23. Sensación agridulce
Diego:
—¿Qué comer antes de un partido de vóley? —lee Tiago sobre mi hombro— Sin dudas vos no estás bien.
—No molestes —digo cerrando la página abierta en el celular.
—Perdón, Romeo, seguí con tu gran investigación. —Ríe, divertido.
—Vas a compartir comida con el gato, estás advertido.
Abre el horno de forma desafiante y toma una de las porciones que habían sobrado de la noche anterior.
Toma la caja y la pone sobre la mesa.
—¡Comida! Y no es la del gato. —Me guiña un ojo.
A la par que hago una lista en una hoja rectangular de un bloc que uso para hacer las listas de compras tomo una porción de pizza.
Manchitas maúlla pidiendo una feta de panceta, no puedo resistirme ante sus pupilas dilatadas, el corto hilo de saliva que le sale por la mitad de la boca y una de sus patitas estirada tocando mi rodilla en un intento desesperado en llamar mi atención.
—Voy a hacer unas compras, ¿necesitas comprar algo?
—¿Vas por barritas de cereal? —En sus ojos veo que sabe la respuesta y que lo hace tan solo para molestarme.
No me quejo. Yo también llegué a reírme de él cuando comenzaba a salir con su exnovia; aunque este es un escenario diferente, claro está. Brenda y yo no estamos saliendo.
Saliendo… Qué palabra más bonita en cuanto a la importancia que hay detrás y temerosa a la vez…
¿Brenda y yo?
De solo pensarlo se me eriza el pelo de la nuca.
—Te acompaño.
—¿Qué? —pregunto, aturdido, saliendo de mis pensamientos.
—Te acompaño a hacer las compras. Me incomoda que el gato me observe.
—Creeme que después te acostumbras —Río mirando a Manchitas sobre la mesa.
—Prefiero quedarme con la duda. ¿Cuándo dijiste que vienen por él? —Inmóvil desde la silla como si de una estatua se tratara mira al gato que lo observa frente a frente sentado delante de él sobre la mesa.
Una vez que tomo una de las bolsas de tela para el mercado, la billetera y las llaves, le pregunto a Tiago si me acompaña o si se quedará jugando con el gato a no pestañear.
No pasan ni cinco segundos desde que se levanta de la silla y camina a mi lado.
︱ღ︱
—¿Y si llevo diez?
—Son muchas, no las va a comer todas. Para mí dos son más que suficientes, como mucho cinco, pero no diez.
—Están en oferta —divago mirando el precio de la promoción de 5X3.
Tomo cinco barritas energéticas de chocolate y otras cinco de frutillas.
—Hacé lo que quieras, sabés. —Ríe cuando pongo las dos tandas de cinco en el canasto del supermercado.
Seguimos pasando por las góndolas en busca de especias, verduras y pastas para completar los diferentes cajones y las alacenas antes que lo único que haya en el departamento sea agua del grifo.
—¿Necesitás que te alcance a algún lado? Ahora le voy a pedir el auto a mamá —pregunto mientras camino a su lado.
—¿Eh? —modula apartando la vista del teléfono.
—Voy a casa a dejar las cosas. —Levanto los brazos, mostrando las bolsas con las compras— y voy a la casa de Brenda en el auto de mamá, se lo voy a pedir. ¿Dónde te dejo?
—No te preocupes, te acompaño a tu casa y nos separamos ahí, gracias igual.
—¿Seguro? ¿No preferís que te alcance a tu casa? ¿Algún lugar que me deje de camino?
—Seguro. Nos separamos en tu casa.
Dudando retomo la caminata hasta el departamento, a mi lado Tiago me ayuda con un bolsa.
*
Brenda:
12:52 hs:
—Sí, a las dieciséis empieza, si no pueden ir, no se preocupen, es una práctica, no un partido… Jajaja está bien.
—¿Son los abuelos? —pregunta mamá al pasar por mi lado.
Asiento varias veces mientras escucho a la abuela decir que hará un postre y mi comida favorita para que empiece la temporada.
—Decile que yo los paso a buscar con tus hermanos para el club.
—Abu…
—La escuché, pero tu mamá en un rato te lleva a vos, ¿va a hacer un viaje de más? —Activo el altavoz para escucharla mientras voy a la heladera por un yogur.
—No. Mamá no me lleva a mí —hablo cuando vuelvo a la silla.
—¿Vas caminando?
—No. —Río—. Me lleva Diego. Me pasa a buscar en menos de dos horas, hora y media más o menos.
—Ah, Dieguito —suspira la abuela—. Mandale saludos. Lo podemos invitar a comer, ¿qué te parece?
