42. Solamente mío
Capítulo 42
Solamente mío
Sentí que el corazón se me paraba, que un sudor frío me congelaba, que mis labios temblaban y mis ojos se aguaban sin cesar.
Había llegado a la casa, feliz tras un bonito día en la empresa, corriendo hasta la habitación de mi amado para darle un gran abrazo que le demostrara todo mi amor.
Llegué hasta su habitación, ilusionada, y abrí la puerta con la esperanza de correr a sus brazos.
Pero no pude. No, porque al abrir la puerta me quedé completamente paralizada, inmóvil, con una especie de dolor punzante que amenazaba con partir mi corazón en dos.
Quería darle un gran abrazo a Mark, esa era mi intención minutos antes. Sin embargo, lo que vi fue algo que rompió todos mis esquemas. Él ya estaba siendo abrazado, incluso besado... y no era por mí.
Era por su profesora.
Una especie de grito ahogado salió de mis labios, y unos sollozos irreprimibles parecieron captar la atención de ambos.
Me llevé las manos a la boca, horrorizada, tratando de limpiar con mis manos las lágrimas que descendían por mi cara.
No podía creerlo. Yo había confiado ciegamente en Mark, había hecho un esfuerzo descomunal para no entrometerme en sus estudios, en sus clases con esa profesora, evitando cualquier asunto que pudiese suponer una desconfianza de mi parte. Sin embargo, ahora... lo había encontrado muy acaramelado con esa chica, dejando que lo abrazara efusivamente y plasmara un beso infinito sobre su mejilla.
Mis lágrimas continuaban fluyendo por mi rostro, dando la sensación de que en pocos minutos se formaría un río bajo mis pies. Mark, por su parte, se había levantado con inquietud de la silla donde estaba sentado, haciendo que la profesora se alejara un poco y me observara con cierta confusión.
—¿Hanna... eres tú? —escuché que decía Mark, que parecía algo preocupado.
No contesté. Mi voz no salía de mi garganta, y el dolor que estaba sintiendo era tan profundo que apenas me dejaba respirar.
—¿Hanna, estás ahí? —volvió a preguntar, esta vez con desesperación—. Esto no es lo que tú piensas, por favor, acércate...
Un sollozo lleno de dolor salió de mis labios, haciendo que fuera inevitable la obviedad de mi presencia.
—¡Hanna! —vi que Mark se acercaba hasta la puerta, buscándome con verdadera desesperación.
Se estaba acercando a mí. Sus pasos eran inciertos, torpes, endebles como nunca lo habían sido.
Mark parecía alarmado, preocupado, con la única intención de dar conmigo al encontrar mi contacto.
Pero no pude soportarlo. Eso que había visto, era completamente real. Él estaba muy acaramelado con su profesora, sumido en un abrazo demasiado cariñoso y afectivo que me había roto el corazón.
Mark estaba a punto de encontrarme, de agarrarme con una de sus manos que alzaba en mi búsqueda.
Y lo hizo. Con gran fuerza y desesperación me tomó de la muñeca, haciéndome palidecer al imaginar que ese mismo contacto lo hubiera efectuado miles de veces con su profesora.
—Escúchame, pequeña... —susurró, alarmado—. Eso que has visto no es como lo estás imaginando, no...
—Déjame, por favor —dictaminé, dejando que más lágrimas cayesen por mi rostro—. No hace falta que me expliques nada, ya he visto con mis propios ojos lo que tenía que ver.
—¡No, Hanna, por dios, eso no es...!
—¡Por favor! —exclamé, llena de dolor—. ¡Por favor, suéltame y no digas nada más!
Mark se quedó en completo silencio ante mis palabras, dejando que sus dedos resbalaran lentamente hasta deshacer el agarre con el que me sostenía.
La profesora estaba a unos pasos de nosotros, y nos miraba con una expresión de total desconcierto y confusión.
Tomé aire, respirando aceleradamente, y salí con firmeza de la habitación, dejando que lágrimas incesantes volvieran a inundar mi rostro.
No escuché una sola palabra más de los labios de Mark.
