10. Té y magdalenas para dos
Brenda:
05:52 hs:
Parece que va a llover, pero, si en ningún momento de la mañana sucede, no me sorprendería. Estoy acostumbrada a errarle al pronóstico del clima, es por eso que siempre llevo un pequeño paraguas en la mochila.
Después de todo no fue tan espantoso aceptar la propuesta.
Caminamos casi a la par. Él va unos centímetros más adelante que yo hablando de todo el caos que se formó entre los vecinos dentro del edificio, y yo estoy atenta a sus palabras mientras trato de darme calor suspirando en mis manos y luego frotarlas en mis brazos.
—¿De verdad ayudaste a la pareja a salvar al gatito? —pregunto, entusiasmada por lo que me había contado.
—Sí. —Ríe, relajado—. Los Martínez nunca pudieron tener hijos, por eso siempre cuidaron y malcriaron a sus sobrinos o a los hijos de sus amigos como propios hasta que crecieron. De recién casados intentaron adoptar, pero se les complicó con los trámites. Un día él le regaló un gatito a ella para su cumpleaños. Manchitas. No se despegaban de él, lo siguen sin hacer. Para ellos él es como el hijo que nunca pudieron tener. Un dato curioso es que hasta hace unos años lo llevaban a pasear en un cochecito para bebés, ¡me han mostrado fotos!
—¡Qué ternura!
—¿Ellos o el gato? También existe la opción de que lo sea el rescatista. —Sonríe.
—Los tres... —Inmediatamente me ruborizo por no explicarme bien—; La señora, su esposo y Manchitas.
—Los Martínez lo son, no podría decir lo mismo de Manchitas —nombra al felino con desprecio—. No me mires así, desde que llegué al edificio me ha hecho la vida imposible, ¡incluso lo hizo hasta en el rescate!
—Sos un exagerado —digo mezclado con risas—. El gatito solo estaba asustado, no te lo tomes personal. —Doy mi opinión cuando llegamos a la puerta de la cafetería.
Cuando quiero abrir la puerta otra mano también quiere empujarla. Mi mano derecha queda atrapada tocando el frío hierro de la diminuta manija redonda dorada con óxido y sobre ella esa mano tan cálida y reseca a la vez.
No es la mano de cualquier desconocido, es la misma mano que había tenido el atrevimiento de acomodar mi pelo, al igual que su gemela en espejo, era la de él. Una vez que procesamos la situación, retiramos las manos como si estuvieran a punto de ser trituradas por una máquina para lograr que la carne picada tenga esa textura y su característico tamaño ínfimo.
Nos detenemos a mirarnos.
Ahí estamos, frente a la puerta, nuestras pupilas juegan a la mancha. Las de él corren por sus respectivos iris y las mías las siguen hasta alcanzarlas para después salir huyendo y ser seguidas por las de pupilas de Diego. Cuando se cansan de juguetear notamos que seguimos parados frente a la puerta. Él sonríe, yo con pudor.
Finalmente, decide tirar de la puerta para abrirla acompañado con un gesto, amable, invitándome a pasar primero, le susurro un «Gracias» agachando la cabeza y paso al interior del local. Detrás de mí escucho nuevamente la campanilla, volviendo a sonar cuando la puerta choca con ella.
—Vamos a sentarnos —corta el silencio que se había provocado en el junte de nuestras manos.
Camina con intención de ir hasta el fondo del lugar, donde están las únicas tres mesas sin clientes.
Lo sigo sin dirigir palabra alguna.
—¿Y bien? ¿Qué vas a pedir? —pregunta mirando el menú que ocupa la mitad de la pared detrás del mostrador.
—Estoy viendo, ¿vos?
—Estoy viendo. Los espressos son buenos, al igual que los americanos, pero no me gusta descartar las mochas a la primera, así que...
—Yo voy a ir por un té, no soy fan del café —lo corto. Apresurada, hablo otra vez—. Espero que no te moleste. Sé que la invitación era venir por café... ¿Sabes qué? Mejor recomendame alguno.
