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7. Alguien que me quiera...

Capítulo 7

Alguien que me quiera...


HANNA

Abrí los ojos lentamente, pestañeando ante la luz que entraba por la ventana. El canto de los pájaros hacía evidente el inicio del amanecer, los rayos de sol que calentaban mi cuerpo aseguraban una mañana cálida y por consiguiente me alentaban a comenzar mi tarea diaria como empleada de la casa.

Lo primero que se me vino a la cabeza, fue esa experiencia tan horrible que había vivido el día anterior. Quería pensar que era una pesadilla de la que me acababa de despertar, pero no, por desgracia no era así.

Aunque no tenía ánimos de nada, sabía que debía de cumplir mi horario y ponerme a trabajar, así que, sin más dilación, me dispuse a salir de la cama.

Traté de levantarme, de deslizar mi cuerpo para que mis pies pudiesen tocar las baldosas del suelo.

Pero no pude hacerlo, algo me lo estaba impidiendo...

Me giré rápidamente, abriendo lo boca de par en par al encontrar la razón de mi estancamiento; un brazo yacía sobre mí, sobre mi cuerpo, rodeando toda mi cintura.

Lo primero que quise hacer fue gritar, patalear con fuerza, cerrar los ojos mientras pedía auxilio desesperadamente hasta que alguien viniera. Sin embargo, todos esos deseos se esfumaron al percatarme de la identidad de ese brazo. Al comprobar que esa persona, no era otra que Mark.

Tragué saliva, moviendo mis manos de forma nerviosa. No entendía nada. ¿Qué hacía Mark en mi...? 

Oh, no. Entonces me di cuenta, mirando de reojo a mi alrededor, de que esta no era mi habitación, sino la de Mark...

Pero, ¿qué hacía aquí? Empecé a preguntarme.

Sin más dilación, traté hacer memoria de lo que había pasado ayer.

Recordaba que María me había llevado aquí para ver a Mark... Luego, creo que ella se fue, y me quedé a solas con él. Estaba muy nerviosa y alterada por lo que nos había pasado a mi hermana y a mí... por eso no me concentraba demasiado en lo que ocurría a mi alrededor. Sin embargo, sé que en esos momentos que estuve con Mark, me sentí más tranquila, más segura.

¡Claro! Lo recuerdo vanamente, pero sé que Mark me sentó junto a él y me abrazó contra su pecho. Por eso me sentí tan protegida, tan segura en sus brazos... y seguramente luego me quedé dormida.

Pero, entonces... ¿Él me había acostado y arropado? ¿Él había hecho eso?

¿Estuvo toda la noche a mi lado? Y lo que es más... ¿abrazado a mí?

Él... a pesar de ser ciego, ¿había sido capaz de eso por mí? ¿Me había tratado con tanta ternura a mí, a una simple empleada que apenas llevaba una semana en la casa?

Una oleada de nervios invadió mi cuerpo de solo pensarlo. Sin duda, estaba descubriendo al hombre tierno y cariñoso que era Mark, a ese que María me había asegurado que era antes de sufrir el accidente.

Suspiré con inquietud. Aún seguía atrapada bajo su brazo, bajo la calidez de los poros de su piel; no podía sentirme más nerviosa y tampoco sabía qué hacer.

No me atrevía a retirar su extremidad de mi cintura, no cuando cabía la posibilidad de hacerlo despertar. Además... por alguna razón, no deseaba separarme de él. No quería deshacerme de su brazo, de la calidez tan inmensa que me proporcionaba, del bienestar que me producía estar a su lado.

Pero no, no podía ser. Aunque quisiera, no podía quedarme un minuto más ahí. Tenía que cumplir con mis obligaciones, hacer mi trabajo. Además, me moriría de la vergüenza si Mark se despertara y notara que yo aún estaba aquí, tan pegada a él. ¿Qué podría decirle?

Tras pensarlo unos segundos más, y con mucho cuidado, cogí su brazo, dejándolo caer suavemente sobre la cama.

Luego, sin hacer ruido, y con el corazón a punto de salirse de mi pecho, salí corriendo de la habitación.

Al llegar a la sala, me detuve, tomando así el aire que comenzaba a faltarme. Me sentía tan nerviosa al pensar que había pasado toda la noche con él, con Mark...

Estaba completamente absorta, inmersa en otro mundo, hasta que una voz me sacó de mis pensamientos.

