Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

39. El alcohol y los celos no son buenos consejeros

Capítulo 39

El alcohol y los celos no son buenos consejeros

La fiesta continuaba. Eran casi las nueve de la noche, pero el ambiente estaba más que animado. Cada vez llegaba más gente nueva: señoras con sus respectivas parejas, amigos, o familiares, que en muchos casos iban acompañados también por niños pequeños que revolucionaban todo el lugar.

En ese instante pensé en mi hermana. La había dejado en la habitación, con la televisión puesta en su canal preferido de dibujos animados y con una bandeja de aperitivos que María le había mandado. Esperaba que no se moviese de allí. Sabía que ella tenía la ilusión de estar en la fiesta, de jugar con otros niños y hacer nuevas amistades, pero... no. No quería imaginar que pudiese ocasionar algún destrozo durante el distinguido evento, que algo saliese mal y los señores se decepcionasen de mí por no saber controlar a mi mayor responsabilidad en esta casa.

Me encontraba con Mark y Caroline, conversando sobre la multitud de personas que llegaban sin parar a la fiesta. Ellos también parecían sorprendidos, aunque, al parecer, conocían a casi todas esas personas, pues cuando estas se acercaban a nosotros para saludar, se trataban con bastante naturalidad y confianza.

De repente, la señora se acercó hacia nosotros. Le comentó a Mark que uno de los invitados estaba impaciente por saludarlo, de manera que se lo llevó con ella hasta donde estos se encontraban.

Me quedé a solas con Caroline. Ambas comenzamos a conversar sobre el día de mañana, donde yo comenzaría a trabajar como su ayudante en la empresa. Estaba feliz. Sabía que me iba a gustar el empleo, que iba a pasármelo muy bien y que aprendería muchas cosas que además, me iban a encantar.

Me encontraba distraída. Unas luces de colores comenzaron a alumbrar la sala, llenándola de armoniosas tonalidades que hacían brillar todo el lugar. De repente, sentí que algo agarraba mi vestido. Bajé la mirada, y encontré una pequeña mano que tiraba de mi traje, seguida de un rostro estrictamente conocido y con una sonrisa deslumbrante de felicidad.

—¡¿Lucy?! —exclamé, mirándola con sorpresa—. ¿Q-Qué haces aquí?

—He venido a la fiesta —contestó con total naturalidad—. Aquí hay muchos niños, y yo quiero jugar con ellos.

Me quedé inmóvil, sin saber qué decir. En mis planes no estaba que mi hermana viniese, y ahora, sin embargo, estaba aquí.

—¡Hola, Lucy! —exclamó Caroline, que se agachó para estar a la altura de mi hermana—. ¿Quieres jugar con los demás niños? —ella asintió enseguida—. Mira, ahí al fondo hay unas niñas de tu edad, seguro que querrán ser tus amigas.

—¿De verdad? —preguntó la pequeña, ilusionada—. ¿De verdad puedo ir?

—¡Claro! —aseguró Caroline— ¡Corre, te lo pasarás muy bien!

Mi hermana no dudó un segundo más, y fue corriendo hasta donde se encontraban las niñas que jugaban animadamente en un rincón de la sala.

Eso mi inquietó un poco. Si Lucy ya era demasiado inquieta cuando estaba sola... no quería imaginarme cómo podía ser cuando estuviese acompañada.

La observé por unos minutos. Mi hermana parecía relativamente tranquila, hablaba con entusiasmo con las demás niñas, pero no daba señales de armar ningún desastre o algo parecido.

Busqué a Mark con la mirada. Aún se encontraba con su madre, saludando a diversos invitados que llegaban a la fiesta. Caroline conversaba a ratos con algunas chicas —seguramente amigas o conocidas—, pero igualmente seguía a mi lado, sin separarse de mí.

Eso me tranquilizaba. La verdad es que no me gustaba quedarme sola en medio de toda la multitud de gente, no me agradaba para nada. A pesar de que estaba relativamente tranquila cuando alguien se acercaba a mí para saludarme, o preguntar algo, era muy distinto si me encontraba acompañada, en vez de sola.

Miré de nuevo hacia donde se encontraba Mark. Al parecer ya venía de vuelta, cosa que me calmó y me agradó por completo. Él caminaba lentamente, acercándose hacia donde yo estaba, que era justo donde me quedé antes de que se lo llevara la señora.

