33. ¿Una secretaria eficiente?
Capítulo 33
¿Una secretaria eficiente?
Ya habían pasado varios días desde que Lucy llegó a la casa.
Mi hermanita estaba feliz. Lo primero que hizo cuando llegamos a la habitación, en su primer día de regreso, fue buscar a Mimosa como una loca. Yo sabía que estaba impaciente por verla, que también la había extrañado mucho y que estaba muy contenta de volver a tenerla con ella y apachurrarla entre sus brazos.
También había recibido las muñecas que Caroline le había prometido. Eran hermosas, y mi hermana estaba tan contenta, que no había parado de jugar con ellas desde el mismo momento en que las recibió.
Por otra parte, había ido al colegio para volver a inscribir a mi hermana. Estaba algo inquieta por la posibilidad de que no la fueran a admitir, pues el curso ya estaba bastante avanzado, pero tuve suerte, y la directora no puso ningún problema para volverla a matricular.
Estaba aliviada. Mi hermanita iba a regresar al colegio en unos días y todo iba a volver a la normalidad. Solo me faltaban afinar unos detalles respecto a los horarios. Ya había hablado con la señora, y me había dicho que no me preocupara, que iba a buscar una solución para que pudiese cumplir con mi horario de trabajo sin preocuparme por Lucy.
Aún no sabía cual iba a ser esa solución. Pero no me preocupaba. Viniendo de le señora, nada podía salir mal.
También, en estos días, había estado cumpliendo con mi horario laboral.
Otra de las novedades había sido el alargamiento de mi contrato. Al parecer, la secretaria oficial del señor, le había pedido una semana más, por lo que yo iba a tener que cubrir ese tiempo.
Estos días, todo había salido bastante bien. Gracias a lo que me explicó Caroline, sobre la clasificación de documentos, había podido trabajar sin mayor problema, cumpliendo, así, con los deberes que su padre me imponía para desempeñar mi puesto.
Y el señor parecía bastante acorde con mi desempeño. Sabía que no era la secretaria perfecta, pero me esforzaba todo lo que podía y daba todas mis energías en ello.
En la casa todo iba bastante bien. Mi relación con Mark fluía tan hermosa como siempre, y ambos nos demostrábamos nuestro amor tantas veces como nuestro tiempo nos lo permitía.
Un tiempo que era bastante, pues el único momento donde estábamos separados, era en la mañana, cuando yo estaba trabajando.
Siempre le preguntaba qué había hecho en esas horas, y él, siempre me contestaba lo mismo:
Es una sorpresa, ya la verás...
La verdad es que estaba muy intrigada. Mark seguía preparando la misteriosa sorpresa que iba a darme, y yo no tenía la menor idea de qué se trataba.
Pero me encantaba. Que mi amado fuese tan misterioso, teniendo el hermoso detalle de prepararme algo mientras yo me encontraba fuera de casa, era realmente adorable.
También había hablado un largo rato con Marlene. Ella estaba impaciente por saber todo lo ocurrido las últimas semanas, las cosas que no habíamos podido charlar. Le conté las últimas novedades, pero ella parecía atenta a una sola cosa: todo lo que tuviese que ver con mi relación con Mark.
Verdaderamente, Marlene era una amante del chisme. Le encantaba saber todo lo que pasaba en el hogar, y más aún, si se trataba de la relación que yo mantenía con el mismísimo hijo de los señores, como ella decía.
Y Sharon... Ella seguía igual que siempre. No me había dado ningún problema, ni me había observado de mala forma. Bueno, eso era normal. Desde que ella se disculpó conmigo, todo iba bien entre nosotras. No es que fuésemos las mejores amigas, no. Pero la verdad es que me podía sentir bastante tranquila cada vez que la viera.
En definitiva, todo estaba bien en la casa.
Eran las siete de la mañana y mi hermana seguía durmiendo. Parecía un verdadero angelito. Estaba acurrucada, abrazada a la almohada y con Mimosa a su lado. Era una imagen verdaderamente tierna. Ella dormía tan profundamente como la pequeña gatita, y ninguna parecía tener intención de despertar.
En fin, podían seguir durmiendo todo el tiempo que quisiesen.
La que no podía hacer eso, era yo. Tenía que prepararme para ir a la empresa, así que debía levantarme de la cama, donde aún me hallaba sentada.
Y así mismo lo hice. Me metí en la ducha, y me di un baño rápido. Luego me vestí con uno de los preciosos vestidos de siempre –los que me había prestado Caroline–, y me puse unos de los acostumbrados tacones, los cuales, manejaba ya a la perfección.
