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24. No importan las opiniones cuando suena el silbato, a excepción de una

Brenda:

15:47 hs:
—¿De verdad lo vas a llevar puesto? —pregunto cuando se desabrocha el cinturón.

—Claro. ¿Qué pensaste? ¿Qué lo usaría solo para estar en el auto?

—No... Bueno... Yo cre... —Me obligo a callarme porque es exactamente lo que suponía y no tengo con que contradecir.

—Mejor no respondas —se burla—. ¿Vamos? —Señala la puerta con la cabeza.

—Vamos, señor collar.

—Bien que te encantó.

—Sí —afirmo—. Y eso te encanta a vos, se te sube el ego.

—Por supuesto, nunca fui bueno con las manualidades y que me halagues el collar es estar a la altura de Picasso —me sigue la broma.

—¿Ya lo tenías pensado? —pregunto cuando comenzamos a caminar para las puertas del club—. Lo del once. —Me animo a tocar una medallita con el número uno.

Diego se detiene.

Yo me corro delante de él, prohibiéndole el paso a Diego y a la espera de su respuesta.

Uno de sus pies corta distancia.

Mi mano comienza a quemar y a sudar cuando caigo en cuenta que está cerca de su cuello; sin embargo, no la muevo.

—No. —Su aliento pega contra mi cara—. Se me ocurrió la idea en mi departamento; cuando ya sabía el número de tu camiseta.

Sonrío.

—¿De verdad?

—Sí, Bren, de verdad.

—¿Y el interés por el número?

—Te lo pregunté por si más tarde se me ocurría algo para hacerte con eso. Un cartel que dijera «Brenda Acosta la mejor» y el número once por todas partes era demasiado, ¿no?

—Demasiadisimo —afirmo, burlona.

—Lo supuse. —Carcajea—. Entremos antes de que empiecen a jugar tus compañeras.

—Sí, es lo mejor.

Aunque no estaría del todo mal quedarnos en la sombra de la copa de un árbol.

En la entrada nos encontramos con mi familia, los abuelos incluidos, Diego se va con ellos a las gradas mientras yo voy al vestuario con mis compañeras.

—¿Es tu primo el de la grada? —pregunta alguien a mi espalda.

Volteo y me encuentro con Gala, la última jugadora en incluirse al equipo. Ella vivía en otro país, pero por trabajo de su padre tuvieron que mudarse acá. Estuvo meses sin jugar al vóley con un equipo porque no encontraba un club que tuviera las vacantes abiertas para inscribirse; casi todas habían cerrado y no las iban a abrir hasta el comienzo de la temporada siguiente. Su padre la inscribió en la escuela de la hija de la entrenadora y el resto es historia.

—¿Qué? No. —Río—. Es Luca, mi hermano.

—Ese no, el otro. El que habla con tu abuela.

Me asomo por la puerta del vestidor y a lo lejos veo las gradas, mamá hablando con el abuelo mientras le abre un paquete de gomitas a Selena, Luca con el celular... Y a la abuela hablando entusiasmada con Diego que asiente a cada una de sus palabras.

—¡Ese! —Vuelve a aparecer detrás de mí Gala, esta vez señalando a Diego.

—Ese... Es un amigo.

—¿No te importaría presentarme con él?

.

—No, para nada. Igual es algo grande para vos.

Respondo y finjo la sonrisa más grande que alguna vez hice.

—No creo que él piense lo mismo. No voltees, pero me está mirando.

Y eso es lo que hago. Voltear a su dirección.

Diego separa los labios y casi al instante vuelve a cerrar la boca.

Con un movimiento lento y vago me saluda con una de sus manos. Le respondo el saludo de forma casi imperceptible.

—¿Sigue viendo?

—No. Mejor terminá de cambiarte, así entrenamos —digo apoyando su mano en su hombro derecho para alejarla del marco de la puerta y llevándola al interior del vestuario.

—¿Todo bien? —pregunta al verme una de las otras compañeras.

—Sí.

