27. Una bonita reconciliación
Capítulo 27
Una bonita reconciliación
Con el corazón a punto de salirse de mi pecho, y con la respiración demasiado acelerada, me encontraba, ahora, caminando a paso ligero para ir en busca de Caroline, que debía de estar esperándome a las afueras del jardín para, así, introducirnos en el coche y dirigirnos hacia la empresa.
Había salido de mi habitación demasiado nerviosa, eso era un hecho. Minutos antes me encontraba ahí, a solas con Mark, respondiendo al abrazo que efusivamente él había comenzado y al que yo me había aferrado con una energía demasiado intensa.
Todo comenzó cuando yo me atreví a preguntarle sobre una posible curación para él, sobre una posibilidad de que él volviese a ver.
Mark se había puesto demasiado triste ante mi pregunta, por lo que yo supuse que esa posibilidad de curación no existía. Sin embargo, él me aseguró que sí había una esperanza, pero que era demasiado arriesgada, y que por eso nunca se atrevió a hacer el intento, pues las consecuencias podían ser fatales.
Yo me sentí entonces demasiado apenada, inmensamente arrepentida de haberle hecho esa pregunta. Porque, sin duda, esa cuestión le había hecho revivir el dolor que, seguramente, él quería dejar en el olvido.
Pero Mark me aseguró que yo no tenía por qué sentirme apenada, ni pedirle disculpas por mi pregunta. Él me había recalcado que, lo único que necesitaba, era sentir que yo estaba a su lado, sentir que yo estaba junto a él y que nunca lo iba a dejar porque yo era su razón de vida.
Totalmente emocionada, no pude evitar que unas lágrimas comenzaran a resbalar por mi rostro, haciendo que un cúmulo de sensaciones demasiado necesitadas recorrieran todo mi cuerpo.
Así, aferrándome con fuerza contra su pecho, y correspondiendo a su abrazo tan intenso y lleno de amor, le afirmé, entre sollozos, que yo nunca lo dejaría, que iba a estar siempre con él y que lo quería con todo mi corazón.
Pero ese abrazo se fue convirtiendo en algo cada vez más grande, más intenso.
Esa muestra de cariño en la que nuestros cuerpos estaban tan pegados, sumada al ambiente tan emotivo en que nos encontrábamos, había hecho que toda la habitación subiese de temperatura sin control, provocando que una especie de ardor demasiado intenso se apoderara de nosotros y haciendo que nuestros corazones latiesen al mismo tiempo.
Yo me sentí entonces demasiado nerviosa. Quería estar con él, sentirlo cerca, notar su respiración en la mía... pero no a tal grado.
El ardor que estaba llenando la habitación era demasiado intenso, el ambiente rebosaba de una especie de tensión que yo no podía soportar, y todo mi cuerpo había comenzado a temblar sin control.
¿Por qué me sentía así? Comencé entonces a preguntarme.
Trataba de mentirme a mí misma, de evadir la situación, de alejarme de la realidad. Pero no, la respuesta era más que obvia y yo no podía seguir negándolo.
El ambiente había logrado que ambos nos hiciéramos más vulnerables a nuestros sentimientos, liberándolos, dándoles rienda suelta.
Mark comenzó a besarme tiernamente, dejando el aroma de su piel en mis labios, impregnándome de todo el sabor de su boca, haciéndome deleitar con sus caricias sobre mi piel.
Al principio, yo me dejé llevar ante sus muestras tan rebosantes de cariño, disfrutándolas abiertamente y correspondiéndolas de la misma forma.
Sin embargo, sus besos se iban transformando cada vez en unos más intensos, más pasionales, de forma que todo mi cuerpo se estremeciera por completo.
- M-Mark, me tengo que ir... -musité yo con voz temblorosa, apartándome lentamente de su cuerpo.
- No te vayas, pequeña, quédate conmigo... -susurró él, buscándome de nuevo con sus manos.
- N-No puedo, tu hermana me está esperando... -contesté con la voz entrecortada, demasiado nerviosa- H-Hoy es mi primer día de trabajo, no puedo llegar tarde...
- Está bien... -accedió él finalmente, tomando mis manos con fuerza y dejando un dulce beso en ellas- Mucha suerte, mi princesa. Te quiero.
- Yo también... -asentí, tratando de calmarme- Nos vemos luego, cuídate.
Y eso fue lo que había ocurrido minutos antes, cuando me encontraba en la habitación.
La verdad es que me sentí demasiado nerviosa pensando que algo más pudiera pasar entre nosotros. El ambiente era idílico, y la habitación rebosaba de una pasión que nunca antes había experimentado, que jamás había vivido.
Por eso mismo sentí un gran miedo, un gran nerviosismo al sentirme totalmente inexperta ante la situación, ante lo que indudablemente era una posibilidad y que podía haber ocurrido si yo no reaccionaba a tiempo.
Pero bueno, ahora tenía que tranquilizarme, respirar profundamente y tratar de controlarme antes de que alguien se diese cuenta de mi nerviosismo.
Estaba caminando a paso ligero, saliendo del pasillo, cruzando la trayectoria de la casa que me llevaba hasta la puerta de salida.
Finalmente llegué hasta la puerta, pero, justo antes de que pudiese abrirla, algo me lo impidió.
Era una mirada penetrante, amenazadora, llena de maldad. Eran unos ojos azules intensos, muy parecidos a los de Caroline, pero muy diferentes a la vez, pues la malicia y amargura que éstos desprendían no podían ser de otra persona más que de ella; de Sharon.
- ¿Necesitas algo? -pregunté yo irónica, sintiéndome cohibida ante su mirada.
- ¿De dónde has sacado esa ropa? -esbozó ella con una expresión de completo desconcierto, mirándome de arriba abajo cómo si de verdad estuviese muy sorprendida.
- Me la ha prestado Caroline para mi primer día de trabajo, ¿algún problema?
Sharon se quedó callada entonces, sin decir nada; simplemente observando cada centímetro de mi atuendo, examinando con detenimiento cada cambio que reflejaba mi persona después de la transformación a la que me había sometido.
- ¿Qué trabajo? -inquirió ella con voz altiva tras unos segundos, algo confundida.
- El señor John me ha obsequiado con una oportunidad en su empresa. -afirmé yo con rotundidad- ¿Tienes algún problema con eso?
Pero de nuevo se quedó callada, en completo silencio.
La verdad es que esa actitud me había extrañado por completo. Sharon, acorde a su normal comportamiento, habría aprovechado esta ocasión para recriminarme u ofenderme, sobre todo, después de saber que iba a comenzar a trabajar en la empresa. Pero no, ella se notaba de lo más tranquila. Parecía sorprendida, sí, pero estaba demasiado calmada.
- ¿Por qué iba a tener yo algún problema? -preguntó entonces ella, frunciendo el ceño- Mira, Hanna. Entiendo que tú y yo nunca nos hemos llevado bien, pero estoy tratando de cambiar. Ya estoy cansada de peleas, de discusiones, de ambientes pesados... Puede que no me creas, que sea difícil para ti creer en mis palabras, pero esa es la verdad.
Yo me quedé completamente atónita después de haber escuchado las palabras que habían salido de la boca de Sharon.
¿De verdad estaba tratando de cambiar? ¿Realmente iba a hacerlo?
Me encontraba totalmente confundida, procesando en mi mente todo lo que acababa de escuchar. La verdad es que me parecía muy extraño, después de todas las maldades que Sharon había cometido en mi contra, que así, de la nada, ella se hubiese dado por vencida y estuviera dispuesta a suavizar las cosas al punto de establecer paz entre nosotras.
Podría ser que después de lo que pasó el otro día, cuando la señora estuvo a punto de echarla de la casa, pero que, en consideración de mi petición para que no lo hiciese ella se quedara aquí, Sharon hubiese cambiado de parecer.
Quizá en el fondo estuviera agradecida conmigo, pero no quería reconocerlo. O quizá estuviera arrepentida de todas sus maldades y ahora trataba de demostrármelo.
La verdad es que no sabía qué pensar. Sobre todo porque aún rondaban por mi cabeza las palabras de María, asegurándome que los actos tan malvados que Sharon cometía siempre hacia mí, eran causados por una razón.
Sin estar del todo convencida por sus palabras, y con la idea fija de que ella tenía una razón para odiarme, no pude contenerme en hacerle saber esa pregunta que desde hacía tanto tiempo rondaba mi cabeza.
- Tengo una duda. -aseguré yo, mirándola de reojo.
- ¿Qué duda? -preguntó ella, cruzándose de brazos y observándome levemente.
- ¿Por qué me has estado molestando todo este tiempo? ¿Qué te he hecho yo?
Sharon, que segundos antes parecía algo pensativa, había clavado su mirada en la mía con una especie de sobresalto nada más escuchar mi pregunta.
- Yo sé perfectamente que tienes, o tenías, una razón. -continué yo ante su silencio, mirándola fijamente- Pero la verdad es que no tengo la más mínima idea de qué pudiera ser.
- ¿Por qué piensas que tenía una razón para haberte molestado? ¿Quién te ha dicho eso? -preguntó ella, alzando las cejas con una expresión de total extrañeza.
- Eso no importa. -afirmé yo, pues no quería involucrar a María- Lo pienso porque de no ser así, no tendría sentido tu desprecio hacia mí.
- ¿Acaso debería de tener una razón? -preguntó de nuevo ella- Pues no, Hanna. Si te he estado molestando todo este tiempo, es porque simplemente me aburría, por mero entretenimiento.
- ¿Cómo? -esbocé yo sin dar crédito a sus palabras- ¿Todos tus actos tan malvados, tus desprecios, tus miradas furtivas...? ¿Todo eso has hecho por un simple entretenimiento?
