se hubiera apoderado de mi cuerpo, apoyo la cabeza al colchón nuevamente y el brazo detrás de mi nuca, los nulos dotes de actor quieren ser la estrellita cuando cierro los ojos.
Brenda a mi lado se mueve y gruñe suave un par de veces.
Lo siguiente que sé es que suelta su agarre de mí y se estira sobre mí en busca de su teléfono que está sobre la mesa de luz para apagar la alarma que estoy maldiciendo.
Siento como se mueve debajo de la sábana y de la frazada, creo que se sienta cruzando las piernas, como indiecito.
—¿Diego? —susurra— ¿Estás despi…? —Se detiene y resopla a lo bajo.
Sí. ¿Necesitás algo?
Se vuelve a acostar.
Pero esta vez dándome la espalda, me doy cuenta de eso porque sin querer me choca el brazo con uno de sus huesos puntuados de la espalda, con uno de sus omóplatos.
Ojalá fuera otra parte… No un hueso. Algo más blando…
Al no sentirla me puedo hacer una leve idea de que está contra la pared a más no poder; me giro yo también, dándole la espalda.
Quedando espalda con espalda, con un espacio de por medio.
Y aunque no lo hubiera querido así, lo hago para no llegar a incomodarla.
Cuento el tiempo, y al llegar a los dos minutos mis nulos dotes de actor reaparecen para fingir que me acabo de despertar.
Me siento en la cama y me acomodo el pelo, cuando paso mis manos por toda mi cara, aprovecho a verla entre las ranuras que hay entre mis dedos separados; la descubro mirándome sobre su hombro pecoso.
Hago un esfuerzo muy grande para no sonreír y más grande para no reír.
Pero lo que no puedo controlar es el ritmo de mi corazón al saber que intenta verme con disimulo. No me importa tanto la razón, sino el acto.
Me está mirando.
Bum bum. Bum Bren. Bren Bren…
Bum bum.
Bum bum.
Bum bum. Bum Bren. Bren Bren…
La descubrí mirándome.
No puedo creerlo.
Siempre creí que entre los dos yo sería el primer descubierto, aunque la razón sería totalmente diferente; con sentimientos de por medio. No sé bien a qué se debe lo de Bren, pero no fue por esa razón.
Aun así me gusta la sensación que me genera saber que en este momento me está viendo a escondidas.
Con solo verme logra que mi mente viaje a Marte.
Con solo verme logra que mi corazón se alborote.
Con solo verme logra que mi cuerpo se llene de nervios.
Y de algo más.
El recuerdo de Brenda durmiendo en mi cama está vivo. Su perfume se siente en el aire, o tal vez soy yo; al dormir abrazados tengo el olor impregnado en mí.
Y eso me agrada por demás.
Me paro de la cama, tomo mi celular y antes de salir de la habitación vuelvo a verla otra vez, se está haciendo la dormida, le creía si no fuera por dos razones; la primera porque sé que está despierta no solo porque la encontré mirándome, sino porque yo lo estaba desde mucho antes, y segundo porque al segundo que me paro frente a ella, al lado de la puerta, cierra los ojos y con fuerza.
Ella siempre está entre un extremo o en el otro.
Niego, divertido, y me dirijo a la cocina acomodando mi pelo a como me parece que queda mejor sin ayuda de un espejo.
Yo: Cuando despiertes vení a la cocina. Voy a hacer waffles.
Yo: Es más fácil que los panqueques.
Yo: Que siempre se me pegan.
Y a los minutos la tengo detrás de mí, incluso me doy cuenta de eso antes de que me salude con un somnoliento «Buen día.», me doy cuenta de que ya salió de la cama y está en la misma habitación que yo por su forma de caminar haciendo ruido con los talones.
Está descalza.
Y con mi ropa.
Reparo ante la futura situación con la que me voy a encontrar al verla.
Al parecer los nervios quieren jugar.
Le respondo su saludo con un tono de felicidad a la par que giro batiendo la mezcla de la masa para los waffles.
Y efectivamente, sigue con la ropa que le presté anoche.
Sin darme cuenta me quedo mirando mi remera sobre ella.
Le queda bien.
Muy bien.
Mejor de lo que recordaba.
Le queda mejor que a mí.