Él no había corrido a buscarme, se había quedado con su profesora.
MARK
Una gran incertidumbre me rodeaba, llenándome de angustia y verdadera desesperación.
Hanna había malinterpretado las cosas. Había visto a Alison sobre mí, dándome ese beso tan efusivo, acorralándome entre sus brazos mientras me apretaba con fuerza... y pensaba que yo la estaba correspondiendo.
Me encontraba completamente inmovilizado. Ella creía que la había traicionado, que después de otorgarme su confianza la había estado engañando, burlándome a sus espaldas.
Tragué saliva, tratando de reincorporarme emocionalmente para ir en su busca, para correr a explicarle las cosas.
Tenía que hacer algo rápido, debía aclarar todo antes de que fuera demasiado tarde.
—¡M-Mark, espera! —una voz algo entrecortada me detuvo, agarrándome del brazo justo cuando trataba de salir de la habitación—. ¿Qué ha sido todo eso? ¿Por qué esa chica ha dicho esas cosas si...?
—¡Porque esa chica es el amor de mi vida! —exclamé, totalmente fuera de mis casillas.
—¿Cómo...? —preguntó con una especie de extrañeza, aún sin soltar mi brazo.
—Eso mismo que has escuchado —aseguré, suspirando con fuerza.
—P-Pero yo pensaba que...
—¿Por qué tuviste que comportarte así? —pregunté con cierta rudeza—. ¿Por qué, si nuestra relación era estrictamente profesional? No tenías que haber hecho eso, Alison, ¡te dije que te detuvieras pero no me dejaste hablar!
La chica se quedó en completo silencio, deshaciendo finalmente el agarre de mi brazo.
—M-Mark, de verdad yo pensaba que...
—Vete de la casa, por favor —dije con la mayor cordialidad que pude—. Retírate antes de que este asunto se complique más... y no vuelvas a venir.
La profesora no dijo palabra. Se quedó unos segundos callada, en completo silencio, pero finalmente pude escuchar sus pisadas que desaparecían de mi punto de percepción.
Ahora me encontraba solo, completamente solo dentro de mi habitación. Debía ir en busca de mi pequeña, explicarle las cosas... pero cuánto más pensaba en la situación, menos me atrevía a actuar.
¿Podría ella entender lo ocurrido, creer en mis palabras? ¿O quizá ya era demasiado tarde?
HANNA
Me encontraba sentada sobre la cama, llorando desesperadamente. Aún no podía creer lo que habían visto mis ojos, no encontraba ninguna explicación para justificar esas acciones que me dolían tanto.
Le di toda mi confianza a Mark. Le prometí que nunca me iba a entrometer entre él y la profesora, que jamás volvería a sentir celos por alguna tontería que maniobrara mi cabeza y que realmente fuera normal.
Pero esto no era normal. Los había encontrado juntos, abrazados, sumidos en un tierno beso que rompía y excedía la línea de la profesionalidad.
¿Acaso era rutinario que entre profesora y alumno se trataran tan afectuosamente?
Suspiré, volviendo a limpiar las lágrimas que no dejaban de caer de mis ojos. Me sentía tan mal que ni siquiera podía pensar con claridad, ni buscar una solución que justificara las acciones de Mark, ni entender nada de lo que estaba pasando.
Miré el osito de peluche que yacía sobre mi cama, ese con el que dormía todas las noches abrazada, pensando que se trataba del mismo Mark.
Era irónico. Yo abrazaba a un peluche, y la profesora, abrazaba a un hombre de carne y hueso.
A mi hombre.
Respiré profundamente, dejando que el aire de mis pulmones saliese poco a poco para tratar de calmarme.
De repente, pude percatarme de que algo rozaba mis piernas. Bajé la vista, recogiendo uno de mis castaños cabellos que tapaban mi visión, observando con claridad la esponjosidad que me tocaba.
Era Mimosa, la pequeña gatita que un día salvé y recogí de la calle para darle un lugar mejor donde vivir.
La cogí entre mis brazos, acariciando su suave y blanquecino pelaje que brillaba con la luz del sol.