—Si es por Gala no te preocupes, desde que llegó está viendo a todos los chicos de las gradas. Me preguntó si mi papá estaba divorciado. ¡MI PAPÁ!

Me da unas palmadas en la espalda y me avisa que va a la cancha, le respondo que iré cuando no quede ninguna en el vestuario.

Otro problema más. Habíamos quedado que cada una vendría vestida al club para entrenar, pero algunas se están cambiando en este momento, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo y no hubiéramos alquilado para practicar.

—¡Vamos! —las apuro cuando escucho que comienzan a cuchichear entre ellas.

De a una comienzan a salir las tres chicas mirándose cómplices, entre ellas Gala, decido no darle más vueltas al asunto y cerrar la puerta a mi espalda cuando todas abandonan el lugar para ir a la cancha.

—Bien... Como sabemos la entrenadora no puede venir, así que hoy entrenamos solas. Si bien yo soy la capitana no sé cómo hacerlo bien... por eso necesito que me ayuden y sobre todo que me tengan paciencia, ¿sí?

Veo al grupo como asiente sin decir nada, una que otra me sonríe de forma cómplice, lo cual me hace estar segura de que no me dejarán sola contra la marea y que me ayudarán en lo que necesite.

Lo único que quiero es que esté orgulloso.

No hagas papelones, por favor.

¿Estará mirando? ¿Mirándome?

Giro la cabeza sobre mi hombro para verlo. Está hablando con la abuela mientras ríen, sus ojos oscuros se encuentran con los míos, saluda.

Me saluda, o eso es lo que pienso hasta que Gala rompe mi bola de cristal con una risita tímida para después decir «Me saludó. Bren, me está saludando. Necesito que nos presentes».

Por inercia aprieto los puños y camino por el medio del círculo que formaron mis compañeras ida y vuelta mientras doy una que otra palabra de aliento al equipo para que tengan confianza y den lo mejor de ellas.

Cuando el discurso improvisado termina de salir de mi boca veo como Gala le está haciendo señas a Diego, en ese mismo instante comienza a llegar en el medio de mi estómago un nudo de algo que hace mucho no sentía, por desgracia lo conozco muy bien. Es un nudo similar a lo que sentía cuando estaba con Joaquín. Una bola pastosa, verde; de ella salen lanzas que apuñalan mi interior, sus sogas se entrelazan con mis tripas y tiran de ellas para consumirlas.

Mi lado racional no logra controlar al irracional, por lo que toco el silbato cerca de Gala, más de lo que está permitido moralmente.

—¡Vamos chicas! —Actúo como si nada— ¿Precalentamos un poco y empezamos? —pregunto, pero no espero respuesta.

El silbato resuena otra vez.

Esto de sentir el poder me gusta...

Dejo el silbato a un lado y me pongo a trotar las cinco vueltas con mis compañeras, no sin antes girar hacia la persona que habla con mi abuela.

*

Diego:

Veo a Brenda dejando el silbato que antes había hecho sonar para darle órdenes a sus compañeras y espero que me vea cuando gira a ver a su familia. Solo ve a la señora que está a mi lado, su abuela; ella me cuenta de la pasión que tiene Brenda por el vóley desde muy chica y alguna que otra anécdota graciosa se le escapa para después obligarme a jurar que no le diré nada a Brenda.

El club tiene dos gradas alrededor de la cancha, una frente a la otra. No hay tantas personas, todos estamos ocupando una misma, y entre todos los presentes no logramos llenar ni la mitad de ella, aunque parece todo lo contrario porque cada familia está apartada de las otras.

Terminan de trotar y calentar cada una por su lado, algunas se ponen en grupos muy reducidos para practicar pases entre ellas, otras saltan en las luces de reacción que hay en el suelo; son una especie de conos muy bajitos que se van iluminando de a uno para desarrollar los reflejos y la velocidad y por último hay un tercer grupo que decide usar las pelotas de práctica con una cinta de sujeción profesional; las cuales van unidas a unas muñequeras.

Brenda pertenece al último grupo.

