46. Recuerdos dolorosos
Capítulo 46
Recuerdos dolorosos
Una angustia demasiado grande inunda mi pecho, haciéndome difícil la tarea de respirar. Todo es oscuro a mi alrededor, las nubes están cargadas de lluvia y el ambiente es verdaderamente aterrador. No puedo imaginarme la vida sin él, no quiero hacerlo, pero todo se ha derrumbado de repente y no hay camino de regreso. Me desprecia, ha descubierto una gran verdad que nos separa para siempre, que nos hace incompatibles y nos daña con solo mirarnos. Nos alejamos, el dolor es tan grande que mata, pero ya no hay marcha atrás. Nunca volveremos a estar juntos.
Nunca. Nunca. Nunca.
—¡No, por favor, no...!
Un sobresalto me hizo levantarme de golpe, haciendo que mi corazón latiese a una velocidad descomunal y que un grito desesperado saliese de mi boca.
Comencé a abrir y cerrar los ojos lentamente, mirando con cuidado todo el entorno que me rodeaba. Estaba en mi habitación, en mi cama, con el osito de peluche justo a mi lado.
Suspiré con fuerza, con alivio, con ganas de llorar. Todo había sido un sueño, no era la realidad.
Traté de tranquilizarme, pero no pude. Había tenido una pesadilla horrible, una que seguramente nunca olvidaría, que me atormentaría día tras día con la sola idea de que se convirtiera en real.
Había soñado con el desprecio de Mark, con una separación mutua, con un adiós definitivo que nos separaba para siempre.
Ya había pasado mucho tiempo desde que no tenía esas pesadillas. Creí que nunca más volverían, que jamás regresarían para atormentarme y horrorizarme de la misma manera en que lo habían logrado en este momento... pero al parecer me había equivocado.
No entendía por qué. Mi relación con Mark era perfecta, ambos nos adorábamos con el alma y vivíamos muy felices juntos, sin ningún problema a nuestro alrededor que pudiera afectarnos. ¿Qué razón había entonces para esa pesadilla?
Cerré los ojos por un instante, volviéndolos a abrir de inmediato. Lucy dormía profundamente, con Mimosa a su lado, con una sonrisa que delataba unos dulces y amorosos sueños nada parecidos a los míos.
Me encontraba deprimida, triste, muy asustada. A pesar de que me repetía a mí misma que nada de ese sueño era real, sentía una gran angustia en mi pecho, una punzada y un presentimiento de que algo horrible podría ocurrir el día de hoy.
Respiré profundamente, tratando de nuevo de tranquilizarme. Nada podía pasar, todo estaba bien... pero aún así tenía que asegurarme.
SHARON
Acostada sobre mi cama, con una sonrisa tonta que desde hacía años no mostraba mi rostro, y con miles de mariposas que revoloteaban mi estómago. Era cursi, extremadamente cursi, pero así mismo era como me encontraba en estos momentos.
Desde que Eric me besó, todo a mi alrededor había cambiado radicalmente. No sabía con exactitud si eso era bueno, o tal vez malo... pero me gustaba.
Sus palabras tan dulces me llegaron al corazón, sus caricias me enternecieron el alma, y su mirada tan transparente y pura me hipnotizó por completo. Me dejé llevar por su beso, disfrutando cada pedazo de sus labios, dejando en plena libertad los sentimientos que ya no pude ocultar un minuto más.
Lo quería, eso era un hecho... pero aún me costaba imaginar que pudiésemos tener una relación.
Después del beso nos quedamos en completo silencio. Únicamente nos miramos, con inquietud y gran reserva, nerviosos ante el hecho que acababa de ocurrir.
Luego de unas horas, y después de pelear varios minutos con el médico a mi cargo, me llevó a la casa, asegurándome que nadie se había enterado de lo sucedido.
Eso me calmó bastante, pues me horrorizaba el hecho de que alguien supiese lo que traté de hacer, los pensamientos que pasaron por mi cabeza tras ver miles de cristales rotos sobre el suelo, los cuales me sirvieron como arma para atentar contra mi vida.