Ya no era tan pequeña. Había crecido mucho en estos últimos meses, pero igualmente la consideraba como un pequeño animalito al que siempre podría llenar de amor.
La solté sobre la cama, dejando que tomara una de sus habituales siestas.
Yo también volví a sentarme, quedándome junto a ella. Al menos, el pequeño animal me había dado un poco de paz, logrando que nuevas lágrimas dejaran de fluir por mi rostro.
Sin embargo, no podía dejar de sentirme triste, desilusionada, con el corazón hecho pedazos.
Las imágenes de Mark con esa chica continuaban en mi mente, atormentándome de sobremanera.
Los últimos meses habían sido hermosos a su lado. Ambos habíamos pasado días llenos de felicidad, dónde nos demostrábamos nuestro amor, dónde lo fortalecíamos con cada acontecimiento. Pero, ahora, todo era tan triste, tan oscuro... tanto, que parecía como si una nube negra, llena de lluvia que descargar, se hubiera posado sobre nosotros de un momento a otro.
O sobre mí, mejor dicho, porque Mark parecía realmente feliz con esa chica, acción que lo dictaminaba como culpable.
Cerré los ojos, tratando de olvidar el asunto de alguna manera. Pero no, era imposible.
Me encontraba llena de rabia, de dolor, mucho más desesperada que en la fiesta, cuando la chica abrazaba a Mark durante el baile.
Podría decir que era algo parecido, pero en realidad no lo era. No, porque en ese momento Mark se encontraba correspondiendo a un acto de caballerosidad, en medio de toda la gente que nos rodeaba. En esta ocasión, por el contrario, se encontraba a solas con ella, tomando una clase que, en vez de ser medicinal, parecía haberse convertido en pasional.
Algo me sobresaltó de repente, deteniendo mis decaídos pensamientos.
Era la puerta de mi habitación, que se estaba abriendo lentamente, provocando que me inquietara de sobremanera.
Abrí los ojos como platos cuando lo vi, cuando pude percatarme de esa presencia llena de angustia y desesperación que se adentraba lentamente en el cuarto y avanzaba con cierto miedo.
No decía nada. Simplemente caminaba, orientándose como siempre lo había hecho, sin la necesidad de tener un punto de apoyo sobre el que sostenerse mientras avanzaba.
Su expresión era triste, apagada, con un cierto ápice de alarma que parecía mantenerlo inquieto.
En poco tiempo estaba frente a mí. Sus marrones ojos parecían estar observándome, y, a pesar de que eso era algo imposible, me llenaba de nervios el solo pensarlo.
No sabía qué hacer. Me encontraba sentada sobre la cama, y una oleada se sentimientos avasallaban mi cuerpo, teniendo la intención de ser expulsados en cualquier momento. Me sentía humillada, engañada, tonta por pensar que esa profesora le estaba enseñando a Mark cosas sobre su carrera, cuando realmente se trataba de otras cosas muy distintas.
Bajé la mirada hasta el suelo, queriendo desviar la imagen del hombre al que tanto amaba, pero que en estos momentos había logrado desestabilizarme por completo.
Su presencia me dolía demasiado, su silencio aún más.
Minutos antes le había dicho que no quería escuchar nada, que únicamente deseaba que me dejase tranquila. Sin embargo, ahora que lo tenía delante, no sabía exactamente lo que deseaba.
—Hanna, sé que estás ahí... —su voz me descompuso por completo. Había tratado de alejarme lentamente, de echar todo mi cuerpo para atrás ante su cercanía, de respirar lo más sigilosamente posible para que no notara mi presencia... pero no había funcionado.
Estaba demasiado cerca de mí. Mark se encontraba a tan solo unos centímetros de mi rostro, se había agachado para estar a mi altura y únicamente nos separaba la barrera del silencio.
—Hanna, escúchame, todo lo que has visto antes no es verdad... —comenzó a decir mientras tomaba mis manos, acción que no pude detener por ser completamente inesperada para mí—. Yo no estaba correspondiendo a los actos de Alison, ella me tomó por sorpresa con ese beso, con ese abrazo, con esas palabras donde me declaraba un sentimiento de amor que yo jamás compartiría...
