30. Nuestro lugar especial
Capítulo 30
Nuestro lugar especial
Toda la familia estaba reunida en la sala. Ya habíamos vuelto de la empresa, y ahora, el señor John se encontraba contándoles a su esposa y Mark, todo lo que había ocurrido horas antes con el asunto del asalto.
Caroline ya estaba enterada, por supuesto. Eso había sido más que inevitable, pues a los pocos minutos de lo sucedido, media empresa estaba revoloteando entre nosotros, atosigándonos con preguntas de todo tipo.
El señor John rindió su declaración en torno a lo sucedido, y yo también tuve que hacerlo. La verdad es que eso me puso un poco nerviosa. Nunca antes había experimentado tal cosa, jamás me había sentado frente a un policía para exponerle con exactitud la narración de los hechos. Yo había dicho justo le que me habían pedido: explicar todo lo que yo había visto desde mi punto de vista.
De esa forma, después de haberle ayudado al señor John a ordenar su despacho, cosa que él me agradeció enormemente, nos dirigimos, aún sin terminar el horario laboral, a la casa.
Él era el jefe y máxima autoridad de la empresa, por lo que nunca había problema en irnos de ahí siempre que él lo permitiera.
La señora Elisabeth y Mark se asustaron un poco al enterarse de lo sucedido, pero se fueron tranquilizando cuando el señor les aseguró que no ocurrió nada malo, que ni siquiera el bandido había logrado robar algo.
También les comentó que fui yo quién había llamado a los guardias. Él comenzó a narrar, con una leve sonrisa, que gracias mí, nada había pasado a mayores y que el ladrón había sido capturado antes de que hubiera sucedido una desgracia.
Yo aludí que no había hecho nada extraordinario, que simplemente había llevado a cabo lo que cualquier persona hubiera hecho al sentir que otra estaba en peligro.
Sin embargo, a pesar de que yo quise quitarle hierro al asunto, la señora Elisabeth y Mark, seguidos de Caroline, no pararon de halagarme y agradecerme lo que había hecho. Ellos aseguraban que yo había sido muy valiente, que había puesto mi reputación en riesgo a pesar de no tener la seguridad de que ese hombre se trataba de un malhechor, y que había actuado con una humildad que otra persona, seguramente, no hubiera tenido.
La verdad es que no me acostumbraba a la actitud del señor John. Se notaba a leguas su cambio. Ahora estaba mucho más amigable conmigo, mucho más afable, y eso me hacía verdaderamente feliz.
Aunque yo sabía que le costaba, por supuesto. Era obvio que le daba algo de vergüenza tratarme con más familiaridad, pues él siempre había sido un hombre demasiado orgulloso, y el hecho de reconocerme como una familia de un día para otro, tratando de ser lo más natural conmigo, debía resultarle algo difícil.
Llegó la hora del almuerzo. Todos estaban más tranquilos, incluso animados, de forma que pudimos comer tranquilamente, conversando sobre otro tema muy diferente al del asalto.
- Hanna, ya tengo todo arreglado para mañana. -me sobresaltó entonces el señor John, que me miraba afablemente.
- ¿P-Perdón...? -pregunté yo, algo nerviosa, pues me encontraba un poco pensativa antes de que el señor me hablara y me había cogido por completo desprevenida.
- Mañana es sábado, y ya tengo todo listo para que recojas a tu hermana.
¡Mi hermana, era cierto!
Con todo lo ocurrido horas antes, con el asunto de la empresa, se me había olvidado. Mañana era sábado, y por consiguiente, Lucy podría estar de vuelta en la casa.
Yo estaba inmensamente feliz por eso. Hacía mucho que no veía a mi hermanita, y la echaba mucho de menos. Sobre todo porque las últimas semanas, se me había hecho imposible ir a verla y ya la extrañaba demasiado.
- ¡Muchas gracias, señor! -agradecí con suma sinceridad, mirándolo con una tímida sonrisa.
