43. Confesiones
Capítulo 43
Confesiones
Me levanté de la cama sobresaltada. Tenía sueño, mis ojos no deseaban abrirse pero igualmente algo me hizo despertar. Me estiré, bostezando a la vez que hacía un esfuerzo sobrenatural para que mis párpados respondieran ante los rayos del sol y a los inminentes gritos de... mi hermana.
Parpadeé varias veces, frotándome los ojos soñolienta. La noche anterior había dormido poco, pues Mark y yo dedicamos el tiempo a conversar sobre nuestras cosas, mimándonos y recibiendo el habitual y mutuo cariño con el que vivíamos tranquilamente desde el último incidente.
Todo estaba perfecto entre nosotros. Ahora, lo único extraño y confuso del día, eran las voces de mi hermana que apenas podía comprender por la rapidez en la que hablaba.
—Lucy, nena... —dije, mirándola a ella y luego al reloj sobre la mesita de noche—... Son las ocho de la mañana, y es sábado... ¿qué ocurre?
Mi hermana parecía realmente angustiada. Se encontraba frente a mí, y no paraba de mover sus manos a la vez que me explicaba algo que aún no lograba entender.
—A ver, Lucy, cálmate —le dije suavemente, acomodando uno de sus dorados cabellos por detrás de su oreja—. Háblame más despacio, y quizás entienda lo que me quieres decir, ¿vale?
—Mimosa... —vocalizó finalmente—. Mimosa no...
—¿Sí? ¿Qué ocurre con Mimosa? —pregunté con extrañeza—. ¿Ya le has dado de comer?
—¡Mimosa no está! —exclamó finalmente, bastante nerviosa.
Miré alrededor de la habitación, algo confusa aún, levantándome de la cama para caminar sobre el suelo y mirar mejor.
Era cierto, la gatita no estaba.
Volví hacia donde se encontraba mi hermana, y me agaché a su altura, mirándola algo inquieta.
—Lucy, ¿has salido de la habitación esta mañana, antes de yo despertar?
—Sí... —contestó, algo pensativa—... He salido para preguntarle a María por el desayuno porque tenía hambre.
—Y... ¿no has cerrado la puerta, verdad? —pregunté, haciendo que me mirase a los ojos.
Mi hermana dudó por unos instantes, al parecer haciendo memoria.
—No me acuerdo... —musitó finalmente, agachando la cabeza.
—Bueno, no te preocupes —sonreí, tratando de calmarla—. Ahora mismo salgo a buscarla. Mimosa es una gatita muy tranquila, así que no creo que haya ocasionado ningún desastre. Tú quédate aquí, que enseguida vuelvo, ¿está bien?
—Sí, Hanna —contestó con firmeza, asintiendo con la cabeza—. Te esperaré.
Besé tiernamente su mejilla, queriendo darle seguridad y consuelo, y salí de la habitación.
Una vez fuera, saqué a flote mi pequeña inquietud. Era cierto que el pequeño animalito era completamente inofensivo y dócil, pero no quería imaginarme que hubiese tirado alguna de las vasijas que había sobre los muebles de la sala, armando un estropicio que pusiese a los señores en duda sobre mi responsabilidad.
La gatita siempre se había quedado en nuestra habitación. Desde que la traje el primer día, hasta hoy, por lo que nunca había merodeado por ningún otro lugar.
Por eso mismo, me preocupaba un poco no saber dónde se encontraba.
Caminé rápidamente por el pasillo, mirando todos los alrededores. Las puertas de las habitaciones estaban todas cerradas, por lo que no tuve que detenerme a entrar en ninguna.
Pensé un poco, y los lugares a dónde el pequeño animal pudo tener acceso, eran la sala y la cocina, que eran los únicos sitios donde la entrada era libre, sin necesidad de abrir una puerta.
Tomé aire, quedándome algo más tranquila. Lo más seguro, era que nada hubiese pasado, y que simplemente estuviese echando la siesta en uno de los cómodos sofás.
Con esa idea en la cabeza, me dirigí hasta la sala, mirando todos sus alrededores.
Me encontraba inspeccionando que todo estuviese en su lugar, que ninguna vasija se hallara rota en el suelo, y que ninguna sorpresa adornara la tierra de las plantas de interior que habían junto a las ventanas.
Estaba concentrada, asegurándome que las cosas seguían en su sitio, cuando, de repente, un grito aterrador me hizo sobresaltar.
Miré hacia atrás, dándome la vuelta. Los gritos eran intensos y horripilantes, y provenían de un lugar muy cercano a donde yo me encontraba: la cocina.
Al principio me quedé paralizada, sin saber qué hacer. Luego, haciendo un gran esfuerzo y llena de miedo, caminé lentamente hasta llegar al lugar de dónde provenían esos chillidos tan escalofriantes y desgarradores.
Me asomé a la entrada de la cocina, con el corazón en un puño, abriendo los ojos como platos al observar la escena que me rodeaba.
No podía creerlo. La persona que estaba gritando, que parecía sumida en la histeria y el descontrol, y que sollozaba en busca de algún tipo de ayuda... era Sharon.
Se encontraba de espaldas a mí, y sus gritos estaban llenos de dolor y padecimiento. No paraba de llorar, de gritar, de lamentarse por alguna razón que no lograba comprender.
—¿S-Sharon? —pregunté, acercándome lentamente hacia ella—. ¿Qué ocurre? ¿Estás bien?
La chica no respondió. Simplemente se dio la vuelta, quedando justo frente mí.
—¡Dios mío! —exclamé, llevándome las manos a la boca—. ¿Q-Qué te ha pasado en la mano? ¿C-Como te has hecho eso?