Pero el plan pareció cambiar de repente. La señora llamó la atención de su hijo, haciéndolo volver. Daba la impresión de estar muy emocionada, pues comenzó a saludar efusivamente a una mujer elegante, que venía acompañada por otra que parecía mucho más joven.

Observé la escena con intriga. Por la forma tan emotiva y alegre en que la señora se dirigía a esas damas, todo indicaba que se trataba de algunas familiares o algo por el estilo.

Una de ellas, a la que podía verle medianamente bien el rostro, parecía ser de unos cuarenta años, y llevaba un exceso de maquillaje que desentonaba desde lejos.

La otra, por el contrario, se encontraba de espaldas a mí, de modo que no pude verle el rostro. Sin embargo, denotaba tener un porte bastante elegante, pues un cuerpo bien moldeado se hacía presente bajo un vestido rojo, que dejaba al descubierto gran parte de su espalda.

Miré de nuevo hacia Mark. Él parecía alegre, metido de lleno en alguna conversación con esa última chica, que por cierto, parecía bastante joven. Me pregunté si quizá se trataba de alguna prima. Recordaba que en una ocasión, cuando ambos comenzamos a conocernos un poco, él me comentó que tenía muchos familiares por parte de sus padres. Y esa chica, podría tratarse de alguno de esos muchos.

La observé con detenimiento. Su cabello estaba recogido en un elegante moño, y su bronceada piel combinaba a la perfección con la tonalidad roja que portaba el elegante vestido que usaba.

Ella y Mark parecían bastante animados. La señora, por su parte, conversaba con la acompañante de esa chica.

Sin duda, familiares debían de ser.

—¡Hanna! —me sobresaltó Caroline—. Siento haberte dejado sola, estaba hablando con una antigua compañera del colegio y... —me miró con cierta confusión—. ¿Ocurre algo?

—No, nada... —sonreí—. Perdón, estaba un poco distraída.

Era inevitable. Mi mirada estaba fija en Mark, que continuaba conversando con esa chica. Sabía que no podría tenerlo para mí toda la fiesta, que él también tenía que saludar a los invitados, corresponder a las visitas de los familiares y amigos que lo buscaban. Sin embargo, no podía remediarlo. Deseaba estar con él, a su lado todo el tiempo, sentirlo cerca de mí a cada momento.

—Ya veo... —dijo ella, mirando hacia el mismo lugar donde yo miraba—. ¿Ya te han robado por mucho tiempo a mi hermano, verdad?

—N-No, no estaba pensando eso... —me excusé, algo nerviosa.

Caroline me obsequió con una sonrisa divertida, para luego, observar también la escena donde se hallaban su madre y hermano.

—Oh, sí, yo conozco a esa señora —comentó, refiriéndose a la mujer que conversaba con su madre—. Es una amiga de mi madre. Una de las más cercanas, por cierto. Siempre es fácil de identificar, ese maquillaje tan excesivamente llamativo nunca le pasa desapercibido.

Tuve que contener una pequeña risita que amenazaba con salir de mi boca. Era cierto lo de esa señora. Su maquillaje era llamativo. Mucho. Y la manera en que Caroline lo dijo, me causo tanta gracia que estuve a punto de atragantarme con mi propia contención de risa.

—Es algo pesada a veces —continuó—, pero es una buena mujer. Siempre ha colaborado en los proyectos de mi madre, la ha ayudado en todo lo posible, y siempre le ha brindado una amistad desinteresada.

Asentí levemente, observando a la glamorosa mujer. Luego mi visión volvió hasta donde se encontraba Mark, que aún conversaba con la joven acompañante.

—Y, esa chica que está hablando con mi hermano... —Caroline comenzó también a mirarlos—. ¿Quién es? No me resulta conocida...

—¿No es alguna familiar de esa señora? —pregunté—. ¿Su hija, quizás?

—No, esa señora no tiene hijos —contestó, algo pensativa—. Según lo que sé, vive sola con su esposo, sin ningún otro familiar.

Me quedé pensativa. No sabía por qué, pero la incertidumbre de no saber quién era esa chica me inquietaba un poco. Aunque, bueno, no tenía nada de qué preocuparme. Se notaba que Mark la conocía, porque ambos hablaban animadamente. Y eso no podía ser nada malo. Debía ser una familiar de la señora acompañante, o de él mismo, solo que Caroline no había podido reconocerla porque estaba de espaldas a nuestra visión.

Nada debía preocuparme respecto a mi adorado novio, y tenía que demostrárselo a mi mente. Por eso mismo, traté de desviar la atención con otra cosa, con algo que me desconectara de mis arrebatos posesivos hacia Mark.