—Emmm… No sé abuela, capaz que ya tiene planes.
—Sos la novia, deberías de saber si tiene planes o no.
—No, no y no. No somos novios. Solo amigos.
—Amigos… —Se queda pensando un rato antes de volver a hablar—. ¿Estás hablando en códigos? ¿No son novios pero…?
—Solo amigos, abu. Nada más ni nada menos.
—Perdona, Bren, pero me cuesta creerlo.
—Yo le dije lo mismo, mamá. —La mujer detrás de mí apoya una mano sobre mi hombro izquierdo, rodeándome—. Pero ella sigue convencida de que son solo amigos.
—Lo somos —objeto, seria, incluso más de lo que me hubiese gustado.
—No importa si es tu amigo, invitalo a comer con nosotros —retruca la abuela para luego gritarle al abuelo que habrá un plato más en la mesa.
—No te hagas mucha idea, Diego suele tener la agenda ocupada —miento con descaro.
—Todos saben que mi comida es la mejor. —Mamá carcajea por detrás por el ego de la abuela—; y si no lo sabe lo hará esta noche.
Un hormiguero recorre mi espalda, desde la nuca hasta el final de la cintura, por lo convincente que sonó.
Llego a imaginarla subiendo su índice derecho a la altura de sus inexistentes ojeras, mientras toma el celular con la otra mano y con mucha fuerza para que no se le caiga, mientras le hace muecas al abuelo y señala los sobres de condimentos vacíos o casi vacíos que necesita para preparar la cena.
—Abu, tengo que prepararme para la práctica. Nos vemos en un rato. Saludos al abuelo, los amo.
—Nosotros a vos. Llevá una camperita para después, y saluda a tus hermanos de mi parte; acá el abuelo les manda también.
—Jajaja bueno —la dejo tranquila sobre el abrigo, aunque sigamos en verano—. Serán dados.
Toco el botón rojo para finalizar la llamada y lavo la cuchara que usé para el yogur y la dejo para secar, el pote de plástico lo tiro al tacho.
—Hija —habla mamá distraída con el celular—, fue una pregunta, no era para que te pongas nerviosa. —Ríe fingiendo que es por un meme.
—No me puse nerviosa.
Salgo de la cocina antes de tener que responder a otro comentario de ella.
Juego al vóley desde que tengo uso de razón. La primera vez que supe de ese deporte fue en una vacación familiar, tenía cuatro años recién cumplidos; habíamos ido con los abuelos y el tío Miguel a la costa para pasar juntos navidad y año nuevo en un lugar diferente y de paso para recargar energías, según los adultos. Los abuelos habían alquilado una casita a un par de cuadras de la playa para todos nosotros.
Mamá le insistió a su hermano para que nos llevara a la playa porque a ella le dolía mucho la cabeza y los abuelos eran algo grandes para cuidarnos ellos solos, además de que querían dormir la siesta —años más tarde supimos la verdadera razón—. Sin rechistar, el tío fue por su malla mientras mamá nos bañaba con protector solar.
Al igual que los días anteriores —y siguientes— fuimos cantando alguna canción infantil mientras el tío llevaba todo el equipaje, desde el protector solar para aplicarnos hasta la sombrilla. La brisa de calor nos daba de lleno en nuestras caras.
El vivo recuerdo de haber llegado a la playa está vigente en mi mente, nuestro tío eligió un lugar bastante estratégico para estar cerca del agua con nosotros y a la vez poder vigilar las cosas.
Pasamos toda la tarde haciendo castillos de arena, jugando en el agua, cavando con las palas de plástico con la iluminación de poder llegar a encontrar parte del mar y tirándole agua a nuestro tío en la cabeza con las gorras porque no quería meterse al mar más allá de sus tobillos.
La imagen y el intercambio de palabras del tío hablando por teléfono con mamá se quedaron grabadas en mí por alguna extraña razón. Recuerdo que podía escuchar sin esfuerzo su voz saliendo de aquel teléfono, lo había llamado para avisarle que le había dejado de doler la cabeza y que vayamos a merendar antes que el Sol empiece a bajar; bastaron esas palabras para que comencemos —el tío comenzó— a juntar nuestras cosas y empezar a caminar hacia la casa.
Mientras Luca jugaba a caminar por el rastro de la arena mojada y correrse justo a tiempo para que el mar no lo tocara, yo iba juntando caracolas y las dejaba en el balde que nos habían comprado el primer día de playa. Nuestro tío nos llamó la atención para que nos corriéramos del lugar y no seamos golpeados por una pelota de fútbol mientras un grupo de chicos divididos por una red nos decían que pasáramos, uno de ellos sostenía la pelota debajo de su brazo. Mi tío les agradeció, pasamos y siguieron jugando.
