13. Diego Balai
Diego:
Brenda se sienta a mi lado, cierra la puerta del vehículo y se queda mirando por la ventana sin dirigirme la palabra. Yo apago la radio, y me tomo mi tiempo para verla de perfil.
No me doy cuenta de que llevo rato mirándola hasta que ella parece notarlo porque se gira hacia mí.
—¿Qué? —pregunta, recelada.
—Nada. Solo estoy esperando a que te pongas el cinturón —miento.
Se pone el cinturón con mala cara, y se hunde cruzada de brazos en el asiento cuando enciendo el motor.
—¿Todo bien? —pregunto sin apartar la vista de la calle.
—Sí —gruñe.
—¿Problemas con el n...? —Me detengo cuando recuerdo que la primera y última vez que lo nombré las cosas terminaron mal. Carraspeo y me despeino buscando una solución. Ella gira a verme por primera vez en la noche—. Emmm... ¿Problemas con el horario de llegada?
Ella sube una ceja.
—No entiendo.
—Si vamos bien con el horario que te puso tu mamá para volver —le explico, señalando su celular bloqueado.
—Ah, eso. No tengo hora de llegada, basta con que avise donde estoy.
Asiento.
Nuevamente mi enemigo. El silencio.
—¿Querés escuchar música? —pregunto palmeando entre los dos asientos para encontrar mi celular.
—Estoy bien así —responde, seca—. Si vos querés poné algo. —Agrega cuando nota lo poco afable que sonó.
Niego con un gesto para quitarle importancia, dando por hecho que estoy bien con la tranquilidad del aire.
No lo estoy.
Para no quedar como un estúpido, con la mano libre tomo la palanca de cambios.
Los próximos cuatro minutos los pasamos así. Pregunta de mi parte, respuesta de tres palabras de ella. Llegando al quinto minuto me di por vencido para sacar tema de conversación. Once minutos, once en completo silencio.
Al doblar a la izquierda por el diagonal del ojo, la descubro mirándome.
Me vuelvo a ella con una sonrisa.
—¿A todos los mirás descaradamente mientras manejan?
—Solo a los que me miraron primero, ¿por?
—Si para vos esperar a que te pongás el cinturón es verte sinvergüenza, entonces lo estaba haciendo.
Ella niega risueña y mira por la ventanilla de su lado. Yo vuelvo con la vista al frente.
—¿Para dónde voy? —pregunto.
—Por acá está bien.
—Decime la dirección. No voy a dejar que te vayas sola.
—Tu casa queda lejos de la mía. Por acá está bien —insiste.
—Tengo que ir a la casa de mi mamá. Me queda de camino. —Sinceramente no tengo ni idea en la zona en dónde vive.
Titubea antes de decirme la dirección y de darme indicaciones para llegar a la misma.
︱ღ︱
—Chau —saluda desde la puerta antes de cerrarla.
—Nos vemos —la saludo de vuelta—. ¡Brenda! —la llamo— No me preguntaste de dónde nos conocemos. ¿Me reconociste? —pregunto animado.
Después de unos segundos esa sensación desaparece de mí y se convierte en desilusión.
Debe ser por eso que se mantuvo al borde durante todo el trayecto.
La Brenda del sábado es muy distinta a la que ahora está frente de mí.
Pasó hace años y sigue enojada, ¡Qué rencor...!
—No. Discúlpame, no tuve el mejor de los días.
—Está bien. Otro día —me apresuro a decir.
Sonríe aliviada y camina por delante del vehículo.
Mientras más tarde lo sepa más tiempo me va a seguir hablando.
Llega a la puerta del edificio. Yo me quedo a la espera de que entre para poner el coche en marcha.
Da media vuelta, camina hacia mí y se para justo delante de la puerta del conductor, se agacha para asomar la cabeza por la ventana.
—¿Dejé un bolso por ahí?
—¿Bolso? No. No hay ninguno —contesto, repasando con la mirada los asientos.
La escucho maldecir, aunque lo haya hecho en un susurro para sí misma.
—¿Todo bien? —le pregunto.
No llega a escucharme, comienza a caminar nuevamente hacia la puerta de cristal. Toca un timbre del portero eléctrico y dice algo que no logro escuchar.
Espera impaciente, moviendo un pie en el lugar y con los brazos cruzados sobre su pecho.
Cuando se da cuenta de mi presencia verbaliza: «podés irte, ahora bajan a abrirme. Las llaves me quedaron en otro auto».
No obedezco. Espero a la dichosa persona.
«Otro auto».
¿Qué le costaba al conductor alcanzarla en vez de hacer que espere el colectivo? —que por cierto estaban de paro—.
Una voz femenina me saca de mis pensamientos.
