29. Un sincero agradecimiento
Capítulo 29
Un sincero agradecimiento
Los ojos se me cerraban sin quererlo, una infinidad de bostezos escapaban de mi boca y toda la cabeza me daba vueltas en señal de falta de sueño.
Había estado estudiando toda la noche. Los documentos que el señor John me había entregado estaban, ahora, memorizados por completo en mi cabeza.
La noche había sido dura, bastante larga. Sin embargo, todo mi esfuerzo parecía haber servido para algo, pues las indicaciones que llenaban los diez folios con las principales funciones como secretaria, las había aprendido por completo.
Podía recordarlo todo perfectamente. Mis funciones principales iban a ser recibir documentos, archivarlos, atender visitas y llamadas telefónicas, tener actualizada la agenda, y, sobre todo, informarle todo lo referente con sus pendientes a mi respectivo jefe; en este caso, al señor John.
Todo estaba listo para mi primer día. Ahora, solo esperaba que todo saliese bien, pues aunque me hubiera aprendido a la perfección mis funciones, eso no significaba que no tuviese problemas para llevarlas a cabo.
Me levanté de la cama, pues aún me encontraba recostada ojeando los papeles, y me metí inmediatamente en la ducha. Tenía que despejarme y quitarme el sueño, pues de lo contrario, iba a quedarme dormida en la oficina.
Sin embargo, justo cuando estaba a punto de meterme en el baño, pude escuchar que alguien estaba tocando a la puerta.
- ¿Quién es? -pregunté yo, algo nerviosa.
- Soy yo, Hanna. ¿Puedo pasar?
Yo me tranquilicé un poco al escuchar esa voz, pues por un momento había pensado que se trataba de Mark. Y es que, aunque me moría por verlo y darle los buenos días, el sólo hecho de pensar que él hubiese venido hasta mi habitación me había puesto nerviosa.
- Claro, pasa. -respondí yo enseguida, acercándome a la puerta.
- Bueno días, Hanna. -me saludó Caroline con una sonrisa, alzando una enorme bolsa para que yo la cogiera.
- ¿Qué es eso? -pregunté yo, algo intrigada.
- Esta bolsa está llena de ropa, la que vas a usar para ir a la empresa.
Yo me quedé atónita, mirando la gran variedad de atuendos que había dentro de la bolsa, la cual, Caroline había llevado hasta mi cama para abrirla y mostrarme todo el contenido.
-¿Te gustan? -preguntó ella, sacando unos cuantos para que yo pudiese verlos mejor- He escogido los que he visto más acorde a tu personalidad, los que he pensado que te iban a agradar.
- Son muy bonitos... -comenté yo, embelesada, sin dejar de mirar los vestidos.
- Qué bien que te gusten. -sonrió Caroline, mirándome complacida- Así vas a ir muy bonita a la oficina todos los días.
- Muchas gracias, de verdad. -asentí yo con una amplia sonrisa- Nadie había sido tan generoso conmigo nunca... bueno, nadie aparte de tu hermano.
- No tienes nada que agradecer, Hanna, sabes que lo hago con mucho gusto.
Yo asentí, verdaderamente agradecida, y observé con detenimiento toda la ropa que Caroline me había traído.
Había una infinidad de vestidos, de trajes elegantes, de blusas de encaje... ¡incluso de zapatos!
Caroline había pensado en todo, y había escogido cosas que sabía que me iban a gustar. Los vestidos no eran demasiado cortos, ni tenían un gran escote, justo como a mí me gustaban. Además, todos eran hermosos y de un exquisito gusto, por lo que podría ir, todos los días, vestida elegantemente sin miedo a desentonar con los demás trabajadores.
Después de haberle agradecido, de nuevo, la generosidad que me había demostrado trayéndome los finos atuendos, me despedí de ella hasta unos minutos, pues en poco tiempo nos íbamos a volver ver para desayunar, y después, para irnos juntas a la oficina.
Suponía que esta vez sí íbamos a ir con el señor John. El otro día fuimos solas, pero había sido una excepción, pues a él se le había presentado algún asunto en la empresa que debía resolver.
La verdad era que, la idea de ir junto a él, me ponía un poco nerviosa, pues aunque estaba inmensamente agradecida por haber dejado que mi hermana regresara en unos días, yo me sentía un poco cohibida ante su presencia. Sobre todo cuando se mostraba serio y algo distante, pues aunque ya había comenzado a tratarme con cierta amabilidad, no teníamos la suficiente confianza, aún, para tener una amena conversación o hablar tranquilamente como lo haría, por ejemplo, con la señora.
De esa forma, una vez que Caroline se fue, me metí a la ducha para despejar el sueño que aún conservaba.
Una vez salida de la ducha, me acerqué hasta la cama para elegir la ropa que iba a ponerme.
La verdad es que todo era tan bonito, que no sabía por qué decidirme. Sin embargo, tras unos minutos en los que estuve observando, y sin haber escogido ningún vestido aún, tome la decisión de hacerlo a ciegas.