- Exactamente. -afirmó ella con total normalidad, recogiéndose hacia atrás un mechón de pelo que amenazaba con tapar sus ojos.
- No te creo. -negué yo con la cabeza, sin dejar de observar su expresión aparentemente tranquila.
- Está bien, no me creas si no quieres. -contestó ella con una voz distante- Pero, si lo piensas, ¿por qué crees que te desprecié desde el mismo momento en que llegaste a esta casa? Tú y yo no nos conocíamos de nada, ¿verdad? -yo asentí casi por inercia, escuchando atentamente sus palabras- Bien, pues por eso mismo, es imposible que yo tuviera una razón para odiarte, ¿no crees?
Yo me quedé bastante pensativa ante las palabras de Sharon. La verdad es que su respuesta sí tenía sentido; ella me trató mal desde el primer día en que había llegado a esta casa, y no podía tener ninguna razón porque era la primera vez que ambas nos encontrábamos.
Pero entonces, lo que me había dicho María... ¿Sería que ella se había equivocado?
- ¿Y bien? -la voz de Sharon me sacó entonces de mis pensamientos- ¿Ahora me crees? -yo la miré levemente, sin saber qué contestar- A ver, Hanna, todo es muy simple. Yo estaba muy aburrida trabajando en esta casa, sin nadie con quién hablar. Marlene venía, igual que ahora, a cumplir su horario los fines de semana, pero nunca conseguimos congeniar ni ser amigas. Pero entonces llegaste tú, así de la nada..., y la verdad es que sí, confieso que te traté con indiferencia, hasta con malicia... pero no fue mi intención.
- ¿Que no fue tu intención? -pregunté yo, sarcástica, cada vez más confundida.
- No fue mi intención llegar hasta ese punto, quiero decir. -contestó ella, algo pensativa- Al principio sólo quería jugar contigo, molestarte de manera inocente. Pero acepto que me he pasado un poco, que en varias ocasiones te he hecho sentir mal. -yo la escuchaba atentamente, tratando de creer en sus palabras- Esa es la verdad, te lo prometo. Yo no tengo nada en contra de ti y por eso quiero hacer las paces contigo, que olvidemos todo lo pasado y que vivamos con la tranquilidad que hace tiempo deberíamos haber vivido.
Yo me quedé en completo silencio tras haber escuchado, con suma atención, todo el discurso que Sharon había sentenciado. La verdad es que al principio todo me había resultado muy raro; su tranquilidad después de saber que yo iba a trabajar en la empresa y su tono de voz tan calmado, cómo si nada le importara, me había parecido demasiado raro, bastante sospechoso.
Sin embargo, la duda había comenzado a sembrarse en mi cabeza. Sharon me había asegurado que nada de lo que había hecho en mi contra había sido efectuado con la intención deliberada de hacerme daño, que únicamente había comenzado a molestarme desde un principio por mero entretenimiento y que ahora se arrepentía, admitiendo que sus actos malintencionados habían llegado demasiado lejos.
¿Sería verdad todo lo que me había dicho?
En realidad sus palabras sí tenían sentido. Ella no tenía ninguna razón por la que odiarme desde el primer día en que llegué aquí, con mi hermana. No nos conocíamos, era la primera vez que nos habíamos visto, y por consecuente, era imposible que ella hubiese actuado de una forma cruel conmigo a base de la nada.
- ¿Entonces? -habló ella de nuevo, esperando mi respuesta- ¿Ahora sí me crees?
- Supongo que no tengo otra opción... -contesté yo mirándola levemente, aún con algo de recelo.
- Todo lo que te he dicho es verdad, Hanna. -expuso ella tras unos segundos- Se que es difícil de asimilar, pero así lo es. Yo no tengo ninguna intención de hacerte daño, y por eso mismo no voy a molestarte más. -Sharon alzó su mano en señal de querer estrecharla con la mía- ¿Me crees?
Yo la miré algo confusa, sin saber qué hacer. Su actitud me llenaba de completo desconcierto y aún me encontraba algo impactada por la situación. Sin embargo, una respuesta llena de sinceridad y esperanza salió a los pocos minutos de mi boca.
- Te creo. -asentí yo, alzando mi mano para estrecharla con la suya.
- Gracias. -suspiró ella- Te prometo que no te vas a arrepentir y... te pido disculpas por todo lo pasado.
De esa forma, Sharon caminó hasta perderse de mi campo de visión, dejándome bastante aturdida y algo confundida.
Yo había hecho lo que mi corazón me había dictado. Había creído en sus palabras de arrepentimiento, tratando de comprenderla y perdonarla.
Sin embargo, la pregunta era: ¿No me arrepentiría yo de haberla creído? ¿Habría hecho lo correcto al creer en sus palabras?
Me quedé varios minutos sumida en mis pensamientos, meditando si realmente había hecho lo correcto. Pero todas mis preguntas quedaron en un segundo plano cuando, de repente, vi que la puerta principal, que era donde me encontraba, se abría con ligereza.
- ¿Hanna? ¿Qué haces ahí parada? ¿Estás bien?
Yo me quedé inmóvil al escuchar esa voz, al ver la persona que había entrado por la puerta.
No podía ser... Con todo lo que había ocurrido con Sharon, había olvidado por completo que alguien me estaba esperando ahí fuera para encaminarnos hacia nuestro propósito. Y esa persona, por supuesto, era Caroline.
- ¿Hanna? -volvió a decir ella, mirándome con extrañeza- ¿Qué te ocurre? Llevo más de una hora esperándote, ¿estás bien?
- S-Sí, estoy bien. -asentí yo enseguida, verdaderamente avergonzada por todo el tiempo que había pasado.
- ¿Por qué has tardado tanto entonces? -preguntó ella, algo confundida- ¿Seguro que no has tenido ningún problema?
- N-No, ningún problema... -titubeé un poco antes de seguir- Lo que ocurre es que... Primero me demoré un poco con tu hermano, y luego...
- ¿Sí? -me alentó ella a continuar- ¿Qué pasó luego?
- Me encontré con Sharon... Bueno, de hecho hace tan sólo unos minutos seguía con ella.
- ¿Sharon? ¿No me digas que ha empezado a molestarte?
- No exactamente. -suspiré levemente antes de continuar- Me preguntó de dónde había sacado esta ropa, adónde me dirigía...
- Ya veo. -contestó ella, algo pensativa- Seguramente le ha dado envidia ver lo bonita que has quedado. Y seguramente se ha comportado grosera contigo, ¿verdad?
- Pues no... -negué yo con la cabeza, recordando la conversación que había tenido con Sharon minutos antes- Eso ha sido lo más extraño. Me ha dicho que no quiere molestarme más, que está arrepentida de haberme hecho daño y que quiere hacer las paces conmigo.
Caroline se quedó entonces en completo silencio, totalmente extrañada ante las palabras que acababan de salir de mi boca.
- ¿Cómo dices? -preguntó ella frunciendo el ceño, bastante confundida.
- Eso mismo. -reafirmé yo- Me ha dicho que está arrepentida de cómo me ha tratado todo este tiempo y me ha asegurado que quiere hacer la paces conmigo.
- No lo puedo creer... ¿De verdad te ha dicho eso?
- Sí. -asentí yo, algo pensativa- Al principio yo tampoco quise creerla, pero la verdad es que sus palabras me han convencido... Ella no tenía ninguna razón para odiarme desde el día que llegué a esta casa con mi hermana, pues no nos conocíamos. Me ha asegurado que no había sido su intención llegar tan lejos, que sólo trataba de jugar conmigo, de molestarme un poco, pero que con el tiempo las cosas se le salieron de las manos y por eso ahora se disculpaba conmigo.
Caroline se quedó de nuevo en completo silencio ante mis palabras, sin saber qué decir.
Yo sabía que era algo difícil de asimilar, que la maldad de Sharon seguía sin tener una justificación válida. Pero yo quería verlo de la forma positiva; al menos ya todo parecía haber acabado y yo podría vivir tranquilamente en esta casa, sin tener que soportar más desplantes y malos tratos por parte de la chica.
- Me parece muy raro, Hanna... -murmuró entonces Caroline, que parecía aún bastante confusa- ¿Por qué iba a hacer esa chica las paces contigo de la noche a la mañana, si siempre se ha empeñado en molestarte? ¿De repente se ha dado cuenta del daño que te estaba haciendo? ¿Acaso la voz de su conciencia fue a visitarla anoche?
- Bueno, yo sé que es algo raro, pero...
- Yo te veo muy convencida, Hanna, y tal vez tengas razón... -siguió Caroline, pensativa- Pero a mí, personalmente, no me da muy buena espina el cambio tan radical de esa chica.
- Creo que deberíamos darle una oportunidad... -musité yo, tratando de ser positiva- Además, una vez me dijiste que Sharon también te molestaba a ti con frecuencia, que se dirigía a ti con cierto desprecio...
- Sí, eso es cierto. -afirmó ella- Desde que Sharon llegó a esta casa, siempre me observó con bastante frialdad y desprecio, aunque nunca se atrevió a hacer ninguna de las cosas que te ha hecho a ti.
- Eso debe ser porque eres la hija del señor John, el dueño de esta casa. -expresé yo enseguida- Seguramente no quería tener problemas con él, pues si te hubiera hecho algo, habría acabado en la calle sin ningún tipo de contemplación.
- Sí, yo también lo pienso... Por eso debe ser que nunca se ha atrevido a importunarme de alguna otra forma. En fin, yo creo que simplemente es una chica amargada que molesta a los demás porque no tiene con quién entretenerse, o quizá porque quiere llamar la atención.