- No hay de qué, jovencita. -respondió él, asintiendo- Es lo que te prometí.
Yo sonreí, complacida, y continué degustando el abundante almuerzo que había sobre la mesa.
Todo lo que había ocurrido estos últimos días había sido tan perfecto, que ni siquiera podía creerlo. Ahora solamente faltaba el profesor para Mark. La señora nos había asegurado que en unos días podría encontrar a la persona indicada para que impartiera las clases, así que sólo era cuestión de esperar para que Mark pudiera proseguir su sueño de continuar con su carrera.
Habiendo terminado de comer, los señores se retiraron, de forma que solo quedamos en la sala Mark, Caroline, y yo.
Los tres caminamos hasta el gran sofá que había en el centro de la sala, pues decidimos sentarnos para conversar un rato.
- ¡Hanna! -exclamó entonces Caroline, que me miraba con una sonrisa- Aún no me has contado sobre tu hermanita. Debes esta muy feliz de que regrese mañana, ¿verdad?
- Sí, estoy muy contenta. -afirmé yo con rotundidad- Al fin voy a tenerla conmigo, ya la extrañaba demasiado.
- Me dijiste que tenía cinco años, ¿verdad? -preguntó ella, entusiasmada.
- Sí, tan solo tiene cinco añitos pero es todo un terremoto. -admití yo, riendo levemente.
- Pero es un encanto de niña, ya verás cuando la conozcas. -intercedió entonces Mark, que estaba sentado justo en medio de nosotras.
- Sí, ya tengo muchas ganas de conocerla. -sonrió Caroline, apoyando el mentón bajo sus manos.
De esa forma, seguimos hablando un largo rato sobre mi hermanita. Yo le conté a Caroline, con todo detalle, lo que había ocurrido antes de que ella se fuera al colegio interno, cuando todavía vivía conmigo en esta casa.
Le comenté el accidente del jarrón, cuando Lucy, sin querer, lo tiró del pequeño mueble en que se encontraba.
Ciertamente, nunca pude entender con exactitud qué fue lo que pasó. Quizá porque fue demasiado rápido, pero aún así, había algo que no me encajaba del todo. El jarrón estaba puesto sobre el mueble, Lucy iba corriendo porque quería enseñarle a la señora la gatita... Y, bueno, ella le dio con la extremidad de su codo a la fina vasija, haciendo que esta se tambaleara hasta caerse. Todos lo vimos, pero aún así...
En fin, eso ya no tenía remedio. Ya había pasado; solo había sido un accidente, y ya estaba olvidado.
Seguí contándole a Caroline sobre mi hermana. Le comenté que era una niña muy alegre y cariñosa, que a pesar de ser bastante inquieta, era muy obediente cuando se lo proponía y que siempre tenía la mejor intención en ayudar si alguien se lo pedía.
Aprovechando el momento, ahora que estábamos hablando, le pregunté a Caroline algunas cosas sobre la empresa. La verdad es que esta mañana me había librado, gracias al asunto del ladrón, de ordenar los papeles que tenía que ordenar, y de los que no tenía la más mínima idea de cómo hacerlo.
Caroline me estuvo explicando entonces, lo más detalladamente posible, cómo lo tenía que hacer. Ella me había comentado que, para diferenciarlos, tenía que fijarme en el asunto que ponía en la cabecera del documento.
También me explicó varias cosas más, las cuales, creo que pude entender a la perfección. Llevarlas a la práctica no sería lo mismo, eso era un hecho, pero la verdad es que, la manera de explicar las cosas de Caroline, había hecho que yo entendiera bastante bien todo.
Ahora sí, tenía la esperanza de que mi próximo día en la empresa fuera satisfactorio.
De esa forma, después de más de una hora conversando, Caroline se fue a su habitación, dejándonos a solas a Mark y a mí.
Aún no habíamos tenido tiempo de darnos un beso, o de decirnos un “te quiero” desde que yo llegué de la empresa, por lo que ambos estábamos bastante ansiosos.
