12. Al cine con la GALLINA (sí, con mayúsculas y literal)
Brenda:
17:45 hs:
Jueves. Como casi todos los jueves, al igual que los lunes y sábados —este último siempre y cuando no tenga resaca— de cada semana, decido ir al gimnasio, más que nada por una cuestión de salud mental, antes que física-estética.
Me gusta estar haciendo ejercicios mientras escucho mi propia música a través de los auriculares, sinceramente la música que suelen poner en el GYM, "la motivadora", no me gusta o no me ayuda a completar mi rutina. ¿Quién en su sano juicio se motiva con las canciones del momento? Esas son más para salir, pero como quien dice, «cada loco con su locura», ¿no?
Paso por el escritorio de la recepción, como siempre está Octavio completando unos papeles, lo saludo y voy directo a la zona de las máquinas de correr.
Busco alguna canción al azar en mi celular, prendo la cinta y empiezo con un trote lento.
Mientras tarareo las canciones que se van reproduciendo me decido a aumentar la velocidad para cambiar el ritmo del trote, pero una mano en la tabla de control me lo impide. Ante esta secuencia saco uno de mis audífonos de mis oídos y levanto un poco la cabeza para ver de quién se trata.
—Hola —saluda como si nos viéramos únicamente mientras entrenamos, y lo peor de todo, como si cada uno entrena por su lado.
—Hola —respondo por educación e inmediatamente bajo la velocidad de la cinta.
—No sabía que seguías viniendo. —Rasca su nuca.
Sí, claro.
—¿Y por qué dejaría de venir? ¿Por vos? —respondo, a la defensiva e irritada, bajando de la cinta.
—No... No sé. Creo que la semana pasada no viniste, ni lo que pasó de esta... O no te vi —musita cabizbajo.
—No, no vine, Joaquín. Entrené en casa —Aunque haya sonado con toda la seguridad de la galaxia, los dos sabemos perfectamente que mentí. Convivir con una abogada que vive a las corridas de acá para allá, con un mellizo metido y con la hija de un demonio no hace una buena combinación con el tiempo a solas.
—Claro, entiendo. Voy a estar haciendo sentadillas con la barra; nos vemos.
Nos vemos.
Al no tener respuesta da media vuelta y se encamina hacia las pesas. Por mi parte estoy parada al lado de la cinta de correr mirándolo sinvergüenza como se aleja.
Camina rápido, aunque no lo suficiente como para suponer que está enojado o molesto, balancea sus brazos musculosos hacia delante y luego hacia atrás con un poco de rudeza, algo contrario a sus manos; ambas se encuentran relajadas. Su ancha espalda cubierta por su característica campera deportiva gris se apodera de toda mi atención, esta se ajusta muy bien a su cuerpo.
Su cabellera negra, lisa y sin forma realiza un ligero baile en su nuca provocado por sus pasos firmes. Las luces de los barrales provocan un efecto sobre su piel pálida dándole más pigmentación a la misma, eso es agradable ante mis ojos.
—Eu, ¿me estás escuchando? —pregunta algo fastidiosa la chica de las boxer braids.
—Sí —garantizo y giro a verla.
—¿La estás usando? —consulta señalando la cinta.
—No, úsala tranquila.
No terminé con mi rutina de ejercicio, pero por mi bien es mejor dejársela y yo ir lo suficientemente lejos para no verlo a Joaquín.
Me dispongo a ir al sector donde se encuentran las colchonetas para empezar a trabajar los abdominales.
︱ღ︱
19:17 hs:
Una vez que termino de completar mi rutina del día tomo mi bolso, me seco con una toalla que traía, cuando termino la ubico sobre uno de mis hombros y me dirijo a los vestidores para bañarme y cambiarme. Ya cambiada voy directo a la entrada.
—Ey, —me para Octavio— ¿no vas a esperar a Joaquín?
—Emmm... No —niego, dudosa.
—¿Pasó algo? Es raro que no lo esperes cuando siempre lo hacés. —parece que está dudando de si decir algo o no—. Mirá que si fue así, yo te puedo consolar con gusto —menciona, bromeando.
—Terminamos. Me cansé de varias situaciones. —Hago oídos sordos a su última oración.
—¿Estás bien?
—No, pero sigo respirando por mi cuenta, tan mal no estoy después de todo —bromeo, forzando una risa.
—Si necesitas algo escribime, ¿sí?
—Gracias. —agradezco y encaminó para la salida.