Sharon tenía la mano ensangrentada. Sus dedos, su muñeca, y una parte su brazo derramaban un líquido rojizo verdaderamente aterrador.
—S-Sharon, c-cómo...
—¡Ha sido ese animal! —gritó, señalando una esquina de la cocina donde nos encontrábamos—. ¡Esa cosa me ha destrozado la mano!
Desvié la mirada hacia dónde Sharon me había dicho, observando horrorizada dicho animal.
No podía creerlo, no... Era Mimosa.
—N-No puede ser... —musité, mirando al pequeño animalito sentado sobre el suelo—... N-No puede ser cierto, e-esa gatita es incapaz de hacer algo así...
—¡Pues lo ha hecho! —gritó de nuevo, sin dejar de sollozar—. ¡Se ha lanzado hasta mí, se ha colgado de mi mano y me ha hecho una raja inmensa! ¡¿Acaso no ves toda esta sangre?!
Me quedé completamente inmóvil, aterrorizada, como si estuviese inmersa en una pesadilla sin sentido. Mimosa era un animal muy tranquilo, incapaz de atacar a nadie... ¿cómo había podido ocurrir esto?
Los gritos de Sharon me hicieron regresar de mi abstracción, volver a la situación tan surrealista y atemorizante que estaba viviendo.
La chica lloraba sin parar, retorciéndose de dolor ante la sangre que resbalaba por su brazo, cerrando los ojos para reprimir gritos punzantes que debían ocasionarle la abertura de su piel en profundidad.
—D-Déjame que te ayude... —musité, tomando con nerviosismo un paño limpio del mueble cercano y acercándome a ella con la intención de cortarle la sangre mediante un nudo.
—¡No, aléjate! —gritó, dejándome paralizada—. ¡No necesito tu ayuda, todo ha sido por tu culpa!
—P-Pero...
—¡Llévate a ese animal ahora mismo! —exclamó, respirando aceleradamente—. ¡Sácalo de la casa!
Me quedé en completo shock ante sus palabras. La sangre continuaba en su brazo, la tensión era inminente, los sollozos ahora eran de ambas.
—¡Hanna, tienes que llevártelo! —volvió a gritar—. ¡¿Acaso no ves lo que me ha hecho?! Además... si no lo haces, cuando los médicos revisen mi herida y tenga que contarles lo sucedido, van a hacer algo peor con él. ¡¿Prefieres eso?!
De nuevo me quedé paralizada, sin saber qué decir. El líquido rojizo que corría sobre su brazo era impactante, sus palabras hirientes, su expresión llena de angustia y amenaza.
—Y-Yo n-no...
—¡Llévate ahora mismo a ese animal! —volvió a gritar, clavando sus ojos llenos de lágrimas en los míos—. ¡Si no lo haces, ya sabes lo que va a ocurrir!
—¡P-Pero...!
No pude decir nada más. Sharon se fue, desapareció por completo de mi vista y me dejó con la angustia más grande de mi vida.
Miré a Mimosa, que se encontraba sentada sobre el suelo de la cocina, expectante de mis lágrimas que concurrían sin parar.
Me acerqué hasta ella temblorosa, agachándome para tomarla entre mis brazos con miedo. La pequeña gatita estaba tranquila, algo inquieta por las anteriores voces, pero tan calmada y sumisa como siempre.
Aún no podía asimilar lo que había pasado. No podía creer que ese pequeño animalito que ahora tenía en mis manos, hubiese atacado a Sharon de esa manera, hasta el punto de desgarrar su piel para transformarla en un río de sangre.
No quería creerlo, no podía... pero los hechos hablaban por sí solos. Yo misma había visto con mis propios ojos la mano de Sharon, el líquido rojizo que resbalaba por todo su brazo.
Volví a observar a Mimosa con pesar, con gran tristeza. Su pelaje blanco era tan suave, y sus azules ojitos tan cálidos y acogedores, que por más que lo pensaba, no encontraba una explicación a lo sucedido.
Me quedé varios minutos mirándola, dejando que lágrimas resbalaran por mi rostro.
Tenía que llevármela, no lo deseaba pero tenía que hacerlo.
—¡Hanna! —una voz me sobresaltó—. ¿Te ocurre algo?
—Marlene... —sollocé, mirándola con extrema tristeza—... E-Es horrible, h-ha ocurrido algo espantoso...
Marlene se acercó más a mí, preocupada, instándome a sentarme en una de las sillas para que le contara lo sucedido.
Y así mismo lo hice. Me costó, pero finalmente pude vocalizar cada palabra del acontecimiento tan aterrador que había vivido.
—¡Pero eso no puede ser, Hanna! —exclamó Marlene, mirándome con firmeza a mí, y luego a la pequeña gatita, que aún sostenía entre mis brazos—. ¡Mimosa es completamente inofensiva, nunca haría algo así!
—L-Lo se... a mí también me pareció muy raro... —musité—. P-Pero es verdad, y-yo he visto con mis propios ojos la mano de Sharon...
Marlene se quedo impactada ante todo lo que le conté. Ella no podía creer lo sucedido, había convivido con el pequeño animal lo suficiente como para conocer su extrema dulzura y tranquilidad, y por eso mismo todo le parecía tan irreal como a mí.
Sin embargo, todo era real. Una cruda realidad...
Me retiré con la gatita en mis manos hacia el cuarto. No sabía cómo, pero tenía que decirle a mi hermana lo sucedido, contarle que Mimosa tenía que irse de la casa.
Entré en la habitación lentamente, aún con lágrimas en los ojos, con el pequeño animal entre mis brazos.
