37. De fiesta en la mansión
Capítulo 37
De fiesta en la mansión
Desperté con una gran sonrisa en mis labios. Había tenido unos dulces y amorosos sueños, donde Mark me abrazaba y besaba sin cesar. Debía ser, por supuesto, porque eso mismo pasaba en la realidad. Mi amado era el hombre más dulce y cariñoso del mundo, el más noble, bueno, y tierno de todo el universo. El día de ayer, me había dado una gran sorpresa por mi cumpleaños. Esta habitación en la que mi hermana y yo nos encontrábamos, con todos los bonitos muebles y decoraciones que lo iluminaban. Pero eso no era todo. Lo más hermoso era el regalo que tenía entre mis brazos, y que había abrazado toda la noche: mi osito.
Aún me emocionaba al recordar el momento en que mis ojos lo vieron, cuando me deshice del colorido papel que lo envolvía. Un precioso peluche de color canela, del tamaño perfecto para tenerlo siempre entre mis brazos, con el grabado más hermoso que jamás hubiese imaginado.
Esas palabras que se encontraban plasmadas en el osito, esa frase tan hermosa donde Mark me recordaba lo mucho que me quería, que lo haría siempre... Era como un sueño.
Me levanté de la cama, dejando cuidadosamente a mi querido osito sobre esta. Luego me acerqué hasta mi hermana, que dormía profundamente, y caminé hasta el bol de comida de Mimosa, que inmediatamente me había seguido para degustar su desayuno gatuno.
Desde que Lucy volvió a la casa, era ella quién se ocupaba de la pequeña gatita. Le daba de comer, jugaba con ella, la acariciaba cuando pedía atenciones. Por eso mismo, no tenía que preocuparme cuando estuviera fuera de casa, pues mi hermana se ocupaba perfectamente del noble animalito.
Era domingo, y el nuevo amanecer estaba bastante soleado. Al contrario que ayer, apenas se veían nubes en el cielo, dando paso a unos rayos electrizantes que traspasaban con fluidez por el cristal de la ventana.
Miré el reloj que yacía sobre la mesita de noche. Eran las ocho de la mañana, y un leve alboroto podía escucharse a través de la puerta cerrada.
Caminé directa hacia la puerta, pasando por esta y cerrándola al pasar.
Luego me dirigí hacia la sala, de donde parecían provenir los murmullos matutinos no ocasionales.
Ahí se encontraban la señora, Marlene, María, y Sharon, que conversaban aceleradamente sobre algo, moviendo las manos en ademán de señalar partes de la misma sala donde se hallaban.
Me acerqué lentamente, llegando justo donde las siluetas de dichas personas se estacionaban. Al instante, la señora se percató de mi presencia, invitándome a acercarme un poco más, para así, informarme la causa del leve alboroto.
— Estamos un poco atareadas esta mañana, cielo —confesó la señora con una sonrisa—. ¿Recuerdas el acto de beneficencia que íbamos a llevar a cabo en la casa? —asentí— Pues ha sido adelantado para hoy, por eso mismo estamos tan ajetreadas.
Me quedé algo pensativa. La verdad es que me intrigaba eso del acto de beneficencia, nunca había estado en uno, y al parecer, hoy mismo lo iba a presenciar.
— ¿Necesita que la ayude en algo? —pregunté, observando el movimiento que había en la sala.
— No quiero molestarte, cariño. Creo que nosotras solas podremos, no te angusties.
— No, no será ninguna molestia, de verdad —aseguré, mirando con entereza a la señora—. Me encantará ayudar.
— ¿De verdad, cielo? Muchas gracias.
Rápidamente, me integré en el “grupo” de ayudantes de la señora, tratando de hacer todo lo posible por ser de utilidad.
Por suerte, con Marlene a mi lado, con quién conversaba a la vez que acomodaba y adornaba la sala, no me aburría.
Al parecer, últimamente estábamos muy de fiesta en la mansión. Ayer hubo una bonita celebración por mi cumpleaños, y hoy, otra, aunque con finalidades muy distintas. Pero, bueno, si podía ayudar en algo, por supuesto que lo iba a hacer.
María y Sharon se estaban ocupando de la limpieza general, haciendo que todos los suelos y muebles quedaran mucho más relucientes de lo que estaban. Marlene y yo, bajo la supervisión de la señora, decorábamos la mesa con flores frescas, ordenábamos figuras de porcelana sobre los muebles, y cubríamos las sillas con lazos elegantes.