De esa forma, puse varios vestidos, uno al lado del otro, y cerré los ojos para no ver nada. Entonces, sin poder verlos, alcé la mano y la deslicé por todos ellos hasta parar en uno; hasta parar en el elegido.
Era un vestido color canela, con unos encajes de flores en la parte superior que lo hacían verdaderamente adorable. Busqué entonces unos zapatos de una tonalidad parecida, los cuales tenían unos tacones bastante altos, y me los puse.
Luego me miré en el espejo. La verdad es que aún no me acostumbraba al cambio. De llevar ropa casual y desgastada durante años, había pasado a vestir unos atuendos verdaderamente finos y elegantes. Y la verdad es que me gustaba. Nunca había tenido la oportunidad de arreglarme, y ahora que lo estaba experimentando, me había dado cuenta de que me encantaba.
Tras darme unos ligeros retoques, me encaminé hasta la habitación de Mark, pues seguramente él me estaba esperando para que lo acompañara a la mesa a desayunar.
Crucé el pasillo lentamente, pues no quería resbalarme, y caminé a paso firme hasta su habitación.
Estando en ella, entré de inmediato y busqué con la mirada a Mark, que por suerte, sí estaba en el cuarto, y no en la ducha como el día antes. Porque la verdad es que aún sentía un poco de vergüenza al recordar el momento, y aunque realmente me hubiera gustado lo que había visto, no podía evitar sonrojarme al recordarlo.
- Buenos días, dormilón... -susurré a la vez que me acercaba a su cama, sentándome sobre esta.
- Bueno días, mi princesa. -sonrió él, bostezando levemente- ¿Cómo has dormido?
- Bien... -contesté yo, que en realidad no había pegado ojo- ¿Y tú? Porque veo que aún tienes sueño...
- Yo he dormido mejor que nunca. -aseguró él, tornando una amplia sonrisa.
- ¿Ah, sí? ¿Y ha sido por algo en especial?
- Sí. -afirmó él- Porque he soñado contigo.
- ¿De verdad? -pregunté yo, observándolo con una sonrisa.
- Sí, he soñado que venías a verme cuando yo estaba dormido, que me dabas un beso...
- ¿En serio? -objeté yo, alzando las cejas con una pícara sonrisa- Pues a lo mejor no ha sido un sueño...
- ¿Cómo?
- B-Bueno, quiero decir que quizá ha sido tan real que no lo ha parecido, ¿no?
- Pues sí. -asintió él, pensativo- Ha sido tan real que me ha endulzado toda la noche.
Yo no pude evitar sonreír tiernamente. ¿Sería que Mark, en realidad, había estado despierto en ese momento? ¿O quizá mi beso había sido tan profundo que había traspasado sus sueños?
En cualquier caso, él estaba feliz, y eso era lo que importaba.
- ¿Y ya estás lista para tu primer día como secretaria? -preguntó entonces Mark, captando toda mi atención.
- Eso creo. -contesté yo, pensativa- He memorizado todas mis funciones, pero no sé cómo vaya a efectuarlas.
- No te preocupes por eso, pequeña. -comentó él con una tierna sonrisa, tomando mis manos con fuerza- Tú eres una chica muy inteligente y estoy seguro que no vas a tardar en aprender.
Yo sonreí complacida ante las palabras de Mark. Él siempre me daba ánimos en todo; me daba todo ese cariño y amor que me otorgaba la confianza suficiente para no rendirme y seguir adelante.
Tras hablar unos minutos más sobre mi primer día de trabajo, ambos nos dirigimos hasta la sala, pues era la hora del desayuno y todos debían estar por llegar.
De esa forma, habiendo llegado hasta el comedor, nos sentamos en nuestros respectivos lugares y esperamos a los demás.
En pocos minutos la familia al completo se hallaba en la mesa, conversando levemente mientras el desayuno se servía.
Esta vez, la comida fue servida por María, pues al parecer Sharon estaba pendiente de otras obligaciones.
Todos comimos amenamente, hablando, sobre todo, del primer día de trabajo que Caroline y yo íbamos a efectuar. Y decíamos primer día, porque el día anterior apenas hicimos nada. Yo simplemente hablé con el señor John sobre mi puesto, y Caroline, tan sólo pudo ver su oficina y ordenar algunas cosas.
De esa forma, entre charla y comida, todos terminamos con nuestro desayuno.
Yo me despedí de Mark entonces, no tan efusivamente cómo cuando estábamos solos, por supuesto, y me encaminé hasta la puerta de salida.
Caroline iba a mi lado, cosa que me tranquilizaba, pues efectivamente el señor sí nos acompañaba en esta ocasión, y eso, inevitablemente, me había puesto nerviosa.
Así, los tres nos metimos en el coche. El señor John se sentó en el asiento del copiloto, junto con el chofer, y Caroline y yo nos sentamos atrás.
El coche empezó a arrancar entonces, haciendo que una oleada de nervios se apoderara de todo mi cuerpo ante la inevitable tarea que me esperaba: ser la secretaria de señor John.