Me quedé inmóvil por unos segundos. Vi el beso tan efusivo que la profesora le estaba otorgando a Mark, el abrazo tan desesperado, esa especie de ardor que parecía envolver su alrededor, pero... ¿una declaración de sentimiento de amor?
—Pequeña, por favor, tienes que creerme, yo nunca...
—¿Qué quieres decir con sentimiento de amor? —pregunté al instante, sin poder detener el agarre de sus manos sobre las mías—. ¿Ella te declaró algún tipo de sentimiento? ¿De verdad hizo eso?
Mark se quedó en silencio por unos segundos, pero enseguida volvió a la realidad, respondiendo con cierta inquietud a mi pregunta.
—Creí que eso también lo habías escuchado... —admitió, suspirando levemente antes de continuar—. Alison... ella me confesó que me quería.
Me quedé de piedra ante esas palabras. Por unos momentos quise pensar que la chica se había refugiado en los brazos de Mark por alguna razón muy diferente a esa. Pensé que pudo encontrarse en algún problema familiar, que tan solo había buscado el consuelo de la persona con la que compartía todas las mañanas desde hacía un mes.
Eso era lo que estaba esperando que saliese de los labios de Mark... o algo, al menos, que fuese parecido a eso.
Pero no. La causa de su abrazo, de su beso, iban encadenados al peor sentimiento que una mujer ajena podría sentir por mi hombre: amor.
—Hanna, por favor, no pienses mal... —su voz me hizo volver a mirarlo—. Alison estaba completamente confundida, no sabía lo que decía... ¡yo nunca le di alas a ese sentimiento!
—¡Pero te confesó que te quería! —exploté finalmente, deshaciéndome del agarre de sus manos y levantándome de la cama para caminar hasta un rincón de la habitación—. Te lo confesó, te abrazó y te besó... ¿Cómo podría hacerlo sin un solo indicio tuyo? ¿Cómo, sin tener una mínima esperanza de tu parte?
—Hanna... —se levantó del suelo, dónde aún seguía agachado, quedándose de pie justo donde se encontraba.
—¡¿Acaso no le dijiste que estabas comprometido con una persona?! —grité con rabia, manteniéndome en el rincón hacia dónde había caminado, justo frente a la ventana de la habitación.
Noté un silencio infinito, uno que me dolió... pero que no fue lo suficiente grande como para darme la vuelta y mirar a Mark.
—Quise hacerlo... —respondió finalmente—. Cuando me percaté de sus intenciones, quise contarle sobre ti, sobre nuestra relación... pero no me dejó. —suspiró, caminando lentamente hacia dónde me encontraba—. Era algo que no me esperaba, yo nunca me hubiese imaginado que Alison...
—¡No vuelvas a mencionar ese nombre, por dios! —exclamé, viendo demasiado cercana su presencia.
Él se detuvo en ese instante. Estaba muy cerca de mí, demasiado, y era por eso mismo que me había alterado. Además, era muy cierto que detestaba escuchar ese nombre de su boca. Me irritaba de sobremanera y me enfurecía demasiado oír algo que tuviese que ver con esa chica, algo que volviese a provocar que mi mente imaginara la escena donde ambos se encontraban tan juntos y pegados.
—Si no le dije nada de nuestra relación en todos estos días, fue únicamente por ti —su voz apagada, triste y derrotada, me hizo mirarlo fijamente—. Sabía que aún te avergonzaba el suceso de la fiesta, que te incomodaba lo que ella pudiese pensar, que deseabas que el asunto fuese olvidado y todo volviese a la normalidad.
Me quedé inmóvil, observando con firmeza al hombre que se encontraba a tan solo unos centímetros de mí, al que me inspiraba tanta ternura con unas palabras llenas de esa sinceridad que siempre había categorizado como una de sus múltiples virtudes.