Se me hace imposible tener una visión amplia de toda la cancha, en vez de prestarle atención únicamente a Brenda. No noto a las demás que están haciendo su mismo entrenamiento, ni siquiera a la compañera que la ayuda a mover la pelota con otro pedazo de cinta.

Es la luz en toda la oscuridad.

Se destaca sin intentarlo. Sin esforzarse, solo lo hace.

Aunque ella no esté haciendo movimientos extravagantes, me quedo mirando como está concentrada poniéndose las muñequeras y enganchar los dos extremos del arnés en ella. Una compañera rubia se acerca a ella y toma con fuerza la gruesa cinta negra.

¡Qué irónico! Ambos concentrados... Vos en ella y ella en la pelota.

Brenda comienza a estirar para delante los brazos a la altura de su frente, en círculos frente a ella la pelota amarilla con líneas azules y con letras blancas «Mikasa» gira rodeando sus muñecas, los cuales son provocados por su compañera. Ella controla la velocidad con la que se mueve la pelota. Una y otra vez.

La pelota pasa de estar delante de sus manos a estar delante de su cara en cuestión de centésimas.

Los primeros segundos me controlo. Pasando el primer minuto empiezo a desesperarme poco a poco y el miedo de que la pelota choque su cara por un mal movimiento de la rubia o por culpa de un calambre en las manos de Bren. De solo pensar en esos escenarios me giro a ver a su familia, desde su hermanita, creo que se llama Selena, hasta sus abuelos.

Con toda la vergüenza del mundo me muevo en el lugar para estar más cerca de la abuela.

—¿Esto lo...? ¿Brenda sabe hacer esto? —Señalo disimuladamente porque recuerdo todas las veces que mamá de chico me retó porque era de mala educación.

—Sí. —Suelta una corta risita, se lleva una mano a la boca y la controla—. Tranquilo, ella sabe hacer todo esto, al igual que su amiga. No se va a golpear la cara.

Noto como la sangre —o la vergüenza— sube por todo mi torso cuando dice exactamente mi mayor miedo en este momento.

Asiento con una sonrisa y vuelvo a localizar a Brenda, ellas sigue realizando esa actividad a un costado de la cancha, con las rodillas en cuclillas y con sus amarillos ojos fijos en la pelota. Mirándolas más relajado me doy cuenta de que Brenda está muy concentrada en lo suyo, incluso le dice algo a su amiga y se ríe. Está feliz.

Por otro lado, veo a la chica frente a Bren que se encuentra revolviendo en el aire la cinta, ella también se encuentra concentrada en cada movimiento, lo que me da más seguridad.

Brenda cambia la posición de las manos, de estar frente a ella, a la altura de su frente, las pasa a tenerlas a la altura del pecho. Esta vez su amiga mueve la cinta de arriba a abajo, provocando que la pelota quede en el aire y choque el piso, una, dos, tres veces, para después comenzar la cuenta otra vez.

Cinco minutos después Bren va a tomar una botella de agua, me animo a llamarle la atención llamándola por su apodo.

Gira la cabeza hacia la izquierda buscándome, no tarda en encontrarme, como si supiera exactamente en donde estaba. El corazón comienza a latirme a mil por hora, pero carraspeo disimulando mi repentino silencio.

—Muy bien. Te vi hace un rato, estuviste muy bien.

—Gracias, igual todo el trabajo lo hizo Ju. —Baja el pico de la botella y la señala.

Internamente me dan ganas de golpearme por no decir algo mejor.

La risa de Luca y el «Sssh...» de la señora Acosta me dan ganas de golpearme más fuerte.

—Ahora vamos a rotar puestos, mirame. —Guiña un ojo, agarra el silbato y salen de él dos pitidos.

—¡Rotación! —grita y vuelve al lugar junto con la rubia.

La compañera de Bren decide empezar con las manos a la altura de la cadera, algo que Brenda no había hecho en sus diez minutos, cuando Brenda empieza a girar la cinta en círculos con brusquedad, me doy cuenta de que es igual al mismo que hizo su amiga cuando Bren tenía las manos a la altura de la frente.