—¡Mira que me voy a molestar por eso! —dice serio, formando una lineal sonrisa comprensiva— Té. Té. Té —susurra, para sí mismo, sin apartar la vista de la cartelera—. Yo también voy por un té —me anuncia cuando voltea a verme—. Después del estrés del edificio, lo peor que me puedo hacer es tener ansiedad por una taza de café.
︱ღ︱
06:01 hs:
—Hola, buenos días. Mi nombre es Romina, ¿En qué puedo ayudarlos? —pregunta la mujer cuando se acerca a la mesa.
—Nos gustaría ordenar dos tés. Un segundo, por favor —le dice a la camarera—. Bren...
—Un té de manzana y canela, por favor —le pido a la mujer con una sonrisa agradable.
—Que sean dos de manzana con canela, y para acompañar... —La mira a Romina. Se vuelve a dirigir hacia mí—. ¿Te gustan las magdalenas? ¿O preferís alfajores? ¿U otra cosa?
La mujer que toma nuestro pedido se ríe discretamente ante la situación. Somos los peores para ordenar.
—Las magdalenas están bien por mí
—En cada pedido vienen tres, ¿verdad? —se dirige a Romina.
—La cantidad mínima en los productos que están fuera de las promociones del día son tres. —Asiente ella—. Después todo lo que son productos que estamos innovando, promociones o productos especiales que lanzamos en fechas festivas no tienen una cantidad mínima ni máxima. Es uno por persona —explica.
—Perfecto, que sean dos platos de magdalenas con tres cada uno.
—Entonces, té y magdalenas para dos —lee el pedido anotado en la libreta—. Los tés pueden ser helados o calientes; los helados tienen un costo de $250 más que los anteriores, ¿cómo los prefieren?
El chico sentado en la silla enfrente de mí y yo intercambiamos una mirada fugaz. Bastaron esos segundos para saber la respuesta del otro.
—Ambos calientes, por favor.
—Para comprobar; té de manzana con canela para ambos y dos platos magdalenas, ambos con la cantidad mínima. —Asentimos—. Ya les traigo el pedido. Si me necesitan me llaman.
—Gracias.
La camarera da media vuelta al caminar. Hace movimientos repetitivos con las manos, de adelante para atrás. En la izquierda lleva la libreta, la birome y la hoja del pedido suelta para dejarla en la cocina del establecimiento.
—¿Te das cuenta de que somos los peores para pedir una simple orden? —intento de encontrar un tema de conversación.
—¿Estás compartiendo la culpa como si fuéramos pareja? Te informo que en varias oportunidades intente saber que ibas a pedir, pero la muchacha se estaba preocupando más en darle explicaciones a su novio de porque no durmió con él en esta noche. —Carcajea tan fuerte que puedo sentir la mirada del par de ancianos a mi espalda—. Perdóname —se disculpa tratando de normalizar su respiración—, ¿dije algo que no debía? Brenda, soy un...
No le doy tiempo de que se justifique más de lo que ya lo está haciendo, si es que eso se puede interpretar como una. Salgo corriendo al baño del local.
Una vez ya en el baño trato de tranquilizarme, alejar recuerdos, emociones, ganas de gritar, de llamarlo para que me venga a buscar y lo más difícil, que salgan las menores lágrimas posibles.
Me siento en el mármol húmedo del largo lavamanos.
Respira... 1... 2... 3... Retené el aire... 1... 2... Muy bien... 3... Exhalamos... 1... 2... 3... Perfecto, de nuevo.
Hago sesiones de respiraciones para aliviarme mientras miro al techo blanco con las luces amarillentas. Cuando me siento mejor tomo el celular detrás de mí y busco entre mis contactos el número de Vanesa.
La llamo, pero como de costumbre, me da apagado.
Me fijo si los mensajes que les mande a Kira desde que salí de la casa hasta ahora le llegaron. No, no le llegaron.
Con Megara ni pruebo, después de hablar con Luca toda la noche lo más seguro es que esté durmiendo.
Tengo que usar mi última carta; Luca.
Suena el primer tono, el segundo, el tercero es reemplazado por un «¡Brenda!, ¿dónde carajos estás? Nos tenías preocupados a todos».
—Estoy bien —ahogo la angustia y busco la calma—. Cuando los estaba buscando hubo un malentendido y quedé con unos vecinos que habían salido de un incendio.
