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22. La sorpresa para Brenda

Diego:

—Es un favor. Sería pagarme una de las que me debes.

—No pienso ir a ese local. Todas las chicas que trabajan ahí me van a mirar raro.

—Es pedir la tanza, los broches para cerrar y las mostacillas. Te mandé un mensaje todo detallado. —Suspiro, cansado, esperando respuesta del otro lado del teléfono.

—Si es tan fácil, ¿por qué no lo hacés vos?

—Tengo un compromiso familiar, ya te lo expliqué, Tiago.

—Está bien… —acepta, rendido.

—Gracias.

—Si paso vergüenza le digo a Luca.

Amenaza en broma, pero prefiero prevenir antes que lamentar.

—Le decís y es lo último que vas a decir en tu vida —bromeo, serio.

Su risa resuena mientras su mamá le llama la atención por la hora.

A veces extraño eso.

—Tranquilo, no diré nada. ¿Cuál es la idea? —pregunta con una pizca de interés.

—Primero comprás las cosas, después; tal vez, te cuente.

—No esperaba menos de usted, señor Misterio. —Ríe.

La llamada termina.

Me siento al frente de la computadora que está al borde la mesa y comienzo a ver fotos como inspiración.

Cuando quiero acordar me doy cuenta qué pasé casi dos horas buscando ideas para sorprender a Brenda el día de la práctica.

Cierro la pantalla antes de pararme, sonar mi espalda e ir a acostarme.

—Mañana será un largo día —digo entre dientes cuando me dejo caer sobre la fina sábana de la cama.

Un peso cerca de mis pies aparece en cuanto cierro los ojos. No hace falta ver para saber que es Manchita acostándose.

Desde la noche en la que fui a visitar a mis padres se acuesta conmigo, supongo que lo hace para tenerme vigilado y que no lo deje solo.

Cada noche elige un lugar diferente para dormir; puede ser a la altura de mis rodillas o a la de mi cara, acaparando parte de la almohada para él. Anoche decidió dormir al lado de mi pecho, lo que logró tener más de la mitad de la cama para él, en otras circunstancias lo hubiera apartado, pero me hechizó con sus suaves ronquidos.

Podría cuidarlo más seguido… para ayudar a los Martínez.

Adoptar un gato no suena mal…

Extrañado ante esos pensamientos, intento creer que el día largo me está jugando una mala pasada y son más bien pensamientos generados por el cansancio y la presencia del gato en mi cama.

A la mañana me levanto por culpa de Manchitas que estaba lamiendo mi frente; lo miro con mala cara, él hace lo mismo. Cuando menos lo espero se sienta al lado de mi cara mientras me va empujando con su cuerpo para que le llene el plato con su alimento.

Al tomar mi teléfono me encuentro con tres llamadas perdidas de la abuela y dos de mamá.

—¿Hola? —respondo la llamada entrante.

—¿Por qué no contestabas? —se escucha la voz de mamá de lejos antes que papá pueda intentar saludar.

—Me quedé dormido —digo entre bostezos.

—Casi van a buscarte tu mamá y la abuela.

Separo el celular de mi oreja y veo la hora.

—Fueron quince minutos.

—Es lo que yo les dije, pero viste como son… —responde nuevamente papá.

Me levanto del cómodo colchón y mientras le sirvo comida al gato del mal, escucho la sugerente pregunta de papá para desayunar en casa de ellos. Estoy por negarme hasta que abro la heladera y me encuentro con que tengo que comprar leche para acompañar los cereales o hacer cualquier licuado.

—¡Dale! En diez minutos me tienen ahí.

—Buenísimo, hijo. Te esperamos.

—Ya somos casi hermanos nosotros. —Me agacho y tiro al piso boca abajo para estar a su nivel—. Dormís en la otra punta de mi cama, te subís arriba de los muebles y mirás televisión conmigo. Así que lo único que te voy a pedir es que no hagas maldades mientras no estoy.

