18. Una confesión desesperada
Capítulo 18
Una confesión desesperada
Mark no me quería. Él me estaba diciendo que yo lo había decepcionado, que yo no era quien él pensaba. Yo le había hecho algo, yo era la culpable y él nunca me lo perdonaría. Corría a su lado pero él me rechazaba, me ignoraba y se alejaba cada vez más de mí...
- ¡No...! -grité asustada.
Abrí los ojos muy lentamente, pestañeando y mirando todo lo que había a mi alrededor: estaba en mi habitación, en mi cama; sólo había sido una pesadilla.
El corazón aún me latía con fuerza. De nuevo había tenido una pesadilla en la que Mark me despreciaba, se iba de mi lado... ¿Por qué? ¿Podría ser que eso sucediera realmente?
No, no podía ser. Mark y yo estábamos mejor que nunca. Sobre todo después de lo de ayer. Él me dijo cosas tan tiernas, tan bonitas... y yo estaba segura de que me quería tanto como yo a él, de que sentía algo especial por mí.
Aún me sentía bastante asustada; sin embargo, me levanté de la cama, pues tenía cosas que hacer. Hoy era sábado, mi día de descanso, así que podía ir al colegio interno a visitar a mi hermana.
Fui al baño y me di una ducha con agua fría; quería refrescarme, estar bien despierta después del susto que había pasado con ese mal sueño.
Después de la ducha, bajé a la cocina a desayunar. Ahí estaba Marlene, que me saludó desde lo lejos en cuanto me vio. También estaba Sharon, la cual se fue enseguida nada más divisarme.
Seguramente la Señora Elisabeth ya había hablado con ella, por eso ahora ni siquiera me miraba. La verdad es que sería un gran alivio si ya no me volviera a molestar; aunque yo no quería hacerme muchas ilusiones, pues estaba segura de que en cualquier momento Sharon iba a volver a hacer de las suyas... En fin, ahora no quería pensar en eso, al menos no en este momento.
Caminé entonces hasta Marlene, que estaba preparando el desayuno, y la saludé con dos besos. Enseguida nos pusimos a charlar, y yo le conté lo de mi hermana.
- Hanna... De verdad lo siento mucho. -dijo ella apenada- Lucy era una niña tan simpática, tan alegre... Qué pena que ya no vaya a vivir aquí...
- Sí... -asentí yo algo triste- La verdad es que aún no me acostumbro; la echo tanto de menos...
- Pero me has dicho que pudiste ver el colegio. -continuó ella- ¿Está bien? ¿Te parece que sea bueno?
- El colegio parece bueno, sí... -conteste yo- Al menos por esa parte estoy tranquila.
- No te desanimes, Hanna. -intentó ella de alentarme- Ya verás que Lucy se lo va a pasar muy bien ahí.
- Sí, eso espero. -dije algo más conforme- Hoy voy a ir a verla.
- ¿Ah, sí? -preguntó ella- Mándale un beso de mi parte entonces.
- Lo haré. -dije yo con una leve sonrisa.
Seguimos hablando de otras cosas mientras preparábamos el desayuno. Yo le estaba ayudando, pues no me costaba ningún esfuerzo.
Finalmente terminamos de hacerlo y Marlene fue a llevárselo a los señores. En eso no pude ayudarla, pues no quería que pasara algo similar a lo de ayer; además, tampoco tenía ganas de verle la cara al señor John. Él era demasiado duro conmigo, demasiado injusto... Mañana no me iba a librar, pero al menos hoy, no quería verlo.
Terminé de desayunar junto con Marlene y María en la cocina. Sharon no se apareció en ningún momento, cosa que me pareció extraña; pero mejor para mí, pues tampoco a ella tenía ganas de verla.
Me dirigí entonces hacia el jardín, donde el chofer de la casa me estaba esperando. Eso era algo que ya había hablado con la señora Elisabeth: Mis días de descanso, podría ir a donde quisiera, como siempre; por supuesto yo iría a ver a mi hermana, por lo que ella me dijo que me fuera con el chofer sin ningún problema, que no le tenía que pedir permiso.
Y así lo hice en ese momento. Me metí en el coche, donde el conductor ya me estaba esperando, y nos dirigimos hasta el colegio.
Sería mejor que de ahora en adelante pensara en ese lugar como un colegio y no como un internado, pues esa palabra era más inminente, más dura... y yo quería pensar que Lucy estaba en un lugar de lo más normal, en una escuela como en la que siempre estuvo.
Finalmente llegamos al destino. El coche se quedó esperando fuera, en una plaza de aparcamiento que extrañamente quedaba libre.
Yo me bajé del auto y me dirigí hacia la gran puerta vallada que resguardaba al colegio. Toqué el timbre que allí había y un hombre que parecía ser el conserje me abrió. Caminé entonces por los jardines hasta entrar en el recinto; ahora tenía que buscar el despacho de la directora, pues la otra vez ella me recibió en la entrada y estuvimos recorriendo todas las instalaciones, por lo que no entramos ahí. Ella me había dicho que cuando viniera a visitar a mi hermana, fuera hasta su despacho para primero poder hablar con ella, pues era la rutina de este centro.
