25. Todo duele, menos a su lado
Brenda:
18:42 hs:
—Ahora llegamos a casa y hacés reposo.
—No, María —habla mi abuela antes que mamá termine de hablar—. Yo ya preparé todo para la cena.
—Tiene que hacer reposo, mamá, se lo dijo el médico.
—Vamos a casa, comen y Brenda al llegar duerme. ¿No cierto?
—Es mejor no meternos —susurra el abuelo a mi lado—. De todas formas va a ganar la abuela. Siempre gana. —Ríe, sus carcajadas salen roncas. Fuerzo una leve sonrisa—. Vamos, a no desilusionarnos, sos joven y el médico dijo que no era algo grave.
—Tenés razón, abu.
—Entonces cambiarme la carita —pide antes de abrir la puerta de vidrio para salir—. ¿O es por ese chico?
—¿Por Diego? No, nada que ver.
—¡Qué mala suerte para él! Ahora le voy a tener que decir que se vaya. —Ríe, travieso, mirando a uno de los lados.
Miro a donde señala con su palma abierta y efectivamente está Diego frente al edificio del hospital parado frente del auto de su mamá con las manos en los bolsillos de su pantalón.
—¡Andá! Yo te cubro. —El abuelo guiña un ojo.
—¿Seguro?
Esta vez no responde, solo me pone una mano en la espalda.
—¿Qué hacés acá? —le pregunto sorprendida cuando me termino de acercar a él.
—¡Hola! Me debés un helado, ¿no?
—Pensé que tenías otros planes.
—¿Otros? —Amaga a reír—. No, no tengo ninguno, y si lo tuviera elegiría el que implique que Brenda Acosta me compre un helado. —Con su índice golpea la punta de mi nariz.
—No sé… Con lo que pasó pensé que lo íbamos a dejar para otro día.
—¿Te sentís bien? Si querés podemos programar para otro día.
—¡No! No —niego con la cabeza.
¿En qué pensás? Seguís con la misma ropa con la que entrenaste.
—Por acá hay una heladería si querés compro los helados mientras vos te quedas en el auto, así no caminas y vamos a comerlos al lago.
Asiento.
Abre la puerta para mí, cuando me acomodo en el asiento la cierra por mí y hace un trote rodeando la parte delantera del auto hasta el lugar del piloto.
Antes de empezar a manejar busca en su celular una canción, por el tiempo que se toma en darle play sé que está buscando una en específico.
Una melodía suave que va acelerando lentamente el ritmo sale de los parlantes. Es ese tipo de melodía que no podría confundirla con otra.
Volteo bruscamente a verlo.
—Esa es…
—Sí, es esa. La que me enseñaste la otra vez —responde sin dejar de mirar al frente, lo cual agradezco internamente—. Por alguna extraña razón no me la puedo sacar de la cabeza.
—No podés porque es buena.
—Yo tengo otra hipótesis, pero digamos que es por eso. —No dice nada más, solo gira el volante para doblar.
Estaciona el auto frente a la heladería y se saca el cinturón de seguridad. Se queda mirándome, por su forma de moverse en el asiento, deduzco que no sabe como preguntarme qué gustos quiero. Le ahorro la pregunta desabrochando mi cinturón.
—¿Vamos?
—¿Segura que podés caminar así? Sino podés esperar acá adentro.
Abro la puerta y salgo del auto como respuesta.
Entramos al local y nos sentamos en unos de los sillones mientras elegimos entre todos los gustos que están enmarcados en la pared.
—Me recuerda a la madrugada de la cafetería —habla pasados unos segundos.
—Al menos esta vez ya sé quién sos. —Sonrío, Diego imita mi gesto.
—Por suerte —logro escucharlo, susurrar para él.
No digo nada. Prefiero fingir que no lo escuché, si quería que lo escuchara hubiera hablado más alto.
—Menta granizada y crema del cielo —le digo mi elección a mi acompañante.
—Yo iré por chocolate y banana split.
Delante de nosotros hay varias familias y parejas esperando a pedir sus helados, es algo que ya lo veíamos venir porque está muy caluroso el día.
—Los pido yo para que no tengas que caminar. —Se para de mi lado y camina acercándose al mostrador.