La morena comienza con movimientos más lentos a diferencia de los que le hacía su compañera, que de primera empezó a hacerlo rápido.

Me quedo sin palabras con tanta simpleza que Bren hace mover la pelota, lo hace parecer tan fácil, pero seguramente es todo lo contrario. Creo que te hace imaginar eso por los años de práctica que lleva encima, y como si estuviera escuchando a algún profesor explicando un tema nuevo, apoyo mi codo derecho en mi rodilla y sostengo mi cabeza con el puño.

De a poco, Bren comienza a subir la intensidad de rapidez sin dejar de cuidar cada movimiento. Así pasan diez minutos. El silbato vuelve a sonar, esta vez para que todas busquen una nueva actividad.

La siguiente actividad que elige Bren es agruparse no solo con la rubia de hoy sino con dos más y comienzan a hacer pases entre ellas en una ronda.

Si bien los pases no son extraordinarios cuando los hace Bren, a mis ojos son los mejores, no solo de esa ronda, del gimnasio, sino que de todo el país. De todo el mundo. Dignos de estar en una final de un mundial o de los juegos Olímpicos.

—¿Viste lo bien que juega mi nieta? —me habla la abuela.

Aturdido por su pregunta inesperada, pregunto como un completo imbécil que dijo, ella con paciencia vuelve a formular la pregunta.

—¿Viste los lindos pases que hace Brendita? —La sonrisa en su rostro no se va.

—Sí, hace muy buenos pases.

—¿Y las demás chicas?

Por un segundo siento la boca seca.

—Sí, también. Todas juegan bien —miento descaradamente por ser que desde que estoy sentado en estas maderas no apreté los ojos de la número once.

—A una... señora de mi edad no le mientas, y menos en la cara. ¿Acaso tu abuela no te enseñó que es una falta de respeto? —Comienza a reírse sola, yo finjo su risa sin que se me ocurra algo mejor—. Por cierto, hermoso collar... Principalmente, el número que tiene.

—Gracias —se me entrecorta la voz.

Los siguientes minutos que dura la segunda actividad me quedo hablando con la abuela de Brenda, la cual me cuenta historias de sus nietos cuando eran más chicos. Sale a relucir el recuerdo de cuando le tiré pintura a Bren en jardín de infantes y cada tanto hace algún chiste sobre sus sospechas de lo que siento por su nieta... que a decir verdad no se equivoca en lo más mínimo, incluso se queda algo corta, pero prefiero no decir nada.

En algún momento, no sé bien en qué momento su esposo, el abuelo de Brenda, se une a la conversación.

—¿Amor, no querías preguntarle algo al chico?

—¡Ay, sí! Casi me olvido. ¡Qué cabeza! Venís a comer a casa.

—Gracias por la invitación, seño...

—No me entendiste. Venís a comer a casa. Le escribís a tus papás para que no se preocupen.

—¿Segura? ¿No molesto?

—Más que segura, ya preparé todo —dice, pacíficamente.

El silbato suena nuevamente. Los tres miramos al frente.

Segunda actividad finalizada.

Brenda se acerca a las luces de reacción para entrenamiento y deja su celular frente a ellas, supongo que es para que una aplicación programe el patrón de las luces por Bluetooth.

A medida que una luz se enciende, ella la pisa tan rápido que parece no pensarlo. Que lo hace por puro instinto. Por reacción.

Por un segundo la luz blanca se proyecta en su cara y puedo notar desde mi lugar como sus pecas resaltan, como si fueran miles de estrellas vistas desde un pueblo sin contaminación lumínica.

Bren sonríe y aunque no lo sepa yo lo hago con ella.

Su sonrisa se debe por cada luz que apaga al poner el pie sobre la especie de conos. Y la mía es por su felicidad. Por ver como se amplía su sonrisa ante un nuevo logro que hace con una velocidad sobrehumana.

—¡Qué rapidez! ¿No cierto, Diego?

—Sí. Muy bien le sigue el ritmo a las luces —Miro a la abuela.

La señora mueve la cabeza de arriba a abajo, aprobando mis palabras.