La temperatura comienza a subir, casi tanto como anoche.
Le regalaría mi ropa para que la use todos los días, y no solo para que duerma con ella.
—Die… Ya me la saco si te molesta. —Separa la ropa de su abdomen—. Solo quería ver si necesitabas ayuda con el desayuno.
—No te la saqués. —Las palabras salen de mí sin pararme a pensar en ellas—... Si no querés… no te la saques. A mí no me molesta.
Trago saliva y con ella baja la unión de las dos palabras que existen para rogar y sentirte más vulnerable de la cuenta.
«Por favor.».
«Por favor.».
«Por favor.».
—¿No?
—No, te la podés quedar un rato… más.
Una sonrisa es lo que tengo de respuesta.
Una sonrisa que significa que le gusta usar mi ropa.
Una sonrisa que me grita la palabra «Ilusión».
Una sonrisa que no significa lo que quiero y con el tiempo me romperá.
Anoche se sintió todo tan real. Los dos en mi habitación, nuestros cuerpos acostados en la cama —no importa que ella estaba tapada y yo no—, el calor que emanábamos mezclados con el del otro, sus abrazos sobre mi cuerpo y una de mis manos rodeando su cintura…
Anoche, dejé que los secretos de mi corazón volaran delante de Bren; y lo único que espero es que ella no los haya visto porque las cosas cambiarían.
Nosotros cambiaríamos.
Ella cambiaría conmigo, y probablemente se aleje.
No le costaría mucho; ya lo hizo una vez.
Mi esencia se metió en su cuerpo cuando bajé la guardia y salí del papel de amigo... Es imposible que no se haya dado cuenta.
Me doy media vuelta y sigo batiendo la mezcla en la mesada. Con más fuerza y velocidad que antes; Todo sea por ahuyentar mis pensamientos.
Esos pensamientos.
—Te ayudo —dice Bren apoyando una de sus manos sobre mi hombro.
Giro la cabeza a su lado. Está sonriendo. Con la otra mano —la que no está apoyada en mí— señala el recipiente.
Siento como la cuchara empieza a sentirse húmeda bajo mi mano.
Los nervios reaparecen.
Y revivo una y otra vez el día de ayer. El partido, la juguetería, ella armando el rompecabezas, la cena, cuando me pidió que me quedara con ella y cuando me abrazó dormida… Los nervios me invaden.
Ahora entiendo la frase de mamá «Soy un manojo de nervios», nunca pensé que fuera una expresión tan literal.
La miro.
Me mira.
Nos miramos.
Sus ojos ámbares se ven preciosos con la luz natural que entra de la pequeña ventana sin cortinas. Recién ahora los rayos del sol están tomando más fuerza y en los ojos de Bren se ven más dorados de lo que realmente llegan a ser durante toda la estación.
Si se derritieran las resinas de ámbar, se haría un pequeño charco del mismo color de los ojos de Bren en este mismo momento.
Sonrío ante la idea.
Ella es la única que puede sacar mi estupidez…
Esta vez contengo todo tipo de reacción. No quiero que sepa que es por ella. Mi cara es neutra, mantengo una digna cara de póker, como diría la abuela.
Me hago a un costado, dejándole lugar a Bren para que termine de preparar la mezcla y finalmente dejar que la wafflera haga el trabajo.
Necesito aire.
Quiero todas las ventanas del departamento abiertas porque no creo que pueda soportar verla un segundo más así.
—Estaba pensando —dice, de repente—... podemos ir a la biblioteca del campus, yo tengo que estudiar y me concentro mejor en la biblioteca. ¿Qué decís?
Por un momento pienso que quiere evadir la situación del partido en su casa, pero me sorprende hablando.
—A la tardecita. Antes voy a ir a casa.
Asiento y por dentro siento algo de tranquilidad al saber que estoy equivocado.
—Me parece bien, yo tengo que hacer unos ejercicios y el silencio de la biblioteca me ayuda a concentrarme a trabajar y no perder tiempo.
—¡Aig!, ¡matemáticas! —se queja, deja de batir la mezcla para fingir una arcada con uno de sus dedos.
Bren hace que hablar con ella sea fácil a pesar de mi estado.
—¡Ey! —Carcajeo— Respetá mi carrera.