SHARON
La elegante y distinguida Hanna se acababa de ir. Llevaba puesto, de nuevo, uno de los costosos vestidos que la simpática de Caroline le había prestado.
¿Por qué tenía que llevar esa ropa, como si se tratase de una celebridad?
¿Por qué todos en esta casa tenían que tener tanta consideración con ella?
Y lo peor era, sin duda, el terreno que estaba ganando con el señor y dueño de la casa.
La muy estúpida se estaba ganando su confianza a un grado demasiado alarmante. Había conseguido que la contratara, ni más ni menos, que cómo su secretaria. ¿En qué cabeza cabía eso?
Esa niña había salido de un mugriento y pobre pueblo, no tenía apenas estudios, y estaba cubriendo el puesto, ¿de secretaria?
No... La verdad es que aún no lo podía creer. Ella se estaba metiendo en un terreno demasiado peligroso, no tenía idea del incremento de mi venganza por cada logro que ella efectuara.
Porque ella podría haberse ganado la confianza de la señora, el amor del ciego, la amistad de Caroline, y hasta la de los empleados. ¿Pero ganarse al mismísimo señor de la casa? No, eso no lo iba a permitir.
Me encontraba lavando los platos sucios que los señoritos habían ensuciado. Por suerte, el desayuno lo había servido María, y no yo, pues la verdad es que empezaba a hastiarme tener que forzar una sonrisa creíble y una amabilidad que no sentía cada vez pasara al lado de Hanna.
Pero era algo necesario. Yo tenía que convencerla de que estaba profundamente arrepentida; tenía qua hacerme la santa y demostrar mi infinita amabilidad ante ella.
Y la verdad es que parecía estar funcionando. La tonta de Hanna parecía tan contenta cada vez que yo le sonreía, mostrándole un gesto de amabilidad, que la verdad es que no podía quejarme.
Sin duda, mis dotes de actriz no habían sido adquiridas en vano.
Seguí lavando los platos y cubiertos, los cuales, les veía el uso innecesario a Hanna. Ella podría comer en el mismo plato que come el perro del ciego, el cual, por cierto, siempre estaba rondando los jardines, como si, en vez de un perro guía, fuese un vigilante.
La verdad es que nunca entendí para qué se gastaron los señores el dinero en ese animal. Porque ese era un perro entrenado, y debía de haberles costado una fortuna. Aunque, claro, riqueza es lo que más les sobraba a ellos.
¿Qué les iba a importar comprar un animal, por costoso que fuese? Nada, porque a ellos todo les sobraba.
Lo que más me cabreaba, era que esa fortuna fuese tocada por la odiosa de Hanna.
Ella, como ya había escuchado alguna vez, se había convertido en una de la familia. ¿Pero cómo era posible eso? ¿Esa mugrienta, una de la familia?
Era normal que esas palabras hubiesen salido de la señora Elisabeth, que siempre había sido una mujer de los más apacible, generosa y considerada. Sin embargo, no podía creer que estuviese manipulado al señor de esa manera.
Él, que siempre había sido un hombre duro y recto, parecía haberse ablandado por su causa. Bueno, yo no había visto ningún signo de afecto por parte de él hacia Hanna, pero el hecho de que la hubiese contratado como SU SECRETARIA, daba mucho que pensar.
Esa niña quería meterse al señor en el bolsillo, quería llegar a ser una de la familia... Pero no, yo no se lo iba a permitir. Tenía que maniobrar algo para molestarla, para interceder en sus manipulaciones. Algo para que se decepcionara de ellos y que la hiciese largarse de la casa una vez por todas.
Yo me había propuesto esperar, eso era cierto. Pero no podía quedarme con las manos atadas, sin hacer nada, viendo cómo ella estaba progresando para quedarse con todo lo mío, con todo lo que me pertenecía.
Por eso mismo, si encontraba la oportunidad, efectuaría uno de mis planes para echarla de esta casa, para humillarla ante todos, y para dejarla sin ganas de regresar jamás.
Seguía concentrada en mis pensamientos, aún lavando los asquerosos platos, cuando, de repente, algo me sobresaltó.
Estaban tocando el timbre.
Esperé unos segundos, a ver si alguien se dignaba a abrir.
Pero no, nadie lo hacía.
Quién sabe dónde estaba María, que siempre estaba atenta a la puerta, pero que, justo cuando se la necesitaba, no aparecía por ningún lado.
En fin... Me sequé las manos, las cuales tenía empapadas de tanto lavar, y me dirigí hacia la puerta para CALLAR al intruso que estaba tocando, y que, por cierto, me había desconcentrado de mis malignos y elaborados pensamientos.
Abrí la puerta de un tirón, pues su insistente manera de tocar me había cabreado demasiado. Sin embargo, al ver la cara de la persona que había tras la puerta, no pude evitar sentirme entre nerviosa e intimidada.
La mirada del chico se había clavado en la mía por completo. Él me observaba detenidamente, con una expresión de sorpresa que hacía parecer que esta fuera la primera vez que ambos nos hubiéramos visto.