La verdad es que a mí me daba un poco de vergüenza expresar mi efusivo amor por Mark delante de sus padres, e incluso de su hermana, por eso no había actuado antes. Sin embargo, habiendo pasado tanto tiempo, me sentía demasiado deseosa y sentía que iba estallar si no me abrazaba a él.
Y así mismo lo hice. Sin poder contenerme un minuto más, me arrojé a los brazos de Mark con gran efusividad, rodeándolo entre mis brazos y aferrándome contra su cuerpo.
- ¿Y esto? -sugirió Mark con una voz demasiado dulce- ¿Por qué tan cariñosa?
- Porque te extrañaba demasiado, y ya no podía contenerme más. -admití yo, sin separarme de su cuerpo.
- ¿Te cuento un secreto? -susurró él- Yo tampoco puedo contenerme más.
Yo sonreí ante sus palabras, alzando un poco la cabeza para mirarlo con dulzura.
Entonces Mark hizo efecto de su desenfrenada locura, la cual había estado conteniendo durante varias horas, y se acercó muy lentamente hacia mis labios, haciendo que su boca apresara a la mía con gran necesidad, y dando paso a que un efusivo beso desencadenara unos minutos de verdadera pasión y fogosidad.
Después de esos minutos, ambos nos separamos, pues necesitábamos tomar un poco del aire que nuestro desenfrenado beso nos había robado.
Luego, yo posé mi cabeza sobre su pecho, pues quería sentir el galope de su corazón que palpitaba por mí. Porque eso era lo que yo sentía, que cada órgano de nuestro cuerpo se alteraba a causa del amor que ambos nos profesábamos, haciendo que cada poro de nuestra piel se estremeciera ante la calidez y el bienestar que nos producía estar juntos.
- ¿Sabes una cosa? -pregunté yo con una sonrisa, sin separarme de la calidez de su cuerpo.
- ¿Que me quieres? -afirmó entonces él, con una expresión demasiado dulce- ¿O que soy el hombre de tus sueños?
- Oh, que presumido estás hoy... -sonreí cariñosamente- Pero, sí, eres eso y mucho más. Eres mi hombre amado, el dueño de mi corazón y de mi vida; eres todo para mí.
- Y tú eres mi princesa. -susurró él mientras dejaba un dulce beso sobre mis labios- Eres mi más grande tesoro, la luz de mi vida, la mujer a la que adoro sobre todas las cosas y con la que pienso pasar el resto de mi vida.
Yo sonreí ampliamente ante sus palabras, observando con gran dulzura la tierna expresión que reflejaba su hermoso rostro. Eso era lo que yo más quería, pasar el resto de mi vida con él y ser muy feliz. Porque Mark era el hombre de mis sueños, era mi vida entera y yo no concebía la vida sin él.
- ¿Qué hiciste hoy por la mañana? -pregunté entonces yo, captando su atención por completo.
- ¿Esta mañana? -repitió él, como si le hubiera preguntado algo muy extraño.
- Sí, cuando yo estaba en la empresa.
- Pues... No te lo puedo decir. -aseguró él, algo pensativo.
- ¿Que no me lo puedes decir? -pregunté yo, tornando una leve sonrisa.
- Sí, es una sorpresa.
- ¿Una sorpresa? ¿Para mí?
- Claro que para ti. -afirmó él, dejando un dulce beso en mi mejilla- Pero tienes que tener un poco paciencia, me va a tomar unos días.
Yo sonreí ante sus palabras, quedándome algo pensativa ante la sorpresa que Mark me iba a dar.
¿Qué sería?
La verdad es que me daba bastante curiosidad, pues no me podía imaginar de qué se trataba. Pero no me importaba lo que fuera. Yo estaba feliz por el simple hecho de que Mark me estuviera preparando una sorpresa, de que tuviera el detalle tan bonito de hacerlo.