Observar a mi hermana fue mi elección. Ella comenzaba a corretear por toda la sala con sus nuevas amigas, dando saltitos y vueltas por todo el lugar.

Su corta cabellera rubia, se balanceaba a medida que se movía, haciendo que mechones taparan parte de su rostro en varias ocasiones.

Todas las niñas con las que jugaba mi hermana, portaban vestidos muy monos, de colores alegres y capas pomposas. Lucy, por el contrario, llevaba una camiseta y pantalones casuales, seguidos de sus zapatillas favoritas, de las cuales nunca se desprendía en casa.

Por un momento me preocupé de que la rechazaran por el distinto vestuario, pero, por suerte, no parecía haber problema. Al parecer esas chiquillas aún conservaban la inocencia de todo niño de cinco años, y no la maldad que hoy en día podías encontrar en la aglomerada ciudad, y en todo el mundo.

Estaba concentrada en la multitud de niñas que se unían, formando un corro para luego tomarse de las manos, cuando, de repente, sentí que algo me sobresaltaba.

—¡Hanna, mira! —era Caroline, que había posado una de sus manos sobre mi hombro para llamar mi atención—. ¡Mira, no lo vas a creer!

—¿Qué ocurre? —pregunté, algo confusa, observando la expresión de sorpresa que portaba.

Caroline no dijo nada. Simplemente alzó uno de sus dedos, señalando con disimulo hacia el lugar donde se encontraba su hermano.

Miré con detenimiento, muy despacio, rodando los ojos hacia la escena donde me estaba señalando.

Entonces pude entender lo que Caroline quería hacerme ver. Mark continuaba hablando con la chica de antes. Sin embargo, la diferencia era, que esa chica ya no estaba de espaldas, de forma que su rostro pudiese ser visto por nosotras.

La observé atónita. Esa chica era bonita, joven, con un cuerpo perfectamente moldeado que combinaba a la perfección con un rostro realmente agraciado. Y yo, la conocía.

SHARON

El corto camino hacia la casa fue un auténtico suplicio.

Finalmente habíamos encontrado las llaves, de manera que pudimos salir de la inmunda bodega donde yo, personalmente, había pasado las horas más horribles de mi vida.

No hablamos nada durante todo el trayecto. Tomamos el camino del jardín, caminando a un paso demasiado lento que únicamente nos trastornaba e incomodaba mucho más. Yo iba delante. Sentía demasiada vergüenza, rabia, y un gran desconcierto ante las últimas palabras que salieron de su boca.

Me había dicho que le gustaba. Que le gustaba, y que creía estar enamorándose de mí.

Esas palabras retumbaron en mi cabeza durante todo el camino. En realidad, ya no me importaba el mal rato que había pasado, el gran miedo que había sentido tras el encierro y la oscuridad en la bodega. Ahora, lo único que podía recordar, eran esas palabras, su mirada tan intensa clavada en la mía, la presión de su cuerpo con el mío cuando me abrazó y sostuvo entre sus brazos.

Era un sentimiento que no podía descifrar. Cuando ese chico me apretó contra su cuerpo, abrazándome y entregándome su calor, una especie de hormigueo me recorrió por completo. No entendía qué significaba. Sus brazos eran tan cálidos, su voz tan tierna y preocupada, sus palabras tan sinceras... ¿De verdad era así? ¿Realmente me había pasado esto?

Sí, por desgracia sí. Debía de ser muy cierto, porque en ningún momento me había despertado del que deseé que fuera un sueño.

Ahora me encontraba justo delante de la casa, frente a la puerta principal. Mis pasos fueron lentos hasta llegar aquí, y todo mi cuerpo estuvo algo tembloroso, helado ante el aire que comenzaba a soplar.

La verdad, no tenía claro si correr, quedarme intacta, o cerrar los ojos para volver a desear que esto no hubiese ocurrido.

La luz de la luna, las estrellas, y el destello de las bombillas de la casa que traspasaban las ventanas, eran lo único que alumbraba el jardín.

Mis manos estaban frías, cada vez más heladas. Mi cuerpo comenzaba a tiritar, y no sabía si era de frío, o por la presencia del chico que sin apenas darme cuenta se estaba adentrando en mi vida.