- Supongo que vienes a ver al... -iba a decir al ciego, pero pude rectificar a tiempo- Al joven Mark.
- Primero se saluda, ¿no? -inquirió el chico con una sonrisa- Buenos días, preciosa.
- ¿Vienes a verlo a él, no? -pregunté yo con dejadez, sin responder a su saludo- ¿Lo aviso, o vas tú solito?
- Pero qué genio... -ironizó él, sin dejar de sonreír- ¿No podrías ser un poco más simpática?
- ¿Vas a pasar? -pregunté yo, alzando las cejas y haciendo ademán con la mano para que pasase.
- Claro, gracias, qué amable... -respondió él, pasando a través de la puerta.
- Bueno, ahí te quedas, supongo que tú sabes llegar a donde quieras.
Dichas estas palabras, quise retirarme, pues la verdad es que la presencia de ese chico me incomodaba. Sin embargo, para variar, tuve que detenerme en seco porque el MUY CONFIANZUDO, se puso delante mía para que no prosiguiese.
- ¿Qué haces? -esbocé yo, mirándolo con desprecio- ¿No ves que me estás cortando el paso?
- Sí, claro que lo veo. -contestó él, como si nada.
- Pues déjame pasar, ¿no? -inquirí aún más cabreada, sin dar crédito a su cinismo.
- Claro, pero... ¿Podría hablar contigo un momento?
No, no podía ser... ¿Pero qué querría ahora este chico? ¿Acaso no le bastó con el acorralamiento de la otra vez?
- ¿Qué quieres? -pregunté yo con dejadez, sin mirarlo a los ojos.
- Bueno, es que aún no sé tu nombre y...
- ¿Y...? -pregunté yo, cansada.
- ¿Podría saberlo?
No, esto era lo que me faltaba. ¿Para que quería saber mi nombre?
- ¿Para qué quieres saberlo? -pregunté yo entonces, alzando las cejas.
- Ok, si no quieres decírmelo no lo hagas. -respondió él, haciéndose el ofendido- Yo me llamo Eric.
- ¿Y a mí que me importa? -ironicé yo en signo de desinterés, aunque realmente me llamó la atención el dato.
- No sé, cómo a mí si me gusta llamar a las personas por su nombre... pues pensé que a ti también.
Dios... ¿Podía existir una persona más fresca en este mundo?
Cada frase que salía de sus labios iba acompañada de una estúpida sonrisa, como si verdaderamente estuviese disfrutando y tratara de burlarse de mí. Y yo no estaba de humor para jueguecitos, no tenía tiempo para estar dialogando con un demente de profesión.
- Pero, bueno, ya que no me quieres decir tu nombre... -habló de nuevo el chico, tornando una inocente sonrisa- Te llamaré, chica de ojos azules.
- Estúpido... -mascullé yo, mirándolo levemente- Me llamo Sharon, ¿ok?
- ¿En serio? -preguntó él, entre asombrado y sorprendido- Qué nombre tan bonito.
De nuevo se quedó observándome, pero esta vez con una sonrisa de satisfacción. Yo solamente le había dicho mi nombre para que me dejara en paz, por nada más. ¿Acaso creía lo contrario?
- Bueno, pues ya me puedes dejar tranquila, ¿no? -pregunté yo, observándolo de reojo.
- ¿Tanto te molesta mi presencia? -preguntó él, sin dejar de mirarme- ¿Acaso te parezco tan feo?
- Me pareces un pesado y un demente. -le espeté yo, cruzándome de brazos.
- Sí, eso ya me lo dijiste el otro día. -contestó él con la mayor tranquilidad- Pero, verás... Yo soy un chico formal, estudiante de una de las mejores universidades, extremadamente caballeroso y atento con las mujeres, que viste bien y se asea todos los días... ¿No te parece eso suficiente?
- ¿Suficiente para qué? -pregunté yo, frunciendo el ceño en señal de no comprender nada.
- Para que yo te guste.
¿Cómo? ¿Que a mi me tenía que gustar ese loco?
Yo me quedé mirándolo con los ojos entrecerrados, abriendo la boca en signo de total desconcierto. ¿Acaso se podía ser más engreído, más vanidoso?
- ¿Perdón? -fruncí el ceño, mirándolo con sarcasmo- ¿Que tú me tienes que gustar a mí?
- ¿Por qué no? -preguntó entonces él, como si nada- Soy un chico bastante guapo, no me lo vas a negar...
- Eres un presumido y un vanidoso. -espeté yo- Eso es lo que eres.
El chico me miró entonces con una sonrisa, como si mis palabras le hubieran causado algún tipo de gracia.
La verdad es que esa actitud suya me mosqueaba. Yo no estaba de humor para sus brotes de simpatía, ni para sus burlas. ¿Es que acaso no lo entendía?
- Bueno, ¿me vas a dejar ya? -pregunté yo con un tono bastante cansado, mirándolo con seriedad.