—¿Siempre tuvo tanta pasión para el deporte?

—Desde siempre —admite, sonriente—. Brenda desde muy chica sueña con estar en la selección o en alguna sub, pero siendo parte de las «Las Panteras» —explica—. Por lo que recuerdo se le dice «Panteritas» a las sub... ¡Viejo! ¿Panteritas se les dice a las sub?

—Sí, creo que sí —responde, prestando más atención a su nieta menor con la que juega «Al veo veo» que a la pregunta de su señora.

—Las Panteritas —vuelve a repetir. Sonrío.

—¿Nunca se fue a probar?

—No, yo me he ofrecido a llevarla en el auto, pero no quiso. Al principio sí, pero cuando se enteró de que si la seleccionaban tenía que irse sola no quiso saber nada... hasta hace unos años. Entre nosotros, creo que se arrepiente de no haberlo hecho en su momento.

—Pobre...

Me quedo un rato pensando mis siguientes palabras. No estoy seguro si la abuela de Bren nota esto o se queda callada porque no tiene nada que decir.

—Todavía está a tiempo —finalmente rompo el silencio—. Es joven y si juega como entrena estoy más que seguro que la Feva quedará deslumbrada por su talento.

—No es a mí a quien le tenés que decir eso, yo no lo dudo. Sos un buen chico. —Una mirada cómplice llenan de brillos sus ojos y vuelve la vista al frente.

Nos quedamos en silencio mirando a Bren terminando la rutina con las luces de reacción, cuando termina vuelve a ir a buscar el silbato haciendo que las demás chicas dejen lo que están haciendo.

Luego de ponerse en una ronda alrededor de la capitana, las chicas se dividen en dos grupos para competir entre ellas. Bren y sus compañeras tienen pecheras azules y las del otro lado de la red, rojas.

—¿Viste lo lindo que le queda la pechera a Bren? —pregunta su abuela señalando a la morocha.

Río y acepto sin quedar muy expuesto.

—Sí, mi nieta es muy linda —piensa en voz alta, mirándola. Giro a ver a Brenda y sonrío—. Es todo genes. —Se apunta con el pulgar.

—Muy linda es Bren —susurro sin pensar, sin apartar los ojos de la chica que hace el saque de pelota, tirando la pelota hacia arriba, corriendo para quedar debajo de la misma y tener un impulso al momento de saltar para pegarle con la mano bien abierta al mismo tiempo que su espalda se encorva. Aunque una chica del otro lado de la red llega a atraparla, sonrío por ella.

Festeja con una seña con una compañera que gira a verla.

Creo que la abuela de Bren no me escucha porque no hace ningún comentario al respecto, solo gira a ver a su esposo para preguntarle si es verdad lo que dijo unos segundos atrás, el hombre asiente con una sonrisa y le deja un tierno beso en una de sus sienes.

Una de las primeras jugadas que me sorprenden de La chica once es cuando Bren está en el medio de la cancha y ve como se aproxima la esfera de goma.

Su primer reflejo es juntar ambas manos en forma de puño y lanzarse al suelo.

La pelota antes de caer es impulsada hacia arriba por la fuerza con la que la empuja Brenda, rebota y vuelve a hacer el recorrido, esta vez al lado inverso.

Me quedo hechizado ante su rápida reacción. Quedo deslumbrado.

En el ambiente flotan un sonoro y largo «Wow» viniendo del público, yo también participo y hago que sea un poco más largo de la cuenta.

María ignora a sus hijos y a sus padres solo para mirarme y en cuanto lo hace sonríe y me muestra su pulgar levantado en forma de aprobación.

Nunca fui un fan fiel del vóley, pero por ella lo sería. Lo sería por toda la vida.

No serías fan del deporte, sino de ella. Siempre lo fuiste.

Brenda se levanta del suelo impulsándose con ambas manos y se posiciona en su lugar.

¡Qué hermosa se ve viéndola haciendo lo que la apasiona!

¿Habrá invitado a otros chicos? Seguramente a Joaquín, ¿pero además de él a alguien más?

¿Me pensará igual que yo a ella?