Estuve mirando puerta por puerta, hasta que al fin encontré el despacho. Toqué entonces con el puño y enseguida la directora me hizo pasar.
- Bueno días. -la saludé yo.
- Buenos días, Hanna. -decía ella amablemente mientras me señalaba un silla para que me sentara.
- ¿Cómo está Lucy...? -pregunté yo algo inquieta, a la vez que me sentaba.
- Muy bien, Hanna, no te preocupes. -dijo ella enseguida- Ella está muy contenta aquí, ahora lo vas a ver.
Sus palabras me tranquilizaron un poco. La verdad es que el día que yo dejé a mi hermana aquí, parecía feliz y conforme; sin embargo ya habían pasado unos días, y eso podría haber cambiado, por lo que yo me sentía un poco preocupada.
Estuvimos hablando un rato más. La directora me contó que Lucy había hecho amigos, que se portaba muy bien y que era una niña muy inteligente. Yo me sentía orgullosa de ello, también mucho más aliviada.
Cuando terminamos de conversar sobre algunas otras cosas, ella cogió el teléfono y dio indicaciones de que trajeran a Lucy al despacho. Yo me inquieté un poco entonces; hacía varios días que no veía a mi hermana y la echaba mucho de menos; tenía tantas ganas de verla, de abrazarla, de darle un beso...
Pasaron unos minutos, que a mí, se me hicieron eternos. Sin embargo, alguien estaba entrando ahora por la puerta: era mi pequeña hermana Lucy, acompañada por la que sería una de sus profesoras.
- ¡Lucy! -exclamé nada más verla, haciendo ademán de que viniera a mis brazos.
- ¡Hanna...! -corrió ella hasta mí, abrazándome con fuerza.
- ¿Cómo estás, nena? -pregunté yo apartándola un poco de mí, para ver así su carita.
- ¡Bien...! -exclamó ella- He hecho muchos amigos y jugamos a cosas muy divertidas.
- ¿De verdad? -dije yo acariciando su pelo- Me alegro mucho, nenita.
- ¡Sí...! -dijo ella contenta, aunque de repente su expresión cambió- Pero te echo mucho de menos, Hanna... Yo quiero que estés todos los días conmigo...
Tras esas palabras no pude evitar que unas lágrimas se resbalaran por mi rostro. Pobre de mi hermanita... Ella se lo estaba pasando bien aquí; sin embargo prefería estar conmigo, me extrañaba mucho, igual que yo a ella. Pero no había otra opción, pues el señor John no la quería en la casa, y mucho menos Sharon...
- Lucy... -besé entonces su frente, aún con lágrimas en los ojos- Lo siento mucho nena; no voy a poder venir todos los días... -ella me miró con tristeza- Pero te prometo que siempre que pueda lo voy a hacer.
- Está bien, Hanna... -dijo ella algo más conforme- ¿Pero vas a jugar ahora conmigo?
- Sí, Lucy. -dije con una sonrisa a la vez que secaba mis lágrimas- Pero antes tengo que darte algo...
- ¿De verdad? -preguntó ella ansiosa- ¡¿Qué me vas a dar?!
- Pues lo que te voy a dar son... -dije intrigante- ¡Muchos, muchos besos!
Volví a besar cariñosamente su frente, su mejilla... dándole todos los besos que no pude durante estos días; también los que le mandaron todos en la casa, pues además de Marlene, me lo habían pedido también Mark, María... hasta la señora Elisabeth.
- ¡Hanna, vamos a jugar ahora! -dijo ella tras corresponder a todos mis besos y arrumacos- ¡Podemos salir al patio!
- No sé, Lucy... -dije yo acariciando su cabello- Tenemos que pedir permiso.
- Claro que puedes salir con ella, Hanna. -dijo enseguida la directora, que estaba hablando con la profesora que trajo a Lucy.
- ¿De verdad...? -la miré yo animada- ¿Puedo salir con ella fuera un rato?
- Sí, Hanna, claro. -reafirmó ella- Pero tráela a la hora del almuerzo, por favor.
- Por supuesto. -dije yo con una sonrisa- Hasta luego entonces.
Salí entonces con mi hermanita al patio, dónde algunos grupos de niños estaban ahí haciendo actividades y jugando.
Nosotras nos pusimos a caminar por las zonas verdes, que eran muy bonitas. Ella me contaba con detalle todas las cosas que allí hacía: cómo se llamaban sus nuevos amigos, los deportes que practicaba, las clases que daba, la comida que ponían...
También estuvimos jugando un rato con unos balones, saltando a la cuerda, corriendo por los jardines... y muchas cosas más. Yo estaba realmente agotada, aunque a Lucy aún no se le acababan las energías.
