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50. Dejando todo atrás

Capítulo 50

Dejando todo atrás

                                                                                                       ...

Me desperté sobre una cama de sábanas rosadas, entrecerrando los ojos ante la luminosidad que entraba por la ventana. Podía escuchar el canto de los pájaros, un leve viento que golpeaba el cristal, y unos pasos que se acercaban hasta el cuarto donde me encontraba.

Me levanté de golpe, tomando conciencia de la realidad. Había pasado la noche en una habitación que no era la mía, en una casa que no me correspondía, en un lugar relativamente lejano al que siempre vivía.

Me sobresalté al escuchar que tocaban a la puerta, que el sonido de una mano la golpeaba con suavidad. Tragué saliva, respirando con profundidad, y respondí a dicha llamada que comenzaba a inquietarme a pesar de ser natural.

—Adelante —susurré con la voz más estable que pude.

Bajé la mirada al notar que se acercaba, al percibir su presencia cada vez más cercana a la mía.

—Buenos días —me saludó con cordialidad—. ¿Has pasado una buena noche?

Alcé la cabeza lentamente, encontrándome con sus ojos verdes que me observaban. Por un momento quise correr, escapar ante la incertidumbre y vergüenza que sentía por lo sucedido la noche anterior, pero finalmente decidí armarme de valor.

—Buenos días... —correspondí a su saludo con timidez—. He pasado una buena noche, muchas gracias por su hospitalidad.

—Ya veo —asintió con cierta melancolía, observándome con profundidad—. Y supongo que esos ojos tan húmedos e irritados no pueden decir lo contrario, ¿verdad?

Palidecí ante esas palabras, sintiéndome aún más avergonzada de lo que ya estaba. Era cierto. Mis ojos estaban dañados, no había cerrado los párpados en toda la noche y la almohada de la cama donde había dormido era un mar de lágrimas.

—¿Puedo saber la causa de tu tristeza? —me preguntó de repente, sobresaltándome—. Debe ser algo muy duro para que te encuentres así.

—B-Bueno, en realidad yo...

—Aquella vez que nos encontramos parecías una chica muy feliz —me interrumpió—. Ibas con tu novio, y por lo que veo te cuidaba mucho. ¿Ha pasado algo con él? ¿Por eso estás así?

Bajé la mirada ante sus palabras, sin saber qué responder. Esa primera vez que nos encontramos, Alexander conoció a Mark. Yo misma le comenté que era mi novio, incluso que era ciego. Y luego nos llevó a la mansión, de la cual parecía recordar aún la dirección.

—¿Te ha hecho algo? —me preguntó, esta vez con más seriedad—. ¿Acaso se ha atrevido a propasarse contigo sin tu consentimiento? ¿Es eso?

—¡N-No, claro que no! —exclamé con angustia—. É-El nunca me haría daño, nunca lo ha hecho... ¡Yo soy quién le destruyó la vida!

Comencé a llorar con verdadero sentimiento al decir esas palabras, sintiéndome morir al recordar al hombre que tanto quería, y al que al mismo tiempo le había desgraciado la existencia.

—Tranquila, cálmate... —me susurró con una voz conciliadora, posando una de sus manos sobre mi hombro—. No puedo imaginarme qué cosa tan grave puedas haberle hecho... pero estoy seguro que todo puede tener arreglo.

—N-No, no tiene arreglo... —musité entre llantos—. P-Por mi culpa Mark no puede ver... P-Por eso mismo no lo merezco, ni puedo volver a verlo, n-ni...

Pero no pude continuar. No cuando noté que sus brazos me rodeaban, que trataban de transmitirme algún tipo de consuelo, que intentaban proporcionarme una calidez que en ningún instante pude encontrar.

                                                                                                       ...

MARK

Todo era oscuro, turbio, horriblemente tenebroso. Las horas habían pasado, ella no había aparecido, y mi alma entera se estaba asfixiando. Debía haber amanecido, pues sentía el calor de los primeros rayos que entraban por la ventana, pero mi corazón estaba completamente roto y devastado ante la angustia que no pasaba.

Hacía apenas unas horas que me había ido a mi habitación. Quise pasar toda la noche en la sala, esperando que de un momento a otro ella apareciera, que regresara a mis brazos y me dijese lo mucho que me extrañaba.

Pero eso no ocurrió. Hanna no había vuelto, no estaba conmigo como yo tanto deseaba, no se encontraba a mi lado para besarme y decirme que me amaba.

Sus palabras expuestas en aquella carta no podían ser borradas de mi mente, no podía dejar de recordarlas. Ella me había dicho que me amaba con todo su corazón; no era un “te quiero”, como tantas veces nos dijimos, sino una frase cargada de un sentimiento mucho más profundo.

Un sentimiento que ambos habíamos sentido siempre, pero que nunca nos atrevimos a gritar en viva voz.

Y que ahora no iba a ser posible de realizar por mucho que nos lo pidiera el corazón...