Antes de girar hacia ella niego reiteradas veces para terminar de apartar cualquier pensamiento.
A simple vista veo a Brenda y a... ¿a otra Brenda?
A diferencia de la Brenda original, esta parece más refinada, su postura es suelta, pero sigue sin perder la elegancia y su postura recta.
Ambas son altas, morenas y de ojos ámbares oscuros, como lo de los lobos. La que estaba hasta hace unos minutos a mi lado el cabello oscuro como la noche y le llega hasta la mitad de la espalda a pesar de que está atado con una goma para el pelo, en cambio, a su clon su cabellera castaña y lisa le cae hasta los hombros.
Me resulta gracioso el hecho de que una esté vestida con indumentaria formal que se ajusta muy bien a su cuerpo y la otra de no ser por su jeans podría considerarse que está de Sport. Tal vez me resulta gracioso porque en cierto punto me recuerda a nosotros en la cafetería. Ella con vestido. Yo de bata.
Ella tenía un gemelo. No una gemela.
La otra Brenda se acerca a la ventanilla del conductor.
Y es en ese momento que los rasgos diferenciales entre ellas aparecen. No es su hermana, sino su madre. La señora Acosta.
—Hola, Diego. ¡Qué grande estás! ¡Mírate! —exclama al verme—. Yo te conozco desde que eras así. —Señala una altura muy exagerada a su lado.
Solo sonrió y acepto con un movimiento de cabeza.
—Gracias por acercar a Brenda. —Dirige una mirada fugaz hacia atrás. A su hija en específico.
Ella camina perezosamente a su lado.
—No fue nada, señora Acosta. —Me desabrocho el cinturón de seguridad para hablar con más comodidad.
—Tu mami hizo un buen trabajo en criarte; tan caballero como siempre —halaga—. Hablando de ella, ¿cómo está?
—Muy bien. Justo tenía que ir a buscar el auto al taller y me dejó el encargo a mí —informo apoyando una mano sobre el volante.
—Está bien, hay que ayudar a las madres —habla, desde mi criterio, con significancia.
Sonrío. Brenda suspira con cansancio, y al verla mi sonrisa se ensancha más de lo que me gustaría admitir.
—Fue un placer. Señora Acosta, hasta luego —me despido—. Brenda —la saludo con un ligero movimiento de cabeza.
La chica a su lado cae en cuenta de que llame por su apellido a su madre y alterna su mirada en nosotros en busca de una explicación. Su madre parece no darse cuenta de su reacción. Por mi parte, la ignoro.
—¿Tan rápido? Quedate a comer.
—No, gracias. Teng...
—Diego, fue una afirmación. No una pregunta.
Brenda suspira ante las palabras de su madre.
—Muchas gracias de verdad, pero quedé con mi familia en cenar con ellos. Además, tengo que llevar el auto antes de que mamá se ponga histérica.
—Por eso no te preocupés. —Hace un ademán con la mano con intención de quitarme la preocupación—. Le escribo.
—Mamá —la nombra remarcando cada letra—, se tiene que ir. Otro día a lo mejor. —Sus ojos buscan los míos para que apruebe sus palabras.
Los ojos de la señora me miran con tristeza. Tiene un brillo de desilusión —si es que eso existe— en la mirada.
Suspiro y muevo mi mano sobre el volante haciendo girar este.
—Supongo que no le molestará que la invite a desayunar o que almuerce con ella mañana —me rindo.
—Perfecto. Ya mismo voy a buscar el celular para escribirle y ponemos un plato más en la mesa. —Se da media vuelta alegre—. Hija... —Voltea a verla—, comportate que es un invitado más.
—Ahora que estamos solos... —Se inclina al interior del auto por la ventana—. ¿Cuál es tu plan?
—Comer con ustedes —hablo con obviedad—. Te creía más inteligente. No puedo creer que después de la escena que hizo tu mamá no te hayas dado cuenta.
—No me refiero a eso y lo sabes.
—No, no lo sé. Explicate.
—¿Desde cuándo sabes mi apellido? La noche de la cafetería me llamaste por mi nombre y te sorprendió que no te haya reconocido y hoy me preguntaste si ya lo había hecho.
—Es algo sin importancia.
—Algo sin importancia —repite—. Te sabes el apellido de mi familia.
—Brenda, no quiero pelear. —Salgo del auto.
—Entonces te escucho. ¿Desde cuándo? —Vuelve a preguntar siguiendo mis pasos.
—Desde hace un par de años. ¿Me vas a invitar a pasar? ¿O vas a esperar a que nos mate el frío?
—¿Hace cuánto?
Suspiro con fuerza y cuando estoy a punto de contarle una voz chillona y muy aguada para mi gusto nos saca de órbita, haciendo girar hacia ella.