- Está bien, está bien... ya me voy. -resopló a la vez que se acercaba a mí, quedando demasiado cerca de mi cara- Pero... volveré.
Esas últimas palabras las dijo en un susurro, con su cabeza casi pegada a la mía, y con una mirada demasiado penetrante, provocando que una especie de escalofrío recorriera todo mi cuerpo.
Luego, el chico caminó hasta la puerta, acción que yo le impedí tras gritarle unas palabras:
- ¡Oye! -exclamé yo, captando por completo su atención- ¿No ibas a ver a tu amigo?
- Sí, la verdad es que sí. Pero ya se me ha hecho un poco tarde. Si tú no me hubieras entretenido...
Yo me quedé sin palabras con tan farsante acusación. ¿Qué YO lo había entretenido? ¡Pero si era él quien me había estado molestando todo este tiempo!
- ¡Oye, demente...! -exclamé al salir de mi abstracción, tratando de detenerlo.
Pero ya fue demasiado tarde. El chico había desaparecido por completo de mi vista, se había ido.
Yo me quedé inmóvil, sin hacer nada, simplemente mirando hacia el vacío y tratando de borrar la imagen que ese chico había dejado en mí.
De nuevo se me había acercado demasiado, clavando su mirada en la mía, observándome con una insistencia casi intimidante.
¿Por qué tenía que ser tan excesivamente pesado? ¿Acaso no tenía nada que hacer?
En fin, sus estupideces no debían afectarme. Él podía venir todos los días si quería, tratar de entretenerse conmigo. Yo, no le iba a prestar la menor atención.
HANNA
Ya habíamos llegado a la empresa.
Caroline se encontraba ahora en su oficina, comenzando a efectuar el trabajo que tanto le gustaba. Me había comentado, que su puesto consistía en algo así como diseñar la ropa que después iban a lucir las modelos. Y ella estaba feliz, por supuesto. Ese era el empleo por el que ella tanto había estudiado, por el que tanto había soñado.
Yo me preguntaba, ¿qué puesto me ofrecería el señor John cuando su secretaria volviese?
La verdad es que no me importaba cual fuese, pues cualquier labor relacionada con el ramo de esta empresa seguramente me agradaría.
Aunque, bueno, este no era el momento para pensar en eso. Ahora tenía que concentrarme en hacer bien mi trabajo como secretaria, que era lo que el señor me había confiado.
Él se encontraba ahora en su oficina. Me había dicho que le esperara un momento, que iba a darme unos documentos para que los revisase.
Al parecer, dichos documentos se habían quedado pendientes antes de que su asistente se marchara, y por eso estaban a medio hacer. Según me había dicho, él se los había llevado para revisarlos él mismo, pues no tenía a nadie que lo hiciera.
Sin embargo, ahora yo era su secretaría, y era mi deber hacerme cargo de eso, y de todos lo pendientes que él tuviera.
Pasaron unos minutos, los cuales se me hicieron eternos, cuando el señor estaba de vuelta con los documentos.
Él me había pedido entonces que los archivara. Al parecer, todos esos papeles pertenecían a secciones separadas, por lo que yo tenía que distinguir entre unos y otros y almacenar cada uno en su respectivo archivo.
Luego de entregarme dichos papeles, los cuales, por cierto, eran innumerables, me llevó hasta la que sería mi oficina.
Dicho lugar, se encontraba justo antes de entrar la oficina del señor. Era como una especie de habitación, la cual, constaba con un escritorio, sobre el que había un ordenador, un teléfono, y miles de archivadores y papeles.
Después de haberme enseñado ligeramente el lugar, el señor John se retiró hacia su oficina.
Yo me quedé mirando con detenimiento el lugar donde me encontraba. La verdad es que era bastante acogedor. Aparte del escritorio donde se encontraban la multitud de cosas que ya había visto, el pequeño despacho estaba decorado con algunos cuadros, plantas, y otros objetos. Además, la ventana daba hacia unos bellos jardines que había muy cerca de la empresa, los cuales solamente los había visto desde lejos.
Pero, en fin... Ahora debía dejar de curiosear el lugar, y ponerme a trabajar.
Me senté sobre el sillón de cuero que había tras el escritorio. La verdad es que me sentí como una verdadera ejecutiva, como si llevara años trabajando y ocupara uno de los puestos más importantes de la empresa.
Cogí entonces los papeles, y comencé a ojearlos.
Sin embargo, por más que los miraba, todos me parecían iguales y no sabía diferenciarlos.
¿Qué iba a hacer?
Había miles de documentos que tenía que separar, para así, meterlos cada uno en su respectivo archivo.
Pero, la verdad, por más que los miraba, no lograba entenderlos ni saber dónde iba cada uno.
Estaba pensado, rompiéndome la cabeza y volviéndome loca a causa de mi inexperiencia.
Sin embargo, algo me sacó de mis pensamientos.
Un hombre se había asomado a través de la puerta, la cual era transparente, y me estaba haciendo señas de querer entrar. Yo le indiqué entonces que lo hiciera, de forma que este, inmediatamente se acercara hasta mí.