Ya casi era la hora del almuerzo, así que llevé a Lucy de nuevo al despacho. La directora seguía hablando con alguien, pero enseguida nos hizo entrar cuando tocamos la puerta. Yo me despedí de Lucy cariñosamente, dándole más besos y haciéndole saber lo mucho que la quería; ella también lo hizo conmigo.
La verdad es que no quería irme; yo me lo estaba pasando tan bien con ella... pero ya no podía quedarme más tiempo, pues las visitas sólo estaban permitidas por la mañana.
Así, algo apenada pero a la vez contenta por haber estado con mi hermanita unas horas, me dirigí de nuevo hasta el coche, que me estaba esperando. Me senté en el mismo asiento que antes, y le hice una seña al chofer para que arrancase.
Por el camino estuve pensando qué iba a hacer el resto del día. Por supuesto, lo primero que vino a mi mente fue Mark... Yo era tan feliz con él, me gustaba tanto estar a su lado... y estaba deseando llegar a la casa para estar con él, para verlo... sí, eso haría el resto del día, estar junto a él.
Finalmente llegamos a la casa.
Antes que nada, me dirigí a la cocina para comer, pues el almuerzo ya estaba hecho y yo estaba hambrienta. Marlene fue a servirles a los señores y Sharon estaba terminando de hacer el postre junto con María.
Al parecer Mark también estaba en la mesa; sin embargo, por muchas ganas que yo tuviera de verlo no podía hacerlo; no podía presentarme ahí, delante del señor John, después de lo que había pasado ayer.
Estando el postre ya listo y servido, Marlene y María se sentaron a mi lado a comer. Sharon también lo hizo, pero más alejada de nosotras y sin subir la mirada de la mesa.
Ya todos habíamos terminado de comer. Mark ya debía de estar en su habitación, pues al asomarme a la sala sólo vi a los señores. Yo estaba deseosa de verlo, pero quería esperar un poco a que el señor John se metiera en su despacho, como siempre hacía después de comer, pues no quería que me viera pasar por el pasillo para ir a ver a Mark, ya que estaba segura que a él no le gustaría nada la idea.
Seguramente la Señora Elisabeth no le había comentado nada de que yo iba a estar más tiempo con Mark; que ese iba a ser como mi trabajo, además de ayudar en lo que pudiera con la casa. No sé porqué, pero yo estaba segura de que él no lo sabía, pues no creo que se hubiera quedado tan tranquilo sabiendo que en vez de estar todo el día limpiando, iba a estar acompañando a su hijo.
Viendo que no se marchaba, decidí ayudar a Marlene a fregar los platos, pues Sharon estaba haciendo otras cosas y María había salido a hacer las compras.
Nos pusimos a charlar mientras fregábamos los platos; Marlene me preguntó por Lucy; se interesó en saber cómo estaba, si yo la había visto contenta ahí. Yo le conté con detalle todo lo que hicimos y que mi hermana estaba conforme ahí, que se lo pasaba bien, aunque me echaba de menos tanto como yo. Ella me animaba para que no me pusiera triste, cosa que yo le agradecía mucho.
Finalmente cambiemos de tema, y acabamos hablando de Mimosa. Yo no le había puesto de comer desde esta mañana, por lo que debía de estar hambrienta. Iba a ir a la habitación para echarse su comida, pero Marlene me dijo que ya lo hacía ella, pues le pillaba de camino ya que iba a ordenar las habitaciones. Además, a ella también le encantaba la gatita y sólo la había visto una vez, por lo que tenía ganas de pasar y verla por unos minutos.
Yo le agradecí mucho su ofrecimiento, pues justo entonces vi cómo el señor se retiraba de la sala junto a su esposa, seguramente, para ir a su despacho.
Fui a salir de la cocina para ir a la habitación de Mark, pues estaba ansiosa por verlo. Sin embargo, algo me detuvo: estaban tocando el timbre y nadie estaba ahí para abrir.
Me dirigí entonces hacia la puerta para ver quién era; la abrí con cautela, muy despacio, pues no me imaginaba quién podía ser. Mi expresión en ese momento debía de ser de felicidad, pues estaba realmente emocionada por poder ir a ver a Mark. Sin embargo, al abrir la puerta, mi expresión debió de cambiar por completo: ahora me había quedado totalmente inmóvil, observando algo que no me esperaba, pues la persona que había tras la puerta no era otra que Eric.
- ¡Hola, muñeca! -exclamó él nada más verme- ¿Cómo estás?
- Buenas tardes... -dije yo con desgana- ¿Qué se le ofrece...?
- ¿No lo sabes? -murmuró él con ironía- Vengo a buscarte a ti.
No podía ser... Esto era el colmo; creí haberle dejado claro ayer que no quería salir con él ni nada parecido. Pero nada, él seguía insistiendo sin sentir la más mínima vergüenza, sin darse por vencido.
- Mira, Hanna. -dijo entonces él, alzando un enorme ramo de flores- Son para ti.
¿Cómo...? ¿Me había traído flores, a mí...?