Me miré levemente en el espejo. Llevaba el pelo suelto, como siempre, con unas leves ondas que le daban más fuerza. Lo cepillé con rapidez, y tras darme unos pequeños retoques, me retiré.
Sin embargo, antes de hacerlo, me detuve unos minutos para observar cierta parte de mi rostro.
Mi frente. El lado izquierdo de mi frente.
Era ahí donde yacía la cicatriz que había llevado durante años. Una marca que no me avergonzaba en absoluto, pues siempre que la veía, recordaba con nostalgia la situación en que llegó a mi rostro.
Caminé hasta mi hermana. Aún seguía durmiendo, igual que la gatita. Dejé un dulce beso sobre su frente, pues seguramente no iba a despertar, y no iba a volver a verla hasta la hora del almuerzo, cuando volviese de trabajar.
Me retiré de la habitación. Cerré la puerta y caminé hasta salir del pasillo.
Circulé a un paso ligero, de forma que llegara bastante rápido hasta el comedor.
Ya desde lo lejos, pude observar que todos estaban sentados. De esa forma, sin más dilación, me acoplé a ellos y me senté en mi lugar de siempre. Junto a Mark.
Normalmente iba a recogerlo a su habitación, pero hoy había sido distinto. Él me había sugerido que no era necesario. Me había dicho que le encantaba que viniese todos los días por él, pero que podía hacerlo solo.
Quería ser un poco más dependiente. No quería acostumbrarse a estar siempre esperándome, pues sabía que no siempre iba a ser posible mi temprana presencia en su habitación. Y yo estaba de acuerdo. Respetaba su decisión y estaba convencida de que era lo correcto.
Aunque, la verdad, nunca estaba de más que fuese a darle una sorpresa de vez en cuando... ¿no?
El ambiente estaba bastante tranquilo. Los señores hablaban entre ellos, como siempre, y nosotros íbamos a lo nuestro.
– Por cierto, Hanna... –habló entonces la señora, captando toda mi atención– Ya he buscado la solución para lo de tu hermana.
– ¿En serio? –pregunté, tornando una sonrisa.
– Sí. Ya he encontrado la persona para que la lleve.
– ¿Y quién va a ser? ¿María?
– No, cielo. Ella está bastante ocupada por las mañanas. –hizo una breve pausa antes de finalizar– Será Sharon.
Me quedé algo sorprendida con su respuesta. ¿Sharon iba a llevar a mi hermana?
– Tengo entendido que se disculpó, y cambió su actitud contigo, ¿no es cierto?
– S-Sí, es cierto... –asentí, algo pensativa aún.
– Ya he hablado con ella, y no ha puesto ninguna objeción. –continuó la señora– Todo está preparado para que Sharon la lleve todas las mañanas. Bueno, si tú no tienes ningún problema con eso, claro.
– N-No, ningún problema, señora. –negué con la cabeza– Muchas gracias.
La señora asintió, complacida, y siguió degustando su desayuno.
Caroline me miró algo inquieta. Al parecer, ella seguía con la idea de que Sharon no era de fiar.
Mark, por su parte, también parecía algo sorprendido. Había tornado una expresión algo confusa, como si no estuviera seguro de que la propuesta de su madre fuese la más adecuada.
Y mi opinión... Bueno, la verdad es que estaba bastante sorprendida. Nunca me hubiese imaginado que Sharon fuese la persona elegida para encargarse de mi hermana. Porque además de llevarla al colegio, también tendría que recogerla, y no sabía si era algo que le entusiasmase mucho a ella. Porque había aceptado, sí. Pero quizá por el simple hecho de haberlo tomado como una orden de la señora.
En fin. No tenía por qué preocuparme. Sharon había cambiado. Me lo había demostrado varias veces y debía darle esta oportunidad. Sobre todo porque no había nadie más que hiciese la tarea de llevar a mi hermana. Y, bueno, ¿qué cosa mala podría pasar?
Nada, claro que no.
Terminamos de desayunar con tranquilidad. El ambiente estuvo bastante silencioso después de la reciente conversación, pero eso no ocasionó ninguna incomodidad.
Me despedí de la señora, agradeciéndole de nuevo el haber buscado una solución a lo de mi hermana. Luego me despedí de Mark.
No podía negar, que me había quedado con las ganas de darle un beso en los labios. Pero no lo hice. Simplemente besé con dulzura su mejilla, pues había demasiada gente a nuestro alrededor y la verdad es que me daba un poco de vergüenza ser más efusiva.