—En otras circunstancias, Hanna, te aseguro que le hubiese contado sobre nuestra relación desde el primer día —de nuevo sus palabras me dolían, porque efectivamente tenían sentido—. Pero lo hice por ti, pequeña... porque creí que era la mejor forma de no hacerte sentir mal, de no revolver ese asunto que tanto te preocupaba.
Bajé la mirada hasta el suelo. Todo eso era más que cierto, yo siempre había evitado a la profesora, había tratado de no entrar a la habitación de Mark mientras ella estuviera.
Principalmente, era para demostrarle a Mark mi confianza, para hacerle saber que jamás volvería a sentir celos por cosas que no tenían nada de malo. Sin embargo, otra de las causas, era esa vergüenza que aún sentía, la inquietud que me provocaba ver a esa chica después de gritarle unas palabras que ni siquiera recordaba y finalmente no quise saber.
Volví a alzar la mirada. Mark estaba frente a mí, a tan solo unos centímetros, pero no se había acercado más desde que le grité minutos antes.
Entonces, haciendo un gran esfuerzo, vocalicé las palabras que mi inconsciente me obligó a pronunciar, queriendo resolver de alguna forma este asunto que tanto me estaba atormentando.
—Pero, entonces... —mi voz era débil, asustadiza—. ¿Por qué esa chica se tomó esas atribuciones? ¿Por qué, si tú no le diste ninguna esperanza?
Mark se quedó en silencio por unos segundos. Luego, caminó muy lentamente los pocos pasos que nos separaban, haciendo que nuestras cabezas quedaran muy juntas, separadas únicamente por los centímetros que la longitud de su altura me sobrepasaba.
—No lo sé, pequeña, no tengo la menor idea... —me aseguró en un susurro, elevando sus manos para posarlas sobre mis hombros—. Yo nunca le he dado ninguna esperanza, te lo prometo... Nuestra relación era cordial, incluso amistosa... pero nada más. —emitió un leve suspiro antes de continuar—. Ambos congeniábamos bastante bien, y yo la consideraba una excelente profesional, una persona a la que le estaba muy agradecido por todas las cosas que me estaba enseñando... pero jamás le di una razón para que pensara que yo podía corresponderle.
Cerré los ojos por un instante. El contacto de las manos de Mark sobre mis hombros me inquietaba, me ponía nerviosa, pero a la vez me calmaba y llenaba de ternura.
Sus palabras eran ciertas, verdaderas, podía sentirlo. Me quedaba esa incertidumbre de las acciones de la chica sin ningún motivo aparente, pero ya no podía desconfiar de las palabras de Mark.
Y no podía hacerlo, porque él siempre me había demostrado lealtad por encima de todo, porque en todo momento había estado conmigo, transmitiéndome una ternura infinita, llena de un amor verdadero con el que siempre me trataba y protegía de todo.
—Alison... —comenzó a decir, captando de nuevo mi atención—... Ella ya no está.
—¿Se ha ido? —pregunté, mirando al instante el reloj de pulsera que llevaba puesto—. Claro, ya era su hora de finalizar, pero supongo que mañana mismo volverá como si nada hubiese...
—Se ha ido para siempre —dictaminó, haciendo que mis ojos se abrieran por completo—. La eché de mi habitación, de su puesto de trabajo... la eché de la casa.
Me quedé en completo silencio, sin nada que decir. No me esperaba esas palabras de Mark, no me esperaba que hubiese echado a la chica, que lo hubiese hecho de verdad y de forma definitiva.
—No puedo entender sus razones para eso que hizo... —continuó, haciendo que de nuevo lo mirase—... Pero, lo único que sé, es que nunca dejaré que nadie se interponga en nuestro camino, haciendo que mi princesa se sienta mal, terriblemente celosa y creyendo que su novio coquetea con cualquier profesora que se le asigne.
Una sonrisa debió enmarcar mi rostro tras esas palabras, haciendo que inevitablemente me relajara.
—Te prometo que nunca volveré a dejar que una chica con esas intenciones se acerqué a mí —susurró, bajando un poco la cabeza para estar a mi altura—. Desde hoy, mi hermosa princesa, prometo ser solamente tuyo, de nadie más.
