55. Locura momentánea
Capítulo 55
Locura momentánea
Despertar tranquila, segura, e inmensamente feliz... sensaciones espectaculares que volvían a resurgir en mí.
Mis ojos se abrieron, buscando de inmediato que lo sucedido horas atrás no fuese un sueño. Lo primero que sentí, fue un brazo rodeándome, y la calidez de un cuerpo junto al mío. Suspiré con gran felicidad, llevando una de mis manos hasta el pelo castaño oscuro, ondulado y algo desordenado, del hombre que aún dormía junto a mí.
Mi amado Mark...
Acaricié suavemente su rostro, sin poder evitar enternecerme al observarlo. Sus facciones parecían las de un niño que soñaba tranquilo y placentero, sin la existencia de ninguna preocupación o lamento. Sonreí, deslizando mis dedos sobre sus labios, nariz y frente; su piel era tan suave como la de un bebé, y después de la noche que pasamos, era imposible que me resistiese a tocarlo.
Sentía que ahora mi alma, corazón y cuerpo le pertenecían... y yo era inmensamente feliz por ello.
-¿Hanna...? -su voz soñolienta desplegó un escalofrío en mi cuerpo, una sensación de anhelo y alegría al mismo tiempo.
-Buenos días -susurré, sonriente, acariciando sus mejillas-. Estoy aquí... -aseguré con calma al ver que se inquietaba un poco-. Aquí, a tu lado... -besé la comisura de sus labios-, para siempre.
Mark suspiró con alivio, aferrándose a mi cuerpo con dulzura e intensidad. Debía ser normal que, al despertar, se sintiera algo desorientado. Habían sido tantos meses los que estuvimos separados, los que sufrimos diariamente ante la mutua ausencia... que un ligero miedo aún nos invadía al despertar. Pero, por suerte, esto era real; completamente real. Ambos estábamos juntos, y nada ni nadie nos iba a separar.
Tras una oleada de mimos y caricias, nos acomodamos las ropas que yacían aún sobre la arena, sentándonos luego sobre esta. Había tantas cosas que contar, que aclarar... y era mejor hacerlo de una vez.
-Mark... -comencé a decir, algo nerviosa, mirándolo a los ojos-, todo este tiempo, yo... estuve con un joven, es su casa de campo -tragué saliva, suspirando-. Él nos llevó a la mansión hace mucho tiempo, en su coche, cuando nos perdimos... no sé si lo recuerdas -titubeé, mirando hacia el mar-. Se llama...
-Alexander -me detuvo él, sorprendiéndome-. Lo recuerdo.
Un leve silencio nos inundó, haciendo que únicamente se escuchase el inconfundible graznido de las gaviotas que volaban libremente por el cielo azul.
-Él nos rescató a mi hermana y a mí cuando nos encontrábamos en apuros -continué diciendo, deseando aclarar todo con la mayor rapidez posible-. Nos ofreció su hogar, nos dio un techo, comida... pudimos vivir sin pasar necesidades.
Mark asintió, animándome a continuar. Su rostro no denotaba signos de molestia, ni nada parecido, aunque sí se mostraba muy atento a mis palabras.
-Alexander se portó muy bien con nosotras -aseguré-. Nos cuidó en todo momento, y siempre fue muy amable y comprensivo. Él... -tomé aire, cerrando los ojos por un segundo-, él me confesó que sentía algo más por mí, algo más allá de la amistad -una mueca indescriptible se formó en el rostro de Mark, logrando alarmarme-. P-Pero... -susurré con nervios-, y-yo nunca le correspondí, nunca pasó nada entre nosotros.
Comencé a temblar, a sentirme apenada y mal. Mark, que pareció notarlo enseguida, me rodeó entre sus brazos, posando su mentón sobre mi cabeza.
-Mi vida, tranquila... -me susurró con dulzura, abrazándome-. Sé que en ningún momento has correspondido a otro hombre, lo sé -besó mi frente con ternura-. No hace falta que digas nada más -aseguró-, cálmate. Confío en ti... y después de todo, agradezco a ese joven que te protegió. Al menos no pasaste carencias, eso es lo importante.
Sentía que un nudo se formaba en mi garganta ante las palabras que aguantaba, ante lo que quería decir, pero que tanto me costaba. Mark no tenía idea de lo que iba a hacer minutos antes de reencontrarme con él, ni el lugar a donde realmente creía que me dirigía.
-Mark, yo quiero contarte... -insistí-, necesito decirte que...
-No, pequeña, ya he dicho que no es necesario -me interrumpió él-. No tienes nada de qué preocuparte, ¿está bien?
Tragué saliva, sintiendo que mis ojos comenzaban a aguarse.
-P-Pero es que... -volví a insistir, abrumada-, y-yo iba a...
-Tranquila, Hanna, no hace falta que...
-¡Iba a casarme con Alexander!
Un silencio lúgubre, temeroso, e infinitamente aterrador, inundó el aire con sabor a mar que nos rodeaba. Mark se había quedado inmóvil ante mi confesión, desvaneciendo luego, muy lentamente, sus brazos de mi cuerpo. Sentí miedo ante esa acción, ante el recelo que, sin duda, le habían provocado mis palabras.
-Mark, yo...