De esa forma, Caroline, el señor, y yo, nos dirigimos hasta la oficina, nuestro lugar de trabajo.
MARK
Aún me encontraba sentado en la mesa. Hanna se había ido a la empresa, y aunque hubiera deseado estrecharla entre mis brazos y llenarla de besos antes de que se fuera, me había contenido.
Lo había hecho por ella. Porque sabía que era una chica demasiado tímida y que no se sentía cómoda si los demás la observaban mientras nos demostrábamos nuestro amor.
Me sentía deseoso, pero ya no había nada que hacer. Tendría que esperar a su llegada. Ahí la podría llenar de todos los besos que quisiera sin ningún impedimento, claro que lo haría.
Seguí jugando con la fruta que aún quedaba en mi plato. La verdad es qua ya me sentía lleno, y no tenía más apetito.
Mi madre seguía a mi lado. Notaba su presencia, su respiración. Y también la sensación de que quería decirme algo.
– Mark, hijo... –finalmente habló, captando toda mi atención– Tengo algo que comentarte.
– ¿Qué ocurre? –pregunté, algo confuso por su tono nervioso– ¿Es algo malo?
– No, al contrario. Es algo bueno...
– ¿Sí? –fruncí el ceño– ¿Y qué es?
– Ya he encontrado a la persona que te va a impartir las clases.
– ¿De verdad? –pregunté, emocionado.
– Sí. Es una persona totalmente especializada en el asunto. Y mañana mismo vendrá para conocerte.
Ahora sí que estaba sorprendido. ¿Mañana mismo iba a comenzar mis clases?
– ¿Mañana mismo? –repetí con gran emoción– ¿Y entonces, por qué te he notado un poco inquieta? ¿Es una gran noticia, no?
– Por supuesto, hijo. –contestó ella con un tono más animado– Cuanto antes empieces, mucho mejor.
– Claro. –asentí, contento– ¿Y a qué hora vendrá mañana el profesor?
– Bueno, esa era mi pequeña inquietud... no es un profesor.
– ¿Cómo? –me extrañé, alzando las cejas.
– Es una profesora. Y muy joven.
Un pequeño silencio se formó en la sala. La verdad es que nunca me hubiera imaginado que fuese una mujer quien impartiese mis clases. Y joven, además. Era una posibilidad, por supuesto, pero no lo había pensado. Tenía metida en mi cabeza la idea de que fuese un profesor. Inconscientemente, me lo había imaginado así.
– Bueno, la verdad no me esperaba que fuese una profesora. –admití– Pero, tampoco es nada malo, ¿no?
– No, no tiene por qué serlo, claro que no...
– ¿Qué ocurre? –pregunté, confundido– Además, ahora que lo pienso... ¿Por qué no lo has comentado antes, cuando estábamos todos? ¿Acaso no querías que alguien se enterara...?
– Bueno, hijo, lo que ocurre es que...
– ¿Es por Hanna?
– Sí. –admitió, dejando que un suspiro escapase de su boca– Verás... Iba a dar la noticia delante de todos, pero entonces me acordé de algo. Recuerdo el día en que sucedió ese pequeño incidente. Ese en que Hanna pensó que tu hermana era una de tus antiguas novias...
– Pero eso fue una mentira de Sharon. –expuse– Además, ¿qué tiene eso que ver?
– Sí, ya sé que fue una gran mentira. Pero el asunto al que quiero llegar es otro. Hanna se puso muy celosa con ello, ¿no es cierto?
– Pues, supongo que sí, pero... –me detuve para pensar un poco– ¿Qué estás insinuando?
– Que Hanna puede sentirse igual con la presencia de la chica. Ella está convencida, tal como tú lo estabas, que la persona que va a impartirte clases es un hombre. Y no una chica joven, como es la realidad.
Me quedé pensativo ante las palabras de mi madre. ¿De verdad Hanna podría sentirse mal ante la presencia de esa profesora?
– Eso es una tontería. –contesté finalmente– Es cierto que Hanna es algo celosa, sí. Pero también es una chica comprensiva, y por supuesto que no pondría ninguna objeción en que ese profesor fuese una mujer.
– Sí... Supongo que tienes razón. –suspiró mi madre– Lo que he pensado ha sido una tontería.
– No tienes de qué preocuparte. –comenté, algo pensativo– Estoy seguro de que todo va a estar bien.
– Claro, hijo. –contestó– Y, por cierto, la profesora vendrá mañana sobre las ocho y media.
– Está bien. Me prepararé para ello.