- Claro. -asentí yo, mirando fijamente a Caroline- Ahí mismo tenemos la respuesta. Sharon es una chica amargada, que no tiene amistades, y que por tanto, molesta a todo quien se le cruce, incluida a ti. Ella es fría con todos los de esta casa, sólo que a mí me había convertido en su víctima, desde que había llegado, porque era una empleada más y le había sido más fácil comenzar a molestarme sin tener la preocupación de ser despedida de la casa.
Caroline se quedó mirándome con atención después de haber escuchado, por completo, mi punto de vista.
La verdad es que ahora todo tenía mucho más sentido. Sharon era una persona seria, amargada, distante con los demás... Por eso no tenía ninguna relación amistosa con nadie de la casa, pues a todos los veía con una especie de recelo que llegaba a asustar.
- Pues no sé qué decirte, Hanna... -aseguró Caroline, pensativa- La verdad es que tu reflexión tiene bastante sentido, es cierto... Aún me cuesta asimilarlo, pero puede que tengas razón y esa chica haya actuado así por las razones que te ha dicho.
- Yo creo que sí, o eso quiero pensar...
- ¿Pero dices que ella ha querido hacer las paces contigo, que ya no te va a molestar?
- Sí. -asentí yo- Incluso me ha dado su mano en señal de paz.
- Bueno, pues... Esperemos que todo salga bien y que todo lo que te ha dicho sea verdad, ¿no?
Yo asentí, esperanzada, pensando que todo iba a ser mucho más fácil de ahora en adelante.
Ya no tendría que investigar el pasado de Sharon, pues según lo entendido, su desprecio hacia mí no había sido nada personal. Tampoco tenía que preocuparme cada vez que me la encontrara, pues antes, de sólo verla, todos los poros de mi cuerpo se erizaban a la espera de alguna de sus insinuaciones o malos actos. Ahora, cada vez que pasara a su lado, podría hacerlo tranquilamente, sin la preocupación de ser víctima de alguna de sus maldades.
- Bueno, Hanna... -me sobresaltó entonces Caroline, que había posado una de sus manos sobre mi hombro- Creo que ya es hora de irnos, ¿no te parece?
- ¡Es verdad, el trabajo! -exclamé yo, alarmada- ¡Ya debe ser muy tarde, tu padre me va a regañar...!
- No, Hanna, no te preocupes... -me tranquilizó ella, tornando una dulce sonrisa- No se va a enfadar contigo. Además, él fue quién dijo que llegáramos más tarde a la empresa, y no dijo la hora...
Yo no pude evitar reír ante las palabras de Caroline, sobre todo por el tono tan sarcástico en que las había dicho.
Así, sin más demora, ambas nos dirigimos hasta el jardín, donde el chofer nos estaba esperando para dirigirnos, esta vez sí, hacia la empresa.
Estando ya en el jardín, caminamos hasta el vehículo y nos montamos en él, para así, dar rumbo hasta el lugar donde llevaríamos a cabo nuestro primer día de trabajo.
MARK
Me encontraba sentado sobre su cama, recordando los momentos que había pasado junto a ella minutos antes, cuando nuestros cuerpos estaban unidos en un abrazo del que yo, personalmente, no quería separarme.
Ambos nos encontrábamos en un momento demasiado emotivo, por lo que nuestro abrazo se había convertido en algo mucho más grande, en algo que había llenado toda la habitación y que había hecho arder cada centímetro de nuestro cuerpo, dando paso a una fuga pasional de sentimientos.
Pero entonces ella entró en un estado de demasiados nervios, yo lo había notado. Hanna se había asustado demasiado ante lo que podría haber pasado, puse era evidente que nos hallábamos en un ambiente demasiado fogoso y rebosante de deseos de estar juntos.
Unos deseos que parecían casi imposibles de controlar, pero que finalmente habían sido frenados.
Porque yo no me opuse a su resistencia. Jamás lo haría. Ella no estaba preparada para dar ese paso, nunca lo había experimentado y quizá por esa razón se sentía asustada, demasiado nerviosa.
Y yo la comprendía perfectamente, por eso nunca la forzaría a hacer algo que ella no quisiera. Además, estaba seguro que tarde o temprano llegaría el día en que ambos pudiéramos sumergirnos en esa entrega de amor mutua, donde nuestras almas se fusionaran para formar una sola y nuestros corazones latieran totalmente sincronizados.
Sin embargo, en este momento me encontraba sólo. Hanna se había marchado con mi hermana hacia la empresa, lugar dónde tendría que demostrar su veraz inteligencia y dedicación por el empleo que, por suerte, mi padre le había otorgado en forma de prueba.
Yo estaba seguro que ella iba a hacerlo muy bien. Hanna era una chica muy responsable y entregada, y yo estaba convencido de que sus capacidades eran lo suficientemente altas cómo para integrase sin apenas problemas en la empresa.
Estuve pensando varios minutos más sobre cómo lo estaría pasando ella, si todo habría salido bien, si quizá había tenido algún problema.
Sin embargo, una especie de flash vino entonces a mi mente, haciendo que unas claras palabras retumbaran insistentemente en mi cabeza.
- Me prometiste que ibas a hablar con él para aclarar las cosas, para tratar de perdonarlo, ¿recuerdas?
- Sí, es cierto... Lo había olvidado.
- Pues ya te lo he recordado. ¿Cuándo lo vas a llamar?
- Mañana mismo lo haré, no te preocupes.
- Está bien, confío en ti y en que arreglarás las cosas.
Era la conversación que había tenido con Hanna la noche anterior. Ella me había pedido que hablara con el que fue mi mejor amigo, Eric, y que tratara de arreglar las cosas.
Yo me sentía un poco reticente ante la idea de hacerlo, pero se lo había prometido a Hanna, y por lo tanto, tenía que hacerlo.
Me levanté entonces de la cama, y a un paso bastante lento, quizá para atrasar un poco el momento que irremediablemente tenía que consumar, me encaminé hasta la puerta de la habitación en la que me encontraba.
Sin embargo, justo cuando parecía haber llegado, hubo algo que me lo impidió.
Mis pies rozaron con una textura suave, al parecer pequeña, y bastante peluda. Yo me agaché entonces, convencido de lo que se trataba, y la cogí entre mis brazos.
Efectivamente era quién pensaba, Mimosa.
La pequeña gatita, que ahora estaba entre mis brazos, había comenzado a lamer mi brazo dulcemente, mostrándome su particular cariño y llamada de atención.
Yo la acaricié entonces suavemente, sintiendo su dócil pelaje bajo mis manos y entregándole esa muestra de atención que ella me estaba reclamando.
Estuve varios minutos así, acariciándola y correspondiendo a los mimos tan afectuosos que ella me daba en busca de mi atención.
Era muy agradable estar con ese pequeño animalito; su armoniosa tranquilidad y el cariño que repartía a quién se le acercaba, eran atributos de lo más complacientes que daban a querer estar con ella todo el tiempo.
Sin embargo, yo tenía un pendiente que cumplir, y aunque me sentía bastante dudoso y nada convencido sobre el desempeño de este, sabía que no podía dejarlo, pues yo lo había prometido, y aunque me costara demasiado, tenía que cumplirlo.
Dejé entonces, con sumo cuidado, a la gatita sobre el suelo, y abrí la puerta para salir de la habitación.
Crucé todo el pasillo que separaban nuestras habitaciones, el cual, sería acortado cuando Hanna pasase hasta el otro, para así, estar mucho más cerca de mí.
Porque indudablemente ese traslado era un hecho. Hanna iba a pasar a la habitación que se merecía. Tan sólo era cuestión de unos días, cuando todo el revuelo de asuntos, tales cómo sus primeros días de trabajo en la empresa y mi llamada a Eric en busca de una posible reconciliación, estuvieran resueltos.
De esa forma, caminando a un paso bastante apaciguado, llegué hasta mi habitación.
La verdad es que me encontraba bastante nervioso, y no sabía por dónde empezar. Estaba claro que tenía que comenzar por llamarlo por teléfono, y así citarlo, pero mis nervios no me lo permitían.
La última vez que Eric estuvo en la casa, en busca de mi perdón, yo lo traté muy mal.
Él parecía realmente arrepentido, su voz lo había delatado. Sin embargo, la rabia que sentía en ese momento me había cegado por completo, haciendo que lo echara sin ningún tipo de contemplación de la casa y negándole la opción de haberse defendido o explicado las cosas.
Me encontraba sumido en un ataque de nervios, de suma intranquilidad.
Comencé entonces a dar vueltas por toda la habitación, caminando de un extremo a otro sin ningún tipo orientación, de destino.
La verdad es que cada vez me sentía más nervioso, y la idea de llamarlo se volvía cada vez más lejana causa de mi duda, de mi obstinación.
Sin embargo, de nuevo recordé las palabras de Hanna. Ella había confiado en mí, se había puesto realmente feliz al saber que yo había aceptado arreglar las cosas con Eric y no la podía defraudar.
De ese modo, y con la mano algo temblorosa, tomé el teléfono que había sobre la mesita de noche que yacía junto a mi cama.
Recordaba perfectamente el número telefónico de Eric, pues fueron una multitud de veces las que ambos nos llamábamos cuando éramos fieles amigos y era imposible que este se me olvidara.
También sabía marcar los números del teléfono sin mayor problema, pues estos sobresalían notablemente de la base y podía tantearlos con los dedos para contarlos en orden, de forma que, sin equivocarme, supiera cual era cada uno.
Así, sin más dilación, comencé a marcar los números para dar paso a una llamada que, indudablemente, me tenía demasiado nervioso y alterado.
Ya había marcado todos los números, por lo que únicamente me quedaba esperar a que él respondiera. Sólo esperaba que no me hubiese equivocado, pues quizá mis nervios habían hecho que mis dedos marcaran algún número equivocado.