—¿Dónde estás? Voy a buscarte.
—¿Estás con las chicas? Intenté comunicarme con ellas, pero por una u otra razón no pude.
—Por Dios, Brenda, no me respondas con otra pregunta. —Sus palabras las siento cortantes, casi tanto como cuando se enfada—. Sí, están conmigo, estamos en la casa de Megara, se cortó la luz, a Kira se le apagó el celular, Mega no tiene datos y Vanesa dijo que el celular le quedó en casa.
—¿Por qué no fueron a casa? —evito la pregunta.
—¿Por qué será? No sé. A lo mejor es porque mamá siempre se queda hasta que lleguemos y justo faltaba su hija, digo.
Aunque la tonalidad de su voz es seria, sé que está viendo el lado gracioso de la secuencia.
—Decile que le saco el auto a mamá y la vamos a buscar —se escucha la voz de Mega.
—¿Escuchaste a tu amiga? —Su voz de ser cálida se torna a fría
Al tono oscuro de un papá preguntando «¿Escuchaste todo lo que dije?», que en su idioma significa un «Te estuve explicando por dos horas el porqué está mal lo que hiciste. No lo vuelvas a hacer porque me duele ver tu carita de perro bajo la lluvia».
El bochinche detrás de la puerta del baño me hace acordar de que estoy parada en el baño de la cafetería y que dejé casi planteado al chico.
—Joven, entienda que no puede pasar, el de caballeros es la otra puerta.
—Ya se lo expliqué, no quiero pasar al baño —habla frustrado por dar explicaciones—. Allá adentro está la chica con la que vine. Necesito saber si está bien.
—Luca... —Vuelvo a hablar cuando lo escucho decir mi nombre—, estoy en una cafetería cerca de la casa Paz. No vengan, me voy a tomar un té, después pido un taxi y voy a lo de Meg.
—¿Segura?
—Sí, te llamo cuando esté en camino. Los quiero, gracias por preocuparte.
—Cuídate.
—Hagamos algo. —Por su tono, llego a la teoría de que está pensando una especie de trato en el momento—. Usted se queda sentado en su mesa esperando y yo le aviso a una compañera para que revise si todo está en orden. ¿Le parece?
—Pero le avisa, por favor. —Su voz comienza a alejarse.
—Yo le aviso, vaya nomás.
Espero unos segundos hasta que se dejen de escuchar los pasos arrastrados del chico de bata y salgo.
—No llamés a nadie. Soy la chica que vino con el chico de recién, el de la bata. Estoy bien, solo tuve una emergencia femenina.
El empleado se queda perplejo, yo también lo haría si la persona por la que se descontroló un poco la situación sale con esa explicación —sin contar la diferencia de vestimenta—. Solo asiente un par de veces con la cabeza.
Cuando en mi panorama se hace visible nuestra mesa, veo al chico mirando una de sus piernas moviéndose con ansias a la par que rotar los dedos para apoyarlos sobre la mesa blanca.
—Perdona el exabrupto repentino.
—No te disculpes, yo lo tendría que hacer. —Niego con la cabeza.
Silencio.
Empiezo a hacer círculos imaginarios con el índice sobre la mesa.
—La orden todavía la están haciendo —rompe el silencio—, hace un rato, vino Romi diciendo que estaban haciendo las magdalenas. Antes de que lleguemos se habían terminado. Me preguntó si las queríamos cambiar por otra cosa, le dije que no, pero si querés elegí algo más.
—Está bien, esperemos a Romi —alargo el apodo que le puso.
—¿No estarás pensando...? —Ríe—. ¡Podría ser mi madre!
—Pero no lo es... —dejo la frase a su interpretación.
—No, pero es la de un amigo. Además... —Se estira sobre la silla poniendo ambos brazos atrás de su nuca—, no puedo pensar en alguien más.
—Entiendo, ¿y a tu novia no le molesta que invités a desayunar a una chica estando vos en pijama? —pregunto, divertida— ¿O novio?
—Nunca dije que en la persona que pienso sea mi pareja. —Comienza a dibujar una sonrisa de lado.