De esa forma, después de afinar unos pequeños detalles más, me retiré de la mesa para ir hasta mi habitación.
No sabía por qué, pero algo me preocupaba. El asunto de la profesora me había dejado un poco inquieto, no podía negarlo. Debía ser que aún estaba sorprendido. Sobre todo por lo que me había dicho mi madre sobre Hanna, asegurando que ella podría sentirse celosa.
Podría ser una posibilidad. Iba a estar todas las mañanas con una mujer, cuando ella estaba trabajando en la empresa...
No, claro que no. Hanna no iba a sentirse celosa por eso.
Por más joven que fuera esa profesora, no iba a tener ningún problema con mi pequeña.
Todo iba a salir correctamente. Tomaría mis clases por las mañanas, luego continuaría con la sorpresa que estaba preparando, y después, disfrutaría con Hanna el resto del día.
Claro que sí, todo seguiría perfecto.
SHARON
¡Lo había escuchado, sí!
Mis dotes de espía eran infalibles. Siempre era facilísimo esconderse en un rinconcito para informarse de las cosas importantes de la casa, tal como lo había hecho ahora mismo.
No podía creerlo. El supuesto profesor del cieguito Mark, se había convertido en una profesora. ¡Y joven!
Eso me caía como anillo al dedo. Lo único que faltaba, era que esa chica fuera guapa. De esa forma, si todo saliera acorde a mis pensamientos, iba a causar un boom en la pobre Hanna.
Todo estaba saliendo a mi favor. Esto era un regalo para mí, claro que sí. Dios me estaba compensando por los malos tratos que había recibido anteriormente, se había dado cuenta de todas las injusticias que se habían cometido en mi contra, y me estaba dando la oportunidad de que hiciese justicia por mis propias manos, tal como a mí me gustaba.
La señora Elisabeth comenzaba a ablandarse conmigo de nuevo. Mis actuaciones eran tan buenas, que ella estaba olvidando el pequeño incidente donde quedé como una mala chica.
Prueba de ello, era la misión que me había encomendado hoy.
Llevar a la mocosa al colegio.
Al principio me sentí algo asqueada. ¿Por qué tenía que llevar yo a esa niña? Pensé.
Pero luego me di cuenta de que era algo bueno. Muy bueno.
Esta era la oportunidad de oro que tanto estaba esperando. Podía matar dos pájaros de un tiro. Sí. Me haría la buena, tratando amablemente a la inocente niña y llevándola al colegio todos los días. Y también... podía suceder algún que otro accidente en el camino.
Definitivamente, esto iba a ser muy divertido.
HANNA
Me encontraba en la empresa. En mi oficina temporal, para ser más exactos, y cumpliendo con mis labores como secretaria.
Aún me costaba un poco adaptarme, pero me iba familiarizando con todos los componentes con cierta ligereza. Y todo gracias a Caroline, que se escapaba las veces que podía para resolver mis dudas y ayudarme en lo que pudiera.
Estaba sentada sobre la silla giratoria, frente al escritorio. Todo estaba lleno de papeles, como siempre. Numerosos archivos que parecían no tener fin, pero que resultaban bastante entretenidos cuando se lo proponían.
También había experimentado, varias veces, tomar llamadas telefónicas. Al principio me costó un poco. Mi voz sonaba algo temblorosa e insegura, me sentía bastante nerviosa al descolgar el teléfono y contestar como la secretaria del dueño de la empresa, pero con el tiempo me había acostumbrado.
Bueno, en realidad no había pasado mucho tiempo. Tan solo habían sido dos semanas, pero a mi me habían parecido las suficientes como para tomar algo de confianza en el asunto.
Y en un principio eran eso, dos semanas. Pero ahora se habían alargado a tres, y ciertamente, no era algo que me molestara.
Sobre todo porque este corto tiempo, había sido suficiente para que le tomase cariño al cubículo en que me encontraba.
Sí, esta oficina me parecía realmente acogedora y me había acostumbrado bastante a ella. Creo que me iba a causar una gran pena dejarla, pero, en fin, mi destino no era ser una secretaria por siempre. Al menos, no por ahora.
Miré la agenda. El señor no tenía ninguna cita para hoy en la mañana, así que yo tampoco iba a tener un trabajo extra en ese aspecto. Tendría que hacer muchas otras cosas, sí, pero al menos no correría el riesgo de tener que lidiar con alguno de los fastidiosos que a veces se presentaban aquí.
Porque eso era una de las cosas malas que tenía el trabajo de cara al público. Siempre aparecía algún señor, o señora prepotente, que te ralentizaba el trabajo con preguntas indiscretas que no tenían nada que ver con la empresa.