—¡Bren! —Llama mi atención—. Yo me estoy yendo, primero tengo que organizar unas plantillas. ¿Te llevo?
—Seguro. Voy saliendo.
—Llevo esto. —Levanta el planillero con papeles—. Y le comento una que otra cosita a mi compañero y voy.
—Ojo que si tardás mucho me voy sola, eh. —Él ríe y yo copio su reacción.
Octavio es el recepcionista del gimnasio donde solíamos ir juntos con Joaquín. Generalmente, ocupa el turno de la tarde, pero al ser el sobrino del dueño tiene que hacer más horas que el resto de los empleados.
Es el tipo de personas que cuando lo ves a primera vista pensás que es un Fitness Coach del lugar, sonrisa encantadora, músculos en todo el cuerpo, aquella barba de tres días perfilada, tan característica en él, alto, el cabello perfectamente peinado para arriba y rapado de un costado.
Es el mejor amigo de Joaquín desde hace varios años, incluso lo eran antes de que él y yo comenzamos a salir.
Después de que Joaquín me dijera varias veces que le gustaban las chicas que entrenan en un espacio físico, y no en una plaza, como lo venía haciendo con mis amigas, empecé a ir a ese gimnasio. Ahí fue cuando nos presentó.
Es raro que Joaquín no le haya comentado nada sobre la discusión de hace unos días, y menos que ya no somos pareja, aunque no se lo haya dicho exactamente.
—¿Vamos? —pregunta al volver.
—Vamos.
Abro la puerta del establecimiento y nos dirigimos hacia el estacionamiento.
—¿Y bien? ¿A dónde te llevo? —pregunta mientras abre la puerta del acompañante de su auto para mí.
—A mi casa, ¿a dónde más sino? —Volteo a verlo perpleja cuando termino de dejar el bolso en uno de los asientos trasero.
—Se me están ocurriendo mejores ideas que esa.
—Sinceramente, no tengo ganas de hacer nada. Vine al GYM porque tengo la cuota ya pagada, además de que me quería distraer un rato, cosa que al final no pasó.
Se queda callado, cosa que no me molesta porque me gusta el silencio, pero conociéndolo está a la espera de que me suelte, algo que no voy a hacer porque es sabido que las lágrimas van a desprender de mis ojos, como si fueran las lluvias de octubre, provocando un ambiente lo suficientemente incómodo tanto para él como para mí.
Habla, por favor.
—¿Qué ideas tenías en mente? —cuestiono, dudosa a su respuesta.
—¿Confías en mí? —pregunta, sin apartar la vista del camino.
—Sí, somos amigos. Creo que es lo que implica serlo, ¿no te parece?
¿En verdad lo somos? Pasábamos tiempo con él por su amigo. Mi ex. Joaquín.
—Sí, pero ¿lo suficiente para que yo tenga el control de lo que vamos a hacer?
—Octavio, sin trucos.
—Bien. —Se desvía del camino que lleva a mi casa.
︱ღ︱
20:01 hs:
—Por favor, dijiste que confiabas —reprocha estacionando el vehículo.
—Lo sé, pero prefiero ver a dónde vamos.
—Son tres minutos.
—¿Sabes qué puede pasar en esos minutos? —Al ver su cara me doy cuenta de que no—. Chocar.
—¿Qué? —pregunta entre risas.
—Chocar —replico con obviedad—. Podés chocar, dos pares de ojos ven mejor que uno.
—Por favor, Brenda, no voy a chocar.
—Y yo no voy a cerrarlos, y antes que lo pienses tampoco voy a vendarlos por nada —advierto, señala a Octavio con un dedo.
—Vendarlos —reitera, hablando para él.
—Es lo que dije —hablo sin entender.
No he terminado la oración que se está sacando la bandana roja de su muñeca derecha. Me quedo mirándolo con atención, como si se tratará de un químico en un laboratorio descubriendo una nueva molécula que cambiaría la forma en la que conocemos el mundo.
Una vez que sujeta el pedazo de tela roja con ambas manos, hace un ágil movimiento logrando atarme ambas muñecas con ella. Aunque trato de resistirme ante sus movimientos es inútil, él es bastante más fuerte que yo y probablemente que cualquier otra chica, los dos metros y la facilidad para los movimientos no vienen solos.
A pesar de mi empeño usando los dientes para quitarme la pieza triangular atada sobre mis muñecas es misión imposible, el campamento del año pasado le había servido para aprender a realizar distintos tipos de nudos. Se quita la remera de Rugrats y la utiliza para vendarme la cara.
