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Capítulo VIII

-¿Qué tal vas, Suki?- le pregunto, sentada en su sofá y haciendole monigotes y firmas en su venda.

-Bien. No me duele mucho, pero algo duele.

-¿Cómo te lo hicistes?- digo. Suki se tensa al instante y me giro hacia ella. No me esperaba esa reacción.

-Me caí- dice, encogiéndose de hombros, pero yo sabía que había algo más. Le lancé una mirada y ella suspiró.-Vale, te lo digo si prometes no enfadarte.

Se lo prometí, pero hice una maravillosa jugada por si acaso, que fue cruzar los dedos tras mi espalda.

-Está bien- dice ella, y coge aire.-Hacecomotressemanasquealguien...

-Más despacio, por favor- digo. Sabía lo que intentaba hacer, la conozco bien. Hay veces que me decía las cosas muy rápido para ver si con suerte no me enteraba. Ella me mira fijamente antes de proseguir más despacio.

-Hace como... tres semanas que alguien se mete conmigo- repite. Abrí mucho los ojos antes de que continuase.-No sé cómo se llama. Él... bueno, ni siquiera va a tenis. Creo que va a golf o a alguno de esos deportes pijos. La cosa es que me tropecé con él un día a la salida. Y él me empujaba cada día como una especie de venganza. Hasta que ayer me empujó tan fuerte que caí de espaldas a la piscina, pero mi pierna se dobló porque quedó en tierra. Fue una caída muy extraña, pero cuando la pierna se metió... No podía moverla. Tuve que ir a la superficie con mis brazos y la otra pierna, sumándole el peso de mi uniforme de tenis- finaliza y mi mandíbula está tan abierta que duele un poco. La cierro al instante en que ella me mira significativamente.

-Lo habrás denunciado a la policía, al menos-digo yo.

-No... Es que no ha sido agresión directa.

-¿¡Cómo que no?! Te ha empujado durante tres semanas. De seguro que tienes moratones.

-Sí, pero...

-Ni pero ni nada- replico con los ojos entornados.-Mi hermana es policía. Tengo mis contactos- añado para ver si la convencía. Suki abre los ojos.

-¿Tienes una hermana?- dice.

Ah, es verdad. Nunca le había contado sobre mi hermana.

-Eh... si- digo yo. -Voy a llamarla-.

Marco su número y ella me responde al tercer pitido.

-¡Lilly! ¡Hace como tres semanas que no me llamas! ¿Qué tal?

-Necesito tu ayuda- digo sintiéndome un poco culpable. Ella frena al instante y puedo percibir cómo se pone seria. Era tan predecible a veces...

-Qué pasa- dice con un tono de "escúpelo ya"

-Suki, que es una de mis amigas... Han estado abusando de ella y ahora tiene el tobillo roto-.

Kazumi, mi hermana, empieza a maquinar a toda velocidad.

-Veamos...-comienza.-Si le denunciáis por agresión tal vez os hagan caso. Podría llevar vuestro caso, pero no ahora, y probablemente no pueda- dice ella.-Estoy ocupada con el incendio de un pueblecito- ah, si, lo había visto en las noticias.

-Vale, pero ten cuidado- digo.-Y llámame cuando estés en casa.

-Vale, renacuaja- dice ella.-Adiós

-Adiós- digo yo, y cuelgo.

Suki me mira con los ojos muy abiertos.

-¿Qué?- pregunto.

-Tu hermana sonaba muy profesional- dice ella, recostándose en el sofá.-Pero no quiero denunciarlo.

-¿Por qué?

-Porque... no lo sé- dice.-No quiero meterme en problemas.

-¿¡Qué no...?!- cojo aire. Esta chica es tan compleja.-No te vas a meter en problemas, Suki- digo, marcando cada sílaba lentamente.

-Vale, pero cuando se me cure el tobillo- dice. Suspiro y lo dejo pasar.

No sabía por qué Suki no quería denunciarlo. Si no la iba a pasar nada.

-¿Qué es lo que te preocupa, Suki?- pregunto. Ella aparta la mirada.

-No quiero hablar de ello- dice ella. Parece decirlo en serio, y, como ella nunca me ha presionado, yo no haré lo mismo con ella.

Decido cambiar rápidamente de tema.

-Mira, una foto de Heidi- ella me mira como diciendo "gracias", y se acerca a mi para ver a mi gata.

-¡Es muy tierna!- dice, y me abraza. Sé a lo que venía eso, así que la abrazo también. Suki no es de dar muchos abrazos, así que, si me ha dado uno, es porque realmente lo necesitaba.

Acaricio su cabellera rubia lentamente, y ella comienza a llorar muy fuerte.

No sabía qué le había pasado a Suki, pero la apoyaré en todo lo que haga falta.

Ella agarra mi camiseta blanca con sus puños fuertemente y un sollozo desgarrador hace que se me pongan los pelos de punta.

Nunca había visto a Suki desmoronarse así. Ni siquiera cuando, de niña, la chica que le gustaba la rechazó.

Estuvimos así diez minutos hasta que para de llorar y se suena los mocos.

Me mira. Sus ojos azules están muy rojos y sus mejillas empapadas. Tiene una sonrisa triste en los labios.

-¿Podemos... ver un drama romántico y comer helado?- no sé por qué esa repentina elección, pero obviamente asiento y nos acomodamos en su sofá, viendo el drama romántico de Suki mientras nos hinchamos a helado de fresa y nata.

Tras unas horas me fui caminando a mi casa. Iba mirando tranquilamente mi teléfono cuando algo hizo que me parara en seco.