 —¡Hanna! —era Marlene—. ¿Estás bien? ¿Qué te pasó anoche?

—Ay, Marlene... —dije suspirando—. Fue algo tan desagradable...

—Mejor ven a la cocina —me sugirió ella—. María también te está esperando, así nos cuentas a las dos.

—Está bien —asentí—. Vamos entonces.

Marlene quiso comenzar algún tipo de conversación durante el pequeño trayecto, pero mi mudez la hizo abandonar en el propósito. Aún me encontraba demasiado inquieta por lo de Mark, por eso no podía concentrarme en sus palabras; era inevitable que no la escuchara.

Finalmente llegamos a la cocina, donde, en efecto, se encontraba María. Ella estaba sentada en una de las sillas que estaban junto a la mesa, esperándome. Y, al verme, me invitó de inmediato a sentarme a su lado.

—Buenos días, muchacha —me saludó ella—. ¿Ya estás mejor?

—Sí, María —dije mientras me sentaba—. Gracias por preocuparse...

—Y ahora sí... —se dispuso a preguntar María—. ¿Me vas a contar lo que os pasó anoche a tu hermana y a ti? 

—Sí, Hanna... —me animó Marlene mientras se sentaba a mi lado—. ¿Qué fue lo que ocurrió?

Al principió me mostré algo reticente, pues no me agradaba nada recordar lo ocurrido, pero finalmente les conté, con detalle, el horrible acontecimiento de la noche anterior; la mala experiencia que vivimos por culpa de esos tipos tan malvados que, por suerte, no nos llegaron a lastimar.

 —Ay, criatura... —me decía María mientras pasaba su mano sobre mi espalda—. Qué mal lo tuvisteis que pasar...

—Sí, María —afirmé yo—. Pasamos un susto de muerte...

—Y la pobre Lucy... —dijo entonces Marlene—. Me costó mucho que se quedara dormida anoche cuando me la llevé, estaba muy asustada...

—¡Lucy! —dije exaltada—. ¡Aún no la he visto esta mañana! Tengo que ir con ella...

—¿Cómo? —me miró María extrañada, al igual que Marlene— ¿Hoy no la has visto cuando te has levantado?

Oh, no... ¿Qué iba a decir ahora? No podía contarle a María y Marlene que había pasado la noche con Mark, en su cama y junto a él...

—Sí, sí la he visto... —mentí—. Pero voy a darle otra vuelta para asegurarme de que esté bien...  

—Está bien, Hanna —me dijo María—. Tómate el tiempo que necesites para estar con ella, no te preocupes.

—Claro, Hanna —alegó Marlene—. Quédate un rato con ella, seguro que te necesita. Yo te cubro mientras.

—Muchas gracias a las dos —dije con una sonrisa—. Voy entonces con Lucy.

Me dirigí a paso ligero hacia la habitación, pues quería ver a Lucy cuanto antes. Me sentía mal por haberles mentido a María y Marlene, pero no tenía otra opción; ¿qué iban a pensar si les dijera que no dormí en mi habitación? ¿Qué iban a pensar si supiesen que dormí junto a Mark?

Abrí la puerta con ansias, dirigiéndome hacia la cama donde dormía mi hermanita. Luego me senté a su lado, mirándola con dulzura, acariciando suavemente sus dorados cabellos que brillaban con los rayos del sol que bañaban su tez blanca llena de ternura.

Al poco tiempo, Lucy se despertó, y, al verme, se enganchó en uno de mis brazos.

—Buenos días, nena... —dije con voz muy suave—. ¿Dormiste bien?

—Sí —respondió ella—. Pero soñé con esos hombres feos...

Mi pobre angelito... Tenía tan sólo cinco años y había pasado por algo tan horrible. Y todo por culpa mía, por haberla llevado al pueblo y luego volver tan tarde... Gracias a dios que no le pasó nada, o de lo contrario nunca me lo hubiera perdonado...

—Ya pasó, mi pequeñita... —dije besando su frente—. Nunca más te harán daño esos hombres feos... 

Lucy se aferró nuevamente a mis brazos, posando su cabeza sobre mi regazo. Por suerte, lo malo ya había pasado.




MARK

Me desperté y ella no estaba a mi lado, se había ido.

La oscuridad de siempre llenaba mi interior, no podía ver nada, todo era de un color tan negro que me asustaba. Palpé con mis manos, albergando una pequeña esperanza en mis adentros... pero de nuevo me percaté de la realidad; estaba solo, completamente solo.