— Oye, Hanna... —me susurró Marlene, captando mi atención—. ¿A dónde te llevaron ayer la señora y Mark?
— Hacia mi nueva habitación. —admití, centrándome en la decoración de un jarrón en el centro de la mesa.
— ¿Te regalaron una nueva habitación? —exclamó Marlene—. ¿Dónde? ¡No, no me digas...! ¿Acaso te trasladaste a la de tu querido bombón?
— ¡No...! —negué rápidamente, ahora sí, clavando la mirada en Marlene—. Cómo se te ocurre... Mi nueva habitación está junto a la de Mark, al lado. Solo al lado.
Marlene soltó una leve carcajada, la cual tuve que acallar bajo una mirada de advertencia. Estaba bien que quisiera bromear un poco, pero me horrorizaba la sola idea de que la señora, que estaba bastante cerca de nosotras, pudiese escucharnos.
Por suerte ella parecía bastante concentrada dándole algunas indicaciones a Sharon, por lo que no debió percatarse de nada. Y menos mal. Me moriría de la vergüenza si alguien llegara a oír alguna de las barbaridades que la alocada de Marlene comentaba. Ella era una buena chica, y no hacía nada con mala intención, por supuesto, pero aún así me ponía nerviosa cada vez que irremediablemente hablábamos de mi relación con Mark.
Continuamos arreglando la sala. Cada vez estaba quedando más bonita, vistosa y llamativa. Muchos lazos rojizos colgaban de las paredes, combinados por otros de color blanco. Las flores también eran de los mismos colores, armonizando todo elegantemente.
Por suerte, algunos de los adornos de ayer pudieron servir, y eso fue un plus menos de trabajo. Dejamos los globos de los colores que necesitábamos, y también algunas de las tiras que iban de un extremo a otro de la sala.
Todo estaba quedando muy bonito. Ayer, todo era colorido. Hoy, tenía un toque mucho más elegante y sofisticado.
Finalizamos los últimos detalles. La fiesta empezaría sobre las siete de la tarde, de modo que estábamos más que adelantadas.
Al poco tiempo llegó Caroline. Ella se acercó inmediatamente a mí, resolviendo alguna de las dudas que yo aún tenía sobre este evento. Me explicó que su madre lo había hecho en varias ocasiones, que le encantaba organizar este tipo de fiestas con la finalidad de recaudar fondos para actos de beneficencia.
Hablamos por varios minutos. Caroline me aseguró que todos los invitados irían vestidos de gala; las mujeres con vestidos largos, los hombres con camisa y corbata. Debía ser algo usual, por supuesto. Nunca había estado en un evento de tal magnitud, pero sí me había imaginado que todos acudirían bastante formales.
También me comentó que su madre había elaborado una serie de invitaciones, como siempre, para todos sus amigos y conocidos. Me dijo que eran pocas personas, que realmente no les gustaba armar demasiado alboroto, y que por eso, solamente iban a acudir las personas más allegadas.
Eso me tranquilizó. Si tenía que estar dentro de esta reunión, prefería que fuera con la menor cantidad de gente posible, pues siempre me habían parecido un tanto estresantes los lugares abarrotados.
Pasaron las horas. Fui a recoger a mi hermana para almorzar, contándole que esta tarde iba a haber una reunión importante. Ella pareció ponerse feliz. Las fiestas le producían gran interés, sobre todo porque pensaba que iba a encontrar niños con quien jugar.
Llevé de nuevo a Lucy a la habitación. Habíamos almorzado amenamente, conversando sobre el famoso evento. Ese era el único tema de conversación de hoy. Sobre todo por parte de la señora, que parecía realmente ilusionada.
Dejé a mi hermana jugando con Mimosa. Le prometí que vendría en un rato, que podía poner la televisión si se aburría, o pintar sobre los folios que había encima del escritorio. Ella asintió, acariciando efusivamente el blanco pelaje de la gatita y tomándola entre sus brazos para apachurrarla contra su pecho.
Salí de la habitación, cerrando la puerta al pasar. Iba a dirigirme de nuevo hacia la sala, pero justo cuando había dado unos pasos, el leve sonido de una puerta abriéndose, más el contacto de una mano anclada sobre mi brazo, me hizo sobresaltarme.
— No te asustes. —una voz demasiado apacible me calmó casi al instante.
— ¿M-Mark? —pregunté, confundida y aliviada a al vez, sin voltearme aún.