Cuando la chica le da ambos vasitos de telgopor llenos de helado salimos del local.
—Cerca hay un laguito, podemos ir si querés. Hay butacas para que puedas sentarte. —Su vista baja a mi tobillo derecho.
—Estoy bien. Ya pasó —digo disimulando una mueca por el dolor.
—¿Siempre vas a hacer así de terca?
—¡No soy terca! —refuto con una cucharada de helado en la boca.
Mueve la cabeza con toda la intención de demostrarme que no cree en lo más mínimo mi mentira y se lleva a la boca su cucharita de plástico.
—Así que… Gala y vos se llevan bien. Muy bien —cambio de tema cuando empezamos a caminar.
—Algo… En realidad hablamos muy poco.
—Hablaron poco pero lo suficiente para que te interese… ¿Ya la invitaste a salir o vas a esperar a la próxima práctica? ¿O lo hizo ella? —Mi tono disminuye.
Aunque lo haya intentado con todas mis fuerzas, el disgusto en mis palabras no se disimula.
Sé que Gala es muy capaz de haberlo invitado antes que a Diego se le hubiera pasado por la cabeza invitarla a hacer algo… y en parte siento que algo se quiebra con ese pensamiento.
¿Qué me pasa?
Comienza a reír a carcajadas. Desconcertada, espero a que termine, pero su diversión parece no tener fin. Ríe y cuando parece que se calma, ríe otra vez; así cuatro veces en total.
—Brenda, es una nena, ¿qué se te pasó por la cabeza para pensar que me pudo haber atraído?
—No sé. Hablaron.
—Exacto, hablamos, nada más. Es una nena. ¿Cuántos años tiene? ¿Quince?
—Dieciséis. Recién cumplidos.
—Dieciséis —niega con la cabeza—. ¿Y pensaste que podía haberme atraído un poco? ¿Tan mala imagen tenés de mí? —empuja mi hombro con el suyo a modo de juego.
Inmediatamente, se da cuenta de que mi pie no está en las mejores condiciones para eso y me pide perdón con solo mirarme, apoyo mi mano en su hombro para dejarle en claro que no necesita disculparse, que todo está bien —aunque sea mentira—.
Necesito con urgencia ese bendito reposo.
—No sé. —Lo alejo, dejándolo en la misma posición que antes—. Vos querías que te presentara a alguien, ¿o no?
Miro mi helado, no soy capaz de verlo directo a los ojos. Ni siquiera quiero escuchar la respuesta a esa pregunta.
—Eso dije, pero me refería a alguien de nuestra edad. Creo que a este collar le vendría mejor otro número. —Noto como su mirada se intensifica sobre mí.
Está a la espera que caiga en su juego.
Pero yo nunca fui de perder, si quiere jugar, vamos a jugar.
—El número once no es para cualquiera. —Volteo a verlo con superioridad—. Te queda demasiado grande.
Y dicho eso, tomo una cucharada de mi helado sin apartar mis ojos de él.
Diego vuelve a acercarse, pero esta vez toma mi mano para apoyarla sobre sus hombros y pueda ayudarme a caminar, para que no haga esfuerzo de más.
Nuestras miradas se mezclan en el aire y susurro casi inaudible «Gracias», del mismo modo él pronuncia «No hay porque».
Es algo que haría un amigo.
«Somos amigos… Y eso hacen».
—Me romperás el corazón
—¿Qué?
—Le romperás el corazón. A Gala. Ella estaba muy ilusionada con que los presente.
—No, no creo… —duda.
—Creeme.
—En ese caso decile que me llame en dos años —bromea para luego reírse de su propio chiste.
Bufeo.
—Todos iguales, eh.
Ríe ante mi comentario.
—¡Ey! Solo bromeaba. Yo ya encontré a mi persona.
—¿Sí? ¿Y por qué no están juntos?
Parece pensarlo mientras gana tiempo comiendo cucharadas de sus gustos mezclados.
Hunde los hombros.
—¿Cómo que no sabés?
—De lo único que estoy seguro es de que si no es con ella me convierto en cura.
Comienzo a reír hasta que veo su ceño totalmente serio.