-¿Tú... ibas a casarte con otro hombre?
Mordí mis labios, reprimiendo un sollozo avergonzado.
-S-Sí -afirmé con la voz entrecortada-. P-Pero no es lo que piensas, no...
-¿Por qué? -preguntó, estupefacto, agarrando arena entre sus puños y soltándola luego-. ¿Cómo es posible que fueras a hacer eso, cómo?
Sentía que mi corazón iba a pararse en cualquier momento, que mi cuerpo se paralizaba, que mis labios no reaccionaban para dar una respuesta. El rostro de Mark estaba frío, desencajado, inmerso en una mueca de gran confusión. Sus manos, cerradas en puños, denotaban la rabia, impotencia y desconcierto que estaba viviendo. Esperaba una contestación de mi parte, pero yo no lograba vocalizar una sola palabra.
-Háblame, Hanna, por dios -comenzó a decir, aunque en forma de orden, más que de súplica.
-Y-Yo... -susurré en un hilo de voz-, y-yo estaba...
Pero mis palabras no salían. Me sentía tan afligida, abrumada y fatigada, que lo único que lograba hacer era temblar, reteniendo a duras penas las lágrimas que aguaban mis ojos.
En plena desesperación, extendí mi brazo hasta el hombro de Mark. Sin embargo, él retiró su extremidad, evitando el contacto.
Su expresión era seria, abrupta, distante... y eso me partió en dos.
Sin poder evitarlo, y sintiéndome demasiado frustrada e impotente, comencé a sollozar. Mis lágrimas caían con desenfreno sobre la arena, haciendo que un leve hoyo se formara en ella. Lloraba cada vez con más desesperación, con más pena y desolación, siendo cada vez más difícil que pudiese parar.
-Hanna... -escuché que comenzaba a llamarme Mark, esta vez en un tono alarmado-. No te pongas así, yo no quería...
-P-Perdóname... -logré vocalizar entre sollozos, tapando mi rostro con mis manos-. Y-Yo, no entiendo qué me pasó... M-Me volví loca, estaba desesperada ante la angustia de no poder verte... -respiré con intensidad, tratando de no ahogarme-. A-Alexander me pidió matrimonio, y yo acepté... -me detuve por un segundo, tomando el aire que comenzaba a faltarme-. Y-Yo estaba tan agradecida con él, y le debía tanto... S-Sentía que aceptar su propuesta era lo correcto, que de alguna manera debía regresarle todo lo que nos dio a mi hermana y a mí... -lloré con más intensidad, aferrándome sobre mí misma-. P-Pero yo nunca sentí nada por él... T-Tú eres el único hombre al que adoro, al que siempre querré con todo mi corazón... -alcé la mirada, observando su expresión indescriptible-. I-Iba a cometer la locura más grande de mi vida, lo sé... -tragué saliva, tiritando sin control-, y me hubiera arrepentido toda la vida.
Mi explicación fue acelerada, desesperada, llena de una angustia infinita. Mis lágrimas seguían cayendo sobre la arena, deslizándose primero sobre mis mejillas para luego enterrarse en ella. Mis manos temblaban... todo mi cuerpo en realidad, y mi corazón latía tan rápido que por momentos parecía querer estallar.
De repente, un cálido contacto acarició mi rostro mojado, haciéndome estremecer.
-Tranquila... -me susurró Mark, que se acercaba de nuevo a mí, causándome un gran alivio al estrecharme entre sus brazos-. Perdona mi actitud, no debí hablarte así -besó mi frente con dulzura-. Cuéntame todo con calma, ¿está bien?
Asentí, casi por inercia, estando aún algo aturdida. Luego, tras unos segundos donde logré calmarme un poco, sintiéndome segura entre sus brazos, comencé a relatarle todo lo ocurrido desde que me encontré con el joven que me salvó.
Describí, con detalle, los meses de gran sufrimiento que había pasado. Los días grises, las tardes negras y las noches tan oscuras y sombrías que había vivido sin su presencia. Le aseguré que mi trato con Alexander fue siempre cordial, que únicamente lo vi como un amigo, y que él, a pesar de sentir algo más por mí, se comportó a la altura de todo un caballero, respetándome en todo momento. Le aclaré, nuevamente, que casarme con él iba a ser una gran locura, una que jamás me hubiese perdonado... y que, sin duda, iba a cometer por mero agradecimiento.
Hablamos un largo rato, exprimiendo cada detalle y duda existente. Mark ahora estaba enterado de mi vida en los últimos meses, de cada acontecimiento que viví, de cada movimiento y decisión que tomé. Él me escuchaba sereno, preguntando cualquier duda que tuviese, tranquilizándose y entendiendo cada uno de los hechos. Mark era un hombre inmensamente comprensivo, ahora lo estaba demostrando. De nuevo me había pedido perdón por su reacción, abrazándome con infinito cariño y satisfacción. La calma llegaba de nuevo a nuestros corazones; al fin, y sin recelos, parecía hacerlo.