— Claro —me di la vuelta, y pude ver esa gran sonrisa de mi amado, que aún agarraba mi brazo con extrema delicadeza—. ¿Te he asustado?
— Un poco... —admití, mordiendo mi labio superior—. Creí que aún estabas en la sala. Iba a buscarte.
— Pues ya no tienes que hacerlo —aseguró, sin borrar su tierna sonrisa—. ¿Y qué deseaba de mí, hermosa princesa?
Me sonrojé ante su pregunta, tornando una tonta sonrisa.
— Deseaba verte. Abrazarte. Estar contigo.
— ¿En serio? ¿Todas esas cosas? —preguntó, tomando ahora mi otra mano—. Pues qué casualidad. Yo también deseaba todo eso... pero también otra cosa más.
— ¿Qué? —fruncí el ceño, sonriente.
— Esto.
Mark soltó mis manos lentamente. Luego alzó las suyas hasta mi nuca, rodeando mi cabeza entre sus dedos, despejando mechones de mi pelo hacia atrás. Su respiración se acercaba hasta la mía, sus labios ansiaban contacto, su corazón latía desenfrenado. Un cúmulo de sentimientos compartidos deseaban agruparse, un amor verdadero que nos unía a cada instante. Nuestros labios ahora estaban juntos, sintiendo una tibieza demasiado exquisita que nos llenaba de infinita pasión, danzando para saborearse el uno al otro, fusionándose para crear una explosión de ardientes sensaciones que sin duda me gustaban demasiado.
— ¡Hanna! —gritó una aguda vocecilla de repente, sobresaltándome.
Me retiré rápidamente del contacto de Mark, volteando todo mi cuerpo con espasmo y corroborando la identidad de dicha voz.
— ¡L-Lucy! ¿Q-Qué ocurre?
— ¿Qué estabais haciendo? —preguntó mi hermana, mirándonos a ambos con asombro.
— ¡Nada! —exclamé, tratando de sonreír—. ¿Qué ocurre, nena? ¿Ya te aburriste de la televisión?
Lucy me observó con incredulidad, clavando con entereza sus grandes ojitos color miel sobre los míos. Quise tranquilizarme, aunque realmente no podía, pero traté de hacer mi mayor esfuerzo.
— No, no estaba viendo la televisión —contestó, algo pensativa—. Estaba jugando con Mimosa, pero ya se ha dormido... —volvió a mirarme a los ojos—. ¿Os estabais besando?
Sentí mis mejillas arder ante su pregunta. ¿Por qué tenía que hacer esa pregunta?
— P-Pues...
— Sí, nos estábamos besando —contestó Mark con una sonrisa—. Lo hacemos porque nos queremos mucho.
Lucy abrió la boca con cierto asombro, mirándonos a ambos.
— Entonces, ¿todos los enamorados se besan?
— Por supuesto —aseguró Mark, que parecía estar divirtiéndose con las preguntas de mi hermana—. Todas las personas que se quieren, lo hacen.
Lucy se quedó en silencio por unos minutos, meditando todo lo que acababa de escuchar. Luego, caminó con avidez unos pasos, acercándose a Mark y quedando justo frente a él.
— ¿Y todas las personas que se besan, son novios?
Esa pregunta fue dicha en un susurro. Estaba claro que mi hermana no quería que nadie más se enterase, ¿por qué sería?
— Bueno, no todas... —contestó Mark, agachándose a la altura de mi hermana—. Pero, ¿por qué lo preguntas?
Lucy se quedó unos minutos pensativa, sin decir nada. Luego, después de una leve indecisión, se acercó mucho más a Mark, susurrándole algo al oído.
No lo pude escuchar. Traté de acercarme un poco, con cuidado, pero igualmente no logré oír eso que mi hermana había dicho.
— ¿En serio? —escuché que le decía Mark en voz baja—. Eso debe ser porque eres una niña muy bonita.
Lucy sonrió complacida después de las palabras de Mark, y volvió a la habitación dando pequeños saltos.
Mark se levantó del suelo, donde aún seguía agachado, y volvió para encontrarse conmigo.
— ¿Qué te ha dicho Lucy? —pregunté con verdadera curiosidad, mirándolo fijamente.
— Que uno de sus compañeros le ha dado un beso.
— ¡¿C-Cómo?! —pregunté, exaltada.
— En la mejilla. —respondió Mark, riendo levemente.