—¿De verdad? —pregunto, perpleja.
—Sí.
—¿No te parece una decisión algo…? —Pienso una palabra acorde—. ¿Apresurada?
—No creo… —afirma, aunque parece pensarlo.
—¿Escuchaste el llamado?
—No, pero diré eso cuando me pregunten. —Me apunta con su cuchara entre sus dedos.
Parece convencido de sus palabras como si lo que acaba de decir no tiene ni la mínima pizca de peso.
En el fondo pienso que no es del todo consciente de lo que dice, pero no digo nada al respecto.
—Sigo pensando que es una decisión apresurada.
—¿Entonces nos casamos ahora?
Mi corazón salta y se detiene.
—¿Qué dijiste?
No sé de dónde saco fuerzas para no trabarme.
—Que si te parece una iniciativa precipitada, nos casamos, es la única forma en la que no pueda entregarme al servicio de Dios.
Cuando estalla de la risa comprendo todo.
Al principio finjo una risa, pero después río para aflojar los músculos afectados por sus palabras.
—A la iglesia no llego con una lesión —sigo su juego.
Los nervios van desapareciendo cuando no hay respuesta de su parte.
Siento que gané el juego y como el pecho se llena de orgullo cuando camina cargando la cucharita de helado.
Pero los nervios vuelven cuando se agacha al suelo a un costado de nosotros por una pequeñita flor.
—Bren —me nombra mientras envuelve mi dedo anular con el tallo—, ahora somos esposos.
—Te falta tu anillo.
Su sonrisa se borra al darse cuenta de ese gran pequeño detalle y va en busca de otra flor igual a la anterior después de hacerme señas que aguarde acá.
—Diego —digo cuando me da la flor.
—¿Sí? —pregunta agudizando su voz. Ambos reímos.
—Ahora somos esposos —repito entre risas mientras intento atar el tallo en su largo dedo.
—Falta el beso, ¿no?
¡¿Qué?!
Esto va a doler… Y mucho…
No soy capaz de responder. Me quedo tildada con mis pensamientos.
¿Si respondo «sí» quedaré como una desesperada?
¿Pero si digo «no» quedaré como alguien que no sabe divertirse, como alguien que no sabe seguir una broma?
Divago en una respuesta, pero inmediatamente vuelvo a juntar los labios, arrepintiéndome de querer hablar.
Diego toma mi mano izquierda, la del anillo, y deja un sonoro beso sobre ella.
Cuando sus labios se apartan y me mira a los ojos, comienzo a sentir un cosquilleo y calor en el medio del dorso, justo donde sus suaves labios estuvieron hace segundos.
Dos pares de ojos compitiendo por quién puede mantener más tiempo la mirada.
—¿Y bien, esposa? —En sus palabras se sigue notando la diversión—. ¿Qué te gustaría hacer?
Hago que pienso por unos segundos, aunque ya tengo la respuesta.
—Conocernos. Preguntarnos sobre nuestros gustos… si querés.
—Me parece bien. —Se sienta en el suelo y palmea a su lado para que haga lo mismo.
—Empiezo yo... —Tomo la palabra al sentarme—. ¿Tu color favorito?
—Sería más divertido si intentas adivinarlo.
—¿Azul?
—Frío, frío. —Ríe y tira una piedrita al lago frente a nosotros, esta va saltando en el agua hasta finalmente hundirse.
—Entonces verde. —Tiro una piedra al agua, aunque esta no llega a saltar. Solo se hunde.
—No —otra piedra rebota en el agua.
—Me rindo.
—¡Qué fácil! —se burla— Amarillo. Y no cualquier tono. —Gira a verme—. Este amarillo —dice mirándome fijamente.
Por inercia bajo mis ojos a su cuello, luego de estar unos segundos dura como una piedra con la punta de los dedos, toco las mostacillas que rodean su cuello.
Paso mis dedos por cada mostacilla, incluso tomo el collar y lo separo del cuello de Diego. Él se mantiene quieto, observándome, en silencio.
Sin querer mis nudillos rozan su cuello, un hormiguero recorre de principio a fin mi columna vertebral, como si un rayo acabara de caer sobre ella, y los nervios aparecen.