Porque eso era algo que tenía claro. Desde la primera vez que mis ojos lo vieron, pude saber que no iba a ser la única. Y era cierto, pues desde esa ocasión, hubo otra, y otra, y otra más. Y en todas ellas, sensaciones inexplicables ahondaban mi cuerpo, llenándome de incertidumbres y sentimientos que en ningún momento pude corroborar como bonitos, ciertos, buenos o malos.

Rodé los ojos. Él seguía ahí, justo detrás de mí. Y yo estaba frente a la puerta de la casa, pero ni mis manos me respondían para abrir la puerta ni mis piernas para avanzar un solo paso.

—¿Podemos hablar? —su voz me sobresaltó de repente—. No me has dejado acercarme a ti durante el camino, y aún tengo cosas que decir.

—Pues yo no quiero escucharlas —dictaminé, haciendo un gran esfuerzo para que los músculos de todo mi cuerpo me respondieran y así poder entrar a la casa.

—Sharon —me llamó, haciendo que mi corazón diese un vuelco.

Entonces abrí la puerta, ignorándolo por completo y caminando con avidez por la sala llena de gente hasta llegar a la cocina.

Suspiré. Ahora me sentía algo más liberada del momento de tensión que estaba viviendo, pero igualmente estaba nerviosa. Mis manos parecían temblorosas, a pesar de que dentro de la casa no hacía nada de frío, y demasiados pensamientos ocupaban por completo mi mente.

Me senté sobre una de las sillas de la cocina. Aquí, al menos, no albergaba el bullicio de la gente que obstruía la sala.

—¿Sharon? —una voz sorprendida y confusa me sacó de mi abstracción—. ¿Dónde has estado todo este tiempo? Hace dos horas que te mandé a la bodega.

Era María. Me estaba mirando con una expresión de gran desconcierto, preguntándome con la mirada la misma cuestión que me acababa de formular.

—¿Y las botellas? —añadió, mirando en todos los alrededores y repisas de la cocina.

Claro, las botellas... Con todo el lío se me habían olvidado. Y era normal, por supuesto. ¿Quién se iba a acordar de recoger unos licores de la bodega donde había pasado las horas más horribles de su vida?

—Se me han olvidado —contesté—. Es decir, no he podido cogerlas porque no había luz en la bodega.

María hizo una mueca de extrañeza, luego me volvió a cuestionar.

—Pero, ¿por qué has tardado tanto entonces? ¿por qué no volviste enseguida, cuando viste que no había luz?

No contesté. Por supuesto, no iba a contarle todo lo ocurrido. Era extraño, pero ella no sabía de mi fobia. Y lo era, porque María era la única persona que sabía absolutamente todo de mí. Todo menos eso.

Siempre me cuidé mucho para que ni ella ni nadie se diesen cuenta, para que no sospecharan. No soportaba la idea de parecer débil ante los ojos de los demás, no lo concebía. Yo era una persona fuerte, independiente, que nunca había necesitado de los demás y que nunca debería hacerlo.

Aunque, para mi mala suerte, mi secreto ya no estaba a salvo. Él, ese tal Eric, lo sabía.

¿Por qué tuvo que aparecer? ¿Para qué llegó a complicarme la vida?

Solo esperaba que jamás se lo contara a nadie. Eso, y que me dejará en paz para siempre.

—Por cierto —la voz de María me sobresaltó—, ¿te encontraste con Eric?

De nuevo ese nombre tenía que retumbar a mi alrededor...

—Me preguntó por ti —continuó—, y pensé que había ido a buscarte.

—Pues no, no lo he visto —mentí—. Seguramente fue a otro lado.

María me observó con cierta confusión. Me dio la impresión de que eran muchas preguntas más las que quería hacerme, pero no las hizo.

Eso me tranquilizó. No tenía ganas de dar más explicaciones, de inventarme cosas que ni siquiera iba a creer.

—Bueno, no te preocupes por los vinos —comentó, esta vez sin mirarme—. Ahora mando al jardinero para que arregle la bombilla de la bodega, y que de paso los traiga. —tomó una bandeja llena de aperitivos, entregándomela—. Toma, ve sirviendo esto.

Asentí con pesadez, tomando la bandeja entre mis manos.

Esto no era nada justo. Yo no tenía por qué estar sirviendo a los demás, y mucho menos de esta forma. Me sentía cansada, todo lo ocurrido me había dejado agotada y lo único que deseaba era tirarme en la cama y no despertar hasta mañana.

Pero no podía hacerlo. Por desgracia no. Tenía que disimular, hacerme la buena empleada y encontrar el momento justo para encargarme de los parásitos de esta casa.