Nos quedamos unos minutos en silencio, sin decir nada. Ambos seguíamos sentados sobre el sofá, pegados el uno al otro, abrazándonos tiernamente y transmitiéndonos todo ese calor que almacenaban nuestros cuerpos.
- Se me acaba de ocurrir algo. -me sobresaltó entonces Mark, que se encontraba acariciando suavemente mi cabello.
- ¿Qué cosa? -indagué yo, curiosa, mirándolo fijamente.
- ¿No te gustaría salir a dar un paseo? -preguntó él, entrelazando su mano con la mía para jugar con ella- He notado que hoy hace buen día.
- Sí, es cierto. -asentí- Hoy el sol está calentando bastante, hace una bonita tarde.
- Entonces, ¿te gustaría salir? -volvió a preguntar él, acariciando con cuidado mis manos.
- Sí, claro. -afirmé yo, sonriente- Me encantaría salir contigo...
Mark asintió con una sonrisa, y tras entregarnos una serie de renovados y dulces besos, nos dirigimos a buscar a la señora para comunicarle nuestra salida.
La señora no puso ninguna objeción, sino que se puso bastante contenta, y nos dejó salir sin ningún problema.
Bueno, la señora nunca nos ponía ningún impedimento. Ella era una mujer inmensamente complaciente, comprensiva y bondadosa. Siempre nos había ayudado con nuestra relación, intercediendo por nosotros cuando su esposo no estaba de acuerdo y obsequiándonos con cualquier cosa que necesitáramos.
De esa forma, tras habernos despedido de la señora, ambos nos dirigimos hasta la puerta de salida para, así, salir a pasear.
- Deberíamos haber llevado a Draco, tu perrito, ¿no crees? -comenté yo, cuando ya habíamos salido y caminado unos pasos a las afueras de la casa.
- No, hoy quiero estar a solas contigo. -aseguró él, que iba tomado de mi mano con fuerza- Hace mucho que no salíamos.
- Sí, es cierto. -asentí con una leve sonrisa- Pero otro día lo sacamos, ¿está bien?
- Está bien. -resopló él como un niño pequeño, haciéndome reír- Pero hoy solamente tú y yo.
Yo no pude evitar sentirme realmente complacida ante sus palabras. Mark quería pasar la tarde conmigo, solamente conmigo. ¿Acaso se podía ser más adorable?
- ¿Y dónde quieres que vayamos? -pregunté yo entonces, pues aún estábamos caminando sin rumbo alguno.
- A nuestro lugar especial. -alegó él con una amplia sonrisa, tomando mi mano con más fuerza.
- ¿Nuestro lugar especial? -repetí yo en voz baja, aunque no lo suficiente como para que Mark no lo escuchara.
- Sí. ¿Acaso no te imaginas cual es?
Yo me quedé pensativa por unos momentos. Mark se estaba refiriendo a un lugar especial para nosotros, un sitio que nos hubiera marcado en algún momento de nuestras vidas, un lugar donde...
¡Claro!
Ahora recordaba el lugar más especial de todos. Era el sitio dónde Mark me declaró su amor, dónde me pidió formalmente que fuésemos novios, y donde ambos pasamos la mañana más hermosa de nuestras vidas.
- ¡La playa! -exclamé yo, emocionada- Ese es nuestro lugar especial, ¿verdad?
- Exactamente. -sonrió él, complacido- Lo has recordado. Eso significa que también te acuerdas lo que sucedió ese día.
- Por supuesto. -afirmé yo- Ese fue el día más hermoso de mi vida. Ahí me pediste que fuera tu novia...
- Sí. Y desde ese día soy el hombre más feliz del mundo.
- Yo también. -aseguré con rotundidad, sonriendo ante sus dulces palabras.
De esa forma, continuando el paso que habíamos detenido al iniciar la conversación, nos encaminamos, ahora sí, hasta la playa, nuestro lugar especial.
