32. Una tarde entretenida
Capítulo 32
Una tarde entretenida
Ya habíamos llegado a la casa.
Todos se encontraban a nuestro alrededor, dándole la bienvenida a mi hermana y llenándola de mimos y saludos.
Lucy estaba realmente feliz, se emocionó mucho al ver a la señora y a Marlene, pues con ellas siempre se había llevado bastante bien.
El señor, por su parte, estaba un poco más alejado. Él no dijo nada ni se acercó a saludar a mi hermana, pero tampoco había puesto una mala expresión ni nada parecido.
También estaba Caroline, que parecía realmente ilusionada con la llegada de Lucy, a pesar de que era la primera vez que la veía. Ella me había asegurado que le encantaban los niños, que su segunda vocación hubiera sido ser maestra y que estaba impaciente por conocer a mi hermana.
Y así mismo lo estaba demostrando en este momento. Caroline no tardó en acercarse a Lucy, dándole un cariñoso beso y preguntándole un sin fin de cosas, a las que mi hermanita, por cierto, respondía la mar de entusiasmada.
– Así que te llamas Lucy. –sonrió Caroline, mirando con dulzura a mi hermana– Qué nombre tan bonito.
– ¿Y tú como te llamas? –preguntó Lucy sin ningún tipo de vergüenza, correspondiendo a su sonrisa.
– Me llamo Caroline. Y soy la hermana de Mark, ¿lo sabías?
– ¿Su hermana? –preguntó Lucy, algo sorprendida.
– Sí. –sonrió ella, pasando la mano sobre su cabello.
– ¿Entonces tú también puedes ser mi amiga? –preguntó Lucy, con un tono tan inocente que tocaba el punto de lo adorable.
– ¡Claro que sí! –exclamó Caroline– Vamos a ser las mejores amigas.
Lucy se puso feliz, y tras hablar un rato más con Caroline, se fue a la cocina con Marlene, pues había insistido en querer ayudarla a hacer el almuerzo.
Los señores también se retiraron, de manera que solo quedábamos Mark, Caroline y yo.
Ambos estaban a mi lado, hablando del feliz regreso de mi hermana y de lo bonito que había sido todo.
Caroline me aseguró que Lucy le había parecido una niña muy tierna, realmente encantadora. Y era verdad. Mi hermanita era bastante inquieta, incluso traviesa a veces, pero era un encanto de criatura.
De esa forma, tras estar unos minutos más conversando, nos dirigimos hasta la mesa, pues ya era la hora de comer.
Cada quién se sentó en su respectivo asiento, esperando a que fuera servida la comida.
Todos estábamos muy tranquilos, charlando amenamente. Sin embargo, me percaté de que algo me faltaba.
¿Qué sería? Pensé.
Pero entonces pude vislumbrar de qué se trataba. Por la entrada de la sala, y dirigiéndose al comedor, se estaba encaminando María, que traía de la mano a mi hermana.
Ella se veía un poco confusa, y nos miraba a todos con extrañeza. Quizá no se imaginaba que iba a comer con nosotros, pues nunca antes lo había hecho.
Antes de que Lucy se fuera de la casa, yo aún era una empleada, por lo que siempre comimos en la cocina. Pero ahora todo era distinto. Yo suponía que el señor no iba a poner ninguna contradicción en que mi hermana se sentara a la mesa, sobre todo después de los halagos y las palabras tan bonitas que me había dedicado hace días, en forma de agradecimiento cuando ocurrió el incidente de la oficina.
Él me había asegurado que me iba a tratar como una más de la familia, que iba a tratar de hacer más cómoda mi estancia aquí. Y me lo había demostrado, pues aunque aún no hubiéramos entablado una conversación amistosa, su actitud hacia mí sí lo era, sobre todo por sus gestos tan afables y tiernas miradas.
Y yo se lo agradecía mucho, por supuesto. Sobre todo porque hacía que me sintiera más cómoda, mucho más tranquila.
De esa forma, María llevó a Lucy hasta mi lado, de forma que yo la instara a sentarse en la silla que había libre justo a mi lateral.