Lo bueno era, que no me habían tocado atender a muchos de esos. La mayoría de personas que venían aquí, eran bastante serias y formales, por lo que nunca había tenido mayor problema con ellos.
Iba a cerrar la agenda, pues aún la tenía entre mis manos el tiempo que me había quedado pensado.
Sin embargo, algo me detuvo. La verdad es que estaba un poco perdida en lo que se refería a días. Tenía muy presente en el que nos encontrábamos, por supuesto, pero no me había percatado de algo.
Al ver reflejados los días en números, viéndolos así, plasmados en la agenda, me di cuenta de algo que casi se me había olvidado.
Mi vista se quedó intacta en un día. En el 20 de Septiembre.
Estábamos a 17 del mismo mes, y apenas me acababa de percatar de los escasos días que faltaban para el evento: para mi cumpleaños.
Bueno, en realidad no es que lo tomara como un evento. Para mí era un día normal. Nunca lo había celebrado realmente, jamás lo había festejado y ni siquiera había recibido un regalo.
Pero no me importaba. A pesar de que mi vida en el pequeño pueblecito siempre hubiese sido muy pobre, había momentos que no cambiaría por nada del mundo.
Por ejemplo, cuando aún estaban mis padres. Ellos siempre fueron muy cariñosos conmigo, me llenaron de amor y me enseñaron todo lo que cualquier muchacha debía saber para comenzar una vida a solas, al lado de una pequeña criatura de cinco años.
Fue muy duro perderlos. Me sentí muy sola y desamparada al principio, sin saber qué hacer o qué rumbo tomar. Pero no tuve mucho tiempo para lamentarme. No cuando tenía a mi cargo a mi pequeña hermana, a la que debía sacar adelante a como diese lugar.
Ella fue mi razón de vida en esos momentos. Si no hubiese sido por mi hermanita, no hubiese salido de la gran depresión que me ocasionó la pérdida de mis padres, a los cuales, siempre tendré en lo más profundo de mi corazón.
Ahora sí, terminé de cerrar la agenda y dejarla en su sitio. La verdad es que me había dejado un poco triste recordar a mis padres, y era por eso que no pude evitar el descenso de una lágrima sobre mi mejilla.
Pero traté de calmarme. No era tiempo para sentimentalismos. Estaba trabajando y no podía dejar que el dolor del recuerdo me venciera, al punto de deprimirme como en muchas otras ocasiones.
Poco a poco me fui tranquilizando. Decidí terminar de organizar unos documentos que me quedaban pendientes, pues de esa forma no pensaría más en cosas tristes y me concentraría en mis labores.
Estaba bastante concentrada, pero algo me sobresaltó.
Era el teléfono, que estaba sonando.
Miré el número que marcaba, y pude darme cuenta que se trataba del señor. Él me estaba llamando. Había marcado la combinación del número que pertenecía a esta oficia, y obviamente, yo tenía que contestar.
Al principio me quedé inmóvil, pero al instante pude reaccionar.
– ¿Sí, señor, qué se le ofrece? –pregunté con una voz algo nerviosa, la cual quise disimular.
– Hanna, necesito que hagas algo. –contestó con una voz bastante apurada– Acabo de mandarte un documento al ordenador, y necesito que lo revises rápidamente. Es urgente, en menos de una hora va a venir un nuevo accionista a la empresa, y ese documento debe estar corregido antes de que eso ocurra. Termínalo y mándamelo cuanto antes, por favor.
De esa forma, tras decirme el nombre del documento que debía arreglar, el señor colgó el teléfono.
Me quedé bastante inquieta con su recado. Él me había pedido que corrigiese un documento y se lo mandase rápidamente. Corregirlo estaba bien, creo que podía hacerlo. Pero, buscarlo, y después mandarlo... Yo nunca había usado un ordenador. No tenía la más mínima idea, si quiera, de cómo encenderlo. Y mucho menos de buscar ese documento.
¿Qué iba a hacer?
Tenía que pensar rápido, no tenía mucho tiempo.
Abrí con cierto miedo la tapa que cubría el ordenador que había sobre el escritorio, el cual, era portátil.
Luego miré con nerviosismo todos los botoncitos que yacían sobre este, los cuales, eran letras en su multitud, aunque también había números, y otros caracteres.
Estaba muy nerviosa. El tiempo no estaba a mi favor y mi inexperiencia no era nada buena para el caso.
Volví a mirar todas las teclas del ordenador. Pero no, no tenía la más mínima idea de qué hacer.