La curiosidad me ganó y le pregunté al adulto responsable de nosotros en ese momento porque el arco de fútbol era diferente al que veía en la tele, con paciencia él fue borrando cada rastro de incertidumbre que mi cabeza iba creando. Incluso nos preguntó si nos queríamos quedar un ratito más para verlos jugar. Como todo niño que quiere estar más tiempo sobre la arena dijimos que sí —hasta el día de hoy el tío reniega con que tuvo que armar otra vez la sombrilla—. Y así fue como pasamos casi una hora más en la playa, mirando a los jóvenes… O al menos yo los miraba con el tío, aunque él no tenía puesta el mismo grado de atención que yo en ellos porque tenía que vigilar a Luca que corría por todos lados.
Cuando terminaron de jugar juntaron sus pertenencias, pasaron por nuestro lado y mi tío aprovechó el momento para felicitarlos por como habían jugado. También les dijo que yo había quedado encantada por el partido y por eso nos habíamos quedado a verlos jugar. Recuerdo que un chico del grupo —el mismo que tenía el pelo rubio y más largo que el resto, llegándole a la altura de los hombros— se agachó a mi altura y me dijo que si me lo proponía sería una gran voleibolista.
Después de la cena, me quedé con mi tío mirando partidos de vóley por YouTube, de ese momento recuerdo dos cosas con exactitud; la primera era que no había tantos videos de chicas jugando y lo segundo es que no me podía despegar de la pantalla de la computadora, pero al final el sueño ganó la pelea y terminé quedándome dormida en los brazos del tío que después tuvo que llevarme a dormir a la cama con mamá y Luca.
A partir de ese día, cada vez que había un partido de vóley, mi tío iba a casa a verlo conmigo, sobre todo cuando había partido femenino.
Para mi cumpleaños número seis me inscribieron de sorpresa en un club para comenzar a practicarlo con otras chicas de mi edad. A Luca le ofrecieron anotarlo con nenes, pero no aceptó.
Abro la cómoda cajonera y de ella saco un conjunto deportivo que consiste en una biker y un top deportivo y cambio mi largo remeron con una imagen rectangular de los integrantes de una banda, la cual me llega a los músculos y el short por las nuevas prendas. El espejo sobre la cómoda me regala la imagen de una chica pelinegra, de piel morena, ojos color ámbar oscuro y con una altura —bastante— sobre la media. Del mismo mueble tomo del pequeño recipiente donde guardo todas las colitas de pelo, una de ellas y me hago una cola de caballo bien tirante, por último me calzo las zapatillas para salir a trotar antes de que pase Diego a buscarme.
—¿Vas a correr? —pregunta mamá desde el suelo, dejando de pintar su parte. Sele está a su lado.
—Quiero prepararme físicamente y elongar por mi cuenta.
—Llevá el celular —me pide volviendo a pintar al conejo impreso.
—Voy hasta la plaza. —La saludo con un beso en el cachete como es de costumbre y a Sele le sacudo con suavidad el pelo, lo que hace que se moleste e intenta peinarse ella misma.
Cuando mis pies tocan la vereda, comienzo a trotar en automático hasta la plaza que está a ocho cuadras, mientras en mis oídos resuena una canción que se reproduce a través de mis auriculares.
Los segundos comienzan a volar y yo voy atrás de ellos, queriendo ganarles. Queriendo hacer más trotes de los que son físicamente posibles en dos segundos.
Troto.
Troto, troto y troto. Cada vez más fuerte y sin llegar a cansarme para tener energía para el entrenamiento.
En los últimos meses, no me sentí tan viva como en este momento.
Los problemas, inquietudes y miedos desaparecen. Soy yo.
Por primera vez en mucho tiempo soy solo yo.
No me importa Joaquín.
No me importa Octavio.
No me importan las flores marchitas de hace unas semanas.
Y mucho menos el cambio que me respira la nuca.
No me importa nada que no sea externo a mi cuerpo.
Quiero empezar la racha con todo, de la mejor forma. Demostrar que estoy preparada para esto y mucho más, no solo al resto, sino también a mí.
Aunque sea una práctica, dejaré lo mejor de mí de la mano con la Brenda de la playa.
Esta práctica es la primera de una larga racha. Y superaré mi propia marca personal, tengo todo un año para crecer y pegar ese estirón. ¡Lo lograré!