Mi hermanita se sentó enseguida, mirando a todos los demás de forma algo insegura. Sobre todo parecía algo cohibida con la presencia del señor. Y claro, era normal. Las últimas palabras que Lucy escuchó de la boca del señor John, fueron unos desagradables gritos que la acusaban y regañaban de haber tirado al suelo una vasija.
Lucy se llevaba bien con todos, era una niña muy alegre y espabilada que no se cortaba en hablar con quién se le apareciese a su lado.
Pero la situación en estos momentos era muy distinta. Ella estaba seria, como asustada, mirando con la cabeza baja al suelo. Y eso lo había producido la presencia del señor, yo no tenía ninguna duda.
El ambiente estaba un poco pesado. Todos miraban a mi hermana entre confusos y apenados. Algunos, porque les extrañaba su comportamiento y no sabían qué le ocurría, y otros, porque estaban conscientes de que la reacción de Lucy era provocada por la presencia del que una vez fue un hombre injusto.
Sin embargo, la persona neutra que no podía ver lo que ocurría, pero sí sentir la tensión en la que nos encontrábamos, quiso poner fin al silencio que se había formado.
– Hoy es un día muy especial, ¿no os parece? –intervino Mark con una sonrisa, aplacando el incómodo silencio que segundos estábamos presenciando– Toda la familia está reunida. Antes nos faltaba Lucy, pero ahora estamos todos.
Yo tragué saliva al escuchar las palabras de Mark. No sabía si habían sido buenas, pues con ellas se apagaba un poco la tensión, o si por el contrario estaban incomodando al señor, pues este se había sobresaltado al escucharlas.
Quizá recordaba el momento en que ocurrió el incidente. Era posible que estuviese arrepentido, y por eso ahora se sentía incómodo ante la situación. Pero la verdad es que eso era algo inevitable. Tarde o temprano iba a salir cualquier tema parecido y la verdad es que era mejor enfrentarlo cuanto antes. No había otra salida.
– ¡Sí, ahora somos una familia mucho más grande! –exclamó entonces Caroline, suavizando un poco el ambiente.
Lucy levantó la cabeza entonces y miró a Caroline. Al parecer sus palabras la habían animado y la habían hecho sentir más cómoda con la situación.
– ¿Verdad que estás contenta de regresar, Lucy? –preguntó Caroline a mi hermana– Aquí vas a poder hacer muchas cosas, jugar a lo que quieras. Incluso te puedo regalar unas muñecas de cuando yo era pequeña, ¿quieres?
– ¿Unas muñecas? –preguntó Lucy, emocionada, levantándose de la silla.
– ¡Sí, tengo muchas! ¿Quieres que luego te las enseñe?
– ¡Sí...! –exclamó mi hermana con gran felicidad– ¡Voy a tener muñecas! ¡Voy a tener muñecas!
Lucy no pudo evitar dar unos leves saltitos en el suelo. Estaba tan feliz que no se podía controlar, pero yo no debía permitir que se comportara así delante de los señores, por lo que la insté rápidamente a sentarse.
Mi hermana se tranquilizó un poco, quedándose quieta sobre la silla.
Yo miré entonces a Caroline, dedicándole una mirada de agradecimiento.
La verdad es que ella era una chica sensacional. Siempre tenía las mejores intenciones en ayudar a los demás y lo hacía con total sinceridad.
Ella me había ayudado mucho desde el primer día en que nos conocimos. Comenzó a tratarme como una de la familia, haciéndome sentir cómoda, y me ayudó en mi arreglo personal para verme más bonita e ir arreglada al trabajo.
Gracias a ella podía ir vestida decentemente todos los días. Bueno, más que eso, pues los vestidos que me había prestado eran hermosos y casi todos nuevos.
Además, ahora me estaba ayudando mucho con mi hermana. Acababa de llegar y ya le estaba regalando unas muñecas, las cuales parecía tener guardadas desde pequeña.