Un cosquilleo en los nudillos empiezo a sentir.
Actuá normal, actuá normal, Brenda. Normal.
Suelto el collar y aparto la mano lejos de Diego.
—Es un lindo tono —susurro.
—Sí, muy lindo. —Voltea nuevamente a ver al agua y hace rebotar otra piedra en el agua, esta vez con mucha más fuerza que la anterior.
—¿Estás bien?
—Perfecto.
—Te enojaste —doy por hecho.
—No. No me enojé.
Me quedo en silencio observándolo, tratando de recapitular lo que acaba de pasar. Cuando se está por dar vuelta a mirarme, miro al piso y encuentro una piedra para entretenerme.
—¿No te pasa que a veces te cuesta decirle algo a alguien?
—Me pasaba —respondo con total sinceridad.
—¿Y ahora? —pregunta volteando a verme otra vez.
Es la primera vez que veo una pizca de tristeza en sus ojos.
Mi pecho se contrae.
—No tan seguido —respondo con cuidado.
—¿Cómo hacés? ¿Cómo te animas a decir lo que tu corazón siente, pero la boca no puede?
—No sé, creo que si tenés confianza con esa persona cualquier cosa puede salir.
—¿Cualquier cosa? ¿Incluso si te pueden tratar de loco?
—Sea lo que tengas que decir, hacelo a tu tiempo. Nadie ni nada te puede obligar a hablar si vos no querés o te sentís listo.
Nos quedamos callados por varios segundos, ambos analizando mis palabras.
—Sin importar que digas, dudo que te traten de loco, sobre todo si estamos hablando de tu persona.
No quise nombrarla, lo dije sin pensar. Si se podría dar golpes mentales ya hubiera recibido varios.
—Gracias, Bren.
—No es nada —respondo y le muestro una sonrisa comprensiva.
—Azul. Azul Francia.
—¿Qué?
Me descoloca.
Después de haber aceptado su agradecimiento, no esperaba que se quedara callado mirando el agua por el resto de la tarde, pero mucho menos esperaba que nombre un color. Mi color favorito.
—Tu color favorito es el azul Francia.
—¿Cómo sabés eso?
—Es fácil, siempre usabas un buzo de lanilla de ese color en la secundaria.
—¡Hiciste trampa! —Río.
—¡Vení!, te enseño a tirar las piedras en el agua y que reboten.
*
Diego:
—Ahora vos sola.
Le extiendo una piedra para que la tire al lago. Ella la toma con delicadeza haciendo que las puntas de sus dedos rocen el centro de mi mano y nos quedamos un rato más de la cuenta mirándonos.
Yo soy el que rompe el contacto visual, señalo el lago y hago una mueca para darle seguridad. Demostrarle que tengo toda mi confianza en ella y en que la piedra saltará sobre el agua.
Bren gira al frente, se concentra en el agua como le enseñé y segundos después arroja la piedra hacia el agua.
La piedra que tira Brenda salta y rebota para después saltar una vez más y terminar de hundirse en el agua.
—¿Viste? ¡¿La viste?! —grita y ríe.
Y este es el momento en el que por inercia recuerdo su risa inundando su edificio y mis oídos hace un par de noches atrás.
Mi deseo en lo más profundo de mí reaparece «Quiero hacerla reír siempre a toda hora.». «Si su risa fuera la melodía de una canción, me despertaría con ella, y me dormiría escuchándola.»… Sí, exactamente lo que pensé en la azotea lo pienso ahora mientras la veo tirando otra piedra al agua con una gran sonrisa en su rostro.
Cuando voltea a verme niego con la cabeza ahuyentando rastros de esas ideas locas y tomo una piedrita a mi lado.
—Nada mal, eh… —la molesto y tiro la que tengo en mano.
Me mira mal, arrugando la frente, y sin pensarlo comienzo a acariciar las líneas que se le forman en la mitad de la frente, Bren relaja el ceño bajo mi tacto.
Cuando me acerco un poco más a ella, suena su teléfono, antes de fijarse de quién se trata se disculpa con una mirada.