Mejor sería que no haga maldades cuando no estoy y cuando estoy.

—¿Me estás escuchando? Dejá de comer, gordo. —Comienzo a pincharlo con uno de mis dedos.

Hiss. —Me muestra sus dientes y deja de comer para mirarme amenazante.

—¡No bufés! Sé que me estás escuchando. En dos días vienen tus papás, no quiero decirles que te portaste muy mal.

Miauuu.

—Entonces estos días restantes te vas a portar bien.

Otro bufido sale de su boca, pero creo que esta vez es de rendición… O cada día estoy un poco más loco.

Miau. —Se refriega contra mis piernas cuando me pongo de pie.

—Yo también te quiero —le digo mientras le doy unas palmadas en su pequeña cabeza esperando que se aleje.

Salgo tras tomar el teléfono, la billetera y las llaves.

Cuando abro la puerta de la casa de mis padres me encuentro a papá ya con el traje puesto y luchando con la corbata.

—¿Nunca aprendiste? —me burlo.

—Hola a vos también, hijo —se queja—. Tu mamá dejó el tuyo sobre tu cama.

Tu cama.

Sus palabras hacen eco en mí hasta apagarse su voz.

—Voy.

—¿Querés que desayunemos juntos? La abuela lo hizo más temprano con tu mamá.

Muevo la cabeza en forma afirmativa.

—¡Claro!

Él sonríe como respuesta.

Voy a mi ex habitación y tomó el traje que mamá compró unas semanas antes para esta celebración y comienzo a vestirme antes de sentirme un desconocido cambiándose en una habitación que no es suya.

No soy de vestir formal, al menos que haya una buena razón; si mamá no hubiera ido de compras, lo más probable es que hubiera estado en el medio de la iglesia con pantalones cargos y una remera unicolor —de preferencia, blanca— con un estampado a la altura del pecho. Pero al ser el bautismo del futuro ahijado de mamá —hijo de una amiga y colega de trabajo—, un nene que apenas lo he visto dos veces en mi vida, ella quiso que todos vayamos acorde a la ocasión.

A la que seguramente no le molesta es a la abuela, es igual de coqueta y arreglada que su hija.

Tomo los zapatos encerados de a uno y me los voy poniendo. Paso por el baño y frente al espejo me peino con las manos.

Cuando termino encamino a la cocina donde papá está de espalda a mí, batiendo una taza; el aroma a café no tarda en inundar mis fosas nasales.

—Ahora que estamos solo… —empieza a hablar y yo ya sé lo que dirá—. ¿Qué pasó? ¿Le contaste? —Una sonrisa traviesa se asoma en su rostro. Intenta ocultarla mirando el interior de la taza.

—Que no pasó —respondo, apoyándome en la mesada, cerca de él. Cuando percibo mi sonrisa ya es tarde, él ya la notó.

—¿Beso?

—¡Papá!

—Solo pregunté —dice con inocencia dejando la taza a un lado—. ¿Y bien? ¿Qué pasó?

—Estuvimos en la azotea de su edificio. Hablamos de varias cosas y bailamos.

—¿Bailaron?

—Sí. —Río—. Unos de sus vecinos estaban con la música alta y… Solo surgió.

—¿Qué tipo de música? —Una de sus cejas se arquea.

—¡Basta! ¿Sí?

—Al fin y al cabo no se puede preguntar nada —reprocha en voz baja, vertiendo el agua caliente en dos tazas con mezcla de café y azúcar— ¿Con leche?

—Por favor —afirmo—. Cuarteto. Cuarteto bailamos… Le enseñé.

—Por un momento pensé que ibas a decir tango, ¿Sabías que mis papás se conocieron bailando tango? El abuelo tenía dos pies izquierdos —dice, negando, divertido.