Y Lucy estaba que brincaba de la alegría, por supuesto. Yo nunca pude comprarle una muñeca. Nosotras éramos demasiado pobres cuando vivíamos en el pequeño pueblecito y apenas teníamos lo suficiente para subsistir, por lo que mi hermanita apenas había tenido unos juguetes caseros con los que entretenerse.
Pero ahora todo era distinto. Nuestra vida había cambiado considerablemente desde que llegamos a esta casa. Todo a un ritmo lento, pero constante. Tal como debía ser, claro.
Desde que llegamos nada nos faltó. Yo no tenía ningún gasto porque la comida, y el techo para dormir, iban incluidos en el contrato.
Un contrato que finalizó cuando formalicé mi relación con Mark.
Y, bueno, ahora yo tenía un trabajo. No estaba muy segura si el señor me iba a pagar un sueldo, sobre todo porque ahora mismo yo estaba ocupando un puesto de suplente. Pero a mí no me importaba esperar. Él podía tenerme a prueba todo el tiempo que quisiese, por algo yo era una principiante en la empresa.
Aunque la verdad es que sí me encantaría progresar. Sería como un sueño que yo aprendiese todo lo debido y me convirtiera en una profesional, ganando así un sueldo merecido con el que poder comprar mis propias cosas cuando fuera necesario.
El ambiente estaba mucho más animado. Mi hermana no paraba de conversar con Caroline, quién parecía bastante contenta.
Ambas habían congeniado de maravilla, como nunca hubiese imaginado. Ahora sí, Lucy iba a tener una confidente y compañera de juegos con la que entretenerse y compartir sus cosas. Bueno, siempre y cuando Caroline tuviese tiempo, pues yo tampoco iba a permitir que mi hermana la importunase cuando ella quisiese.
Finalmente terminamos de comer.
La verdad es que todos en la mesa habían estado bastante activos y animados. Todos menos el señor John.
Él parecía algo incómodo, nervioso. Apenas había dicho unas palabras en la comida y ni siquiera había probado el postre.
Seguramente se sentía desplazado en torno a los demás. Porque todos estaban pendientes de mi hermana, preguntándole cosas y hablando con ella de uno u otro tema.
Caroline se llevaba el premio, por supuesto. Ella era con quién más estaba socializando Lucy en estos comentos y con quien se veía más entretenida.
Pero también interveníamos Mark y yo, que nos uníamos a las graciosas ocurrencias de mi hermana y Caroline.
Incluso la señora se acopló a nosotros. Ella le sonreía agradablemente a Lucy, escuchando las anécdotas que ella le contaba sobre su estancia en el colegio.
Un colegio al que no volvería más.
Eso era una de las cosas que tenía que arreglar. Debía matricular, de nuevo, a mi hermana en la escuela de antes. Solo esperaba que la admitieran, pues a estas alturas de curso podía ser algo difícil.
Otra cosa que me preocupaba, eran los horarios.
Mi trabajo en la empresa comenzaba a las ocho de la mañana, y el colegio, a las nueve.
¿Cómo me las iba a apañar?
Bueno, aún tenía un tiempo para pensarlo. Primero tenía que volver a matricularla, luego a esperar que la admitieran, y después, esperar un periodo de unos días para que estuviera todo listo y pudiese volver.
Habiendo terminado ya el postre, y culminado con una múltiple conversación repleta de todo tipo de temas, cada quién se retiró de la mesa para ir a su respectivo lugar.
Los señores se fueron a la biblioteca. Eso fue algo raro, por cierto. Era normal en la señora, pero no en su esposo. Él siempre se encerraba en su despacho para trabajar, cosa que parecía ser su gran pasión, pero hoy, casualmente, no lo había hecho.
Caroline se quedó en la sala hablando con Mark, pues ambos siempre habían sido muy unidos, y desde la llegada de la chica, no habían tenido mucho tiempo de entablar una larga conversación a solas.
Yo, por mi parte, me llevé a Lucy a la habitación. Ella estaba ansiosa por volver a su antiguo cuarto, el cual, tuvo que dejar por meses para dormir en el colegio.