—Té de manzana con canela para la señorita. —Romina deja la taza delante de mí—. Té de manzana con canela para el caballero, y las magdalenas, que lo disfruten. Cualquier cosa ya saben, me llaman —finaliza diciendo dejando los platitos en el medio de la mesa.
—Gracias —agradecemos antes de que se vaya.
Antes de darle un sorbo a la taza veo un bombón entre las magdalenas.
—¡Romina! —Levanto la mano para que sea más fácil poder saber de donde la llaman.
—¿Sí?
—Ninguno de los dos pidió el bombón. —Señalo el chocolate—. Será de otro pedido —supongo.
—No se preocupe. —Disimula una risa—. Es cortesía de la casa, sin cargo.
—¡Así que fácil! Somos dos y le regalan uno a ella. Yo también quiero.
—Diego, no seas chiquilín. Las políticas del local dejan en claro que es uno por pedido
—Quédatelo, yo no lo quiero —le digo acercando el plato a su lado de la mesa para que lo tome.
La mujer sonríe al verme y le dedica una mala cara al chico.
—Era para molestarla —intenta que desaparezca la mueca de la camarera—. No me gustan las nueces, gracias —dice mirándome.
—Llévalo para la persona en la que pensás.
Ríe negando reiteradas veces y empieza a tomar su té. Repito su última acción.
︱ღ︱
07:07 hs:
—Gracias por acompañarme hasta acá, no era necesario, pero gracias —digo cuando abro la puerta del auto estacionado frente a la remisería.
—No fue nada, me queda de pasada.
—Mentiroso. —Lo empujo del hombro con suavidad—. Sos un mentiroso. No mientas porque sé donde vivís.
—¿Es una amenaza o un recordatorio?
—No sé, puede ser uno o el otro. O tal vez ambos, o ninguno, ¿quién sabe?
—Chau, Brenda.
—Cha... ¿Cómo sabes mi nombre?
—Vos sabés el mío.
—Sí, pero porque lo nombró la nena y la mesera.
—Luciana también dijo el tuyo.
—No, ella se despidió de mí como «la novia de Diego». —De solo recordarlo me ruborizo.
—Ok, me rindo. De todas formas tardaste —dice, levantando las manos en forma de inocencia. Lo miro sin entender—. ¡Oh, vamos! De verdad no me reconoces.
Analizo su rostro alzando una ceja y niego.
—¿Les falta mucho? Por ustedes ya perdí varios clientes y se enfría el auto. ¿Te vas a subir? Porque si no te voy a pedir que vayas cerrando la puerta.
—Sí, ya subo. Un minuto —le pido al conductor metiendo la cabeza en el interior del auto para que me escuche. Suspira pesadamente y murmura algo que me es imposible de oír— ¿De dónde te tengo que reconocer? —le pregunto a Diego una vez que retome la postura.
—Lo mejor es que subás. —Señala con la pera el remís, guarda sus manos en los bolsillos de la prenda—. La próxima vez que nos veamos te digo.
—¿Estás insinuando que va a haber una próxima vez? —Lo miro fijamente arqueando una sonrisa hacia la izquierda.
—Siempre hay una próxima vez. —Guiña su ojo derecho, su lunar desaparece entre las patitas de gallo.
—Chau —lo saludo apoyando mi mano derecha en su hombro para dejarle un beso en su mejilla.
Me separo de él, lo miro a los ojos y luego de unos segundos por inercia bajo la cabeza hacia nuestros pies. Doy media vuelta, tomo la puerta —que ya estaba abierta—, me siento y mientras cierro la puerta del vehículo de la manija interior le doy la dirección de Megara al chofer.
Cuando giro hacia la ventana veo a Diego saludando con ambas manos mientras mueve su boca al hablar, aunque no llego a escucharlo, sé que formula un claro y esperanzador «Hasta luego».
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¡Hola! ¿Cómo están? ¿Qué tal su semana?
Espero que hayan disfrutado el cap. Este capítulo es bastante más largo (sin contar el anterior) de lo que había supuesto antes y durante la escritura del mismo.
Pregunta del día: ¿Qué opinan de Diego?
¡Que tengan un muy lindo finde e inicio de la siguiente semana! Gracias por leer, votar y comentar <3
Un beso con cariño
-Ruʃ!tos.
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