Suspiré con verdadero abatimiento, disponiéndome a salir del cuarto. Caminaba con torpeza, sin saber realmente donde me encontraba, con la mente saturada y un dolor tan punzante que me mataba.

Finalmente encontré el picaporte.

Abrí la puerta, saliendo de la habitación, comenzando a caminar por el pasillo que siempre era negro tan negro y oscuro como la angustia de mi corazón. Iba agarrado a las paredes, desorientado como nunca, rezando para que al llegar a la sala me encontrase con una buena noticia.

—¡Mark, hermano!

Me sobresalté al escuchar esa voz. Era cercana, y en cuestión de segundos iba acompañada de un contacto que me agarraba.

—Carol, ¿eres tú? —pregunté con ansiedad, deteniéndome ante sus brazos que ahora me aguantaban—. ¿Has sabido algo? ¿La han encontrado? ¿Hay alguna pista de su paradero?

Mi voz había sonado angustiada, desesperada, incluso asustada. Sin embargo, a pesar de eso, mi hermana no daba señales de responder.

—Carol, dime lo que sea, por favor... —supliqué—. Necesito saber si...

—No, hermano, lo siento... —contestó finalmente—. No hay rastro de Hanna.

Y tras esas palabras me sentí en el mismísimo infierno.

                                                                                                       ...

SHARON

Me encontraba en la cocina, preparando el habitual desayuno mientras escuchaba los gritos impotentes del hijo adoptivo de los señores. Mark estaba mal, eso era un hecho. Parecía desolado, desesperado al no poder hacer nada, descontrolado ante el dolor que debía sentir con la ausencia de esa chica que tanto anhelaba.

Era extraño, pero ese sufrimiento no me reconfortaba ni me alegraba en ningún sentido.

En otra situación, me hubiese encantado verlo destrozado, hundido por gozar de todo lo que no le pertenecía.

Él, que no llevaba la sangre de los señores, y que aún así disfrutaba de todos los lujos...

Sin embargo, en estos momentos no era así.

Decidí continuar con mi labor de cocina, tratando así de distraerme un poco de esos pensamientos. Comencé a pelar ingredientes, troceándolos después, degustando alguno que otro mientras preparaba ese manjar que minutos más tarde disfrutarían los integrantes del hogar.

Estaba terminando de comerme una fresa, de esas que tanto me habían gustado siempre, cuando el sonido inquietante de un timbre logró descomponerme.

¿Quién sería? ¿Hanna quizás? ¿Habría vuelto?

Me limpié rápidamente las manos con un paño húmedo, dudando por unos instantes ante la identidad de esa persona, pero tras unos instantes reaccioné y caminé hasta la puerta principal.

La abrí, y me quedé por completo impresionada.

—¿Tú...?

—Buenos días, hermosa —me saludó una voz llena de algún tipo de ternura, de una que me llenó de escalofríos y sentimientos que apenas podía descifrar.

Lo miré con detenimiento, absorta en su imagen que tras varios días había tenido que imaginar en mi mente por la falta de no poder verlo. Sus cabellos rubios, alborotados como siempre, y sus ojos tan claros que parecían transparentes como un vaso de agua, eran una verdadera perdición que me obligaban a observarlo. Era inevitable no adorarlo.

—¿Puedo pasar? —me preguntó, sonriendo con amplitud.

—Sí, claro —contesté al instante—. Pasa.

El chico me acompañó hasta la cocina, callado en todo el pequeño trayecto hasta que llegamos. Ahora nos encontrábamos solos, sin nadie a nuestro alrededor, sumidos en un silencio tan profundo que por momentos me hacía querer desaparecer de su punto de visión.

Su visita me alegró, pero también me llenó de rabia por tantos días de desaparición.

—¿Cómo estás, hermosa? —me preguntó de repente, mostrando de nuevo su sonrisa reluciente—. Te he echado mucho de menos estos días, en ningún momento he dejado de pensar en ti —cogió una de mis manos, agarrándola con la suya—. Tú también me has extrañado, ¿verdad?

Lo miré incrédula, tratando de disimular la gran dicha que me proporcionaba sentir el roce de su piel contra la mía.

—Creí que ya te habías olvidado de mí —le recriminé—. ¿Ya te aburriste de alguna de tus conquistas casuales? ¿Por eso has vuelto a buscarme?

El chico me observó con cierta confusión, aunque tras unos segundos volvió a sonreír.

—¿De qué te ríes? —pregunté, algo irritada—. ¿Para eso has venido, para burlarte de mí? ¿Para qué has...?

Pero ninguna palabra más pudo salir de mi boca. No cuando Eric se abalanzó sobre mí, atrapando mis labios con los suyos, sumiéndome en un beso tan pasional como lleno de ternura que me hizo estremecer de forma sobrenatural.

—Para esto he venido —susurró con una voz aterciopelada que calmó mis ansias en cuestión de segundos—. He venido para besarte, para ver esos ojos que tanto me encantan, para acariciar tu rostro de muñeca de porcelana. He venido por ti, para decirte que te deseo... para que sepas que no eres ninguna aventura sino la chica a la que quiero.