Culminando con algunos detalles sobre lo sucedido, Mark me contó la manera en cómo llegó hasta la playa. Al parecer, una voz desconocida llamó al teléfono de Carol, asegurando el lugar donde podría encontrarme. Suspiré con melancolía al percatarme de que dicha persona había sido Alexander, que él había hecho que Mark y yo nos encontrásemos, deshaciendo de esa forma la ceremonia con la que él estaba tan esperanzado y contento. Aún tenía muchas preguntas sobre lo que había hecho Alexander, cosas que sólo él podría responderme. No podía entenderlo con exactitud, pero, de lo que sí estaba segura, es que estaba verdaderamente agradecida por su gesto.
Tendida sobre el pecho de mi amado, alcé la mirada, observándolo. Su pelo estaba algo revuelto, pero sus facciones mostraban tranquilidad y alegría. De reojo, comencé a fijarme en su atuendo. Su camisa era blanca, impecable como la misma nieve, y sus pantalones, en contraste, eran de color negro, de una tela fina y muy elegante. Era irónico, pero después de las horas que habían pasado desde que nos reencontramos, era ahora cuando me fijaba en su ropa. Una ropa que, sin duda, lo hacía parecer todo un príncipe.
-Estás muy guapo, ahora que me fijo bien -admití, sonrojándome al ver que su mano se alzaba para acariciarme.
-¿Tú crees? -preguntó él, con una mezcla de picardía y dulzura, plasmando un beso sobre mis labios.
-Sí -afirmé al separarme lentamente de su boca, sonriendo-, estás muy elegante.
Mark sonrió ampliamente ante mis palabras, quedándose luego pensativo por un momento.
-Sabes... Hanna, tengo algo que decirte.
Me inquieté, de forma inmediata, ante el tono dubitativo de su voz.
-¿Qué es? -pregunté, algo nerviosa-. ¿Ocurre algo?
-Verás, yo... -comenzó a decir-. Yo... ayer me convertí en médico.
Una sensación de gran sorpresa debió plasmarse en mi rostro al escuchar aquello, pues los poros de mi piel se erizaron de inmediato. ¿Mark ya era médico? ¿Había terminado su carrera, de verdad lo había hecho? Con los ojos abiertos como platos, lo miré, entendiendo que su afirmación no era ninguna broma.
-Mark... ¿de verdad ya eres médico? -pregunté, aún sorprendida, deseando escucharlo nuevamente de sus labios.
-Sí, desde ayer lo soy -asintió él, plasmando una leve sonrisa en sus labios-. Todos estos meses estuve estudiando con mi profesor -admitió-. Me costó mucho... tú estabas cada segundo en mis pensamientos, y el dolor que sentía era tan grande que apenas podía concentrarme-me apené ante esas palabras, sintiéndome apenada-. Sin embargo, siempre tuve la esperanza de encontrarte, y eso mismo me dio fuerzas para continuar. Fue un tortuoso camino, pero al fin lo logré.
Totalmente emocionada, me lancé a sus brazos, felicitándolo con plena sinceridad. Me hubiera gustado tanto estar a su lado en esos momentos, apoyándolo en sus estudios... pero las circunstancias no nos los permitieron. Por desgracia, no había podido estar presente cada mañana para animarlo, ni en las tardes para acompañar sus repasos, y mucho menos en las noches, donde por fin llegaría el descanso. Sin embargo, eso ya no importaba, porque ahora estábamos juntos de nuevo, y recuperar el tiempo perdido sería nuestra meta a cada segundo nuevo.
MARK
La oscuridad que meses atrás se había apoderado por completo de mí, ahora se había convertido en una luminosidad majestuosa. Era negro el único color que mis ojos podían vislumbrar, pero, aunque así fuera, mi alma parecía ver todo con mucha claridad. Me sentía seguro, feliz, vivo de nuevo. Después de tantos meses, me encontraba caminando por las calles con plena tranquilidad. Iba agarrado de una mano cálida que me guiaba, de un brazo, al mismo tiempo, que me sostenía y daba la total seguridad que tanto ansiaba. Una piel cálida contra la mía, un roce que expandía amor a los cuatro vientos, dos corazones palpitantes que se entremezclaban con el sonido del aire y los pájaros que volaban sobre el cielo.
Después de un largo, aunque placentero camino, parecimos haber llegado hasta nuestro destino. Hanna se había detenido, de forma que yo, agarrado a ella, también, y dicha acción me aseguraba que nos encontrábamos justo frente a la casa.
-¿Ocurre algo, pequeña? -pregunté, aunque suponía la oleada de sentimientos que debía albergar ahora mismo su cuerpo.
-Es extraño -contestó ella en un hilo de voz-. Hace tanto tiempo que no veo la casa... Me hace recordar la primera vez que llegué, cuando estaba tan nerviosa que todo mi cuerpo temblaba. Es como si nuevamente volviese a verla por primera vez, como si hubiese despertado de una pesadilla después de meses, como si...
-Tranquila -susurré con la voz más tibia y dulce que pude, abrazándola con fuerza. Hanna parecía demasiado impresionada al ver de nuevo la mansión, al volver a aquel hogar donde tenía una vida que dejó por tantos meses lleno de sufrimiento. Su corazón debía estar inmerso en un revuelo de emociones, podía imaginármelo. Pero este era el primer paso para volver a la normalidad, pronto todo tomaría su cauce y llegaríamos de nuevo a nuestra vida llena de felicidad.