Estará Diego.
Viendo la práctica.
Viéndote.
—Perdón —me disculpo con la mujer frente a mí.
Ella me mira mal —muy mal— por chocarla por mi descuido.
Un descuido que fue provocado por mis pensamientos.
La media cuadra hasta la plaza la camino para asegurarme de no chocar a nadie. Una vez que llego hago mi rutina para elongar, doy seis vueltas alrededor de la plaza y vuelvo a casa, a ritmo lento, caminando.
Al abrir la puerta del departamento dejo las llaves en su lugar, aviso que volví y voy directo a bañarme luego de ver la hora, catorce y cuarto.
Tengo tiempo para relajarme unos minutos bajo el agua, sintiendo cada gota caer sobre mis músculos tensados por la rutina antes de practicar. Y aunque lo intento, no funciona.
A horas de ir al club mi mente se estresa y comienza a relucir todos los problemas que tenemos como equipo; empezando que con mis compañeras tuvimos que alquilar otra cancha porque nuestro club está con reparaciones, la entrenadora nos avisó que operan a la hija, por lo que nos la tenemos que arreglar solas por primera vez, al menos podemos grabarnos y que ella vea el video después para ayudarnos a corregir lo que salga mal. Además, no hemos practicado desde mediados de noviembre, y si tomamos en cuenta que dejé el gimnasio y no he estado muy activa…
Empieza la racha buena.
Yo puedo.
Esto es lo mío.
Puedo. Podemos con un entrenamiento, aunque no esté la entrenadora, ¿qué tan difícil puede ser?
Yo puedo.
Bren, tranquila, es una práctica, no un partido.
Diego va a verme. ¡Diego va a verme!, es la primera vez que me verá jugar, qué miedo.
Vaya quien vaya le puedo demostrar que soy buena en esto. Sea a los abuelos, a mamá, a mis hermanos, acompañantes de las demás jugadoras o a Diego.
Busco la indumentaria del club y comienzo a vestirme para ya estar lista cuando venga a buscarme.
Tomo mi bolso negro del armario para guardar el repuesto de ropa para el entrenamiento, la ropa que usaré luego de la práctica, productos de higiene personal y el neceser llena de distintas cosas de «por si acaso». Me dirijo a la cocina por la botella que había dejado a la mañana en la heladera y me quedo sentada esperando el mensaje del castaño diciendo que está abajo.
Exactamente, a las 15:23 la pantalla de mi celular se ilumina con una notificación. Un mensaje de Diego diciendo que cuando esté lista baje, que él está al frente de la puerta, pero si necesito un rato me espera sin problema alguno.
Le aviso a mamá que ya me voy antes de agarrar mi llavero y salir por la puerta.
Voy bajando las escaleras a la par que guardo la billetera, el celular y las llaves en un compartimiento chiquito para encontrarlos más rápido cuando los necesite.
—Hola. —La cara de Diego pega de lleno ante mí a través de las puertas de vidrio.
—Hola, ¿cómo estás? —respondo a la par que se me dificulta abrir la puerta.
—Bien, ¿estás lista para la práctica? —habla justo cuando salgo del edificio y me saluda con un beso en el cachete.
Quedo helada.
No sé qué decir ni que hacer, solo me concentro a fingir una pequeña sonrisa y a eliminar cualquier indicio que puede delatar lo afectada que estoy por su acción. Sobre todo oculto mis sentimientos para que él no llegue a sentir lo mismo.
—Siempre lo estoy —Río para que se dé cuenta de que realmente no lo digo en serio.
—¡Esa es la actitud! —Sonríe y me guía hacia el auto que está estacionado una cuadra más adelante, por lo que tengo entendido es de su mamá.
—No encontré lugar para estacionar —dice con una pizca de enfado hacia los vehículos que están estacionados en los cordones de las veredas de mi cuadra, lo que hace que niegue mirando al suelo, divertida.
—No te preocupes —aseguro, acomodando la correa del bolso en mi hombro.
—¿Te ayudo? —Lo miro con incertidumbre y él vuelve a hablar— ¿Te ayudo con eso? —Señala el bolso esta vez.
—No gracias, no es necesario. Puedo con él.
Una vez que estamos en el auto no puedo dejar pasar por alto el collar que cae por su cuello, quedándose estancado entre sus clavículas.
Ese amarillo le queda bien.
Me quedo observando más de la cuenta cada una de las mostacillas que rodean su nuez hasta el punto que algunas la llegan a tapar como si se trataran de una larga bufanda en pleno invierno cubriendo la nariz.