Mi hermanita estaba realmente ansiosa. Caminaba a paso ligero por el pasillo que nos llevaba a la habitación, sonriendo sin parar ante la gran felicidad que le producía volver a su cuarto.
Pero, sobre todo, yo sabía lo que ella esperaba encontrar ahí...
SHARON
¡No podía creerlo, no!
Una furia casi desconcertante se había apoderado de todo mi cuerpo, haciendo que este empezara a temblar de la rabia.
¿Qué hacía esa niña aquí?
Aún no podía concebir lo que mis ojos habían visto minutos antes. Me había asomado cuando noté un gran alboroto a la entrada de la puerta, y lejos de encontrarme algo novedoso o interesante... ¡Me encuentro a la mocosa!
Comencé a morderme las uñas sin control. Esto no podía estar pasándome a mí, no. La hermana de la estúpida de Hanna no podía estar de vuelta, no podía haber vuelto a esta casa.
Traté de tranquilizarme un poco antes de que me diera un ataque.
A ver, Sharon, cálmate. Esa niña únicamente debe de estar de visita, mañana mismo volverá al internado.
Y más vale que así fuera. Yo no podía imaginarme que la mocosa estuviera de vuelta, no podía permitirme que la estúpida de Hanna hubiera ganado ese terreno trayéndola de regreso a la casa.
Pero por más que trataba de tranquilizarme, no podía. La sola idea de pensar que iba a tener que lidiar con esa cría de nuevo, con todo lo que me había costado sacarla de aquí, me enfermaba.
De ese modo, sin poder contenerme más, me dirigí hasta la cocina para preguntarle a María sobre el asunto.
Yo le había dicho un par de horas antes que no me encontraba bien, que me dolía un poco la cabeza y que no iba a poder servir la comida. Ella me había dicho que no había ningún problema, que el almuerzo ya estaba listo y entre ella y Marlene eran suficientes para servir a la familia.
No quería acercarme a Hanna y a su hermana, por eso había mentido. Sabía que esta vez iba a ser incapaz de disimular, me encontraba tan enfurecida que si salía a darles la cara, iba a estropearlo todo por no poder controlarme y mirarlas con desprecio. Y eso como poco.
Con gusto volvería a dejar caer el plato de Hanna en el aire, haciendo que esta se intimidara y entendiera de una vez lo mucho que la odiaba.
Pero no podía hacer eso. Tenía que controlarme o de lo contrario iba a echar a perder todos mis planes.
Llegué a la cocina, donde se encontraba María. Había caminado a un paso bastante lento, pensado de qué manera le iba a preguntar sobre la mocosa.
No quería que sospechara lo mucho que me había molestado verla, por eso tenía que medir muy bien mis palabras antes de decirlas.
Sin embargo, a pesar de estar pensándolo durante todo el camino, al ver a María no pude contenerme en preguntar lo que primero que vino a mi cabeza.
– María... ¿Qué hace esa niña aquí?
– ¿Lucy? –preguntó ella con tranquilidad, sin levantar la vista de los platos que estaba lavando.
– Sí, esa misma. –afirmé, tratando de no sonar muy enfadada.
– Está de regreso. –contestó María, haciendo que mis ojos se abrieran como platos– Su hermana ha ido a recogerla hoy mismo.
– ¿De regreso? –pregunté yo, horrorizada– Quizá solo ha venido de vacaciones, ¿no?
– No, ha venido para quedarse. –sentenció ella, tornando una leve sonrisa.
– ¿Estás segura? –volví a preguntar, mirándola de forma alarmante.
– Completamente. –aseguró María, que seguía concentrada en su tarea.
Una inmovilidad se apoderó de mi cuerpo entonces. Esa niña había regresado para quedarse, no podía creerlo.
Yo mantenía la esperanza de que no fuera cierto, de que María estuviera equivocada. Pero no. Ella parecía completamente convencida. La mocosa estaba de vuelta en casa, ya no quedaba la menor duda.
– ¿Y por qué lo preguntas? –me sobresaltó entonces María, que ahora sí, había levantado la mirada para verme.
– N-No, por nada... –negué yo con la cabeza– Solo preguntaba...