Me quedé inmóvil por varios minutos, resguardada entre sus brazos mientras sus palabras retumbaban en mi mente sin cesar. Quería decirle que yo también sentía lo mismo, que me llenaba de felicidad su confesión, que sus besos eran el sentimiento más hermoso que jamás había experimentado en el mundo, que me moría por decirle lo mucho que me gustaba su presencia y la dicha tan inmensa que significaba para mí estar a su lado. Pero no lo hice. Simplemente me quedé callada, cerrando los ojos para sentir su contacto con más intensidad, sonriendo ante lo feliz que me sentía por su cariño que parecía ser real.

No necesitaba decirle nada, no rompería este silencio sepulcral donde los hechos hablaban más que las palabras...

                                                                                                        ...

HANNA

Miraba hacia el suelo constantemente, tratando de desviar la mirada del chico que no dejaba de observarme. Me sentía nerviosa, apenada, muy inquieta y avergonzada; no había nada que me tranquilizara.

Aún no entendía cómo, ni por qué... pero le había contado todo. Estaba inmensamente desesperada, ahogada en un profundo dolor, y su insistencia por querer ayudarme me instaron a revelarle la causa de mi huída de la mansión.

Suspiré con angustia, alzando un poco la mirada. Alexander se encontraba a mi lado, sentado sobre la cama, con una expresión perdida que en ningún momento pude entender lo que significaba.

Él trató de consolarme de todas las maneras posibles. Me aseguró que yo no tenía la culpa de ese accidente, que no había razón para que me sintiese culpable, que todo podría arreglarse si yo volvía con Mark en estos instantes.

Pero le respondí que eso no era posible, que nunca regresaría, que deseaba cerrar ese tema que tanto me dolía.

Y él pareció entenderlo, pues el silencio se hizo presente en ese mismo momento...

—Entonces... ¿de verdad no piensas volver?

Me sobresalté al escuchar su voz nuevamente, al percatarme de que su mirada continuaba siguiéndome. Giré la cabeza, correspondiendo con cautela a sus verdes ojos que tampoco transmitían un ápice de felicidad, y suspiré profundamente antes de contestar.

—No, no volveré... —dije en un susurro apagado—. Buscaré algún lugar donde mi hermana y yo podamos vivir, hoy mismo me pondré a ello. Quizás encuentre otra casa donde necesiten empleada, donde acepten a Lucy para que se quede conmigo, donde...

—Quédate aquí.

Esas palabras me inmovilizaron por completo, al grado de quedarme por varios segundos en silencio.

—¿C-Cómo? —logré preguntar finalmente, observándolo alarmada.

—Hanna... —susurró mientras se levantaba de la cama, colocándose de rodillas frente a mí—. Tú eres una chica desamparada, con una hermana pequeña a tu cargo a la que debes mantener. No tienes un trabajo, ni un lugar donde vivir, ni esperanzas de encontrar un empleo donde también acepten a Lucy... —hizo ademán de coger mis manos, pero finalmente se retractó—. Y yo... Yo soy un hombre solitario, que habita tristemente en una casa tan grande como el vacío que a veces siento, que únicamente cuenta con la compañía de animales de ganado y plantaciones que a pesar de ser hermosas no comprenden mis adentros.

Lo miré absorta, sin posibilidad de poder decir nada, sintiéndome cohibida ante su verdosa mirada.

—Solo tienes que decirme una palabra... —continuó diciendo—. Solo tienes que decirme que aceptas, y serás recibida en esta casa con las puertas abiertas.

—Y-Yo... —traté de excusarme de alguna forma—. Y-Yo no...

—No soy una mala persona, te lo puedo asegurar —me interrumpió—. Además, esto sería una ayuda para ambos. Tú y tu hermana estarían resguardadas, y yo no me sentiría tan solo en esta casa —me miró con insistencia, con súplica—. Por favor, quédate.

Me quedé por completo paralizada ante esas palabras. Alexander me estaba ofreciendo su hogar, me estaba pidiendo que me quedara.

¿Qué debía hacer?

Él parecía una buena persona, su mirada me lo decía. Por alguna razón, estaba segura de que también pasaba por alguna difícil situación, que se encontraba inmerso en una tristeza tan profunda como la mía. Sin embargo, ¿debía aceptar su propuesta?

Tomé aire, cerrando los ojos por unos instantes mientras trataba de recapacitar. Yo amaba a Mark con todo mi corazón, deseaba con toda el alma estar a su lado, me moría por verlo y estrecharlo entre mis brazos.

Pero la realidad no me lo permitía, yo era la culpable de su desdicha y jamás lo merecería.

Solo me quedaba olvidar, dejar todo atrás, empezar una nueva vida.

—Está bien, joven —contesté con una voz débil y quebradiza—. Nos quedaremos en su casa.

El chico sonrío levemente, asintiendo.

Yo, sin embargo, me sentí morir en ese momento.

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