Entonces no tuve más opción que presionar todos los botones, uno por uno, y cada vez con más desesperación, a ver si de esa forma encontraba el indicado.
Estaba irritada. Ya había pulsado todos los caracteres pero el cacharro no se encendía.
¿Tendría que llamar al señor?
No. Mejor no. Eso le demostraría que soy una inútil, que no se hacer las cosas por mí misma y que no estoy capacitada para este puesto.
Traté de concentrarme. Observé con detenimiento, de nuevo, todas las teclas que formaban el denominado teclado.
¡Claro! Todos los botones que yo había pulsado eran de ahí, del teclado. Y el botón de encendido no podía estar entre ellas, ¿no?
¡Oh, no podía creerlo! Ahora me acababa de dar cuenta de unos botones sobresalientes del teclado. Sí, estaban justo encima de estos, y eran más pequeños que los demás.
Unos tenían un símbolo que parecían indicar el volumen –al menos, eran iguales a los de la televisión de la casa–, otros, tenían unas formas que no sabía cómo descifrar, y el último de la fila, que era el primero empezando por la izquierda... tenía la forma de un círculo, con un palito que empezaba justo en el centro de este y que terminaba un poco más arriba del final.
¿Sería ese el botón de encendido?
Lo presioné con ansias. Y... ¡Sí, ese parecía ser el correcto!
El ordenador comenzó a encenderse, no tenía duda de ello. Comenzaron a salir unas letras y logos, y luego, parecía estar cargando la configuración o algo parecido.
Bien, esa parte ya estaba hecha. Ahora, solo me faltaba encontrar el... documento.
¡Oh, dios! Si encender este cacharro me había costado la vida... Buscar un archivo, sin tener la más mínima idea de cómo hacerlo, ¡me iba a matar!
Ya parecía estar completamente encendido. La pantalla tenía un fondo azul con un logotipo, el cual, se parecía a una ventana partida en cuatro partes, con cuatro colores distintos.
En la parte izquierda, había varios iconos de color amarillo, los cuales, parecían ser las denominadas carpetas, que yo había escuchado en algún momento.
Bien, tenía que centrarme y pensar con la cabeza. Si esas eran las carpetas, los documentos debían estar dentro. Sí, eso debía ser.
Pero había un problema. Eran más de diez las carpetas que estaban repartidas por toda la pantalla. ¿Cuál de todas ellas sería?
Ah, bueno, ahora que me fijaba, veía que cada una de ellas tenía un nombre. Solamente tenía que leerlos, y empezar a abrir la que viera más acorde.
Había una que se llamaba: Documentos Importantes.
¿Sería esa?
Tenía que probar. Solo tenía que abrirla, sí, abrirla...
¡¿Cómo se abría una carpeta?!
Ahora sí que empecé a impacientarme. No tenía la más remota idea de cómo abrirla, ni siquiera sabía cómo intentarlo.
Ah, espera... ¿Qué es esto que hay a mi derecha?
¡Claro, este aparatito negro debía ser el denominado Mouse!
Sí, en alguna ocasión había visto que el señor lo manejaba para controlar su ordenador.
En estos últimos días, estuve bastante tiempo en su oficina para ayudarle a las cosas que él me pedía, y pude observar que movía el pequeño aparatito del ordenador, y que presionaba sobre él como si se tratara de una tecla.
Bien. No debía ser muy difícil.
Agarré con mi mano derecha el Mouse, y comencé a moverlo.
Oh, ya veo. La diminuta flechita blanca de la pantalla del ordenador, se mueve acorde a los movimientos que hago con el aparato.
Deslicé mi mano puesta sobre el Mouse, haciendo que la flechita quedara sobre la carpeta.
Perfecto, ahora solo debía abrirla.
Medité sobre lo que vi cuando estuve con el señor. Él apretaba algo sobre el Mouse, un botón, quizá, de tal forma que se escuchaba un pequeño click que abría las cosas.
Presioné la superficie del Mouse que estaba sobre mi dedo índice, y, efectivamente, pude escuchar ese click, el cual, había apreciado cuando estuve en la oficina del señor.
Lo había presionado, sí, pero no había causado ningún efecto.
Le di otra vez más. Quizá le había dado demasiado flojo, y por eso no había funcionado.
Nada. A pesar de casi clavar mi dedo en el dichoso Mouse, la carpeta no se abría. Tan solo se quedaba en color azul, como si estuviese seleccionada.
¿Qué iba a hacer?