Mi cerebro comienza a jugar conmigo haciéndome recordar todas las veces que la he visto jugando al vóley, principalmente en primaria, teníamos diferente profesor, los chicos jugábamos, por un lado, y las chicas por el otro.

Recuerdo que varias veces le pedí permiso al profesor del ese año lectivo para ir al baño, pero en realidad era para pasar por dónde las chicas jugaban para verla jugar, desde ahí se notaba que tenía talento para el vóley.

No siempre jugaban al vóley, pero todas las clases pasaba a verla jugar, aunque el profe no me dejara ir al baño, en esa oportunidad me escapaba, pero eso lo empecé a hacer en tercero. No me importaba si jugaban al quemado, fútbol, ladrón y policía, o lo que sea que la maestra quisiera, solo quería verla unos segundos más.

En secundaria lo dejé de hacer, no porque ya no quería verla, sino porque teníamos diferentes horarios.

La práctica del partido sigue todavía y con cada jugada siento que me enamora más y más.

Cada tanto sus ojos y los míos conectan y siento que estoy en la luna. De repente soy el chico del estudio de películas animadas.

No llevo la cuenta pero sé que están cerca de los veinte pases —si no es que más— sin que uno de los equipos consiga un nuevo punto.

Brenda se ve espectacular jugando. No existe nada y nadie más que ella. De vez en cuando su abuela me saca de mi trance hablando de su nieta y su habilidad para el deporte, haciendo algún comentario sobre la práctica u ofreciéndome sandwiches que entró a escondidas en su cartera.

Todo un personaje.

Vuelvo a ver el juego.

Se nota que todas las chicas están algo cansadas. Les cayó con un balde de agua fría, el no tener el apoyo de su entrenadora hoy, y se nota en los movimientos bruscos y algo desprolijos que hacen cuando les toca hacer el saque o pasarse la pelota entre las que son del mismo equipo para finalmente pase la red y con suerte ganar un punto más.

Una de la pechera roja tira la pelota hacia el otro lado de la red. La chica que encabeza la especie de rectángulo que formaron Brenda y las compañeras de su lado de la cancha se da cuenta de que si le pega a la pelota tocará la red y quedará de su lado de la red; por lo que decide tirar la pelota hacia sus compañeras con la esperanza que alguna pueda hacer un mejor pase y conseguir el punto, o como mínimo que la pelota pase de lado a lado como en los últimos movimientos.

Brenda es la que percibe antes que nadie el pase de la colorada y salta, mientras que en el aire mueve la mano para pegarle con todas sus fuerzas a la pelota. Y eso hace.

Mi primera reacción es sorprenderme. Mi labio superior se separa del inferior, poco a poco la distancia es mayor entre ellos, y cuando me doy cuenta tengo la boca tan abierta que alguien me podría hacer el chiste de que la mandíbula se me caerá al suelo.

Un grito de euforia sube por mi garganta y hace eco en todo el salón hasta que de a poco se van perdiendo las palabras.

«Vamos, Bren.», «Vamos, Bren.», «Vamos, Bren.», «Vamos.», «Bren.».

Mientras la pelota viaja en el aire, Bren cae al áspero suelo bordo, nadie llega a susurrar en forma preocupante respecto a su caída porque enseguida se sienta en el suelo esperando el resultado.

La pelota sigue en el aire haciendo que todos estemos expectantes a dónde caerá. Y es ahí donde nos damos cuenta de que la capitana del equipo no solo logra que la pelota cruce nuevamente la red, sino que también consigue el punto. Bren mira el logro desde el suelo, formando una gran «O» en su boca.

WOW...

¡Impresionante!

Cuando pensé que no me podía llegar a enamorar más de ella, viene con esto.

Me paro sobre un escalón de la grada y grito. Pero no cualquier cosa, sino que grito algo para ella.

—¡ESO, ONCE! ¡SIEMPRE CONFIÉ EN VOS, KUQUIE! —Agacho la cabeza ante la vergüenza que me genera ese apodo. Incluso me arrepiento de que haya salido de mi boca otra vez.