—Y la respeto, y mucho, pero no a las materias.
—Veo…
—Es verdad. ¿Por qué complicarte la vida así?
—Lo dice la chica que tiene una alarma a las siete un sábado para entrenar.
Solo alza los hombros mientras mezcla la masa.
Y luego de unos segundos gira a verme con una expresión completamente sería, como si hubiera terminado de unir datos.
—La escuchaste —me acusa señalándome con un dedo.
—El celular estaba a mi lado y yo… no es que tenga el sueño muy pesado. —Paso una mano por mi nuca al darme cuenta de que hablé de más.
—¡Fingiste estar dormido!
Otra vez su dedo levantado.
—La alarma me despertó.
—Sí, sí, seguro —habla con sarcasmo dejando el bol sobre la mesada—. Me hubieras despertado —susurra y libera un poco de aire por la boca.
—Estabas durmiendo.
—¿Y? Lo hubieras hecho igual.
No está enojada ni es un reclamo; al contrario, su tono es el mismo de siempre: mediano y dulce. Solo busca una respuesta, la cual no estoy preparado para darle. No por ahora.
—¿Vos lo hubieras hecho?
—S… —Piensa su respuesta—. Depende.
—¿De? —la apuro.
—De si tuviera un plan bueno para que hagamos. —Vuelve a prestarle atención a la mezcla.
Y ahí está, otra vez, Brenda Acosta cerrando mi boca.
—Lo mismo. No te desperté por eso.
Gira la cabeza sobre su hombro para verme. Sonríe.
—No vale robar respuestas —niega, divertida.
—No robé, solo que… pensamos igual.
Ambos sonreímos.
Meto uno de mis dedos en la mezcla para comprobar que esté lista, y como si hubiera vuelto a los cinco, recibo un reto por parte de la chica que está a mi lado.
Sonrío inocente y le tomo el recipiente, ya que la mezcla está hecha; Soy el que se encarga de ponerla en la wafflera y terminar de cocinarlos mientras Bren espera a mi lado.
La noto de un mejor humor al que tenía ayer. Eso me alegra mucho.
Me alegra saber que fue algo del día y que no le afecta hoy, sin embargo, no pienso sacar el tema porque sé que toca una fibra muy delicada en ella.
Dividimos los waffles en dos platos. Mientras yo preparo el café para ambos, Bren se encarga de ponerle mermelada a sus waffles y de decorar el plato como si estuviera en un reality show.
Cuando terminamos nos acomodamos en la mesa.
—No creo que lleguemos a ir a la biblioteca, cierra al mediodía —comento sin apartar la vista de la hora iluminada en mi celular bloqueado—. Hoy es sábado.
—¿Y qué hacemos?
—Si te quedas podemos ver algo en la televisión, y sino, te puedo llevar a tu casa.
Quiero que se quede.
Deseo con todas mis fuerzas que elija la primera opción.
—Me quedo. Pero yo elijo qué ver.
—Es mi casa —me hago el ofendido.
—Soy la visita.
Muevo la cabeza, rendido, hacia la sala para que camine. Hasta que yo no me levanto de mi lugar, ella no lo hace.
Toma su plato y su taza y camina hasta el sillón. Aprovecho estos segundos para verla por detrás.
—Podés poner algo en mi perfil de suscripción... —digo cuando me siento a su lado.
Bren asiente. Y por su cara ya sé que lo tiene decidido.
—¿Qué vamos a ver? —pregunto cuando toma el control del televisor.
Prende la tele y se gira a verme.
—Say yes to the dress. —Presiona el botón que lleva a la aplicación donde está el programa.
—¿Vestido de novia? —pregunto sin creer que será ese.
—Ajá, ese mismo —responde sin más.
Cuando carga el inicio con los perfiles, selecciona el tercero, el que tiene mi nombre. Uno de los otros perfiles es el que comparte mamá y papá y el otro es el de la abuela, en su respectivo orden.
Revoleo los ojos en cuanto veo que sí pondrá ese programa.
—Vamos, no es malo. Te lo prometo.
—Bren, el mismo nombre te lo dice…
—Dale una oportunidad, si no te gusta lo sacamos y ponemos algo más. ¿Sí? Vamos, por favor.
—Está bien —me doy por vencido.