—¡Hanna! —Lucy corrió hasta mí nada más verme—. ¡Has encontrado a Mimosa, sí!
—N-Nena... —quise contarle el futuro de ese animal, que ya no estaría nunca más con nosotras, pero las palabras simplemente no me salían.
—¡Bien, bien, Mimosa está de vuelta! —exclamó con alegría, quitándome al pequeño animal de mis brazos para cogerlo y acurrucarlo contra su pecho.
Lucy caminó hasta su cama, llevando al pequeño animal con ella para posarlo a su lado. Estaba feliz, no paraba de besar al animal, de acariciarlo efusivamente, de abrazarlo en señal de todo ese cariño que siempre le había inspirado.
Suspiré, tratando de que mis lágrimas cesaran, de que un poco del dolor que estaba sintiendo se esfumara. Pero no, todo era inútil. La gran angustia que sentía no se iba, estaba clavada en mi pecho y no daba indicios de desaparecer.
—L-Lucy, n-nena... —musité, acercándome a ella lentamente—. E-Escúchame, tengo algo importante que decirte...
—¡Hanna, mira lo que hace Mimosa! —exclamó, sin hacer caso de mis palabras—. ¡Está lavando mi mano con su lengua! ¿Verdad que es porque me quiere mucho?
Sentí que más lágrimas resbalaban por mi cara tras esas palabras. Mi hermana estaba tan ilusionada, tan feliz con ese animal... Siempre lo había cuidado, ella se encargaba cada día de darle de comer, de darle cariño y ofrecerle todos los cuidados necesarios que la pequeña gatita reclamaba. Y lo hacía con todo gusto, con toda la felicidad del mundo porque la quería con todo su corazón.
—Lucy... Mimosa se tiene que ir.
No sé cómo pude vocalizar esas palabras, pero finalmente lo hice.
—¿Se tiene que ir? —preguntó, algo extrañada, aún sin mirarme—. ¿Ya es tiempo de su vacuna? ¿O vamos a llevarla de paseo?
Tragué saliva, sentándome sobre la cama donde se encontraba hermana jugando con el animal.
—Nena... —alcé una de mis manos, tocando su hombro para que me mirase—... Mimosa... se tiene que ir de esta casa para siempre... No vamos a ponerle una vacuna, ni vamos a sacarla a pasear... Solo vamos a despedirnos de ella... porque me la tengo que llevar.
Lucy me miró entonces, quedándose completamente callada. Parecía desconcertada ante mis palabras, y daba la impresión de que las repetía en su mente para buscar una explicación... una que seguramente no encontraba.
—¿Se tiene que ir... para siempre? —repitió, mirándome asustada—. No lo entiendo. ¿Por qué?
—P-Porque... —dudé por unos segundos, pero finalmente hablé—. Mimosa ha hecho algo malo... le ha hecho daño a Sharon... en su mano... por eso nos la tenemos que llevar.
Lucy entrecerró sus ojos, mirándome con cierta incredulidad.
—¡Eso no es cierto! —exclamó finalmente—. ¡Mimosa es buena, muy buena! ¡Nunca haría daño!
—Es cierto, nena... —suspiré—... Mimosa es muy buena, siempre lo ha sido... Pero algo le ha pasado, no entiendo qué... pero lo ha hecho... y ahora se tiene que ir.
Mi hermana contempló a Mimosa por unos segundos, que se revolcaba dulcemente sobre las sábanas de la cama, buscando nuestra atención.
—¡No, eso no puede ser cierto! —volvió a decir, realmente asustada— ¡Mimosa no ha hecho eso! ¡No se puede ir!
—Lucy, por favor...
—¡No, no te la vas a llevar...! —exclamó, tomando a la gatita entre sus brazos mientras sus ojitos color miel se aguaban sin cesar—. ¡Yo quiero a Mimosa, la quiero mucho, y nunca se irá de mi lado!
Sentí que el corazón se me partía en dos. Mi hermana lloraba, abrazando al pequeño animal en busca de un refugio donde nadie se lo pudiera robar, esperando que todo fuese un sueño del que en cuestión de segundos despertaría para volver a la realidad.
Pero la realidad era esta, y nadie la podía cambiar.
Dejé que pasaran varios minutos, que Lucy abrazara por unos segundos más al pequeño animalito, que lo sintiera en sus brazos por unos últimos instantes.
Sabía que ella nunca me la entregaría, que por ningún motivo la pondría en mis manos por las buenas... Entonces no tuve más remedio que hacerlo, no tuve otra opción que quitársela de los brazos, aunque eso me rompiese el alma.
—¡Lo siento, Lucy...! —se la arranqué, se la quité de sus brazos—... ¡Lo siento, lo siento mucho...!
Mi hermana se quedó impactada, con los ojos llenos de lágrimas, con el cuerpo más tembloroso que nunca había visto en mi vida.
Me dolió, me dolió en el alma... pero salí por la puerta de la habitación con la gatita para llevármela.
...
Lloré en todo el transcurso del camino. Mis lágrimas casi tapaban mi visión, pero aún así continué corriendo, dejando atrás todo el pasillo hasta llegar a la puerta de la casa.
Me detuve ahí por unos instantes. Aún podía escuchar el llanto desesperado de mi hermana, el dolor tan grande que ahondaba su corazón en estos instantes... Pero era algo imposible. Por más que yo quisiera, ya no había marcha atrás.
Con la gatita sujeta entre mis manos, abrí la puerta de salida, aún sin la idea de dónde llevarla.
Estaba a punto de salir, dando el primer paso, llenándome de dolor.
—¡Hanna, espera, no lo hagas! —una voz desenfrenada y llena de apuro me detuvo, haciendo que me diese la vuelta en ese instante.