El parásito mayor: La princesa Hanna.

El parásito menor: La mocosa de su hermana.

Y por cierto, ahora que me acordaba, mañana empezaba las clases esa niña. Y yo, era la encargada de llevarla y recogerla.

Eso iba a ser bueno. Tenía que serlo. Aún no sabía qué percance podría ocurrir por el camino, pero algo —y de eso estaba segura—, se me iba a ocurrir.

Caminé por toda la sala con la bandeja entre mis manos. Al parecer, en mi ausencia había llegado mucha más gente, muchas más señoras obesas que estaban metidas bajo vestidos apretados que en cualquier momento iban a explotar.

Me daban mucha pena. De verdad, pobres vestidos.

A la vez que caminaba, observaba todo a mi alrededor. Pude percatarme de que el chico seguía ahí, conversando con algún otro señorito de la fiesta.

Me sentí inquieta. No quería que me viese, que me encontrara y comenzase con sus cuestiones absurdas y demás delirios.

Era algo muy extraño. Nunca me había sentido de esa forma ante nadie, jamás me había importado lo que pensaran los demás, lo que me dijeran. Pero con él me pasaba algo muy diferente. Siempre que hablábamos, dicha conversación se quedaba plasmada en mi mente durante días; cuando me miraba, un gran nerviosismo me invadía por completo; y cuando el contacto de sus manos rozaba mi piel, cuando me agarraba o simplemente posaba una de sus manos sobre mi hombro... entonces sentía un hormigueo que me inquietaba, que me sobresaltaba, pero que de alguna forma me gustaba.

Decidí no darle importancia al asunto. Total, él parecía muy entretenido con alguno de los invitados, y seguramente no volvería a acercarse a mí.

Seguí caminando, ofreciendo aperitivos a las exclusivas damas que adornaban la fiesta. Había de todo tipo. Unas eran señoras de más de cuarenta años, que caminaban del brazo de su esposo mientras buscaban más comida para calmar sus insaciables estómagos. Otras, algo más jóvenes, rechazaban el más insignificante aperitivo que les brindabas, pues según ellas, se encontraban bajo un estricto régimen alimenticio.

Pero esas no eran las peores. No señor. En la distinguida fiesta abundaban chicas —las cuales deberían tener una edad parecida a la mía—, que llevaban unos vestidos bastante cortos, demasiado llamativos, y extremadamente escotados. En definitiva, que dejaban poco a la imaginación.

Seguramente, pensaban en la fiesta como una oportunidad para encontrar pretendiente. Y estaban seguras, claro, de que lo más efectivo era vestirse con unos trapitos bien finos y escasos de tela, donde su perfectísimo cuerpo recién salido de cirugía, pudiese ser mostrado con total descaro.

En fin. No me importaba lo que hicieran esas chiquillas millonarias. Que compraran al hombre perfecto con su dinero, que lo hiciesen su esclavo, y que luego buscasen otro cuando se aburrieran.

Observé que la mocosa, hermana de Hanna, también se encontraba en la fiesta. Vestía de forma usual, muy distinta a las demás niñas ricas con las que jugaba. Y la verdad, me encantaba la idea de hacer algo en este mismo momento. Algo que la hiciese avergonzarse, llorar delante de todos, sentirse humillada por no pertenecer al mismo grupo de riquillas.

Pero no. La verdad es que no tenía ganas de nada en este momento. Además, si algo saliese mal, estaría cavando mi tumba en esta casa, y eso era algo que no me podía permitir.

Las cosas había que hacerlas con calma, habiéndolas pensado antes, y sin tantos testigos pendientes que pudiesen darse cuenta de tus malvados actos.

Seguí observando todo el lugar. La multitud de invitados era increíble, y las luces de colores comenzaban a incordiarme. Todo era colorido. Tantos vestidos de distintas tonalidades, tantos adornos, tanta comida.

Vislumbré a la princesita Hanna, que se encontraba con la boba de Caroline. Estaba relativamente lejos de ellas, pero aún así, pude descifrar unas expresiones de total confusión en sus rostros.

Desvié la mirada hacia el mismo lugar a donde miraban. Al parecer, observaban al cieguito Mark, que se encontraba bastante animado, conversando con una chica.

La examiné con detenimiento. La chica parecía bastante joven, y portaba un vestido rojo muy elegante y llamativo. Y su rostro... la verdad es que me resultaba conocido.