- ¿No dices nada? -preguntó él ante mi silencio- ¿Acaso no te gustan?
- Mire... -dije lo más cordial que pude- No sé qué es lo quiere conmigo; ya le dije que no quiero salir con usted... y gracias por las flores, pero no puedo aceptarlas.
- ¿Cómo que no vas a aceptar las flores, Hanna? -dijo él algo molesto- Ya me imaginaba que no ibas a querer salir conmigo; pero al menos acepta este detalle, por favor.
Yo me quedé atónita. ¿Por qué era tan insistente conmigo? ¿Por qué me tenía que haber comprado esas flores?
- Anda, Hanna... -dijo él en tono de súplica, con una sonrisa que a mí que no me gustaba nada- Acéptalas, por favor... Las he comprado con toda mi ilusión para ti...
- Está bien. -acepté ya cansada, a ver si así al menos se iba.
- Gracias, Hanna. -dijo él mirándome fijamente, a la vez que cogía mi mano y me daba un beso en ella- Ya me voy más contento; hasta luego.
Y así, finalmente Eric se fue. Parecía estar esperando a que yo lo detuviera o algo así, porque caminó muy lentamente hasta la salida; pero por supuesto yo no lo iba a hacer, pues estaba deseando que se fuera.
En fin... las flores las pondría en un florero para adornar la mesa, pues estas no tenían la culpa de que la persona que las había comprado fuese un patán y un engreído que no tenía nada más que hacer que venir a hacerme perder el tiempo.
Justamente iba a darme la vuelta para volver a la cocina y poner las flores en agua, pero entonces, vi como Marlene estaba ahí, observándome fijamente con una mirada cómplice.
MARK
Ya debían de ser más de las cuatro de la tarde y Hanna todavía no había venido a verme. ¿Por qué...? ¿Se habría olvidado de mí? No, claro que no... Yo estaba seguro que ella me quería; me lo había demostrado cientos de veces con su ternura, con su cariño... con la forma tan dulce y tan especial con la que siempre me trataba. Ella iba a venir, yo estaba seguro. Aunque... ¿Por qué no darle una sorpresa? Sí, esa era una buena idea. Seguramente ella estaba en la cocina, ayudando en alguna cosa; yo ya sabía llegar a esta, de modo podría ir hasta ella; podría ir y confesarle de una vez mis sentimientos... Claro que sí, ahora mismo iría en busca de mi pequeña Hanna.
Así, con gran emoción, me dirigí muy lentamente en su busca.
Salir de mi habitación fue muy fácil, pues era el lugar por el que mejor había aprendido a caminar. Ir hasta la cocina iba a ser un poco más complicado, pues era la primera vez que iba sólo; sin embargo yo sabía que podía llegar sin problema, pues para algo estuvimos practicando tanto tiempo.
Ya estaba a punto de acabar el pasillo. Por este fui a un paso bastante ligero, pues no era muy difícil si pasaba la mano por todo él mientras caminaba.
Finalmente llegué hasta la sala: ahora sólo tenía que dar unos pasos para llegar a la cocina y habría llegado hasta mi destino: con Hanna.
Sin embargo, algo hizo que me detuviera antes de continuar caminando. Escuchaba las voces de dos personas que hablaban, al parecer, cerca del recibidor. Y curiosamente, esas personas no eran otras que Hanna y Marlene.
- Hanna... ¡No lo puedo creer...! -oí que le decía Marlene a ella.
- ¿No puedes creer qué, Marlene? -preguntó Hanna.
- ¡Que sea el joven Eric el chico que te gusta...! -exclamó Marlene, de forma que yo me quedara completamente paralizado.
- Marlene no... -ella parecía querer excusarse, yo estaba totalmente desconcertado pero aún así me quedé a escuchar un momento más.
- ¡Sí, Hanna...! -continuó Marlene muy animada- He visto cuando Eric te ha dado ese ramo de flores tan bonito y también cuando te ha besado... Ay, con razón me dijiste que estabas tan enamorada, ese chico es todo un caballero y además es tan guapo...
Tras esas palabras sentí una punzada en el centro de mi corazón. Sentía que el mundo se me venía encima... Yo había venido hasta aquí con toda mi ilusión a buscar a Hanna para darle una sorpresa; yo pensaba que ella me quería, que estaba tan enamorada de mí como yo de ella... Sin embargo, ella quería a Eric, no a mí... Yo me sentía tan estúpido, tan desilusionado, tan hundido... Claro, yo me había hecho ilusiones por su dulce forma de tratarme, por el cariño que siempre me daba; pero ella no debía de sentir más que lástima por mí. ¿Cómo se iba a enamorar de un ciego inútil? ¿Cómo iba a sentir amor por una persona que no puede ver? Noté que unas lágrimas resbalaban ya por mi rostro; yo estaba totalmente devastado, hundido, desconcertado aún. Pero ya no quería seguir escuchando más; no quería oír cómo Hanna decía lo enamorada que estaba de Eric, lo mucho que lo quería... No, ya no lo resistía más. Así que, como pude, caminé de vuelta hacia mi habitación, dando tumbos por todos lados, sin saber realmente por dónde iba; sin saber realmente qué iba a ser ahora de mi vida, qué iba a hacer para soportar este dolor, esta gran decepción que me había roto el corazón.