Aunque, la verdad, haberme equivocado de número constituía un verdadero alivio para mí, pues de esa forma no tendría que escuchar su voz y sentirme avergonzado por el trato que le había dado la última vez que nos encontramos.
El teléfono había dado ya varios tonos, pero nadie contestaba.
Quizá él no quería cogerlo, pues tenía registrado el número de la casa y seguramente sabía que era yo.
Esperé unos segundos más, y al no obtener respuesta, decidí colgar el teléfono.
Estaba a punto de hacerlo, pero justo en ese momento, segundos antes de que pudiera hacerlo, una voz bastante pálida y temerosa, contestó la llamada.
- ¿Sí...? -era la voz de Eric, no había duda.
- Hola... ¿Cómo estás?
- ¿Mark? -preguntó algo sorprendido, pero con un tono bastante bajo.
- Sí, soy yo... -contesté con una voz aún más leve a la suya- Necesito hablar contigo, ¿podrías venir a la casa?
- Claro... -alegó él tras unos segundos de silencio- ¿Quieres que vaya ahora mismo?
- Sí, por favor... -insistí yo con un tono casi suplicante- Es sobre algo importante.
- Está bien. -accedió él- ¿Te parece bien en media hora?
- Perfecto. -asentí- Te estaré esperando.
Así, sin nada más que decir, y con las manos aún más temblorosas, colgué lentamente el teléfono hasta dejarlo en su sitio.
Ya no había vuelta atrás, Eric estaría aquí en media hora y no había nada que pudiera detener el momento.
Sólo me quedaba esperar que todo saliese bien, que no hubiera ningún contratiempo y que pudiésemos arreglar nuestras diferencias.
¿Podría suceder todo eso?
HANNA
El chofer nos había dejado justo frente a la puerta de la empresa. Caroline y yo nos bajamos entonces, y yo no pude evitar sentirme demasiado pequeña ante lo que estaba viendo.
El edificio era enorme, uno de los más grandes que había visto. Era bastante alto, por lo que debía de tener varias plantas y además era muy extenso, pues ocupaba un generoso terreno de suelo.
Caroline me guió entonces hasta la entrada, la cual estaba resguardada por unos guardias que vestían un traje negro, y que llevaban unas gafas de sol del mismo color que les cubrían gran parte de la cara.
Entramos en el recinto, y yo me quedé entonces mucho más impresionada. El edificio me había parecido bastante imponente por fuera, era cierto, pero la verdad es que por dentro me había parecido aún más maravilloso.
El lugar era hermoso, y parecía rebosante de lujos. La planta base, que era dónde nos encontrábamos, era inmensa, y estaba dispuesta como si se tratara de una sala.
Caroline me llevó entonces hacia la recepción, que estaba regentada por una chica que vestía un traje azul y que llevaba una especie de placa engancha a este, donde parecía poner su nombre y algo más.
La chica, que parecía conocer muy bien a Caroline, pues enseguida la saludó y le dio la bienvenida, nos entregó, a ambas, una especie de placa parecida a la suya, que llevaba el nombre de la empresa y varios datos sobre esta.
Caroline me explicó que esa placa servía para corroborar que la persona que la llevaba había pasado por la recepción, anunciándose en ella, y que por tanto, no era un desconocido o infiltrado en la empresa.
Después de entregarnos la placa, la chica tomó el teléfono que tenía justo en frente, y, al parecer, le notificó al señor John que estábamos en la empresa.
- Bueno, pues vamos al despacho de mi padre, ¿te parece? -me animó entonces Caroline, que se había dado cuenta de mi nerviosismo desde el momento en que entramos.
- Sí, vamos... -asentí yo, algo tímida- ¿Está aquí mismo? ¿O tenemos que subir de planta?
- Tenemos que subir a la siguiente planta. -aseguró ella- Mira, ahí está el ascensor.
Caroline señaló con su dedo índice un lujoso ascensor que había a unos pasos de nosotras, justo al lado de la recepción.
Nos dirigimos a paso tranquilo hacia este, pues yo no podía caminar excesivamente rápido a causa de los tacones, y más aún porque este suelo parecía resbalar más de lo normal de lo abrillantado que estaba.
Estando ya dentro, pude certificar, de nuevo, el gran lujo que poseía el lugar.
El ascensor era casi tan grande como el baño de mi habitación; tenía un gran espejo al fondo, en el cual se estaba mirando Caroline para arreglarse un poco el cabello, pues unos cuantos mechones se habían desviado de su lugar a causa del leve viento que había soplado cuando salimos del coche. Además, parecía muy nuevo, pues los botones no estaban para nada desgastados y tampoco parecía tener ninguna ralladura ni nada por el estilo. Por otra parte, el suelo también estaba impecable, cómo si, cada cinco minutos, alguien pasara a limpiarlo. Era, sin duda, el ascensor más lujoso que había visto en toda mi vida.
Ya habíamos subido de planta, por lo que las puertas se abrieron y nosotras pudimos salir.
Caroline me indicó que la oficina de su padre estaba en el fondo del pasillo, de manera que nos encaminamos hacia allí.
Por el camino, pude observar que había varias puertas, las cuales debían ir a parar a las oficinas de algunos empleados, que, además, estaban adornadas, todas, con plantas de lo más exóticas y extravagantes.
Finalmente llegamos hasta el final del pasillo, donde se encontraba la oficina del señor John.
Caroline tocó a la puerta, y enseguida la voz del señor nos instó a pasar. Yo estaba bastante nerviosa, todo mi cuerpo temblaba sin control y sentía que no iba a ser capaz, ni siquiera, de pronunciar una palabra. Pero Caroline me tomó entonces del brazo, llevándome con ella hasta dentro y quedando justo frente a su padre.
El señor John, que estaba sentado en un sillón de color negro, se levantó enseguida para, acto seguido, fijar su vista en su hija, y luego, en mí.
Yo me sentí entonces mucho más nerviosa al notar que su mirada se había centrado, por completo, en la mía. La verdad es que parecía realmente sorprendido, me miraba de arriba abajo, cómo si hubiese visto un fantasma, con la boca enormemente abierta y los ojos como platos.
Seguramente le habría sorprendido mi atuendo. Y no era nada extraño, pues yo siempre había vestido ropas de lo más casuales en la casa, que, además, estaban bastante desgastadas y sin ningún tipo de marca como la que debían tener este vestido y zapatos.
Cada vez me sentía más incómoda, y ni siquiera sabía qué hacer, dónde mirar. El silencio que llenaba el despacho, seguida de la mirada tan intensa y sorprendida del señor John, habían hecho que yo me sintiera demasiado cohibida. Tan sólo lograba jugar con mis manos, nerviosa, tratando de esconderme un poco entre el cuerpo de Caroline, que estaba justo a mi lado.
Sin embargo, no debieron de pasar más de dos minutos, los cuales me parecieron eternos, cuando una dulce voz hizo presencia de romper el incómodo silencio.
- ¡Hola, papi! -exclamó Caroline, acercándose a su padre para abrazarlo y darle un beso- Sentimos el retraso... ¿No pasa nada, verdad?
- No, hija, claro que no. -respondió enseguida el señor, apartando, al fin, la mirada que segundos antes había clavado en mí.
- ¿Y por dónde vamos a empezar? -preguntó Caroline, emocionada.
- Bueno, tú tienes lista ya la oficina, y ya sabes lo que tienes que hacer.
- ¿Y Hanna? -volvió a preguntar Caroline, esta vez con algo de curiosidad- ¿Ya le has asignado un puesto?
El señor John se quedó entonces algo pensativo. Quizá no había encontrado, aún, algo que asignarme, pues seguramente no estaba del todo convencido de darme un puesto por miedo a que yo pudiese ejercerlo mal.
Yo agaché la cabeza totalmente desilusionada. Estaba convencida de que se había arrepentido y no iba a darme la oportunidad de otorgarme ninguno de los puestos.
Sin embargo, cuando ya creía todo perdido, el señor John pronunció unas palabras que me aliviaron por completo, haciendo que levantara la vista de nuevo.
- Sí, ya he pensado el puesto que va a ocupar. -afirmó él, respondiendo a la pregunta de su hija.
- ¿Y qué puesto va a ser? -preguntó entonces Caroline, pues yo estaba demasiado nerviosa para hacerlo.
El señor John, que se encontraba justo enfrente de nosotras, con el único objeto del escritorio como obstáculo de separación, dirigió su mirada a la mía, y respondió a esa pregunta que tanta ansiedad me estaba empezando a crear.
- Vas a ser mi secretaria.
Yo me quedé totalmente paralizada al escuchar su respuesta. ¿Yo, su secretaria?
No podía ser. Yo ni siquiera tenía la experiencia como para ocupar uno de las más pequeñas labores de esta empresa. ¿Cómo iba a ocupar yo semejante puesto? ¿Acaso estaba bromeando?
La verdad es que no sabía qué decir, tan sólo esperaba a que me dijera que se había equivocado, que no me había propuesto semejante cosa a mí.
Pero no, el señor John seguía mirándome fijamente, con una expresión bastante seria, cómo si a través de su mirada me dijera que sus palabras eran completamente ciertas y que yo no tenía razón como para sorprenderme.
De nuevo nos inundó el silencio. Caroline también miraba a su padre sorprendida, pero, al parecer, tampoco se atrevía a decir nada.
La situación parecía bastante tensa, sobre todo para mí, de modo que, sin pensarlo dos veces, decidí romper ese incómodo silencio que empezaba a abrumarnos a todos.
- Perdón... -tragué saliva antes de continuar- ¿Ha dicho que yo voy a ser su secretaria?