– ¿Estás segura? Porque he visto mucha insistencia en tus palabras, incluso malestar cuando te he dicho que la niña ha vuelto para quedarse.
¡Maldita sea! María no era nada tonta y siempre se daba cuenta de mis pensamientos.
– Claro que no. –traté de disimular, pasando la mano por mi cabello– Es más, me alegra que la niña haya regresado. Así dará un poco de alegría a la casa.
María me miró de reojo ante mi comentario. Yo sabía que no se lo había creído del todo, pero al menos yo había hecho el intento.
En fin. Lo único que me quedaba por hacer era tranquilizarme. La mocosa estaba de vuelta, pero no iba a ser por mucho tiempo.
No cuando tuviera que regresar al mugriento pueblo del que salió. Porque ella y su querida hermana, a la cual yo aborrecía, iban a salir como dos cucarachas de esta casa más pronto de lo que imaginaban.
Decidí descansar de esos pensamientos por un momento. No debía ser muy sano estar las veinticuatro horas del día elaborando una venganza, no cuando ese par de aparecidas no se merecían más que una patada en el trasero para salir de aquí.
Pero era algo divertido. La verdad es que me relajaba bastante pensar el sufrimiento tan grande que podía ocasionar en Hanna con una venganza elaborada.
Crear un plan para martirizar a la estúpida, era bastante provechoso si después iba a obtener mi recompensa.
Porque yo me iba a sentir triunfante si lograba mi objetivo.
Y ese objetivo era destruir a Hanna poco a poco, muy lentamente para que sufriera lágrimas de sangre por haberse interpuesto en mi camino y querer robarme todo lo mío.
Me puse a ordenar los estantes. Ya no iba a poder engañar a María con lo del supuesto dolor de cabeza, pues ella se había dado cuenta de que yo estaba completamente bien.
Sin embargo, justo cuando estaba concentrada haciendo una montaña con unos paquetes de galletas, imaginando que el más alto era Hanna y que luego se caía... algo me interrumpió.
El timbre tenía que ser.
María me dijo que yo abriera, que ella tenía todas las manos mojadas de lavar los platos.
Vaya... El otro día me tocó abrir a mí cuando tenía todas las manos empapadas, porque ella no se había dignado a aparecer, y ahora me mandaba a que yo lo hiciera porque ella no podía.
¿Sería el tal Eric de nuevo?
Me encaminé a un paso algo ligero hacia la puerta. No sabía por qué, pero no me había desagradado la idea de que se tratara de él.
Abrí la puerta lentamente, tan despacio que un leve crujido sonó a través de esta.
Era él. Su pelo tan rubio era tan llamativo que podría diferenciarse aún estando a varios metros de distancia y sus azulados ojos eran de una tonalidad tan clara que parecían ser transparentes.
El chico me observó con una sonrisa, y tras hacerlo pasar, le dije una palabras que tuvieron una reacción muy distinta a la que yo me esperaba.
– Hoy no tengo tiempo para que me molestes, así que si piensas que...
– No te preocupes, no te voy a molestar. –sentenció él con una amplia sonrisa, haciendo que yo me quedara atónita– ¿Está Mark en su habitación?
No iba a contestar, pues me sentía rabiosa ante su osadía de haberse hecho el importante y haberme dejado como una estúpida, pero finalmente lo hice.
– Está en la sala con su hermana. –contesté con seriedad, sin mirarlo a los ojos.
– Gracias. –asintió él, sin dejar de lado su cínica sonrisa.
El chico se retiró y yo me quedé inmóvil.
¿Cómo se atrevía a dejarme con la palabra en la boca?
El muy estúpido se había hecho el importante conmigo, tratándome como si yo fuera cualquier trapo viejo e ignorándome por completo.
Maldito desgraciado. No podía creer que me hubiese tratado así, no después de la forma tan distinta en que lo había hecho otras veces.
En anteriores ocasiones él me había mirado con algo parecido al deseo, me había impregnado con palabras que hacían que todo mi cuerpo temblara y se me había insinuado en cierta forma.