SHARON
Aún no podía creer lo que había escuchado horas antes. Yo iba caminando hacia la cocina, pues era tiempo de comenzar a preparar el dichoso almuerzo, cuando, de repente, observé que los faltantes integrantes de la distinguida familia estaban de vuelta.
Bueno, de ellos excluía a Hanna, por supuesto. Ella no era ningún miembro de la familia. NO LO ERA.
El caso es que el señor John, su hijita Caroline, y la odiosa de Hanna, estaban de vuelta en la casa más temprano de lo común. Yo no le había tomado ninguna importancia a ese asunto, no hasta que vi que llegaron acalorados, inquietos y nerviosos.
Ellos habían ido inmediatamente a hablar con el cieguito Mark y la señora Elisabeth, los cuales, se sorprendieron bastante al verlos de vuelta.
¿Acaso había ocurrido algo importante? Me pregunté yo entonces.
La curiosidad me invadió por completo, de forma que, sin que ellos se dieran cuenta, me quedé justo en la entrada de la sala, donde, por suerte, nadie se percató de mi presencia.
Entonces pude escuchar lo que estaban hablado. El señor John estaba contando, bastante inquieto, que un bandido había entrado a la empresa a robar.
Vaya, qué interesante... Pensé yo.
Pero entontes también oí que la cosa no había pasado a mayores, que el ladrón ni siquiera había tenido la oportunidad de robar nada.
Entonces, ¿qué tenía de misterioso el asunto? No había ocurrido nada, todo estaba perfecto. ¿Para eso tanto alboroto?
Decidí irme, pues si el asunto no estaba nada interesante, yo sí tenía otras cosas más atrayentes que hacer.
Sin embargo, justo cuando estaba por irme, algo me detuvo.
El señor estaba diciendo que la situación había sido controlada gracias a una persona, la cual, también lo había salvado de ser atacado por el maleante.
Pero eso no era lo malo. Lo malo fue cuando dijo el nombre de esa persona, cuando dijo, con todas sus letras, que su salvadora había sido HANNA.
No podía creerlo. El señor estaba hablando maravillas de esa niña, aseguraba que ella lo había salvado y que había actuado como una auténtica heroína.
¡MALDITA! Exclamé yo para mis adentros.
¿Cómo podía haber hecho eso? ¿Por qué tenía que quedar ella como la salvadora?
Por más que trataba de asimilarlo, no podía.
El señor había tratado a Hanna con una afabilidad impresionante, no paraba de adularla y contarle a todos los demás su hazaña.
¡No podía ser...! ¡NO...!
¡LA ESTÚPIDA DE HANNA YA HABÍA EMBAUCADO AL SEÑOR!
¡LO TENÍA POR COMPLETO ENTRE SUS REDES!
No podía creerlo, esto no me podía estar pasando. Él, que siempre había sido un hombre tan recto y tan severo, que siempre había tratado a cualquiera que no se tratase de su familia con indiferencia, sin dar muestras de cariño... ¡Ahora estaba del lado de Hanna!
Que el señor nunca le tomara cariño a esa estúpida era mi única esperanza, mi gran expectación. Yo siempre había deseado que la despreciara, que la odiara... ¡o al menos que no la tomara en cuenta!
Todo iba tan bien hace unos meses... El señor rechazaba a Hanna por completo, no aceptaba la relación que ella mantenía con su hijo, ni siquiera le hablaba.
Pero, claro, esa niña era una experta embaucando a las personas. Por eso había logrado que el señor aceptase la relación, e incluso, que le diese trabajo en su lujosa empresa.
Y eso ya lo tenía asimilado. Ella había conseguido esas cosas, ok, pero...
¿GANARSE EL CARIÑO DEL SEÑOR?
Eso era demasiado. Ella no tenía derecho a disfrutar de su cariño, de su apoyo. No tenía derecho a sentirse como una de la familia ni a estar disfrutando de las cosas que me pertenecían, que debían ser MÍAS.