- Exactamente. -afirmó él con un tono bastante tranquilo- ¿No te gustaría hacer una prueba? ¿O acaso no te agrada ese puesto?
- N-No, no es eso. -titubeé yo, demasiado nerviosa- Pero la verdad es que no me esperaba ese puesto...
- Verás. Lo que ocurre es que mi secretaria acaba de viajar por asuntos familiares, y va a tardar dos semanas en volver. Por eso mismo, y ya que no tengo a nadie, he pensado que tú podrías reemplazarla por ese tiempo.
Yo me quedé entonces bastante pensativa al escuchar las palabras del señor.
Ahora entendía un poco mejor la propuesta que me había hecho. Su secretaria iba a estar vacante por dos semanas, y por eso quería que yo la supliera ese tiempo.
Pero la verdad es que, aún así, me parecía una auténtica locura, pues ese era un puesto importante, yo estaba segura de ello, y la verdad es que aceptar la propuesta me asustaba.
- Sólo serán esas dos semanas. -volvió a decir él, mirándome levemente- Se que te puede parecer un puesto demasiado grande para empezar, pero yo necesito a alguien que me ayude, y no es fácil encontrar a quien acepte el puesto por ese poco tiempo.
- P-Pues la verdad es que, no sé...
- No quiero obligarte a nada. -aseguró él con una expresión algo seria- Entiendo que no estés preparada para algo así, no te preocupes. Si quieres, espera afuera mientras busco otro lugar donde ubicarte.
Yo me sentí bastante apenada ante sus palabras. Él me había ofrecido un puesto importante, significativo, y yo estaba dudando.
Pero la verdad es que aceptarlo me daba miedo. Tal como él había dicho, yo no estaba preparada para asumir semejante puesto, no tenía referencias.
Sin embargo, algo dentro de mí me decía que aceptara.
Yo no tenía estudios, eso era cierto. Pero sí tenía interés, incluso vocación.
Además, el señor me había dicho que iba a ser casi imposible encontrar a una sustituta por ese pequeño periodo de tiempo, así que, a pesar de mi inexperiencia, era un hecho que una pequeña ayuda era más que nada.
- Está bien, acepto el trabajo como secretaria. -expuse yo algo tímida, centrando la atención completa del señor, que parecía algo pensativo.
- ¿Estás segura? -preguntó entonces él, que en el fondo se veía esperanzado.
- Se que no tengo experiencia, pero haré todo lo que esté en mis manos para servirle de ayuda.
- Muy bien. -asintió él, enarcando una leve sonrisa que enseguida quiso ocultar- Me agrada que seas tan valiente. Mañana mismo empezarás entonces. Voy a traerte unos documentos dónde se explican detalladamente las que van a ser tus funciones.
De esa forma, el señor John caminó hasta la puerta y salió de su oficina, para así, buscar esos papeles.
Caroline, que seguía justo a mi lado, me miró con una leve sonrisa, tratando de levantar mis ánimos y de hacer que me relajara un poco, pues la verdad es que aún me sentía muy nerviosa.
A los pocos minutos el señor John estaba de vuelta. En su mano llevaba un pequeño taco de papeles, los cuales, alzó para que yo los cogiera.
- Ahí quedan explicadas las funciones que debes ejercer. -aseguró él- Te recomiendo que lo repases muy bien para mañana, pues yo no voy a tener tiempo para explicarte todo.
- Sí, señor. -asentí yo- Así lo haré.
De esa forma, después de despedirnos levemente, salí de la oficina para encaminarme hasta la casa, pues hoy no tenía nada más que hacer ahí.
Caroline sí se quedó en la empresa. Me dijo que tenía mucha curiosidad por ver su oficina y empezar a hacer algo, por eso no vino conmigo. Ella estaba verdaderamente emocionada, y aunque me dijo que no le importaba acompañarme, que ya vería el lugar al día siguiente, yo insistí en que no se preocupara, que yo podía volver sola a la casa sin ningún tipo de problema.
De esa forma, bajé por el ascensor, y antes de salir del edificio, me acerqué hasta la recepción para devolver la placa que la chica me había entregado al entrar.
Estando ya afuera, me acerqué hasta el coche, donde estaba esperando el chofer, y me metí dentro.
Así, el vehículo comenzó a arrancar, de forma que se adentrara en la carretera para dar paso al trayecto que, en menos de veinte minutos, me llevaría hasta la casa.
MARK
Una oleada de nervios se había apoderado por completo de mí. Alguien estaba tocando en la puerta de mi habitación, y yo estaba seguro que se trataba de Eric, que ya había llegado.
La verdad es que no podía sentirme más inquieto. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que hablamos como amigos, que no sabía cómo reaccionar cuando lo tuviera delante.
Sabía que me había comportado bastante grosero con Eric, y que él debía estar resentido por ello. Sobre todo porque, a pesar de su habitual comportamiento de niño, dónde su carácter introvertido siempre estaba presente, él era un chico bastante sensible con respecto a algunas situaciones.
Por eso mismo me sentía bastante abrumado ante el hecho de hablar a él, porque me sentía avergonzado y no sabía cómo comportarme cuando lo tuviese enfrente.
Pero no tenía otra opción más que enfrentarlo. Él ya estaba aquí y yo no podía dejarlo plantado; no después de haberlo citado yo mismo para que viniese, y sobre todo, después de haberle prometido a Hanna que lo iba a hacer.
- Pasa. -logré decir yo finalmente, levantándome de la cama dónde me encontraba sentado.
- Mark... -murmuró él con una voz bastante más decaída y débil.
- Siéntate, por favor. -Lo insté yo a que se acomodara en la silla que estaba junto a mi sillón. Al instante, yo me senté en este último.
- Mark, en cuanto lo que pasó aquel día... -comenzó a decir él, pero yo lo interrumpí enseguida.
- Sí, de eso mismo quería hablarte, no te has equivocado. -aseguré yo bastante inquieto- Yo... Quiero ofrecerte una disculpa por la forma en que te traté cuando viniste a disculparte.
Él no dijo nada, se quedó en completo silencio. Quizá no se esperaba que yo le pidiera disculpas, sino que le reclamara de nuevo.
Pasaron unos minutos sin que ninguno de los dos hablara, dando paso a un agrio silencio que incomodaba mucho más la situación.
- Te traté violentamente, te eché de la casa... -comencé a decir yo, recordando con amargura el momento.
- Pero tenías toda la razón. -me interrumpió esta vez su voz, que parecía bastante apenada- El acto que cometí esa noche fue algo imperdonable, totalmente indigno. Mark... Yo lo siento mucho, de verdad. No sabes lo miserable que me sentí al darme cuenta de mis actos, al percatarme de lo que había tratado de hacer. Estaba completamente borracho y no sabía lo que hacía, no tenía el control sobre mi cuerpo.
- Lo sé... -suspiré después de haber escuchado con atención sus palabras- Y en ese momento sentí demasiada rabia, al punto de golpearte...
- Me lo tenía más que merecido. -aseguró él- Y, por cierto, creo que yo también lo hice, ¿verdad?
- ¿Golpearme? -insinué yo, sabiendo perfectamente que esa era su pregunta- Casi me rompes la mandíbula, ¿qué te metiste en el puño, una piedra?
- ¿De verdad te dañé tanto? -preguntó él, con voz preocupada- Lo siento mucho...
- Era broma. -aseguré con una leve sonrisa- Sabes que siempre has tenido puños de chica, ¿cómo crees que ibas a hacerme daño?
En ese momento escuché que una leve risa escapaba de su boca. La verdad es que, sin apenas darnos cuenta, la situación se estaba apaciguando y la tensión estaba desapareciendo.
- Pero igualmente lo siento... -volvió a decir él, algo más serio- Siento inmensamente lo que traté de hacerle a ella, a tu novia... Porque la última vez me revelaste que así era, ¿verdad?
- Sí, Hanna es mi novia y soy muy feliz con ella. -aseguré con rotundidad- Y en cuanto lo que hiciste... Tengo claro que no estabas sobrio en ese instante, que no podías controlarte ni saber lo que hacías. Y se que me puse furioso en ese momento, pero la verdad es que no pude contenerme, no al darme cuenta de la situación.
- Es normal, Mark, ya te he dicho que lo entiendo. -testificó él- Creo que yo también hubiera hecho lo mismo en esa situación, si una chica a la que quiero estuviera siendo atacada por alguien más.
- ¿En serio? Pero si tú nunca has tenido a una chica a la que quieras realmente. -insinué yo sin parar de reír- En fin, volviendo al tema... -traté de calmarme un poco antes de continuar- Puede que sí haya sido normal mi comportamiento ese día, cuando me percaté de lo que estaba ocurriendo. Sin embargo, cuando viniste a pedirnos disculpas, yo te eché de la casa sin piedad. -suspiré antes de continuar- Yo estaba informado de que ese día tú estabas borracho, y que por eso actuaste así... Pero aún sentía tanta rabia, tanto dolor... que en vez de escucharte te eché sin ninguna contemplación. Por eso te pido que me perdones, y que me disculpes por la forma en que te traté.
Un leve silencio se apoderó de nuevo de la habitación. La verdad es que yo me sentía bastante avergonzado al recordar lo sucedido, cuando eché a Eric de la casa sin darle una posibilidad para que se excusara. Sin embargo, también me sentía mucho más aliviado, pues expresarle mis disculpas había sido como quitarme un gran peso de encima.
- Mark, no te preocupes por eso, de verdad... -habló entonces Eric, rompiendo ese pequeño silencio que se había formado- Yo no tengo nada que perdonarte, fue normal tu reacción.
- Gracias por comprenderme.
- Gracias a ti, Mark, por perdonar mi falta. -suspiró él, al parecer más tranquilo- No te imaginas la felicidad que siento de que me hayas perdonado, de verdad.