Decidí acercarme. No era nada malo que lo hiciese, pues según lo que se suponía, estaba aquí para servir.

Y así mismo lo hice. Caminé lentamente hacia la parejita, haciendo ademán de ofrecerles un aperitivo.

El cieguito Mark pareció no darse cuenta de mi presencia. La chica, por su parte, rechazó mi ofrecimiento con un educado gesto de negación y una radiante sonrisa.

Me alejé unos pasos. Había examinado cuidadosamente su cara, ahora solo me faltaba recordar.

Pensé un poco. Siempre había tenido una gran virtud en eso de reconocer rostros, a pesar de haberlos visto una única vez. Y esta, no iba a ser la excepción.

Medité por unos segundos más y... ¡sí, ya la recordaba!

La vez que la vi, fueron solo unos segundos. En ese momento llevaba una ropa más casual, pero igualmente muy ajustada al cuerpo. Su pelo estaba rizado, suelto, largo hasta los hombros. Y su piel era la misma, ligeramente bronceada, digna del exclusivo cuerpo lleno de curvas que portaba.

Sí, era ella. No tenía la menor duda.

HANNA

Aún no podía creerlo. Me encontraba con Caroline, y ninguna de las dos hallaba una explicación a lo que nuestros ojos estaban viendo.

Esa chica, que llevaba más de media hora hablando con Mark, que era espectacularmente guapa y vestía tan elegante como una mismísima actriz, no era otra que ella, que la profesora.

Sí. Ella era la profesora de Mark. Esa que Caroline y yo habíamos visto hacía unos días, cuando pasó a nuestro lado para retirarse, después del primer día de clases.

Ahora estaba mucho más bonita. El vestido rojo que llevaba se ajustaba por completo a su cuerpo, resaltando sus bonitas curvas. Su pelo castaño oscuro, que hoy llevaba liso y recogido en un moño, dejaba al descubierto parte de su bronceada espalda. Y su mirada... era realmente encantadora. Aquel día no me había fijado, pero tenía unos ojos grises, muy bonitos y grandes, que hoy resaltaban mucho más con un ligero maquillaje.

No lo entendía. ¿Por qué ella se encontraba aquí?

Pasaron varios minutos más. Mi visión seguía intacta en ellos, no podía remediarlo. Mark parecía feliz, no paraba de hablar con la chica ni de sonreír. Y ella también. Su sonrisa parecía ser imborrable, nunca desaparecía de su rostro y su expresión era verdaderamente divertida.

—Voy a averiguar. —me desconcertó Caroline de repente, que tampoco había dejado de observar la escena.

—P-Pero... —quise decirle que esperásemos a que Mark volviese, que él mismo nos contara.

—Tranquila, ahora vuelvo. —me interrumpió, haciéndome una seña con la mano y separándose de mí para caminar hasta el lugar de los hechos.

Estaba nerviosa. Por más que pensaba, no entendía que la profesora estuviese en la fiesta. Tan solo había venido a la casa una vez, una sola ocasión. ¿Por qué, entonces, había asistido a la fiesta? ¿Por qué, si únicamente estaban invitados los familiares y amigos cercanos?

Traté de no desesperarme. Observé a Caroline, que ya estaba hablando con Mark, y al parecer, también con la chica.

Pude ver que la señora también se unió. Ella, y la excéntrica amiga, que vino a la fiesta junto con la profesora.

El tiempo me parecía una eternidad. Contaba los segundos, los minutos para que Caroline volviese y me contase.

Y finalmente lo hizo. Sí, después de unos quince minutos, ella estaba regresando, lo estaba haciendo.

—¿Q-Qué ha pasado? —pregunté enseguida—. ¿Has averiguado algo? ¿Por qué está la profesora aquí?

—Pues... —Caroline se acercó más a mí, mirándome levemente—. Al parecer, la profesora de mi hermano es... sobrina de la amiga de mi madre.

Me quedé inmóvil, mentalizando lo que acababa de escuchar.

—Mi madre tampoco lo sabía —continuó—. Al parecer, la chica llegó hace un par de meses aquí, y ella nunca la había conocido.

—Comprendo... —asentí, sin saber qué más decir.

—He hablado un poco con ella —aseguró Caroline—. Me ha dicho que estuvo fuera del país durante varios años, especializando su carrera. También me ha comentado que está muy contenta con su nuevo puesto, con ser la profesora de mi hermano.