Plasmando un beso sobre su frente, afiancé con ímpetu el agarre de nuestras manos, instándola para que entrásemos.
Y así, con pasos lentos pero certeros, llegamos hasta la indudable puerta, la cual, tras unos leves toques que yo mismo aseguré con mi puño, pareció comenzar a abrirse.
-¡Hanna! -una voz indudablemente reconocida por mis oídos comenzó a gritar con felicidad, quitándome al amor de mi vida de mis brazos. Sonreí ante las muestras de cariño que mi hermana plasmaba en ella, la verdadera ternura y simpatía de sus palabras que tanto bien debían de hacerle a mi pequeña.
Carol comenzó a preguntarle todo tipo de cosas, aunque ninguna demasiado íntima ni personal. Sobre todo, la impregnaba con una sincera bienvenida, haciendo hincapié en lo hermosa que estaba después de tanto tiempo sin verla.
Y yo sabía que era hermosa, lo sabía muy bien a pesar de no poder verla...
Al cabo de unos minutos, cuando las primeras emociones se habían estabilizado un poco, comenzamos a caminar, llegando hasta la sala. Al instante, nos sentamos sobre el acogedor sofá, dejando que un leve silencio nos inundara.
-Lucy... ¿Y Lucy? -preguntó de repente Hanna en un tono alarmado-. Me había olvidado por completo de ella, estaba...
-Tranquila -susurró la voz de mi hermana-. Ella está aquí, no te preocupes.
Hanna suspiró ante esa respuesta, calmándose casi de inmediato.
-Ahora mismo te la traigo -continuó diciendo Carol-. Espérame un segundo.
Noté que mi hermana se levantaba del sofá, dirigiéndose sin duda hasta donde se encontrase la nena. La verdad es que yo también había extrañado a esa chiquilla dulce y revoltosa, e indudablemente iba a ser genial volver a escuchar su voz y notar su presencia que siempre alegraba todo.
Debió pasar menos de un minuto, cuando un pequeño grito inundó el silencio de la sala.
-¡Hanna, estás aquí! -exclamó la evidente voz de Lucy, que parecía ya haber llegado hasta el regazo de su querida hermana.
-Lucy, ¿a mí no vas a saludarme? -pregunté en tono gracioso, después de percibir que ambas ya se habían visto y abrazado.
-¡Mark, eres tú! -gritó de inmediato ella, lanzándose a mis brazos-. ¡Te eché mucho de menos!
Asentí sonriente, correspondiendo a su muestra de afecto mientras revolvía ligeramente su pelo.
Los minutos transcurrían, envolviéndose entre infinidad de palabras y risas. El ambiente era feliz, tanto como nunca hubiese imaginado meses atrás cuando todo era un caos. Ahora todo estaba repleto de dicha, y no podía sentirme mejor. Estar rodeado de voces familiares, y sobre todo, de mi pequeña, era algo increíblemente alentador.
-Caroline... me gustaría preguntarte algo -susurró de repente Hanna, algo insegura.
-Claro, Hanna, dime.
Hubo un ligero silencio, el cual pronto se rompió.
-¿Cómo llegó Alexander a contactarte? -preguntó finalmente, agarrando mi mano con fuerza.
-Al principio, cuando me llamó, no tuve la menor idea -aseguró Carol-. Cuando Mark habló con él, contestando mi teléfono, le dijo dónde podría encontrarte. Luego volví a hablar yo, y me dio los datos exactos donde te encontrabas. Dejé a Mark en la playa... y cuando vi que efectivamente eras tú la persona que se acercaba, me fui.
Hanna parecía demasiado atenta a las palabras de mi hermana, pues no vocalizaba palabra. Y así mismo estaba yo, que tampoco conocía del todo la historia de lo que realmente ocurrió.
-El joven me aseguró que llevaba con él a Lucy -continuó relatando mi hermana-. Quedamos en que él la llevaría a la mansión, pues sorpresivamente ya sabía cual era la dirección -asentí ante aquello, sabiendo perfectamente el por qué-. Así, después de dejar a Mark en la playa, fui hasta la casa, donde me encontré al chico con Lucy de la mano. No hablamos mucho -añadió-, pero me dijo que al saber la dirección de la casa, consiguió el teléfono principal, donde después de preguntar por alguien de la familia, una señora le dio mi número.
De nuevo nos inundó el silencio ante aquel relato, que sin duda parecía sacado de un cuento. Sin embargo, era real. Por suerte lo era.
De un momento a otro, sentí que la mano de Hanna me apretaba un poco, indicándome, de alguna manera, que no estaba segura de decir algo. Yo le devolví su apretón, instándola a que hablara.
-Me gustaría hablar con Alexander, aunque sea por última vez -susurró finalmente, aunque era evidente que se sentía nerviosa-. Siento que debo agradecerle lo que ha hecho por nosotros... la verdad es que gracias a él, Mark y yo estamos juntos, y no me quedaría tranquila hasta hacerle saber lo mucho que se lo agradezco.
Sonreí ligeramente, asintiendo. Hanna tenía razón, y yo no me opondría en ningún momento a su petición. Sabía que ella estaba inquieta al imaginar mi reacción, pero la verdad es que no me había molestado en absoluto.