- ¿De verdad estás tan feliz? ¿Tanto me extrañabas? -bromeé yo, posando mi mano sobre su hombro- No sabía que estabas tan necesitado...
- Vamos, Mark... Sabes que tú y yo somos inseparables... -rió él con ganas, dándome un pequeño golpe en la espalda.
El ambiente estaba ahora mucho más tranquilo, más animado. Ambos habíamos arreglado nuestras diferencias y perdonado nuestras faltas, de forma que, la tensión que minutos antes nos había estado invadiendo, se hubiera convertido, ahora, en una vivaz charla como las que habíamos tenido siempre.
- Y tu novia... Hanna... ¿Crees que me habrá perdonado? -preguntó entonces Eric, con bastante cautela.
- Sí, ella te perdonó desde hace tiempo. -aseguré yo- Es más, ella fue la que me convenció para que hablara contigo, para que arreglara las cosas. Si no hubiera sido por Hanna, yo nunca me hubiera atrevido a dar este paso.
- Me gustaría disculparme con ella... ¿No está en la casa?
- No, ahora mismo está con mi padre y mi hermana. -contesté al instante- Hoy es su primer día de trabajo en la empresa.
- Ya veo... -murmuró él- Y entonces, ¿tu hermana ha vuelto a casa?
- Sabía que te iba a llamar la atención que nombrara a mi hermana. -insinué yo con una leve sonrisa- Y sí, ya ha vuelto para quedarse. Ha terminado sus estudios y por eso también va a trabajar en la empresa. ¿Por qué? ¿No me digas que aún te sigue gustando?
- Tu hermana es una chica muy guapa, no te lo voy a negar. -afirmó él con tranquilidad- Y claro que me sigue gustando, pero no de la forma que tú piensas. Además, sabes que siempre la he respetado y que únicamente la he visto como una hermana, al igual que a ti.
- Sí, lo sé. -asentí yo- Además, aunque tú hubieses querido, no creo que mi hermana se hubiese interesado en ti como pareja.
- ¿Ah, no? -expresó él, divertido- ¿Y por qué? ¿Acaso no me consideras lo suficientemente guapo para que ella se fijara en mí?
Yo no pude evitar reír ante su pregunta. La verdad es que ya empezaba a extrañar el sentido del humor de Eric, ese que siempre me alegraba aunque estuviera triste, y del que ahora estaba dando manifiesto.
- Tampoco he dicho eso... -contesté tratando de parar mi risa- Pero mi hermana es muy selectiva, y no le gustan los casanovas como tú.
- ¿Perdón? ¿Yo, un casanova?
- Eso mismo he dicho. -asentí yo con la cabeza- No lo irás a negar, ¿verdad?
- Por supuesto que lo niego. -masculló él- Yo soy un caballero de pies a cabeza.
Ambos reímos con ganas y nos quedamos unos minutos en silencio.
Indudablemente, todo había quedado arreglado entre nosotros y el ambiente del que habíamos disfrutado desde años atrás había vuelto a ser el mismo.
Todo había salido satisfactoriamente a pesar de la gran reticencia que yo mismo había mostrado días antes, cuando no quería reunirme con Eric para aclarar las cosas. Y todo era gracias a Hanna, que me había insistido para que arreglase mi situación con él.
- Por cierto, hablando de chicas... -esbozó Eric pasados unos minutos- Aquel día, cuando yo cometí la falta de meterme a la habitación de tu novia... No lo recuerdo muy bien, pero creo que alguien me indicó el camino, alguien me llevó...
- La “chica de los ojos azules”. -afirmé yo con rotundidad- Ella te llevó hasta la habitación de Hanna, ¿no es así?
- ¿Cómo...?
- Tú le comentaste a María, estando aún borracho, claro, que le diera las gracias a la chica de los ojos azules por indicarte el camino hasta la habitación de Hanna.
Eric se quedó entonces en completo silencio. Tal vez, sólo recordaba vanamente la secuencia en que una chica le indicaba el camino, y no sabía exactamente qué fue o lo que pasó, pues estaba demasiado borracho. Aunque, si él recordaba que era una chica, sería porque quizá no había olvidado por completo el momento.
- Claro, sí, ahora recuerdo... -murmuró él- Bueno, en realidad no lo recuerdo con exactitud, pero... -hizo una pausa antes de continuar- Se que venía de un bar cercano, había tomado demasiado alcohol y... No sé cómo, pero llegué a parar aquí, a tu casa.
- ¿Quién te abrió la puerta? -pregunté, algo extrañado- ¿También fue ella?
- Recuerdo que toqué muchas veces la puerta. -continuó él- Bueno, más bien le di golpes... Y, sí... Ahora que lo dices, fue esa chica, la de los ojos azules, la que me abrió.
Yo me enfurecí demasiado al escuchar esa afirmación. No era algo extraño que fuera ella quien le hubiese abierto la puerta, pues si se había atrevido a conducirlo hasta la habitación de Hanna, era obvio que no había desaprovechado la oportunidad, en vez de avisar a alguien, de dejarlo entrar.
Sin embargo, el sólo pensar que por culpa de ella fue más fácil la entrada a la habitación, y por consiguiente, la posibilidad de que hubiera pasado algo, había provocado que todo mi cuerpo estallara en rabia.
- ¿Y entonces? -lo alenté yo a continuar, pues aunque me costara, tenía que saber toda la verdad escuchada de su boca.
- En mi embriaguez, creo que pregunté por ella, por Hanna... -esa frase la dijo con un tono de voz bastante avergonzado- Y entonces, la chica me aseguró que ella sabía dónde estaba, que ella me iba a guiar hasta ella...
- Y te llevó. -asumí yo, dejando que un suspiro amargo escapara de mi boca.
- Sí... -afirmó él con una voz bastante apenada- Ella me guió hasta la habitación; me dejó justo en la puerta... y luego se fue.
Yo ardí de rabia en ese momento. Ya sabía todo lo que había hecho esa chica, estaba enterado de que ella lo llevó hasta la habitación de Hanna. Sin embargo, haber escuchado toda la versión de Eric me había hecho revivir el momento, haciendo que volviera a sentir un gran desprecio por ella; por Sharon.
La verdad es que ahora me arrepentía por no haberle insistido a Hanna de que recapacitase su decisión, que no detuviera a mis padres para que echaran a ese demonio. Esa chica había cometido demasiadas faltas ante ella, y no merecía una sola oportunidad de quedarse en la casa.
- Mark, ¿estás ahí? -La voz de Eric me sacó por completo de mis pensamientos.
- Sí, aquí estoy. -contesté yo enseguida, algo aturdido aún.
- Siento haberte recordado ese momento, y también lo que traté de hacer...
- No te preocupes, Eric. -posé mi mano sobre su hombro- Además, yo he sido quien te ha seguido preguntando sobre el asunto... necesitaba cerrar ese ciclo.
- Está bien, Mark. -suspiró él- Tratemos de olvidar el pasado entonces.
Yo asentí ante sus palabras y me quedé unos minutos en silencio. Aún sentía rabia al recordar a Sharon, las cosas que había hecho. Sin embargo, traté de tranquilizarme y ver lo positivo del asunto. Hace unos días, pensaba que nunca volvería a hablar con Eric, que la amistad que tenía de hace tantos años con él estaba perdida. Pero hoy, después de un largo tiempo sin tener razón de su persona y evadir la posibilidad de hablar con él, había conseguido hacerlo. Y no sólo eso, sino que ahora volvíamos a ser los amigos de siempre; los mejores amigos.
Seguía sumido en mis pensamientos, feliz por haber arreglado las cosas con Eric y esperanzado de que las cosas fueran tomando su cauce y volviendo a la normalidad. Sin embargo, eso no impidió que mi sentido de la percepción, el cual podía presumir de tener sumamente desarrollado, notara cómo unos pasos deambulaban por los alrededores de la habitación.
Alguien se estaba acercando a la puerta, no tenía duda. Pero... ¿Quién sería?
HANNA
Al fin había llegado a la casa. El camino se había hecho un poco más largo de lo normal, pues la carretera estaba bastante transitada el día de hoy y apenas pudimos avanzar en una de las autopistas de la ciudad.
Pero ya estaba en la casa. De hecho, me encontraba llegando a la habitación de Mark, pues él seguramente estaba ahí y yo me moría de ganas por verlo, por contarle el puesto que su padre me había confiado en la empresa.
Ya estaba justo frente a la puerta, sólo tenía que entrar.
Y así mismo lo hice. Sin tocar la puerta, pues habíamos quedado que entre nosotros no era necesario hacerlo, la abrí efusivamente, pues estaba ansiosa por verlo, y entré a la habitación.
Sin embargo, justo al entrar, me percaté de la presencia de Eric, que se encontraba sentado junto a Mark.
Yo me sentí un poco avergonzada entonces. No tenía idea que Eric estaba en la habitación, pues de lo contrario no habría entrado así, para interrumpirlos.
Claro, ahora recordaba que yo misma le había sugerido a Mark que hablara con Eric para aclarar las cosas. Sin embargo, con todo lo que había pasado en la mañana, no me había acordado. Y, bueno, además no estaba segura de que él se atreviera a hacerlo, pues lo vi bastante indeciso y nada convencido cuando el día anterior le pedí que lo hiciera.
Yo me quedé algo paralizada al verlos a ambos. Eric se quedó observándome, pero sin decir nada, y Mark también pareció percatarse de mi presencia, pues había girado la cabeza hasta donde yo me encontraba.
- P-Perdón, no quería interrumpiros... -expresé yo algo nerviosa, saliendo de la habitación.
- ¡No, espera...!