HANNA
Ay dios. Qué ocurrencias la de Marlene... Ella me había visto desde lo lejos con Eric y había pensado que él era el chico del cual estaba yo enamorada. Menos mal que ya se lo pude aclarar, pues no me hacía ninguna gracia que alguien pensara que a mí me gustaba ese patán...
En fin... Marlene ya se había ido de nuevo a hacer sus tareas y yo estaba ya libre para ir con Mark... mi verdadero amor.
Iba saliendo de la cocina, pero entonces escuché que alguien entraba por la puerta: Era María, que ya había vuelto con las compras.
- Hola, muchacha. -me saludó ella- Ya estoy de vuelta.
- ¿Cómo le ha ido, María? -pregunté amablemente.
- Bien, Hanna... -respondió ella mientras soltaba las bolsas- Aunque vengo algo cansada; creo he comprado demasiadas cosas.
- No se preocupe, María. -dije yo entonces- Siéntese tranquila que yo guardo la compra.
- Gracias, muchacha. -dijo ella con una sonrisa- Por cierto... He comprado los ingredientes para hacer el bizcocho que tanto le gusta a Mark. ¿No te gustaría aprender a hacerlo?
Aprender a hacer un bizcocho para Mark... ¿Por qué no?
- Sí, María. -contesté yo tras una pausa, pero con una sonrisa- Claro que me gustaría.
- Pues ahora mismo te digo cómo hacerlo. -dijo ella enseguida- ¿Quieres?
- Sí, claro que sí. -contesté yo entonces.
Terminé de guardar la compra rápidamente y apunté en un papel todos los pasos que María me indicó para hacer el bizcocho. Luego ella se fue para hacer otras cosas y yo me quedé sola en la cocina.
La verdad es que hacer el bizcocho parecía bastante fácil y no requería mucho tiempo, así que pensé que podía hacerlo ahora y darle una sorpresa a Mark.
Sin pensarlo dos veces, cogí todos los ingredientes y me dispuse a hacer el bizcocho. Lo hice a una velocidad moderada; ni muy rápido, pues quería que saliera bien; ni muy lento, pues ya estaba ansiosa por ver a Mark.
Finalmente el bizcocho estaba terminado. La verdad es que tenía muy buena pinta, pero, sobretodo, lo había hecho con todo mi amor...
Lo puse entonces sobre una bandeja y me dirigí, ahora sí, hacia la habitación de Mark. Estaba un poco nerviosa, pero muy contenta y emocionada: al fin iba a poder verlo.
Llegué hasta la puerta y toqué en ella con una mano, mientras que con la otra sujetaba la bandeja. Mark no dijo nada; no me dijo que pasara, cómo de costumbre, algo que me pareció un poco extraño.
Sin embargo, yo abrí la puerta y me acerqué a él, que estaba sentado en su sillón.
- Mark... -susurré mientras me acercaba- Te he traído una sorpresa...
Él no dijo nada... ¿Se habría quedado dormido en el sillón?
- Mark... -dije de nuevo mientras me acercaba más a él, viendo entonces que no estaba dormido ni nada parecido; estaba despierto, pero con una expresión de gran tristeza.
- ¿Qué quieres...? -contestó él de forma muy seca, haciendo que yo lo mirara fijamente, sin entender qué le pasaba.
- ¡Mira lo que te he traído...! -dije tratando de parecer animada, acercándole el pastel.
- ¡¿Qué quieres que mire, si no puedo ver nada?! -exclamó él con desdén a la vez que daba un manotazo a la bandeja, haciendo que esta se cayera al suelo junto con el bizcocho.
Yo entonces me quedé fría, totalmente paralizada y a punto romper en llanto. ¿Pero qué le pasaba a Mark? ¿Por qué me hablaba así...? Yo estaba verdaderamente desconcertada, aturdida, impactada ante su reacción... El bizcocho que yo había preparado con tanto amor para él, estaba ahora en el suelo aplastado, destrozado. Yo lo miraba con lágrimas en los ojos, sin entender nada... Finalmente quise reaccionar y me acerqué de nuevo a él muy despacio.
- M-Mark... -dije con la voz entrecortada, sin poder contener el llanto- ¿Q-qué te pasa...? ¿Por qué me hablas así...?
- Vete por favor. -dijo él fríamente.
Yo no entendía nada... Sus palabras me estaban rompiendo el corazón, me estaban matando. ¿Por qué de repente estaba tan frío conmigo? ¿Por qué de repente ya no me quería? ¿O acaso nunca me quiso...? Yo lo seguía observando aún entre sollozos pero él no decía nada, no se movía, no se inmutaba. Ya no podía resistirlo más, un gran dolor en mi corazón me estaba fulminando, me estaba quemando por dentro...