Y ahora, ¿me trataba así, como si no le importara?
¡Estúpido!
MARK
Me encontraba sentado en el sofá, hablando amenamente con Caroline sobre una multitud de cosas de las que no habíamos tenido tiempo de conversar.
Ella me había confesado que estaba muy feliz de mi cambio. La última vez que había venido de visita, cuando aún estaba estudiando en Italia, yo era una persona muy distinta a la de ahora.
Siempre estaba encerrado en la habitación, sentado en mi sillón negro –tan negro como todo lo que yo alcanzaba a ver–, y hundido en la más profunda depresión.
Me ponía feliz siempre que venía mi hermana, y trataba de disimular lo más posible mi tristeza, pero yo sabía que en el fondo ella sabía el gran dolor y desesperación que yo sentía por dentro al no poder ver nada.
Sin embargo, esa oscuridad ahora se había transformado en una luz. Y todo gracias a Hanna, por supuesto, que había iluminado mi vida de una forma que yo jamás me hubiese imaginado, obsequiándome con un amor verdadero al que yo le correspondía por completo.
Y eso Caroline lo sabía. Ella estaba convencida de que todo mi cambio había sido gracias a Hanna, y por eso estaba tan agradecida y contenta.
Mi hermana me había asegurado que Hanna le parecía una chica muy dulce y buena, que desde el primer momento en que la vio, su mirada le transmitió pura sinceridad y buenos sentimientos.
También me comento que ambas se habían hecho muy amigas. Me dijo que Hanna se mostraba algo tímida en ciertas ocasiones, pero que al poco tiempo lograba adaptarse al ambiente y conversar tranquila con ella. Decía que esa era una de las cosas que más le habían gustado de ella, que fuera una chica inocente y no una fresca que no tenía el menor recato en alardear de temas no demasiado morales.
Esa era mi Hanna, sí. Una chica inocente, libre de cualquier pensamiento que albergara un ápice de malicia y con un corazón tan grande que debía llenarle todo el pecho.
Seguí hablando tranquilamente con Caroline. No era por presumir, pero mi hermana era una chica extraordinaria en todos los sentidos. Con ella nunca había tiempo de aburrimientos, pues tenía cada ocurrencia, que era difícil no sacar una sonrisa cada vez que conversabas con ella. Además, era una chica muy altruista y llena de bondad, siempre había acudido a los eventos sociales de beneficencia a los que mi madre asistía y había colaborado varias veces con ONG´s de ayuda a niños necesitados. Era un encanto de hermana.
Ahora habíamos cambiado un poco el tema. Bueno, la verdad es que habíamos empezado a jugar, pues ella había comenzado a aplastar un mechón de mi pelo que decía estar algo alborotado. Yo le dije que seguramente uno de sus mechones también estaba despeinado, por lo que empecé a alborotarle su cabello sin previo aviso.
Ambos nos encontrábamos en plena “disputa de hermanos”, riendo a carcajadas mientras nos molestábamos el uno al otro e intercambiando palabras amenazadoras llenas de cariño.
El ambiente estaba bastante animado, pero entonces noté que la mano de mi hermana, la cual estaba pellizcando mi cara con cierta malicia, se detuvo de repente.
– ¡Vaya, mira a quién tenemos aquí! –exclamó ella, que pareció levantarse del sofá.
– ¿Quién está ahí? –pregunté yo con curiosidad, frunciendo el ceño.
– Soy yo, el rey de la fiesta.
– ¿Eric? –sonreí a la vez que me levantaba, alzando una mano para estrecharla con la suya.
– El mismo. –aseguró él, riendo– Veo que estabais bastante animados, ¿me puedo unir a la reunión?
Yo asentí, alentando a Eric para que se sentara y nos acompañara ante tan armoniosa escena que estábamos viviendo antes de que él llegara.
Noté como un sonoro beso hizo aparición cerca de mí. Mi hermana había saludado a Eric, quise deducir.
De esa manera, los tres estábamos ya sentados en el sofá, el cual, era tan ancho como para que cupiesen cuatro personas, e incluso, sobrara algo de espacio.