—Bren, mamá se está preocupando porque no suben. ¿Es tu nuevo novio? —pregunta una nena.
—No, es un... —vacila.
—Amigo —respondo, apresurado.
Me llevo una mala cara de parte de la morocha. Por su cara tenía pensado decir otra categoría. Conocido, tal vez.
La pequeña me sonríe.
—Joaco también era tu amigo.
—Selena, callate. Entrá que hace frío.
—No puedo ir sin ustedes —habla mirando a ambos. Voltea a verla e intenta hablar en un susurro—, sino baja Luca.
—Vamos. Entramos todos. —Empuja suave a su hermana para que lo haga.
—Permiso —hablo en cuanto quedo en el interior del edificio, detrás de ellas.
—El otro no lo pedía —dice la tal Selena para su hermana después de girarse a verme con una sonrisa que ocupa todo su rostro.
Seguramente se refiere a Joaquín.
Cuando Brenda aprieta el botón para llamar al ascensor, Selena propone una carrera, la cual consiste en que ella suba por las escaleras y Brenda y yo por el ascensor. Si ella llega antes a la puerta del departamento, gana, en el caso contrario, nosotros lo hacemos.
—... Cuando toquen el botoncito me dicen —proclama la regla de salida y va al comienzo de la primera escalera.
Como ella tiene que subir las escaleras le damos una ventaja de 10 segundos, que es lo que tarda en empezar a subir el ascensor una vez que se toca el botón del cuarto piso.
—¡Listo! —grita Brenda cuando toca el botón número cuatro.
Se escucha el trote de su hermana.
—Balai. Diego Balai.
Se gira a verme.
—Balai —repito—. Ese es mi apellido. ¿Te sueno ahora?
—Balai. Balai Diego...
La interrumpo.
—Al que lo tuvieron que rapar porque le tiraron engrudo sobre la cabeza por... porque se hizo el gracioso.
El ascensor salta y empieza a subir.
—¡Vos! —Me señala con un dedo, acusándome.
—Yo —afirmo—. No te lo dije antes por qué no quería que haya rencores entre nosotros.
Se apoya con cuidado en una de las paredes de metal del cubículo —en la del espejo, para ser específicos—.
Interpreto su acción para alejarse lo más que pueda de mí, aunque a juzgar por su postura está calmada. Relajada.
Ojalá yo pudiera estar así. Relajado.
—¿No vas a actuar negativamente? —Niega— Lo que sea, ¿un insulto, golpe en la cara, cualquier cosa? —retomo.
Niega nuevamente.
—¿Por qué?
—¿Qué tan rencorosa pensás que soy?
—¿Tengo que contestar o es una pregun...? —Mi voz se apaga en cuanto la escucho reír.
—Está todo bien. Hace tiempo que te perdoné. Travesura de niños —niega, divertida al recordar.
—Después de ahí no recuerdo que hayas ido a ninguno de mis cumpleaños.
—Tampoco me invitaste.
—Eso es mentira. Las maestras repartían las invitaciones y en la de ustedes mamá ponía «hermanos Acosta» o «Brenda y Luca». Tu hermano ha ido, vos no.
—Luca tampoco es que fue a tantos. Mamá nos prohibió acercarnos a vos después del accidente.
—Sí —digo vagamente apoyándome en la puerta del elevador—. Mamá también lo hizo conmigo, pero había una invitación a los cumpleaños para ustedes para que no haya problemas con las seños —explico—. Era difícil mantenerme lejos de Luca en educación física o cuando a la salida jugábamos al fútbol. —Asiente, compresiva.
Nos quedamos en silencio. Uno al frente del otro.
El grito de triunfo de Selena hace eco por los pasillos.
El ascensor se abre y me caigo al perder el equilibrio.
Las burlas de la pequeña no tardan en aparecer.
Me dispongo a levantarme, pero Brenda camina hacia delante intentando ocultar una risa y me extiende una mano a la par que eleva unos centímetros su cabeza. Se la acepto. Aunque me resulta más fácil la ayuda de arriba, soy yo quien soporta mayor parte del peso. Se nota a simple vista que ella es bastante más liviana que yo.
Cuando ya estoy estabilizado quedo a centímetros de su rostro.
Ella me mira profundamente a los ojos y yo repaso cada fracción de su cara desvergonzadamente.
No nos damos cuenta de nuestras posturas hasta que escuchamos la voz de Luca en un grito, anunciando que ya va a abrir la puerta después de que su hermanita haya llamado a la puerta varias veces.
—Gracias —digo casi inaudible.
Brenda se aparta y se va al lado de su hermana, al frente de la puerta.