Era Marlene. Parecía alterada, cansada, como si hubiese venido corriendo a toda velocidad hasta donde yo me encontraba.
—Marlene... —musité— Y-Ya me lo voy a llevar...
—¡No, no lo hagas Hanna! —exclamó, hablando aceleradamente—. ¡No puedes hacerlo, todo esto es una mentira!
La miré por unos instantes, extrañada. Su corto pelo estaba algo alborotado, y su extrema ansiedad era más que evidente.
—¿Qué quieres decir? —pregunté con un hilo de voz, entrecerrando los ojos.
—¡Todo es una completa farsa! —volvió a asegurar—. ¡Mimosa no ha hecho nada! ¡Sharon no está herida! ¡Todo es mentira!
Me quedé inmóvil por unos segundos. Había escuchado esas palabras, pero no las asimilaba, no podía entenderlas.
—¡Hanna, créeme, nada de eso es verdad! —gritó con desesperación, haciéndome reaccionar—. Sharon ha utilizado algo, un líquido para ponerlo sobre su brazo, no sé... ¡Pero la gatita no ha hecho nada!
—¿C-Cómo...?
—Dame a Mimosa —me sugirió, algo más calmada—. Voy a llevarla hasta tu habitación, donde debe estar. He escuchado los gritos de la pobre Lucy, debe estar muy angustiada... se la voy a llevar.
Me quedé en trance durante los últimos minutos. Marlene ya tenía a Mimosa entre sus brazos, y yo ni siquiera me había dado cuenta.
—Hanna... —me susurró antes de retirarse—... Ve a verla, compruébalo con tus propios ojos. Ve con Sharon y date cuenta de la realidad, de su engaño.
Marlene se fue, y yo me quedé completamente paralizada.
Aún no podía asimilar todo eso que me había dicho. ¿Todo era un engaño?
Yo misma había visto ese líquido rojizo tan aterrador, creyendo que verdaderamente era sangre, una sangre que estaba saliendo del brazo de Sharon tras una abertura profunda en su piel. Sin embargo, ahora... ¿todo era mentira?
Sentí una especie de furia, de dolor inexplicable, de inmensa confusión.
Sharon había cambiado, desde hacía meses se había convertido en una buena chica, lo había demostrado... ¿todo había sido una farsa?
No podía creerlo. Todo era tan confuso, tan irreal... Tenía que comprobarlo por mí misma, eso era lo que tenía que hacer.
De esa forma, armándome de valor, caminé rápidamente hasta la habitación de Sharon, rezando para que todo esto fuese simplemente una confusión, donde ni ella me había engañado, ni donde la gatita le hubiese arañado.
Llegué hasta la puerta, exhausta de correr y atormentarme al mismo tiempo, y tras varios minutos intacta, abrí la puerta sin tocar.
Sharon estaba dentro, sentada sobre la cama, con una especie de sonrisa que desapareció justo cuando levantó la cabeza al verme.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, levantándose de la cama—. ¿Ya has sacado a ese animal?
Me acerqué muy despacio a ella, sin responder a su pregunta, dando pasos tan cortos como inseguros.
—Era lo mejor, Hanna, te lo aseguro...
—¿Me puedes mostrar tu mano? —dije, observando el vendado que la envolvía.
—¿Mi mano? —inquirió, alzándola hacia arriba—. ¿No la ves? Ha tenido que ser vendada por los médicos, los cuales, por cierto, me han dicho que he estado a punto de desangrarme y que...
—¡No mientas! —exclamé—. ¡Tu mano no está desangrada, Mimosa no te ha hecho nada!
Sharon se quedó inmóvil ante mis palabras. Ambas nos encontrábamos frente a frente, haciendo que una tensión demasiado peligrosa inundara la habitación en pocos segundos.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, frunciendo el ceño—. ¿Acaso insinúas que te he mentido, que he inventado todo?
Bajé la mirada, algo insegura. ¿Y si Marlene se había equivocado en cuanto lo que había visto?
—Hanna, ¿no viste toda la sangre de antes? —volvió a decir, haciéndome dudar—. ¿La viste, verdad?
Suspiré, verdaderamente acalorada por la situación. Sharon me observaba con entereza, y sus palabras eran demasiado firmes como para ser inciertas.
La miré. Lo hice una y otra vez, pero sus ojos no daban señal de arrepentimiento, lo cual indicaba que no estaba mintiendo.
Inconscientemente, mis ojos rodaron por toda la habitación. Nunca había entrado al cuarto de Sharon, y ahora que me encontraba en él, y en un estado de completo nerviosismo, observar el inmueble era lo único que mi organismo me dejaba hacer.
En realidad no me centraba nada, tan solo perdía mi mirada entre las cosas para tratar de evitar un poco la tensión. Sin embargo, justo cuando mis ojos pasaron por encima de la mesita de noche, que se encontraba junto a la cama, muy cerca a dónde nos encontrábamos, vi algo que me hizo detenerme.
Lo observé con cierto recelo y miedo. Eso que estaba viendo, ese recipiente de color rojo sobre la mesita, me hacía recordar la mano ensangrentada de Sharon que minutos antes había visualizado.
Estaba a punto de retirar la mirada de dicho recipiente, pero, de alguna forma, una voz interna me instó para que caminara hasta él.
Sharon se tensó al verme caminar, al moverme de dónde me había quedado anclada por varios minutos desde que llegué. Y, cuando vio que exactamente me dirigía hacia ese bote, una voz de alarma salida de su propia boca me hizo darme cuenta de las cosas.
—¡Espera, a dónde vas!