– Qué gusto verte, Caroline. –comenzó a hablar Eric– Tu hermano ya me había comentado que habías regresado, pero nunca pensé que lo hubieses hecho tan bonita.
– Eh, cuidado con mi hermana. –protesté– ¿Apenas acabas de verla y ya la estás adulando?
Caroline comenzó a reír ante mi comentario y Eric también. Yo no pude evitar hacer lo mismo, tanta armonía me contagiaba.
– Siempre tan halagador, Eric... –comentó mi hermana, controlando su risa– Yo también me alegro de verte.
De esa forma, los tres empezamos a conversar tranquilamente.
Eric comenzó a hacerle miles de preguntas a mi hermana sobre su estancia fuera del país, interesándose por las cosas que había hecho y felicitándola por haber terminado su carrera y estar trabajando.
Luego cambiaron de tema. Curiosamente, habían llegado a una cuestión que siempre aparecía cuando la persona con la quien hablabas era Eric.
Mujeres.
No tenía idea de cómo, pero siempre que alguien conversaba con él, tenía que acabar escuchando algo sobre ese tema. Porque a Eric le encantaba. Le emocionaba profundamente entablar una conversación donde entraran mujeres bellas con las que él tuviera oportunidad de compartir, desde una velada, hasta una noche romántica.
Definitivamente, ese chico no tenía remedio. Eric parecía ser uno de esos jóvenes que nunca iban a sentar cabeza, de esos que jamás iban a encontrar una mujer con la que compartir su vida y que solamente vivirían de romances en los que cada día estrenarían nueva conquista.
La verdad es que nunca me imaginaría a Eric casado. Ni siquiera enamorado. Él era como un pájaro, de esos que vuelan libres por el cielo y que van picoteando cuanto manjar se les cruce, pero sin volver a él una segunda vez.
Llevábamos más de dos horas conversando. Por supuesto, no habíamos cambiado el tema que a mi amigo tanto le gustaba, pues él no daba tiempo para hacerlo.
Sin embargo, y por suerte, la voz de mi hermana hizo que se calmara un poco.
Caroline nos comentó que tenía algunas cosas que hacer, que había disfrutado mucho el tiempo que habíamos pasado conversando, pero que ya debía retirarse.
Yo me pregunté si realmente era porque tenía cosas pendientes, o si por el contrario, se había aburrido de la misma cantalea de Eric.
La segunda opción era la más probable, pensé.
De esa forma, habiéndose retirado Caroline, nos quedamos solos Eric y yo.
Al principio se hizo un leve silencio, pero enseguida se interrumpió. Mi querido amigo comenzó –o mejor dicho, continuó–, hablando de su tema preferido.
– Sí, Eric, ya me has dicho miles de veces tu prospecto de chica perfecta... –comenté yo con cierto cansancio– Tienen que tener un cuerpo de modelo, el rostro de una muñeca, y la malicia suficiente como para pasar una noche romántica al día siguiente de haberte conocido.
– Vaya, lo dices como si fuera algo muy extraño...
– Lo es. –afirmé, alzando mucho las cejas– Sólo a alguien como tú se le ocurre ser tan fresco y desinteresado. Un día le vas a proponer una de esas cosas a una chica decente y te vas a ir a tu casa con una marca roja de mano en la cara.
– O con unos arañazos bien profundos. –sugirió él, haciéndome reír a carcajadas.
– Sí, esa es otra opción. –asentí sin parar de reír– Sería conveniente que te fijaras en las uñas de la chica con la que te metes. Si las tiene algo largas, mejor que no se te ocurra proponerle nada.
Ambos reímos sin control ante los comentarios tan ocurrentes que habían pasado por nuestras cabezas.
El ambiente era realmente divertido, no cabía duda. Pero la verdad, pensé que ya era hora de dejar ese tema a un lado, pues ya había sido suficiente por hoy.
– Bueno, qué te parece si cambiamos de conversación. –sugerí yo, que estaba un poco más tranquilo.
– Está bien, está bien... –accedió él– ¿Por qué no me cuentas algo de ti?