¿Todo en mi contra va a estar?
Es una sensación rara el estar en su auto de esta manera, y más sí le sumamos el no saber a dónde nos dirigimos. Tengo confianza en él, pero el no saber a dónde nos dirigimos me aterra.
Aunque sé la razón de su actuar, no puedo entenderla ni aceptarla, y menos se la puedo justificar. Todo bien con que quiera ayudarme a distraerme, pero hay miles de formas de hacerlo.
—¿Estás contento? —escupo, con enojo.
—Sí y mucho.
—Me alegro —expreso con ironía.
—Gracias —habla de igual forma que yo.
Después de que Octavio toma el volante y sigue con el recorrido hasta quien sabe donde, yo me dispongo a tratar de meditar para desaparecer los pensamientos negativos de posibles escenarios trágicos.
Ninguno de los dos emite sonido alguno. Si no fuera por el leve volumen de la radio —la cual aparentemente relata un partido de fútbol— el auto estaría en completo silencio.
—¡GOL! ¡Vamos! —brama el hincha de River Plate.
—¿Sos gallina?
—Prefiero el término millonario, pero sí. ¿Vos sos...? —dice, finalmente estacionando.
—¿De Boca? —interrumpo antes que saque suposiciones— No. De ninguno. —Suelto una pequeña sonrisa.
—¿Sabes que hubiera preferido 363 veces que hubieras dicho que sos de boca? —Hundo los hombros como respuesta—. Eso es raro.
—Veo que no estás tan traumado con el 363, ¿te lo vas a tatuar? —bromeo— Y no, no es raro, hay miles de personas que no siguen a un club.
—Sí que lo es. —Quita la remera de mi cara—. Sos una maldita psicópata —murmura lentamente a centímetros de mi rostro.
—Me parece más de psicópata sufrir por un gol de más o de menos —menciono para luego golpear con un poco brusquedad su hombro con uno de mis puños para alejarlo un poco
—No entendés nada —dice sonriendo mientras niega—. ¿Cómo no vas a seguir a ningún club?
—No sigo a ninguno y siendo sincera, no me interesa hacerlo. Mi mamá al igual que sus papás son de River, después mi tío, mi hermano y los demás parientes son de Boca. Hay uno que otro hincha de clubes menos conocidos, pero no son familiares cercanos, ¿se entiende? —Se limita a asentir—. Las apuestas antes de los enfrentamientos me resultan insoportables, y mejor ni te cuento cómo se comportan después del partido. —Reímos involuntariamente—. Preferí alejarme de todo eso, es mejor ir comiendo la picada, o lo que sea, mientras los veo pelear por una pelota en un arco o en el otro.
—Hay que ir buscando otro tema de conversación.
—Te equivocas. Me gusta ver fútbol, sigo los partidos de los clubes que sigue mi familia, aunque no sea hincha, y si hablamos de la selección te darás cuenta de que sé y me interesa el tema. —Intenta esconder una sonrisa, lo cual no le salió muy bien.
—Oh. ¿Bajamos? —habla mientras desata la bandana de mis manos.
—Vinimos a eso, ¿no?
Salimos del auto y empezamos a caminar por un amplio campo rodeado por una preciosa arboleda teñida de verde intenso, a través de las hojas que bailan por la brisa, los rayos de luz solar se hacen presentes, el suelo está coloreado por las distintas flores que crecen ahí, el terreno estaba cruzado con un arroyo con un pequeño puente de madera en forma de arco, el agua es tan cristalina que se pueden apreciar sin dificultad las piedritas al fondo del ella. Nada de contaminación, solo algunas hojas que nadan por la corriente.
Seguimos caminando unos minutos en silencio, de vez en cuando me empuja despacio hacia el agua o en las partes que el sendero se vuelve menos liso para animarme.
—Llegamos —dice señalando autos estacionados.
Miro la cantidad de autos, me dirijo a él y vuelvo a mirar los vehículos estacionados sin entender.
—¿Me trajiste acá para ver autos? —pregunto con franqueza.
—No. —Ríe—. ¿Ves esa pantalla de protección? Es donde se va a transmitir una película. Vamos a verla.
—¿Y por qué no trajiste el auto como los demás? —Señalo a nuestro alrededor.
Esboza una sonrisa
—Es más divertido así.
Toma mi mano y me dirige al principio de las filas de los vehículos donde hay almohadones sobre el pasto para sentarse.
︱ღ︱
21:53 hs:
—Fue super triste.