Me volví loca por la desesperación, por eso cometí ese acto. Sin embargo, y a pesar de no saber aún lo que iba a ocurrir conmigo, me aliviaba el hecho de contar con él; con mi chico salvador de ojos claros, al que sin duda comenzaba a echar de menos en estos instantes.
Me levanté de la cama, dirigiéndome hacia el pequeño tocador junto a mi mesita de noche. Mi cabello negro estaba tan liso como siempre, y me llegaba hasta el final de mi espalda. Mis ojos azules, tan intensos como las aguas del mar, me hacían recordar a los de ese señor que era mi padre, y a los de esa chica que era mi media-hermana.
Minutos antes de que llegara Eric para salvarme, había pensado en ellos, en la tristeza y rabia que me producía mi partida sin que supiesen la verdad. Ahora tenía la oportunidad de hacerlo, pero tampoco estaba segura de dar el paso.
Suspiré con resignación, pensando en lo cobarde que era en realidad. Quizás Hanna no era tan culpable como siempre quise verla, probablemente ella no se ganó a la familia con mala intención, seguramente no era esa persona hipócrita y calculadora que siempre pensé.
Bajé la mirada hasta mi mano, concretamente hacia mi muñeca, observando el vendaje que aún envolvía mi herida con suavidad. Le tuve que decir a María que me corté sin querer mientras troceaba los ingredientes para la cocina, pues de ninguna forma me atrevía a revelarle la verdad. Ella se asustaría mucho, de eso estaba segura, y me haría un sinfín de preguntas que preferiría no contestar.
La culpa, la tenía este uniforme rosita, que dejaba mis brazos al descubierto a pesar de que nos encontrábamos muy cerca del invierno. Al menos, y por suerte, dentro de la casa no hacía nada de frío, pero cada vez que tuviese que salir, era indudable que llevaría un abrigo sobre mis hombros. Porque mi piel, mi hermosa y blanquecina piel, jamás sería dañada por nada ni nadie.
Caminé de nuevo hacia mi cama, sentándome sobre ella. Ahí, mis pensamientos volvieron a centrarse en mi salvador, en el ángel de mis sueños, en el chico de ojos claros que se volvió mi perdición.
Una perdición, sin duda, que no dejaría escapar bajo ninguna condición.
HANNA
A pesar de que nuestras habitaciones estaban juntas, me costó más de diez minutos abrir la puerta donde se encontraba mi amado. Lo pensé mucho antes de entrar, meditándolo miles de veces en mi cabeza, pero la preocupación y angustia que sentía eran tan grandes, que fue inevitable que mis piernas, aunque temblorosas, se moviesen hasta introducirse en el cuarto.
—¿Eres tú, pequeña? —su dulce voz, acompañada de una tierna sonrisa, me hicieron suspirar de alivio.
—Sí, soy yo... —contesté con timidez, caminando despacio hasta llegar a su lado.
Mark se encontraba sentado sobre su cama, al parecer, recientemente levantado. Su pelo estaba algo revuelto, y su pijama gris, de tela bastante fina, cubría un cuerpo estilizado que me hacía sonrojar al mirarlo.
—Buenos días, mi princesa —me saludó, tomando mis manos mientras me sentaba a su lado—. ¿Cómo has dormido?
Esa pregunta me hizo volver a recordar la pesadilla, haciéndome palidecer.
—¿Ocurre algo? —preguntó, frunciendo el ceño.
Bajé la mirada, negando con la cabeza y pensando que quizá era una tontería contárselo.
—¿Hanna? —apretó mis manos, algo inquieto—. ¿Qué te pasa, pequeña?
—Mark... —lo miré a los ojos, a esos ojos que no me veían pero que parecían tener vida a pesar de ello—. Tú... ¿nunca me dejarías, verdad? No hay ninguna razón por la cual podamos separarnos, ¿verdad que no?