—No le conté, me arrepentí antes de llegar a su casa. Tenía miedo de que me tratara de loco… Se lo dije indirectamente, pero no me entiendo —hablo recibiendo mi taza de café.

—¿Seguimos hablando de la hija de la abogada? —Asiento— No creo que sea capaz de tratarte como loco, y si llega a hacerlo no es para vos. —Apoya su brazo contra mi hombro izquierdo y me dirige hacia las sillas de la cocina.

—Puede ser… —medito en voz alta.

—¿Qué le dijiste que no te entendió?

—Estábamos mirando el cielo. Comenté que a la luna le quedaba bien el tono amarillo como me dio la razón, dije y cito «No es a la única que le queda el amarillo». Creyó que hablaba de las estrellas. —Cubro mi cara de la vergüenza.

—Diego. —Ríe—. No creo que lo haya hecho de mala, simplemente no lo sabía. Tendrías que haber remontado.

—Lo sé, pero es difícil explicarle que tengo Sinestesia.

—No me parece una chica mala.

—Y no lo es. Pero es confuso cuando nunca escuchaste de la Sinestesia. Tal vez intento decirle cuando vayamos por helado…

—Segunda cita, ¿eh? Campeón. —Su sonrisa doblemente intencionada no tarda en aparecer.

—Solo somos amigos. Me invitó a tomar un helado luego de una práctica que tiene… Hablando de esto, se me ocurrió algo para el día de la práctica.

—¿El qué? —pregunta antes de beber el café de su taza.

—Hacer un collar. Para mí. —Hago una pausa mientras como una factura esperando respuesta. Al no tenerla continuo—. Las mostacillas van a ser amarillas, aunque ella no lo sepa, serán de ese color por ella. Ella es amarillo —le recuerdo por las dudas.

—¿Un collar de mostacillas?

—Como si fueran perlas chiquitas; lo único que de color.

Al ver su cara me doy cuenta de que comprende lo que digo.

—¿Solo amarillo? No sé —medita—. Campeón, no creo que piense que es por ella.

—Pondré el número de su camiseta, también amarillo. El once. Seguro que no le dará importancia al color de las mostacillas, pero sí al número.

—Veo que lo tenés todo calculado. —Sonríe tras dar su último sorbo—. ¿Vienen mostacillas con corazones?

—Sí, supongo. ¿Por qué? —Me apresuro a terminar de desayunar cuando escucho la voz de mamá.

—Antes del número pone una de esas. —Guiña un ojo.

—¿Te parece? ¿No es algo…? No sé, ¿mucho?

—No, para nada. Hacele caso a tu padre. Eso sí, el corazón tiene que ser amarillo para que combine.

—¿Terminaron? —indaga mamá en el marco de la puerta— Vamos, que no hay mucho tiempo.

—Ya terminamos —respondo.

—Vayan a la entrada que llegamos tarde.

—Cariño, estábamos teniendo una charla de hombre a hombre. —Señala mi cuerpo y luego el suyo—. Por cierto, ese vestido te queda muy bien, ¿es nuevo? —dice levantándose de la silla, quedando frente a frente de ella.

A mamá se le escapa una risita nerviosa en cuanto las manos de papá rodean sus caderas.

Buen momento para salir de la cocina.

Aprovecho para escribirle a Tiago para que también me consiga un juego del tipo de cuenca que papá me sugirió, pero antes que me envíe una foto de esas para aprobarlas, no importa si en ese momento están mojando la cabeza del niño, miraré la foto y le daré una respuesta. Tienen que ser perfectas. En el caso de arrepentirme y no usarlas no será la gran cosa.

︱ღ︱

—¿Y bien? ¿Me vas a contar? —inquiere Tiago dejando la bolsa de plástico con todo lo que compró sobre la mesa.

Ya es de noche. Como era más que sabido, el bautismo duró todo el día, incluido el almuerzo.