Yo me giré enseguida al escuchar esa voz, esa llamada de atención.
- Entra, por favor. Necesito hablar contigo también.
Me sentí bastante sorprendida al escuchar esas palabras. Sobre todo porque no era Mark quien suplicaba mi asistencia, que me quedara en el cuarto. Esa persona era Eric, que se había levantado de la silla sobre la que se encontraba sentado y se había acercado a mí.
- Hanna, quiero pedirte una disculpa... -expresó él con una voz que parecía bastante sincera- Necesito que me perdones por lo que pasó aquella noche, de verdad estoy muy arrepentido.
- No tengo nada que perdonarte. -aseguré yo tras unos segundos, mirándolo levemente- Se que ese día estabas borracho, que no tenías conciencia de tus actos...
- Sí, es cierto, pero aún así te pido disculpas. No sabes lo mal que me sentí al darme cuenta de lo que había tratado de hacer. Lo siento mucho, de verdad.
Yo me quedé unos minutos en silencio, observando, por instantes, la amarga expresión del chico, que realmente parecía arrepentido.
La verdad es que yo lo había perdonado desde ese día que él vino a pedirme disculpas, pero en que Mark lo echó. Yo sabía que él no había cometido ese acto a conciencia, que estaba bajo las influencias del alcohol. Además, sabía que gran culpa de lo sucedido la había tenido Sharon, pues ella fue quién le indicó el camino para que llegara a mi habitación. Pero, bueno, Sharon también me había pedido disculpas por todas sus maldades y yo la había perdonado.
- No te preocupes, de verdad. -aseguré yo- Todo eso ya está olvidado.
- Muchas gracias, Hanna. -expresó él con una leve sonrisa- Veo que eres una chica muy noble, tanto como Mark
- ¿Ya habéis arreglado vuestras diferencias? -me atreví yo a preguntar, observándolos a ambos.
- Todo arreglado. -habló entonces Mark, que se levantó del sillón para venir hacia nosotros.
- Sí, es cierto. -afirmó Eric- Tu novio no podía aguantar más sin mí, me extrañaba demasiado...
Yo no pude evitar reír ante sus palabras. Sobre todo cuando Mark le proporcionó un leve empujón en la espalda, armonizando la feliz situación.
- No digas tonterías, Eric. -esbozó Mark con una sonrisa- Sabes que eres un pesado, que no te aguanto, y que me sacas de mis casillas fácilmente. ¿Cómo te iba a extrañar?
- Vamos, Mark, no me digas eso que voy a llorar... -bromeó entonces Eric, haciendo ademán de darle un beso- Dime que me quieres, anda...
De nuevo no pude evitar que la risa me invadiera por completo. Era obvio que ambos habían arreglado sus diferencias, y la verdad es que eso me causaba una gran felicidad.
Al parecer, todo había quedado en una bonita reconciliación.
El ambiente siguió bastante amenizado, cargado de bromas entre ambos y de risas que armonizaban toda la habitación. Sin embargo, después varios minutos, los grandes amigos decidieron apaciguarse, dando paso a un breve silencio, el cual, fue roto casi al instante por Eric.
- Bueno, chicos, muchas gracias por todo... -expresó él- Estoy muy feliz y agradecido de que me hayáis perdonado, de verdad. Y, bueno, ya me tengo que ir...
- ¿Ya te vas? -pregunté yo, que realmente estaba disfrutando de su presencia.
- Sí, pero volveré lo más pronto posible para molestaros otro rato. -aseguró él, posando la mano sobre el hombro de Mark.
- Cuando quieras. -asintió Mark con una sonrisa, alzando su mano para estrecharla con la de Eric.
- Hanna, un placer haberte visto y... gracias de nuevo. -sonrió levemente, dedicándome un signo de agradecimiento.
- De nada, Eric. -asentí yo con una leve sonrisa- Hasta pronto, y que pases buen día.
Así, tras haberse despedido de nosotros, Eric salió por la puerta.
Yo miré con gran dulzura a Mark entonces, que se encontraba frente a mí y que había tomado mis manos con fuerza. La verdad es que lo había extrañado mucho toda la mañana, y tenerlo tan cerca en estos momentos, sintiendo el contacto de sus manos entre las mías, había hecho que todo mi cuerpo se estremeciera por completo.
De esa forma, sin poder contenerme un segundo más, me aferré a su cuerpo con gran efusividad, apoyando mi cabeza sobre su pecho y estrechándolo tiernamente entre mis brazos.
- Te he extrañado mucho hoy. -confesé yo, sin separarme de su cuerpo.
- Yo también, mi pequeña... -susurró él, respondiendo con gran ternura a mi abrazo tan necesitado- Me has hecho mucha falta...
- ¿De verdad? -pregunté yo, con voz pícara- ¿Y cuánto me has extrañado?
- Demasiado. -aseguró él, dejando un dulce beso sobre mi frente. Te quiero, mi pequeña.
- Yo también te quiero, Mark. -expresé con gran emoción- Te quiero mucho...
De esa forma, ambos nos quedamos abrazados el uno al otro, entregándonos todo ese amor que nos teníamos y que indudablemente no podíamos ocultar.
Yo me sentía tan feliz ante todo lo que había ocurrido hoy, que ni siquiera podía creerlo.
Mark había arreglado sus diferencias con Eric y nuevamente volvían a ser los mejores amigos. Sharon, después de haberme despreciado durante meses, parecía haberse arrepentido de sus actos y me había pedido perdón. Y, para terminar, el señor John me había confiado el puesto como su secretaria en la empresa, cosa que realmente me halagaba.
Sin duda, hoy había sido un día perfecto.
Tenía muchas ganas de contarle a Mark sobre el arrepentimiento de Sharon y sobre el puesto que me había ofrecido su padre. Sin embargo, la necesidad y gran satisfacción que sentía al estar entre sus brazos, había hecho que todo lo demás pasara a un segundo plano.
Apenas había estado separada de él unas horas, pero la verdad es que, a mí, se me habían hecho eternas. Por eso, ahora que lo tenía entre mis brazos, sintiendo el calor de su cuerpo, y escuchando el latido de su corazón, él cual yo estaba segura que latía por mí, no tenía intención alguna de soltarlo.
En este momento, lo único que deseaba era estar con él. Lo demás, a mi criterio, podría esperar unos largos minutos más...
SHARON
Hoy había sido un día bastante provechoso, todo había salido a mi gusto.
En este momento, me encontraba bastante atareada, pues estaba preparando el dichoso almuerzo para los señoritos de esta casa, y se me había hecho un poco tarde.
La verdad es que era una pesadez, y sobre todo, una gran injusticia, tener que preparar un manjar para, luego, tener que comerlo frío.
Porque claro, primero había que servir a la gente importante de esta casa, y ya después, los insignificantes empleados podían sentarse a comer su almuerzo, el cual, tenías que recalentar si querías que supiera medianamente bien.
Aunque, ahora que lo pensaba... ¿No sería divertido envenenar la comida? O, mejor dicho... ¿Envenenar la comida de Hanna?
La verdad es que, cada vez que recordaba el momento de esta mañana, no podía evitar reír a carcajadas.
Pero qué imbécil era esa Hanna. Se había creído, por completo, el cuento de que yo estaba arrepentida por las crueles maldades que había cometido en su contra.
Esa niña de verdad era un caso. ¿Cómo podía haberse creído que yo estaba arrepentida?
Aún no podía creerlo, todo había sido tan fácil...
Mi plan era hacer creer a Santa Hanna que yo estaba sinceramente arrepentida y que quería arreglar las cosas con ella, y de esa forma, ganarme su confianza, para, en su debido momento, dar el golpe de gracia sin que ella sospechara.
Y la verdad es que había sido mucho más sencillo de lo que pensaba. Yo creía que iba a ser casi imposible convencerla, pero no.
Al parecer esa niña era demasiado ingenua, más de lo que creía. Pero bueno, mejor para mí, pues de esa forma me facilitaba las cosas.
Lo que no me había gustado, en absoluto, era que María hubiese abierto la boca.
La estúpida de Hanna me había preguntado el por qué de mi desprecio hacia ella, me había asegurado que sabía que yo tenía una razón.
Y claro, aunque ella no lo hubiera revelado, era obvio que María se lo había dicho. ¿Acaso estaría pensando en traicionarme?
No, no lo creía.
Ella me había prometido que jamás hablaría, que nunca contaría la verdad. Además, siempre me había apoyado y nunca había puesto en discusión mi voluntad. ¿Podría haber cambiado de parecer por culpa de Hanna? ¿La estaría poniendo ella en mi contra, al grado que le hiciera confesar la verdad?
La verdad es que esas preguntas me atormentaban, me hastiaban por completo.
Pero mi inquietud no iba a durar mucho tiempo.
Ahora tenía que hacerme la chica arrepentida y noble; la que había cambiado de actitud y se había convertido en un ángel.
Tenía que ser así hasta que me ganara su confianza, hasta que la ingenua de Hanna confiara ciegamente en mí y no le quedara ninguna duda de mi cambio angelical.
Después, ya llegaría mi venganza...
Traté de concentrarme un poco en la cocina. La exquisita sopa de primera calidad que había como primer plato, parecía estar ya hirviendo, así que únicamente debía de echarle sal, pues antes se me había olvidado hacerlo.
La verdad es que, gustosamente, echaría una generosa cantidad del condimento a la comida; sobre todo en honor a ciertas personas.
Pero no era una buena idea. No ahora que debía hacerme la santa frente a los ojos de todos y así demostrar que “he cambiado”.
De esa forma, eché la sal conveniente a la sopa y la removí un poco, haciendo que esta pareciese un remolino que hacía inundar a todos los indefensos ingredientes.