Su voz no me hizo detenerme, sino todo lo contrario. Tomé el recipiente entre mis manos, examinándolo lentamente, abriendo la boca en señal de asombro ante lo que me estaba imaginando.
Era un bote de Ketchup, de esos que utilizábamos en la cocina para incluir en los platos de pasta, de esos tan rojizos y espesos que fácilmente parecían sangre cuando mi hermana se llenaba la cara al comer.
Unos sentimientos llenos de rabia, extrañeza, furia, resentimiento, dolor... mucho dolor, se apoderaron de mí en ese instante, haciéndome reaccionar casi por impulso.
—¡¿Qué haces?! —gritó la chica, quedándose paralizada al ver cómo yo misma estaba desenvolviendo las vendas de su mano sin previo aviso.
—N-No puede ser... —musité, abriendo mucho los ojos—... D-De verdad era mentira, todo era mentira...
Al desenvolver las vendas no había nada de sangre, ni una sola gota. Y eso podría ser normal después de haber limpiado la herida, pero... no había herida.
Ni una sola marca, ni siquiera un rasguño. En la mano de Sharon no había nada, estaba completamente sana.
—¿C-Cómo te has atrevido...? —comencé a decir, mirándola con un gran desconcierto—. ¿C-Cómo has podido inventar una cosa así? ¡¿Por qué?!
Sharon me observó con miedo, con angustia, con impresión. Se encontraba frente a mí, e indudablemente se sentía descubierta, pues ya ni siquiera podía reaccionar para defenderse.
—¡¿Por qué lo has hecho?! —volví a gritar, observándola con verdadera rabia—. ¡¿Por qué has inventado algo tan cruel, tan malicioso?! ¡¿Acaso estas mal de la cabeza?! —la chica me miró con un profundo desprecio en ese momento, pero igualmente seguí sin poder controlarme—. Se suponía que habías cambiado, que eras una buena persona... Pero ahora haces esto, ¿por qué razón? Y no me lo vas a negar ahora, porque lo he visto con mis propios ojos, ¡lo he visto y no puedes...!
—¡Cállate! —su voz me hizo pegar un salto, quedarme totalmente paralizada—. ¡Sí, lo he hecho, no lo voy a negar! ¡¡Y lo he hecho con todo gusto, con todo el placer del mundo!!
Tragué saliva, abriendo mucho los ojos. Sharon me miraba con odio, con un profundo odio. Sus palabras me hirieron en lo más profundo, saber por sus propios labios que tuvo la maldad de hacerlo me hirió de verdad.
—¿Ahora te quedas callada? —inquirió, tornando una especie de sonrisa llena de amargura.
—¿P-Por qué...? —logré vocalizar—. ¿P-Por qué, Sharon, por qué has hecho algo así?
La chica clavó sus intensos ojos azules en los míos, unos ojos que ahora pacerían mucho más oscuros de lo habitual.
—¿Por qué? —repitió, alzando las cejas, como si la respuesta fuera más que obvia—. ¿De verdad me estás preguntando por qué lo he hecho? ¿Realmente no lo sabes? ¿En serio eres tan estúpida para no saber...?
—¡No, no lo sé! —exclamé, descontrolada—. ¡No entiendo cómo has podido maniobrar algo así! ¡No entiendo cómo, si desde hace meses todo estaba bien entre nosotras! ¡No tengo la menor idea de...!
—¡Porque te odio! —gritó, haciendo que me quedara de piedra—. ¡Porque te odio, niña estúpida!
—¿Q-Qué dices...?
—¡Te desprecio profundamente, con toda el alma! —volvió a gritar, cerrando los puños con fuerza—. ¡Eres lo peor que me ha pasado en la vida, no sabes cuanto me irrita tu presencia, cuanto me altera! ¡Te odio! ¿Ya lo has entendido? ¡TE ODIO!
Sentí que un puñal se clavaba en mi corazón, que un sudor frío me congelaba el cuerpo, que toda la habitación se caldeaba ante esas palabras. Sharon estaba completamente alterada, perturbada, como una loca. Se refería a mí con un intenso odio, con uno que jamás me hubiese imaginado, con unas palabras tan rudas que sin quererlo me dolían. Ella había cambiado, lo había demostrado todo este tiempo... ¿qué le había pasado?
—¿Por qué vuelves a quedarte callada? —preguntó, clavando su mirada en la mía—. No me digas que no lo entiendes... ¡¿Aún no lo entiendes?! —negué con la cabeza, aterrada—. A ver, Hannita... Todos estos meses, donde me has visto como una buena chica, haciendo cosas como servirte con cordialidad, o llevar a tu querida hermana al colegio... ¡no eran ciertas!
Me quedé callada, completamente callada. Todo esto me parecía demasiado irreal, no podía hacer otra cosa que quedarme quieta, inmóvil, escuchando una serie de cosas que me sorprendían y asustaban a la vez.
—De verdad, Hanna, ¡qué tonta eres! —dijo con total cinismo, comenzando a reír de forma turbulenta—. Tú me dejaste llevar a tu querida hermanita todos los días al colegio, ¿creyendo que lo haría con una sonrisa en la boca? ¡Pues no! —tomé aire, un aire que comenzaba a faltarme—. De verdad, no sabes cuanto me hastiaba la idea cuando la señora me lo propuso... ¡pensé que iba a ser un completo martirio! Pero no, en realidad no lo fue, ¿sabes por qué?
La miré con aún más miedo, volviendo a negar con la cabeza. Sharon tenía una expresión tan alterada como nunca había visto, una intensidad de odio en su mirada que jamás había presenciado.