Papá se ofreció a recoger a Tiago cuando le conté que tenía que ir a buscarlo —porque él tenía las compras— y de ahí nos íbamos a mi departamento. Mamá decidió quedarse en la quinta ayudando a su amiga —alias la mamá del recién bautizado— a ordenar y guardar en el auto los regalitos que le habían dado durante la ceremonia junto con la comida que sobró.

Tengo entendido que su amiga y esposo la llevarán a casa porque papá al llevarse el vehículo se quedó sin transporte. Mamá y ella son la clara definición de carne y uña, aunque no se conozcan de toda la vida, actúan como si lo fuera. Como ya lo dije, se conocieron por el trabajo, ambas tienen una licenciatura en psicología infantil, comenzaron a trabajar casi al mismo tiempo en la misma clínica y sus consultorios estaban uno al lado del otro, el resto es historia.

—Un collar quiero hacer —respondo sin ganas, revisando que haya traído todo.

Seguramente mi respuesta no le dio más información de la que él mismo pudo deducir por sí solo, pero Tiago no pregunta más.

Sé que espera a que yo le explique por mi cuenta, así es nuestra amistad; si hay un silencio o una respuesta vaga, esperamos a que él otro hable por su cuenta.

Mi respuesta vaga es más que nada por el cansancio, no porque no quiera hablar del collar ni del significado del once o del amarillo.

Al ser el único no adulto pero tampoco adolescente que había en la quinta donde se celebró el bautismo, a los papás les pareció divertido ponerme de niñero. Me pasé toda la tarde cuidando y haciendo upa a niños entre tres y cinco años. Mi espalda pide a gritos una ducha caliente y masajes.

Tiago es una de las pocas personas que sabe de mi Sinestesia.

No me da pudor decir que soy sinestésico, simplemente es algo que me guardo para conocidos y así no tener que dar las mismas respuestas una y otra vez en cuanto a mi sensación secundaria o informando a las personas… Y a veces ni de eso me salvo; hay personas que sin importar cuánto tiempo pase siguen preguntando lo mismo que yo y mis papás nos hemos encargado de aclarar hace tiempo atrás, las primas de mi mamá encabezan la lista.

Cuando le conté a Tiago teníamos doce años, intenté no agobiarlo con tanta información, pero él se interesó en el tema.

«Diego, ¿qué color soy yo?», me había preguntado dos semanas después de que le había contado. Estábamos en una plaza con nuestras patinetas.

«Verde. Un verde oscuro como el pasto cuando lo vemos de noche, pero no en plena oscuridad, sino el pasto de un patio de una señora que lo cuida y lo tiene iluminado por alguna extraña razón.», fue una respuesta inconsciente, casi que ni la había pensado.

«¿El verde de una cancha de fútbol iluminada con protón?», su pregunta me había descolocado, por lo que esta vez sí tuve que reflexionar mi siguiente respuesta.

Al cabo de unos minutos, mientras movía la patineta con mis pies estando sentado en el cordón de la vereda, le respondí: «No. El de una señora te dije.». Luego de eso ambos reímos.

Al principio no entendía que sin importar que seguiría siendo el mismo color. Verde oscuro como el pasto visto de noche con un poco de luz.

—Quiero hacer un collar para mí. Para usar el día de la práctica de vóley de Brenda.

—¿Me estás diciendo que vas a ponértelo en un partido que no tiene importancia? Ni siquiera en la competencia…. Sí que te dejó mal esta chica.

—No… También puedo llevarlo en la competencia. —Me quedo unos segundos pensando—. Todas las veces que la vaya a ver puedo usarlo.

—¡Fantástico, Romeo! No te olvidés de llevarlo puesto, aunque no la vayas a ver. —Ríe por su propia broma.

Me dedico a ignorar su broma sin gracia y comienzo a sacar todo de la bolsa del local para comenzar ahora.

—¿Te quedas a comer?

—Si querés.

—No te hagas el tímido conmigo. —Río.