Miré a Mark con infinita dulzura, completamente embelesada. Sus palabras me emocionaron, me alegraron, me hicieron suspirar de alivio y felicidad.
—¿Solamente mío? —sonreí, verdaderamente complacida.
—Así es —asintió, rodeándome con extrema dulzura entre sus brazos, haciéndome estremecer—. Todo tuyo, mi pequeña, desde hoy hasta el final.
Una gran felicidad se apoderó de todo mi ser en ese instante, haciéndome sentir la mujer más afortunada del mundo. Tenía al hombre de mis sueños a mi lado, y lo tendría para siempre.
Mark era mío. Solamente mío.
SHARON
Todo había salido al revés.
¡Mal!
¡Horrible!
¡Fatal!
La maldita profesora había salido de la habitación del cieguito Mark, sola y a medio llorar.
Iba con la cabeza gacha, caminando rápidamente, queriendo desaparecer lo más rápido posible de la mansión.
Cuando le pregunté qué le ocurría, me observó con una especie de odio, matándome con esa mirada grisácea que nunca antes había visto tan decepcionada.
Entonces supuse que quizás, el plan no había salido a la perfección, pero no que la muy estúpida lo hubiese echado todo a perder.
Porque, efectivamente, después de contarme todo lo que ocurrió en esa habitación, no tuve sino unas ganas inmensas de arrancarle de un solo tirón los rizos que adornaban su vacía cabeza.
Se suponía que la tal Alison debía endulzar al ciego con sus encantos. Debía enamorarlo, seducirlo como la mojigata de Hanna nunca había logrado hacerlo.
Era tremendamente fácil. El cieguito Mark debía estar sediento por estar con una mujer, por satisfacer sus necesidades varoniles, por sentir lo que seguramente la boba de su noviecita nunca le había dado.
Alison era la candidata perfecta. Tenía encanto, compartía las mismas aficiones que el ciego, estaba dotada de un cuerpo esplendoroso y contaba con la capacidad de envolver a cualquier hombre a base de un vocabulario dulce, bonito y sofisticado.
¿Por qué tenía que haber fallado?
Cerré los ojos, enfurecida. Me encontraba sentada sobre una de las sillas de la cocina, respirando lentamente, tratando de calmar la infinita furia que llevaba dentro.
Aún queda una posibilidad, pensé entonces.
Sí, claro que sí. La profesora había sido despedida de la casa por el mismo Mark, pero, ¿qué habría pasado con Hanna?
Si ella vio todo, y tal como Alison me había dicho, rechazó a su querido novio y se largó de la habitación... ¡podía ser que todo hubiera resultado perfecto!
Sonreí ante esa posibilidad. Hanna había visto con sus propios ojos la cariñosa escena donde su amado hombre se encontraba muy entretenido con su profesora, envuelto en una serie de arrumacos dignos de una pareja enamorada.
Eso, debía ser más que suficiente para que la muy estúpida decidiera dejar al ciego y volar de esta casa para siempre, ¿no?
Me levanté de la silla donde aún estaba sentada, bastante emocionada ante la idea, y comencé a caminar muy despacio por el pasillo donde se encontraban las habitaciones de los aristocráticos miembros de la familia.
Llegué hasta el cuarto del ciego, pegando la cabeza en la puerta para tratar de escuchar algo. Pero no, al parecer no estaba ahí.
Bueno, seguramente sí estaba, pero en algún rincón oscuro, llorando por el rechazo de su querida y amada novia.
Caminé un par de pasos más, queriendo asomarme hasta la habitación de Hanna, esperanzada al pensar que estuviera haciendo las maletas para largarse de una vez por todas de la casa.
Por suerte, había una pequeña ranura abierta, haciendo que fuera mucho más fácil poder percatarme de lo que estaba ocurriendo dentro.
Ahora, podría contemplar alegremente su salida, su empaque de trapos y demás porquerías que seguramente no le ocuparían más de una caja.