—Me divertí mucho —continuó, volviendo a sonreír—. Supongo que tu querida hermanita, te habrá contado lo contenta que estaba conmigo, ¿verdad? Seguro que te habrá dicho todas las cosas que hice por ella de camino al colegio, cuando extrañamente le ocurrían desgracias mientras caminaba.
—¿T-Tú...? —mi voz temblorosa, unida a unos pensamientos que deseaba no fueran ciertos, fueron interrumpidos antes de que pudiese continuar.
—¡Sí, yo! —exclamó, sonriendo ampliamente—. ¡Yo fui quién hizo que el camino de tu hermana hasta el colegio fuera un infierno todos los días! De verdad, no sabes lo mucho que me divertí... ¡Esa chiquilla estuvo al borde del llanto tantas veces! Bichos que aparecían en su cabeza, cordones de zapatos mal atados que se pisaba constantemente, desayunos aplastados y botellas que se derramaban en su mochila... ¡Fue divertidísimo!
—N-No puede ser... —logré vocalizar, sintiendo que todo el cuerpo me temblaba de rabia.
—Y espera, espera... —de nuevo me detuvo—. ¿Sabes qué era lo mejor? ¡Que yo quedaba como la buena ante sus ojos! Sí, tal como lo oyes. Yo era un ángel para tu hermana, ¡una chica dulce que la consolaba y la llenaba de cariño porque la quería mucho! ¿No es gracioso?
Sentí que la sangre comenzaba a hervirme, que mis músculos se tensaban, que un calor infinito me quemaba. Sharon le había hecho todas esas cosas a mi hermana, a una niña tan pequeña, tan inocente, tan buena y cariñosa.
Su risa continuaba, ella reía sin parar sin un ápice de arrepentimiento, disfrutando a lo grande al contarme todas las barbaridades que le había hecho vivir a una inocente criatura.
—¡Eres una desgraciada! —grité, agarrando salvajemente a la chica por los hombros—. ¡¿Cómo te has atrevido a hacer eso, cómo?! ¡¿Acaso te volviste loca?! ¡¿No estás en tus cabales, no...?!
—¡Suéltame! —exclamó con furia, deshaciendo mi agarre con sus manos mientras respiraba aceleradamente—. Vaya, finalmente muestras tu otra faceta... ¡no eres tan santa como haces parecer, verdad! —sentí ganas de agarrarle los pelos, incluso de golpearla, pero me contuve—. Querida Hanna... ¡¿Crees que eso es lo único que he hecho?! —clavó su mirada en la mía con más odio, con más repugnancia y malicia—. ¿Piensas que eso del colegio, que eso tan simple, es la única cosa que mi cerebro ha podido maniobrar en todos estos meses?
Me quedé inmóvil, la miré horror, me imaginé lo peor.
—¿Q-Qué quieres decir? —pregunté, sin querer pensar las que cosas quedaban por descubrir.
—A ver, por dónde podría empezar... ¡Ah, sí! —recogió hacia atrás uno de sus negros cabellos, luego continuó—. ¿Recuerdas ese disfraz de mariquita, ese tan vulgar e infantil, que apareció roto al día siguiente de elaborarlo? —me quedé con los ojos en blanco, claro que lo recordaba a la perfección—. Lo hiciste con tu amado cieguito, ¿verdad que lo recuerdas? Todos creyeron que la pobre gata que recogiste de la calle lo había roto, que el travieso animal fue el causante del destrozo. Pero no, no fue ella, ¿sabes por qué? ¡Porque fui yo!
—¿C-Cómo...? —mi voz sonó tan entrecortada y débil que ni yo misma pude oírla. El disfraz que Mark y yo hicimos para mi hermana con tanta ilusión, que apareció roto al día siguiente, había sido obra de ella, de Sharon. No, aún no podía creerlo.
—Y ese día que se te derramó el café del señor sobre la mesa, y que te regañó tanto... —continuó, haciéndome sobresaltar—... No sabes cuánto lo disfruté, cuánto lo viví. Eso también lo hice yo, por supuesto, aunque creo que ya lo sabías... Pero aún así es muy grato recordarlo, ¿no crees?
Estaba muda, completamente muda ante sus palabras. Todo esto era irreal, increíblemente nefasto, inmensamente humillante.
—Oh, espera... —otra sonrisa maliciosa escapó de sus labios, haciéndome palidecer—... Supongo que también sabías que yo le indiqué el camino al iluso y borracho de Eric para que abusara de ti... ¡Qué pena que llegara tu salvador! Me habría encantado que te hubieras sentido ultrajada, usada, que hubieras sentido el dolor y la humillación en carne propia, como te merecías.
Sentí mis ojos humedecer, mi cuerpo temblar, mi corazón a punto de salirse de mi pecho ante la rabia que estaba viviendo.
—Hanna, querida, otra cosita... —sus intensos ojos azules estaban llenos de maldad, de infinita crueldad—... ¿Por qué eres tan boba? —respiré, tratando de calmarme para no cometer una locura en su contra—. No debiste ponerte tan celosa con la pobre de Alison, ¿no viste que era un encanto de chica? Ella debía quedarse con Mark, ¡estaban hechos el uno para el otro! Me esforcé mucho para hacerme su amiga y confidente, ¿sabes? —abrí los ojos, mirándola con horror—. Sí, Hannita, yo le aseguré a Alison que tu adorado cieguito no tenía novia... ¡La arrastré a sus brazos para que lo conquistara!
Un balde de agua fría sobre mi cabeza, punzadas dolorosas en cada poro de mi cuerpo, rabia, dolor y lágrimas que aguaban mis ojos sin cesar.