-Me parece una buena idea -admití-, creo que es lo justo. Carol -dije-, ¿tienes forma de contactarte con él?
Por un momento creí que mi hermana no iba a responder, pero finalmente escuché el sonido de su voz.
-Su número quedó registrado en mi teléfono, o eso creo -respondió, mientras que yo escuchaba cómo pulsaba varias teclas-. Sí -reafirmó-, lo tengo.
En mi interior me sentí aliviado ante su respuesta, no cabía duda. Y Hanna, sabía que también.
SHARON
Sentía que mi corazón galopaba con fuerza. Quería que la agitación cediese, pero no podía. Supuse entonces que a todas las personas que habían visto lo mismo que yo, después de tanto tiempo sin verlo, les había pasado lo mismo. Sí. Asumí que todos se sorprendieron e inquietaron cuando después de tantos meses veían a Hanna de regreso.
Me encontraba en la cocina, sentada sobre uno de los taburetes frente a la barra. A veces me asomaba hacia la sala, cerrando los ojos y volviéndolos a abrir, sin creer aún lo que veía a través de ellos. Pero era algo indudable, Hanna estaba ahí. Su misma cara, su misma composición, su misma voz... ella había regresado.
Tomé un vaso, vertiendo un poco de agua en él. Luego comencé a beber lenta y pausadamente, suspirando al final. Ciertamente, me sentía muy nerviosa. No sabía qué hacer, cómo reaccionar ante la llegada de aquella chica. Yo la había maltratado tanto, la había humillado y hecho tanto daño... y aunque por una parte deseara plantarme frente a ella y pedirle perdón, no encontraba la manera de hacerlo.
Comencé a caminar sobre el suelo de la cocina, sin parar de pensar. Me sentía sola, deprimida, llena de dudas. Por desgracia, Eric se había ido poco antes de que Hanna llegase. Mark se estaba retrasando mucho, y él tuvo que irse. Y ahora comprendía dicha demora...
Mordí mis uñas con impaciencia. No podía concentrarme en nada, era imposible hacerlo. Entonces, no supe de dónde, ni por qué, pero saqué las fuerzas necesarias para avanzar unos pasos. Di un paso. Otro. Y otro más.
Así... hasta que inevitablemente me percaté de que estaba en la superficie de la sala, a tan solo un par de metros de ella.
Hanna parecía inmersa en una conversación con Caroline, hasta que, tras unos segundos, se dio cuenta de mi presencia. Entonces se quedó quieta, inmóvil, callada. Ante su actitud, mi media-hermana, y Lucy, a quién también veía por primera vez en muchos meses, alzaron la vista, encontrándose conmigo. Y Mark, que también se encontraba ahí, ladeaba su cabeza a ambos lados, buscando la explicación ante el silencio que se había formado.
Me sentí incómoda, cohibida ante todas las miradas que me acechaban. En otros tiempos, hubiera ignorado a cualquiera que fijara la vista en mí, marchándome de inmediato. Sin embargo, ahora mis músculos parecían engarrotados y no tenía forma de hacerlo.
-Sharon, acércate -me instó Caroline, aplacando el silencio tan sepulcral que se había formado-. Hanna está de vuelta, ¿no quieres saludarla?
Tragué saliva, quedándome completamente inmóvil. Mi relación con Caroline era buena, por eso sabía que me llamaba con la mejor de las intenciones. Pero de igual forma, no me atrevía a hacer nada.
-Vamos, ven -volvió a decirme mi hermana, sonriendo ligeramente.
Por varios minutos me quedé quieta, sin mover un solo dedo. Sin embargo, todos continuaban mirándome, cada quien de forma diferente e indescriptible, por lo que comencé a caminar, quedando de pie junto a todos ellos.
-Hola -logré decir en una voz casi inaudible, mirando a Hanna de reojo-, bienvenida a casa.
Tras decir esas palabras, sellé mis labios, tratando de no morderlos con mis dientes ante mi nerviosismo.
-Hola, Sharon -contestó Hanna segundos después, sorprendiéndome y aliviándome a la vez. Alce un poco la vista. Su expresión era bastante neutra, aunque podía denotar más signos de felicidad que de molestia. No podía percibir si me guardaba rencor por el pasado; quizás lo hacía, pero era buena ocultándolo, o quizás no había retenido en su alma ningún mal recuerdo, y por esa razón no me miraba con desprecio.
Suspiré por dentro, sin saber qué decir. El momento era incómodo, o al menos para mí, pero necesitaba de una vez por todas terminar con el ciclo de dolorosos sentimientos que vivimos meses atrás. Tenía que decirle a Hanna que yo había cambiado, que me arrepentía de las humillaciones y molestias que tiempo antes le había provocado. Iba a hacerlo, pero cuando mis labios habían comenzado a despegarse para hablar, dos personas llegaron, y me quitaron todo protagonismo en la escena.
La señora Elisabeth, y el fantasma de mi padre, revoloteaban el sofá donde la chica estaba sentada, abrazándola y llenándola de preguntas. Ahora yo había pasado a un segundo plano, claro estaba, de forma que mi misión quedase cancelada. Tanto que me había costado dar ese paso, cuando finalmente iba a pedirle perdón a Hanna... y de un golpe me lo arruinaban.