– ¿De mí? Pues no sé... ¿Qué quieres que te cuente?
– Cualquier cosa. –contestó él– Sabes que me interesa mucho tu vida, pillín...
Yo no pude evitar reír de nuevo ante su comentario. Con Eric era difícil hablar en serio y sin bromas de por medio, pero esa era su personalidad y la verdad es que yo no la cambiaría por nada.
– Bueno, ahora que lo pienso, sí tengo algo que contarte. –comencé a decir yo– He decidido volver a estudiar.
– ¿Cómo? –preguntó Eric, que parecía un poco extrañado– ¿Vas a volver a estudiar?
– Así es. –reafirmé yo– Mi madre está buscando un profesor particular que me imparta las clases, y en cuanto lo haya encontrado, voy a retomar mis estudios.
– Vaya, esa sí que es una sorpresa. –comentó Eric, que aún parecía bastante sorprendido.
– Sí, a mis padres también les sorprendió un poco, pero la verdad es que estoy bastante entusiasmado con la idea.
– Y me parece muy bien. –aseguró Eric– De verdad, me alegro mucho por ti, amigo.
– Gracias. –contesté yo, tornando una sonrisa y pensando en las anécdotas que me depararían cuando empezara mis estudios.
De esa manera, y tras conversar un rato más sobre lo mismo, nos despedimos hasta nuevo aviso.
Sin embargo, cuando Eric ya se había levantado del sofá para retirarse, pareció detenerse para decir algo.
– Por cierto, Mark, un consejo. –comentó él con un tono gracioso, y la vez serio– Si te gusta una chica y esta no te hace caso, ignórala por unos días. Hazle parecer que no le importas, y te aseguro en poco tiempo caerá rendida a tus pies.
– ¿Qué? –pregunté yo, frunciendo el ceño y riendo levemente– ¿Esa es tu nueva táctica? Yo pensaba que si una chica no te hacía caso, tú te aburrías y buscabas otra.
– Pues estás equivocado. –aseguró él– Bueno, es cierto que yo siempre había hecho eso, no lo voy a negar. Pero he cambiado de opinión. Creo que seguir insistiendo hasta conquistar a una chica es algo que todo hombre debería hacer.
– Vaya, qué raro es escuchar eso de tu boca... –comenté yo, algo pensativo– ¿No será que finalmente has sentado cabeza y te has enamorado?
– ¿Yo, enamorarme? –comenzó a reír mi amigo– Parece que no me conocieras, Mark. Yo soy un hombre muy liberal, me gusta conocer todo tipo de mujeres pero jamás me enamoraría.
– Sí, ya veo... –asentí yo– Pero podría ser una posibilidad, ¿no?
– Claro que no, Mark. –negó él en rotundo– Yo seré libre por siempre, te lo aseguro.
Volví a asentir ante sus palabras. La verdad es que mis pensamientos habían sonado a completo disparate. Eric nunca se enamoraría, él mismo lo había asegurado. Ese amigo mío era un picaflor en todo el sentido de la palabra, y jamás sentaría cabeza al punto de sentir amor por una chica.
No sabía lo que se perdía, pensé.
Tras hablar unos minutos más, Eric y yo nos volvimos a despedir de nuevo.
Ya habrían pasado cerca de tres horas desde que comenzamos a conversar, y la verdad es que ya estaba bien por hoy. Me lo había pasado muy bien, por supuesto. Eric era un gran amigo y una agradable compañía, pero cada quién tenía cosas que hacer y no podíamos quedarnos hablando toda la tarde.
Sobre todo si la conversación iba a seguir siendo sobre sus mujeres preferidas.
Pero, bueno, a pesar de haber estado la mayor parte del tiempo hablando sobre ese tema, no podía negar lo mucho que me había divertido.
Sin duda, hoy había sido una tarde entretenida.
* * *
Y aquí se acabó el capítulo!
Espero que vosotros también hayáis pasado una tarde (o noche) entretenida leyéndolo ^^
Un besito, y nos vemos en el siguiente! :)
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