Esto era demasiado, no podía creerlo. Ella, Sharon... ¿había sido la causante de ese incidente? ¿Fue por ella que estuve a punto de perder a Mark, creyendo que él había estado enamorando a la chica durante las clases por las mañanas?
Sentí que iba a morir, que no podía más con todo esto, que todo debía ser una pesadilla.
—Pero eso no es todo, querida, así que no te emociones —esas palabras me llevaron de nuevo a la realidad, rompiendo esa pequeña esperanza de que todo fuese un mal sueño—. ¿Te acuerdas de ese jarrón tan valioso que tu hermanita tiró al suelo, y que quedó hecho pedazos?
De nuevo me quedé inmóvil, mirándola con miedo.
—Mmm... A ver... —continuó—... Según la vista de todos, la traviesa niña le dio sin querer al jarrón con el codo cuando iba corriendo. Y eso es cierto, porque yo misma lo vi. Pero, ¿sabes qué es lo gracioso? que fui YO quien puso la refinada artesanía al borde del mueble.
Mis ojos se abrieron por completo ante esas palabras, haciendo que se llenaran de nuevas lágrimas. Ese día, donde mi hermana y yo lo pasamos tan mal, donde fuimos regañadas por el señor con tanta dureza... ¿Sharon fue la causante?
—P-Pero, c-cómo... —quise preguntar, demasiado confusa y desconcertada.
—¿Qué? ¿No me digas que aún no lo entiendes? —me sobresaltó de nuevo—. Yo sabía que la estúpida de tu hermana iba a salir corriendo para enseñarle el pulgoso animal a la señora, y aproveché el momento en que la vista de todos estaba puesta en la niña, y moví el jarrón de sitio. O, para ser más exactos, lo puse justo al borde, de forma que las posibilidades de que el jarrón fuese rozado, y por consiguiente, se tambaleara hasta caerse y hacerse mil pedazos, fueran totalmente satisfactorias.
Sentí que me derrumbaba, que todo a mi alrededor lo hacía.
Recordaba perfectamente los sucesos de ese día, ese en que llegaron los señores. Mi hermana estaba feliz, quería enseñarle la gatita a la señora, y por eso mismo fue corriendo para buscarla. Y Sharon... era cierto. Ella se encontraba justo en la entrada de la sala, justo al lado de ese mueble donde estaba el jarrón. Todos estábamos concentrados en los señores, en su llegada. Luego las cosas ocurrieron muy rápido, y en cuestión de segundos el jarrón estaba en el suelo.
Nunca entendí bien cómo pudo caerse ese jarrón, cómo pudo mi hermana, con su pequeño brazo, llegar hasta él con tanta facilidad para que se cayese.
Ahora tenía la respuesta, y no lo podía creer...
—¿Pero sabes que fue lo mejor, verdad? —su voz me hizo mirarla de nuevo—. Que por eso mismo, por el incidente del jarrón, ¡tu querida hermanita se tuvo que ir!
Palidecí ante esas palabras. Era cierto, mi hermana se fue de la casa por esa razón, siendo trasladada a un internado dónde escasamente podía verla, dónde otros niños la trataron mal, donde nuestras despedidas eran tan duras que dolían en el alma.
Y ella no tenía la culpa de nada, ¡Lucy no rompió ese jarrón!
—E-Estás loca, completamente loca... —musité con una voz temblorosa—. ¿C-Cómo pudiste hacer eso? ¡¿Cómo?!
—Esa niña me tenía cansada, no la soportaba —contestó con total tranquilidad—. Además, deseaba con todas mis fuerzas que tú sufrieras, y esa mocosa fue mi mejor vía.
Temblaba, todo mi cuerpo temblaba ante esas palabras tan crueles, no lo podía remediar. Deseaba que todo esto se acabara, pero no parecía tener fin.
—Quería que te fueras, que te largaras de esta casa, que no regresaras más... —de nuevo su voz me aterraba—... Pero no, no pudiste hacerlo, ¿verdad? Tuviste que ganarte la confianza de los señores, su cariño, ¡valerte de quién sabe qué mañas para ser aceptada como una más de la familia!
Mis lágrimas seguían corriendo, cada vez con más intensidad. Nunca en la vida me había sentido tan mal, jamás me había encontrado en una situación parecida, en ningún momento había presenciado una escena tan espantosa.
—He vivido un infierno todos estos meses... —murmuró, clavando su mirada en la mía con una rabia infinita—... He tenido que soportarte, haciéndome la buena chica, esperando el momento adecuado para actuar y sacarte de esta casa definitivamente...
No podía hablar, de mi boca no salían las palabras. Simplemente lloraba, dejaba que mis lágrimas inundaran toda mi cara sin parar.
—Por eso, después de verte tan feliz el día de ayer, después de que mi plan en cuanto al ciego y la profesora fallara... ¡no pude aguantar más! Usé a ese pulgoso animal, lo utilicé. Tú tenías que llorar desconsolada, llevártelo, sufrir como una condenada, ¡al menos eso me habría reconfortado! Luego, con otro de mis planes, te hubiese puesto de patitas en la calle junto con tu hermana, ¡así tendría que haber ocurrido todo el día de hoy!
Respiré aceleradamente, limpiando mis lágrimas con mis manos temblorosas, mirando a Sharon con un profundo desprecio y una rabia infinita.
—Pero a ver, no pongas esa cara... ¡¿No has conseguido ya lo que querías?! —sus ojos también estaban aguados, pero ninguna lágrima corría por su rostro—. ¿Ya me has descubierto, no? Ya sabes que todo ha sido una mentira mía, sabes todo lo que he hecho en tu contra... ¿por qué no corres a decírselo a los señores? ¡Vamos!