De manera sigilosa, me escabullí de la sala donde todo era un mar de felicidad. Ya no tenía nada que hacer ahí, y de todas formas, me incomodaba demasiado estar en la misma superficie donde se encontraba ese señor refunfuñón y amargado.
Caminé, y caminé... hasta que me encerré entre las cuatro paredes de mi habitación, abriendo de par en par la ventana para respirar aire y mirar a través de ella a la multitud de personas que paseaban por las calles.
Por desgracia, a pesar de que la humanidad estaba muy animada, yo iba a quedarme toda la tarde aburrida y desolada.
HANNA
Una ligera ráfaga de viento hizo que mi pelo se revolviese un poco, aunque en cuestión de segundos se calmó. El canto de los pájaros era armonioso, y un rayo de sol iluminaba el camino alisado que se recorría desde la puerta de la mansión hasta las rejas principales. Miré el reloj que envolvía mi muñeca; solo faltaban cuatro minutos para las seis.
Mark se había quedado dentro de la casa, esperándome. Allí también se encontraban Lucy, Caroline, y los señores, por lo que no estaba solo mientras yo culminaba lo que tenía que hacer. De repente, en mi mente se reflejó el rostro de Sharon. En mi cabeza se repetía una y otra vez esa imagen, cuando ella entró a la sala donde todos estábamos, y me saludó. Su mirada era distinta a la de meses atrás, lo había notado. Podría decir que era otra persona, que su bienvenida fue sincera y que probablemente se había dirigido a mí en son de paz. La verdad es que eran muchas las cosas que podrían haber pasado durante mis nueve meses de ausencia, nadie podía negarlo. Sin embargo, no podía descifrar lo que yo misma sentí al ver a Sharon, a esa chica que desde el primer día que nuestras miradas se cruzaron, su iris intenso me acechó de inmediato.
Dejando mis pensamientos a un lado, volví a mirar el reloj, observando que sus manecillas marcaban las seis en punto. Alcé la vista lentamente, y entonces me encontré con una silueta que poco a poco se acercaba.
Muy puntual.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo al tenerlo frente a frente. Sus verdes ojos buscaban los míos, y cuando al fin tuve el valor para mirarlo, observé la gran tristeza que había en ellos. Su rostro denotaba signos de cansancio, como si no hubiese dormido la noche anterior, y aunque su expresión no era seria, sí estaba impregnada de una melancolía abrumadora.
Bajé la mirada, demasiado avergonzada y apenada, sin poder hacer nada más.
-No estés triste -su voz me sobresaltó-. Mi intención al reunirte con el amor de tu vida fue que fueses feliz, muy feliz -puso su mano bajo mi mentón, alzándolo suavemente-. Regálame una sonrisa, por favor, de esa forma me quedaré más tranquilo.
Suspiré con inquietud, sintiéndome verdaderamente mal. Alexander me miraba con dulzura, en sus labios había una sonrisa... pero sabía que en su interior estaba deshecho, y todo por culpa mía.
Si al menos yo no hubiese aceptado su propuesta de matrimonio, si le hubiera dejado claro mis sentimientos y no lo hubiera impregnado de aquella ligera esperanza... ¿por qué lo ilusioné vanamente? No lo había hecho con mala intención, pero de igual forma me sentía como una vil traicionera.
-Alexander... lo siento tanto... -susurré con verdadera pena, mirándolo a los ojos-. Fuiste tan bueno con mi hermana y conmigo, y yo...
-Tú fuiste mi alegría, Hanna, y te lo agradezco de todo corazón -aseguró con una agria sonrisa-. Aceptaste casarte conmigo, incluso ibas a hacerlo... pero yo no podía permitirlo. Y, ¿sabes? No me arrepiento.
Miré a Alexander con admiración, con sorpresa a la vez. Aún no entendía cómo podía ser tan noble, tan buena persona.
-Hubieras sido muy infeliz a mi lado, lo sé -admitió con una voz estable, aunque notaba que por momentos le costaba hablar-. Y yo habría sido muy egoísta si te hubiese retenido, sabiendo que nunca me amarías. Me ilusioné con la idea de formar una familia contigo y con tu hermanita, no puedo negarlo. Pero consumar ese hecho hubiera sido una fatalidad de mi parte, porque tu corazón no me pertenecía.
Bajé la mirada de nuevo, sintiéndome diminuta ante aquel joven; era un ser tan bueno y comprensivo, que aún no podía creerlo.
-Alexander, no sé qué decir... -susurré en un hilo de voz-. Eres una persona increíble, nunca conocí a nadie tan bondadoso como tú -alcé la vista, mirándolo-. Gracias. Muchas gracias por ser tan bueno... pero tú merecías algo mejor.
El joven de ojos color esmeralda sonrió de lado, suspirando.
-Me brindaste con momentos inolvidables, Hanna, y verdaderamente fui muy dichoso los meses que estuviste a mi lado -llevó su mano hasta mi mejilla, acariciándola levemente-. Tu compañía fue el mejor regalo que tuve desde hacía años, no lo dudes nunca. Así que no te preocupes, y sé feliz.