La introducción del programa empieza con la novia y sus acompañantes entrando al local y sé lo que me espera porque de chico me tocaba verlo con la abuela cuando mamá y papá me llevaban a que los abuelos me cuidaran para que no me quede solo en casa. Ya cuando la abuela se mudó con nosotros después de enviudar, ella lo seguía —sigue— mirando, con la diferencia de que yo buscaba otra actividad para hacer en ese momento.
Miro a Bren de reojo. Está sentada a mi lado con las piernas cruzadas en el sillón mientras intenta cortar uno de los waffles con el borde del tenedor sin ver, sus ojos están fijos en la pantalla delante de nosotros, se nota que disfruta de este programa.
Está compartiendo una de sus preferencias para ver conmigo.
Con la llegada de ese pensamiento lo que me parecía que no me podía importar menos comienza a agradarme y a disfrutar, tan así que presto atención en la descripción del «vestido de sus sueños» de la novia e imagino una idea vaga de un diseño; en cierta parte creo que Bren internamente hace lo mismo, algo que la abuela también hacía pero en voz alta.
Creo que Brenda se llevaría muy bien con ella, con la abuela, tanto que sería un peligro para mí. Ambas aman los realities, a pesar de que sea el peor que hayan transmitido; cocinan, y muy bien siendo sincero; ambas hacen gimnasia, claramente en diferentes medidas y por diferentes razones: Bren vóley por pasión y la abuela yoga porque se lo recomendó su médico; tanto la abuela como Bren adoran mis waffles, aunque dudo mucho que lo lleguen a decir en voz alta. Además, ninguna de las dos se queda sin tema de conversación, si pudieran hablarían por los codos y solas.
Sí, sin duda alguna, se llevarían muy bien. Principalmente, para ponerse en mi contra o para ganarme por mayoría a la hora de elegir a través de una votación.
Cuando mi taza y plato quedan vacíos, los dejo uno sobre el otro apoyados en el suelo, a un costado del sillón para no patearlos cuando me levante al terminar de ver el programa.
Y sin planear absolutamente nada, paso el brazo sobre el respaldo del sillón y las puntas de mis dedos rozan el hombro de Bren.
Me quedo quieto mirando el televisor, haciéndome el desentendido. Quieto como un nene que sabe muy bien que acaba de mandarse una grande y espera de que no lo reten tanto por lo que hizo.
No estoy seguro de si Bren voltea a verme o no, pero siento como si lo estuviera haciendo. Intento tranquilizarme pensando que tal vez es la adrenalina del momento, y apenas percibe que la estoy tocando.
Ese pensamiento queda descartado cuando ella deja sus cosas en el suelo al igual que yo y se acerca más a mí, apoyando su cabeza entre el cuello y el hombro.
—Hace frío —dice levantando la cabeza para mirarme a los ojos desde el recoveco que encontró en mi cuerpo.
—¿Querés que traiga una frazada? —No sé bien de dónde saco fuerza para no tartamudear.
—No —responde suave—. Así estoy bien… Muy bien —susurra sus últimas dos palabras, lo que hace que mis nervios disparen y mi corazón se acelere más de lo que estaría aceptado en esta circunstancia.
Brenda se mueve un poco en el lugar para encontrar una posición cómoda, por lo que tuvo que alejarse unos centímetros, ya no está apoyada en mí, pero cuando finalmente se siente cómoda apoya su cabeza en mi hombro, y esta vez vuelve a ver la televisión.
Suspiro tan despacio como puedo para que ella no lo note.
Muevo mi brazo con mucho cuidado y atento a una señal negativa de parte de ella, al no obtenerla dejo mi mano y brazo apoyo en su hombro. Ella se acerca más a mí.
La veo sonriendo.
No me doy cuenta de que mi sonrisa se extendió de más hasta que vuelvo a ver a la novia en el probador decidiendo por cuál vestido probarse primero.
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Quién más está chillandooo??
Argentina bicampeona de la Copa América!! 🇦🇷🇦🇷
Les dejo mis redes sociales. A veces dejo algún adelanto del próximo capítulo en Instagram y Twitter [X], también hago dinámicas con ustedes.
Instagram/Tiktok/Twitter [X]: @enuntulipan.
Un beso con cariño
-Ruʃ!tos.
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