—Solo si tenés alcohol.

—Creo que hay dos latitas de cerveza.

—¡Genial! Te ayudo con esto primero —dice al verme un poco perdido con las bolsas del kit para el collar.

—Anda pidiendo delivery lo que quieras porque acá tenemos para rato. —Le extiendo el celular—. En la heladera está un imán con el número de una rotisería.

—¿Pizza?

—Pizza —repito en forma de aprobación—. ¡Una con Roquefort! —llego a gritarle antes que comience a marcar el número del local.

Mientras escucho a Tiago hacer el pedido, yo me encargo de tomar el hilo elástico y tomar las mostacillas amarillas para pasarla por él. Una a una.

—En veinte minutos las tienen. Como queda a un par de cuadras dije que la pasábamos a retirar.

—Bueno. —No aparto la vista de mi tarea—. Mejor que no tengamos que esperar mucho, muero de hambre.

—¿Qué pasó? ¿En el bautismo no había comida?

Ambos reinos por el tono que usó.

—Me haces acordar a mi mamá después de los cumpleaños —logro formular, aún riendo.

—¿Viste que lindas? —pregunta señalando las perlitas.

—Tampoco te agrandes.

—No solo traje lo que me pediste, sino que conseguí el número de la empleada.

Levanto por unos segundos mi mirada hasta encontrarme con sus ojos celestes y con su sonrisa de ganador.

—¿Cuántas veces le insististe?

—¡EY! —se queja—. Para tu información no le insistí, ni siquiera se lo pedí, salió de ella. Al menos no tuve que pedírselo a una amiga como vos hiciste con Brenda.

—Eso fue diferente. —Dejo mi actividad incompleta sobre la mesa—. Y lo sabes muy bien.

—Puede, pero si no era por la de nombre de gato no lo tendrías.

—No seas malo —lo regaño—, tiene un lindo nombre. Y sobre el número de teléfono estoy más que seguro que ella me lo hubiera dado si se lo pedía —el tono que uso para hablar es tan seco y desafiante que no se anima a contradecir mis palabras. Yo tampoco me animaría a hacerlo. La única reacción que tiene Tiago es ver a Manchitas ocupando toda una silla a un lado de nosotros.

Así pasamos un rato en silencio hasta que mi amigo vuelve a hablar cuando la tensión y la ira se van.

—Te va a convenir pegar con cinta el otro extremo sobre la mesa —sugiere al verme hacer malabares para que no se caigan las pocas piezas que llevo enhebradas—. Para que no se te caigan.

—Gracias —susurro antes de pararme en busca de algún rollo con menos de la mitad de su última vuelta de cinta.

—No le voy a escribir. A la chica que me vendió las cositas —dice tomando una pieza amarilla cuando vuelvo con un rollo de cinta, que para mi sorpresa está bastante completo.

—¿Por?

—No sé… Es linda, pero no quiero estar en una relación, no ahora que estoy pensando en mi ex… —deja la frase a la mitad.

—Es una razón válida e inteligente.

—Sí… —Suspira.

—Pueden arregl…

—No, Diego. Esta vez es la definitiva. Lo dejó muy en claro, y en parte yo también. Supongo que es lo mejor, para los dos.

Asiento sus palabras con un movimiento de cabeza.

Ambos damos la conversación por terminada. Él no quiere hablar de su ruptura y yo no voy a insistir en retomar el tema.

—Tendríamos que ir a buscar las pizzas —piensa en voz alta luego de carraspear y de ver la hora en su teléfono.

Guardo las mostacillas que están sobre la mesa en la bolsita en la que estaban, despego el pedazo de cinta de la mesa que impide que se caigan las que están en la tanza y pego ambos extremos de pegamento alrededor de la misma para no perder el patrón. Corto con los dientes un trozo más de cinta para repetir lo mismo del otro extremo. Una vez que estoy seguro de que ninguna perlita amarilla se caerá, la guardo en la bolsa del local con las pequeñas bolsitas con los materiales.