—¿Hola?... Sí, abuelo, te escucho bien…
Para darle un poco más de privacidad, giro a ver el sol como poco a poco va bajando mientras a su paso tiñe de tonos naranjas todo su alrededor hasta que llega el momento en el que se mezcla con el agua cristalina del lago, reflejándose en ella, dejo de escuchar cualquier palabra que salga de la boca de Brenda.
Pero su risa risueña arruina mi plan en algún momento de la llamada.
—Está bien, abuelo. No hay nada por lo que te tengas que disculpar. —Gira a verme y una mirada cómplice es dirigida hacia mí.
Entiendo perfectamente la situación y negando vuelvo a ver el sol.
—¿Vamos? —pregunta, apoyando una mano al final de la maga de mi remera.
—Vamos. —Asiento.
La ayudo a pararse y a caminar.
Los últimos y débiles rayos de sol quedan detrás de ella, lo que me hace reír involuntariamente, y no justamente porque me dé gracia la situación.
Ahora me doy cuenta de que el tiempo le dio la razón a la abuela, ella siempre me dijo que no era odio lo que sentía por ella. Que no me molestaba que pase cerca de mí, sino que me molestaba que no me hablara; que muy en el fondo pensaba que no era digno que sus palabras sean dirigidas a mí.
Ahora camina a mi lado, pero no como me gustaría.
Su sonrisa comienza a aparecer al mirarme después de un chiste, pero no es la sonrisa que quiero.
Sus ojos hipnotizantes me miran con su brillo usual, pero me gustaría que sea un brillo único. Que sus ojos ámbares tengan un brillo espacial, únicamente para mí.
Bren es ese tipo de chicas que ves y decís: «Quiero perder la cordura con ella», y aunque sabés que no podés estar con ella, querés que te mire con ojos de amor, que con una mirada te des cuenta de que para ella sos solo vos, sus ojos brillan con solo verte. Los de Bren brillan, pero sería mentirme a mí mismo diciendo que es por esa razón, cuando sé muy bien que lo hacen por naturaleza. Sí, quiero que esos ojos que me recuerdan a las gotas secas de ámbar que hay en «Jurassic Park» me vean así.
Quiero ser a quien le cuente sus cosas, sin importar que sea antes o después de sus amigas. Que algún día me cuente qué pasa por su mente.
Cuando subimos al auto el espejo retrovisor me recuerda las barritas energéticas, giro a mi lado y la veo a Bren mirando la florecita que até en su anular.
—Esposa —nombro de forma juguetona para que se dé cuenta y me siga el juego. Voltea expectante a mí—, creo que nos faltó lo del Champán.
—Creí que habían sido los helados.
No espero a que termine de hablar, que tomo la bolsa del asiento trasero y de ella tomo dos barritas. Dejo la bolsa sobre Bren para que recuerde bajarla cuando lleguemos a la casa de sus abuelos y abro los dos paquetes. Le doy uno a Brenda que tiene tal cara digna de una foto para molestarla por el resto de nuestros días.
Paso mi brazo con la barrita detrás del suyo para que queden cruzados y le doy una mordida. Brenda sigue el juego mordiendo la suya.
Otra vez somos solo nosotros dos.
Y aunque dura muy poco porque las barritas no son interminables, estoy más que satisfecho de que hayamos jugado a… sea lo que sea esto.
Tiro el paquete de mi barrita en alguna parte del auto para ponerme el cinturón, Brenda se agacha a juntarlo y lo guarda en la bolsa de las barritas con su envoltorio. Sonrío ante su actitud. Me gusta pensar que lo hizo para que mamá no me rete.
Espero a que se ponga el cinturón de seguridad y le pregunto la dirección.
_______________ღ_______________
Que se besen, que se besen, QUE SE BESENN!!!
La tensión de estos dos me trae mall
¿Para cuando el beso?
Gracias por leer. Recuerden votar y comentar ❤️.
Sin más que decir, les dejo mis redes sociales. A veces dejo algún adelanto del próximo capítulo en Instagram y Twitter [X], también hago dinámicas con ustedes.
Instagram/Tiktok/Twitter [X]: @enuntulipan.
Un beso con cariño
-Ruʃ!tos.
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