Suspiré tras escuchar esas últimas palabras. Si únicamente era eso, no pasaba nada. Lo que no podría tolerar, era que algún compañero demasiado atrevido quisiese propasarse de alguna manera con mi hermana. Aunque, bueno, mientras solo fuesen cosas de niños de cinco años... no debería ser tan grave.
Nos quedamos hablando varios minutos más. Mark me contó que justo antes de venir a buscarme, había llamado a Eric para que viniese. Al parecer él también estaba invitado, y como el evento se había adelantado, tuvo que llamarlo, al igual que todos los demás invitados, aunque de esos pareció encargarse la señora.
Después de otros minutos, Mark se retiró a su habitación, pues iba a prepararse para la fiesta. Me confesó que a él tampoco le agradaban demasiado esos ambientes, pero que, en consideración a sus padres, que siempre le pedían estar presente, no le quedaba más remedio que acudir.
De esa forma, después de ver entrar a Mark a su cuarto, regresé yo también al mío, que ahora se encontraba justo su lado, a unos centímetros del suyo.
Acababa de abrir la puerta para entrar, pero, justo entonces, algo volvió a llamar mi atención.
— ¡Hanna, ven! —esta vez era Caroline, que había salido de su cuarto, también muy cercano al mío.
Ella sonreía ampliamente, indicándome que pasara su habitación.
Y así mismo lo hice. Dando unos leves pasos, entré, observando con asombro lo que se encontraba dentro de esta.
— ¿Cuál eliges? —me preguntó Caroline, acercándose hacia los dos hermosos vestidos que yacían sobre su cama.
— ¿Q-Qué...? —caminé despacio hacia ella, sin dejar de mirar los largos y elegantes trajes.
— Tenemos que usar estos vestidos para la gala —dijo, señalándolos—. Todos irán de etiqueta, y nosotras no vamos a ser menos.
Miré a Caroline de reojo, luego a los vestidos. La verdad es que eran una completa belleza, mucho más que esos que usaba cada día en la empresa. Eran largos, debían cubrir hasta los pies, y tenían unos generosos escotes.
— ¿Cuál te gusta más? —volvió a preguntar, mirándome con una sonrisa—. ¿El azul, o el rosado?
— Pues... la verdad es que ambos son muy bonitos... No sabría cual escoger.
Caroline tomo los dos vestidos, uno en cada mano. Luego, los acercó hasta mi cuerpo, admirando cual me podría quedar mejor.
— Creo que el rosado te quedará muy bien. —admitió, sin soltar el hermoso vestido.
— ¿Tú crees? —pregunté, admirando la belleza del traje.
— ¡Sí, estoy segura! —asintió, entregándome el vestido—. Pruébatelo, anda. Yo mientras me pondré el otro.
Asentí levemente, observando una vez más el atuendo. La tela color rosa parecía realmente fina, con miles de piedrecillas brillantes en la parte superior, que se reflejaban en las paredes con los últimos rayos de sol que aún entraban por la ventana.
Me puse el vestido con cuidado. Efectivamente, de largo me llegaba hasta los pies, incluso me arrastraba un poco. Aunque, bueno, eso quedaría arreglado cuando me calzase unos zapatos.
Caroline también parecía haber terminado. El vestido azul combinaba a la perfección con sus ojos, entallando sus bonitas curvas.
Ese traje, a diferencia del rosado, quedaba un poco más ceñido al cuerpo. El que yo acababa de ponerme, al llegar a la cintura, quedaba más holgado hasta los pies, dándole un toque mucho más cómodo y discreto, tal como me gustaba.
— ¡Te queda perfecto! —exclamó Caroline, acercándose a mí.
— ¿Tu crees? —sonreí—. El tuyo sí que te queda perfecto.
Caroline tomó una de mis manos, alzándola hacia arriba, instándome para que diera una vuelta sobre mí misma.
Luego yo hice lo mismo con ella, con la única diferencia de que ambas estuvimos a punto de caernos al suelo. Acción que, por cierto, nos hizo reír a carcajadas.
Después de unos minutos de juego, nos pusimos unos altos tacones. Ahora sí, nuestros vestidos no peligraban de arrastrar, y mucho menos, de ser pisoteados por la gente que vendría a la fiesta.
De esa forma, a paso firme, nos encaminamos hasta la sala.
SHARON
Todos vestidos elegantemente, portando trajes de diseñadores exclusivos, degustando canapés de primera calidad con una copa de champán en la mano. Así estaban las distinguidas personas que ya estaban llegando a la fiesta.