De nuevo me quedé en silencio. Nunca me imaginé que esa profesora tuviese alguna relación con la familia. Y la tenía, porque si era la sobrina de la mejor amiga de la señora...

En fin. Eso no tendría por qué preocuparme.

No tenía por qué, pero...

—No te gusta, ¿verdad? —me sobresaltó Caroline, haciendo una mueca.

—¿Q-Qué?

—La cercanía de esa chica con mi hermano. —dictaminó, inquietándome aún más.

—N-No, no es eso...

—Tranquila, Hanna —posó una de sus manos sobre mi hombro—. Entiendo que te sientas algo desplazada por su presencia. Creo que ya te ha robado demasiado tiempo a mi hermano, y eso no es justo. Pero no te preocupes, yo te lo voy a devolver.

Me causaron gracia las palabras de Caroline. Ella siempre sabía cómo hacer reír a los demás, era realmente especial.

Sin embargo, no parecía que todo fuese broma, pues comenzó a acercarse de nuevo a ellos.

—¡N-No, espera...! —la alcancé, antes de que entrara en acción—. Déjalos, no pasa nada... Yo tengo a Mark todos los días, no importa si en este momento está ocupado con una invitada...

Caroline se quedó pensativa por unos segundos, pero finalmente accedió, volviendo a mi lado.

La verdad es que sí me inquietaba la situación. Ver a Mark con esa chica, que era tan guapa, elegante y sofisticada, se estaba convirtiendo en una especie de agonía para mí.

Pero no podía hacer nada. No, porque en realidad no era nada malo. Mark estaba conversando con su profesora, la cual era, además, sobrina de la gran amiga de su madre, a la cual también conocería.

—Vamos a tomar algo, ¿quieres? —me dijo Caroline—. Así te olvidas un poco del asunto, hasta que mi hermano regrese.

Asentí ante sus palabras. Sabía que ella me comprendía, que entendía lo que estaba sintiendo al ver a su hermano con esa chica. Pero no podía hacer nada. Tenía que mostrarme tranquila, sumisa ante la situación que en realidad era totalmente normal.

Caminé con Caroline hasta la mesa, donde se encontraban el champán y las copas, además de múltiples licores y aperitivos.

Ella me invitó a probarlo. La verdad es que nunca había probado el champán, y en esta ocasión, no me importaba hacerlo.

Tomé en mi mano derecha una copa, mientras que uno de los encargados que había contratado la señora me servía. Alcé mi mano, llevando la bebida hasta mi boca, tragando toda de un sorbo.

No sabía mal. Tenía un gusto refinado, uno que jamás había experimentado.

Me pregunté cuántos de estos licores que había sobre la mesa había probado la profesora de Mark. Debían de ser muchos, por supuesto. Ella era una chica muy sofisticada, nacida de una familia poderosa, rica y multimillonaria, con una carrera con la que había conseguido el mejor de los trabajos: impartir clases a mi novio.

Tomé otra copa. Y luego otra. Y otra más.

Todo ello lo hacía mientras miraba al fondo, a la izquierda, donde se encontraba la susodicha, conversando muy animadamente con Mark.

—¡Hanna, no tomes tanto...! —exclamó Caroline, que me observaba con inquietud—. Nunca antes lo habías hecho, te puede sentar mal.

—No, no pasa nada —aseguré, aunque realmente sentía que las cosas comenzaban a rodar a mi alrededor.

—Hanna...

—Está bien —asentí, algo mareada—. Ya no tomaré más...

Dejé la copa sobre la mesa. Si las cuentas no me fallaban, habían sido cuatro las que me había tomado. Me sentía un poco mal, pero seguramente se me iba a pasar. Nadie podría emborracharse por cuatro copas de champán, por supuesto que no.

Miré de nuevo hacia donde mi amado se encontraba. ¿Por qué estaba tan feliz con esa chica?

Sentí que me deprimía. Todos en la fiesta iban acompañados, con sus respectivas parejas bajo el brazo, demostrando su amor abiertamente. Todos menos yo.

Las cosas comenzaban a distorsionarse un poco a mi alrededor. Las personas se movían en ondas, las mesas, sillas y demás muebles parecían mezclarse entre ellos, y daba la sensación de que todo iba a refundirse bajo el suelo.

Y todo, me incluía a mí. Sentía que mi equilibrio se desvanecía, que mis pies únicamente descansaban sobre unas agujas que comenzaban a dañarme. Me tambaleaba. Todo a mi alrededor lo hacía, y yo también.