- Buenos días. -saludé yo- ¿Qué se le ofrece?
- Tengo una cita con el señor John Layton- respondió el hombre con una voz grave- ¿Podría pasar?
El hombre, que no parecía tener más de cuarenta años, estaba vestido por completo de negro, y llevaba puestas unas gafas del sol que le cubrían gran parte de la cara.
Pero no era uno de los vigilantes, yo estaba segura. Este hombre, a pesar de estar bien vestido, traía una barba de unos cinco días, llevaba el pelo algo alborotado, y tenía una expresión que no me agradaba para nada.
- Sí, claro... Permítame un momento. -contesté yo, sacando la agenda para cerciorarme de que el señor tuviese cita a esta hora- Perdone, ¿Cuál es su nombre? No encuentro ninguna cita para hoy en la mañana.
- No importa, yo tengo que pasar. -sentenció él con seriedad, señalando el despacho del señor.
- B-Bueno, déjeme al menos que le avise, ¿le parece?
Yo iba a coger el teléfono para contactar con el señor John. Él me había indicado la combinación que tenía que marcar para hablarle, así que supuse que no iba a ser difícil.
Sin embargo, justo cuando tenía el teléfono en mis manos, vi cómo el hombre se retiró, encaminándose hasta la oficina del señor.
- ¡Oiga...! -exclamé yo, levantándome del sillón- Tiene que esperar a que lo comunique...
- ¡Shhh! ¡No hables tan alto, niña! -dictaminó él, observándome con una mirada que realmente me había asustado.
El hombre prosiguió su cometido, avanzando para llegar a la oficina del señor John.
Yo me había quedado paralizada, sin saber qué hacer.
¿Por qué tenía ese hombre tanta insistencia en entrar al despacho?
La verdad es que me parecía muy raro, demasiado extraño. Ninguna persona decente se atrevería a pasar de esa forma, y mucho menos a hablarme como él lo había hecho. Además, desde el mismo momento en que lo había visto, no me había dado muy buena espina. Ese hombre no era una buena persona, eso estaba claro.
Yo comencé a inquietarme. El hombre había entrado a la oficina del señor John sin siquiera tocar a la puerta, sin avisar.
Quizá era un conocido de él, y por eso tenía cierta confianza...
O puede que tuviera un asunto realmente urgente que tratar con él, y por eso había entrado de esa manera...
Quise pensar que era así, que no iba a pasar nada malo. Porque... ¿Cómo iba a entrar un completo desconocido, o peor aún, una persona con malas intenciones, con la multitud de vigilancia que había en la empresa?
Había tratado de tranquilizarme, pero no podía. ¿Y si ese hombre era realmente una mala persona? ¿Y si el señor John estaba corriendo peligro?
Esos pensamientos me aturdieron demasiado, al punto de no poder contenerme y marcar a la vigilancia.
Quizá era un completo disparate lo que estaba pensando, pues lo más normal sería, sin duda, que ese hombre no fuera ningún intruso. Quizá estaba cometiendo una gran indiscreción, pues a lo mejor ambos estaban hablando, negociando tranquilamente... y yo iba a meter la pata.
Esto que estaba haciendo podría costarme mi puesto, yo lo sabía, pero aún así no pude detenerme.
- ¿Ocurre algo, señorita? -me preguntó uno de los dos guardias que habían venido, algo preocupado.
- S-Sí, bueno... -titubeé yo, nerviosa- Ha entrado un hombre a la oficina del señor, y a mí no me ha dado muy buena impresión... No tenía ninguna cita con él, y tampoco me ha dejado que lo anuncie...
- ¿Cree que se trate de un intruso? -se apresuró a preguntar el otro guardia, frunciendo el entrecejo.
- N-No estoy segura... -tartamudeé yo- Quizá me esté equivocando, pero la verdad es que me ha parecido muy rara la actitud de ese hombre.
Los dos guardias asintieron, mirándose el uno al otro, y me indicaron que me quedara quieta donde me encontraba.
Yo estaba muriéndome de los nervios.
Si resultaba que yo me había equivocado, y ese hombre no había venido con ninguna mala intención, iba a quedar en completo ridículo. Y eso no era lo peor, pues si me encontraba en un error con lo que había pensado, llamando a los guardias y armando un escándalo en vano, el señor John me iba a retirar la confianza que me había dado y me iba a despedir para siempre de su empresa.
Los guardias tocaron a la puerta del señor John, pero este pareció no responder.
Yo me sentí mucho más nerviosa entonces. ¿Por qué no respondía?
Los guardaespaldas, que parecían también bastante inquietos, no vacilaron en abrir la puerta entonces. Sin embargo, esta parecía no poder abrirse, pues a pesar de la fuerza con la que la empujaban, no se movía ni un milímetro.
- Esto es muy extraño. -se apresuró a decir uno de los guardias- Parece que hay algo que atranca la puerta.