Se quedó inmóvil ante mis palabras, completamente callado. Sus manos continuaban agarrando las mías, aunque con menos solidez, y su sonrisa pasó a convertirse en una expresión de extrañeza y desconcierto.
—Pequeña... ¿por qué dices eso? —preguntó finalmente—. ¿Cómo piensas que pueda haber alguna razón para separarnos? —acarició mis manos con suavidad, tornando una sonrisa conciliadora—. Nada nos separará jamás, no existe la persona ni la cosa que pueda hacerlo. Nosotros nacimos para estar juntos, y nadie podrá deshacer este amor tan bonito de sentimos.
Lo miré embelesada, con una sonrisa que me hizo suspirar, con los ojos aguados por lágrimas de emoción. Las palabras de Mark eran tan hermosas, tan sinceras, tan llenas de ternura y cariño... que era imposible que no me llegaran al corazón.
—Gracias —susurré, mirándolo fijamente.
—¿Gracias? —preguntó, sin borrar su dulce sonrisa—. ¿Por qué, princesa?
—Por decirme esas cosas tan bonitas... —confesé—... Por quererme tanto, por hacerme tan feliz, por ser el hombre de mi vida... Gracias por todo.
Mark sonrió ampliamente ante mis palabras. Luego me abrazó con fuerza, estrechándome contra su pecho, haciendo que los latidos de su corazón fuesen escuchados por mí, y que su piel bajo su fina ropa me calentara y llenara de una pasión infinita.
Nos quedamos abrazados por unos largos minutos, sintiéndonos, acariciándonos, llenándonos de tiernos besos que yo deseaba que nunca se acabaran.
De repente, las manos de Mark llegaron a mi rostro. Sus dedos comenzaron a recorrer cada una de mis facciones, pasando lentamente por ellas con gran cuidado y suavidad.
Me estremecía, sus caricias me estremecían de sobremanera, haciendo que mi corazón palpitase con fuerza y que mi cuerpo temblase.
—Tus labios... —comenzó a susurrar, pasando sus dedos con suavidad—... Tu nariz... —continuó, subiendo sus manos—... Tus grandes y hermosos ojos... —dijo con extrema dulzura, sonriendo cariñosamente—. Tu...
—Cicatriz —afirmé, notando sus dedos sobre ella—. Mi cicatriz en el lado izquierdo de mi frente.
Mark se quedó en total silencio ante mis palabras. Bajó sus manos, desvaneciendo el contacto de mi rostro, quedándose inmóvil por unos segundos.
—Me gustaría tanto agradecerle a esa persona que te salvó... —comentó de repente—... Gracias a ese ser humano, hoy estás aquí conmigo, haciéndome el hombre más afortunado del mundo, el más dichoso del planeta.
—Mark... —musité, mirándolo fijamente.
Mark tornó una media sonrisa, buscando mis manos con ansias, llenándolas de su calor.
Hacía meses que le había contado sobre el nacimiento de mi cicatriz, sobre esa persona que me salvó. En realidad, nunca le había dicho los detalles, pues para él era suficiente el hecho de saber que estaba bien, que gracias a alguien estaba viva, y que únicamente era una marca lo que yacía sobre mi frente, y que no me ocurrió una tragedia de la cual pude haber acabado mucho peor.
—Sabes... Yo también salvé a una persona en una ocasión —comenzó a decir, captando toda mi atención—. Bueno, en realidad no estoy seguro de que ahora mismo esté bien... pero hice lo posible por salvarla.
Lo miré sobresaltada. Sus ojos invidentes estaban perdidos, tristes, dando la sensación de que un recuerdo doloroso estaba pasando por su mente.
—Mark... —susurré, tomando su mano con suavidad.
—Iba de camino a la universidad, con mi mochila sobre los hombros, feliz por el nuevo curso donde al fin comenzaría con las prácticas de medicina... —lo observé fijamente, su voz era quebradiza y débil, pero lo suficiente firme para proseguir—... Me paré sobre la acera, aguardando el cambio de luz en el semáforo, esperando que todos los coches se detuviesen para avanzar... Y, luego...