La tensión era inminente, aterradora, espantosa. Aún no podía asimilarlo, no podía creer todas esas cosas que Sharon había hecho, las acciones tan crueles que había cometido en nuestra contra.
La miré fijamente, buscando una razón a sus actos, queriendo salir corriendo antes de hundirme en las profundidades de su crueldad.
Pero no, no podía huir. Todo era demasiado grave, todas esas cosas no tenían perdón, no admitían excusas, no tenían justificación.
—E-Estás enferma... —musité, mirándola con miedo—... No estás bien, Sharon... ¡Todo eso que has hecho no es normal!
—¿No es normal? —inquirió, atacándome de nuevo con una mirada llena de resentimiento—. ¿No es normal querer defender lo que es mío? ¿No es algo normal cuidar lo que me pertenece? ¿Lo que debería estar disfrutando? Te odio, te odio con toda mi alma por querer arrebatarme todo lo mío. ¡Te odio, maldita!
Suspiré, cansada y abochornada con la situación. Me sentía verdaderamente mal, con un calor frío que no desaparecía de mi cuerpo porque cada vez me sorprendía más con cada cosa que escuchaba.
—No, Sharon... —contesté, limpiando mis restos de lágrimas con mis puños—... ¡Nada de lo que has hecho es normal! ¡Nada tiene sentido! —la miré fijamente, observando cómo su cuerpo también temblaba—. Y no entiendo tus palabras, no entiendo eso que dices... ¿Qué es lo que te pertenece? ¿Qué es lo que estás defendiendo? ¿Qué te he robado yo? ¿Qué? —inconscientemente, dejándome llevar por mi rabia, la agarré de nuevo por los hombros, zarandeándola mientras nuevas lágrimas resbalaban por mi rostro, dejando que una pregunta llena de dolor saliese de mi boca—: ¡¿Por qué me odias?!
La chica abrió mucho los ojos, observando con una especie de terror el agarre de mis manos sobre sus hombros. Sus ojos continuaban cristalizados, parecían aguantar lágrimas que no pretendían salir, y sus puños estaban cerrados fuertemente, conteniendo una rabia que parecía querer desbocar en cualquier momento.
—¿Por qué te odio? —preguntó finalmente, torciendo una mueca de incredulidad—. ¡¿No lo sabes, de verdad no lo sabes desgraciada?!
—¡No, no lo sé! —exclamé, sin soltar sus hombros—. ¡Yo nunca te he hecho nada, jamás me he metido contigo, en ningún momento te he molestado! —la miré con inquietud, con desesperación, con horror—. ¿Por qué entonces? ¡¿Por qué me odias, Sharon, por qué me odias tanto...?!
La chica comenzó a respirar aceleradamente, con una desesperación y rabia que jamás había visto, clavando sus intensos ojos en los míos.
—Te odio porque me has quitado todo lo mío... —comenzó a decir—... ¡Llegaste a esta casa como una empleada más, como una sirvienta! ¿Por qué no respetaste tu sitio? ¿Por qué no te quedaste en tu lugar? ¡¿No podías?!
Su mirada me mataba, me fulminaba. Un resentimiento demasiado grande albergaba el corazón de esa chica, uno que no podía entender.
—No, claro que no podías... —continuó, haciendo que de nuevo centrara toda mi atención en ella, en su voz tan amarga y llena de dolor—... Tú tenías que avanzar, ascender, ¡quedarte con todo lo que me pertenecía! —se desprendió de mi agarre con furia, dejándome inmóvil—. ¡Te convertiste en la novia del hijo de los dueños de esta casa! ¡Te los ganaste a todos con tu carita de niña buena, con tu hipocresía! ¡Te metiste a trabajar en una de las empresas más importantes del país sin siquiera tener estudios!
Todo mi cuerpo temblaba ante sus palabras, nuevas lágrimas caían de mis ojos, un inmenso dolor me atosigaba.
—¡Lograste que todos te adoraran, que te quisieran y te llenaran de amor! —continuó gritando con desesperación—. ¿Y yo? ¿Dónde quedo yo? —su voz era cada vez más inestable, más amarga, más quebradiza—. ¿Qué soy yo, una simple sirvienta, una criada más? ¡PUES NO, YO NO SOY ESO! —la miré con miedo, sus ojos se llenaban de lágrimas—. ¿Sabes quién soy yo en realidad? ¿Lo sabes? ¿Tienes una mínima idea?
Negué con la cabeza, demasiado asustada y confundida.
—¡SOY la que debería tener todo lo que tienes tú! ¡SOY la que tendría que estar disfrutando de todos esos privilegios de los que disfrutas tú! ¡SOY la persona que debería ser querida, besada, admirada por todos! —se acercó a mí, clavando su mirada en la mía con desesperación, respirando aceleradamente mientras cada parte de su cuerpo temblaba sin parar—. ¿Y sabes por qué? ¡¿Sabes por qué soy yo quien merece todo eso?!
—¿P-Por qué? —pregunté con una voz tan temblorosa como inestable, derramando lágrimas sin cesar, queriendo acabar con esta pesadilla de una vez, con todas estas confesiones que me estaban matando el alma.
—¿No lo adivinas, estúpida? —espetó, mirándome con odio—. ¿No lo puedes entender? ¿De verdad aún no lo entiendes? ¿De verdad...?
—¡¿Por qué?! —volví a preguntar, más desesperada que nunca—. ¡¿Por qué dices que todo debería ser tuyo?! ¡¿Por qué soy yo un obstáculo?! ¡¿Por qué...?!
—¡PORQUE YO SOY HIJA DEL SEÑOR JOHN!
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