Mis ojos estaban aguados. Las palabras de Alexander habían atravesado los poros de mi piel, llegando hasta el más recóndito lugar de mi corazón. Era tan triste que todo terminara así. ¿Por qué tuvo que enamorarse de mí, sufriendo ahora inevitablemente? ¿Y por qué su nobleza era tanta, que aún sonreía cuando decía esas palabras que sin duda mataban su alma?
Tomé aire, tratando de no llorar, y observé de nuevo al desdichado joven.
-¿En qué momento planeaste todo? -me atreví a preguntar-. ¿Cuándo decidiste que la boda nunca se celebraría, y en qué momento se te ocurrió reunirme con Mark?
Mi voz había sonado apresurada, lastimera ante esas preguntas. Alexander me observó con gran nostalgia, y cuando creí que no iba a responderme, lo hizo.
-Fue el día anterior a nuestra boda -aseguró-. Era muy temprano, y aunque apenas había dormido por los nervios, estaba inmensamente feliz. Pensé que aún no te habías levantado, así que fui a llevarte el desayuno. Pero antes de abrir la puerta, escuché un llanto desolador, aterrado, lleno de sufrimiento. Sabía que eras tú, y también sabía la razón de ese llanto desesperado.
Entrelacé mis manos, sin saber qué decir. Era cierto. El día antes de la boda, me había despertado con una sensación de terrible ansiedad y desesperación. No pude reprimir el llanto ahogado que debió difundirse por toda la habitación, al punto de que Alexander lo escuchase estando tras la puerta.
-Gracias por todo lo que me diste, Hanna -susurró el joven, rompiendo el silencio que yo era incapaz de deshacer-. Eres una muchacha muy hermosa, la mejor que he conocido nunca -alzó sus manos hasta mi nuca, acercando su cabeza a la mía, y plasmó un tierno beso sobre mi frente-. Hasta siempre, Hanna -sonrió, mirándome a los ojos-. Cuídate mucho... y recuerda: sé feliz.
Me quedé hipnotizada ante sus palabras, completamente inmovilizada. Luego, cuando quise reaccionar y decirle algo, él ya se había alejado varios metros de mí.
Solo podía ver su silueta, que poco a poco se desvanecía entre los arbustos de la calle, y que de un momento a otro desaparecía por completo de mi punto de visión...
Después de varios segundos donde mi mente confirmó que ya no podía hacer nada más, me di la vuelta con la intención de entrar a la casa. Sin embargo, un pequeño sobresalto alborotó mi cuerpo al toparme con alguien de frente.
-M-Mark -susurré, mirándolo con sorpresa.
-Lo siento -dijo en un suspiro-. El tiempo se estaba haciendo muy largo sin ti, por eso preferí salir para ver si ya habías terminado. Aún estabas hablando con Alexander... y no pude evitar quedarme escuchando.
Mi boca se abrió inconscientemente ante sus palabras, al igual que mis ojos.
-Alexander es un hombre de gran nobleza -admitió, aunque no podía asegurar el sentido en que lo dijo-. Te dejó ir, a pesar de que estaba enamorado de ti. Te dejó ir... para que fueses feliz.
Tragué saliva, algo desconcertada. Las palabras de Mark sonaban sinceras, no irónicas cómo había llegado a pensar. Sin embargo, el tono de su voz denotaba algo de tristeza.
-Alexander tiene un gran corazón, así es -afirmé-. Gracias a él, al fin estamos juntos... -alcé mi mano hasta su pelo, acariciándolo con cautela-. Pero, ¿no te ha molestado lo que has escuchado, verdad?
Mark se quedó en silencio, negando finalmente con la cabeza.
-No, no me ha molestado -contestó-. Pero... me ha hecho pensar.
-¿Pensar? -pregunté con extrañeza-. ¿Qué?
Un suspiro agotador fue lo único que pude escuchar de sus labios, dando paso a un largo silencio que, a pesar de que seguramente no duró más de un minuto, me pareció una eternidad.
-Quizás hubiese sido mejor que te quedases con Alexander -respondió de repente, haciéndome palidecer.
-¿Qué... qué dices?
-Él es una buena persona, y te puede ofrecer lo que yo no puedo -contestó al instante, horrorizándome-. Tiene dos ojos para ver, puede protegerte cuando lo necesites y ser el apoyo que yo jamás podré ser para ti -soltó un suspiro-. Puede que ahora no lo notes... pero con él tu vida sería mucho mejor, Hanna, esa es la verdad.
Un cúmulo de sensaciones abrumadoras comenzaron a aflorar en mi cuerpo, haciéndolo temblar. No podía creer lo que estaba escuchando de los labios de Mark, no lograba entenderlo. Estábamos tan felices, juntos al fin después de tanto tiempo... y ahora me decía esto. Definitivamente, no concebía aquellas palabras que acababa de oír.
-¿Es una broma lo que acabas de decir, verdad? -pregunté entre temblores, mirándolo con los ojos humedecidos.
-No lo es -respondió como si nada, como si se encontrara en otra galaxia, en algún tipo de trance-. Alexander te dejó ir porque no quería ser egoísta... -susurró-. Pero, yo... ¿no lo estoy siendo también, atándote a mí, que ni siquiera te puedo ver?