Si ella quisiese, y con todo gusto, yo la ayudaría a empacar. Para mí sería el mayor gusto de mi vida, la más grande bendición y buena noticia que habría recibido en todos estos meses desde que la muy desgraciada se interpuso en mi camino.
Posé mis manos en la puerta, acercando la cabeza y entrecerrando los ojos para observar a través de la ranura abierta.
Me costó un poco hallarla, pero finalmente lo hice. Hannita se encontraba en un rincón, muy cerca de una de las ventanas, y estaba... ¿llorando?
Sonreí de solo pensarlo. Pero no, no estaba llorando.
Daba la impresión de que se movía un poco, aunque no demasiado. Prácticamente estaba intacta, y no parecía estar demasiado triste.
Es más, no parecía nada triste.
Empujé un par de centímetros la puerta, queriendo dejar un poco más de visión a mis ojos en cuanto al resto de la habitación.
Ahora sí, podía ver con claridad lo que anteriormente no había logrado vislumbrar.
Hanna parecía estar... ¿cogiendo algo?
No, no exactamente.
Hanna estaba... ¡abrazando algo!
Sí, era eso. Esa niña estaba anclada sobre una persona, sobre alguien que también le correspondía con la mayor ternura y efusividad.
Fruncí el ceño, algo pensativa. No podía ver a esa persona con claridad, pues justamente su cabeza se escondía bajo el abrazo de la estúpida.
Quise pensar que se trataba de la mustia de Caroline, que había entrado a consolarla. También valoré la posibilidad de que se tratase de la señora, de María quizás.
Pero no, eso era imposible. La vestimenta y envergadura no correspondían a ninguna de ellas, sino... a la de un hombre.
Tragué saliva, tratando de encontrar una respuesta antes de imaginarme lo peor.
Esa persona debía ser el señor John, quise pensar entonces.
Por supuesto, era una buena posibilidad. Él estaba tan tremendamente encariñado con la desgraciada de Hanna, que seguramente la estaba consolando y despidiendo antes de que se marchara de la casa. Sí, eso debía ser.
Sonreí con nerviosismo, repitiéndome a mí misma que se trataba de él, que todo había salido correctamente y que en cuestión de minutos la maldita de Hanna estaría fuera de la casa.
Todo parecía medianamente bonito, esas ideas estaban casi admitidas por mi cerebro, pero entonces...
Entonces esa persona alzó la cabeza que minutos antes posaba sobre el hombro de Hanna, girándola hasta los grados exactos y necesarios para que yo pudiese verle la cara.
En ese momento sentí que se me congelaba el alma, que una mezcla de rabia, extrañeza y gran furia inundaban todo mi ser.
No podía ser, no... Esa persona era... Mark.
Cerré los puños con fuerza, con tanta fuerza que mis uñas se clavaron en mi carne, dejando una serie de marcas que seguramente no se desvanecerían en todo el día.
Minutos antes me encontraba feliz, esperanzada ante la idea de no volver a ver a Hanna. Contaba con que su rechazo por el ciego fuese real, con que no lo perdonara después de haberlo encontrado con otra, con que se largara de esta casa junto con toda su basura y no regresara jamás.
Pero no. Ella estaba feliz, reconciliada con el ciego, muy contenta ante el disfrute de todo lo bueno que esta familia le había regalado a pesar de ser una cualquiera.
Cerré los ojos con fuerza, mordiendo la parte inferior de mis labios para evitar que unas lágrimas producidas por la gran rabia que sentía me inundaran.
Hoy había ganado ella, perfecto.
Había disfrutado durante meses de unos privilegios que no le correspondían, saboreando el placer de vivir bajo un techo lleno de comodidades y lujos, codeándose con personas importantes que le brindaron su cariño.
Pero se acabó. Ella podría disfrutar todo lo que quedaba de día, aprovechar las horas, minutos y segundos con su adorado ciego y con toda su familia... porque en breve, todo eso se acabaría.
Aprovecha estos últimos instantes, Hanna, aprovéchalos porque serán los últimos que vivas en tu asquerosa existencia.
Porque mañana, querida, mañana mismo sales de esta casa para no regresar jamás.
¡Jamás!
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