Sin saber que más hacer, me fui corriendo de ahí y me encerré en mi habitación para llorar así con desesperación; para soltar toda esa amargura que me estaba matando; para descargar con mis lágrimas el inmenso dolor que sentía tras lo que había ocurrido minutos atrás.
MARK
Yo había sido demasiado duro con ella; demasiado frío... Pero no podía remediarlo; yo estaba demasiado dolido ante la situación. Me había hecho ilusiones que no eran ciertas, me había enamorado de ella pensando que también lo estaba de mí... Pero no, ella quería a Eric y yo no podía culparla; él era un chico sano, que podía ver; que podía ofrecerle una vida digna que yo jamás podría darle... Ella no tenía la culpa de que yo me hubiera hecho ilusiones, lo sé... Pero este dolor me consumía, era demasiado para mí y no sabía si iba a poder resistirlo; no sabía si iba a poder aguantar vivir así...
HANNA
Ya había pasado más de una hora pero yo seguía llorando sin consuelo. No podía entender por qué Mark estaba así conmigo; no podía entender por qué me rechazaba como... ¿Cómo en el sueño? No, no podía ser... Ese sueño se había vuelto realidad. Mark ya no me quería, me despreciaba y yo no sabía por qué...
Seguí llorando desesperadamente tratando de encontrar una respuesta a su comportamiento; sin embargo no la encontraba, no tenía la menor idea de por qué Mark se había comportado así...
Yo estaba totalmente destrozada y los ojos me dolían ya demasiado de tanto llorar. Mark era mi vida; era la persona de la cual estaba perdidamente enamorada y él ahora no me quería, me rechazaba... y eso hacía que el corazón se me rompiera en mil pedazos.
Ya debían de ser casi las nueve de la noche y yo seguía totalmente desolada. María estaba tocando la puerta, pero yo ni siquiera podía responder.
- Muchacha... -decía ella con voz preocupada- ¿Estás bien...?
Pero yo no podía decir nada, aunque trataba no me salían las palabras.
- Hanna... -volvió a decir ella- Me estás preocupando, muchacha. Dime algo, por favor...
- E-estoy bien, María... -pude decir con apenas voz.
- No estás bien, Hanna. -dijo ella alarmada- Abre la puerta, por favor.
- Déjame sola María. -musité yo sin poder contener el llanto de nuevo- Te lo suplico...
Noté que se quedó ahí varios minutos más, aunque sin decir nada. Ella estaba realmente preocupada, pero yo no podía dejar que pasara; no podía dejar que me viera así; y mucho menos le podía contar la razón.
Finalmente María se fue y yo no me podía sentir peor. No podía creer el cambio de Mark de un día para otro; ayer los dos pasamos un día divertido y él me había dicho cosas muy bonitas... Él me había dado a entender que me quería, que me necesitaba, que era feliz conmigo al igual que yo con él... Pero no, al parecer eso que yo pensaba, que los dos íbamos a estar juntos por siempre, era sólo una ilusión, algo que yo sola me había imaginado, un sueño del que ahora mismo estaba despertando.
Pasada una media hora, pude oír unos pasos detrás de la puerta. Seguramente era María de nuevo, que había vuelto para ver cómo estaba. Traté de tranquilizarme un poco y fui hasta la puerta para quitar el seguro y hacer pasar a María, pues no podía dejarla ahí tirada de nuevo.
Pero cuando abrí la puerta no podía creer lo que estaba viendo. Me froté los ojos una y otra vez porque aún no entendía lo que veía: Eric era la persona que estaba ahí.
Yo quise cerrar la puerta rápidamente pero no pude; él tenía mucha más fuerza que yo y finalmente pudo entrar.
Eric parecía estar completamente borracho, pues se tambaleaba hacia los lados y apestaba a alcohol. Él se acercaba cada vez más a mí, mientras que yo, totalmente asustada trataba de esquivarlo. Pero no pude; Eric me acorraló contra la pared que estaba al lado de mi cama y me sujetó con fuerza.
- ¡Eric, por favor! -grité yo tratando de soltarme- ¡Déjame!
- Hanna... -decía él sin soltarme- ahora vas a ser mía.
¡Oh dios! Eric estaba totalmente ebrio y ahora pretendía abusar de mí... No, no podía ser. Esto no me podía estar pasando a mí.
- ¡Suéltame, por favor...! -supliqué entre sollozos- ¡Eric...!
- ¡Tú no quisiste por las buenas...! -espetó tirándome sobre la cama- ¡Pues ahora será por las malas...!
- ¡No...! -grité yo desesperada- ¡No, por favor...!
Eric se abalanzó entonces sobre mí, atrapándome así entre su cuerpo, agarrándome los brazos con fuerza de modo que no pudiera moverme. Yo trataba de deshacerme de él, pero no podía, era imposible; lo único que podía hacer era llorar y gritar con desesperación, buscando que alguien viniese en mi ayuda.