Sentí que todo mi cuerpo hervía al escucharlo, que mi corazón latía tan rápido, tan aterrorizado, que en algún momento iba a pararse. Sus palabras eran como cuchillos clavándose en mi alma, como punzadas que atravesaban mi piel y llegaban hasta mis huesos, rompiéndolos en pedazos y dificultando que mis piernas sostuviesen el peso de mi cuerpo.
-Sí, eres un egoísta... -susurré entre lágrimas, tapando mi boca con mis manos-, claro que lo eres. Yo te quiero con todo mi corazón, con cada pedazo de mi alma, con todo mi ser... He sufrido tanto tu ausencia, y te necesito tanto... No podría vivir nuevamente sin ti, ¿sabes? -lloré con intensidad, agachándome sobre el suelo-. Si me alejas de ti... creo que moriría. ¿Acaso serías tan egoísta?
Hundí mi cabeza entre mis piernas, dejando que innumerables lágrimas mojasen mi rostro. Las palabras de Mark habían sido atroces, así lo sentía. No podía entender su comportamiento. ¿Por qué, ahora que todo iba tan bien, tenía que sacar a relucir ese tema que carecía de sentido? Yo lo quería a él, solo a él. Y si él no podía ver, yo sería sus ojos. Y si yo me encontraba en apuros, su amor sería suficiente para socorrerme. No era necesario crear ningún abismo, porque yo no lo percibía. Nos amábamos, y eso era lo único importante... lo que ganaba a todo.
De un momento a otro, sentí el roce de una piel que me tocaba. Alcé la cabeza, observando las manos inquietas y temblorosas que pasaban por todo mi cuerpo, llegando hasta mis mejillas humedecidas. Respiré con profundidad, tratando entonces de calmarme un poco.
Agachado frente a mí, el rostro desencajado de Mark me transmitía sensaciones difíciles de describir. Parecía como si de un momento a otro hubiese reaccionado, como si estuviese enormemente arrepentido de todo lo que había dicho, como si hubiese vuelto en sí.
Tomó mi cabeza entre sus dos manos, apoyando luego su frente contra la mía.
-Me he vuelto loco... -susurró con extrema ansiedad-. Lo siento tanto, tanto... -pude percibir que una lágrima resbalaba por su cara-. Jamás te dejaría, jamás desearía que fueras de otro, jamás querría que te alejaras de mí... -su voz descompuesta me rompió en pedazos-. Jamás dejaría que te fueras de mi lado... porque yo también moriría sin ti.
Lentamente lo rodeé entre mis brazos, aferrándome luego a su cuerpo con fuerza. Nuestras respiraciones agitadas tomaban aire al mismo tiempo, y nuestros corazones desbocados latían juntos al son del desenfreno. Después de la tormenta de sentimientos desesperanzadores, había llegado la calma embriagadora. Al fin, todo se había estabilizado después de la locura momentánea que por un instante nos invadió sin precedentes ni avisos certeros.
-Hanna, eres mi vida... y nunca renunciaría a ti -aseguró con la voz algo desgastada, aunque más tranquilo-. Pero... -se separó un poco de mí-, he tomado una decisión.
Tragué saliva, asustándome.
-¿Qué decisión? -pregunté con inquietud, mirándolo fijamente.
-Voy a operarme.
Sentí que todo mi cuerpo se heló al escuchar eso, que mi corazón se paró por un momento.
-¿De qué estás hablando? -pregunté, aterrada y confundida, ante lo que mis oídos habían escuchado.
-Quiero verte, protegerte, velar por ti como lo haría una persona normal... como lo haría todo un hombre -me congelé ante su respuesta, quedándome inmovilizada-. Sé que me quieres aunque no pueda verte, que tu amor es infinito, así como el mío... pero yo quiero estar completo, quiero estarlo para ti.
El impacto que esas palabras habían producido en mí era indescriptible. Mi cuerpo se había llenado de un sudor frío que me recorría internamente, y mi garganta se había secado de repente, impidiendo que pudiese vocalizar una sola palabra. Miraba a Mark, y su rostro era sereno, decidido, serio. Y yo, no lo podía asimilar.
-Es una locura... -logré decir en un hilo de voz, mirándolo con miedo-. Sería una operación muy peligrosa, donde las probabilidades de éxito serían mínimas... tú mismo lo dijiste una vez -alcé mi mano temblorosa hasta su hombro-. Por favor... olvídate de eso.
Mark se quedó inmóvil, en silencio, pensativo. Estaba segura de que mis súplicas lo harían entrar en razón, de que desistiría de esa idea tan absurda. Aunque sus ojos no tuvieran luz, tenía una vida, y no podía arriesgarla de esa manera. No, porque si yo lo perdía, mi existencia también se acabaría.
-Lo has entendido, ¿verdad? -pregunté, nerviosa e impaciente-. Yo te quiero así... y vamos a ser muy felices. No necesitamos nada más, de verdad. Dime que lo entiendes, ¿sí?
Mark tomó mis manos con firmeza, tornando una leve sonrisa que me llenó de alivio. Todo había sido nuevamente una locura momentánea, solo eso.
-Hanna, mi vida -dijo en un tierno susurro, estremeciéndome.
-¿Sí? -contesté, bastante más tranquila ante su actitud.
-Nada me hará cambiar de opinión... -aseguró, logrando que los poros de mi piel se erizasen-: voy a operarme.
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