A pesar de que las agujas del reloj no habían llegado al punto exacto de las siete —faltaban cuatro minutos—, demasiada gente comenzaba a pisotear el suelo que horas antes había limpiado yo misma.
Era verdaderamente repugnante. Todos parecían tan superficiales, tan falsos, tan arrogantes... Habían aceptado la invitación por costumbre, por la oportunidad de regodearse ante los demás, de hacerse pasar por brillantísimas personas que se preocupan por la humanidad.
Se suponía que esto era un acto benéfico, uno con la única finalidad de recaudar fondos para ayudar a causas de familias desfavorecidas con grandes problemas para subsistir. Pero, la verdad, toda esta gente que venía, solo lo hacía para beber, comer y disfrutar.
Tenía una gran bandeja sobre mis manos, con diversos aperitivos que harían caer la baba de cualquiera. Y tenía que pasearme por toda la sala, sirviendo a la inmundicia de gente que ni siquiera me miraba, o que lo hacía, pero observándome como si fuese una vulgar criada.
Y como no, si llevaba puesto mi usual traje “rosita” de sirvienta, con el dichoso delantal blanco con encajitos en los bordes.
Mil veces le sugerí a María que usara sus dotes de convicción para persuadir a la señora de que pudiese usar otro tipo de traje, de otro color al menos, que no fuera tan cursi ni empalagoso. Pero no, ella no podía complacerme, claro que no.
Seguí paseándome por toda la sala. Cada vez llegaba más gente, y la verdad es que era bastante agobiante. Si mis roles fueran los correctos, y fuera reconocida como la dama que verdaderamente soy, estaría encantada de participar en estas fiestas. Claro, ¿por qué no? Me encantaría pasearme con uno de esos vestidos elegantes, presumiendo de mi puesto en esta casa, riendo falsamente ante las sofisticadas conversaciones de las cuarentonas sin oficio que posaban sus traseros para comer, beber, y volver a comer para convertirse en obesas. Sería genial, desde luego que sí.
Iba a retirarme hasta la cocina para rellenar de nuevo la bandeja, pues las finísimas damas, que supuestamente cuidaban rigurosamente su línea, ya se habían zampado todos los aperitivos que llevaba.
Sin embargo, antes de que pudiese dar un paso, vi algo que me hizo detenerme en seco.
Eran la odiosa de Hanna y la mustia de Caroline. Vestían elegantemente, con unos trajes largos de noche, y portaban unas asquerosas sonrisas que me hacía querer estrangularlas.
Sobre todo a la desgraciada esa. A Hanna. ¿Quién pensaba que era para portar esos trajes? ¿Cómo se atrevía a usar esas telas tan finas, cuando seguramente ni siquiera imaginaba el valor que tenían?
Resoplé con indignación y furia. Ella, vestida como una princesita, mientras que yo, calzaba trapos de sirvienta.
Las dos damitas comenzaron a pasearse por la alumbrada sala, saludando a todos los invitados.
Quise quedarme un rato más, pero no pude. No cuando oí la cansina voz de María, que me llamaba desde la cocina, ordenándome que la ayudara con algo.
Aligeré el paso de mala gana, infiltrándome en la asquerosa cocina, lugar que únicamente debería ser visitado por los sirvientes. Lo digo, porque obviamente, yo NO era una sirvienta.
— ¿Qué ocurre? —le pregunté a María, sin alzar al vista.
— ¿Por qué estabas ahí parada? —me preguntó—. ¿A quién observabas con tanta insistencia?
— A nadie —contesté con dejadez—. ¿A quién debería mirar?
María no dijo nada. Simplemente me dio indicaciones de ir a la bodega para buscar unas botellas de vino y unos licores, pues al parecer las existentes en la cocina ya se habían acabado.
Y así mismo lo hice. Tragándome mi enfado y apretando los puños antes, por supuesto.
Caminé a un paso lento. No tenía por qué estar corriendo, ni tomándome ningún tipo de prisas para servir a nadie, ni preocupándome por si acaso tardaba mucho. Es más, creo que tardaría MUCHO.
La bodega se encontraba en un rincón bastante alejado de la casa. Tenía dos entradas: una, desde la puerta que se hallaba al final de uno de los pasillos de la mansión, y la otra, por el jardín.
Preferí entrar por esta última, puesto que comprendí que sería más fácil —y cómodo—, caminar entre los hierbajos verdes que entre la multitud de gente.