Y es que nada se comparaba con la noche tan hermosa que había pasado junto a ella, escuchando su respiración, abrazándola, cuidando su sueño...

Pero, al parecer, en eso se había quedado todo, en un sueño, porque de nuevo estaba solo, sin alguien a mi lado, sin ella junto a mí.

Toc, toc... —alguien tocaba a la puerta.

—¿Quién es? —pregunté yo, ansioso—. ¿Es usted, señorita Hanna...?

Pero de nuevo me equivoqué.

—Soy yo, Mark —contestó María—. ¿Puedo pasar? 

—Sí, María... —suspiré—. Pasa...

—Vengo a traerte el desayuno... —continuó ella—. Perdona, hijo... debes estar hambriento. Se me ha hecho un poco tarde porque estaba hablando con Hanna...

—¿Con ella? —la interrumpí—. ¿Has hablado con ella? ¿Qué te ha dicho? ¿Te contó lo que le pasó anoche?

—Verás, hijo... —se dispuso a contarme María—. Parece que a ella y a su hermana las atracaron dos hombres... Pero lo peor fue el susto que se llevaron, pues las tenían agarradas y amenazadas con un cuchillo...

—¿Cómo? —pregunté exaltado—. ¿Pero, están bien? ¡¿Les hicieron algún rasguño?!

—Sí hijo, están bien... —me aseguró, tranquilizándome un poco—. Afortunadamente no llegaron a tocarlas. 

Por unos minutos me quedé callado, pensativo ante sus palabras, aliviado pero a la vez alarmado ante el susto que debieron haber pasado.

—Y ella... —comencé a decir—. ¿Dónde está...?

—¿Hanna? —preguntó, sabiendo que así era—. Ella está en su cuarto, con Lucy... ¿Quieres que la llame?

—No, María... —contesté con tristeza—. Déjala que esté tranquila con su hermana.

—Está bien, hijo —dijo María, en tono de haberlo entendido—. ¿Se te ofrece algo más, antes de que me vaya?

—Nada, María —negué nuevamente, forzando una sonrisa—. Muchas gracias.

María se fue, dejándome solo entre las cuatro paredes de mi oscuridad. Y sí... yo estaba triste y no sabía exactamente por qué... O sí lo sabía... Claro que lo sabía, sólo que me negaba a aceptarlo.

Realmente me entristecía que ella, Hanna... no hubiera venido a verme después de irse por la mañana. La echaba de menos, me hacía falta, de alguna manera la necesitaba.

Tuve la oportunidad de decirle a María que la trajera, pero no, no quería molestarla y menos aún si estaba consolando a su hermana... Además, seguramente para ella yo no era nadie especial... ¿Por qué iba a serlo...?

Tras unos minutos donde mi mente se encontraba más atormentada que nunca, y donde mis únicos pensamientos estaban centrados en Hanna, decidí levantarme del sillón donde estaba sentado. Comencé a caminar nervioso, sin rumbo alguno, más desorientado que nunca y con un nudo en el estómago que me llenaba de inquietud. Todo parecía mucho más oscuro que nunca, de un momento a otro sentía que nada tenía sentido, en un solo instante mi dolor se estaba haciendo inmensamente profundo.

Entonces, en mi extrema debilidad, y sin saber cómo en realidad, tropecé con algo y caí al suelo.

—Ni si quiera puedo caminar unos pasos... —mascullé, lleno de amargura— ¡Sólo soy un pobre ciego que no puede hacer nada por sí solo!

Traté de levantarme de alguna forma, agarrándome a los muebles de mi alrededor. Sin embargo, las fuerzas no me respondían y volví a caer sin ningún tipo de remedio.

Soy un inútil...

Soy un hombre sin facultades, que no puede hacer nada por sí solo...

Soy una carga para los demás, una escoria, un trasto, un ser que no vale para nada...

—¡Soy un ciego al que nadie quiere! —grité entonces en un ataque de desesperación, de modo que algunas lágrimas resbalaran ya por mi rostro—. ¡Un ciego por el que los demás sólo sienten lástima!

Entonces, de repente, noté cómo alguien se agachaba junto a mí y me abrazaba con fuerza, con una fuerza que me proporcionaba consuelo, cariño, ternura... cómo si esa persona realmente sí me quisiera.

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