—Mark, tranquilo... —susurré, agarrando sus manos con más fuerza y a la vez suavidad—... Si es algo que te duele, que te cuesta contar... no lo hagas.
—No, Hanna, quiero hacerlo... —contestó—... Es cierto que me duele, y pronto vas a descubrir la razón... Pero necesito sacar estos recuerdos de mi alma, revelarlos, contártelos a ti, que eres persona a la que más quiero en el mundo...
Lo miré con extrema inquietud. Su expresión era triste, melancólica, con un aire depresivo que empezaba a afectarme a mí también.
—El semáforo estaba a punto de cambiar... —continuó—... Una luz intermitente avisaba a los vehículos para que comenzaran a detenerse, para que dejasen el paso a las personas... —suspiró, cerrando sus ojos con fuerza—... Luego, ocurrió algo que cambió mi vida para siempre...
Sentí una especie de horror al escuchar esas palabras, un temblor frío que me heló. Lo observé fijamente, con miedo, pero con una gran intriga que me obligaba a instarlo a continuar.
—¿Q-Qué ocurrió...? —pregunté, con una voz tan entrecortada como temblorosa.
—Una persona cruzaba rápidamente la carretera... —prosiguió, con un tono mucho más apagado—... El semáforo ya estaba en verde, pero se detuvo en medio de esta al ver un coche que avanzaba demasiado rápido... —lo miré con inquietud, gran con angustia—... Entonces... un impulso me hizo correr hasta ella, tratar de salvarla de ese vehículo que no parecía tener la intención de parar...
Mark se detuvo por unos instantes. Estaba claro que recordar eso le dolía demasiado, y por alguna extraña razón, más allá de mi amor por él, yo sentía un profundo terror ante lo que a continuación me iba a revelar.
—Quise salvarla... —volvió a decir—... Fui en su ayuda, la agarré entre mis brazos y traté de avanzar rápidamente con ella... pero ya fue demasiado tarde.
—¿P-Por qué...? —pregunté con un gran miedo, con una profunda angustia que hacía temblar mis manos sobre las suyas.
—Porque ese coche... nos atropelló.
Palidecí ante esas últimas palabras, temblando con más insistencia, dando un vuelco sobre mí misma. Esa historia se parecía demasiado a una que conocía, los hechos se asemejaban mucho, mucho...
—Nunca pude saber qué pasó con esa chica... —dijo en una especie de susurro, haciéndome sobresaltar—... Después de que el coche nos empujara, caímos al suelo con brusquedad, con un impulso tan fuerte que nos tumbó sin siquiera darnos cuenta... —lo observé con lágrimas en los ojos, con gran horror e incertidumbre—... Lo último que pude recordar, fue que la agarré fuerte entre mis brazos, tratando de salvarla hasta el último instante... Luego, el golpe que recibí en la cabeza me dejó inconsciente... y ciego para siempre.
Mi corazón se aceleró de sobremanera al escuchar esas palabras, todo a mi alrededor comenzó a dar vueltas, y una angustia inmensa me hizo palidecer. Estaba horrorizada, inmóvil, tan asustada como nunca. Mark me acababa de contar el acontecimiento más doloroso de su vida, me había revelado el accidente donde perdió la vista, donde la luz de sus ojos se transformó en oscuridad para siempre. Y esos hechos eran... eran...
—M-Mark... —musité, mirándolo con miedo—... ¿H-Hace cuánto ocurrió eso?
No contestó. Al parecer, ni siquiera había escuchado mi pregunta, pues estaba sumido por completo en esos recuerdos tan angustiosos que marcaron su vida para siempre, en esos que lo hundieron en la tristeza y amargura durante tanto tiempo.
—¿Q-Qué? —preguntó finalmente, algo desorientado y con una voz casi tan débil como la mía.