Noté el agarre de Caroline, y algunas palabras que apenas pude comprender. Ella me sostenía, de eso estaba segura. Pero todo a mi alrededor era tan extraño, tan irreal... Nada parecía normal.

—Ven, Hanna, vamos a sentarnos —logré entender que me decía Caroline—. Vamos, con cuidado...

Creo que caminé unos pasos. Luego me senté sobre algo, una silla debía ser.

Caroline se sentó a mi lado, agarrándome constantemente de brazo.

Cerré los ojos por unos instantes. Poco a poco, empecé a sentirme mejor, menos mareada. Las cosas ya no daban vueltas, las personas y muebles parecían estar en su lugar.

Entonces me levanté. No sabía por qué, pero me sentía mucho más decidida y sin ningún tipo de vergüenza ante los invitados.

Quería ir hasta Mark, y eso iba a hacer.

Noté que Caroline trataba de detenerme, diciéndome que me quedara sentada. Pero yo le contesté que estaba bien, que ahora estaba convencida de buscar a mi amado y rescatar el tiempo perdido de la fiesta que había pasado sin él.

Me tambaleaba un poco. Al parecer, aún no se habían absuelto todos efectos del alcohol, y eso estaba repercutiendo en mi equilibrio.

Pero no desfallecí. Caminé lo más erguida posible, dando pasos firmes, lo más rectos que mi cuerpo me permitía.

Ya solo estaba a unos pasos de mi amado. Únicamente tenía que acercarme un poco más, saludar con cortesía a la profesora, y pedirle discretamente que me lo devolviera.

Iba a hacerlo. Estaba a punto de hacerlo. Pero justo entonces, algo me sobresaltó.

Una música había comenzado a sonar. Pero no era una música cualquiera, no. Era una muy romántica.

Me percaté de que muchos de los invitados comenzaron a bailar. Parejas enamoradas, pretendientes en plena conquista, matrimonios llenos de amor.

Pero lo malo vino después. Observé que la profesora, con una amplia sonrisa, invitaba a Mark a bailar.

Vi que él se negó en un principio. Sin embargo, después de que la elegante chica volviera a pedírselo, mi querido novio acabó aceptando.

Me quedé atónita. La profesora se agarraba a Mark, entrelazando sus manos entre su cuello. Sus cuerpos estaban muy pegados, sus respiraciones debían rozarse, sus pieles debían sentirse.

Ellos comenzaron a bailar lentamente, a son de la música. Mark agarraba discretamente a la chica por la espalda, siendo inevitable que en el primer momento, sus manos rozaran la piel de dicha parte, que llevaba totalmente descubierta.

Sentí que la sangre comenzaba a hervir dentro de mí. La joven profesora ahora estaba mucho más cerca de Mark, había descansado la cabeza sobre su hombro y...

¡¿Había descansado la cabeza sobre su hombro?!

Abrí los ojos como platos. No podía creer lo que estaba viendo, no.

Sentí que Caroline estaba detrás de mí. Ella me dijo que regresase con ella, me que me sentase de nuevo y descansase. Pero no, yo no quería descansar. Lo único que deseaba era tener a mi amado conmigo, rescatarlo de las garras de esa profesora, que no lo tocara más.

El alcohol y los celos no debían ser buenos consejeros. Eso, era lo único coherente que mi cabeza había logrado carburar, y que, sin embargo, mi corazón no comprendía.

Cada vez me sentía más desesperada, más confusa y abrumada.

¿Por qué Mark estaba permitiendo eso? ¿Por qué?

Sentía que quería llorar de la rabia. Mi cuerpo estaba tembloroso, mis manos y piernas tiritaban y mi corazón latía demasiado.

Entonces no pude resistirlo más. Avancé los pocos pasos que me separaban de ellos, me armé de valor, y tras reprimir una serie de lágrimas que ya aguaban mis ojos, dije unas palabras que seguramente toda la sala de invitados escucharon.

—¡Deja a mi novio! —exclamé, con un descontrol que ni yo misma pude reconocer.

Sentí las miradas de todos los invitados sobre mí. Un sobresalto de Mark, una expresión de total desconcierto de la profesora. La señora Elisabeth llevándose las manos a la cabeza, su amiga observándome confusa.

Y entonces me di cuenta de la realidad. ¿Qué había hecho, dios mío?

Hasta aquí el nuevo capítulo! :D

Siento la tardanza! :(

Pero votad si os ha gustado! ^_^

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro

Tags: #drama