Mis ojos viajan contemplando aquel collar. Viajan mirando las bolillas alrededor del cuello de Diego. Viajan hasta que caen de lleno en el centro del mismo.
Dos dijes con el número uno, formando el once.
El número once. Mi número.
«¿Cuál es tu número de camiseta?».
«¿De qué número jugás?».
«El once. Hay una Brenda en la selección.».
Mi cabeza procesa la información y une cabos a la velocidad de la luz, hasta que su voz me distrae. En otra situación le hubiera preguntado qué dijo.
—¿Lo hiciste vos?... El collar.
—¡Sí! —Sonríe bajando la vista hacia el accesorio—. ¿Te gusta?
—Sí, sí, está lindo.
—Me alegro porque lo hice por vos. Para apoyarte.
—¿Por qué? —Mi risa nerviosa inunda el interior del auto.
—Porque somos amigos… Y eso hacen, apoyar al otro.
Sonrío. Me obligo a sonreír más grande para que no se percate de que sus palabras casi me hacen vomitar.
No quiero que sepa que esas dos palabras se convirtieron en dos dagas directo a mi estómago.
«Somos amigos».
No sé si quiero ser su amiga.
—Gracias, amigo. —Le doy una palmada en su antebrazo y giro a ver por la ventana de mi asiento—. Me encantó el detalle.
Un sabor agridulce sube por mi garganta.
—Me alegro mucho de que te haya gustado y no por todo el tiempo invertido y la plata, sino porque quería hacer algo para cábala. Algo que realmente te gustará y que quede para todos los entrenamientos, y porque no para los partidos.
Volteo a verlo.
—¡¿Lo usarás siempre?!
—Siempre que juegues, sin importar que sea un partido amistoso, competencia o una práctica como lo es hoy. —Sonríe tanto que su boca y ojos en algún punto parecen unirse.
Le devuelvo el gesto.
—Gracias. Muchas gracias. —No sé si logra escucharme porque justo enciende el motor.
Y cuando parece que mis palabras se las llevará el viento que entra por la ventana del conductor, Diego se da media vuelta y me guiña un ojo, logrando que su lunar se esconda por una milésima de segundos.
—Nunca tuvieron un detalle tan hermoso conmigo.
—Tal vez tenés que hacer un filtro de quién está en tu vida… O a lo mejor ver más allá de tus ojos.
—Puede…
—Casi me olvidaba, en el asiento de atrás hay barritas energéticas. No sabía cuáles preferías, así que compré los únicos dos sabores que había.
—No era ne…
—No voy a permitir que digas eso —dice volviendo la vista hacia mí—. Y sí lo era. Era necesario.
Mientras Diego está concentrado en conducir, yo siento que una parte de mí se queda acá. En el auto de su mamá. Hoy. En la conversación que acabamos de tener.
Y dudo mucho que algún día pueda recuperarla.
Recuerdo que me encantaban los caramelos agridulces me encantaban, le pedía a mamá que los comprara y cuando lo hacía los comía yo sola porque Luca decía que eran un asco, y aunque lo defendía a muerte creo que ahora logro entenderlo.
Pensó en mí e hizo una sorpresa… pero estoy muy poco segura que lo hizo en la forma que quisiera.
Me gustaría decirle que detenga el auto para empezar a indagar en preguntas que a la larga no me llevarán a nada. No dirá nada de lo que quiero escuchar.
Después de todo no estoy segura de que es lo que quiero escuchar.
¿Novios? No lo somos.
¿Chica que me gusta? Probablemente eso arruine nuestra amistad.
¿Chica a la que en el pasado le tiré pintura? Eso sería peor.
Chica que me gusta…
Lo mejor será aceptar que es un amigo más como Vanesa, que hizo un collar como podría haberlo hecho Megara y compró barritas como Kira lo hizo en una que otra ocasión.
De a poco el sabor agridulce deja de quemarme la garganta y va desapareciendo.
_______________ღ_______________
AAAAAAA ESTÁ USANDO EL COLLAR, NO ES DIVINO??
Prepárense porque en el próximo es la práctica... Hagan sus apuestas de qué pasará
Volvimos a las actualizaciones todos los lunes y miércoles, espero que esta vez duren hasta el final 💗
Gracias por leer. Recuerden votar y comentar ❤️.
Sin más que decir, les dejo mis redes sociales. A veces dejo algún adelanto del próximo capítulo en Instagram y Twitter [X], también hago dinámicas con ustedes.
Instagram/Tiktok/Twitter [X]: @enuntulipan.
Un beso con cariño
-Ruʃ!tos.
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