—¿C-Cuándo ocurrió eso? —volví a preguntar, esta vez con más desesperación—. ¿H-Hace cuántos años? ¿Q-Qué día? ¡¿E-En qué lugar?!
Comencé a sollozar, abrumada y muy angustiada. Mark pareció asustarse ante mis gritos, y comenzó a buscar mi mano, la cual había retirado yo misma segundos atrás.
—¿Q-Qué ocurre, Hanna? —preguntó con gran desconcierto, agarrando mi mano con fuerza.
—¡D-Dímelo, por favor! —volví a gritar con desesperación—. ¡P-Por favor, necesito saberlo todo!
Mark parecía muy desconcertado ante mis preguntas. Su expresión denotaba confusión, angustia, gran inquietud. Me agarraba ansiosamente con sus manos, tratando de calmarme y entenderme, pero desgraciadamente eso era algo imposible.
—¡P-Por favor, necesito que me cuentes todo...! —exclamé de nuevo, tragando las lágrimas que caían sin cesar hasta mis labios—. T-Te lo suplico... C-Cuéntamelo...
Mark se quedó inmóvil por varios minutos, temblando al igual que yo, trastornado seguramente por mis gritos y llantos descontrolados. Su rostro estaba sudoroso, su expresión era de gran amargura y confusión, y varios suspiros ahogados salían de su boca sin cesar.
—Ocurrió cerca del puente de Londres, hace casi tres años... —comenzó a decir, haciendo que un dolor intenso me atravesara el corazón—... Era un día nublado, una mañana fría donde todos iban abrigados, donde las calles estaban adornadas por las luces de la cercana navidad... —palidecí ante esas últimas palabras, sintiéndome morir—... Debían ser las siete de la mañana, quizás un poco más... Unos copos de nieve comenzaron a caer, un viento fuerte comenzó a soplar, una chica se lanzó a la carretera sin mirar... y todo se acabó para mí.
Un silencio abrumador inundó toda la habitación, unos latidos desenfrenados me hirieron por dentro, y unos escalofríos erizaron toda mi piel sin control.
Miré a Mark con un miedo infinito, con el rostro lleno de lágrimas, con un horror que jamás había vivido en toda mi existencia. Sentía que me moría, de verdad lo estaba sintiendo. Apenas podía respirar, un nudo inmenso se había creado en mi estómago y mi garganta, y una ansiedad infinita me estaba carcomiendo el alma.
Cerré los ojos por unos segundos, rezando para que esto no fuese verdad, suplicando para que este dolor tan grande que estaba sintiendo desapareciese y todo volviese a la normalidad.
Lloré con desesperación al abrir de nuevo los ojos, observando todo a mi alrededor. Mark a mi lado, con su mano temblorosa aún sobre la mía, con los ojos llorosos y una expresión de profunda tristeza tras haberme contado los hechos de ese terrible accidente donde perdió la vista.
Era real, desgraciadamente esos hechos eran completamente reales...
Retiré mi mano, deshaciendo el contacto bajo la suya, retorciéndome de dolor al mirar sus ojos sin vida que también lloraban al recordar el día más espantoso de su vida.
Me levanté, con mi cuerpo inseguro y débil me levanté de la cama y comencé a dar pasos hasta salir de la habitación. Mark me llamaba, me preguntaba por qué me iba, me volvía a decir que me quedase a su lado... pero no lo hice.
Salí del cuarto, cerré la puerta tras de mí y me dejé caer sobre el suelo. Entonces comencé a llorar con una angustia y un dolor infinito, respirando aceleradamente mientras sentía que todo a mi alrededor se derrumbaba, se caía y se despedazaba a la vez.
Alcé mi mano hasta mi frente, tocando mi cicatriz, quedándome en completo estado de shock durante varios minutos.
Mark había salvado a una chica que cruzaba aceleradamente una carretera, la sostuvo entre sus brazos para protegerla, pero el golpe que se llevó fue tan fuerte lo dejó ciego para siempre...
Y esa chica, dios mío... esa chica era yo.
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