Empecé a desesperarme. Miré el reloj que había sobre el escritorio y... ¡Oh, dios mío, ya habían pasado cuarenta y cinco minutos desde que comencé!
Y el señor me había dicho que lo necesitaba en menos de una hora...
¡¿Qué iba a hacer?!
En mi desesperación, comencé a dar clicks consecutivamente sobre el ratón, y sorpresivamente... ¡la carpeta se abrió!
¡No podía creerlo, la carpeta estaba abierta!
Sonreí victoriosa. Al fin había logrado el objetivo que tanto me había costado. Ahora solo tenía que buscar el documento –si es que estaba en esta carpeta, claro–, y terminar de arreglarlo.
Observé uno a uno, y por suerte, encontré uno con el mismo nombre que el señor me había dicho.
Sí, ese debía ser.
Probé a dar dos clicks sobre él, y el documento se abrió enseguida.
Claro, debía haberme pasado lo mismo con la carpeta. En el momento que le di un par de veces –bueno, muchas veces, en realidad–, la carpeta se abrió.
Comencé a corregir el documento velozmente. No me quedaba mucho tiempo, y era una suerte que el señor aún no me hubiese reclamado, pues ya casi había pasado una hora. Debía ser que el accionista aún no había llegado. Y esperaba que tardara un poco más, pues a pesar de que iba todo lo rápido que podía, necesitaba detenerme en algunos puntos por más tiempo, pues tampoco podía hacer del trabajo una chapuza.
Perfecto. Después de casi quince minutos el documento estaba perfectamente terminado y corregido.
Ahora, sólo me faltaba enviárselo.
No, no, no...
¡¿Cómo se enviaba un documento?!
De eso sí que no tenía la más mínima idea. El señor estaría a punto de llamarme y esto era un completo desastre, la mismísima calamidad.
¿Qué haría ahora?
Comencé a tironearme de los pelos. Estaba tan nerviosa que mis manos habían decidido agredir a mis cabellos de forma inconsciente, haciendo que el dolor que dichos tirones me producían, si siquiera me dolieran.
Cada vez estaba más desesperada. Pero justo entonces, cuando mi pelo estaba prácticamente hecho una maraña, escuché que alguien tocaba a la puerta.
¡Oh, dios, mío! ¡Seguro que era el señor!
Me levanté temblorosa de la silla, y tras vivir unos segundos de trance, dejé que unas palabras temblorosas saliesen de mi boca.
– P-Pase, por favor...
Tenía la mirada fija en el suelo. Me estaba muriendo de la vergüenza de solo pensar en la expresión del señor, cuando le dijera que los documentos aún no habían sido enviados.
– ¿Qué pasa, Hanna? Te ves nerviosa.
Alcé la mirada rápidamente. No podía creerlo. La persona que estaba frente a mí no era el señor. ¡Era Caroline!
– Tenía un rato libre, así que he venido por si necesitabas...
– ¡Caroline, muchas gracias por venir! –exclamé, desesperada y feliz al mismo tiempo– ¡Sí, necesito tu ayuda rápidamente!
Caroline me miró confundida, pero no dudó en acercarse rápidamente hacia mí.
Le expliqué mi situación, que debía enviar un documento al señor pero que no sabía cómo hacerlo.
Ella me dijo que no me preocupara, y en cuestión de segundos, me enseñó cómo debía hacerlo.
De esa forma, haciendo caso a todas sus indicaciones, el documento pareció ser enviado.
– ¿Y-Ya está enviado, de verdad? –pregunté con insistencia, mirándola con inquietud.
– Sí, Hanna. –contestó con una sonrisa– El documento está perfectamente enviado.
– ¡Muchas gracias! –exclamé con total sinceridad– Estaba desesperada, no sabía qué hacer. Llegaste como mi salvadora, Caroline, de verdad te lo agradezco mucho.
Caroline sonrió, y se sentó en la silla que estaba frente a mí.
Ambas nos pusimos a conversar, y no pude evitar contarle todas las peripecias que había pasado para encender el ordenador, abrir la carpeta y encontrar el documento.
A Caroline le pareció todo muy gracioso. Me dijo que debería haberla llamado, que a ella no le hubiese costado nada venir a ayudarme.
Y era verdad. Podría haberla llamado, pero lo cierto es que no se me había ocurrido. Estaba tan nerviosa en esos momentos, que lo único que podía hacer, era desesperarme buscando la solución en los componentes que jamás había utilizado.
Seguimos hablando un largo rato más. Caroline me dijo que no había problema con su trabajo, que había adelantado gran parte de él, y que no tenía ninguna prisa por volver a su despacho.