Siento una mirada pasada que viene desde la cancha.

Levanto la cabeza con la poca dignidad que me queda y al ver hacia la cancha me encuentro a Bren mirándome fijamente. Sus ojos trasmiten sorpresa y algo más que no llego a descifrar.

Después de unos segundos mirándome; mirándola; mirándonos, una sonrisa se expande con lentitud, lo que me hace pensar que pasa una eternidad hasta que deja de ampliar su sonrisa. Sin pensarlo se la devuelvo, más rápido de lo que me hubiera gustado.

Cuando me aparta la mirada me siento y la abuela de Brenda a mi lado me abraza para festejar, feliz por la jugada de su nieta, durante el abrazo me dice con un tono de ilusión que nunca había escuchado antes.

—¡¿Viste lo que hizo?! ¿Viste lo que acaba de hacer? —dice con un tono de ilusión que nunca había escuchado.

—¡Sí! Es maravillosa Bren —digo sin pensar.

—Muy maravillosa.

Asiento.

La señora voltea a su esposo que está muy ocupado en decir que esa es su nieta mientras tiene el puño levantado en una especie de mostrar victoria y comienza a narrarle la jugada aunque él la haya visto. Pero la escucha con mucha atención por la exaltación en sus palabras. Él me mira detrás de su esposa y me guiña el ojo, a pesar de no entender muy bien el gesto, le sonrío con complicidad.

Selena aplaude feliz a la par que lo hace su mamá, que está al lado de ella.

Y Luca le hace unas señas a su melliza luego de gritar una frase que deduzco que probablemente entienden solo ellos porque Brenda la repite desde el suelo.

Todo el grupo festeja acercándose a Bren para felicitarla, ella ya está parada. Algunas las abrazan, otras chocan las manos con ella y una le dedica una sonrisa con un asentimiento de cabeza a medida que le da palmadas en su hombro derecho.

Después de celebrar esa jugada, el equipo de Bren rota de posición.

Brenda es la que tiene que hacer el saque. Tira la pelota al aire y se impulsa para pegarle, pero cae en el intento, cuando llega al suelo se agarra con ambas manos donde se une la pierna con el pie.

—El tobillo —susurra su abuelo conteniendo la calma. Supongo que lo hace más que nada para no preocupar a su hija ni a su esposa.

Luca baja las gradas con Selena en brazos, a lo lejos escucho que le va a comprar caramelos y una botella de gaseosa por el calor. Todos nos damos cuenta de que lo hace para que no se preocupe por su hermana.

El silbato me hace girar con ilusión a la cancha. En vez de encontrar a Brenda tocando el objeto, es una compañera de ella parando el juego.

Sin pensarlo corro gradas abajo para intervenir en la situación, al menos para que Brenda me diga que está bien y que no hay nada de que preocuparse, que fue una caída sin consecuencia.

*

Brenda:

17:13 hs:
Caigo al piso. Sobre mi tobillo.

A pesar de parecer una caída grave no me duele... Y si me duele no me doy cuenta por lo ansiosa que me encuentro al esperar a que la pelota aterrice de su recorrido.

Vamos, vamos. Un poco más.

Nunca antes había visto una pelota que vuele tan lento.

Dale, por favor.

Mantengo la respiración por unos instantes, siento que la desesperación me ganará si la pelota no cae en el próximo segundo. Y como si hubiera escuchado un ser mágico, la pelota cruza la red y las chicas de pechera roja se quedan corta para pasarla nuevamente; ni siquiera llegan a intentarlo.

Mis oídos se inundan por los gritos de mis compañeras de juego y por algunos de las gradas. Solo un grito logra llamar completamente mi atención.

—¡ESO, ONCE! ¡SIEMPRE CONFIÉ EN VOS, KUQUIE!

Diego. Es Diego.

Nuestros ojos se encuentran. Le sonrío.

Siento que el pecho me va a explotar de...