—La próxima más rápido. Las pizzas ya están en la... —Me mira fijamente, sobre la cabeza de Brenda—. ¿Este va a comer con nosotros?
—¡Luca! —lo reprende a sus espaldas la señora Acosta— Diego es nuestro invitado. ¿Cuántas veces les he dicho que tienen que ser amables con las visitas? —Lo mira de mala gana. Esta vez me mira a mí—. Diego, sentite cómodo. ¡Vamos, pasen! —Hace un gesto vago antes de girarse y caminar en el interior del departamento.
Luca la sigue por detrás. Brenda incita a Selena a pasar la puerta de entrada sosteniendo la espalda de la nena con su mano a la par que le dice algo a su altura. Cuando entra al departamento espera junto a la puerta hasta que yo lo haga.
Cuando llega mi turno de abandonar el pasillo del cuarto piso, digo gentilmente «permiso», la escucho a Brenda suspirar aliviada —como si desde hace tiempo estaba conteniendo la respiración— y detrás de mí cierra la puerta.
Al entrar a su casa, lo primero que me detengo a ver son las dos columnas de cajas a un costado del pasillo de la sala para que no estorben en el paso. Intento pasar de ellas, pero la intriga es más grande cuando en una de ellas leo «Joaquín». La señora Acosta aparece y desaparece de la cocina al comedor con nuevas tablas de pizzas, su hijo la ayuda a dejarlas en la mesa y la más chica de la familia saquea a escondidas aceitunas, rodajas de tomates, tiritas de morrones u otro ingrediente.
—¿Vamos? —intenta ordenar Brenda, pero lo duda al decirlo, acompañado con un gesto de cabeza para señalar a su familia, a mi lado. Apruebo sus palabras con la cabeza a la par de que una sonrisa intenta hacerse ver.
Comienza a caminar y yo la sigo a pocos centímetros de distancia.
︱ღ︱
—Muy ricas las pizzas, pero se está haciendo tarde y tengo que ir a casa de mis padres —digo parándome de la silla—. Buenas noches, señora Acosta, Luca, Brenda, Sele.
—Buenas noches. Maneja con cuidado y mándale saludos a tu mamá de mi parte. ¿Brenda, no bajas a abrirle?
—Puede bajar y le abrimos por el portero —responde. Su madre le dirige una mirada con condena— O puedo bajar a abrirle —dice rápido con cansancio.
—Por mí no se preocupen. Si me abren por acá yo me encargo de que la puerta quede bien cerrada.
Brenda camina hacia la puerta, la abre y sale al pasillo. Yo la sigo sin decir palabra.
—¿Vas a volver a venir? —me pregunta una voz aniñada antes de que cierre la puerta.
—Si me invitan sí —respondo, sonriente.
—Con Bren te invitamos para que vengas mañana —informa mirando a su hermana—. ¿No cierto?
—Después vemos, Sele. Lo están esperando la familia.
—Chau, nena —saludo a la pequeña.
—Chau —dice moviendo su mano—. Me caíste bien.
Se asoma una sonrisa amistosa de mi parte y cierro la puerta.
Luego de que Brenda entre al ascensor lo hago yo.
Las puertas se cierran automáticamente pasado algunos segundos.
La miro. Ella me ve a mí y aparta la mirada. Yo carraspeo y veo mi reflejo en el espejo que ocupa toda la pared al frente de mí.
Ella no va a tocar el botón.
Cuando mi índice se apoya en el botón, un pulgar se apoya sobre él.
Me quedo mirando aquella imagen. El número «1» oculto por mi dedo, y este envuelto por aquella uña pintada de púrpura con líneas blancas.
Sonrío por instinto.
—Disculpa —rompe el silencio a la par que aparta la mano.
—No me molesta —respondo y tomo una postura relajada.
Una sonrisa tiembla en su rostro y se cruza de brazos.
Después de salir del edificio y de que nos hayamos saludado, me quedo sentado en el asiento del piloto pensando en las secuencias de las últimas dos horas.
Frustrado dejo caer mi frente sobre el volante. Y es en ese momento en el que el celular apoyado sobre el tablero de instrumentos suena, dando por hecho, una nueva notificación obtenida.
La ignoro.
Lo que menos me importa en este momento es saber la razón de la notificación. Si hubiera sido algo importante, hubiera sido una llamada.
Después de tomarme un tiempo me reincorporo, paso el cinturón de seguridad sobre mí y empiezo el trayecto hacia la casa de mis padres.
_______________ღ_______________
Volvimoss.
A partir de acá empieza el drama y no paramos por un tiempo.
¿Qué piensan de Diego como narrador?
¿Opiniones del capítulo?
Gracias por leer. Recuerden votar y comentar <3
Un beso con cariño
-Ruʃ!tos.
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