Tomo el llavero y con una mano en el picaporte espero a que Tiago le escriba a su mamá que come en mi departamento, porque hasta el momento la había dejado flotando entre la duda. En un tal vez. «Capaz que, como en lo de Diego», habían sido sus palabras antes de entrar al auto, de un salto en el asiento de atrás. Papá al ver a la señora parada al lado de la puerta de madera, la saludó con un toque de bocina y yo con un vago movimiento de mano sobre la ventanilla baja, el cual ella respondió.

—Ya está. —Guarda el celular en su pantalón y se acerca a la salida.

Paso después de él y cierro la puerta. Manchitas sigue durmiendo plácidamente en la misma silla desde que llegamos.

—Después de comer te ayudo con las mostacillas, los patrones no son lo tuyo —bromea, empujando mi hombro con el suyo.

Me limito a solo reír en voz baja.

—Siempre se necesita la opinión de una chica en estas cuestiones —le devuelvo la broma. Nuestras risas resuenan en todo el edificio.

El local queda a dos cuadras del edificio, así que antes de que nos demos cuenta llegamos. Cuando entramos nos encontramos con que antes de nosotros hay una mujer con dos nenas esperando su pedido, y luego un grupo de cinco chicos un poco más grandes que Tiago y yo —creo que son estudiantes universitarios—, decidiendo si pedirán pizza o empanadas.

La señora detrás del mostrador deja las cajas del pedido sobre el mostrador después de ir a buscarlas a la cocina e intenta entablar una conversación conmigo mientras su hijo le cobra a Tiago; con mucha amabilidad le respondo a la señora.

—No doy más, desde acá siento el olor de la barrigona —exclama mi amigo sosteniendo ambas cajas mientras yo busco la llave del edificio en mi bolsillo—. Te juro que si no abrís en el próximo segundo como acá afuera.

—Exagerado, entrá. —Tiro de la puerta ya abierta.

Decidimos subir por las escaleras porque mi piso es el segundo, contando la planta baja. No nos hará ningún daño subir una escalera.

La carita gorda y peluda de Manchitas junto con un maullido —bastante largo para mi gusto— nos dan la bienvenida, prohibiéndonos el paso al departamento.

Tiago, como puede, esquiva al gato, el cual se le cruza entre los pies al castaño —casi pelinegro— de tatuajes en los brazos que grita «¡A comer! ¡Llegó la comida!». El gato parece entender a la perfección aquellas palabras porque lo sigue maullando desesperadamente. Cierro la puerta de espaldas a la misma mientras me divierto con la escena que se están montando esos dos seres delante de mí; a pesar de eso, no demuestro ninguna pizca de gracia ante tal función.

—Voy por vasos y la cuchilla para cortarla. —Señalo la pizza que Tiago destapa.

—¿No eran solo para mí? —bromea, volviendo a cerrar la caja de arriba y abrazando ambas cajas.

Suelto una carcajada genuina ante tal reacción.

—Terminamos de comer y nos ponemos manos a la obra —digo cortando porciones.

—¡Qué las mostacillas comiencen a rodar sobre la mesa! —Ríe para luego darle una mordida a la porción que eligió.

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Les muestro mi modelo del collar que hizo Diego para usar en el próximo capítulo ❤️. De todas formas, recuerden que pueden imaginarlo como les guste y quieran :)

En caso de que la imagen no coincida con la de tu imaginación, borrá de tu mente la anterior foto <3

Gracias por leer. Recuerden votar y comentar ❤️.

Sin más que decir, les dejo mis redes sociales. A veces dejo algún adelanto del próximo capítulo en Instagram y Twitter [X], también hago dinámicas con ustedes.

Instagram/Tiktok/Twitter [X]: @enuntulipan.

Un beso con cariño
-Ruʃ!tos.

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