—No fue para tanto —le resta importancia caminando para el auto.
—Se querían, y terminaron separados. Él falleció y ella se mudó al sur para estar sola. ¿Cómo qué no fue para tanto?
Veo de reojo que hace un gesto con la boca y las cejas.
—Casi como vos y Joaquín, ¿no? Sacándole lo dramático, claro —dice pateando una piedrita del camino para apartarla.
—No. Eso fue diferente —niego entrecortando las palabras.
—Y, ¿cómo es? —Gira a verme.
—No sé. Diferente. Ya te lo dije.
—Es lo mismo.
—¿Él no te dijo nada?
—Sí, me habló muy por arriba.
Me quedo quieta en el lugar. Él parece notarlo y voltea para luego repetir mi acción.
—Bren... —pronuncia mi apodo con suavidad— ¿Estás bien? Brend...
—Entonces, ¿por qué en el gimnasio me hiciste creer todo lo contrario? —Lo corto. No quiero que finja preocupación—. No te hagas, vos mismo me preguntaste si no lo iba a esperar.
—Capaz que se habían arreglado —miente, puedo darme cuenta por su voz. No digo nada, solo asiento y sigo caminando.
Después de todo es la persona que me va a alcanzar a casa. No quisiera tener todo un trayecto incómodo.
—Joaquín piensa que conociste a alguien más. —Se sube al auto.
—¿Qué? Él es el que me deja plantada, sin contar más situaciones para no entrar en detalles, ¿y ahora la culpable soy yo?
—No, claro que no. Lo que quiero decir es que no entiende que lo hayas dejado. Tuvo que haber alguien más.
—¿Me estás diciendo que tiene la culpa Diego, que solamente lo vi una vez, y no él que se las mandaba? —escupo irritada.
—¿Diego? —pregunta, apretando el acelerador.
—¿No estabas hablando de él? ¿El chico de la fiesta del viernes?
—No. No estaba hablando en concreto de alguien. Era una teoría de Joaco, pero con eso la confirmas. No sabía que eras de las de sexo casual.
—Nada que ver con este chico —replico, aireada.
—Sí. Seguro. Me imagino.
Silencio.
Silencio incómodo.
Cuando llegamos a una zona bastante transitada rompo el mutismo:
—Dobla a la izquierda. Me bajo ahí.
—¿Estás segura? Tu casa queda más lejos y ya es de noche.
—Sí, estoy segura. Tengo que darle algo a una amiga. —Abro la puerta cuando estaciona.
Camino intentando mantener la espalda recta y con seguridad. Sé que me está mirando desde su auto.
Me permito suspirar y encorvar la espalda cuando veo que el auto pasa delante de mí. Ya se fue. Me quedé sola y llorando.
Es un idiota.
¿Qué esperabas? Es su amigo.
Me quedo sentada en el banco de la parada del colectivo esperando el que me deja a la vuelta de mi departamento. Es mi única forma de volver porque no traje efectivo a mano para pedir un remís.
Después de estar un rato esperando, a lo lejos veo las luces de un auto.
El vehículo frena delante de mí. Al no reconocerlo me muevo disimuladamente sobre el asiento hacia la derecha. Escucho decir al conductor «El último colectivo pasó ayer. Hoy hay paro de colectivos».
Solamente asiento, fingiendo que ya lo sabía. Intento mantener la calma y espero a que siga con su recorrido.
Baja la ventanilla y al verle la cara sonrío más de lo que me gustaría admitir.
—Parece que desconocemos las noticias, eh.
Vuelvo a escuchar su voz. Es Diego, el chico de la cafetería. Me invade una sensación extraña al saber que está acá.
—¿Qué haces aquí?
—Te dije que habría una próxima vez.
—¿Me venís siguiendo? —pregunto en broma.
—Ni te imaginas. Toda la mañana estuve siguiéndote. ¡Tu vida es muy aburrida! —me sigue el juego—. Subí, te alcanzo. —Señala la puerta del acompañante con la cabeza.
No es a la persona que le hubiera pedido ayuda. Tan solo lo vi una vez.
De todas formas me siento a su lado.
_______________ღ_______________
¿No soy la mejor por haber dejado el capítulo ahí? ¡Me alegra saber que sí!
¿No es Octavio chico más gentil, dulce y considerado que leyeron alguna vez?
¿Opiniones de Diego?
Gracias por leer. No se olviden de votar si les gustó <3
Un beso con cariño
-Ruʃ!tos.
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