- ¡Socorro! -grité desesperada- ¡Auxilio, por favor!
- ¡Cállate! -espetó él mientras me zarandeaba- ¡Nadie te va a oír!
- ¡Por favor, que alguien me ayude...! -seguí gritando desesperada, gastando las pocas fuerzas que me quedaban.
MARK
¿Esos gritos eran de Hanna? Sí, eran de ella, estaba seguro; estaba pidiendo ayuda, algo grave le ocurría. Yo aún estaba demasiado dolido, demasiado triste; pero aún así no podía quedarme sin hacer nada, tenía que ir a ver qué le pasaba.
Sin pensarlo dos veces me levanté del sillón y fui lo más rápido que pude hasta su habitación. Cuanto más me acercaba a esta, más oía sus gritos y más me inquietaba yo. ¿Qué le podría estar pasando? ¿Alguien le estaría haciendo daño? No, no quería ni siquiera imaginármelo.
Finalmente llegué hasta la puerta y la abrí de golpe, con desesperación. Hanna gritaba y lloraba casi sin voz; yo me quedé totalmente paralizado, sin saber qué hacer; sin poder ver lo que estaba ocurriendo.
- ¡Déjame, Eric...! -oí que decía ella- ¡Suéltame, por favor...!
- Quédate tranquila, muñeca... ¡no te va a pasar nada!
No podía ser... ¡Eric le estaba haciendo algo a Hanna! ¡¿Estaba intentando abusar de ella...?! Me quedé entonces paralizado por unos segundos, pero finalmente pude reaccionar.
Lleno de furia e impotencia fui corriendo hasta dónde escuchaba los gritos; hasta la cama... Palpé entonces con mis manos hasta que me aseguré que tenía a Eric, agarré su camisa con fuerza y con toda mi rabia lo saqué de ahí, empujándolo contra el suelo.
- ¡Pero qué hacías, imbecil! -vociferé yo descargando toda mi furia después de haberlo dejado en el suelo.
- ¡Mark, mi querido amigo...! -oí que decía él irónico a la vez que parecía levantarse.
- ¡Cómo te has atrevido a hacer eso! -grité yo sin poder contenerme a la vez que notaba sus manos sobre mi hombro.
- ¡Amigo mío...! -decía él con voz delirante- ¡Espera un momento...! ¡Aún no he podido empezar con mi trabajito...!
¿Cómo...? ¡¿Qué trabajito...?! De verdad pretendía a aprovecharse de ella; de verdad lo iba a hacer... y lo hubiera hecho si yo hubiese tardado unos minutos más. Aún no podía creerlo; él, mi mejor amigo... Una gran rabia se apoderó entonces de mí, apartando su mano de mi hombro y golpeando su cara, haciendo que de nuevo cayese al suelo.
- ¡Mark...! -ahora él también parecía furioso; sentía que se acercaba de nuevo a mí... y así fue, pues un golpe fue a parar ahora a mi cara, haciendo que casi perdiera el equilibrio.
- ¡No...! -oí entonces los gritos de Hanna, que parecía verdaderamente asustada- ¡Por favor, parad ya...!
Notar su angustia me dolía demasiado, pero esto no se podía quedar así... sentía ganas de matar a Eric por lo que había tratado de hacer. Iba a darle otro golpe, pero justo entonces algo me lo impidió:
- ¡Mark...! -era María, que al parecer había entrado asustada tras escuchar los gritos- ¡¿Pero qué está pasando aquí?!
- ¡Hijo! -también entró mi madre, la cual noté que se acercaba a mí enseguida- ¡¿Qué es lo que ocurre?!
- ¡Eric estaba intentando abusar de Hanna! -dije con toda mi rabia e impotencia al no haber podido golpearlo de nuevo como él se merecía.
Ellas se quedaron entonces en completo silencio tras mis palabras; de hecho nadie de los presentes dijo nada, todos estaban demasiado impactados y asustados ante la situación.
Finalmente María y mi madre se llevaron a Eric; ellas querían quedarse, pues estaban preocupadas por Hanna... pero yo les dije que se fueran, que yo me quedaría con ella...
Aún escuchaba su llanto desesperado y eso me partía el alma. Me acerqué muy lentamente a ella, buscándola con mis manos; al parecer estaba en el suelo, justo al lado de la cama y arrinconada contra la pared... Yo me agaché junto a ella y la abracé entonces con fuerza, apretándola contra mi pecho; dándole la protección y el consuelo que necesitaba en ese momento; dándole todo mi amor.
- Hanna... -susurré entonces muy bajito sin dejar de abrazarla- Tranquila, ya pasó...
Pero ella no decía nada; simplemente seguía llorando sin consuelo y temblando aún por el miedo, por el momento tan horrible que había pasado.