Antes de pararme y de que mi grupo festeje conmigo, vuelvo a ver las gradas y me concentro en mi familia. Mamá y Sele aplauden juntas, los abuelos hablan y por la sonrisa de ella puedo suponer que relata mi jugada como es de costumbre, por último Luca, él como es tradición, se da tres palmadas en el corazón con puño cerrado y me señala para después gritar «De acá hasta Neptuno»; repito su seña y le agradezco moviendo los labios sin emitir sonido.

Me toca hacer el saque de pelota a mí porque rotamos por haber ganado el punto.

Al impulsarme para pegarle a la pelota que está en el aire me doy cuenta de que mi pierna derecha no puede seguirle el ritmo a la izquierda. Caigo nuevamente.

Es ahí donde me doy cuenta de que la caída sí fue importante.

Una vez que lo invito me caigo y no solo eso, sino que me lastimo.

Me duele.

Me duele mucho, tanto que intento calmar el dolor rodeando esa parte con ambas manos.

Dejo de escuchar, por mi mente pasan varios pensamientos, todos con el peor final posible.

Y cuando estoy a punto de llorar, una mano se posa sobre mi hombro.

—Tranquila, todo va a estar bien, Bren —dice Diego dándome una pizca de seguridad—. Fui cruz roja, ¿me dejas verte? —Sus ojos bajan a mi tobillo.

Seguro que piensa que soy una tonta.

Aparto las manos del lugar y las dejo sobre el suelo.

—¡Bren! —llama nuestra atención una de mis compañeras— Te traje hielo. No está muy frío, pero te puede ayudar.

—Se te está hinchando un poco, creo que es un esguince de tobillo. ¿Del uno al diez cuánto te duele? De verdad.

—Cinco; cuatro.

—¿Segura?

—Sí.

—Te voy a hacer un vendaje. ¿Tienen botiquín?

Miro a mi compañera buscando respuesta.

—Aguarden acá, me voy a fijar.

—Como si pudiera ir a otro lado —regaño entre dientes cuando da media vuelta.

—No seas así.

—Es verdad.

—¿Te lesionaste alguna vez?

—No. Nunca.

—Mejor. —Sonríe y vuelve a ver mi tobillo que empieza a inflamarse—. Si querés te puedo hacer un vendaje provisorio y vas a la guardia. ¿Sí?

Asiento.

—Les traje el botiquín para que la otra chica se vaya. —La chillona voz de Gala.

Mi mano izquierda deja de estar palma abajo sobre el suelo para ser un puño detrás de mi espalda.

—No sabía que eras doctor —dice entre sonrisitas.

—Gala, ¿podés dejar que me venda sin molestar? Vos no sos la que te caíste y tenés miedo.

—Tranquila, Bren. —Ríe—. No molesta.

Gala satisfecha con la respuesta de Diego, me mira y sonríe triunfante. Le respondo fingiendo esa estúpida risa, Diego parece no enterarse de nada.

Mamá llega con los abuelos y me dicen que me llevarán a la guardia a qué me revisen el tobillo. El abuelo me ayuda a caminar para que no haga esfuerzo, a la par que me explica que la abuela está afuera tratando de comunicarse con mi hermano para saber dónde está con Sele, mientras tanto mamá se queda un poco más atrás agradeciéndole a Diego por el vendaje provisorio pero que se quedará más tranquila si un profesional me ve cuanto antes.

Antes de salir del salón giro por última vez y veo como Diego se queda hablando con Gala, y de solo pensarlo me arde el pecho.

_______________ღ_______________

AAAAAAAAAAAA ESTOY FANGIRLEANDO CON ESTOS DOSSS

ME FALTA EL AIRE CON DIEGO BAJANDO LAS GRADAS PARA AYUDAR A BREN

Qué opinan de gala?

Creo que este es el capítulo más largo por lejos que escribí

Gracias por leer. Recuerden votar y comentar ❤️.

Sin más que decir, les dejo mis redes sociales. A veces dejo algún adelanto del próximo capítulo en Instagram y Twitter [X], también hago dinámicas con ustedes.

Instagram/Tiktok/Twitter [X]: @enuntulipan.

Un beso con cariño
-Ruʃ!tos.

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