- ¿C-Cómo? -pregunté yo, exaltada- ¿Quiere decir que alguien ha puesto un obstáculo ahí...?
- Eso parece. -reafirmó el otro guardia- Vamos a tener que tirar la puerta, esta situación no parece normal.
Yo asentí, temblorosa, sin moverme del sitio en el que me encontraba.
Los guardias, que sacaron unas pistolas de sus chalecos, se pusieron de lado hacia la puerta, cogiendo impulso para el golpe que iban a dar contra sus cuerpos.
Y así fue. Sin dejar escapar un minuto más, los guardias hicieron fuerte presión contra la puerta, haciendo que esta se abriera casi de inmediato.
Ellos se metieron rápidamente en la oficina, y, a pesar de que me hubieran advertido que me quedara quieta, yo no pude evitar asomarme.
Mis ojos no daban crédito a lo que estaban viendo. El señor John se encontraba sentado en su sillón, con la boca amordazada, y atado de pies y manos.
El maleante, por el contrario, que se encontraba registrando todos los cajones, se había llevado un buen susto al ver a los guardias, por lo que no tuvo otra opción que levantar las manos ante la presencia de la pistola que le apuntaba, y entregarse sin resistencia.
Yo me había quedado completamente inmóvil ante la escena que acababa de presenciar. Ese hombre tan extraño, tal como yo había presentido, era una mala persona que se había metido a la oficina del señor John para robar, extorsionarlo, o hacer quién sabe qué cosas.
Los guardias avisaron a las autoridades a través de su radar, deteniendo al malhechor para que no pudiese contraatacar.
Yo, que minutos antes estaba completamente paralizada, me acerqué, casi por inercia, al lugar donde se encontraba el señor.
Rápidamente le quité la mordaza, pues los guardias parecían demasiado ocupados llevándose al delincuente que, ahora sí, demostraba estar poniendo resistencia.
- S-Señor John, ¿está bien? -le pregunté yo, nerviosa, desatando las demás cuerdas que amarraban su cuerpo.
- Estoy bien, ahora sí... -jadeó el señor, respirando aceleradamente- Ese delincuente me quería robar, me amenazó con un objeto punzante para que me quedara quieto y me amarró a la silla...
El señor John parecía realmente asustado, bastante inquieto. Y era algo normal; un ladrón se había metido en su oficina con la intención de robarle, y lo había agredido mediante la amenaza de un arma, amarrándolo y amordazándolo para que no pudiese hacer nada.
La escena era realmente denigrante. El despacho estaba hecho un completo caos, un auténtico desastre. Los papeles estaban tirados por el suelo, los cajones estaban revueltos, las estanterías totalmente desordenadas y vacías... Todo era un horror.
Sin embargo, era un alivio que todo hubiera acabado bien. El señor John estaba ileso, que era lo más importante, y el ladrón parecía no haber tenido tiempo para robar nada.
Ahora sí, me sentía totalmente aliviada de haber llamado a los guardias. Por un momento pensé que podría haber estado equivocada, que había cometido un error al pensar que ese hombre era una mala persona. Pero finalmente no me había equivocado; ese hombre era un delincuente, y gracias a dios, yo había llamado a seguridad antes de que algo malo pudiese haber pasado.
- Señor, ¿necesita algo antes de que nos retiremos? -preguntó uno de los guardias, acercándose levemente a él.
- No, gracias... -respondió el señor, algo más tranquilo- Luego pasaré a tomar mi declaración.
El guardia asintió, retirándose y dejándome a solas con el señor John.
Yo me sentía bastante nerviosa, sin saber qué decir. El señor ya estaba completamente desamarrado, y lo único que hacía era mirar, desolado, el destrozo en que había quedado sumido su despacho.
- S-Señor John... -hablé yo con una voz temblorosa- ¿De verdad está bien? ¿No quiere que le traiga un vaso con agua o algo...?
- ¿Cómo se enteraron que ese tipo había entrado a robar? -preguntó entonces él, sobresaltándome por completo- ¿Cómo supieron los guardias que yo estaba en peligro?
- B-Bueno, verá... -comenté yo, nerviosa- Ese hombre me insistió en verlo, me aseguró que tenía que hablar un asunto importante con usted. Yo no lo dejé que pasara, miré la agenda y vi que usted no tenía ninguna cita a esta hora. Pero el hombre ignoró mis palabras, y pasó a su oficina sin que yo pudiese detenerlo.
- Entonces... ¿Tú llamaste a la vigilancia?
- Sí, señor... -afirmé yo en un hilo de voz- Ese hombre no me dio buena impresión, por eso llamé a los guardias. Dudé un poco en hacerlo, pues con toda la vigilancia que hay fuera de la empresa, se me hacía extraño pensar que se tratara de un bandido... -hice una pausa antes de continuar- Pero la verdad es que sentí miedo. Una extraña sensación se había apoderado de mi cuerpo y entonces no dudé en traer ayuda.
El señor John se quedó inmóvil ante mis palabras. Me había estado escuchando atentamente, pero sin decir nada. Únicamente me miraba, pensativo, asimilando las palabras que habían salido de mi boca.