- Hanna, no llores más, por favor... -supliqué acariciando su cabello, abrazándola con más fuerza- Eric ya no te va a volver a molestar, te lo prometo... -hice una pausa y tras un suspiro continué- No debiste haberte enamorado de él...
- ¿C-cómo...? -musitó ella entonces entre sollozos, apartándose un poco de mí.
- Sí, Hanna. -dije yo con gran tristeza- Ya sé que te gusta Eric; sé que lo quieres... escuché sin querer cuando Marlene lo decía.
Ella se quedó en completo silencio por unos segundos, como si se hubiera sorprendido después de lo que yo le había dicho; sin embargo, tras ese instante de silencio, ella comenzó a llorar de nuevo pero esta vez con mucha más pena; con mucha más angustia y desesperación.
- ¡¿Por eso estabas así de frío conmigo antes?! -exclamó ella entre sollozos, sobresaltándome entonces- ¡¿Por eso me trataste así, con esa indiferencia?!
- Hanna, yo... -pero ella no me dejó hablar.
- ¡Yo fui hasta tu habitación a buscarte porque quería darte una sorpresa...! -musitó ella entre un llanto desesperado- ¡Había preparado un bizcocho para ti, hecho con todo mi amor...! -yo estaba inmóvil ante sus palabras- ¡Pero tú me trataste cómo si yo no te importara, tiraste el bizcocho al suelo...! -ahora me sentía tan miserable; ella había preparado algo para mí y yo, aunque no había sido mi intención, lo había tirado al suelo- ¡Yo me sentía tan mal, no entendía por qué estabas así...!
- Hanna, de verdad lo siento... -dije totalmente perturbado; totalmente desconcertado- Y yo sé que no tengo derecho a reclamarte que te hayas enamorado de Eric, pero...
- ¡¿Enamorada de Eric...?! -exclamó ella irónica, sin poder contener el llanto- ¡Eso que has escuchado no es cierto...! -siguió ella más alterada aún- Marlene creía que Eric me gustaba porque vio cuando él se acercaba a mi y me daba un beso en la mano... -entonces me quedé totalmente absorto- ¡Pero él no hacía más que acosarme todos los días, me invitaba a salir y se me insinuaba a pesar de que yo siempre lo rechazaba...!
No podía ser... ¿Qué había hecho? Yo había tratado mal a Hanna creyendo que ella estaba enamorada de Eric, pero no era así... Yo la había hecho sentirse mal, la había tratado con desprecio, con indiferencia... y ella no tenía la culpa de nada. ¡Eric la acosaba!
- Hanna... -dije verdaderamente apenado, aún desconcertado- Siento mucho haberte tratado así, de verdad... Yo pensé que tú estabas enamorada de Eric...
- ¡No...! -gritó ella con un llanto desgarrador que me rompía el alma- ¡Claro que no estaba enamorada de Eric! ¡¿Quieres saber por qué?!
Sólo un par de segundos pasaron, hasta que una frase llena de angustia y desesperación salió de sus labios:
-¡Porque estoy enamorada de ti!
Entonces me quedé completamente inmóvil. No podía creerlo; Hanna me acababa de decir que estaba enamorada de mí... Ella me quería; me quería tanto como yo a ella... y yo había sido tan injusto, tan cruel...
- Hanna... -musité yo temblando junto a ella, sintiendo un gran nudo en la garganta- ¿Tu me quieres...? ¿A mí...?
- ¡Te quiero, Mark...! -volvió a confesarme ella con desesperación- Te quiero... y estoy profundamente enamorada de ti.
De nuevo me quedé totalmente paralizado; sus palabras llegaron a lo más profundo de mi corazón, haciéndome sentir tantas cosas a la vez: ella estaba enamorada de mí, me lo había confesado... Yo llegué a pensar que sentía lástima por mí, que únicamente podía sentir un leve cariño hacia mí... Pero no, ella me quería; sentía lo mismo que yo por ella.
Un cúmulo de sensaciones inexplicables se apoderaron entonces de mí: me sentía verdaderamente mal por haber tratado con tanta indeferencia a Hanna, al amor de mi vida... y todo por culpa de una confusión; sin embargo me sentía tan aliviado al saber que ella me quería; me sentía tan feliz, tan emocionado...
Ella seguía sin poder contener el llanto, jadeante tras su esfuerzo, tras su gran confesión y tras todo lo que había vivido hoy... Yo la estreché de nuevo entre mis brazos, acurrucándola contra mi pecho y dejando que mis lágrimas contenidas resbalasen ya por mi rostro. La abracé entonces con mucha más fuerza, con mucha más intensidad; entregándole todo mi cariño, toda mi protección, todo mi amor...
Finalmente no pude contenerme más. Me separé un poco de ella y alcé mis manos hacia su rostro, sujetándolo con la mayor dulzura, limpiando sus lágrimas. Acaricié su cabello muy suavemente tratando de calmarla y me acerqué muy despacio a ella. Busqué entonces sus labios con desesperación, con gran deseo... y con gran delicadeza, los besé.
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