Ahora sólo tenía que esperar.
Aunque... ¿Para qué estar ahí, quieta, mirando una olla, si podía hacer algo más productivo?
Con mucho cuidado salí de la cocina. María no estaba, así que no había problema en que me viera merodeando por la casa en vez de quedarme vigilando el proceso de la cocción.
Porque yo no iba a hacer nada malo. Tan solo iba a pasearme unos minutos, el tiempo que tardaba en terminar de prepararse el almuerzo. ¿O acaso eso estaba mal?
Quise salir al jardín, pues eso era algo que normalmente me tranquilizaba y calmaba mis ansias de acelerar mi venganza. Sin embargo, justo cuando iba a abrir la puerta de salida, escuché unos pasos detrás de mí. Yo me giré rápidamente entonces, quedando justo frente a esa persona, la cual, había fijado su mirada en la mía, observándome como si acabara de ver a un extraterrestre.
No era algo normal en mí, pero la verdad es que me sentí incómoda ante su mirada. Entonces, sin más dilación, desvié mi vista de sus ojos y me encaminé de nuevo a la cocina.
Pero no pude hacerlo. No cuando esa persona, jactándose de ofendida, me llamó para que parase.
- ¡Oye, espera! -exclamó el chico, mirándome fijamente.
- ¿Me llamas... a mí? -pregunté yo con dejadez, observándolo levemente y poniéndome a su altura.
- Eres tú... -afirmó él, observándome con asombro- La chica de los ojos azules...
Yo me quedé en completo shock ante su afirmación. ¿Ese chico era tonto, o qué?
Pues claro que mis ojos eran azules, no iban a ser verdes... De hecho, los suyos también lo eran, sólo que de un tono mucho más claro que los míos.
- Eres tú, estoy seguro... -volvió a afirmar él, totalmente pasmado- ¿Por qué lo hiciste?
- ¿Qué? -esbocé yo, alzando las cejas- ¿Puedes hablar más claramente? No te entiendo.
- ¡Tú eres la chica que me guió hasta el cuarto de la novia de mi amigo! -exclamó él, haciendo que yo me sobresaltara- ¡Sabías que estaba borracho, lo habías visto! ¡¿Por qué me llevaste hasta la habitación?!
El chico parecía realmente alterado, incluso esquizofrénico. ¿Cómo se atrevía a hablarme así?
No entendía por qué venía a reclamarme eso ahora. Yo pensaba que ni siquiera se había percatado de lo que ocurrió esa noche de lo borracho de estaba, creía que no se iba a acordar de mí.
Pero claro, como siempre, algo tenía que interrumpir la felicidad que estaba sintiendo el día de hoy.
- A ver, chico de ojos claros. -esbocé yo mientras avanzaba para tratar de alejarme- Tengo muchas cosas que hacer, así que no vengas a quitarme el tiempo.
- Contéstame. -volvió a decir él, agarrándome del brazo para que no me fuese.
- ¡Suéltame! -grité yo, tratando de zafarme de su mano- ¡Suéltame o voy a gritar más fuerte!
- ¿Y vas a decir que te estoy maltratando? -insinuó él, clavando sus ojos en los míos- ¿O quizá... vas a decir que estoy abusando de ti?
Yo me quedé inmóvil ante su pregunta. ¿Pero qué se creía que estaba haciendo?
- ¡Déjame! -volví a gritar, mirándolo fijamente- ¡Déjame ahora mismo o te vas a arrepentir!
- Está bien, está bien... -masculló él, soltándome el brazo- Para que veas que yo no soy ningún maltratador como quisiste hacerme ver.
- ¿Qué dices...?
- Lo sabes perfectamente. -aseguró él, con una voz bastante seria- Tú sabías lo que podía pasar si me enviabas a esa habitación sabiendo que estaba borracho.
- ¿Ah, sí? ¿Y cómo iba a saberlo?
- Era obvio. -afirmó él- ¿Acaso nunca has visto un borracho?
- Sí, pero nunca un demente como tú.
- ¿Perdón? -masculló él, frunciendo el ceño a la vez que empezaba a reírse con ganas.
- ¿De qué te ríes? -pregunté yo, bastante cabreada.
- De tus palabras. -aseguró él, tratando de detener su asquerosa risa- ¿Sabes? Eres muy graciosa.
- Qué bien. -esbocé una irónica sonrisa- Creo que es mejor tener gracia que sufrir deficiencia mental.
El chico continuó riendo abiertamente ante mis palabras, como si le hubiera dado un ataque de risa del cual no pudiese parar.
- Está bien, yo soy un demente. -asintió él, deteniendo su risa- Pero tú eres una chica malvada sin sentimientos.
Yo lo fulminé con la mirada entonces, haciéndole saber de toda mi rabia. ¿Cómo se atrevía a hablarme de esa forma?
- Estúpido... -mascullé yo- ¿Por qué no te vas y dejas de molestarme?
- Responde a mi pregunta, y entonces me iré.
- Como quieras. -accedí yo, observándolo de reojo- A ver... ¿Cuál es el problema en que yo te haya indicado, amablemente, el lugar a donde querías ir?
- Otra vez con lo mismo... -murmuró él, cansado- ¿No te lo he dicho ya?
- Sí, sí... Que si estabas borracho tendría que haberte detenido en vez de indicarte el camino.
- Exactamente. -asintió él- ¿Por qué me llevaste entonces?
- Porque no tenía idea de lo que ibas a hacer, ¿ok? -mentí, haciéndome la ofendida- ¿Acaso es un delito no saber lo que van a hacer otras personas?
El chico se quedó un rato mirándome, pensando en mis palabras.
- Además, yo ya le he pedido disculpas a Hanna por eso y otros asuntos entre nosotras.
- ¿En serio? -preguntó él, asombrado- Bueno, en ese caso... ¿hubieras empezado por ahí no?
¿Pero qué le pasaba a este? ¿Todo el estúpido lío que había formado, y ahora se conformaba con mi verdad a medias?
- Y... ¿Ya está? -inquirí yo, alzando las cejas- ¿Eso es todo? ¿Ya estás tranquilo?
- Sí. -asintió él, de lo más calmado- Sí, porque en caso de que le hayas pedido perdón, ya es otra cosa. Lo digo porque yo también vengo de pedirle disculpas; a ella y a Mark. Pienso que todos tenemos derecho a equivocarnos, y a que, si pedimos disculpas sinceramente por ese error que hemos cometido, podamos ser perdonados.
De nuevo me quedé alucinando ante sus palabras. ¿Cómo podía ser tan estúpidamente patético?
- Bueno, entonces no tienes nada más que hacer aquí, ¿verdad? -insinué yo, señalando la salida con la mirada.
- Te equivocas. -aseguró él, mirándome fijamente y acercándose demasiado a mí- Ahora te pido yo que aceptes mis disculpas.
- ¿C-Cómo? -inquirí yo con total desconcierto, alejando mi cabeza de la suya, la cual, había llegado a estar demasiado cerca.
- Sí, te pido disculpas por haberte acorralado y hablado de esa forma.
Su voz ahora era demasiado serena, incluso dulce... tanto que había llegado a empalagarme y ponerme nerviosa.
Sobre todo porque sus ojos estaban clavados en los míos de una forma demasiado intensa, demasiado intimidante.
- Está bien. -desvié la vista para escapar de su mirada- Disculpas aceptadas. ¿Ya te puedes ir?
- ¿Por qué te has puesto nerviosa? -preguntó él, alzando mi mentón con su mano para que lo mirase.
- ¿Q-Qué haces...? -pregunté yo, mirándolo con inquietud.
Pero él no dijo nada, tan sólo se quedó observándome fijamente, como si le fuera la vida en ello.
- ¿Sabes... que tienes unos ojos muy bonitos? -susurró él, sin dejar de mirarme.
- Y-Ya, déjame... -esbocé yo, zafándome de la mano que aún sostenía mi mentón- Tengo muchas cosas que hacer. Vete, por favor.
- Está bien, chica de ojos azules. -susurró él, dejando una leve sonrisa antes de girarse para ir hacia la puerta- Ya nos veremos, preciosa, adiós.
Finalmente el chico se fue. ¿Por qué tenía que ser tan pesado? ¿Acaso no se había dado cuenta de lo ridículo que se había visto?
La verdad es que me había enfurecido. El muy ignorante se había atrevido a hablarme de forma altanera, de agarrarme del brazo. ¿Y todo para qué? ¿Para luego soltarme y pedirme disculpas? ¿Para darme clases de moral, perdón y arrepentimiento?
En fin, ya no tenía que pensar más en él, no había necesidad.
Me dirigí de nuevo a la cocina, donde me estaba esperando la comida, ya lista.
Había tenido mucha suerte, pues pensaba que con todo el tiempo que había perdido gracias a ese loco, toda la sopa se había derramado.
Ese loco estúpido...
¡No...! ¿Pero qué estaba haciendo? Yo no tenía por qué estar pensando en él. Qué pérdida de tiempo...
Traté de obligarle a mi mente que no lo hiciera, que no pensara en él, que borrara su imagen de mi cabeza. Sin embargo, por alguna extraña razón no pude hacerlo. ¿Por qué sería?
Luchaba contra mí misma para negarlo, para crearme una mentira. Pero no. La verdad era que, en el momento que ese chico tomó mi mentón con su mano, clavando fijamente su mirada en la mía... En ese instante yo me sentí, por primera vez mucho tiempo... nerviosa.
¿Por qué me había sentido así? ¿Acaso era yo quién me estaba volviendo loca?
*****
¡Hasta aquí el nuevo capítulo! ¿Qué tal? ¿Os ha gustado?
Espero vuestros votos y comentarios ^_^
¡Un saludo!
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