- Ese hombre venía con la intención de robar. -habló entonces el señor, haciendo que yo me sobresaltara un poco- Estaba decidido a encontrar una caja fuerte, documentos que le pudieran servir para luego chantajearme. Todo había ocurrido tan rápido... Ese maleante entró sin avisar, sacando un arma afilada y obligándome a que me quedara en el sillón mientras él me amarraba. Luego retiró uno de los muebles para colocarlo contra la puerta, haciendo imposible la entrada. Y después comenzó a rebuscar todo, desordenando todos los papeles y documentos existentes. Yo estaba verdaderamente aterrado, no podía hacer nada, ni siquiera gritar... -hizo una breve pausa, suspirando con necesidad- Pero entonces escuché que alguien daba golpes en la puerta, hasta tirarla... En ese momento, cuando vi que eran los vigilantes, sentí que el alma me regresaba al cuerpo.
- Señor John... -musité yo, mirándolo levemente, pero él me interrumpió entonces.
- No sé lo que habría pasado si nadie se hubiera dado cuenta de lo ocurrido, si hubieran tardado más en llegar... -el señor se acercó entonces más a mí, observándome con intensidad- Hanna, muchacha...
- ¿S-Sí? -pregunté yo, algo inquieta.
- Gracias.
Yo me quedé inmóvil al escuchar esa palabra. El señor John me había dado las gracias, por primera vez lo había hecho. Y no de una forma cualquiera, pues su tono de voz había delatado que lo había hecho de una forma totalmente sincera, llena de verdad.
- Gracias por haberme salvado la vida, muchacha. -volvió a decir él, poniéndome algo nerviosa- Si tú no hubieras presentido que ese hombre tenía malas intenciones, yo aún seguiría atado a esta silla, sin poder defenderme, simplemente a la espera de algún ataque por parte del malhechor.
- N-No tiene nada que agradecer, señor... -musité yo, mirándolo levemente- Cualquier persona hubiese hecho lo mismo al percatarse de la situación.
- Claro que no, jovencita. -negó él con la cabeza- Tú podrías haber pensado que ese hombre tenía realmente un asusto importante que tratar conmigo. Venía bien vestido, con un traje y unas gafas de sol que tapaban su cara. Era casi imposible que alguien se diese cuenta de que era un delincuente.
Yo me quedé algo pensativa ante sus palabras. Lo que él había dicho era cierto. Ese hombre iba bien vestido, y por consiguiente, era extraño pensar que se pudiese tratar de un bandido. Sobre todo por la gran vigilancia que resguardaba el lugar, pues era difícil que un ladrón se adentrase sin que nadie se diera cuenta.
Ese delincuente debía ser un profesional, no había duda.
- Gracias a ti el problema no ha pasado a mayores, no ha tenido consecuencias. -habló de nuevo el señor John, poniéndome realmente nerviosa- Muchas gracias, muchacha.
- Yo hice lo que tenía que hacer... -comenté yo, bastante inquieta- Y me alegro mucho que el asunto haya acabado bien, que usted haya salido ileso...
El señor John se quedó entonces mirándome con una leve sonrisa, tomando inesperadamente mis manos y efectuando un signo de total agradecimiento.
- Muchacha... Sé que en un principio de traté mal, hasta con indiferencia. -comentó entonces él, sobresaltándome por completo- Y de verdad no sabes cuánto lo lamento.
- P-Pero eso ya quedó arreglado... -musité yo- Usted ya me pidió disculpas por ello...
- Sí, es cierto que te pedí disculpas... -habló de nuevo el señor, que se veía bastante nervioso- Lo hice porque me di cuenta que eras una buena chica, que realmente querías a mi hijo y que tenías las mejores intenciones con él. Sin embargo... también sé que no te he tratado con el cariño que debería, que no te he prestado la atención que te mereces...
- S-Señor...
- Porque tú eres una más de la familia. -sentenció él- Lo eres, y yo debería hacer que te sintieras cómoda en la casa, no dirigirme a ti como si fueras una simple visita. -hizo una breve pausa antes de continuar- Pero eso va a cambiar de ahora en adelante. Tú me has salvado la vida, has tenido el amable gesto de preocuparte por mí, y yo estoy verdaderamente agradecido.
Yo me quedé inmóvil ante las palabras del señor. Era la primera vez que lo había visto así, diciendo esas palabras, dejando a un lado el orgullo y reconociendo sus verdaderos sentimientos.
La verdad es que yo me sentía verdaderamente feliz, llena de ilusiones. El señor John me había dado las gracias de una forma tan sincera, tan emotiva. Además, me había asegurado que de ahora en adelante me iba a poner más atención, que iba a dejar su leve indiferencia a un lado, y que me iba a hacer sentir como una más de la familia.
Finalmente, lo que podía haber terminado en una tragedia, había concluido en unas bonitas palabras de agradecimiento.
¿Qué más le podía pedir al día de hoy?
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