Y fue un alivio para mí. La verdad es que, después del mal rato que había pasado, necesitaba a alguien para conversar.
Hablamos de muchas cosas. No relacionadas con el trabajo, por supuesto. De ese tema ya habíamos hablado mucho y ya estábamos un poco saturadas.
Nos encontrábamos bastante entretenidas. Pero algo rompió la armonía en la que estábamos sumidas. La puerta.
Alguien había tocado.
Y también había entrado sin previo aviso.
Y esa persona era el señor.
Me levanté inmediatamente al verlo. Sentí que el corazón se me salía del pecho y que todo mi cuerpo empezaba a temblar.
¿Habría cometido algún fallo en el documento?
¿O quizá no lo había enviado a tiempo?
Esos pensamientos me alteraban, me carcomían por dentro, y me desesperaban profundamente.
El señor John se estaba acercando lentamente a mí. Sí, lo estaba haciendo.
Y yo no sabía qué hacer...
– Muy bien, Hanna, todo ha salido perfecto. –dijo el señor John con una sonrisa, desconcertándome por completo
– ¿C-Cómo...? –pregunté con un hilo de voz, algo confundida y desconcertada a causa de mis nervios.
– Tenemos nuevo accionista en la empresa, y todo gracias al trabajo que has hecho con ese documento.
– ¿E-Estaba bien el documento? –pregunté con timidez, aún demasiado nerviosa– ¿L-Le ha llegado a tiempo?
– Sí, claro que sí. –contestó con una amplia sonrisa– El documento estaba perfectamente corregido, y también ha llegado a tiempo. Buen trabajo, Hanna.
Esas palabras hicieron que mi alma regresara a su lugar. Por un momento había pensado que el señor estaba aquí para regañarme, para reclamarme que algo hubiese salido mal.
Pero no. Todo parecía estar perfecto, y ese fue el alivio más grande que había recibido el día de hoy.
– Hanna es una gran trabajadora, tiene un empeño enorme. –me sobresaltó Caroline, que se levantó de la silla y se aproximó hasta nosotros– No ha descansado hasta encontrar el documento, a pesar de que nunca ha utilizado un ordenador.
– ¿Es eso cierto? –preguntó el señor, alzando las cejas– ¿Nunca antes habías utilizado uno?
Lo miré con timidez, negando con la cabeza. Me sentía un poco avergonzada, no me esperaba esas palabras de Caroline a su padre, y mucho menos que este se sorprendiera de esa manera.
– Hanna no tenía la más mínima idea de cómo manejar el ordenador, es cierto. –intervino de nuevo Caroline, haciéndome sonrojar– Pero, aún así, no ha descansado hasta conseguirlo. No se ha rendido en ningún momento, y ha logrado encontrar el documento a pesar de no saber, ni siquiera, como encenderlo.
El señor John me miró muy sorprendido. Sus azulados ojos se abrieron como platos y su boca no dudo en hacer lo mismo. Quizá estuviera pensando que era una completa inútil, que había gastado un preciado tiempo en encontrar un simple documento, cuando cualquier persona lo hubiese hecho en menos de dos minutos.
– Vaya, veo que eres una jovencita con un alto espíritu de superación. –me sobresaltó entonces el señor, que había tornado una tierna sonrisa– Eso me gusta. Habla muy bien de ti, y del empeño que pones en el trabajo.
– G-Gracias, señor. –contesté con apenas voz, bastante nerviosa.
El señor John se acercó mucho más a mí, colocando una de sus manos sobre mi hombro. Luego sonrió ampliamente, vocalizando unas palabras que, sin duda, se quedaron grabadas en mi corazón.
– Gracias a ti, muchacha. Estoy muy orgulloso de ti, de que te esfuerces tanto en todo lo que haces. Sin duda, eres una secretaria muy eficiente.
Me emocioné profundamente ante sus actos. Era la primera vez que me sonreía de esa forma tan sincera y tierna, que posaba una de sus manos sobre mi hombro, y que me decía unas palabras tan bonitas.
Una secretaria eficiente, esas fueron sus palabras.
Estaba feliz. Una inmensa dicha se apoderó de todo mi cuerpo. Ahora sí, sentía que me había ganado por completo el cariño del señor y que verdaderamente me consideraba como un miembro más de su familia.
Había pasado una mañana estresante, llena de nervios y desesperación. Me había tirado de los pelos, habiendo arrancado alguno de ellos y sufriendo la posibilidad de dejar una calva en mi cabeza.
Pero, finalmente, todo había acabado bien.
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