Yo había tratado de controlarme con el pensamiento de que esa niña saldría pronto de la casa, que no la volvería a ver nunca más. Quería llevar las cosas con calma, esperar el momento indicado y no cometer ninguna falla a la hora de actuar. Pero cada día que pasaba mi paciencia se acababa, se acortaba enormemente y daba paso a un cúmulo de sentimientos como el odio y el rencor que hacían hervir mi sangre.
Y cuando la sangre hierve, una ira demasiado grande se apodera por completo de tu cuerpo, haciendo que se te olvide, incluso, que estas frente un ser humano.
No me provoques, Hanna. No lo hagas porque te puede costar demasiado...
HANNA
Caminamos a un paso lento, cogidos de las manos, disfrutando del infinito y puro amor que albergaban nuestras almas y que nos hacía querernos cada vez más.
Finalmente llegamos a la playa.
El aroma de mar era inconfundible. A pesar de que aún estábamos a unos metros de este, podía deleitarse sin problema la esencia que alojaban sus aguas, las cuales, parecían ser verdaderamente puras.
Quizá era porque esta playa no estaba muy transitada; por eso no estaba nada sucia y el panorama que relejaba era realmente hermoso.
Comenzamos a caminar sobre la arena, apreciando la fina textura de la que esta estaba hecha.
Yo me quité los zapatos, pues no era muy conveniente andar en tacones sobre este terreno. Antes de salir de la casa, no me había imaginado que fuésemos a llegar aquí, por lo que no me cambié de ropa, ni siquiera de zapatos.
Pero eso no fue un gran problema, pues en una de mis manos podía llevarlos cogidos, mientras que, en la otra, sujetaba la cálida y ardiente mano de Mark.
Seguimos caminando por la playa sin decir nada, únicamente disfrutando del lugar y de los recuerdos que este albergaba.
Las palabras no eras necesarias en este momento, pues nuestros corazones hablaban por sí solos. Estos gritaban lo mucho que nos amábamos, el inmenso amor que nos teníamos y la felicidad y el anhelo tan grande que nos producía volver a este lugar tan especial para nosotros.
Seguimos caminando hasta llegar a la orilla, donde se podían escuchar a la perfección el sonido de las pequeñas olas que rompían unas con otras.
El panorama era hermoso. Un azulado color de mar parecía expandirse hasta el infinito, donde, bajo sus aguas, debían habitar miles de peces exóticos que buscaban la felicidad de no ser capturados. El cielo, por su parte, tenía una tonalidad anaranjada, pues la puesta de sol estaba haciendo presencia, dando paso a que una multitud de aves revolotearan por el cielo en busca del calor perdido.
Yo solté los zapatos que aún llevaba cogidos y los puse sobre la arena, dejando que mi mano estuviera libre para tener la posesión completa de mi amado.
De esa forma, y sin dejar de admirar el bello panorama del que estábamos rodeados, abracé a Mark con gran ternura, rodeándolo con fuerza entre mis brazos y dejando que un suspiro de bienestar y alegría escapara por completo de mi boca.
Todo era perfecto en estos momentos. Este lugar parecía haberse creado únicamente para nosotros, para nuestro disfrute y felicidad. Era un sitio que nos llenaba de paz, repleto de hermosos recuerdos que nos enternecían por completo y que nos colmaban de ilusiones y gratas sensaciones.
- ¿En qué piensas, mi pequeña? -me preguntó entonces Mark, que me tenía abrazada fuertemente contra su cuerpo.
- En lo felices que somos. -admití yo, alzando la vista para ver su tierna expresión.
- Y lo seremos siempre. -aseguró él, acariciando tiernamente mi cabello- Porque tú y yo estaremos juntos toda la vida.
Yo sonreí, dejando caer mi cabeza sobre su pecho, y cerrando los ojos para sentir con más intensidad todo lo que estaba viviendo.
Nada podía ser más perfecto el día de hoy. Estaba entre los brazos de Mark, sintiendo su calor, su cariño, su dulzura... Y todo eso en nuestro lugar especial; en nuestra playa.
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