Un enorme arco de piedra indicaba la entrada al cementerio. A ese cementerio donde decidí enterrar todos mis recuerdos.

Unas lágrimas se posan en mis ojos, pero parpadeo rápidamente para que se fueran.

No podía huir de mis recuerdos ni de mi pasado para siempre, así que decido entrar al cementerio y visitar la tumba.

La tumba de mi madre.

Camino lentamente por los pasillos de tierra donde miles de tumbas reposan en paz. Algunas veces leo algunas descripciones, pero cuando una de una chica de quince años que falleció de cáncer casi me hizo llorar, dejo de hacerlo.

Hasta que llegué.

Me detengo frente a una tumba de piedra pulida, con ramos de flores secas, ya que ni yo ni Kazumi tenemos tiempo de ir. Bueno, yo sí, pero eso me traía demasiados recuerdos horribles.

Acaricio la descripción de la tumba, que dice: Aquí descansa Emily, una madre que falleció por proteger a sus hijas. La descripción la había escogido Kazumi.

Dejo que las lágrimas danzen con libertad por mis mejillas mientras cierro los ojos con fuerza.

¿Por qué tuviste que morir así, mamá? ¿Por qué...?

-¡Mami! ¡No entres, te harán daño!
-¿Lilly? ¿Lilliet, esa eres tú?- mi madre parecía haber llorado mucho.

Me deshice de mis agarres y salí corriendo hacia la entrada.

-Mami, mami tienes que irte. Papá va con un hombre, tienen pistolas, mami, van armados, tienen pistolas, mami- me derrumbé sobre mis rodillas de niña de ocho años y comencé a llorar.

Mi madre levantó mi barbilla y acarició mis recientes heridas. Observé sus ojos cargados de terror.

-¿Quién te ha hecho esto? ¿Ha sido tu padre?

-Mami, mami por favor, vete de aquí- yo seguía suplicando. Estaba como en trance, creo que había perdido la cabeza.

-Hola, bonita- me giré rápidamente con expresión de horror para ver al cómplice de mi padre. Tenía dientes negros e iba fumando un porro.

Los recuerdos invaden mi mente, y caigo en algo.

Ese hombre... El cómplice de mi padre...

Contengo la respiración cuando ato todos los cabos sueltos que me quedaban por atar.

Es él.
Tenía que ser él.

El hombre del metro... Era él, estaba segura.
Era el cómplice de mi padre.

Caigo al suelo de rodillas y agarro la tierra con fuerza entre mis manos. Tengo los ojos abiertos con horror y no puedo respirar. De verdad que lo intento, pero solo pequeñas cantidades de aire entran a mis pulmones.

Mi pecho sube y baja rápidamente, y por un momento pienso que hasta aquí he llegado. Que este ataque de pánico va a acabar con todo mi sufrimiento.

Pero no puedo irme ahora.

No hasta que ese monstruo estuviese en la cárcel o criando malvas en la calle.

Trato de respirar, pero el pánico y la ansiedad me tienen presa. No quiero volver a pasar por eso, no quiero...

-¿Lilliet?- una voz habla cerca de mí, pero yo la escucho en la lejanía. Sostengo mi pecho aún tratando de que el aire entrase a mis pulmones, y una persona se acerca corriendo y sostiene mi mano libre. Al no netter ningún agarre en el suelo, caigo de lado sobre un pecho definido.

-Lilliet, respira- dice su voz, inspirándome calma. Levanto la cabeza con dificultad y unos ojos que conocía muy bien me devuelven una mirada calmada.

-Inspira profundo- dice, haciéndolo él tambien.-Y espira lentamente-.

Hago lo que puedo, y poco a poco la ansiedad y el pánico van dejando mi mente para sentir miedo y tristeza. No es lo que quería, pero es algo.

Miro a Ciro, el que ha estado conmigo, sosteniéndome y ayudándome a respirar de nuevo lo que calculo que ha sido media hora o tres cuartos de hora, y él me regala una sonrisa tranquila.

Relajo mis hombros, que hasta ahora no sabía que estaban tensos, y dejo que él me abrace. Sus brazos se sienten tan reconfortantes...

-Gracias- digo con voz débil.

Ciro me comienza a pasar las manos por mi cabello y me quedo dormida en pleno cementerio, con el viento acariciando mis brazos desnudos.



-Yo creo que está muerta.

-¡¿Cómo va a estar muerta, imbécil?!

-Lleva así como cinco horas.

-Porque está cansada, estúpido-.

Abro los ojos lentamente y también me incorporo de la misma manera. Dos pares de ojos se posan en mi mientras me despierto por completo. Willow y Ciro están ahí, mirándome con una mezcla de curiosidad y alivio.

Willow toma mi mano y hace pequeños círculos en ella. Me dedica una sonrisa genuina y se me ocurre mirar la hora.

Las tres de la mañana.

Un momento, ¿¡las tres de la mañana!?

-Chicos, ¿desde cuándo llevo dormida?

-Desde las nueve y media de la tarde, más o menos- abro la boca.

-¿Habéis estado conmigo desde entonces?- ambos asienten con la cabeza.-Iros, por Dios, debéis de estar agotados.

-No te vamos a dejar sola- dice Ciro con convicción. Les lanzo una mirada seria y Willow anuncia que se pueden ir al sofá.

Una vez se van, todos los recuerdos de la tarde anterior me devuelven a la realidad como un jarro de agua fría.

Entonces comienzo a reflexionar. A indagar en mis recuerdos, buscando algo que pudiese joder a ese hombre de verdad.

Aunque eso significase revivir esos momentos que había encerrado bajo llave, lo haría sin duda alguna.

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