Me costó un poco salir hasta la puerta principal, pues una señora con demasiados kilos de más estaba obstruyendo la entrada del recibidor. Pero finalmente pude hacerlo. Me escabullí de toda esa muchedumbre, y ahora me encontraba en las afueras de la casa —concretamente en el jardín—, de camino a la grandiosa bodega.
Mis pasos era lentos y cortos, mucho más de lo normal. Iba admirando el panorama soleado, que poco a poco se iba desvaneciendo con la puesta del astro amarillo. Al menos, no hacía frío como ayer, de forma que mis delicadas manos no tuviesen que esconderse en los maravillosos bolsillos de mi precioso uniforme de sirvienta.
Llegué hasta la puerta de la bodega. Estaba cerrada, por supuesto. Pero eso no era ningún problema, pues María me había entregado la combinación de llaves de todas las habitaciones de esta casa, las cuales estaban juntas bajo un mismo llavero.
Después de varios minutos buscando, pude encontrar la dichosa llave. Todas eran tan parecidas, que era bastante difícil dar con la correcta, sobre todo si llevabas prisa. Pero, como yo no tenía ninguna prisa...
Abrí despacio la puerta, adentrándome en el lugar. Estaba muy oscuro, bastante, y apenas podía ver nada. Alcé mis manos hacia las paredes, buscando el interruptor, y comencé a dar pasos sin despegar los pies del suelo, pues no quería tropezarme con alguna de las cajas que siempre había sobre el suelo.
La bodega era demasiado silenciosa. Tanto, que incluso daban escalofríos. La puerta aún seguía abierta, y la poca luz que aún entraba del exterior, se estaba acabando.
Continué buscando el interruptor. El lugar estaba prácticamente negro, y ya no podía ver nada, ni siquiera la salida del lugar. Eso me inquietó un poco. No ver la salida, no vislumbrar un orificio por el que salir, no tener a la vista un pequeño agujero por el que escapar cuando quisiese...
Detestaba sentirme atrapada, eso era lo que ocurría.
Pero, no tenía por qué preocuparme, claro que no. En unos segundos encontraría el dichoso interruptor, buscaría los benditos licores, y todo volvería a la normalidad.
Continué pasando mis manos por las paredes. Estaban frías. Bastante. De hecho, todo el lugar lo estaba por no haber cerrado la puerta. Pero obviamente no pude hacerlo, jamás me encerraría en un lugar tan oscuro, sobre todo cuando esta puerta, una vez que se cerraba, no podía ser abierta hasta que se metiera de nuevo la llave.
Porque la oscuridad no me asustaba, claro que no. Solo que, si dicha oscuridad estaba mezclada con una puerta cerrada, en un lugar alejado y relativamente pequeño...
En fin. No tenía nada que temer. Aunque el lugar estuviese oscuro, la puerta aún se encontraba abierta, y eso era lo importante.
Me sentía algo torpe. No entendía el hecho de no haber encontrado aún el interruptor, cuando en otras ocasiones, no me había costado nada. Aunque, claro, esas otras veces era de día, y los rayos del sol eran lo suficientemente enérgicos como para alumbrar toda la bodega. Todo lo contrario que hoy, que casi anochecía.
De repente, justo cuando creí haber encontrado lo que buscaba, algo me sobresaltó. Un pequeño ruido rompió el silencio que minutos antes albergaba el lugar, dando paso a otros minuciosos golpes, seguidos de unas pisadas que hacían chirriar el viejo suelo de madera.
Me asusté. No quise sentir ese miedo, pero lo hice. Mis manos comenzaron a temblar sin precio aviso, y mi corazón se alteró más de lo normal, ocasionando un galope que casi lo hace salirse de mi pecho.
Tranquila, Sharon, la puerta está abierta... Solo tienes que dar unos pasos, y estarás fuera, a salvo...
Comencé a dar marcha atrás, caminando lo más rápido posible, buscando la salida de la bodega. Ya debía estar cerca, muy cerca. Tan solo unos pasos más, y estaría fuera de este lúgubre lugar. Sí, unos pasos más, solo unos más.
Todo iba bien, estaba a unos centímetros de la salida. No pasaba nada, todo estaba perfecto, ya casi había llegado.
Entonces, de repente escuché un portazo.
Ups! Se acabó el capítulo! :P
En el siguiente sabréis qué pasa con Sharon, y otras cositas que ocurrirán en la fiesta... COSITAS INTERESANTES!!! ^_^
Un besito, nos vemos pronto!! (y no olvidéis votar!!) :D
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